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Castillo Evans McGonagall (MM: B 97458)


Syrius McGonagall
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Por un momento el miedo la invadió al escuchar a P-ko decir que su madre habia ido hacia la Heredad,  pero no la pudo localizar, en su mente montones de historias relacionadas con mortífagos, o con alguna persona del ministerio a causa del decreto, inundaban su cabeza y sintió como su cuerpo se tensaba, al momento en que la elfina le comentaba que la casa no le había permitido encontrar a su madre se sintió en cierta forma aliviada. Recordaba la vez en  que la casa le ocultó la puerta para poder salir. Sabía que P-ko no mentía, pero intuia que también había algo que no quería contarle a ella, estaba a punto de hacee otra pregunta cuando las orejas de la elfina se movieron graciosamente y le decía que debia dejarla con el joven pelirrojo que veínía bajando las escaleras.

 

Rory Despard,  el joven con quien ella ha compartido aventuras y a quien siente tan cercano como a un amigo estaba allí. Me sorprendió el recibimiento, dado que al ser tan tímido no se mostraba afectuoso con los demás, pero correspondí a aquel breve abrazo con todas la fuerzas que podía,  me daba mucho gusto volver a verle aunque la razón fuera por un ataque al castillo de su familia.

 

-Sí, en cuanto me enteré vine a ver que había sucedido y si todos se encontraban bien...- Y efectivamente, solo había ido a eso, ya que dada su condición en ese momento, no era de mucha ayuda ante un ataque.

 

Lo siguió hasta el gran salón en donde una mujer reposaba dormida, Hannity, sin hacer ruido se sentó donde indicaba Rory y éste le dexía que esa mujer era quien habia salvado, no solo al castillo sino también a su familia, de un ataque mayor. La rubia sentía un enorme agradecimiento havia la mujer. Tomó la taza de té caliente que él le ofrecía,  la envolvió en sus manos y esta comenzó  a brindarle calor. Rory hablaba de los problemas que se le venían a la familia, pero, además  del edicro dictado por la ministra sobre la indagación de los nacidos de muggles y los squibs,  no tenía la menor idea a lo que se refería él. 

 

-Sé muy poco de los acontecimientos que ha habido en el mundo mágico,  lo único  que supe recién llegue a Inglaterra, fue el decreto educacional y el censo que se hizo a los nacidos de muggles, mestizos y squibs...

 

Y allí  era donde estaba su mayor preocupación,  ¿qué pasaría con su madre ahora que no tenía magia?

 

-Rory, ¿qué pasará con mi madre ahora?- El saber acerca de los otros problemas, si no era que todo estaba unido de alguna manera, podía esperar un poco más. 

 

@ Rory Despard   @ Darla Potter Black

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 Protección  fue lo primero que le dije a la pequeña elfina mientras le dedicaba una sonrisa y sacaba de uno de los cajones del armario un dije en forma de una delicada petunia. Seguramente P-ko se estaría preguntando el porque de mi comentario pero sentía que tal vez ella me diera la respuesta a esa incógnita que se había escapado de mi entendimiento desde hacía ya unos meses — sé que poco hemos hablado desde que llegué a la familia y te pido una disculpa — mis actos  y palabras parecían no tener coherencia alguna seguramente. 

Acto seguido le ofrecí el dije a la elfina —espero puedas aceptar esta encomienda — en otros tiempos Dunkel habría hecho aquel trabajo, pero ya no había posibilidad de eso, suspiré recordado lo último que habíamos hablado — el dije es para alguien que consideres necesita protección —  ¿tendrían sentido mis palabras para ella? Me pregunté mientras le entregaba la flor de plata y reía. 

—Sabes P-ko, estoy contenta de volver a mi hogar — declaré mirando con atención los ojos de mi acompañante —hace mucho que no hablo con alguien que conozca este mundo, estuve en New York —  finalmente contaría parte mis andanzas el último año —me dedicaba a la pintura, pero supongo que al final rompí mi promesa...—  negué con suavidad para alejar la melancolía que parecía reacia a querer hacerse presente —le dije a Ethan que nunca volvería — con nadie había compartido ese hecho —por eso me negaba a volver, pero él también se ha ido al igual que mis hijos — suspiré. 

@ Rory Despard

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  • 2 meses más tarde...

Los pensamientos del Snape estaban acelerados después de visitar el castillo de los Triviani... Triviani... sabía que tenía ese apellido de algún lado. De todas formas, no era el momento de hacerse preguntas imposibles. Necesitaba apresurarse para poder llegar a la gala sin mayores contratiempos. Estaba claro que no podía hacer mucho al respecto, pero no quería gastar ni un segundo más del necesario.

Giró sobre sus talones y sin siquiera despeinarse apareció en el otro extremo de Ottery, en un lugar que no recordaba tan nítidamente. Los campos se extendían verdes mientras el sol lanzaba sus últimos destellos al cielo, atravesándolo como una brisa rosada de verano. Un camino prolijamente marcado lo llevaba hasta las inmediaciones del bosque que circundaba la majestuosa estructura de piedra.

 Ascendió por la explanada y casi corriendo se encontró de cara a los jardines internos del castillo. Frente a él se alzaba una muralla de un escarlata gastado, sobre las almenas de esta se podía ver un fénix tallado que emanaba destellos dorados, avisando que el día se acercaba a su fin. No quería retrasarse... no podía llegar tarde. Atravesó la entrada y se dirigió directo a la puerta principal. Saltó de dos en dos la escalinata de puerta y golpeó tres veces. Se alejó unos pasos hacia atrás aguardando a que le atendieran.

- Mavado - dijo al ver salir a la criatura enana que lo miraba, con un poco de desconfianza. - ¿Qué me cuentas, no pasa el tiempo para ti o qué? - el elfo parecía algo confundido, aunque estaba claro que recordar al ahijado de su amo no sería tarea fácil para un elfo entrado en años como él. Se notaba que la punta de la nariz ya no se mantenía erguida como en otras épocas, y de sus orejas asomaban restos de cabello que en las épocas de oro el propio Elessar las hubiese cortado por él.

- Buenas tardes, mi señor... eh... me encantaría decir que lo recuerdo pero no es así.- a pesar de la confusión, no se podía decir que el elfo no era perfecto para su trabajo. Tenía un don de gentes natural y sabía mantenerse sincero en situaciones en las que otros preferirían las "mentiras piadosas". - ¿Se le ofrece algo?

- No te preocupes, solo he venido a dejar un recado para aquellos de esta honorable familia que quieran acompañarnos en la velada de esta noche. El ministerio Italiano ha comenzado una gala de beneficencia e imaginamos que hay pocas familias tan honorables en su tarea para con la comunidad como ustedes. - sonrió viendo al elfo relajar el semblante al sentirse miembro de la familia.

- Claro que sí, señor. ¡Entregaré la correspondencia sin dilación! - el elfo había inflado el pecho con orgullo y adquirido un porte que lo había rejuvenecido. Por un momento Thanatos vio al joven Mavado tras las arrugas. Le estiró la mano y le entregó el pergamino.

- Tenga a bien entregarla a los miembros de la familia indicados aquí mismo, en caso de que algún otro quiera unírsenos, puede hacerlo. Que tenga buenas tardes, señor. - y con una inclinación de cabeza conjunta, el ojigrís comenzó el descenso mientras el elfo doméstico cerraba la puerta con suavidad. La noche ya se sentía...

@ Melrose Moody  @ Syrius McGonagall  @ Hannity Ollivander Evans  @ Jank Dayne

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  • 3 semanas más tarde...

Una fría ventisca le sirve como recordatorio de que el otoño está cerca. ¿Tan rápido? Mientras camina por los jardines internos, cierra los ojos momentáneamente, intentando rememorar todo lo que ha sucedido ese año. ¿De verdad tanto pasó en tan sólo nueve meses? Sin ser apenas consciente de ello, se detiene, esperando ser golpeada por una oleada de ansiedad... Pero, tras unos momentos, no hay nada. Nada además del susurro de la brisa, el lejano canto de los pájaros, el frío que siente en la piel desnuda de los brazos. ¿Es eso tranquilidad? ¿O es vacío? Todavía no está segura de cómo reconocerlo, pero sabe que lo mejor es no darle muchas vueltas al asunto. De cualquier forma, lo importante es que el año está por terminar. No se atrevería a decirlo en voz alta, porque cree que parecería una idiotez, pero genuinamente espera que el siguiente sea mejor; que las cosas malas disminuyan, y, lo bueno...

Claro, entiende que no sólo se trata de exigirle al universo que satisfaga sus deseos, sino que debe esforzarse. Pero hay cosas que se salen de su control, como siempre, y para variar le gustaría tener menos de eso el siguiente año. Si todos los desafíos del futuro son del tipo donde se puede luchar, lo hará.

«Me estoy esforzando, de verdad lo estoy haciendo», piensa, mientras levanta el rostro para observar los fénix tallados en la puerta de entrada del castillo. No recuerda en qué momento retomó la marcha, pero de todas formas vuelve a detenerse. Una vez más, intenta pensar en una excusa para estar allí. Al salir de su apartamento, se dijo que pensaría algo en el camino; sin embargo, ya está allí y sigue sin saber qué decir. Últimamente, aquel es un sentimiento común. No entiende qué es lo que hace, qué es lo que sucede a su alrededor, las decisiones que toma, y constantemente se ve a sí misma en lugares y situaciones sin entender cómo llegó allí. En el fondo, puede sentir que hay cosas que sea hacer pero no es capaz de poner en palabras sus motivos... O, quizás, simplemente no quiere hacerlo.

Sacude la cabeza y decide entrar de una buena vez, porque dejó la chaqueta en casa. A lo mejor no necesita una excusa para estar en la casa de su familia. 

@ Melrose Moody

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Catherine Moody

El olor de la comida inunda la cocina mientras Freya observa amilanada desde un rincón. Como siempre, ella se había ofrecido a preparar "lo que la ama quisiese" pero Catherine había querido hacer eso por sí misma. Remueve el caldero con un cucharón negro y prueba el olor y el sabor en un platillo. La cosa está saliendo bien. 

El olor, atrae a Melrose a la cocina. La muchacha llega como un sabueso, con la nariz en alto. Sus ojos lucen gigantescos. Catherine encuentra eso muy divertido:

-¿Estas haciendo Cock-a-leekie? -sus ojos abiertos de manera desmesurada, sus pestañas enormes cayendo, abriéndose y cerrándose sobre ellos con incredulidad. Se acerca al caldero, oliendo todavía más profundamente- ¡Y lleva poro, papas, caldo de pollo y mantequilla! - sus ojos lucen distantes por un instante, como si recordara viejos tiempos- Mamá solía echarle también algunas setas, decía que mejoraba mucho el sabor.

Catherine señala el cuenco con setas que había estado a punto de agregar y deja que Melrose haga los honores. Es raro, oírla mencionar a su familia o específicamente a su madre. Luego, le dirige una mirada por encima a la carne asada, antes de sacar la bandeja del horno.

-Ah... Shortbreads.

Catherine le sonríe, sabiendo que ha reconocido la receta de galletas de mantequilla que ha usado. Deja la bandeja sobre el alféizar de ladrillo descubierto de la cocina para que puedan enfriar y se vuelve hacia Melrose, que ha empezado a usar el pequeño cuenco de prueba de sabores a manera de servicio temprano.

-Tienes que esperar hasta que esté listo.

Como pillada en una travesura, Melrose deja el cucharón y el cuenco a un lado y toma un tarro de galletas con gesto ausente. El olor del caldero empezaba a derivar gracias a las setas.El tarro contiene galletas no muy viejas y son unas deliciosas galletitas de jengibre hornadas por Freya... pero no son shortbreads. 

Freya - elfina doméstica

Mientras tanto, Freya, luego de haber estado sentada en una esquina sintiéndose algo excluida, había alcanzado a oír algo mientras Melrose ingresaba. Se incorporó enseguida, alegre de tener algo qué hacer y se dirigió a la puerta. Tuvo que recorrer todavía parte del pasillo principal, hasta llegar al recibidor para darse cuenta de que aquello que había perturbado el ambiente había sido la llegada de la ama Madeleine.

-Ama Madeleine, sea bienvenida -saludó Freya con una inclinación y genuina alegría-. Me alegro que haya tenido motivo para visitarnos -sus ojos viajaron rápidamente en dirección a la cocina, antes de volverlos hacia ella una vez más-. Puedo servirle algo enseguida o prepara un baño. También habrá una cena lista, pronto...

Una cena, sí, porque no la había cocinado ella pero bueno ¿Quién era ella para guardar resentimientos contra su nueva ama?

@ Ellie Moody

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Madeleine no sabe qué es ese aroma que inunda su nariz mientras Freya la conduce a la cocina, pero su estómago hace un sonido hambriento, a pesar de que hace una hora se comió un perro caliente en un puesto callejero. El lado bueno de ir a la casa de su familia, dejando de lado el ambiente tenso que puede llegar a haber, es que come bastante bien sin tener que pagar nada; y en los días que corren, cuando hay tan poco trabajo para una buena-para-nada que sigue sin tener un rumbo en la vida, mientras más se pueda ahorrar, mejor. El interior del castillo es más cálido que el exterior, de modo que ya deja de frotarse los brazos desnudos y simplemente guarda las manos en los bolsillos de sus vaqueros. 

Cuando entra a la cocina, sus ojos pasan por Melrose, que está comiendo las pocas galletas —bueno, quizás más bien migajas a esas alturas— que quedan en un tarro, con una expresión poco complacida; ella, a su vez, parece observar con cierto resentimiento a la mujer alta que está revolviendo un caldero de donde parecen provenir aquellos olores. Freya vuelve a preguntarle si puede servirle algo, pero Madeleine sacude la cabeza. La verdad es que le gustaría perturbar la atmósfera lo menos posible... Y, para ser honesta consigo mismos, lo cierto es que tiene la esperanza de que le ofrezcan un cuenco de lo-que-sea que estén cocinando, y la forma apropiada de degustarlo sería teniendo el apetito suficiente.

Han pasado algunos días desde que vio a Catherine, en el territorio de Gahíji en la Escuela de Magia Uagadou. Madeleine quería pensar que el duelo había ayudado a aligerar el ambiente tenso, pero tampoco podía engañarse demasiado; era consciente de que no habían hablado de nada, y simplemente había actuado como si no tuviera nada qué decir o para por lo cual disculparse. Últimamente, se había dado cuenta de que era una costumbre que había comenzado a adoptar, con la excusa de que sólo quería paz y tranquilidad, y de que todo el daño que cargaba consigo era el culpable de sus acciones... pero la verdad, es que era puro cinismo. Y, eventualmente, tendría que confrontar todo lo que había hecho bajo aquella premisa, que se remontaban a la fiesta clandestina de la familia.

Aún así, tan tranquila, se sienta frente a Melrose y la saluda con un gesto de la cabeza. 

—Bueno, como dicen por ahí, parece que llegué a buena hora —comenta Madeleine, estirando las piernas bajo la mesa y echando la cabeza hacia atrás, para apoyarla contra el respaldar de la silla.

@ Melrose Moody

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Catherine revuelve todavía una vez más el caldero, antes de replicar:

—La comida está casi lista.

Si las miradas hablaran... a Catherine a veces le preocupaba que Melrose fuese una muchacha tan transparente. Había ocasiones en donde notaba una mirada de concentración en ella, que no delataba ni el más mínimo atisbo de emoción, como si el libro abierto que siempre era se cerrara de pronto. Sin embargo, eran ocasiones raras e inconexas. La mayor parte del tiempo a Catherine le preocupaba que la bruja terminara metida en una estafa piramidal.

—Freya, dispón en la mesa.

La elfina asintió con el resentimiento ya olvidado y dispuso cuchillos, cucharillas, tenedores y cucharas de plata, junto a unas amplias y absorventes servilletas de tela. Trajo también los platos con la insignia de los Evans grabada en ella, así como el cuenco con el guiso, otro para la sopa, las galletas todavía tibias en una bandeja, papas y arroz como guarniciones y un poco de flan que había estado guardando para una ocasión parecida.

—Pensé que tal vez... podríamos aprovechar la vajilla familiar —masculló la elfina, conmovida, antes de retirarse.

Catherine la observó irse, preguntándose cuán difícil podía ser para ella. Ese enorme castillo, cada vez más vacío. Ella como un espíritu vagabundo en él, junto a otros elfos con la misma sensación de abandono, mientras en la construcción se escuchaban cada vez menos voces. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar su mente de esos pensamientos funestos. En lugar de eso, debía concentrarse en la comida y en el hecho de que era agradable sentarse a comer a la mesa.

Melrose se apresuró a tomar un par de galletitas primero. Catherine intentó no juzgarla: sus modales en la mesa siempre habían sido impecables debido a su formación en La Talamasca pero no tenía que ser así para todo el mundo. Cuando Melrose empezó a hundir las galletitas en el guiso a modo de cuchara y luego de engullirse seis galletitas recién cogió los cubiertos, Catherine decidió que era mejor concentrarse en su sopa, tomando un poco de las orillas.

A pesar de que se había prometido no decirle nada y solo ponerle un lugar en la mesa (estaban sentadas frente a frente porque Melrose se encontraba sentada a la cabecera) se encontró diciendo:

—Entonces... ¿de visita o vas a pasar aquí una temporada?

@ Ellie Moody

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Cuando Freya la hace tomar asiento, Madeleine cae en cuenta de que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que se sentó a compartir un plato de comida con alguien más. Le asusta darse cuenta de que la situación la intimida: cubiertos de plata correctamente dispuestos en la mesa, la insignia familiar grabada en la finísima vajilla, el mantel fino e impoluto... Pero mirando más allá, quizás no es la riqueza exuberante lo que la intimida. Lo que le da miedo, es el hecho de que los cubiertos están acomodados con cariño, todos tienen el mismo plato y la mesa es una invitación a compartir y disfrutar una velada familiar. Es consciente de que siempre rehuyó de eso con demasiada insistencia. Constantemente, cuando mira hacia atrás, suele sentir vergüenza de la persona que fue; y ni siquiera piensa en la Madeleine adolescente, insufrible, sino en la que fue hace una semana, hace tres días, hace unos minutos. Nunca está satisfecha con las elecciones que hace y se pregunta si en algún momento la cuestión cambiará. 

¿Qué es lo que debe hacer para ser diferente? ¿De qué se trata? ¿Cuál es el secreto allí? Si decide aceptar que esta es su familia y su hogar, ¿entonces podría decir que por fin alcanzó la madurez? Si se sienta derecha en su silla y toma correctamente su sopa, ¿podría decir que es una persona sana y estable? ¿Qué es lo que debe cambiar? ¿Qué elecciones debe hacer a partir de ahora?

El tintineo de las cucharas le recuerda que no puede quedarse viendo el plato. No recuerda que jamás estas cuestiones la hayan perturbado, pero es cierto que antes había una gran sombra sobre ella, que ahora nota ausente. Pensó que al librarse de aquella maldición, la ansiedad acabaría; pero el hecho de no tener aquella cosa oscura y pestilenta sobre ella, no significa que no hubiesen otras cosas malas, el tema es que nunca les había prestado atención. Un problema grave eclipsaba mil problemas pequeños y, de ahora en adelante, sabe que tiene que enfrentarlos poco a poco.

Ahora, el problema que más ansiedad le causa es si situación con Catherine. Ella se distanció porque la propia Madeleine lo exigió, pero ahora, es consciente de que no era lo que quería. No, no dijo qué era lo que necesitaba y eventualmente tendrá que atreverse a decirlo en voz alta. Pero... todavía... le da miedo decir esas palabras, incluso en su propia mente.

«¿Qué elecciones debo hacer a partir de ahora?».

Sin pensarlo, se lleva a la boca una cucharada de la sopa y suelta un quejido cuando se quema la lengua. Toma un vaso de agua fresca, pero sabe que sentirá la lengua rara durante varias horas. No había sido consciente de que el silencio se había asentado sobre la mesa, hasta que Catherine le dirige la palabra por primera vez desde que llegó. Madeleine pasa la mirada rápidamente de ella hacia Melrose, y observa que su prima está ensimismada en su plato de comida, sin importarle demasiado lo que ocurre con ellas dos.

—Uhm... —Madeleine toma un shortbread y muerde tan solo un pequeño pedazo, pensativa. Sabe que en el castillo hay una habitación destinada para su uso, pero nunca la ha utilizado. En su mente, una idea brillante aparece: hospedaje gratuito, comida gratuita, aseo gratuito— Podría pasar acá una temporada, supongo —responde, como si la pregunta de Catherine hubiese sido una invitación.

Ahora que lo piensa, últimamente ha comenzado a pensar en qué debería estar haciendo con su vida. Por algún motivo, antes no era una opción. Nunca se había imaginado a sí misma como una adulta... pero ahora, veía su cada vez más lejana fecha de nacimiento, veía su rostro menos infantil y veía sus nulos logros en la vida. Comenzaba a pensar, ¿qué sería de ella en cinco años? ¿En diez años? ¿Qué haría en las horas del día que sobraban, en los que parecía existir sin razón alguna? ¿Cómo llenaría su bóveda de Gringotts para su retiro?

—En verdad, tengo ganas de hacer algo —comenta Madeleine, todavía examinando el shortbread que tiene en la mano—. Quizás debería conseguir un trabajo, o algo así, mientras cobro mi herencia familiar —suspira, decidiendo volver a atacar la sopa—. Pero, ya sabes, un "trabajo de verdad", que no implique ser perseguida por la ley. No sé, sólo era algo que estaba pensando.

@ Melrose Moody

Editado por Ellie Moody

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Catherine observa con atención por un rato que se extiende más allá de lo normal antes de tomar otra cucharada de sopa.

—Eso sería agradable.

Catherine había estado refugiándose en el castillo apenas un par de días y se había traído consigo a Melrose para que la cosa no fuese demasiado incómoda. La bruja se manejaba bien en cualquier espacio. El caso había sido contrario a lo que había esperado: no había nadie en el castillo, en ese momento, salvo ellas. Por un lado, era triste. Por el otro, era tranquilizador.

—¿Tienes algo en mente? —su cuchara vuelve a descender al plato con lentitud y delicadeza, mientras Melrose termina su primera ración de sopa y empieza a servirse la segunda. Había terminado ya con seis shortbreads, un plato de guiso, un flan y su primera ración de sopa.

Los ojos de Catherine se posan en los de Madeleine mirándola directamente por primera vez.

—Sabes, siempre pensé... —Catherine intenta no sonar demasiado invasiva. No quiere que la bruja estalle porque siente que intenta meterse en su vida o algo así— bueno, siempre pensé que merecías un descanso —sus ojos navegan a través de las marcas en la mano de Madeleine. Catherine misma, tiene su propia cuota de cicatrices—. Nunca lo has hecho. Siempre estabas cargada de cosas, no entiendo por qué no lo llamas trabajo —Catherine sostiene la cuchara bajando la mirada, con el ceño fruncido—. Deberías darte más crédito por todo lo que has hecho ¿qué tiene de malo pasar unos días tranquilos en esta casa que ahora nadie está usando de todos modos? —una sonrisa triste se dibuja en el semblante de Catherine cuando toma otro bocado. Se limpia con la punta de la servilleta antes de hablar de nuevo— En realidad, a pesar de que no suelo conversar demasiado, siempre pensé que la escucharía sembrada de ruido.

»Hay más cuartos de los que vamos a necesitar jamás —la sonrisa triste empezó a transformarse en una expresión cálida, sin que ella lo notase—. No tiene nada de malo que dependas de tu familia cuando necesitas tiempo para pensar. Somos familia —especificó—, pero más allá de los lazos de sangre, no es malo ayudarse de otros. Especialmente cuando ya has luchado tanto. Es suficiente«.

@ Ellie Moody

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Cuando Madeleine advierte que el silencio se prolonga, hace sonar a propósito su cuchara con el fondo del plato y también hace un ruidoso sorbo, en un intento de aparentar que está comiendo tranquilamente. Quizás, es demasiado cínico de su parte sentarse a comer y hablar con naturalidad, luego de... Bueno, luego de tanto. Y sabe que no tiene derecho a protestar ni a exigir, a esas alturas. «Lo que debes hacer es cerrar la maldita boca y disfrutar la comida», se dice para sus adentros. Ya la sopa está a una temperatura más agradable, caliente pero sin llegar a quemar, y se permite disfrutar el caldo de pollo bien condimentado y la esencia de las setas. Las verduras comienzan a distinguirse al fondo de su plato, cuando Cath vuelve a hablar.

Asiente levemente con la cabeza, sin atreverse a decir nada que pueda traer arrepentimientos para alguna de las dos.

—Bueno, había pensado que... —comenzó a decir, pero Cath había comenzado a hablar una vez más y Madeleine decidió guardar silencio. 

Se da cuenta de que, al principio, parece estar tanteando el ambiente. Aquello le parece gracioso, pero es algo que no puede recriminar, pues conoce su propio temperamento; luego, termia sintiéndose culpable, por el hecho de que obligarla a medirse con ella. Frunce los labios, decidida a no decir nada desagradable y decidida a escuchar lo que Cath desea compartir. Se esfuerza por mantener una mirada serena, mientras el contacto visual dura, pero la interrumpe luego de unos segundos, sintiéndose abochornada. Sabe que la está escudriñando con la mirada, pero se esfuerza por seguir comiendo con normalidad, como si sólo estuviesen discutiendo un tema trivial y como si Catherine no estuviese comenzando a entrar en un terreno más delicado.

No importa cuánto haga sonar la cuchara contra su plato, puede escuchar con claridad sus palabras. Disimuladamente, baja la cabeza, aparentando que está observando con interés el fondo de su plato. Siente que los ojos le arden y la nariz se le congestiona. «Maldita sea. No ahora. No me traicionen». Cierra los ojos y respira lenta y profundamente. Sigue haciendo chocar la cuchara contra el plato, pero no vuelve a llevarse un bocado a la boca.

—Uhm, gracias, supongo —su voz es un susurro ronco, apenas perceptible. Se queda en silencio por unos momentos, vacilante. Una sensación extraña llena su pecho. Es algo cálido... algo reconfortante, igual que los bocados de la sopa casera. Entiende qué es y, por eso, se siente extrañamente cohibida. Sin embargo, hay algo que la sigue molestando—. Es sólo que... —cuando vuelve a hablar, se da cuenta de que su voz tiene un tono más agudo. Se aclara la garganta y levanta levemente el rostro.

»Creo que cuando tu esfuerzo tiene sentido, es un trabajo. Como... como haber puesto la mesa, o preparar la cena. El resultado es coherente y podemos decir que fue un buen trabajo. Pero si los esfuerzos no tienen sentido... y sólo son cosas locas y extrañas y aleatorias... —de repente, se arrepiente de no haber usado algo con mangas largas. Su mirada se pierde en los trazos sin sentido de su piel y los recuerdos la angustian. Todavía sigue sin entender cuál fue el sentido de tantas cicatrices, tantas batallas, tanta muerte. Lo peor: sigue sin entender qué pensaba que habría después. «O, mejor dicho, tenía la esperanza de que todo acabara en alguno de esos momentos»— Sólo estaba pensando que quería hacer algo que tuviera un propósito real —masculla, rindiéndose con la sopa y soltando la cuchara—, algo que tenga sentido, quizás. Aunque, ciertamente, no puedo imaginar qué sea eso.

@ Melrose Moody

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