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Castillo Evans McGonagall (MM: B 97458)


Syrius McGonagall
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Catherine no está segura de qué decir a continuación. Ha notado cómo Madeleine mira sus cicatrices. Es una mirada distinta a la que ella tiene para las suyas.

—Para mí, todas esas batallas tuvieron sentido —Catherine baja la cuchara de repente, dejándola descansar en su plato y cierra los ojos un instante—. Sigue habiendo una lucha encarnizada, sangre y muertes —Catherine puede vislumbrarlo bien en su mente. Los edictos de la anterior ministra fueron una derrota ante esa búsqueda de paz y libertad—. Sin embargo, en algún lugar en la comodidad de su casa, algunas familias pueden reunirse a comer, como nosotros, gracias a que en algún momento, nos lanzamos a defenderlos sin pensar en las consecuencias —Catherine recuerda el fuego prendiendo en las casas. Las maldiciones asesinas, los elfos desmembrados. Todo eso... pero sí, hubieron ocasiones en donde también hubo familias que recordarían sus rostros, porque uno no olvida a aquel que le devolvió la esperanza cuando todo parecía hecho pedazos—. No me arrepiento de todo eso. Yo lo llamé ideal ¿por qué no puedes tu a cambio llamarlo trabajo?

Catherine es consciente de está volviendo a presionar pero no puede evitarlo ¿por qué tiene que ser todo cuantificado en base al rédito personal? Sí, Madeleine decidió invertir su juventud en una causa perdida pero eso no significa para ella una pérdida de respeto o el pensar que eso no tuvo sentido. Catherine ya no es tan joven como Madeleine: a sus 37 años, pudo haber pensando en enamorarse, tal vez incluso casarse o tener una familia. En lugar de eso, desde muy joven decidió ser una talamasquin (una estudiosa sin ningún tipo de poder o intención de cambiar el mundo), vivió una guerra, sobrevivió a una maldición de odio y es una nigromante cuyo cuerpo se va consumiendo al segundo y aún así... no se arrepiente de nada. Si tuviese que volver a vivir todo aquello de nuevo, tomaría las mismas decisiones, cada vez.

Valió la pena, todo eso, para estar ahora en esa mesa. Ama lo que tiene ¿por qué no? Aún si Madeleine la odia. Lo aceptará. De la misma forma en que alguna vez aceptó su amor; de la misma en que alguna vez aceptó el trato con Pandora y cambió su vida para siempre. 

—Aceptaré mi destino, aún si al final de mi vida mi causa muere conmigo —aclara entonces, sus ojos no destilan más que honestidad—. Aceptaré que el mundo no aceptó aquello que tenía para ofrecerle, y me iré en paz.

Sin embargo, es difícil concentrarse en esos pensamientos con la debida seriedad cuando observa a Melrose. Ojos más grandes de lo normal, sosteniendo su cuchara en reversa sobre su boca, como si chupara de un palillo de helado, inclinada hacia adelante debido a lo mucho que se ha estado esforzando por estar al día con la conversación de ambas. En profunda concentración con un atisbo de sorpresa infantil, una niña que no sabe qué hacer ante las peleas de sus padres... solo que su expresión es tan hilarante, su esfuerzo por comprender tan honesto, con su cabello desordenado e innumerables platos de comida vacía a su alrededor sumados a un flan a medio comer delante de ella que toda la seriedad de Catherine desaparece. No quiere hacer enojar a Madeleine... de verdad intenta contenerse, pero pronto su cuerpo está sacudiéndose por el esfuerzo de guardarse la carcajada, hasta que ésta estalla en medio de la estancia. 

Melrose parece relajarse, sin darse cuenta de que es la causa de que ahora Catherine esté limpiándose las lágrimas que no son causadas por la tristeza, si no lo contrario. La curiosidad de Melrose había sido más de lo que Catherine, una persona que llevaba años sin reírse de esa forma, había podido soportar en medio de una conversación tan seria y dramática. Después de todo ¿por qué no? ¿Por qué no disfrutar y dejarse influenciar por la inocencia y honestidad de esa muchacha? ¿Por qué no podía volver a tener su esperanza y vitalidad, aún si su cuerpo se consumía, qué más tenía para perder?

La respuesta era obvia: nada ¿podría Madeleine entenderlo? ¿Intentarlo a su lado?

@ Ellie Moody

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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No ha vuelto a levantar la mirada de la sopa, aunque se ha resignado a seguir comiendo. Se siente totalmente incapaz de moverse; tiene la sensación de que si hiciera un movimiento brusco, si respirara de forma descuidada, se rompería en mil pedazos. Está esforzándose por mantenerse tranquila, por escuchar, por controlar la respiración, por mantenerse entera. No es que esté molesta. Reconoce que antes, cuando Catherine intentaba ser amable con ella, había una espina en su interior que la lastimaba. Luego, la última vez, sólo había vacío. Ahora... Ahora siente que ese vacío comienza a llenarse con demasiados sentimientos. Está tan abrumada, que no puede tomar un bocado más de comida ni articular una palabra. No puede tomar la cuchara de plata para fingir que come con naturalidad. Últimamente, se siente como una adolescente; pareciera que hubieran mil emociones nuevas en cada esquina, una más intensa que la otra.

Por supuesto que le conmueve escuchar que le digan... no, que su madre le diga que su vida ha valido la pena. Y no sólo eso, sino que quizás, tiene algún significado. Que por lo menos colocó un ínfimo grano de arena en la causa, pero que indiscutiblemente dejó una huella. Luego de tantos años, luego de tantas vivencias, luego de tantas heridas y tanta tragedia, se da cuenta de que necesitaba oírlo. Necesita confirmar que no estaba loca... y que sigue sin estarlo. Pero, por sobre todo, quería confirmar que por lo menos una persona se enorgullecía de ella. «Pero, idi***, ¿no te lo ha dicho antes, todos estos años? ¿No te ha repetido que te aprecia, que quiere, estar contigo, y tu...?».

«Y yo, siempre, siempre, tengo que lastimar a las personas que amo. Tengo que puyar con mis espinas a cualquiera que intente acercarse».

Y sabe que no madurará verdaderamente, hasta que deje de hacerlo. Si quiere sentir que está avanzando, tiene que esforzarse.

—Yo... —su voz pierde fuerza, como si las energías le fallaran, pero sabe que no puede dejarlo así. «Tengo que esforzarme más». Ignora el hecho de que las mejillas se le humedecen— Yo...

Madeleine golpea la mesa con las palmas de las manos, causando que suenen los cubiertos de plata contra los platos, y se pone de pie. Abre la boca, dispuesta a esforzarse, cuando Catherine suelta una carcajada. Madeleine se queda confundida y observa a las brujas, y entiende por qué Cath se ha reído. Melrose la mira con una expresión muy seria, expectante, y Madeleine comprende que está aguardando por sus palabras. De alguna forma, su presencia tiene un efecto tranquilizador... No, esperanzador. Tuvo aquella sensación cuando buscó apoyo en ella, en la batalla contra la Inquisidora, y ahora siente algo muy similar. Esboza una sonrisa cómplice —aunque aquello el único efecto que parece tener es confundir a Melrose— y se aclara la garganta.

—Gracias, Melose —dice Madeleine, mientras se sirve un vaso de agua—. Catherine, no puedo permitir que abandones este mundo como una mártir, o lo que sea. Y Melrose será mi testigo, para que no puedas ni siquiera intentarlo —explica, levantando el vaso de agua, como si estuviera haciendo un brindis—. No sé cómo llegué aquí, y sigo sin saber qué demonios estoy haciendo, pero acepto mi destino.

»Y también, acepto lo que ofreces. Sé que nunca lo he hecho, pero quiero comenzar a hacerlo ahora. Salud.

Cuando se lleva el vaso de agua a los labios, puede sentir el gusto de sus lágrimas, pero sonríe levemente.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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La carcajada se corta y Catherine sonríe. Alza la copa en alto y Melrose se apresura a imitarla sin entender del todo lo que acaba de suceder. Ambas beben a la salud del brindis de Madeleine, con pensamientos muy distintos en la cabeza. Melrose vuelve a su flan y Catherine baja la copa luego de darle un largo trago. Se mirada concentrada no es de preocupación si no de pensamientos que no se terminan de formar.

—No pensaba en términos de ser una mártir —masculla a modo de queja.

De todos modos, no tiene mucho para decir. Siente un profundo bienestar por el hecho de que Madeleine haya podido decir todo lo que ha manifestado. Ella misma ha estado haciendo el esfuerzo de quedarse allí, de darse un tiempo para sí misma. No es fácil pero es necesario, ha sabido por mucho tiempo que lo necesitaba. Y Melrose... la bruja no había estado en el ministerio cuando estalló lo de la inquisidora así que no puede afirmarlo con certeza pero tiene la impresión de que Madeleine conoció allí una faceta de su ahora pariente que ella todavía desconoce. Tiene la impresión de que Richard también la ha visto. Quizá ella algún día lo haga.

—De todos modos, terminemos de comer —agrega. 

Y eso hace. Empieza a tomar su sopa en silencio, con un gusto mucho más agradable en los labios.

@ Ellie Moody

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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  • 3 semanas más tarde...

Bel Evans Ollivander

— Se ha perdido usted de una comida deliciosa- se apresura a decirme P-ko, pero más pendiente de la carta que Rory me ha enviado, apenas hago caso de lo que ella está diciéndome- pero si le apetece, podría bajar al gran salón y conversar con sus parientes Moody que están junto a la chimenea.

Era inútil decir que no, pues la insistencia de la mirada de mi elfina era prueba inconfundible de su voluntad de no retirarse sin una respuesta afirmativa de mi parte. Asentí entonces, por el mero deseo de que ella desapareciera de ahí, y entonces, volví de nuevo la vista a la carta que Rory me había escrito.

Muchas cosas estaban pasando en el Ministerio de Magia. La voluntad del muchachito era firme, tenía plena constancia de eso, pero había una punzada que hincaba con furia en mi interior, una culpa creciente, respecto a sí realmente era lo mejor para alguien con el caracter afable de él, ir a parar a la cabeza de una institución que estaba podrida desde sus mismos cimientos. COmo fuera plegué la carta y solté un suspiro de resignación.

No podía aceptar aquella petición de reincorporarme al Ministerio, aun cuando las condiciones que me ofrecía eran las más ventajosas que alguna vez me habían propuesto. Una parte de mí no dejaba de asumir que estaba siendo cobarde, que quizá si me esforzaba podía revertir todos y cada uno de los obstáculos que veía en volver a ser una funcionaria ministerial, pero lo cierto era, que en lo más profundo, tenía que admitir que era mi falta de esperanza la que hacía que indefectiblemente, viera el asunto como condenado al fracaso.

Bien podía ser el cambio de estación, pero el frío que cada día de octubre iba incrementando, permeaba también en mi espíritu, haciéndolo más taciturno que de costumbre, y eran solo un puñado de asuntos los que realmente me interesaban, y servir de nuevo "a la sociedad mágica" no era uno de ellos. No, no era esa la petición que en realidad más llamaba mi atención, sino otra a la que el hombre no había dedicado más que unas pocas líneas.

"Por favor, tenga a bien recibir al señor Aries Ivashkov en el Castillo. Tómelo como un favor personal, y trátelo como un invitado muy especial de mi parte. Si llegara a venir antes que yo, recíbalo y hágale saber que iré a su encuentro, en tanto las labores del ministerio me lo permitan".

Ivashkov. Por supuesto, Rory ha vivido muy poco tiempo en Ottery para poder explicarle por qué ese apellido provoca un resquemor en mi interior, un amargo sabor de boca. ¿Sería que ya conocía al sujeto? No era capaz de recordarlo, pero  era evidente que el predicador si creía en él y su integridad. 

Sin demoras y con rapidez, en un trozo de pergamino, garabateé entonces unas líneas de respuesta. El primer mensaje estaba destinado a Rory para declinar su invitación al ministerio, pero confirmarle que aceptaba de buen grado la estancia del joven Ivashkov en el castillo. La segunda misiva dirigida precisamente a Aries, invitándolo a venir para que cuanto antes pudiese instalarse en el Castillo.

Desde la ventana, con las cortinas a medio abrir, observé a las dos lechuzas partir en direcciones opuestas, y libre ya de ese compromiso, bajé con dirección al gran salón para ver que tal se encontraban las Moody. 

@ Souichirou Mima  @ Melrose Moody  @ Ellie Moody

Editado por Rory Despard

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  • 1 mes más tarde...

Fue en la noche cuando ocurrió. 

El grito debió haber despertado a los elfos, porque al abrir los ojos estaban parados frente a la cama, claramente asustados. Jank todavía se sujetaba el pecho con la diestra, al separarla se dio cuenta que tenía las uñas clavadas. Usó la colcha para secar la sangre que brotó  y se las arregló para hacerle un gesto a las criaturas que pretendía bajar importancia al asunto. Ni siquiera se tomó el tiempo para sanar la herida. En su lugar, se levantó, murmuró una palabra que hizo encender la chimenea y les pidió a los elfos retirarse. Pero cuando estaban en la puerta, los detuvo. 

- Necesito un favor, si es posible - se le oyó decir mientras se amaraba la bata verde oscuro -. Cuando tengan listo el desayuno, hagan lo posible porque la mayoría de mis familiares estén presentes. Tengo algo muy importante para decir. Algo que, me temo, no podré repetirlo. ¡Oh! - chascó los dedos. A medida que se incorporaba la memoria se iba activando. Escudriñó en el escritorio hasta que dio con un pergamino blanco, extrañamente brillante, amarrado con un lazo dorado -. Asegúrense de encontrar las personas de esta lista. Persuádanlos de almorzar conmigo mañana en El Sendero. Repítanles cuanto haga falta lo mucho que necesito verlos. 

Jank los despidió con una sonrisa y la puerta se cerró. Estaba seguro que aparte de los desayunos en la cama y los cuernos llenos de cerveza, nunca les había pedido tanto. Tomó asiento frente a su escritorio. Para escribir usó la pluma más ostentosa que yacía dentro de la gaveta. Recordaba vagamente que Binny Evans se la había obsequiado hacía casi una década atrás. Le prometió que solo la emplearía para escribir los más bellos versos que se le ocurrieran dedicar, o cuando la musa lo visitase. Dejó escapar una risa irónica cuando se percató que la estrenaría esa noche. 

Así pasaron las horas, y para cuando los rayos del sol iluminaron la habitación, habría escrito no menos de diez cartas distintas. Estiró los brazos y abrió las puertas de la terraza. El aire fresco golpeó su rostro, dándole la bienvenida. Recordó entonces las decenas de noches luego de sangrientas batallas, huidas de asesinos o luchas con demonios, donde apenas tenía la energía para levitar hasta esa entrada de su habitación y dormir durante días enteros sin que nadie se enterase. Jank estaba seguro que habrían pasado uno, dos o hasta tres años sin que tuviese que usar la puerta principal del castillo o cruzarse con otro Evans. Viendo hacia atrás, se arrepentía de ese infantil desinterés.  

De su garganta salió un corto pero intrigante cántico en noruego, lo que fue suficiente para llamar a las lechuzas disponibles del castillo. Amarró los mensajes en sus patas por arte de magia y las despidió, también sonriendo. A ellas no les debía dar explicaciones. 

Durante el baño se limpió la sangre seca, se afeitó y salió hacia las escaleras aún con el cabello goteando. Se dio cuenta que seguía en bata llegando al comedor, pero no iba a perder más tiempo; de hecho, de eso se trataba. La mesa, como de costumbre, estaba repleta de distintos tipos de desayunos. A él le llamó la atención los frutales, y cuando pasó por un lado se comió unos cuantos arándanos. Le sabían a pasado. 

- Gracias - alcanzó a decir a unos de los elfos antes de que se retirasen. Después, se tomó el atrevimiento de sentarse en una de las puntas del mesón. Se preguntó si ese sería el asiento usual de Bel, como cabeza de familia, aunque para saberlo debía haber asistido al menos a uno. El puesto le resultaba incómodo, pero era la única forma de poder mirar los rostros de los que esa presentaran esa mañana. Si es que alguien iba... 

@ Melrose Moody @ Rory Despard @ Scavenger Weatherwax  @ Syrius McGonagall  @ Lillian Potter Evans @ Kutsy Stroud Lenteric @ Hannity Ollivander Evans

Editado por Jank Dayne

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Bel Evans Ollivander

El muchacho Ivashkov no había aparecido. El otoño finalmente estaba dando paso al invierno y una fina capa de escarcha cubría ambos jardines del castillo. Ese día, como los de las últimas semanas, había despertado a mitad de la madrugada, y ya sin poder volver a conciliar el sueño, me había dedicado a escribir aquella particular historia de la mujer con que tan insistentemente había estado soñando cada noche.

No estaba segura exactamente si había alguna clase de magia  o razón particular por la que jovencita de cabellos negros se aparecía con tanta frecuencia, pero de algún modo aquel ejercicio de escritura me había permitido ejercitar la mente ociosa y liberarla de sinuosos y a menudo desquiciantes pensamientos.

El aire que entró a raudales por las ventanas una vez las abrí de par en par, corriendo las cortinas, me recordaba vagamente aquel impetuoso viento al borde de los acantilados rocosos en la isla de Córcega. No había vuelto a coincidir con Quintel, desde aquel extraño viaje a Francia, pero no era culpa del jovencito sino más bien mía el asunto. Cada vez más interesada en los mecanismos de la magia, a nadie había compartido mis visitas asiduas al viejo estudio en Baker Street, ni los nuevos retoños mutados de ciertas raíces, que estaban creciendo robustas en el invernadero más allá de los altos pinos que cercaban la propiedad del castillo de los páramos extensos y el lago de los ancestros druidas de la familia. Y aunque no podía calificar como "entusiasmo" lo que me despertaba aquella investigación secreta, definitivamente tenía depositada en ella más de una esperanza. 

El tren de pensamientos se detuvo, cuando con un sonoro crack, P-ko se materializó en la habitación, impecable en su atuendo de mucama afrancesado. Todos los días, la elfina se presentaba puntualmente para recordarme los eventuales compromisos o tareas pendientes en cuanto a la administración de la propiedad, pero esta vez sus ojos revelaban una  inquietud extra ¿qué era lo que podía ser? Descarté un ataque, pues el castillo se había mantenido intacto y los mortífagos no habían vuelto a husmear, así que la insté a que hablara, con apenas un gesto, y me revelara que era lo que la tenía tan intranquila.

— Ha vuelto un familiar, mi señora, uno muy antiguo- con una reverencia que encontraba demasiado formal, P-ko me tendió una misiva donde con una cuidada caligrafía habían escrito mi nombre- se trata del amo Jank,  quien la invita a un almuerzo hoy al mediodía, en su negocio "El Sendero". Creo que sería muy importante que asista, aunque si igual declina de la invitación, puede avisarle personalmente de ello, pues él se encuentra en estos momentos tomando desayuno en el salón principal.

¿Jank en el castillo? Aquello si que era una verdadera sorpresa. Desde la fiesta clandestina, donde su mala cabeza había convertido en un lienzo en blanco su cuerpo a manos de Melrose y Lils, no había vuelto a tener noticias de él, lo cual tampoco es que fuera raro, pues en cierto modo así es como eran todos los Evans, libres, eternamente errantes y aventureros, por lo que casi siempre les venía bien la frase de "si no se comunican es que están bien". Imaginarlo en la cotidianidad de un desayuno en familia era por completo atípico, y por algún motivo, eso hacía mayor el aliciente de bajar a verlo.

Sin molestarme en cambiarme con alguna túnica, con el cabello enmarañado y apenas la cara lavada, descendí por las escaleras al encuentro de mi sobrino. La pijama de franela a cuadros escoceses que me quedaba floja hacía que me viera aun más pequeña de lo usual, y resultaba un gran contraste con lo arreglado que lucía él en la enorme mesa, sentado en el lugar del cabeza de familia. 

— Luces realmente bien ahí, mejor que Mavado al menos que adora ese sitio- riendo, pensando en aquel raro hábito del elfo de mi padre, me serví una taza de café sin azúcar y me acomodé en una silla continua a la suya- entonces ¿tú promoviendo una reunión familiar? ¿se puede saber a qué debemos tal milagro? ¿Es acaso hoy 28 de noviembre una fecha significativa o es que te golpeó la nostalgia tras esa fiesta en la casa en Londres?

Tomando un poco más del café, me recosté en la silla. P-ko a unos metros me observaba con displicencia, probablemente enojada de que estuviese todavía andando en semejantes "fachas" impropias a mi posición de matriarca. 

@ Melrose Moody , @ Scavenger Weatherwax , @ Syrius McGonagall , @ Lillian Potter Evans , @ Kutsy Stroud Lenteric , @ Hannity Ollivander Evans

@ Jank Dayne  

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Matt Ironwood.

 

Había llegado a la mansión Evans aquella misma noche, fue una visita de improviso, sin planeamiento ni anunció, pero sabía que aquello para los Evans no era ningún problema, los miembros de aquella familia iban y venían a su antojo y todos eran siempre más que bienvenidos. 

De todas formas era noche cerrada y la mayor parte de las luces en las torres del castillo lucían apagadas anunciando que los ocupantes dormían. Pero el castaño lo que menos hizo fue dormir, su habitación seguía igual que como lo había dejado, de hecho más limpia y ordenada de lo que recordaba, lo que indica inequívocamente de p-ko se había pasado por allí. 

Tampoco es que tuviera consigo mucho equipaje para entretenerse desempacando, el motivo que lo tuvo despierto gran parte de la noche fue instalar la televisión que se compró aquella misma tarde en Londres. El motivo, los Rainbow Warriors jugarían aquella noche contra Nebraska y Matt no se lo podía perder. 

Después de luchar una hora con los cables y las conexiones venció la batalla, se subió unos aperitivos de la cocina y se dispusó a disfrutar del partido. El amanecer lo encontró saboreando la victoria tras una aplastante victoria de los hawaianos, la sonrisa no se borraba del rostro del ojiazul cuando la pequeña elfina p-ko apareció en su habitación.

-P-ko ¿cómo has estado? - preguntó sonriéndole a la elfina mientras se levantaba de la cama. La pequeña criatura le replicó amablemente y en su característico tono no exento de cariño, que se encontraba bien y contenta de verlo nuevamente en el castillo para después indicarle que lo esperaban en el desayuno. 

El mago le agradeció y después de apagar el televisor bajó a desayunar con su familia. Hambre era lo que menos sentía el americano, la picada que se subió en la noche lo había dejado más que lleno, lo que realmente quería era ver nuevamente los rostros de los Evans.

 

Ya ocupando sus lugares junto a la larga mesa encontró a Bel y Jank - Sabía que no sería el primero - sonrió al par de magos -¿Cómo han estado? - pasó un buen tiempo desde la última vez que había compartido una comida con ellos y cielos, como lo extrañaba.

 

@ Jank Dayne   @ Rory Despard  

 

 

 

 

 

 

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Agnes Lynn

Es una lástima que no tenga tiempo para quedarse a disfrutar de los jardines del castillo Evans, pero no quiere llegar tarde. Bastante extraña se siente ya con la invitación de Rory para quedarse en la mansión, no quiere parecer deseducada e interrumpir el desayuno.

Está también el otro asunto. Scavenger le advirtió cuando dejó la gran bretaña que había hecho arreglos para que cualquier mensaje importante dirigido hacia la morena le llegara a ella, y Agnes no sabe exactamente a qué se refiere su amiga con “arreglos”, pero ha estado recibiendo mensajes que van dirigidos hacia la Weatherwax. Caso en punto, la carta que ha recibido esta mañana.

El mensaje es críptico, a nombre de alguien llamado Jank. No cree que sea algo peligroso, ya que únicamente los convoca a un desayuno. No recuerda haber hablado con Jank en la fiesta de los Evans, pero Scav se encargó de señalárselo aquella noche. Indescifrable, ausente, calmado, fueron los adjetivos que usó para describirlo. Agnes tuvo que morderse el labio para evitar decirle a su amiga que sonaba más como si se estuviera describiendo a ella misma.

Apenas ha puesto un pie en el vestíbulo cuando una elfina se aparece con un ligero pop a su lado.

Buenos días, — comenta la elfina con entusiasmo. — Bienvenida a la mansión Evans. Mi nombre es P-ko.

De todas las cosas que ha visto en el mundo mágico, la existencia de los elfos es la que más le desconcierta. Creciendo con sus padres en un pueblito a la mitad de la nada, la idea de estas criaturas le era inconcebible, siempre le han parecido impresionantes. Viendo como la elfina frente ella se inclina un poco hacia adelante en modo de saludo, no puede evitar sonreír.

— Hola, P-ko. Mi nombre es Agnes Lynn. Vengo por invitación de Rory Despard, me ha ofrecido trabajo y posada en este castillo. — Como explicación extiende la carta que Rory le entregó para hacer el asunto oficial, esperando que sea explicación suficiente. Aprovechando la situación, menciona, — También, uh. Soy amiga de Scavenger Weatherwax, toda su correspondencia está siendo dirigida a mí. Hoy recibí una invitación a desayunar por parte de alguien llamado Jank.

Apenas ha terminado su explicación cuando P-ko muy amablemente le explica que el amo Jank está presente ya en el comedor y que el desayuno está a punto de ser servido. Después de leer la carta del ministro, explica que preparará una habitación para ella y Agnes la convence de que no es necesario, puede usar la misma habitación que pertenece a Scavenger. P-ko no la cuestiona, sólo le indica que ella llevará las maletas hacia el cuarto y le da instrucciones para llegar al comedor.

La mansión es mucho más grande de lo que está acostumbrada, pero se asegura de seguir las instrucciones de la elfina para no perderse, no quiere interrumpir el desayuno. Sabe que está cerca porque escucha un par de voces, lo que parece ser saludos. Perfecto, eso quiere decir que ha llegado justo a tiempo.

— Hola, — saluda en cuanto entra a la habitación. — Espero no interrumpir.

En el comedor reconoce a Bel y Jank. Están acompañados por un hombre que no recuerda haber visto en la fiesta de los Evans, pero que muestra una sonrisa de cualquier modo. No sabe de qué otro modo explicar su presencia en el castillo, así que les dice lo mismo que a P-ko, extiende la carta de Rory y la misiva dirigida hacia Scavenger al mismo tiempo.

— Espero no interrumpir — añade después de su explicación. Mirando a Jank, agrega, — Si este es un asunto estrictamente familiar puedo irme de aquí. De verdad no quiero entrometerme en ningún lado.

Un poco nerviosa, juguetea con el reloj en su bolsillo mientras espera la respuesta de los Evans.

@ Jank Dayne  @ Syrius McGonagall  @ Rory Despard

something amazing: a boy, falling out of the sky
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  • 2 semanas más tarde...

Catherine observa la luz de la vela con insistencia. 

Intenta no fijarse en la chimenea apagada de su alcoba. Sí, alcoba es la palabra, para esa habitación comodísima, un espacio histórico dispuesto para brindarle solo satisfacciones a su ocupante. Sin embargo, su ocupante no está satisfecha. Sigue observando la luz de la vela pero el fuego no contesta sus preguntas, así que termina apagándolo de un manotazo. En su lugar, realiza una floritura con su varita y las chispas cruzan la estancia hasta el hogar apagado. El fuego empieza a crepitar apenas diez minutos después.

Tendida en su cama, con la bata de seda negra, Catherine intenta pensar en qué será lo que hará ahora. Intenta no amodorrorarse por el sonido del fuego y cierra las cortinas para no sentirse amenazada por la oscuridad del exterior y su cielo sin estrellas. Coloca un brazo sobre sus ojos y deja que su varita descanse sobre su cama, solo sostenida por un flojo agarre de su otra mano. Allí, tendida, se da cuenta de que ha perdido el propósito. Retira su brazo y observa los caros doseles corridos hacia los lados y el decorado de marquesina talladas que hace que no pueda ver el techo. Han pasado más de diez años desde que se sumara a esa guerra y sigue durmiendo como si fuese una niña.

Se incorpora con vehemencia, arranca los doseles de las manos y realiza una convocatoria: no funciona. Porque ya no es una oscura, ya no tiene los poderes de su clan ni tampoco es miembro de la Orden del Fénix. Suspira, intenta no nublar sus propios pensamientos. En lugar de eso, tiene magia, de la normal. Toma su varita y realiza un profundo corte, como si fuese una espada de fuego. La marquesina cae y los postes quedan seccionados por la mitad. El sonido es atronador.

Catherine respira con dificultad pero no ciega en su trabajo. Podría simplemente haber ordenado que le trajesen otra cama, en lugar de destruir propiedad de su familia. Lo sabe, es una adulta, pero hay algo satisfactorio en todo ese proceso, que la mantiene enganchada y ciega. Cuando ha terminado su labor, la cama no es más que una cuja mugrienta. La detesta. Así que la hace levitar hacia el patio y la quema. Si se trata de pilas funerarias, ella es la mejor para hacerlas.

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 Freya tiene los ojos como platos.

Observa el caro colchón de factura inglesa y la moderna cama de madera con respaldar mullido como si viese un fantasma. Ella tendría que haber notado la hoguera del día de ayer... ¿o no? ¿A pesar de ser una elfina? Catherine intenta no cuestionarse demasiado, fue en medio de la noche y se había encargado de borrar muy bien las huellas del asunto. De todos modos, la casa estaba plagada de brujas y magos talentosos. Lo notarían, tarde o temprano.

—¿Sí?

Los bordados de su pijama están corridos, tiene el cabello enmarañado y los ojos enrojecidos pero está segura de que no es eso lo que alarma a Freya. Es el parecido: a cuando ella estaba completamente enloquecida. Catherine siente ganas de reír, cuando su mirada encuentra el fuego extinto en la chimenea. Luce ennegrecido y no le agrada.

—Ama Catherine —la elfina se inclina en un ángulo que hace que su rostro no sea visible—. La solicitan en la mesa, para desayunar.

La bruja frunce el entrecejo, hasta ver la misiva que la elfina deja en su mesa. Toma la carta con ansiedad, intenta no pensar en su contenido si no hasta leerlo y, cuando lo hace, vuelve a sentirse vacía.

—Bien, bajo en quince minutos.

Toma un baño, se peina y acomoda el cabello en una trenza de diadema. Se coloca un vestido negro, ya habitual en ella; agrega un cinturón, las medias, las botas, la capa y el colgante. Se mira al espejo e intenta ignorar las ojeras. Se vuelve hacia la puerta y baja hasta el comedor.

—Huele bien —Bel, Lynn y Ironwood ya se encuentran allí. Justo entre ellos, también está Jank. Catherine lo evalúa sin decir nada: más marcas, puede verlo con claridad, más cicatrices que quizá otros encuentren invisibles pero no para ella—. Buen día a todos. Buen día Jank.

Se vuelve hacia una de las sillas laterales, decidida a no ser la co-anfitriona de esa interminable mesa de roble, si no sentarse junto a sus familiares. Coloca la capa en el respaldar de la mesa y toma un bollo de mantequilla y un poco de té.

—¿Tuviste un buen viaje? —pregunta sin mirarlo a los ojos, mientras arranca un trozo del panecillo con los dedos. Ella ignora que Bel ya le había hecho preguntas, por lo que solo deja que se apilen sobre él y toma su primer sorbo de té. 

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  • 2 meses más tarde...

Scott Ironhills.

 

 

Estaba calado hasta los huesos. La lluvia incesante no dejaba de caer de un cielo completamente oscurecido aunque aún faltarán horas para el anochecer. La tormenta lo había recibido al llegar al aeropuerto y lo acompañó en todo el trayecto en taxi desde Londres a Ottery, aquel pequeño pueblo medio escondido en la campiña inglesa. 

 

Era su primera visita a Inglaterra y si el estereotipo del mal clima no era más que solo eso,un estereotipo, el castaño pensaba que tenía unos zapatos llenos de agua que podrían debatir la idea. Pero aún así apretó los dientes, inclinó la cabeza y continuó con el largo ascenso por el peñasco. 

 

El ancestral castillo de la familia Evans McGonagall se alzaba orgulloso en las afueras del pueblo, en medio del profundo bosque coronado la cima de una desfiladero de roca que se elevaba varios metros por encima de las copas de robles y abedules. 

 

Un camino serpenteante de tierra llevaba directo a la entrada del castillo pero antes uno debía ascender, no había grandes pendientes pero aún así el camino era largo y el bosque que se extendía en los alrededores también crecía sobre las laderas, acompañando el sinuoso ascenso de los visitantes, volviendo todo más sombrío. 

 

Pero a pesar del tiempo, el cansancio y el frío, la expectativa de conocer aquel nuevo mundo al que recientemente se enteró pertenecía le infundía ánimos que se anteponían a las inclemencias. 

 

Scott llevaba una vida normal hasta un mes atrás, cuando se enteró de que era un mago. Normalmente la noticia lo tomó por sorpresa en una primera instancia ¿El? ¿un mago? ¿Parte de ese grupo que se había revelado al mundo hacía menos de un año? No era posible, él solo era un policía en Massachusetts, compraba en Walmart, vivía en una pequeña casa en los suburbios y tenía un gato de mascota, una típica vida promedio. 

 

O esa fue su primera reacción, pero después de beber un par de latas de cerveza para ayudar a calmar la impresión comenzó a recapacitar y recordar, y se percató de que por más de que se viera como una persona promedio viviendo una vida nada especial, muchas situaciones anormales e inexplicables lo vieron involucrado de alguna u otra forma. 

 

Quería saber más, conocer aquel nuevo mundo del que formaba parte y creía que algunas respuestas a sus muchas dudas las encontraría en la familia mágica de la cual su magia descendía.

 

 

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