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Castillo Evans McGonagall (MM: B 97458)


Syrius McGonagall
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— Sucede que como bien dicen, las malas noticias llegan solas querido Albus —alcancé a decirle a mi sobrino en un susurro, en medio de aquel incómodo silencio que se había instalado ante la presencia del misterioso recién llegado.

 

No era una gran observadora pero las señales de nerviosismo en el sujeto eran evidentes. Tampoco me pasaba desapercibido las varias cicatrices que delataban la dura vida que había tenido que enfrentar hasta entonces ¿pero era por causa de una guerra como la que Ottery vivía? ¿o algo más mundano como pertenecer a grupos de sicariato, estafa o delincuencia común?

 

Tras escucharle hablar, todavía muchas de las dudas seguían sin disiparse. El hombre había dejado en claro que Andrómeda lo había enviado allí, haciéndole notar que nuestro hogar era seguro. Entonces sí, era un fugitivo. Pero sus noticias al parecen eran tan graves, que aun con sus tartamudeos, insistía en que solo los patriarcas oyésemos la totalidad de la información que poseía.

 

Eché un vistazo entonces al resto de presentes. Detestaba en momentos como esos, cargar con el peso de ser la "cabeza" de la familia, y no poder tan solo seguir allí con Kutsy disfrutando de la celebración, pero el asunto era a todas luces urgente, y en realidad, con un poco de suerte, si conseguía solucionarlo rápido, podría tener chance de regresar.

 

Con ello en mente, abracé a mi ahijada y luego avancé hasta el hombre, a quien di una mirada de pies a cabeza.

 

Accederé a tu petición y hablaremos en el estudio. Desde que llegué a este castillo, jamás le negamos el apoyo a quien lo solicitase, y no seré yo quien rompa esa noble tradición. Soy Bel Evans McGonagall
— miré fijo al hombre intentando ver si mi nombre le generaba algo, por si lo habría oído en boca de Andrómeda, y luego de esa examinación giré la cabeza en dirección a Edward— y este es mi hijo Edward, también patriarca de la familia.
¿Él se animaría a venir también? Sabía que la relación con Andrómeda no había terminado nada bien, y por tanto todo lo que quisiese fuera estar al margen, pero aun así, debía hacerle la pregunta.
— ¿Vienes con nosotros hijo, o prefieres quedarte?
La decisión estaba en sus manos.

 

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  • 2 semanas más tarde...

La miró abriendo los ojos de forma desmesurada, con el iris azul enfocado en la nada. Una hueca risa brotó de sus labios, acompañando el ladeo de su cabeza.

 

- ¿Darme cuenta? – repitió – Yo sé que mi madre … mis madres… mi familia me ama, de eso nunca dudaré – contestó erguida frente al cuadro, con el largo cabello azabache enmarcando su demacrado y níveo rostro - Pero …

 

Y calló. De que servía traer el pasado de vuelta. Only se había marchado hacía muchísimos años, Max ahora era un pequeño niño que entendía mejor la situación … quizás más de lo que ella era capaz de explicarle … y sin embargo, aún así la soledad a veces la ahogaba.

 

- No es mi derecho a este lugar lo que me trae aquí … Ni tampoco es mi intención el exigirte algo –respondió siguiendo apenas el hilo de aquella conversación – Yo solo quería saber … entender que fue lo que pasó, que me quitó a mi madre – murmuró, sintiendo la garganta cerrarse por un instante.

 

Una imperiosa necesidad de salir de ahí embargo su ser pero antes siquiera de hacer algún movimiento un leve aroma a hierba inundo su sentido olfativo … <el aroma que despide un aura> pensó.

 

Por alguna extraña razón no sintió amenaza alguna en aquella presencia que deseaba pasar desapercibida, por lo que intentó apartarle de su mente sin que sus manos siguieran estrujando el relicario que pendía de su cuello.

 

- En fin – continuó – Si no quieres abordar el tema, no … no insistiré – completó apartando la mirada de la cara de la Evans para fijarla en la totalidad del cuadro – Max quiere conocer a su abuela y yo quiero que conozca a esta familia – mencionó, puesto que la Potter Black le había visto nacer. – Además, quiero saber si tengo más hermanos, quiero conocerles, quiero formar parte de sus vidas … ¿Me ayudarás a que nos acepten? – inquirió fijando la vista en la cara de su madre, esperando ansiosa una respuesta.

 

 

 

 

 

 

 

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Aceptación.

 

Era una palabra dura. No porque Pandora no comprendiese de dónde provenía si no porque no sabía definirla en términos mortales. Significaba una pequeña cosa para cada persona, podía ser tomada de maneras muy serias o muy impersonales. Era una acepción peligrosa. Temía dañar a su propia hija. Su cabello de blancos y azules entremezclados cubría uno de sus ojos y el otro observaba a Lillian con intensidad. La copa de sangre había quedado olvidada.

 

—Lo siento Lils —las palabras salen de su boca antes de que pueda detenerlas porque ¿tiene acaso un cuadro ese tipo de control? ¿O es sólo que está cansada de guardarlas?—. Nunca fui una persona tan fuerte.

 

Quizá no era del todo cierto. Lo había sido, alguna vez. Siempre que había sentido la imperiosa necesidad de defender algo. Sus padres primero y luego su hermano. Después, había estado su propio orgullo, fuerza, imagen, fortaleza. Se había defendido a sí misma, aún siendo una muchacha humana. Después, cuando cayó a causa de la guerra, había encarado la inmortalidad con el aplomo de quien se resigna a ser dejada atrás por el mundo mortal.

 

Todo eso había cambiado con la llegada de Armand. El vampiro, había conseguido que dependiera de él a tal punto, que Pandora nunca más había vuelto a ser la misma. Deseaba ser salvada por él, desechada, echa pedazos, incluso convertirse en una hoguera o una prueba de fe. Mas nada de eso había sucedido. Cuando el amor entre dos inmortales no fue soportable, él abandonó todo lo demás y Pandora entendió que había llegado la hora de las campanas.

 

Había estado más viva que muerta desde entonces y hasta su llegada a Ottery.

 

Luego, habían llegado los recuerdos de todos aquellos hombres mortales, que había amado con brevedad, intentando escapar del vacío, intentando volver a implicarse, volver a ser humana o disfrutar de la ilusión efímera de ser una. Rostros que cruzaban su camino convirtiéndose en personas importantes: Ania, Lils, Madeleine. Jank... cuánto debía él despreciarla. Cuánto derecho tenían a despreciarla, todos. Aún ahora, sólo siendo un simple recuerdo, un retazo opaco de su propia alma (¿porque qué era después de todo?) las ganas de vivir no eran suficientes.

 

La Orden del Fénix había sido un fuego quieto y perenne en su interior, haciendo que sus fuerzas alcanzaran, cuando tenía tantas espaldas qué cubrir, cuando la necesidad de luchar la había obligado a olvidar el desfallecimiento; compañeros de risas, de llanto, de lucha, de dolor. Al final, sólo le quedaron las cenizas.

 

—Siempre fui más débil de lo que todos creyeron —su rostro no denota siquiera vergüenza si no más bien una vaga soledad que jamás parecía abandonarla a pesar de reflejar una luz inexpugnable en los rostros de aquellos a quienes amaba—. No debí confiarte a Only. Merecías alguien más fuerte que yo que no te dejara ni por un instante.

 

Deseó decirle cuánto deseaba ver al pequeño, que supiera que deseaba compensar así fuera tan sólo un poco aquello que había perdido en el pasado, que por supuesto que podía conocerlos a todos, que ella mucho más que la propia Pandora merecía estar en ese pasillo y que eso era algo más que natural pero sólo una frase salió de sus labios.

 

—Catherine —la voz era casi un susurro—. Llámalos a todos.

 

El cuadro vibró sobre la pared pero no sucedió nada más allá de eso. Sin embargo, así como la propia Lils debió sin duda sentir un escalofrío en la espalda y un quetzal aparecer ante ella diciendo que se requería su presencia en el pasillo del castillo Evans McGonagall, así también lo recibirían los demás. Todos tendrían el derecho de negarse o decidir no aparecer. Ignorar su llamado.

 

Así que la única pregunta que quedó colgando entre ambas fue "¿vendrían?"

 

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Y Madeleine sonrió. Las cicatrices en su rostro se tensaron y se remarcaron, pero, por un efímero segundo, con el brillo de sus ojos y lo suave de su expresión, fue hermoso. Entonces, soltó una sonora —y para nada agraciada— carcajada, y sacudió la cabeza, sin parar de reír.

 

Hace un par de meses, no habría tolerado recibir un mensaje de Cath. Sus últimos encuentros, luego de que rompiera su varita, no fueron para nada agradables. Madeleine, sin embargo, siempre reconoce sus culpas... tarde, pero siempre termina haciéndolo. Por eso, es una locura que ahora se sienta feliz de haber recibido un mensaje de su madre. Quiere pensar que sus intentos de enderezar su vida han rendido frutos. La sobriedad le ha dado más claridad y más estabilidad mental que las propias lecciones de Aaliyah Sauda, mientras que el ejercicio físico la relaja —y la cansa lo suficiente como para no salir a patrullar por Ottery y el Diagón, durante las noches de insomnio—. Todavía tiene pesadillas. Todavía es incapaz de sentirse en paz... pero, poco a poco, cree volver a sentirse normal.

 

No se le ocurre que, quizás, sea muy pronto para volver a ver a Cath, luego de tanto drama; por el contrario, se siente bastante confiada. Se levanta de la cama con una determinación que hace tiempo no sentía, e incluso se baña con entusiasmo y se lava el cabello. Al salir de la ducha, se viste con una camiseta gris, unos vaqueros desgastados y un cárdigan de lana gris; además, se calza sus botas de combate y se desenreda el cabello para echarlo tras su espalda, y dejar que se seque con el aire, en el camino.

 

Madeleine conoce muy bien el camino hacia el castillo Evans McGonagall. Como de costumbre, se le hace un nudo en la garganta y siente una opresión en el pecho; aún así, camina con paciencia por el sendero, disfrutando incluso de las vistas del bosque y los terrenos. Repentinamente, le vienen recuerdos de la boda de Bel y Garry, muy difusos debido al alcohol; ya ni siquiera recuerda qué fue de ella luego de la ceremonia. Espera que les haya ido bien, pero decide que no quiere pensar en ellos. No le gusta el tema de las parejas y las bodas. «Ni siquiera tengo treinta, y ya soy una solterona». Tras cruzar las puertas de entrada, atraviesa el patio central en dirección al este, donde está el castillo. Ese lugar es exageradamente grande... con razón, todos esos magos y brujas que viven en enormes castillos y mansiones suelen ser delgados; debe ser un gran ejercicio, el simple hecho ir de la sala al dormitorio, y de allí al comedor.

 

Divirtiéndose con esos pensamientos, llega al pasillo que describió el quetzal de Catherine. Sin embargo...

 

«Ésto tiene que ser una muy mala broma».

 

Pero ¿no debería estar acostumbrada? ¿Qué aspecto de su vida no es una broma de mal gusto?

Editado por Eileen Moody

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Escuchó en silencio cada palabra tratando de encontrarle el sentido a toda esa platica, sin embargo, apenas y llegaba a comprender de dónde es que provenía esa avalancha de verdades.

 

- No tenias porque serlo - corroboro sonriendo con desgana y sin sentirse capaz de poder decir nada más. El peso de aquella confesión estaba a punto de derrumbar la poca contención emocional de la que era capaz, no obstante, la que esperaba fuera la última mención de Only llegó, arrasando con la poca determinación que le quedaba.

 

Gruesas lágrimas rodaron por sus pálidas mejillas y en un intento por ocultarse, agacho su rostro hacia el suelo dejando que las cortinas de ondulado cabello cubrieran su cara mientras sus manos se aferraban frenéticas al medallón en su cuello. Un suspiro cargado de melancolía y frustración escapó de sus labios pero de inmediato se forzó a morderse el labio inferior para contener cualquier otro sonido.

 

- ¿De qué sirve el lamentarse, madre? - inquirió con la voz entrecortada - Yo nunca he podido con la soledad - admitió recordando los amargos días de encierro en la mansión Potter Black - Pero también admito que fui una hija egoísta que debió haberte buscado a tiempo, debí haber cumplido con mis obligaciones para con esta familia también ... debí mantener a mis hermanos juntos ... Y sin embargo henos aquí, veme aquí buscando respuestas y hasta un perdón por todo aquello que desperdicie con mi ausencia.

 

Aun con las mejillas mojadas, se acercó al cuadro rozando la tela con la yema de los dedos tratando de demostrar la sinceridad de sus palabras, ya que su postura hasta ese momento decía lo contrario.

 

Y ahí estaban, las palabras mágicas que le infundieron nuevos ánimos y una certeza de que todo podía mejorar para bien.

 

Un escalofrío confirmó la veracidad de la situación seguido de la aparición de un majestuoso quetzal, acto que logró sacar un quedo wow de su garganta.

 

- Sabes que mi patronus siempre ha sido un quetzal - comentó tratando de aligerar el pesado ambiente que se había creado entre ambas - No si los patronus se hereden pero es otra cosa que tenemos en común - soltó, estremeciéndose al detectar una nueva aura en el castillo, antes de percatarse de la presencia cada vez más cercana de una chica vagamente familiar.

 

 

 

 

 

 

 

 

P.s. Me faltan acentos y demas pero no se como ponerlos en el loco teclado de una lap lenovo, si alguien sabe, agradeceria su ayudaaa! :cry: :cry:

 

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Editado por Lillian Potter Evans

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Pandora S. Evans McGonagall

—Es cierto.

 

Por supuesto, se refiere a que no sirve de nada lamentarse. Ella lo había hecho constantemente en el pasado y no funcionaba. Sólo se salía y entraba en un ciclo sin asidero. No quería que su hija sufriera pero quizá fuese necesario que derramara esas lágrimas. Su interior era un conflicto y las emociones, intensas, como siempre habían sido.

 

—Nunca tuviste que hacer nada para merecer derecho alguno aquí —replicó simplemente Pandora, mirando a Lillian como si no hubiese sido alguna vez un ser que hubiese caminado entre los vivos, tan inalcanzable como lucía ahora su hija a pesar de haber tocado la tela del cuadro—.Siempre lo tuviste, lo quisieras o no.

 

Sonrió. Era una sonrisa genuina e incluso se atrevió a mencionar que dudaba que fuese cosa hereditaria si no que quizá significaban algo especial para ambas, cuando notó otra figura tras Lillian. Su pecho se contrajo de repente porque supo enseguida, por el cambio configurado en su rostro que esa reunión iba a ser totalmente distinta. No lágrimas de disculpas, no negociaciones. Quizá, el pedido que había realizado en un impulso, era en realidad algo imperdonable. No supo qué decir.

 

Tras la figura, vio algo incluso peor o quizá es que competían en horror para ganar su atención: el rostro delgado y macilento de Catherine, envuelta en una capa de amplia capucha, que le cubría todo el cuerpo. Tan sólo la punta de un par de botas negras y los ojos brillantes y hundidos asomaban además de la porción de rostro que dejaba ver su piel clara. Bajo la capa, llevaba sólo una túnica del mismo tono oscuro.

 

Oh, vidas arruinadas. La historia de su paso por la tierra. Un par de ojos que la veían desde un pozo insondable de oscuridad, de vacío. No, la mirada de Madeleine, eso aún tenía algo de humano y vital pero ¿qué demonios le había sucedido a Catherine? Y eso sin tener en cuenta que en realidad, ambas lucían más allá de todo retorno. Su voz sonó hueca cuando dijo:

 

—Madeleine... —no pudo agregar nada más. Sintió que si lo hacía, su voz se quebraría o haría algo est****o y lo arruinaría de peor forma, si acaso eso era posible. Así que en su lugar, vio tras ella, a Catherine, que no decía nada ni parecía dispuesta a reclamar nada. Como si todo ese asunto, fuese cosa que en nada a ella le afectara o correspondiera, así que dijo— no, Cath ¿podrías llamar a mi hermano?

 

Tan sólo un asentimiento y una floritura. Entonces, un nuevo patronus, que fue dirigido para Richard, llamándolo, al igual que habían sido llamados todos los demás. Es sólo que había algo raro muy extraño respecto a ese patronus. Si Pandora hubiese conocido la magia Uzza, habría sabido enseguida que Catherine no realizaba un patronus en realidad, si no que reforzaba su magia con lo aprendido en los libros que había conseguido, de forma que conseguía convocarlos, aunque sólo fuese temporal. Porque para Catherine, crear patronus era cosa del pasado. Mas Pandora no lo sabía, así que tan sólo creyó que quizá sus recuerdos felices estaban algo debilitados pero ni por un segundo consideró la posibilidad de que el alma de la mujer que tenía ante ella estuviese arruinada por la nigromancia hasta el punto de ya no poder generar una magia que antes había sido para ella natural.

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- Creo que no necesitaba una reiteración - comentó quedamente con un amago de sonrisa en los labios. - Max esta en mi cuarto al cuidado de Pallas - menciono, antes de voltear para quedar frente a la bruja que acababa de llegar.

 

Una vaga sensación de familiaridad embargo sus sentidos, no obstante prefirió utilizar la cortesía como primer paso, Pandora ya tendría tiempo de explicar el parentesco que les unía, si es que había alguno.

 

- Soy Lillian Potter Evans - se presentó tratando de recobrar un poco de la serenidad perdida - Gusto en conocerte - terminó extendiendo su nívea diestra en señal amistosa. Sin embargo, y antes de proseguir con cualquier otra palabra, una energía oscura se hizo presente logrando crispar el vello de los brazos de la sacerdotisa, no obstante, al no distinguir entre amiga o enemiga prefirió ahorrarse cualquier comentario, prestando más atención a las palabras que Pandora les dirigía.

 

<¡Con que ese es su nombre!> pensó sin apartar la mirada de aquella chica. No lograba discernir del todo si la expresión en la cara de Pandora, Madeleine y ¿Cath? era de desconcierto, incomodidad o una mezcla de eso y mucho más, por lo que el silencio que se instaló entre ellas sirvió para recomponerse por completo, a sabiendas de que el aura que trasmitía decía todo lo contrario a lo que su físico proyectaba.

 

Y espero.

 

Quizás cuando aquel momento pasara, o cuando más gente llegara <si es que los había y más sorprendida no podría estar> todo aquello quedara en el pasado y la plática amena comenzará ... o al menos eso deseaba...

 

 

 

 

P.s. 0 inspo y seguiré esperando que alguien más se nos una ... O es que todos me odian y nadie quiere conocerme????? :cry: :cry: :cry: :cry: :cry: :cry: :cry: :cry:

 

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—Ella es tu hermana.

 

La voz de Catherine era baja pero audible. De cierta forma, se parecía un poco más a la de Richard que al estruendo que había sido en el pasado, cuando había tenido la energía de un vendaval y se había desplazado con desparpajo por Londres. La mayoría allí no lo sabía pero era el tono aterciopelado de la muerte.

 

Sus palabras, no sabía si finales o iniciales, estaban dirigidas tanto a Madeleine como a Lillian. "Medio hermanas" era el término correcto, como casi siempre cuando se trataba de Pandora, pero Catherine no se molestó en agregar los detalles específicos. Tampoco se acercó, casi como si no quisiese violar el círculo que parecía destinado a esa pequeña reunión familiar. Se le ocurría que la mayoría no vendría. Había pasado ya demasiado tiempo desde la última vez que Pandora los llamase de esa forma. Sintió pena por la mujer vampiro en el cuadro.

 

Recordaba todavía la figura de su alma, cuando había ido al mundo de los muertos ante los encargos de Báleyr. Callada, sin deseos de sangre, etérea y sin ningún tipo de mensaje más que la voluntariosa energía que le había insuflado para tomar un paso importante. Muy distinta al cuadro que veía ante ella en esos momentos.

 

Sabía que lo más correcto habría sido dirigirse a Madeleine solamente. Buscar su perdón o tal vez tan sólo saludarla de forma adecuada, agradecer su apoyo en momentos en donde no había sido dueña de ella misma ¿habría notado ella su vacío? ¿La destrucción de la maldición que la había atado a Káiser a través de ese anillo de bodas negro? Tan sólo una marca blanca en su dedo anular -en forma de argolla- era testigo de su existencia en el pasado. Madeleine... que la había visto desquiciada, como un muñeco de trapo ¿le guardaría rencor una vez más por ese frío reencuentro o entendería el significado que subyacía bajo su actitud? ¿Se preguntaba siquiera por ello o sólo tenía ojos para el horror colgado en la pared?

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El repentino silencio cesó, y una mujer de unos treinta años tomó la voz. El joven detectó de inmediato que se trataba de una de las personas que llevaba la directiva en aquel esplendoroso lugar, por lo que prestó suma atención a su postura y aspecto físico. Hablaba con una seguridad que no parecía propia de una persona tan bajita, no obstante, este detalle contrastaba con un par de cicatrices que podían observarse si estabas atento.

 

Deodoro no supo muy bien que pensar al respecto. ¿Acaso compartirían, de alguna manera, algo en común? Es decir, su aspecto tampoco era tan delicado: las cicatrices que marcaban su rostro se replicaban en varias partes de su cuerpo, e incluso, algunas heridas aún no cerraban del todo, teniendo unas vendas precarias sobre las mismas para contener el sangrado constante aunque leve.

 

Al parecer nadie más se les uniría, por lo que siguió a quien se presentó como Bel Evans McGonagall por los pasillos del castillo, hasta llegar a una de las múltiples y tranquilas salas. De pronto Deodoro se percató de que no corría más un rumor suave como lo había por el camino, y se preguntó cuantas personas (y criaturas) rondaban por aquel sitio para que nunca pareciera estar en silencio.

 

-De acuerdo. Por... por dónde empiezo - susurró el mago una vez tomo asiento y comenzó a hilvanar pensamientos. Eran muchas cosas por contar, muchas de ellas inconexas debido a que su memoria estaba algo trastocada (por no decir algo trastornada) producto de la magia, y por qué no, del trauma.

 

"Andrómeda y yo fuimos compañeros en Hogwarts. Fuimos buenos amigos, y tuvimos una buena relación durante la escuela. Luego crecimos... y el típico destino nos llegó: no volvimos a contactarnos una vez terminamos los estudios. No sé que fue de ella hasta hace unos meses atrás, cuando me encontró"

 

Paró brevemente para tomar aire, y mientras se estrujaba nervioso las manos miró en rededor, temiendo que los magos que lo tuvieron cautivo todo ese tiempo apareciesen de la nada listos para torturarlo una vez más.

 

"En cuanto a mí, apenas terminé la escuela estuve viajando por Europa. Recorrí varias comunidades mágicas, en el afán de interiorizarme un poco en sus culturas y conocer sus historias. Hasta que un día caí en el lugar equivocado. Precisamente, el pueblo de Andrómeda.

Las cosas allí son muy duras. Los muggles casi se mantienen aislados del resto de la comunidad, y los pocos magos que hay niegan sus poderes. Es decir, conocen su magia, saben como usarla, pero no la muestran. Y con justa razón."

 

La historia estaba llegando a tal punto de intensidad, que el joven moreno tuvo que levantarse y pasear un poco. Respiraba agitado, como si hubiese estado corriendo maratones.

 

"Allí me atraparon. Un grupo.... no sé bien. Me vieron con la varita en mano, no sé en que momento, y en la entrada de mi hospedaje me raptaron. No sé cuantos meses pasaron."

 

Su voz tembló en la última oración, y sintió que el llanto llegaba hacia su garganta y ojos. Había pasado tanto terror en todo ese tiempo, y jamás mostró ni un segundo de debilidad, salvo tal vez por los temblores, la voz quebrada... pero llorar, era la primera vez que lo hacía en meses. Lentamente y con el rostro húmedo por las lágrimas, se quitó la capa y la sudadera vieja que apenas lo abrigaba. Todo su torso y espalda estaba lleno de marcas con símbolos extraños que no podía reconocer.

 

-Ahora tengo esto como recordatorio de lo que pasó. Y lo más paradójico es que no recuerdo como ocurrió.

 

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  • 2 semanas más tarde...

«Qué bien me sentaría un trago», es lo primero que Madeleine piensa. Aunque le gustaría observar la escena, intentar comprenderla, baja la mirada y clava los ojos en las puntas desgastadas de sus tenis. Aunque pasen los años, aunque esté muerta, aunque sólo la vea en retratos o como fantasma, Pandora tiene ese efecto en ella; Madeleine, inevitablemente, siente que es nuevamente una joven de diecisiete años con el sueño no-tan-secreto de ser querida. Cierta vez, Catherine le dijo que Pandora fue quien tuvo la culpa del daño que sufrió pero ¿no se lo buscó la propia Madeleine, lanzándose hacia una mujer que no la buscó durante tantos años? La sobriedad le da lucidez... pero, en el fondo, tiene la infantil necesidad de culpar de Pandora, a Kris, a Catherine, a todos menos ella.

 

Sólo alza la mirada, cuando escucha la fina voz. Es una bruja joven y bonita, quizás de una edad cercana a la suya. ¿Quién rayos será y por qué le habla? No es que ella sea alguien a quien la gente se acerque naturalmente.

 

—Madeleine Moody —responde con su característica voz ronca y su acento escocés, estrechando con un poco de torpeza la mano nívea. Por un momento se apena de las cicatrices, pero el sentimiento desaparece rápidamente.

 

La breve sensación oscura, de magia negra, hace que vuelva el rostro hacia Cath.

 

—Pero, bueno —murmura Madeleine, olvidando por un momento a Pandora—, ¿qué demonios te pasó? ¿Estás bien?

 

Al principio, Cath no parece hacerle mucho caso y se limita a presentarla "formalmente" con Lilian. Su hermana... La última vez que conoció a otra de las hijas de Pandora, la situación no fue nada placentera. Todavía recuerda vívidamente el momento, pues entonces no abusaba del alcohol, y siente que su odio —y, quizás, envidia— hacia Aylin Stark sigue muy vivo. Sin embargo, esta muchacha no es una vampiro. Lo cierto es que tiene un aura muy viva y muy pura. Tiene que tratarse de una sacerdotisa. Madeleine no puede evitar preguntarse si notará su aura ensombrecida por la magia negra, debido a su alianza con la Orden Oscura.

 

—¿Y entonces? —replica con impaciencia y brusquedad. Sin embargo, no se dirige ni a Lilian ni a Cath; la primera hasta hace poco era una desconocida, y la segunda no la habría llamado, piensa, para algo relacionado con Pandora. Por eso, dirige su penetrante mirada al retrato— ¿Qué, querías una reunión familiar?

 

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