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♦ Zarathustra ♦ (MM B: 111472)


Jeremy Triviani
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El castaño mojó la pluma en la tinta negra por quinta, antes de empezar a escribir. Se le hacía muy difícil expresar las palabras claras entre tantas cosas que debía poner. A su alrededor los bollos esparcidos de pergaminos maltrechos empezaban a mimetizarse con el color del piso de tela clara. La última vela que poseía, estaba llegando a su fin y Oliver no terminaba aun de escribir la misiva que debía enviar. No se dio por vencido, hizo un bollo el pergamino que terminaba de escribir para comenzar otro.

 

 

"Frances:

Me urge verte. Tenemos asuntos pendientes que discutir. Te espero en el negocio Zarathustra, mañana antes de que caiga el sol.

O. G."

 

 

 

 

 

Las dudas sobre si acudiría lo hicieron temer lo peor. Pero fue un segundo, luego sello con cera el pergamino y salió de la Tienda Mágica que había adquirido hacía pocos días. En un bosque cercano a la estación de King´s Cross le servía mucho como vivienda temporaria. Ya se había cansado del hotel con sus límites. Su terreno era el aire libre donde podía moverse a voluntad. Caminar hasta encontrar una lechuza no fue pesado, y luego de enviar el mensaje, aun le quedo tiempo para ir a cenar antes de cerrar aquel día.

 

A la mañana siguiente, Oliver aprovecho para hacer sus investigaciones sobre dragones azules. No había en las enciclopedias mágicas, mucho material sobre aquella especie, y pocos mitos los relacionaban a los océanos. ¿Existiría un dragón acuático? Llevaba pocas notas en su cuaderno sobre información verídica. La mayoría era incomprobable. él tenia las leves sospechas que un gen se había fundido con otro y habían mutado a una pigmentación de piel distinta.

 

Apenas estaba dando los primeros pasos en su investigación, pero antes debía resolver un asunto personal. Se vistió con una camisa blanca de mangas largas, un pantalón de gris de franela, y zapatos negros. Un aspecto relajado para no dar a entender mensajes equivocados a la primera impresión. Recordó que la bruja lo había visto borracho exclamando amor a los cuatro vientos, por lo que no se impresionaría con la ropa que vistiera.

 

-Tranquilo -Murmuro abriendo la puerta del Zarathustra para ingresar.

 

El ambiente era animado, no había muchas personas pero las pocas que había, cantaban en voz alta o hablaban con su compañero de mesa como si estuviera en el otro extremo de la sala. Oliver se refugió en una de las mesas cerca de la ventana para poder observar todo paso a paso. Pidió a la mesera una jarra de vino especiado con miel y condimentos, y dos vasos. Luego le pago el importe agregando unos knut de propina.

 

 

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Había tenido un maravilloso día. Enero ya comenzaba el cenit de sus días y la estela de todo lo sucedido en el consenso navideño estaba desapareciendo de mi mente. Ya no pensaba en él. No tanto. Mis padres casi no pasaban tiempo en el castillo, por lo que no había tenido quien me molestara con sus regaños y castigos, hablando específicamente de Jeremy, quien al parecer creía que ese era su único trabajo conmigo. Gracias a los dioses que no se había enterado de mi pequeña aventura en Noruega...


Como decía, había tenido un maravilloso día. Trabajar en el Ramen Kingdom por las mañanas y parte de la tarde resultaba el mejor distractor, y a veces, como hoy, decidía quedarme hasta la noche ayudando a poner todo en orden con los pendientes del día siguiente, por lo que llegué al castillo exhausta y con gran deseo de una ducha caliente. Me tomé la libertad de robar un poco de "vino especial" del pequeño escondrijo de mi padre, ese que usaba siempre que su prometida le visitaba. Estaba tan relajada que podía incluso augurar una noche de sueño profundo. Ojalá la felicidad durara para siempre.


Pero ¿como era que decía aquélla historia muggle?, ah si: "¿Cuanto tiempo es para siempre? A veces, solo un segundo."


Estaba terminando de ponerme la pijama cuando su lechuza aterrizó en mi ventana; dado que la tenía cerrada picoteó varias veces el cristal hasta que me di por entendida. La misiva era apenas un pedazo de pergamino doblado a la mitad y tan solo leer mi nombre de aquélla manera ya era tema de disgusto. Las siguientes dos líneas me provocaron una punzada en el estómago, mientras que las iniciales del remitente fueron el detonante de una jaqueca que me duró toda la noche.


Me había encontrado. Nuestro pequeño encuentro en Noruega había sido inesperado, y yo había salido huyendo sobre mi Thestral cuando mi poción de multijugos había vencido su efecto. Estaba segura que él había alcanzado a ver mi rostro, pero no me quedé a dar ninguna explicación. La situación se me había salido de las manos, y no había contado con que me invadiría un interés aventurero por participar en las actividades del consenso. Fui tan insensata, y por supuesto que las consecuencias debían aparecer en cualquier momento.


Me levanté temprano, apenas unas horas después de lograr conciliar el sueño, y me dispuse a seguir mi rutina diaria de las últimas dos semanas. Me vestí unos jeans gastados y una camisa a cuadros color azul que resaltaba mis ojos y las mechas de mi cabello rubio, con un cinturón marrón a la cintura sobre ella; además de las botas y una capa que me abrigaba bien del frío. Pasé parte del día en el negocio, salí por unas horas a deambular en Londres, y regresé a tiempo para hacer las cuentas y cerrar el restaurante. Me había esforzado tanto en no pensar en la carta que en cierta manera había logrado olvidarlo, hasta que pasé frente a la fachada del negocio de mi padre. Era curioso que Oliver me citara allí, ¿sabría también de mis orígenes?.


El Gaunt no me iba a hacer huir esta vez. Me gustaba Londres, y comenzaba a disfrutar de la vida que había comenzado en Ottery; mi nuevo trabajo, y estaba también el asunto de Thomas, ¿que tal si le daba la gana de regresar y yo no estuviese?. El mago tenía razón, teníamos que discutir nuestro asunto y terminar con aquéllo de una buena vez, de modo que tomé valor y entré en el Zarathustra. El sol aún no se ponía en el horizonte por lo que estaba puntual para la reunión.


Y allí estaba él, en una de las mesas junto a la ventana del lugar. El negocio estaba concurrido a esa hora, pero Fighter se tomó la molestia de hacer a un lado lo que hacía para acercarse a recibirme y tomar mi capa; habíamos hecho una amistad rara en mis visitas al bar. Me agradaba.


—Me temo que alguien me espera, envenenaremos gente después. Los dioses saben que muero por hacer que alguien pague consecuencias—le indiqué, con un guiño —. Será rápido.


Al menos, era lo que pretendía: acabar con el tema, pedir el divorcio y regresar a la bodega con Fighter para alterar algunos barriles con magia. Me acerqué a la mesa de Oliver, notando que ya había pedido vino y había un vaso extra. ¿En serio esperaba una charla larga y fluida?.


—Bueno, aquí estoy —exclamé, tomando asiento en la silla libre —. Vayamos al grano, ¿que es lo que quieres?.





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El vino especiado no había logrado diluir el mal momento que se aproximaba. Oliver lo intuía como buen experto en el comportamiento de dragones. No estaba comparando a su esposa con uno, sino que tenían similitudes muy evidentes en ambas especies. "¿Cuando fue que casarme otra vez me pareció una buena idea?" Se preguntó haciendo una mueca de disgusto por las decisiones que tomaba bajo las influencias del alcohol. ¿O era que ya estaba harto de estar solo y quería compañía para sus aventuras?

 

La vio llegar tan natural como siempre, evaluó su vestimenta y su expresión facial en silencio. Ella saludo e intercambio palabras con mucho énfasis con el hombre de la barra, que extrañamente no había atendido a nadie, pero si se había acercado a atenderla en cuanto cruzó la puerta. Francés estaba jugando de local y eso conllevaba un problema de circunstancias. Era evidente que las coincidencias no existían. Cuando se acercó y le hablo, se tomó un segundo para saber cómo encarar el enorme problema que traían entre manos.

 

-Frances -Saludo, señalando la jarra sobre la mesa, ignorando descaradamente su pregunta - Pedí vino especiado con miel, creo recordar que esa combinación te gusta mucho...- "Tanto, que terminaste dándome un sí" Agrego mentalmente, sin atreverse, todavía, a soltar eso. Las condiciones no estaban dadas para un exabrupto tan rápido -Me agrada ver que la puntualidad forma parte de tus cualidades.

 

El mago tomo la jarra para volver a servir una medida exuberante en su vaso y otra de igual dimensiones para la mujer. Luego lo arrastro por la mesa hasta que estuvo delante de ella. La evaluó inquisidoramente con la vista antes de beber un trago de su vaso para refrescarse la garganta. Realmente estaba empezando a padecer ese encuentro, y eso que apenas empezaba.

 

-Bueno, ya no vamos a seguir dando vueltas, quiero que me ayudes en una investigación sobre dragones azules, yo creo que es una mutación producto de la mano de algún mago con habilidades parecida a las tuyas cuando juegas a ser dios, pero antes de hablar en profundidad de eso, debes saber que no voy a darte el divorcio –Sentenció con fingida calma.

 

 

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Existían muy pocas cosas en la lista de cosas que encendían mi mal genio de forma automática, y una de ellas era que me llamaran Frances. Aquélla era la segunda vez que Oliver lo usaba en un solo día, y tan solo escucharlo de sus labios me provocaba levantarme de la silla e irme, dejándolo allí plantado con su cara de estar estreñido. No obstante, me contuve, aspirando profundamente y exhalando, remarcando la impaciencia que soltaba fuera de mi cuerpo.


Miré el vino un segundo mientras me servía en el vaso —Me gustaba —aclaré, levantando la mirada hacia él —, no lo tomo desde la última vez que me provocó tal mareo que terminé casada contigo. Espero entiendas, y no te ofendas, si me rehúso a beberlo esta noche.


En ese momento Fighter ya estaba en nuestra mesa, trayendo consigo una bebida diferente para mí. El bartender sabía desde hacía tiempo mi problema con el alcohol, aunque jamás había profundizado en explicaciones, por lo que siempre me servía una variante de hidromiel virgen especiado que no tenía nada de alcohol pero que sabía delicioso. Le agradecí con una mirada y una leve sonrisa, tras lo cual regresó a la barra.


Mis ojos regresaron a Oliver. Era evidente que el encuentro estaba resultando demasiado incómodo para él, pues podía leerlo en su cara, en su postura y la formalidad de sus palabras, austeras de cualquier emoción. Le lancé una mirada interrogante, como diciendo "¿y bien... que estamos haciendo aquí?", la cual supo captar muy bien, pero las palabras que soltó después eran, por mucho, muy lejanas a las que yo estaba esperando escuchar. Aunque al final me lanzó una sentencia bastante confusa.


Me enderecé en mi asiento, mirándolo con incredulidad. Una genuina curiosidad por el tema de los dragones comenzó a hacerme cosquillas pero la ignoré como campeona. —No lo entiendo, Oliver —dije, suavizando mi voz, tratando de ver a través de sus ojos verdes por si había en ellos algún indicio que me ayudara a comprender —¿Que beneficio le encuentras a seguir casado conmigo?.


—Vienes y me citas aquí —continué, tras una pausa —, pidiendo que te ayude en una investigación, y demostrando que aún sabes como picar mi curiosidad apostándole a mis antiguas aficiones —capté su mirada, y corregí —. De acuerdo, no tan antiguas. Yo aún... pero ese no es el punto. Tú sabes que siempre me agradó trabajar contigo —admití —, eres un gran cienciómago y jamás dudé que llegarías a convertirte en el mejor draconólogo de la historia... Yo... no necesitaría pensarlo demasiado para volver a trabajar contigo, Gaunt.


Me sorprendí con la sinceridad de mis propias palabras, pero comprendí que realmente no tenía razón para ocultarlo. Si había huido tanto tiempo de él era porque entonces no comprendía del todo las reglas sociales. Ni las de un matrimonio.


—Comprendo que salir huyendo delató lo joven e inexperta que era, por no decir que ha sido mi demostración mas grande de cobardía —suspiré, bajando la mirada a mis manos sobre la mesa, que ya habían deshecho en pedacitos una servilleta —, pero no comprendo tu afán de mantener esa farsa.





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Oliver la escucho en silencio y no le creyó ni una palabra sobre que el alcohol ya no formaba parte de su vida. No, señor. No se iba a tragar ese cuento. No se inmuto cuando el amigo de Frances le trajo la bebida de niña buena. La incomodidad del principio, estaba desapareciendo junto a cada trago que pasaba por su garganta. La bebida le infundía valor. ¿Desde cuando lo necesitaba para hablar con una mujer? Nunca le había pasado. No era tímido. Pero aquella señorita no era cualquier mujer. Era su esposa a toda ley. Un gran comienzo de matrimonio.

 

-Los beneficios de las parejas casadas son compañía, amor, lealtad, apoyo... diría que muchos mas pero ya los conocerás -Respondió restandole importancia a la pregunta con sencillez, aunque le brillaron los ojos cuando escucho nombrar las aficiones pasadas. Como si todo lo que era antes, ya no existía y estuviera la nueva Frances ahí sentada delante de él.

 

El Gaunt evaluó de forma clínica a la mujer, mientras ella le hablaba como si fuera la voz en off de su mente. Pudo notar un leve nerviosismo con respecto al matrimonio y una señal de ello era la servilleta deshecha sobre la mesa. Sin contenerse mas, estiro la mano y tomó la de ella para apretarla en señal de comprensión. El contacto fue cálido.

 

-No vas a convencerme de que la Frances aventurera que hace experimentos importantes ya no existe y se revindico por algún motivo estrafalario -Replicó esperando que levantara la mirada para hacer contacto con sus ojos - Quiero seguir casado contigo porque no es una farsa. Honrare las palabras que di aquella noche y los papeles que firme. Tu destino esta ligado al mio -Entre medio de su platica, Oliver se animó a subir la mano para tocarle el cabello rubio - Necesito que me ayudes a comprender muchas cosas sobre animales mutados y tu habilidad para meterte en lugares donde no tengo acceso. A cambio, no puedo darte dinero, porque tranquilamente puedes ir al banco y quitarme todos los galeones que poseo. Porque... te guste o no, Frances... eres mi esposa.

 

Llegado a ese punto, el Gaunt se apoyo en la mesa con decisión y tomo el rostro de la mujer para unir sus labios con los suyos. Era una necesidad para sellar lo que pensaba sobre el matrimonio y las promesas mudas que contraía en ese momento con la Triviani.

 

 

 

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  • 2 semanas más tarde...
Como de costumbre, mi franqueza era muy mal pagada. No me había dado cuenta de lo rápido que Oliver se había zumbado tres cuartos del contenido de la botella de vino hasta que estiro la mano y tomó la mía sin permitirme retirarla. Levanté la mirada hasta la suya, la severidad de sus ojos había desaparecido casi por completo, y ahora parecía más a la de un cachorro. Por las pelusas de Paracelso, el hombre ya se había envalentonado gracias al alcohol y yo sabía lo que era capaz de decir y hacer cuando eso pasaba.


Retiré mi mano, escuchándolo sin poder dar crédito a sus palabras, pero eso solo hizo que él levantara la suya y tomara un mechón de mi cabello en una caricia. Ya se estaba pasando. Había accedido a este encuentro esperando arreglar las cosas con él, pero todo estaba empeorando. No me estaba ayudando a comprender, ni mitigaba mis deseos de levantarme y salir por la puerta para volver a desaparecer. Me percataba de una obstinación que jamás había visto antes en el Gaunt, y que en ese momento me estaba resultando muy molesta.


Solo me distraje un segundo, el más crucial de todos. Había intentado aplacar mi incomodidad, tratando de lanzarla fuera, hacia el callejón a través de la ventana, pero cuando volví a mirarlo, él ya tenía mi rostro entre sus manos y sus labios sobre los míos; pude sentir el dulce sabor del vino en mi boca.


Dos movimientos: una barrida a sus brazos que se apoyaban en la mesa, y su cara de bruces contra ella. La mesa tembló con el golpe, haciendo caer uno de los vasos que se rompió al contacto con el suelo; para cuando Oliver reaccionó con un quejido de dolor, la punta de mi varita ya estaba en su yugular, dispuesta a hacerle daño si me apetecía, y en ese momento me apetecía mucho. No tenía derecho, aún con todo lo que había pasado entre nosotros en el pasado, ni aún cuando un papel dictara que yo era su esposa... no tenía derecho.


Esperaba que el golpe o el susto le bajara un poco el estupor de el alcohol, porque necesitaba que entendiese bien mis palabras —Quiero que comprendas algo, Gaunt. Yo no necesito convencerte de nada, y en ningún momento he dicho que he dejado de ser lo que era cuando me conociste. Soy mucho más ahora, y no te conviene ponerme a prueba porque voy a aceptar el reto.


Relajé la tensión de mis hombros, pero no la firmeza con la que sostenía mi varita, amenazándole. —Quizás sea tu esposa, pero no soy tu mujer. Un pedazo de papel que no firmé en mis cinco sentidos no va a decirme quién soy. Te libero de tus promesas. No soy yo quien va a darte todos los beneficios que has mencionado, ni tú a mi porque... ¿me amas acaso? ¿Te das cuenta lo inverosímil que suena eso?.


Un bufido escapó de mis labios y entonces bajé mi varita, dejando que él se levantara y se recompusiera. Ni siquiera me inmuté al percatarme que algunas personas desde otras mesas estaban al pendientes de nuestra escena. Un elfo ya se había acercado a limpiar el desastre. Por suerte mi bebida estaba intacta aunque algunas gotas se habían derramado en la mesa; la levanté y bebí un trago, quitándome el sabor que Oliver me había dejado. Levanté nuevamente mis ojos hacia él, mis pensamientos no lograban acomodarse del todo por causa de mi arrebato. Estaba muy molesta... y curiosa.


—Voy a ayudarte con tu investigación —espeté, como si nada —, pero tengo dos condiciones. Una, que dejes de comportarte como un idi*** y dejes de aparentar que somos lo que no somos. No quiero que vuelvas a hacer o intentar algo como lo de hace un momento —agregué, con firmeza —. Y la segunda, es que dejes de llamarme Frances de una maldita vez.




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  • 4 semanas más tarde...

Cuando la quijada golpeo con fuerza sobre la pulida mesa de madera con el riesgo de casi cortarle la lengua. Oliver se dio cuenta que nada convencería al demonio echo mujer, de seguir casado con él. A pesar del gruñido de repentino dolor, el Gaunt fue consciente para levantar las manos en señal de paz cuando sintió la peligrosa punta de la varita en su cuello. No quería correr mas riesgos de salir herido.

 

-Vale, tu ganas... -Aseveró, tocándose la pera con molestia por su derrota. No lo había visto venir y por suerte podía sentir que sus huesos habían resistido el golpe junto a sus dientes. Todo parecía seguir en su lugar.

 

Las filosas palabras de la bruja demostraban la molestia que sentía por su estupidez. El alcohol le había subido tan arriba que sus palabras le habían parecido lo mas acertado para decir... y hasta lo sentía, en cuanto salieron de su boca. Frankie le hizo sentir vergüenza de si mismo, pero mantuvo la mirada sobre ella atento a su voz, cuando bajo su varita y lo libero del peligro.

 

-Lo lamento, tienes razón. Me deje llevar. -Confesó volviendo acomodarse en su silla, como si nada hubiera pasado. Un elfo se había encargado de limpiar el enchastre del suelo y Oliver evito mirar a las mesas vecinas que observaban curiosos, el peso de sus miradas las sentía tanto que sentía que se prendería fuego en cualquier momento - Gracias por aceptar trabajar conmigo... otra vez.

 

La ultima vez que habían coincidido, algo había ocurrido en el medio, que derivo en un matrimonio forzoso. El que en esos momento, Oliver prefería mantener por motivos internos, que apenas empezaba a entender.

 

-Acepto tu primera condición -Agregó al ver que la bruja se tomaba un descanso en el habla -La segunda es un poco mas complicada de aceptar. Porque así te llamas y me gusta ese nombre. Tienes la suerte que pega con tu rostro. Ahora volviendo al curso de mi investigación, un anciano nos "cedió" unos terrenos en Ottery y pienso montar ahí mi base de operaciones. Estas invitada a unirte, no hay mas que lo necesario actualmente, pero podemos buscarnos un rincón de esa tierra, para que formemos nuestro hogar.

 

 

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La actitud de Oliver mejoró bastante tras mis asertivas palabras, aunque sabía que el golpe contra la mesa y mi varita en su cuello lo habían sido cien veces más. Tan solo esperaba no agarrarle gusto a ello porque, muy a pesar de lo mucho que me gustaba hacer uso de mis habilidades marciales y hacer temblar de miedo a la gente -si, tenía mi lado psicópata-, me complacía mucho más cuando las personas acataban mis palabras y órdenes sin chistar. Por esto, cuando el Gaunt declaró que tendría problemas con mi segunda condición, me lo pensé demasiado para no volverlo a estrellar contra la mesa.


No obstante, me contuve, tamborileando los dedos en la mesa. La verdad es que no sabía porqué me afectaba tanto mi nombre pero, lo que si conocía, era el amargo sabor que me producía escucharlo. A lo largo de mi vida, y de mis estudios en Durmstrang, había hecho un gran esfuerzo por no demostrarlo; de haberlo hecho seguramente mis compañeros lo habrían usado contra mi, solo por molestarme. Recuerdo que hubo un tiempo en que se ensañaron por encontrar la forma de hacerlo, aunque sus nulos resultados les había hecho dimitir con la tarea muy pronto.


Esa era mi manera. Si algo me molestaba, no lo sabías, por lo que cuando llegaba el golpe, era difícil que el delito apuntara hacia mi. Y acababa de manifestarle a "mi esposo", de una forma nada sutil, lo mucho que me molestaba que me llamaran de aquélla manera. Ahora, cada vez que él usara mi nombre, mi mente lo asociaría con un intento de molestarme y, por supuesto, querría hacer algo al respecto.


Mis azules ojos se desviaron hacia el callejón, a través de la ventana. Las lumbreras exteriores ya estaban encendidas, al igual que los luminosos y diferentes letreros de los negocios vecinos. La afluencia de magos y brujas aún era vasta, pero poco a poco iría aminorando conforme las horas pasaran; era tarde, y yo estaba castigada. Gruñí, sin poder evitarlo, y Oliver pareció darse cuenta porque de pronto dejó de hablar. Aunque un segundo después me percaté que ya había terminado, sentí en su mirada que una pregunta se había quedado flotando en el aire y él esperaba una respuesta.


Repetí sus tres últimas palabras en mi mente: "formemos nuestro hogar". Al parecer seguiría empeñado con lo del matrimonio, pero aunado a todo lo que eso conllevaba me estaba ofreciendo un lugar. Un lugar que me permitiría escapar de los castigos caprichosos de mi progenitor y de la ineficiente custodia que mi familia sanguínea tenía sobre mi. Volver a mi emancipación, y a trabajar en mis asuntos... aunque tuviese que lidiar con la necedad de Oliver. ¿Sería capaz de cumplir con mi primera condición? Bueno, si no era así, él tenía claro ya que saldría muy mal parado.


—De acuerdo —acepté, finalmente —, pero háblame más sobre la investigación.



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Oliver quedo desconcertado. No había esperado que Frances aceptara tan rápido la oferta de un hogar. Estaba esperando tener que discutir con ella los pro y los contra de esa decisión, pero su respuesta lo dejaba sin discusiones en el medio. La observo buscando alguna trampa, una risa, o algo que dijera que estaba de bromas. Pero no lo encontró. Parecía ser que estaba dispuesta a vivir con él montando un nuevo hogar desde cero. No quería tener esperanzas, pero ya estaba haciéndose ilusiones con todas las cosas que podrían resolver juntos. Eran buen equipo.

 

-Bueno... la investigación parte de un rumor sobre un pueblo atacado por un Dragón Azul. Antiguamente nadie estaba seguro que existían realmente, porque las leyendas que hablan de ellos son muy encasas y no tienen bases comprobables por lo que no puede darse por cierto. Yo creo que no existen, pero este ataque a pleno día con todos mirando, me hace dudar sobre una mutación. Creo que es un dragón común que muto el pigmento de su piel -Oliver se inclino hacia la mesa, para decir en voz mas baja - ¿Tienes alguna información sobre experimentos con dragones actualmente? ¿Alguna base secreta que debamos visitar?

 

El Gaunt apenas escondía la emoción sobre eso. Descubrir dragones era para él algo muy especial. Toda su vida había soñado con ellos, y al crecer se había especializado en ellos para trabajar. Sus investigaciones lo habían hecho recorrer el mundo, dormir en carpas, al aire libre y hasta en lugares donde no había pegado un ojo en toda la noche, solo para descubrir cualquier detalle sobre aquellos animales tan pasionales. No se arrepentía del tiempo que dedicaba a buscarlo, clasificarlos, intentar domarlos y hasta curarlos cuando hacia falta. Nunca era tiempo perdido. Amaba su profesión, y no iba a cambiarla hasta que sus huesos dijeran basta.

 

-Te contare un poco de como dicen las leyendas que eran los dragones azules... -Empezó centrándose en los ojos azules de la bruja - Dicen que viven en cavernas formadas por sedimentos, debajo de las zonas desérticas, que pueden nadar por sobre la arena como si fuera un mar, que poseen el poder de la manipulación mental para su alrededor y son carnívoros. Su dieta son en la mayoría camellos, pero que pueden comer humanos -A medida que iba enumerando las características, el castaño iba recordando su larga investigación desde hacia meses - Un escrito de los pocos que encontré, decía que buscaban esconderse en zonas cavernosas donde naciera un afluente de río, para así, utilizar su campo mágico sobre el agua que iría al pueblo, hechizando a todas las personas que la bebieran, para que le llevaran tributos tales como oro, plata, joyas.

 

Oliver le hizo señas al hombre de la barra para que volviera a traer algo de bebidas, ya sentía la garganta áspera de tanto hablar. Ni había invitado a la bruja a comer algo.

 

-¿Quieres comer algo? ¿Sirven comida en este sitio? -Preguntó volviendo a tomar la carta. Todo lo que allí decía le parecía con nombres sumamente extraños - ¿Pedimos Ensalada Hongoiris? Nunca la probé ni la escuche nombrar.

 

 

@@Frankie Triviani

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  • 2 semanas más tarde...
Pude notar su desconcierto cuando acepté, sin más discusiones, la propuesta que había lanzado. Me habría reído de no ser porque era desconcertante incluso para mi, pero una vez más constataba mi pragmática forma de ser; ésta era la manera en la que siempre hacía las cosas. Si me era útil, lo tomaba, pero si era de otra manera nada podría hacerme cambiar de opinión. Aguardé hasta que él decidiera confiar en mi palabra, sosteniendo su mirada de forma firme, aunque divertida.


Entonces comenzó a explicar, e inmediatamente pude notar el cambio en su voz y en su semblante. La emoción se apoderaba de él con cada palabra, y alcancé a ver de nuevo aquél brillo en sus ojos que, en otros tiempos, tanto me gustaba. Quizás no solo en los viejos tiempos, pues tuve que bajar la mirada hacia mi bebida, sobre la mesa, cuando comencé a sentirme un poco inquieta. Escuché cada palabra, atenta, tratando de buscar indicios e información dentro de mi mente que pudiera serle de utilidad a él.


Y la verdad es que la tenía, pero se trataban de rumores solamente. Rumores que debía investigar un poco más, antes de soltar información sin base ni forma que pudiese llenar la cabeza del Gaunt con teorías erróneas. Me limité a negar con la cabeza, y le seguí escuchando. Cuando se trataba de dragones Oliver no cerraba la boca jamás, y podía ver que aquéllo no había cambiado en nada. En parte me alegraba, porque siempre había considerado la pasión por su profesión una de sus mejores cualidades.


—Suena de lo más interesante... dragones con poderes mágicos fuera de su fuerza natural —comenté, genuinamente fascinada por aquellas legendarias bestias. No obstante, en historias como esas, que involucraban a bestias místicas con tan extraordinarias cualidades y aplicaciones mágicas, siempre había manos humanas involucradas. Y no me pareció que fuese diferente esta vez, pese a lo encantador que pudiese resultar descubrirme equivocada.


Noté como hacia señas al camarero y tomaba uno de los menús del negocio, pero yo no pude evitar fijarme en la hora.


—Lo lamento, Gaunt, pero me temo que te dejaré invitarme a cenar en otra ocasión —interpuse, antes de que se pusiera a ordenar comida para los dos —. Sinceramente tenía previsto que este encuentro durara nada, y voy tarde a casa —hice un mohín que el pudo notar, evidenciando lo mucho que me disgustaba que controlaran mi tiempo —; sabrás que mi situación actual no es del todo idónea, y hay aun agentes vigilando mis pasos... debo irme. Pero te ayudaré, sabes que lo haré.


Me levanté del asiento, dirigiendo una última mirada a sus ojos brillantes ojos —Seguiremos hablando de esto en otra ocasión, cuando me envíes la dirección del lugar que me hablaste. Creo que será lo mejor —di un paso hacia atrás, dedicándole un intento de sonrisa que seguramente pareció mas una mueca —. Cuídate, nos vemos pronto.


Me di media vuelta y caminé hacia la entrada donde Fighter ya me esperaba para darme mi capa. Me la puse encima, y despidiéndome también del socio de mi padre, salí del establecimiento.




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