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Fabricantes de Mentiras (MM B: 95760)


Mael Blackfyre
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— ¿Estas bien, Anthony?

 

Una pregunta muy difícil de responder... abre un poco la boca, pero siente que de algún modo "algo" no le permite abrirla más y eso le dificulta tomar aire suficiente.

En su estomago tiene ese molesto dolor, la garganta que sufre, su cuerpo que se resiente... un "No" esta colgando vacilante de sus labios, pero... no puede explicar con palabras sus sentimientos y opta por la respuesta que evitará adentrarse en detalles -- Estoy mejor, gracias-- Elvis es un amigo que aprecia, pero hay cosas de su persona que no quiere compartir aún, tampoco lo hace porque es un lío conocerse y sus sentimientos parecen que no son los adecuados, lo que los demás esperan, su lucha interna es muy desgastante y le deja sin fuerzas para "mirarse" y llegar a conocerse.

 

Ryvak tomo el vaso de agua... el primer sorbo lo bebió con prisa, necesitaba el vital líquido, luego bebió lentamente, sintiendo aquel alivio en su boca, lo termino y atendió al Gryffindor.

 

-- ¿Empezamos? Recuerda estoy aquí por si necesitas algo. ¿Si?

 

Anthony paso su mano por su rostro rapidamente al tiempo que respondía -- Si... es amable de tu parte -- el ojimiel unió sus labios en un impulso por morderlos... entendía bien que las palabras de Elvis iban mucho más allá de lo que se refería al duelo... lo intuía, pero no puede abrirse a alguien que no le conoce, y el mismo problema tiene con el resto de personas, ninguna sabe más allá de lo que comunica su apariencia.

 

Le mira mover la varita y tres muebles se transforman, Ryvak no ha escuchado el hechizo, pero si recuerda que una compañera lo ocupo en clase, por un momento se queda mirando a los muebles que parecen ser algún tipo de animal, Anthony está preocupado de usar un hechizo demasiado potente, pero cuando se mueven amenazadoramente, mueve su varita para detenerlos.

 

-- Confringo! -- El rayo impacta en la mesa de bordes con dientes y le hace estallar con la explosión, el sillón al encontrarse a escaso un metro, también resulta afectada por el estallido, el ave con su cuerno se abalanzaba con furia sobre mi, era crucial deshacerme de ella, moví con rapidez mi varita y lance contra ella aquella defensa -- Evanesco -- Aquella ave- lámpara (más pequeña que la mesa), desapareció de inmediato dejando de ser una amenaza para el peliverde, él miró los muebles hechos añicos y uso su varita para restaurarlos -- Reparo

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Anthony no estaba para nada bien. Si intentaba de alguna manera disimularlo, lo estaba haciendo realmente mal. Pero no podía invadir más su espacio de lo que estaba haciendo. Le había preguntado como se encontraba y me había dicho que bien. Pero tal vez no era el mejor momento para llevar a cabo aquello. A pesar de todo eso, a pesar de estar en ése malestar, el joven mago, dudoso de sí mismo, logró deshacerse de las tres criaturas que se dirigían hacia él.

 

¡Magnifico! ¿Y de verdad estabas inseguro con tus conocimientos? —le pregunté colocándome en medio de aquella sala, pasando por encima de los objetos que el mago estaba reparando en ése momento. Lo miré fijamente—. Sólo debes confiar en ti mismo un poco más. Claro que cambia un poco en presencia de un rival, pero en esencia es lo mismo. Anthony... —volví a murmurar su nombre porque no presagiaba nada bueno su imagen.

 

— Disculpa, pero creo que dejaremos todo esto aquí. No sé si quieres que te acompañe, pero creo que lo mejor es que vayas a San Mungo, en éste momento. No es bueno gastar tu poca energía

 

No estaba seguro de lo que le pasaba, pero no queria ser el culpable de que se sintiera aún peor. Me acerqué un poco a él mientras guardaba mi varita, luego de hacer unas cuantas florituras. No sólo los tres objetos que estábamos usando se reacomodaron, sino que todo el resto de la habitación volvió a estar como antes, con la mesa, sillas, sillones, decoración y lámparas. Me quedé esperando su respuesta.

 

@@Anthony Ryvak Dracony

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--¿De que estas hablando? pero... ¿cómo que aquí lo dejaremos?-- Se giro hacia el Gryffindor y sus ojos miel le miraron fijo a los ojos, un brillo rojizo se asomo por unos instantes en el color dulce de su mirar... estaba enfadado, y todo a causa de él mismo, de no poder controlar sus sentimientos... "Mantén tu cabecita fría, mi pequeño" es lo que Reacon le aconseja en las cartas que le envía, pero para él, aquello es muy difícil.

 

Piensa en que irremediablemente está perdido... no puede llegar a cumplir su deseo: hacer prevalecer la sociedad mágica, la guerra es una actividad que siempre está latente, siempre poniendo unos contra otros, sin importar si son conocidos o no... el inegable sentido de supervivencia que poseen todos y que obliga a luchar... ¿y para que?

 

Lo más sencillo sería abandonarse... toda vida está destinada a la muerte, entonces ¿porque complicarse tanto?

Pero no puede hacerlo... no... él no pudo solo marcharse.... no tiene esperanza, pero algo mucho más fuerte que rige su actuar, le mantiene ahí, donde se supone está su alma.

 

--¿Tú también piensas que no sirvo como mago, no?

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Habían pasado unas cuantas horas desde su regreso a Inglaterra y el reencuentro con los Gryffindor. Sin embargo, a pesar del cansancio, Annick no se había reinstalado en la mansión. La perturbaba el hecho de no saber en qué términos se encontraba su relación con Elvis; sobre todo ahora que él lucía como una persona totalmente diferente. Además, él se había retirado de la mansión alegando que tenía algunos asuntos que arreglar; pero la bruja intuía que en realidad sólo había buscado un pretexto para alejarse de ella.

Annick recorría el Callejón Diagon a un ritmo que le permitía examinar atentamente las fachadas y los nombres de los negocios. Media hora antes, había pedido a Tanis que le indicara cómo llegar al negocio del patriarca Gryffindor, y el servicial elfo no había podido negarse ante tal petición; su naturaleza se lo impedía.

Mientras andaba, no podía dejar de pensar en el mago. Aunque se había mostrado amable ante su llegada, Annick intuía que esa fingida amabilidad se debía a la presencia de sus hijas y prima. Elvis siempre se había caracterizado por su personalidad cariñosa y protectora; pero en el breve reencuentro que habían tenido, lo había notado distante, incluso diferente. Sin embargo, no podía reprochárselo. La última vez que se habían visto habían discutido como jamás lo habían hecho; y ella había optado por alejarse.

Ante tal pensamiento, el aire de sus pulmones pareció congelarse y tuvo la sensación de que su corazón estaba siendo oprimido por una fuerte mano invisible. ¿Cuán responsable era ella del estado en el que se encontraba Elvis? ¿Qué sucedería entre ellos ahora que el mago parecía otra persona? Tales dudas le habían impedido volver a tomar su lugar en la mansión de la familia; por eso había decidido ir en busca de su aún esposo para determinar lo que haría.

Al fin ubicó la librería que le había descrito Tanis. La fachada de renegridos ladrillos y el falso nombre del local coincidían con lo que el elfo doméstico le había indicado. También, por aviso de él, sabía que era probable que alguien estuviera montando guardia para evitar la intromisión de extraños; sin embargo parecía que la pelirroja estaba de suerte, pues nadie le impidió el paso.

Abrió la puerta y se adentró con lentitud. El interior lucía como una anticuada librería; el tipo de negocio en el que muy poca gente podía interesarse. De hecho el local lucía solitario pero, dado que la puerta estaba abierta, la pelirroja dedujo que debía haber alguien en el interior.

―¿Elvis? –su voz sonó fuerte y clara, sin embargo no recibió respuesta de inmediato.

 

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No, no, Anthony, escúchame. Hay cosas que a veces no entendemos y eso suele sacar lo peor de nosotros —lo miré con la mayor paciencia del mundo y con el mejor gesto que tenía de contención. No conocía demasiado a aquel joven valioso de cabello verde. Pero si sabía que en su momento de debilidad, él había llegado ante mi y me había pedido ayuda. Jamás lo iba a traicionar porque eso no estaba dentro de mi—. Pero creo que antes de meternos de lleno en la parte práctica, debemos resolver algunas cosas personales. ¿Entiendes? Tal vez ahora no lo ves, pero creo que tengo lo que necesitas para hacerlo.

Para ése entonces me había acercado un poco a Anthony, y le apoyé una mano en su hombro. Era la segunda vez que hacía eso en ése encuentro. No entendía qué sucedía pero tenía todas las herramientas para ayudarlo, estaba seguro. Era como si hubiera prendido algo que no podía apagar y que realmente lo incomodaba y molestaba. Saqué mi varita y murmuré las palabras indicadas para que se abriera ante nosotros un portal. Aquella magia Uzza ya era parte de nuestra magia.

Acompáñame, ven. Confía en mi —no dejé que pensara mucho ni que reaccionara. Le iba a demostrar que el arte de los duelos no era solamente mover la varita y ya. Era una suerte que hubiera tenido aquel episodio justo delante de mí, porque de haber sido en plena guerra, tal vez ahora Anthony estaría muerto. Sentí una conexión con el mago de cabello verde como un hijo, alguien que pedía auxilio a gritos y si podía ayudarlo, lo iba a hacer.

Ambos cruzamos el portal y desaparecimos de Fabricante de Mentiras.

@@Anthony Ryvak Dracony

_________________________________
Unas horas más tarde.
Atardecer.

Levanté la cabeza. Porque sabía que iba a llegar. Y había llegado incluso antes de tiempo. Había vuelto de estar con Anthony y de realizar aquel trabajo, sabiendo que la pelirroja iba a llegar a mi negocio. Era la mujer que amaba (¿La amaba aún?) y la conocía como la palma de mi mano. Nos habíamos encontrado en un momento inoportuno porque ambos habíamos reaccionado diferente a cómo queríamos. E inconscientemente (o consciente) habíamos derivado la situación a ésta, a encontrarnos a solas.

— Annick

Aquel nombre era realmente fuerte. Por momentos en mi vida habían sido el alivio que necesitaba en cada situación. Que recordaba a cada momento que necesitaba pero ahora parecía como si me visitara un fantasma o recordara un antiquísimo recuerdo. Esquivé unas pilas de libros y una silla llena de túnicas viejas. Aquel caldero ubicado en la esquina siempre me olvidaba de limpiarlo correctamente, hasta casi vibraba. Cuando atravesé la puerta falsa que daba al vestíbulo, pude dirigirme a Annick y saludarla.

— ¿Te gusta? No era como imaginaba pero por lo menos funciona.

Le pregunté mirando a ambos lados de aquel vestíbulo. En realidad era la parte delantera del negocio donde generalmente estaba mi recepcionista que recibía a los clientes que realmente querían conseguir algunos de ésos libros viejos. Y también a los que requerían de mis servicios, realizando el protocolo correspondiente. Pero le había dado la semana libre y ahora me encargaba yo de Fabricantes de Mentiras.

Y le hablaba con total naturalidad, como si se tratara de una desconocida a la que me había cruzado en el callejón para intentar evadir el saludo. Abarcando el tema con total confianza, un tema que en su momento había provocado una separación. Estaba seguro que no había sido el negocio pero antes que Annick se fuera, no se encontraba entre mis propiedades.

— Hubo pocos clientes pero es mi cable a tierra, ya sabes, el ministerio…

La guerra se había llevado aquella institución. Y había quedado totalmente varado. Los pocos clientes que llegaban, eran para hacer ciertos encargos que no podían hacer o no se animaban a hacer. Con Annick había explotado un encargo en particular, pero había dejado aquello atrás.

Rasquée mi “mano” e intenté acomodarme un poco el cabello.

¿Qué seguía? No estaba seguro.

 

@@Annick McKinnon

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Elvis salió de la parte trasera del negocio, y Annick se desconcertó un poco con la manera en la que se dirigió a ella. La pelirroja se había preparado para un recibimiento cortante, incluso frío y tenso; pero él actuaba como si hablaran del clima en una de esas escuetas conversaciones que solían entablarse entre desconocidos.

Eso la molestó un poco. Definitivamente no era el hombre que ella conocía; pues en otros tiempos él hubiera sido más amable, más efusivo y, sobre todo, más cariñoso. Aunque, ya que lo pensaba, no podía esperar tales muestras de afecto si llevaban un tiempo distanciados.

―¿A qué te refieres con que no era como imaginabas? ¿Al aspecto del local o al rubro al que se dedica? –antes de hablar, intentó serenarse para modular el tono de su voz, pues su última intención era provocar otra discusión como la que habían tenido tiempo atrás; sin embargo no había podido evitar impregnar la última frase con cierto tono mordaz.

Al momento se dio cuenta de que debía hacer un mayor esfuerzo para dominarse. No deseaba deteriorar aún más la relación con su esposo, a menos hasta saber si continuarían juntos o no.

Últimamente la pelirroja perdía la paciencia con suma facilidad y no lograba entender por qué. Incluso había llegado a pensar que quizá había sido así desde siempre, pero que había sido Elvis quien con su carácter bondadoso había influido positivamente en su personalidad. Y ante tal pensamiento, se odio por eso.

―La última vez que hablamos me pareció que estabas muy seguro, incluso complacido de trabajar aquí –no iba a permitir que Elvis se desviara del tema y la tratara como si fuese cualquier vecino o cliente–. Vine que hablemos sobre nosotros –el problema, pensó Annick, era que no sabía si aún existía un nosotros–. Aunque ya que lo pienso, tu negocio está estrechamente relacionado con el tema, ¿no?

Era mejor así. Debía tomar el toro por los cuernos, como solía decirse, y no aplazar más esa charla que se debían desde hacía tiempo. Después de todo, Annick no tenía a dónde ir. Los únicos hogares que había tenido habían sido con los Poulain y los Gryffindor; y para su mala fortuna, los Poulain se encontraban lejos y dispersos por el mundo, y los Gryffindor eran la familia de Elvis, no de ella. Y si iban a separarse, no tenía motivos para alargar su estancia en Inglaterra ni un día más.

Ante tal pensamiento apretó los puños y respiró profundo para no permitir que las lágrimas anegaran sus ojos. Lo último que quería era demostrar debilidad; y, desgraciadamente para ella, en los últimos meses tenía la susceptibilidad a flor de piel, sobre todo porque llevaba tiempo temiendo que se quedaría sola.

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Levanté una ceja al escuchar su primera pregunta. Tal vez me había expresado mal porque el negocio se encontraba totalmente solitario y lleno de polvo. Parecía como si hubiera pasado un tornado por allí, cada vez que lo reacomodaba volvía a su imagen anterior. Tal vez la magia del lugar lo mantenía así y de ésa manera, alejaba a los clientes que no necesitaba. Corrí unos libros que había encima de una mesita. Y señalé los sillones a la derecha de la joven, aunque estaba seguro que no iba a sentarse.

Y sigo estando seguro de esto. ¿Cuándo me viste alguna vez inseguro por algo? —era la primera vez que la miraba a los ojos. Cada vez que lo hacía, el nudo en el estómago aumentaba. Pero lo más extraño era que mi corazón dudaba. Dudaba de todo lo que sentía y quería para con Annick McKinnon. Pero hice fuerza para sostener la mirada, aunque quemara—. Está relacionado con todo lo que quieras imaginar. Hay que sostener una familia. ¿Sabes? —aquello no era para nada un reproche. Pero tal vez habían pasado cosas que Annick las había pasado por alto.

El Ministerio de Magia ya no está. Han atacado el Macusa. ¡Hasta se han llevados a decenas de niños! ¿No lees las noticias? —miré para la ventana. El cielo estaba oscureciéndose cada vez más—. Siempre tuve la idea que para luchar contra algo, tienes que saber de qué se trata, tienes que conocerlo. ¿Y si es mejor estar ‘dentro’?

Tenía poderes. Muchos. En aquel entonces si quería podía entrar en la cabeza de Annick e incluso hasta hacerla olvidar de su nombre. Antes tal vez luchaba por los valores que afectaban a otros. Ahora tal vez ya no era tan importante.

La Orden del Fénix ya no es la misma, Annick. Y siempre por hacer bien las cosas, mira como he terminado —me señalé a mi mismo, pero no hacía falta hacerlo para saber que Annick se había dado cuenta de la apariencia. Como mínimo había envejecido unos 20 años. Y ya mi magia no era la misma, al igual que mi destreza. Mi mano. Cada vez que recordaba el episodio me daban ganas de destruir todo. ¿Annick sabia de eso? No me importaba en ése momento—. Tal vez estoy cansado ya de todo. Siempre me ha rodeado las artes oscuras. Se ha llevado a los antiguos Gryffindor. Se ha llevado muchos amigos. Me ha dejado viejo y solitario. Sin trabajo, sin objetivos. Con marcas que ni te imaginas.

Toqué mi pecho. Aquella cicatriz. Annick claramente no la había visto. Ésa había sido la última y casi se había llevado la mitad de mi pecho. Tenía una cicatriz que recorría en diagonal de uno de mis pezones hasta debajo del torso. Y aún había momentos en qué me dolia. O sangraba. Pero eso no sabia porqué sucedía. La volví a mirar.

— Tal vez fui parte de esto todo el tiempo y no lo sabía

Era como si encendieran un botón. Porque los ojos verde esmeralda de Annick que me había relajado, ahora me molestaba, pero algo detrás me impedía hacer lo que cualquier persona hubiera hecho enojada. Levanté las dos cejas.

Hay muchas cosas que uno hace por amor. Y si aún tienes dudas, yo no. Y aún te amo. Es lo que siento. Pero también siento mucho dolor en éste momento y no sé que más quieres que te diga. ¿Me dolió? Si. Siempre pensé que ibas a acompañarme en las buenas y en las malas. Prometimos eso a los Cuatro Espíritus. ¿O te olvidas?

@@Annick McKinnon

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Elvis señaló unos sillones ubicados a la derecha de Annick, y ella tuvo que controlarse para evitar decir que no había ido a tomar el té; por eso se limitó a ignorar la invitación a sentarse.

 

Mientras escuchaba a Gryffindor, el ceño de la pelirroja se frunció ligeramente; pero no lo interrumpió. Por fin había logrado que expresara lo que se había estado guardando, así que lo dejó hablar. Sin embargo se quedó helada cuando Elvis mencionó la desaparición de decenas de niños.

 

La pelirroja no quería aceptar ante él que no había leído las noticias desde hacía muchísimo tiempo, porque su obsesión por encontrar a su hermano Salazar había consumido todos sus pensamientos, y eso la hacía sentir mal.

 

―¿Estar dentro para conocerlo? ¿Entonces tratas de decirme que no te importaría ir en contra de tus principios y valores con tal de conocer cómo funciona ese lado contra el que hemos luchamos durante tantos años? –no podía (o quizá no quería) dar crédito a lo que estaba escuchando. Siempre le había parecido que Elvis era la bondad y la justicia personificadas, pero ahora él parecía capaz de olvidar todo eso con tal de cumplir su cometido–. Así no es el hombre del que me enamoré… –tragó saliva para intentar deshacer el nudo que se le estaba formando en la garganta.

 

Escucharlo hablar sobre todas las pérdidas que había padecido a lo largo de los años provocaba que el corazón de la pelirroja se encogiera de dolor.

 

―¿Crees que a mí no me afectó lo ocurrido con la Orden? ¿Crees que eres el único que ha perdido a sus seres queridos? –su tono de voz expresó el dolor que sentía–. Pregúntate qué dirían esas personas que has perdido si supieran que ahora no te importa ir en contra de tus principios por un poco de dinero.

 

Ella también había perdido a mucha gente en el camino, personas que en su mayoría habían desaparecido de un día para otro; y durante años había estado viviendo con la duda de si seguían con vida: Salazar, Regina, Paige, Elizabeth, la misma Elodia y un sinfín de amigos y familia que ya no estaba.

 

―Dices que te has quedado solitario... ¿Acaso te olvidas de tus hijos? ¿De mí? ¿O ni ellos ni yo somos suficientes para ti?

 

El exauror habló de tener marcas que ella ni siquiera imaginaba, y nuevamente la consumió la duda de si era responsable por haberse distanciado de él.

 

―¿Cómo esperabas que supiera todo eso si no te acercaste a mí para compartir tus pesares? ¡No domino la legeremencia como tú, Elvis! ¿Por qué no me contaste sobre tus angustias? ¡¿Acaso no confías en mí?! –conforme hablaba iba elevando un poco el volumen de la voz hasta llegar a aquel último reclamo.

 

Le dolió que hablara sobre sus promesas a los Cuatro Espíritus. Aquel había sido uno de los días más felices de su vida, así que recordaba cada detalle.

 

―No me he olvidado de las promesas... –murmuró con voz temblorosa–, pero a mí también me dolió que traicionaras tus principios y tus valores a cambio de dinero; y, sobre todo, me dolió que lo hicieras a mis espaldas –una delgada lágrima rodó por su mejilla, pero de inmediato la secó–. Dices que me amas, pero ¿acaso la confianza no va unida al amor?

 

El recuerdo del motivo por el cual se habían distanciado aún le dolía. Durante los últimos meses no había parado de darle vueltas al asunto para tratar de entender las acciones de su esposo, y aún no estaba segura de poder lograrlo.

 

 

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Por momentos la miraba. Y por momentos no la aguantaba. ¿Alguna vez iba a dejar de arderme la vista al querer mírala? ¿O el corazón tal vez era lo que me dolía? No lo entendía. Era como si una marca de fuego se reactivara en cada momento que hacía contacto visual con mi esposa. Como si apagara todos los sentimientos buenos que tenía con ella.

 

Ahora que lo recordaba, ésa marca, ésa sensación de dolor aparecía varias veces que me provocaba cierto malestar. Se trataba como un aviso de que las cosas mal que sentía debían mantenerse. Traté de ignorar ésa señal. Dolía. Pero había tenido peores dolores, asi que intenté aguantarlo.

 

Annick había escuchado atentamente. Y se había hecho notar. ¿Había dado con las palabras justas? Quizás. Pero ninguna era mentira. Por eso las reacciones de ambos.

 

Mis hijos y tú son el impulso que aún me mantienen vivo. Pero también puede ser una gran debilidad. ¿Qué me ocurriría si les pasa algo? ¿Qué tengo que esperar de mí si te pierdo? Y Elros. No quiero imaginarlo. Prefiero estar distanciados a que perderlos, si preguntas…

 

Era como una pelea de directas que nos íbamos lanzando. Ella me tiraba la de qué pensarían los seres queridos. Yo le decía que prefería estar lejos. Hice algo que no estaba haciendo desde hacía meses, y era permitir que mi cabeza dejara de pensar. Tenía enfrente a la persona que más amaba en el mundo. Pero claramente no iba a entender lo que estaba queriéndole explicar. Algo me decía que palabra a palabra iba a sentir un balde de agua fría, pero cada vez más fría. Asi que prácticamente, era decisión de ella de lo que quisiera sentir o pensar.

 

Mis ideales siguen siendo mios. Si te preguntas si maté a alguien, no, puedes quedarte tranquila. Creo que de todas las misiones que he hecho, he salvado más vidas de las que tu piensas. ¿O acaso devolverle un objeto maldito a un mago de procedencia dudosa, no me permite saber dónde está y alejarlo de inocentes? La vez pasada ayudé a una bruja a infiltrarse en una mansión. Hizo destrozos allí dentro. Salió en los periódicos. Pero lo que nadie sabía era a quienes saqué de la mansión para que no les ocurriera nada. ¿Un doble trabajo? Puedes verlo y cuestionarlo. Pero me da un poder increíble y puedo mostrártelo si quieres.

 

Moví mi varita y entre nosotros apareció una cajita de cristal. Dentro había un almohadón con una esfera totalmente negra, del tamaño de un puño. Era tan negro que parecía que iba a absorber toda la galaxia. De hecho, podía observarse una galaxia que se movía en ella. Levanté las cejas. ¿Ir contra mis ideales? Annick parecía que deliraba.

 

Esto en manos equivocadas, hubiera sido casi el fin de la humanidad. ¿Lo robé? Seguramente. Pero ahora lo tengo aquí, a salvo de cualquier mano atrevida. ¿Gané dinero? Si pero gané más poder. Y podemos compartirlo. Podemos trabajar juntos. Estamos salvando gente, Annick. ¿No lo ves?

 

La pequeña urna de cristal aún flotaba a unos metros cuando pasé por al lado y llevé mis manos a sus brazos, apoyando mis manos para dirigirle una mirada fijamente. Era un último intento de hacerle ver las cosas.

 

Me llevó años entenderlo. Y a veces las cosas no se hacen por el camino de la luz, como les gusta llamarlo. A veces tenemos que hacer cosas que no nos gustan, para encontrar un beneficio aún mayor. La Orden del Fénix no es la misma que en la primera guerra mágica, pero ahora tampoco es igual. Ni yo soy igual. ¿Igual a qué? Los principios son ayudar a quienes están desprotegidos y proteger a nuestros seres amados. ¿No estoy haciendo eso? Cuanto más lejos estuvieron en éste tiempo, los mantuve protegidos.

 

Levanté mi camisa para mostrarle la nueva cicatriz. ¿Quería confianza? Jamás la había perdido. Pero si exigía eso, también debía exigirle que estaba dentro. Todo peligro que me involucrara a mi, la involucraría a ella. La cicatriz estaba totalmente cerrada, con una piel rosada en su contorno. Iba del pezón derecho hacia debajo del torso, del lado izquierdo de la cadera.

 

Cada vez que voy por ése camino de la luz, me ocurre algo así —ésta vez le mostré la mano. La no mano, mejor dicho. El arte de la metamorfomagia me ayudaba a mostrar una mano que no tenía. En su lugar había un muñón. ¿Annick sabía que Sagitas me había salvado la vida, de las manos de aquel ser que cortó mi mano y alejó del Clan? —. ¿Por qué no bordear al camino? La Orden del Fénix sigue siendo mi eje central, pero si puedo evitar los daños colaterales, lo voy a hacer. Más siendo que además, gano un beneficio extra. Si consigo arruinarle los planes al bando contrario, estoy jugando en contra de ellos.

 

Me alejé unos pasos hacia atrás y desaparecí la urna. También me bajé la camisa y mi mano volvió a verse.

 

— Si te preguntaba ¿Ibas a dejarme hacerlo? No lo creo. Y te habría puesto en peligro a ti. Ahora tengo el poder para protegerte

 

No iba a decirle sobre la Nigromancia. No aún.

 

@@Annick McKinnon

Editado por Elvis F. Gryffindor

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La pelirroja aún intentaba procesar lo que su esposo estaba diciendo cuando sintió que sus manos se posaron en sus brazos. Su piel reaccionó de inmediato al reconocer aquel tacto; pero no dijo nada, principalmente porque su cabeza era una maraña de pensamientos que intentaba hilar. La idea de un bien mayor le recordaba demasiado a Grindelwald, uno de los magos tenebroso más famosos del mundo; por eso le resultaba difícil comprender y aceptar todo lo que Elvis le decía.

 

Entreabrió ligeramente los labios cuando vio una nueva cicatriz que se sumaba a las que ya tenía el exauror. Aún recordaba lo de su mano. En aquel episodio él había perdido los poderes del clan paladín y estos habían pasado a ella; pero ahora ni siquiera estaba segura de que algo de la energía de Uther siguiera circulando en su cuerpo.

 

Mientras escuchaba todo lo que su esposo decía, Annick comprendió que ambos se habían dejado dominar por el mismo miedo; y tuvo que reconocer que él aún luchaba por lo mismo, pero desde otro ángulo. ¿Acaso ella no se había dejado llevar por algo similar la última vez que había regresado a la Orden?

 

―Comprendo que tienes miedo de perdernos; pero no puedo comprender el hecho de que veas el amor como una debilidad –mientras hablaba, comenzó a acortar la distancia que los separaba–. Nadie sabe lo que sucederá mañana, y no puedo garantizarte que no sufriremos alguna otra pérdida; pero cuando decidimos tomar este camino, lo hicimos precisamente por amor a nuestra familia y amigos, porque deseábamos algo mejor para ellos, y ese deseo debería ser nuestra fortaleza, nuestra luz en la oscuridad. No un peso ni una debilidad.

 

Annick estaba plantada frente a él. La distancia que los separaba era muy poca. Pensó en la oferta de que trabajaran juntos, pero antes de responder, quería dejarle claro otro asunto.

 

―Dices que temes perdernos y por eso prefieres distanciarte; pero si te distancias de nosotros, entonces nos estás perdiendo por voluntad propia –una vez más tomó el rostro de él entre sus manos y lo miró directo a los ojos–. No nos alejes de ti, por favor –aquella frase la dijo en un susurro cargado de súplica.

 

Se preparó para que él rechazara su tacto, pero antes de que algo sucediera, agregó:

 

―Tienes razón, si me hubieras dicho no hubiese permitido que lo hicieras –aceptó con voz apagada–. ¿Pero sabes por qué? Porque también temo perderte, y no sabría qué hacer si… –tragó saliva, ni siquiera podía pensarlo–. Te amo demasiado.

 

 

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