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Familia Munter


Tauro

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—¿Sabes si ha preguntado por mí? —interrogó al duende que la había conducido a su habitación, pese a saber perfectamente donde se encontraba. Su madre había insistido en que tener elfos era necesario, aunque sospechaba que era más para que no tener que encargarse de las labores del hogar, cosa que en silencio le agradecía —No te creo, pero de todos modos no le digas aun que estoy aquí. Siento que no podré prolongar más esta charla y estoy demasiado cansada como para ser sometida a un cuestionario —. Pese a decir que no le gustaban los elfos, al menos ese se había convertido en su confidente pues lo necesitaba para poder salir a hurtadillas durante ciertas horas en el día sin que nadie de su familia notara su ausencia.

 

— Ladrón —le dijo a la criatura, pero no de manera despectiva, aquella era una cualidad que ella en especial resaltaba y no le molestaba, pues para ciertos trabajos alguien así le resultaba muy útil —vete y no me despiertes sino hasta dentro de dos horas. Dile a gruñón que me prepare el té, ese que viene con especias, de lo contrario no podré conciliar el sueño —le ordenó. Gruñón al parecer los estuvo espiando desde su llegada porque ni bien terminó la frase cuando el elfo ya se encontraba allí, haciéndole entrega de su brebaje. Despidió a las criaturas con un gesto que hizo con la mano y esperó el efecto del líquido que ahora tenía un color verdoso. Daba asco con solo verlo, pero su sabor era completamente diferente, sabía a gloria.

 

Pasaron dos horas exactas y la bruja se despertó antes de que alguno de los elfos llegara. Se cambió de ropa por una limpia y menos sudada, se miró al espejo sin saber qué esperaba encontrar en el y después de alargar el momento por casi una media hora decidió que era momento de bajar. Como siempre que hacía cada vez que volvía de viaje, su primer destino sería el invernadero, un sitio que le daba paz y le ayudaba a aclarar sus pensamientos. Era su lugar favorito en todo el ático. «¿Cuántos días han pasado?» Se preguntó. Le dolía reconocerlo pero había perdido la noción del tiempo.

 

 

—Gruñón, Ladrón —volvió a llamarlos —¿Sabes si ella está aquí? —preguntó refiriéndose a su madre —¿Y el resto de la familia? Tengo algo que contarles.

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  • 1 año más tarde...
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[justify]<<Menudo día para volver>>

Transitar a través del Callejón Diagon le parecía la tarea más tediosa de todas, eso sin contar lo que tuvo que hacer para conseguir un traslador indetectable más todos los galeones que tuvo que pagar y por nada, para terminar apareciendo justo al frente de Ollivanders. ¿Por qué no pudieron simplemente hacer que se apareciera en el Callejón Knockturn? Al parecer los beneficios por haber sido una Mortífaga habían llegado a su fin, capaz ya hasta ni se acordaban de su existencia y hasta mejor, pero no estaba dispuesta a correr el riesgo de toparse de frente con algún conocido o tropezar a alguna de esas familias que seguían comprando regalos para sus insoportables niños. Oh, el espíritu de las festividades definitivamente estaba afectando a Tauro, lo mejor era salir de ahí cuanto antes e ir directo al Ático, pero luego se le ocurrió que no podía llegar con las manos vacías, así que antes fue a su tienda de confianza a comprar algunas cosas para su familia. Con dos bolsas, una en cada mano, se dispuso a dejar el bullicio del callejón para finalmente encontrar algo de la paz y tranquilidad que tanto deseaba.

Como era de esperarse, el elfo encargado de custodiar el ascensor para ir al Ático estaba dormido, hizo falta que Tauro alzara más que la voz, en cambio le tuvo que dar unos golpecitos con la varita para ver si reaccionaba. ¿Por qué no lo despedía? Principalmente para evitar el tener que buscar uno nuevo, eso y que llevaba ya unos buenos años trabajando para los Munter. Ya con el elfo despierto y la amenaza de echarlo si se volvía a quedar dormido, subió al ascensor que la llevaría directo a la sexta planta. 

--Hogar, dulce hogar --murmuró. En el ático reinaba el silencio y la quietud, ¿a donde habrían ido todos? Los imaginaba fuera, ya sea en alguna misión peligrosa o emborrachándose en cualquier bar de mala muerte alrededor del mundo, como fuera, todo parecía indicar que estaba sola. Lanzó un suspiro, difícil de descifrar --Thief, Grumpy --llamó a sus dos elfos --Vean si aun quedan miembros de la familia, les he traído regalos --dijo colocándolos en la mesita de la biblioteca. Hacia varios meses que no los veía y tampoco conversaba con ellos, pero ese era un mal de su familia, aunque le gustaba ¿pensar que muy a pesar de todo se querían. La gran pregunta era ¿qué haría ahora que había vuelto a Londres? ¿Realmente había regresado para quedarse o solo estaba de paso, como siempre? No era momento de responder ninguna de esas palabras y a decir verdad solo quería hablar con su madre, de quién sospechaba tenía un amorío.[/justify]

@ Beltis  @ Crazy Malfoy

 

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  • 4 semanas más tarde...
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La nieve que caía sobre el techo de cristal contrastaba con el ambiente templado del invernadero. Dentro, Beltis hablaba sola, sentada de piernas cruzadas en el suelo, con una esfera de metal sobre el regazo. Las velas que la rodeaban casi habían desaparecido y poco iluminaban ya la pila de pergaminos revueltos, las botellas de vino y las copas sobre el piso de piedra. Apretó la boca y deslizó uno de los diagramas hacia un costado, enseguida movió otro y luego todos los demás, sin parar, como queriendo armar un puzzle con los garabatos de tinta verde y manchones de vino. Unos segundos después se dio por vencida con un suspiro.

No hay manera —tomó la esfera de metal llena de símbolos y la dejó girando suspendida en el aire.

Estiró la espalda y alzó los brazos por sobre la cabeza. Bostezó. Llevaba el pelo blanco recogido con un punzón de plata en un moño desarmado. Dejó caer los brazos al costado y elevó la vista para mirar el cielo gris que entraba por el techo acristalado. Había vuelto a Londres solo porque creía haber conseguido realizar un avance importante en su investigación y quería comprobar que sus cálculos fueran correctos. Y, sobre todo, comentar los usos potenciales del artefacto que había creado. Cerró los ojos y se dejó caer sobre la piedra, extendiendo todo el cuerpo agarrotado. Aún llevaba la ropa de fin de año, una falda de seda gris con una abertura lateral por la que se colaba una pierna llena de moratones y cortes, y un jersey de lana del mismo color, demasiado grande como para ser de ella. De hecho no era suyo, lo había sacado del armario de algún mago de noble y añoso apellido solo porque olía bien y abrigaba. Él tenía tanta ropa que estaba completamente segura de que no se había percatado de la falta de un jersey de lana abultado y simplón como ese.

En cambio ella apenas tenía para llenar un armario. No había pisado una tienda en siglos y había olvidado el número de su bóveda, aunque a esa altura probablemente ya no hubiera fondos. Tenía la mente en otras cosas, sobre todo en las estrellas. Y últimamente atravesar portales y hacer cálculos se habían vuelto sus únicos pasatiempos. ¿Hace cuánto no hablaba con alguien en inglés? El elfo no contaba. Hablar sola tampoco. ¿Hace cuánto que no saluda a un mago conocido? ¿Se había despedido antes de irse? No, no entró a ese maldito portal pensando en no poder regresar. Hasta ahora no se había preocupado demasiado por esas preguntas, suponía que cada cual había rehecho su vida como siempre.

Señora ¿Despierto a Tauro? —el golpe que dio la puerta de cristal hizo que Beltis volviera a la realidad.

Tauro había llegado a casa antes la noche anterior y se había quedado dormida en el salón. Beltis se la encontró plácidamente dormida sobre una pila de cojines frente a una chimenea casi extinta, así que decidió no despertarla. La arropó y la dejó descansar.

Deja que duerma un rato más.

Lleva más de 18 horas…—el elfo contó con los dedos— no, casi 20.

Deja, no hay prisa, cuando duerme no está de mal genio. Y así le puedes preparar una buena comida, parece que no ha comido hace tiempo.

¡No! —el elfo se llevó las manos a la boca y negó con la cabeza.

— ¿Cómo que no?

— No queda comida. Tampoco queda dinero. Creo que un dragón vive en la vieja habitación de Anne y el ascensor se ha caído unas tres veces en el último mes…

— ¿Eh? ¿Un qué? ¿Pero qué habéis hecho con el ático? Os dejé dicho que podían ir a la mansión Malfoy si hacía falta.

Mengo bajó la mirada nervioso, no le gustaba robar. Aunque para saquear bibliotecas no se ruborizaba. 

No-no podemos ir…Ya yanosomosbienvenidos —contestó de forma atropellada.

La bruja bostezó y se cruzó de brazos sin levantarse del suelo, no le sorprendía la noticia. Su elfo no tenía las habilidades sociales como para engatusar a los elfos de la Malfoy y mucho menos sabía sacar comida a escondidas. El pobre inocente solo sabía leer e ir de libro en libro.

Entonces —comentó Beltis —, es mejor que no avises a Craz…

— Pe…pe-pero ya mandé la lechuza.

— ***…

La esfera seguía girando suspendida en el aire. ¿Para qué iba a venir? ¿Para ver un inútil cachibache inacabado? ¿Una casa en ruinas? ¿A Tauro babeando en el salón?.

@ Tauro M.

@ Crazy Malfoy

 

 

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  • 2 semanas más tarde...
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Sus dos elfos domésticos no tardaron en regresar, sin embargo no traían noticias de ninguno de los miembros de la familia. Eso no la extrañó, sino todo lo contrario, porque al menos ellos seguían siendo los mismos. Dudaba que hubiesen sido asesinados, o muerto por causas ''naturales'', ellos la verdad no tenían tanta suerte y la mala suerte les tenía miedo. Al final acomodó los regalos en el suelo, por miedo de que alguno se rompiera pues eran objetos que más que valiosos, eran raros, sin embargo bastante útiles para el gusto en particular de cada uno de los Munter. Se quedó con uno de los regalos más pequeños y caminó hacia el sofá, allí pidió que le trajeran unas pantuflas, algo de ropa seca y comida en cantidad, pero claro, sobre esto último tuvo que conformarse con un pedazo de queso rancio que no dudó en despreciar y regalar. 

—Sinceramente no sé si vaya a quedarme muchos días —dijo respondiendo a la pregunta reflejada en los ojos de sus elfos —Quizás solo lo necesario para poner ciertos asuntos en orden —añadió, moviendo su varita en dirección a la biblioteca de la cual extrajo un tomo grueso sobre pociones que resultaron mortales y prohibieron su uso. El libro podía tener fácilmente mil páginas -o más-, pero no tenía nada mejor que hacer, sin embargo, pasados unos minutos se fue quedando profunda con el libro sobre su pecho y el brazo derecho extendido tocando casi que el suelo con la envoltura de regalo que aun sostenía en la mano. 

Tuvo sueños un poco extraños, en uno de ellos corría detrás de una bolsa de Doritos gigantes sostenida por un apuesto centauro que la invitaba a montarlo; en otro destruía uno de los cuartos del ático, el de Anne para ser más exactos y el último que recuerda se veía a sí misma volando subida en el lomo de un dragón rumbo a quién sabe donde. Fueron unos gritos lejanos que la sacaron de lo que parecieron apenas unas 20 horas profundas de sueño, lo máximo que había dormido en años. 

—Pero ¿qué...? —. Se levantó contrariada, confundida, tapada con una cobija. ¿Desde cuando los elfos eran tan cariñosos? La falta de mano dura y autoridad los había suavizado.

La cajita que sostenía en la mano terminó por caerse al suelo y con ella el pesado libro. Se sentó con sus piernas cruzadas sobre el sofá y se tomó unos minutos para recuperar la noción del tiempo, luego recordó las voces que la habían despertado, las cuales se iban haciendo cada vez más claras y comprensibles. 

—No puede ser... es ella.

Sintió algo extraño en su interior que no supo descifrar, pero probablemente eso que pensaba que era lo estaba confundiendo con el hambre. Siguió el origen de las voces y encontró a Beltis terminando de discutir con el elfo.

—¿Quién es craz? ¿Va a venir a limpiar? —preguntó irrumpiendo en la habitación. —Vaya, te ves... —no supo poner en palabras la definición sobre el aspecto de su madre, así que optó por ser cortés —bien —. Terminó de acercarse a la bruja hasta quedar situada al frente suyo, la miró por varios segundos sin saber exactamente qué hacer. ¿La abrazaba? No, no sabía cómo se hacían esas cosas —Te traje esto —dijo extendiendo la cajita con envoltura negra. Dentro había un corazón marchito y arrugado —Espero que te guste.

Honestamente si le alegraba saber que Beltis se encontraba bien, que estaba viva muy a su manera, no se podía imaginar estar rodeada de tanto silencio aunque fuese por un par de días. Se fijó en el rastro de saliva que salía de la comisura de sus labios y se extendía hacia su mejilla izquierda y con disimulo la limpió. ¿Qué se hace normalmente en los reencuentros? Aguardó paciente la reacción de su madre ante su regalo y mientras tanto se las ingenió para servir dos vasos de Whisky y tener algo con lo que brindar por su encuentro. Eso sí que lo sabía hacer. 

Thief, Grumpy los llamó —Vayan a algún edificio de al lado y roben algo de comida, estamos hambrientas. 

@ Beltis @ Crazy Malfoy

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Publicado (editado)

Alana llegó a Londres con un aire casi intangible de misterio y calma. Su cabello rojizo brillaba bajo la luz grisácea del atardecer, y sus ojos verdes, serenos pero profundamente observadores, captaban cada detalle de la ciudad. Londres parecía respirar una historia antigua bajo la piel de la modernidad, y mientras Alana caminaba entre los edificios, sentía las vibraciones de la magia latente bajo sus pies. No era su primera vez en la ciudad, pero sí la primera vez que regresaba como la nueva versión de sí misma: Alana, no Beltis.

Subió las escaleras del edificio con una calma inquietante, sus pasos eran ligeros, pero en cada uno se podía percibir el peso de una decisión inevitable. El portal del número 13 se había abierto ante ella como una boca oscura, y mientras ascendía, el aire de Londres, siempre frío y húmedo, la acompañaba, como si quisiera aferrarse a ella, recordándole que, aunque intentara, no podría escapar de ese lugar. El viento nocturno sacudía su cabello rojizo, jugando con los mechones como si intentara distraerla de lo que venía. Pero ni la brisa ni las sombras que la rodeaban lograrían detenerla. Había regresado.

"Cuántos años han pasado..." pensó con una sonrisa leve, pero amarga, mientras sus dedos rozaban la barandilla de hierro forjado. Las escaleras que la llevaban al ático crujían bajo su peso, pero el sonido era como un eco lejano, una resonancia de los recuerdos que había intentado enterrar, como las paredes de ese lugar. "Cincuenta años, quizás. O puede que solo sean unos pocos. Difícil saberlo cuando el tiempo deja de importar".

El elevador, antiguo y cubierto de polvo, la esperaba al final de la escalera. No se molestó en mirarlo, optando por el ascenso directo, como si la vieja máquina no mereciera su atención. Al final del camino, la puerta del ático apareció ante ella, pesada y recargada, como una guardiana de tiempos mejores. Beltis se detuvo un momento frente a la entrada, su respiración calmada, su mano sobre la manija, mientras sus pensamientos vagaban por los motivos que la habían traído de regreso. "No he venido a quedarme", se recordó a sí misma, aunque las palabras no lograban convencerla del todo.

La puerta cedió bajo su toque, y el interior del ático la envolvió como una manta húmeda y opresiva. Nada había cambiado. Nada. El polvo había reclamado cada superficie, las cortinas se mantenían cerradas como si temieran la luz del exterior, y el aire estaba impregnado de esa esencia rancia que solo los lugares abandonados pueden tener. "Bienvenidos al santuario de los muertos", pensó mientras avanzaba, dejando que sus ojos recorrieran el salón oscuro.

El árbol genealógico de los Munter aún trepaba por la pared, con sus ramas retorcidas extendiéndose como garras, una metáfora perfecta de la familia a la que pertenecía. "¿De qué sirvió todo esto?" se preguntó, su sonrisa irónica apenas asomando. "El legado de una familia que intentó aferrarse al poder, pero ni siquiera pudo sostenerse a sí misma", Sus dedos trazaron una línea invisible en el aire, y con un suave movimiento de su varita, el árbol comenzó a desvanecerse, borrado del mundo como si nunca hubiera existido. "No más cadenas”, murmuró para sí misma. "No más nombres que pesen sobre mí".

Y, sin embargo, mientras el árbol desaparecía, su mirada se dirigió al retrato de Harfang Munter. Él seguía allí, imponente, con sus ojos fríos y desaprobadores, tal como lo recordaba. Un testigo mudo del declive de su propio linaje. Beltis lo observó por un momento, sus labios curvándose en una sonrisa peligrosa. "Oh, Harfang, querido Harfang... te dejaré ahí, para que sigas vigilando. No querría privarte del placer de ver cómo destruyo lo que más valorabas".

La casa la había recibido con su frialdad característica, pero ella no se dejó intimidar. Sabía que ese lugar, pese a todo, le pertenecía. Tal vez nunca fue bienvenida allí como Beltis, ni siquiera como Alana, la fachada que había adoptado para esconderse del mundo. Pero ahora, estaba lista para enfrentarlo. Había venido a Londres por una razón, una razón que no podía seguir ignorando. Los recuerdos que había intentado enterrar la habían alcanzado, y aunque su deseo era huir, algo la ataba a ese sitio.

"No me puedo ir, no todavía", admitió en silencio, y con esa admisión vino la decisión de quedarse. Aunque fuera solo por un tiempo, aunque fuera solo hasta que resolviera los asuntos pendientes que la habían llevado de nuevo al corazón de las sombras.

Con un movimiento suave, Beltis agitó la varita y las ventanas del salón se abrieron de par en par. El aire de Londres entró de inmediato, barriendo el polvo y la oscuridad, llenando la estancia con una brisa fresca y revitalizante. Las cortinas se agitaron y el viento recorrió la casa como un susurro de bienvenida no solicitada, arrastrando consigo el eco de tiempos pasados. "No es que vaya a quedarme en un mausoleo”, pensó con una chispa de ironía.

Sus pasos la llevaron al invernadero, donde el aire era denso y cargado de humedad, pero las plantas, que alguna vez habían sido su orgullo, ahora parecían marchitas, abandonadas al olvido como todo lo demás en ese lugar. "Al menos tú aún respiras", pensó mientras sus dedos rozaban una hoja venenosa. "Debería haberte dejado morir, pero no sería yo si lo hiciera".

Con un movimiento de su mano, una suave lluvia comenzó a caer sobre el invernadero. El agua danzó sobre las hojas, cayendo en cascadas sobre el suelo y llenando el aire con ese olor a tierra mojada que siempre la había calmado. Las plantas bebieron el agua con avidez, sus hojas recobrando un tenue brillo, y por un momento, el jardín recobró algo de vida.

Beltis observó la transformación con una satisfacción silenciosa. No era su intención revivir este lugar, pero si iba a quedarse, al menos sería en condiciones soportables. "Lo justo para no sentir que estoy enterrada viva".

El peso de la decisión la envolvía, y aunque se movía con la misma ligereza que siempre, sabía que estaba caminando en un filo peligroso, uno que la mantenía entre dos mundos: el pasado que había intentado dejar atrás y el presente que ahora debía enfrentar. Los asuntos que había dejado pendientes en Londres la aguardaban, y aunque su instinto era correr, sabía que ya no podía evitarlo.

De pie en el salón, con el retrato de Harfang vigilando desde lo alto, Beltis dejó escapar un suspiro apenas audible. "Me quedaré, por ahora", murmuró, más para sí misma que para la casa que la rodeaba. "Hasta que todo esto se resuelva... aunque no tengo idea de lo que eso significa".

El aire a su alrededor había cambiado, el ático, aunque seguía siendo un lugar de sombras y ruinas, había recobrado algo de vida. Y aunque su tiempo allí sería breve, lo sabía bien, de algún modo, en ese lugar olvidado por el mundo, Beltis —o Alana, como prefería ser llamada— había decidido enfrentarse a lo que tanto tiempo había ignorado.

"Aquí estoy, Harfang", susurró, con una mirada desafiante al retrato. "Y mientras esté aquí, todo será diferente".

La mañana siguiente.

Beltis se encontraba en el invernadero de la vieja mansión. Afuera, el sol apenas se filtraba entre las nubes, pero en ese pequeño espacio repleto de plantas exóticas, la luz parecía encontrar su camino sin esfuerzo. Beltis mordisqueaba una manzana, observando cómo las raíces de una planta trepadora se enroscaban alrededor de una maceta.

Mientras tanto, en el ático, los elfos domésticos trabajaban diligentemente. Bajo las órdenes de Beltis, habían comenzado a vaciar la casa, separando los muebles mágicos de aquellos que, con un poco de suerte, no causarían demasiados problemas en las casas de subastas muggles. Desde luego, Beltis no tenía demasiada consideración sobre si los efectos residuales de algunos encantamientos podrían alterar un poco la vida de los compradores. De hecho, la idea le parecía divertida en su extrañeza.

Si alguien termina con una silla que les hace hablar en verso durante un par de horas, quizás hasta lo disfruten —se dijo a sí misma, mordiendo otro pedazo de la manzana mientras los elfos movían un enorme aparador encantado que había decidido flotar a unos centímetros del suelo.

El sonido de los muebles siendo transportados hacia la planta baja llenaba la casa, pero en el invernadero, todo parecía más lejano, como si el tiempo transcurriera de una forma distinta. Beltis observaba con serenidad cómo los elfos hacían su trabajo sin detenerse, trasladando mesas que alguna vez habían bailado al compás de una melodía invisible, o espejos que a veces susurraban secretos en las noches de tormenta.

Desde su llegada la noche anterior, había decidido que no necesitaba esos viejos artefactos. Algunos eran recuerdos, claro, pero Beltis no era una mujer de apegos sentimentales. De todos modos, lo esencial se quedaría, y todo lo demás... sería el problema de algún muggle que nunca entendería por qué un simple candelabro decidía cambiar el color de las paredes según su estado de ánimo.

Los elfos seguían moviendo cosas, y, cuando por fin llegaron a la habitación de Tauro, Beltis lanzó una mirada rápida por la ventana. Al otro lado del jardín, la ropa de Tauro, incluida su ropa interior, ya ondeaba en las cuerdas para secarse al viento, cuidadosamente colgada por manos mágicas.

Bien, eso fue rápido —murmuró entre dientes, sin dejar de observar cómo un par de pantalones se agitaban junto a las enredaderas.

@ Tauro M.

Editado por Beltis

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«Uno, dos, tres y cuatro»

«Uno, dos, tres y cuatro»

—Avada Kedavra

El rayo de luz verde salió disparado e impactó en el pecho de aquel vagabundo que encontró durmiendo en mitad del andén. Pero ¿qué había hecho el pobre infeliz para merecer esa terrible muerte? Para eso habría que remontarse hacia un par de años atrás donde todo empezó, donde Tauro por fin se daría cuenta de que los ideales que tanto había defendido, por los que se había desvivido y entregado todo no tenían ningún valor, que lo que siempre tuvo que haber hecho fue vivir por y para sí misma, incluyendo por supuesto a su familia. ¿Qué significaba entonces la vida de los demás? Casi que nada, a menos que le reportaran un beneficio propio no tenía sentido detenerse a pensar si valía la pena o no que respirasen su mismo aire. Ahora, este sujeto no fue tan al azar, él en particular le había desgraciado un poco la vida y la mejor manera de pagar sería con la propia. 

—Qué asco, no hay quién limpie la basura de las calles —. Suspiró. —Pero tampoco voy a ser yo —Y se marchó.

Desde hacía cinco años que Tauro había ''vuelto'' a Londres, pero no de manera oficial. Llevaba un estilo de vida similar a la de una asesina a sueldo, nunca quedándose más de un día en el mismo sitio y siempre en lugares de poca monta a los que nadie en su sano juicio quisiera llegar y hasta el momento nadie la había reconocido, excepto por ese encuentro accidental que tuvo con Sophie. —Sophie... —, susurró nombrándola, pero apenas en un suspiro. Aquel encuentro la había desestabilizado y por poco la apartó de su camino, pero como tampoco tenía tiempo para el amor, aunque fue una decisión muy dura, eligió la soledad. No le tomó mucho tiempo superar el dolor de la ruptura, ya estaba acostumbrada, por lo que siguió viviendo en las sombras, dejando cadáveres a plena vista para que alguien más hiciera el trabajo sucio al que le tenía tanto asco. Eso sí, nunca dejó huella alguna que la relacionara directa o indirectamente con los asesinatos. 

Durante esos cinco años que transcurrieron recuperó 10 de los 50 objetos tenebrosos que seguían ocultos alrededor del mundo, pero ninguno de esos años fueron en vano, porque en todo ese tiempo pudo recopilar toda la información necesaria que la llevaría de forma más rápida y segura hacia los objetos faltantes  « Solo 40 objetos más, 40 muertes más». Pensó. 

Para completar su meta y que el objeto la reconociera como su dueña, era necesario matar al portador. No había forma de ceder de manera voluntaria la tenencia, ya que el objeto en sí mismo requería de un sacrificio acompañado de sangre, no le gustaba ser otorgador por voluntad propia, requería ser arrebatado. ¿Qué tan retorcido era eso? Demasiado, sobre todo teniendo en cuenta que a veces el dueño lo adquiría de forma un poco ''accidental'', aunque el último tipo lo había robado luego de presenciar un enfrentamiento donde el portador fue asesinado, al menos ese era una ser humano inservible para la sociedad y no tenía ningún remordimiento al respecto. Aun así, todo ese proceso era agotador, porque con cada muerte se consumía gran parte de su energía y era necesario dormir por dos o tres días de seguido y cuando era así, el lugar más seguro seguía siendo el Ático, solo en esos casos es cuando decidía volver a lo que consideraba su hogar. 

Si bien el vagabundo asesinado era una escoria, no había pasado mucho tiempo entre ese y su último asesinato, por lo que su energía estaba casi que en cero, sumado a que tampoco había comido nada que realmente alimentara en días. Estando así no podía lanzar ni un Accio, por lo que hizo lo que más le convenía, ir al Ático.

Cuando Tauro visitaba el Ático prefería utilizar el ascensor, como si se tratara de cualquier extraño o visita, así siempre podía fingir que no tenía ningún tipo de relación con nadie de la familia. El ascensor abrió sus puertas y la bruja ingresó de manera tranquila ignorando al elfo de la entrada, pensando que después se las arreglaría para encontrar su habitación, pero no fue así, las piernas no le daban y terminó por entrar a un cuarto lleno de muebles desordenados y empolvados —Thief, no quiero hablar. Comida, solo tráeme comida, antes de que... —. Antes de terminar la frase se desplomó, pero el elfo pudo reaccionar a tiempo para hacer aparecer un sofá y que cayera en el. Después de eso no había magia alguna que la despertara, así que Thief, acostumbrado a este tipo de situaciones llamó a Grumpy para que le ayudara a alimentar a su ama por intravenosa y así evitar su desnutrición que ya estaba al extremo. 

— No me gusta tener que admitirlo pero... —suspiró —, es necesario que descanse más días —. Transcurridos cuatro días había recuperado el conocimiento, pero no las fuerzas. Comió un buen desayuno que incluía altas cantidades de proteínas (huevo, un bistec a medio cocinar), grasas (bacon), carbohidratos (variedades de tostadas) y frutas de todo tipo que la dejaron satisfecha, pero ni bien terminó volvió a quedarse dormida, por al menos una semana más. 

El ruido de voces y muebles moviéndose de un lugar a otro la despertaron, si bien no eran muy fuertes, la sensibilidad de su oído estaba volviendo de a poco. Confundida se sentó y acomodó lentamente en el sofá con el fin de evitar hacer un movimiento muy brusco que le causase mareo. Llamó a sus dos elfos para pedirles explicación de lo que pasaban y ninguno acudió, pero si vio que le dejaron más comida recién hecha para cuando se despertara. Aquello era muy extraño. ¿Qué podrían estar haciendo que les impidiera presentarse ante ella? Intentó ponerse en pie luego de tomar un zumo de naranja recién exprimida y haberse embullido tres tostadas. No hubo mareo, todo parecía indicar que había recuperado su energía y fuerza. Se puso la misma ropa ya lavaba y decidió salir a investigar qué estaba pasando. 

— Pero ¿qué está pasando? —dijo una vez llegó al jardín, y encontró toda su ropa colgando, secándose con el viento. —Thief, Grumpy, vengan aquí ya mismo — . Ahora los elfos si aparecieron, cargando más prendas -las suyas- encima de sus cabezas y notablemente apurados — ¿Me pueden explicar qué está pasando? ¿Por qué hay tanto revuelo?

Ella está aquí respondió Grumpy.

— Llegó ayer y está haciendo limpieza extrema. —añadió Thief.

— ¿Ella? ¿Quién es ella? —. No podía pensar en alguien en ese momento, el solo hecho de intentarlo le activaba el dolor de cabeza — No, no me digan nada, solo llévenme con quién sea que sea ellaLa única explicación posible es que hubiesen perdido la casa y ahora estaban vaciándola para poder venderla, pero eso no tendría ningún sentido, a menos que un familiar la hubiese puesto en venta y si de familiares hablamos, bueno, todos brillaban por su ausencia. Los elfos la llevaron hasta donde se encontraba ella, quién en ese momento estaba de espaldas dando órdenes a diestra y siniestra. Solo con verla de espaldas era difícil adivinar quién era, además que no recordaba a nadie con ese tono de cabello rojizo brillante, pero su voz... su voz si se le hacía conocida, pero como estaba su mente no lograba conectar bien los puntos.

— ¿Podría saber por qué toda mi ropa está expuesta en el jardín? preguntó, frotándose con los dedos la frente. 

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Publicado (editado)

Beltis permanecía de espaldas a Tauro, sintiendo el aire denso de Londres colarse por las rendijas del viejo ático. La luz grisácea apenas iluminaba la estancia, proyectando sombras largas que parecían respirar junto a las palabras no dichas. Por un instante, pensó en seguir jugando a ser Alana, mantener esa fachada de distanciamiento, pero sabía que ante su hija, el disfraz era inútil. Ya no necesitaba ocultarse.

Se giró lentamente, dejando caer el último velo de metamorfomagia que quedaba. Sus ojos, ya no contenían el brillo sereno de Alana. Eran los ojos afilados de Beltis, cargados de un conocimiento que excedía los límites que la simple apariencia podía esconder. El cambio en su expresión era casi imperceptible, pero Tauro lo notaría: esa calma inquietante que siempre había acompañado a su madre cuando las palabras que estaban por venir tenían peso real.

¿Tu ropa al sol? Pensé que las trivialidades no te importaban, Tauro —dijo, su voz ahora más baja, más afilada—. Has hecho tantas cosas en las sombras que tu ropa secándose al sol parece... ¿irrelevante, no crees? —El leve destello de burla en su mirada no era accidental. Beltis no tenía intención de seguir con sutilezas.

Beltis dio unos pasos hacia la mesa central de la habitación, donde varios artefactos manufacturados por Beltis reposaban, cubiertos por paños de terciopelo oscuro. Sus dedos acariciaron uno de los objetos con la delicadeza de quien conoce el poder que yace dormido en ellos. 

Londres siempre ha sido un buen lugar para perderse... o para buscar —comentó, sin levantar la vista del artefacto que tenía delante. Su tono era ahora más firme, y su postura, más relajada, como si finalmente se hubiera quitado el pesado manto que llevaba como Alana—. Pero lo que estás buscando, Tauro, no está tan lejos de lo que yo misma he buscado. —Su mirada se alzó, penetrante y fría, mientras el peso de sus palabras caía sobre la sala.

Tauro mantuvo su silencio, pero sus ojos traicionaban el interés y el recelo que Beltis había esperado ver. Sabía que la mención de los artefactos era la clave para que su hija revelara sus verdaderas intenciones, aunque fuera sin palabras.

Te has vuelto buena, muy buena en lo que haces —continuó Beltis, comenzando a caminar despacio por la sala, observando a Tauro con una mezcla de orgullo y algo más oscuro, algo que parecía cargado de advertencia—. Has encontrado objetos, poder... pero sabes que no es suficiente. Sabes que hay piezas que aún te faltan, que siempre te faltarán... hasta que consigas lo que realmente buscas.

Tauro no respondió. No necesitaba hacerlo. Beltis sentía la tensión en el aire, una tensión que no venía de la confrontación, sino del peso de lo que ambas sabían, pero no habían dicho en tanto tiempo. La relación entre ellas había cambiado, como cambian todas las relaciones cuando el tiempo y la distancia las desgarran lentamente. Y aunque Beltis adoraba a su hija, esa adoración siempre había sido silenciosa, enmascarada por una vida llena de secretos.

Te conozco mejor de lo que crees, Tauro —dijo finalmente, retirando con suavidad el paño que cubría uno de los artefactos. Un espejo de marco retorcido, oscuro, que reflejaba la figura de ambas en la tenue luz—. Y sé lo que estás buscando, lo sé porque una vez fui como tú. —Su voz tembló un poco al decir esas últimas palabras. No de miedo, sino de reconocimiento.

El silencio volvió a caer entre ellas, y por un momento, solo se escuchó el suave golpeteo del viento en las ventanas. Beltis bajó la mirada al espejo y luego volvió a fijarse en Tauro, sus ojos ahora más suaves, pero cargados de una tristeza que solo alguien que había visto el otro lado del poder podía comprender.

Estos artefactos... —murmuró, sus dedos acariciando el borde del espejo—. No son solo herramientas, ¿verdad?. Son puertas. Y una vez que cruzas esa puerta, las cosas empiezan a cambiar. —Su voz se volvió más baja, casi un susurro que parecía fundirse con las sombras de la habitación—. Empiezas a cambiar.

Tauro la miraba, sin decir nada, pero Beltis sabía que su hija comprendía, tal vez más de lo que ella misma estaba dispuesta a admitir. Había una conexión silenciosa entre ambas, una que iba más allá de las palabras, una que había sobrevivido incluso a la distancia, al tiempo, a los secretos que las habían separado. 

No estoy aquí para detenerte —dijo Beltis finalmente, con una sonrisa triste—. Sé que no puedo. Pero quiero que entiendas lo que esto te costará. No es solo un sacrificio. No es solo algo que puedas dejar atrás cuando termines. —Se detuvo, buscando las palabras adecuadas, pero sabiendo que ninguna sería suficiente—. Es algo que empieza a devorarte, lentamente, sin que te des cuenta... hasta que ya no queda nada de ti.

Beltis sabía lo que decía. Ella misma había cruzado esas puertas, había permitido que el poder la consumiera, y aunque había sobrevivido, sabía que no había vuelto a ser la misma. Una parte de ella se había perdido en ese proceso, una parte que nunca podría recuperar. Pero Tauro... Tauro aún tenía una oportunidad. 

La mirada de Beltis se suavizó un poco, y por un breve instante, dejó que su amor por su hija, ese amor que tantas veces había ocultado, se reflejara en sus ojos.

No vine aquí solo por mí —dijo, más suave—. Vine porque no puedo irme sin asegurarme de que no te perderás en esto. —Su tono se endureció un poco, pero la suavidad seguía allí—. Vine porque, aunque no siempre lo muestre, haría lo que fuera por ti, Tauro.

La confesión quedó suspendida en el aire, y por un momento, Beltis sintió el peso de todo lo que no había dicho en tantos años. Había perdido tanto tiempo, había dejado que su vida la arrastrara lejos de su hija, y aunque no podía cambiar el pasado, había una pequeña esperanza de que no todo estuviera perdido. Aún había tiempo para salvar algo de esa conexión, algo de lo que ambas compartían.

De repente, Beltis dejó escapar una risa suave, como si algo trivial hubiera cruzado por su mente en medio de toda esa gravedad.

Oh, por Morgana... —murmuró, sacudiendo la cabeza olfateando el olor a quemado que salía de la cocina—. Hice un pastel para esta ocasión, y creo que ya es incomible. —Se volvió hacia Tauro, con una sonrisa—. Mira tú, organizo un regreso lleno de advertencias y secretos oscuros, y olvido lo más básico. Pastel. Todo un éxito, ¿no crees?

El humor en su tono no quitaba el peso de la conversación, pero sí añadía un respiro, una pausa momentánea que aligeraba la tensión. Era una de las pocas cosas que aún quedaban en ella, esa capacidad de reírse, aunque fuera de algo tan insignificante como un pastel olvidado. A Beltis se le escapaba completamente cualquier tarea doméstica, era una ruina cocinando o haciendo las pequeñas cosas que organizan una vida.

En fin —dijo Beltis, volviendo a centrarse—. No importa. Lo importante es lo que te he dicho. Y quiero que lo recuerdes. No estoy aquí para controlarte, Tauro. No puedo hacerlo, ni quiero. Pero... —Se detuvo, su voz más suave que nunca—. Estaré aquí. Y ¿Estas buscando trabajo? Sé que podríamos poner en ptráctica alguna de nuestras habilidades…

El silencio volvió a caer entre ellas, pero esta vez no era tan pesado. Había algo más en el aire, una promesa no dicha, un hilo que las conectaba de nuevo. Beltis no necesitaba decir más. Sabía que Tauro entendería o estallaría en una rabia ciega, y aunque no podría detenerla, esperaba, con todo lo que le quedaba, que su hija encontrara la manera de no perderse en el mismo abismo que una vez casi la devoró a ella.

 

El Ático se iba quedando vacío, un lienzo en blanco para, quizás, comenzar de nuevo.

Editado por Beltis

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Publicado (editado)

— ¿Y bien? —. Volvió a insistir a la espera de una respuesta. El dolor de cabeza se hacía cada vez más fuerte, tanto que temía volver a perder el conocimiento allí, delante de la que creía era una extraña. La mujer se giró lentamente y mientras lo hacía su cabello iba cambiando de color, pero lo más llamativo, sin embargo, fueron sus ojos, esa mirada penetrante que solo podía pertenecerle a ella, a su madre. Los músculos del  cuerpo de Tauro se tensaron rápidamente, desapareciendo por completo el dolor de cabeza mientras que involuntariamente daba un paso hacia atrás. Solo alguien como su madre era capaz aparentar una expresión de absoluta tranquilidad, mientras que la energía que emanaba de ella e invadía el cuarto seguía siendo inquietante.

La tensión del ambiente se cortó para ser reemplazada por los comentarios nada sutiles de Beltis, cada una de sus palabras fueron cuchillas afiladas que lograban afectarla en lo más profundo por la cantidad de verdad que contenían.  Tauro no hizo sino guardar silencio, sin negar o aceptar las acusaciones. No tenía caso negarlo todo, porque por más que su relación madre-hija estuviese dañada, ninguna de las dos era est****a como para no darse cuenta cuando la otra mentía. Aun así, no lo iba a admitir de buenas a primeras, después de todo no le debía ningún tipo de explicación. 

— No creo que sepas de lo que hablas, Beltis —. La dureza con la que pronunció su nombre fue a propósito, lo suficiente para hacerle saber que la había herido con sus palabras. Iba a agregar algo más, pero lo siguiente hizo que bajara la guardia, que relajara sus músculos y aflojara sus defensas. —¿Lo que estoy buscando? —cuestionó,  aunque aquello tiraba más hacia una afirmación. ¿Y qué era eso de que alguna vez había sido como ella? Ante los ojos de la bruja, ella y su madre no podían tener casi nada en común.

Su mirada siguió de cerca los movimientos de Beltis, quién rozaba con sus dedos los artefactos expuestos frente a ella y entre ellos había  uno muy similar al que estaba buscando, aquel que solucionaría el tema de la búsqueda de los demás objetos. ¿Podría ser que todo este tiempo estuvo oculto en su propio hogar? ¿Cómo era que su madre tenía conocimiento de ello? «Otro más de tus malditos secretos» fue lo que pensó, los mismos que la habían llevado a alejarse y adentrarse en la oscuridad absoluta donde el arrepentimiento no tenía lugar.

— Sí, me he vuelto muy buena —acotó después de un buen rato de no pronunciar palabra alguna, sin dejar pasar por alto el hecho de que ¿la había felicitado? O eso parecía —Y estoy tan cerca, solo necesito una pieza más —se le escapó decir, mirándola con nerviosismo y desespero. Esa oscuridad que la rodeaba la estaba consumiendo sin darse cuenta. Ella, que creía que lo tenía todo bajo control se descuidó tanto que no se había detenido a pensar en sus lagunas mentales, o los vidrios rotos en su habitación, o en las pesadillas que tenía y hacían que  despertase envuelta en sudor, o en los constantes dolores de cabeza —¡No! ¡Ya estoy cerca! —exclamó, interpretando que su madre insinuó no creerla capaz.

«Te conozco mejor de lo que crees, Tauro»

Esas últimas palabras rompieron el límite del tiempo que Tauro podía soportar sin explotar, siendo casi que suficientes para que saltara enfurecida y empezara a gritarle en su cara todo el resentimiento que por años había guardado a causa de sus secretos, pero sobre todo, su ausencia. Aunque ¿eso no sería darle el gusto? No, tenía que mantener la compostura aunque le costara, estaba decidida a quitarle el poder que tenía su madre sobre ella para hacerla enfurecer. Respiró profundo y se aguantó, emitiendo únicamente un gruñido de animal herido.

Tauro permaneció inmóvil quién sabe por cuanto tiempo, excepto por su mirada que no perdía de vista ni a su madre que seguía hablando. ¿Que si había cambiado? Por supuesto que sí, pero para bien, ahora era diez veces más fuerte, más veloz, era diez veces mejor que cualquier otra bruja o mago. ¿Cierto? Pero,  ¿a qué costo? Ni ella misma lo sabía. Si se viera en un espejo ¿sería capaz de reconocerse? Quizás por eso ya no quedaban muchos espejos en casa.

Quería llorar, quería gritar, quería salir corriendo y no volver nunca más, pero sus piernas no le respondían, se rehusaban a moverse de ahí, quizás porque muy dentro sabía que quizás Beltis tenía razón. Al final la hija se estaba repitiendo los mismos errores de su madre.

—¿Por mí? —preguntó incrédula, rompiendo de una buena vez su silencio. ¿Acaso eso era una confesión? Viniendo de la bruja probablemente le costó mucho decirlo y dudaba que se repitiera en un futuro próximo —Yo... — la voz se le quebró un poco, sin saber qué decir, usando todo de sí misma para reprimir sus emociones.

Por suerte ambas se parecían mucho en algo y era en evitar lo más posible los ambientes tristes y melancólicos, así que dirían o harían lo que fuera para cambiar la atmósfera, sin quitarle importancia a lo demás, como un mecanismo de defensa.

—¿Un pastel hecho por ti? —rio, exhibiendo por primera vez una sonrisa sincera —No lo tomes a mal, pero creo que me iría mejor tomando una botellita de veneno —bromeó, correspondiendo a su sentido del humor y agradeciendo que hubiese cambiado de tema. 

—Escucha, yo... —se tomó un momento —Qué bien que viniste, ya me estaba aburriendo mucho por aquí —. Había algo que tenía atorado en su garganta que no sabía cómo decir y estaba luchando entre sí decirlo o no, pero al final decidió soltarlo —Yo... no sé cómo parar —hizo una larga pausa. —No puedo —admitió.

Madre e hija volvieron a compatir un largo silencio, pero este silencio era algo diferente, era de entendimiento y aceptación, era de perdón, de darse una oportunidad. El camino no sería fácil, no había forma de que lo fuera, pero Tauro, con un poco más de tiempo y confianza, estaría dispuesta a intentarlo, pero antes tenían que conocerse un poco más. Su madre era una bruja poderosa, aunque aun no era consciente de qué tanto, pero estaba ante alguien de quién podía aprender mucho.

—¿Trabajo? —preguntó extrañada —No creí que viviría lo suficiente para escucharte pronunciar esas palabras — rio —No me malinterpretes, pero no te pinto trabajando para alguien más —añadió —Captaste mi interés, cuéntame más.

 

Editado por Tauro

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Publicado

— Las señoritas han vuelto.

— ¿Están vivas? —preguntó, sorprendido—. Pensé que habían muerto, tenía esperanza de heredar el Ático y ganarme algunos galones.

— Es difícil matar a mujeres como ellas.

— Ni me lo digas —el conserje soltó una seca carcajada que terminó convirtiéndose en un ataque de tos.

— De todas formas no te quedarías con la herencia —dijo el viejo— hay otros miembros de la familia antes que tu. De hecho, tu estas en el ultimo puesto de la lista.

— Gracias por la información —Pik cruzó el hall y se dirigió al ascensor— supongo que tendré que matarlos para quedarme con el Ático.

Durante los últimos meses había estado viviendo a escondidas en el Ático de los Munter. Aún no conocía el nombre del squib que, a pesar de la desaparición de Tauro y Beltis, no había faltado a trabajar ni un solo día. Le sorprendía que, como ellas, aún siguiera con vida alguien que casi parecía una momia. Que Pik supiera, él era el único mago que había pisado el el lugar en los últimos seis años, el squib le había dado permiso en entrar ya que su nombre estaba anexado como miembro honorario de la familia.

Aunque sanguíneamente no tenía conexión con ninguna de las dos brujas, los tres habían tenido una conexión que solo pocos magos habían llegado a tener. Había pasado muchos años de aquello, pero aún así para él nunca se había perdido la conexión. Llamó al ascensor y subió directamente el Ático.

Habían pasado un par de semanas desde la ultima vez que había pisado el lugar y tan con solo salir del ascensor pudo notar el cambio. No quedaba casi nada. Los elfos trabajan como obreros, un trabajo por el que seguramente no cobraban y por el que deberían, aún no entendía como los magos seguían tratando a criaturas mágicas de esa forma con todos los cambios en la sociedad durante los últimos años. Los magos, definitivamente, se habían quedado en el pasado.

Se adentró al recibidor y solamente tuvo que seguir el ruido de las voces. Quería hacer una entrada triunfal, celebrando el regreso de ambas y que al fin los tres estarían reunidos luego de muchos años apartados, pero el tono de las voces de ambas lo hicieron quedarse en la habitación de al lado y escuchó la conversación.

— Por Merlin, que sentimentales están —dijo para si mismo con un tono de asco.

Beltis sonaba casi humana, si los demás magos de Ottery la escucharan hablar en ese momento dirían que los rumores de que era un demonio eran mentira; Tauro, en cambio, parecía que había caído en alguna clase de adición que él desconocía.

— Que duro las ha tratado la vida.

Estaba pensando dar media vuelta e irse, aquella conversación era la típica familiar donde él no pintaba nada, pero algo de lo que mencionó Tauro captó su atención.

— ¿Alguien mencionó un trabajo? —dijo, al tiempo que entraba en la sala—. Solo tengo mil novecientos cuarenta galones en mi bóveda y no, no quiero ningún comentario al respecto, lo que si quiero saber es cuantos galones da ese trabajo del que hablan, supongo que no es legal —pocas cosas legales habían hecho los tres juntos—. Beltis, cariño ¿queda alguna mesa con sillas por acá? Estar de pie hablando no es muy cómodo, aunque he escuchado que es bueno para las articulaciones. Aphrodite —dijo, al tiempo que parecía su el elfina domestica, un pequeño ser con un lazo rosa gigante entre las orejas puntiagudas—. Trae algo de comida para los tres, a Beltis se le ha quemado lo que… intentó cocinar —la elfina asintió y desapreció. Pik se acercó a ambas, mirando al espejo— ¿Este es el artefacto del que hablan? —preguntó— No le veo que tiene de mágico, lo único especial que tiene es lo feo que es.

Publicado

(1) Alquimista de Elixires (?

Beltis permanecía frente a Tauro, mientras las últimas palabras de su hija aún flotaban en el aire. Sabía que Tauro estaba al borde, resistiéndose a admitir lo cerca que estaba de ser devorada por su propia búsqueda. Y aunque el Espejo de Ananké reposaba detrás, oculto bajo su manto oscuro, no era el momento de entregarse a esa tentación. No, Beltis tenía otros asuntos que atender antes de que el espejo volviera a reclamar su atención.

El aire en el ático se tensó de manera diferente cuando la puerta se abrió abruptamente y Pik hizo su entrada. Su tono ligero rompió la gravedad del momento, como siempre, con esa facilidad insolente para ignorar las situaciones tensas. Beltis no tuvo que girarse para saber lo que venía, pero la ligera sonrisa que se formó en sus labios no tenía nada de cálida. Pik siempre aparecía justo cuando las cosas comenzaban a complicarse, como si su insolencia fuera inevitable.

—Pik Ratnair —dijo, su voz suave pero peligrosa—. Lo que ves en el espejo es tu propia naturaleza reflejada. Ya deberías estar acostumbrado a su fealdad.

Volvió a echar el paño de terciopelo sobre uno de los artefactos más complejos y peligrosos que Beltis había creado, un espejo que parecía inofensivo a simple vista, pero que había devorado la cordura de aquellos que osaron utilizarlo sin conocer sus secretos. Era el Espejo de Ananké, un objeto que, con una mirada, ofrecía un vistazo al futuro y desnudaba los deseos y temores más profundos del observador. Pero Beltis sabía bien que cada fragmento de futuro que el espejo mostraba tenía un precio. Y nunca era un precio sencillo.

Mientras él se instalaba en la habitación con esa despreocupación tan característica, Beltis lo observó por el rabillo del ojo, con una mezcla de escepticismo y entretenimiento. El espejo dejó de tener importancia por el momento; Pik había traído consigo un problema más mundano, pero igualmente necesario de resolver.

Sin preámbulos, su voz afilada cortó el aire.

—Ratnair, ¿has tenido oportunidad de revisar la lista de objetos que nos debes?

El tono era suave, pero cargado de la ironía habitual de Beltis. Sabía que Pik había estado evadiendo este momento, como siempre lo hacía cuando se trataba de deudas. Y aunque a veces dejaba pasar esas escapadas, esta vez no habría tal indulgencia. Baldridge, el fiel elfo doméstico, apareció junto a ella con un gesto casi teatral, cargando un pergamino enrollado y una pequeña bolsa de terciopelo, pesada por el tintineo de los galeones obtenidos por la reciente venta de los muebles.

Sin esperar a que Pik intentara interrumpirla con alguna excusa divertida, Beltis desenrolló el largo pergamino y lo dejó caer sobre la mesa. Sus dedos tamborilearon sobre la superficie, marcando el ritmo con una paciencia limitada. Sabía que Pik apreciaba los juegos verbales, pero hoy no estaba para eso.

—Aquí tienes la lista de lo que tomaste “prestado” —continuó, sin levantar la vista del pergamino—. Ya sabes, esos objetos que desaparecieron convenientemente mientras tú estabas aquí. Y sí, Baldridge ha tenido el placer de hacer las cuentas. —El pequeño elfo se irguió con una leve sonrisa de satisfacción, sus dagas al cinto brillando en la tenue luz del ático.

Pik, como siempre, intentó desviar la situación con una broma rápida, pero Beltis estaba más que preparada. Había escuchado rumores de su situación, de cómo había comenzado a mendigar entre otras familias para sobrevivir. Su decadencia era visible, aunque él, como siempre, lo escondiera tras una máscara de despreocupación.

Beltis, sin mirarlo directamente, dejó caer un galeón frente a él, con un sonido metálico que resonó en la mesa.

—He oído que últimamente andas... buscando ayuda en otros lados, mendigando.

Sus palabras cayeron con suavidad, pero el peso de la insinuación era innegable.

—¿Sabes qué es lo gracioso, Ratnair? —prosiguió Beltis, ahora clavando sus ojos en él—. Lo que realmente necesita alguien en tu situación no es solo un par de galeones. Necesitas... oportunidades. Y resulta que tengo algunas. —Su tono cambió sutilmente, tornándose más serio y peligroso. Miró a Tauro—. Estoy comenzando un nuevo negocio. Elixires. Y quiero probar algunos en los muggles... discretamente, claro. Me ayudaréis con eso, ¿no?

El cambio en la conversación tomó a Pik por sorpresa, pero antes de que pudiera lanzar otra de sus respuestas irónicas, Beltis se inclinó un poco hacia él.

—Piensa en ello como un intercambio. Me devuelves lo que me debes ayudándome a probar estos elixires. ¿Y quién sabe? Si todo sale bien, podrías ganarte más que unos cuantos galeones. —Su sonrisa era afilada, cargada de promesas envenenadas.

Tauro seguramente captaría de inmediato el subtexto. La idea de probar pociones en muggles era demasiado peligrosa, pero no para los estándares de su madre. No le sorprendía; conocía a Beltis mejor que nadie. Sabía que su madre no solo buscaba experimentos científicos. Había algo más oscuro, algo que Beltis siempre manejaba con una elegancia sombría y peligrosa precisión.

Beltis, sin apartar la vista de Pik, hizo una señal a Baldridge, que con la agilidad de un capitán pirata, colocó sobre la mesa varios viales pequeños, llenos de líquidos iridiscentes.

—Estas son algunas de mis primeras creaciones —dijo Beltis, mientras sus dedos rozaban los frascos con la misma delicadeza con la que trataba sus artefactos—. Me interesa ver cómo afectan a los no mágicos. Nada fatal, por supuesto... a menos que sea estrictamente necesario.

Pik miró los viales con una mezcla de curiosidad y cautela, pero Beltis sabía que su necesidad de sobrevivir superaría cualquier duda moral que pudiera tener.

—Estarás bien —dijo ella con un toque de humor oscuro—. Mientras no seas tú quien las beba.

Beltis dejó que el silencio volviera a llenar la habitación, ahora más ligero, más controlado. Los problemas de deudas, el negocio de los elixires, y la situación de Pik como “mendigo” eran distracciones necesarias, pero su mente aún volvía a Tauro. Sabía que su hija estaba luchando consigo misma, pero Beltis no podía dejar de preocuparse. Había dado un paso hacia Pik, pero el verdadero desafío siempre sería recuperar a su hija antes de que la oscuridad la consumiera por completo.

—¿Sabéis? —dijo, mientras rozaba uno de los frascos de elixires—. Nosotros no somos como los Malfoy. No tenemos el lujo de vivir del apellido. Nosotros necesitamos trabajar. Encontrar maneras de seguir adelante. No hay herencias gloriosas que nos mantengan a salvo de lo que viene.

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