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Publicado (editado)

Kaori M.

Ahí estaba otra vez, con el café que hace tan solo unos instantes atrás había estado tan caliente que salía humo, ahora por el contrario estaba congelado. ¿Cómo lo había hecho? La verdad era que no tenía ni la más remota idea de que era lo que le estaba pasando. Llevaba ya tiempo desde que le sucedían esa clase de cosas, arrugó la frente intentando recordar el primer incidente, pero no lo sabía decir a ciencia cierta. Eran tan solo pequeñas cosas que en un inició no las había relacionado y que ahora le parecía que sí que tenían relación.

Tan sumida estaba en sus propios pensamientos que casi no prestó atención a su esposo cuando este se despidió. Tan solo escuchó la parte final de la frase que tenía que ver con un gato, pero al no tener contexto no la entendió. Se limitó a asentir, asegurarle que estaba bien y sonreír para que se marchara sin preocupaciones a hacer quien sabe que cosas.

> pensó, pero la verdad es que apenas conocía al Lider de la Orden del Fénix y lo más seguro es que estuviera ocupado con tantos cambios y acontecimientos que estaban pasando en la comunidad mágica, no, él no era una buena opción. > buscó en su memoria los primeros encuentros que tuvo con los miembros del bando a su llegada.

> susurró tomando la primera túnica que encontró, ni siquiera se preocupó por el hecho de que era de un color rojo y que ella iba vestida con un enterizo amarillo. Luciendo completamente llamativa a la vista.

Luego de haber preguntado en varios lugares finalmente llegó a la Scamander, en donde esperaba encontrar a Madeleine. Lo cierto era que no la había tratado lo suficiente como para pedirle favores, es más ni siquiera sabía si la recordaría, pero algo dentro de ella le decía que podría ayudarla a entender lo que sea que le estaba pasando y sobre todo saber si podría poner en peligro al bebé que estaba esperando.

—Hola...¿Hay alguien? —Preguntó, la puerta estaba abierta, así que ingresó al interior de la casa. Todo estaba en silenció y a pesar de que esa era la primera vez que visitaba ese lugar, se sentía muy familiar, como si hubiera un aura a su alrededor que le daba la sensación de pertenencia.

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Editado por Kaori Moody

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El salón se ha quedado en silencio. Madeleine está acostada en uno de los sillones, con las manos entrelazadas sobre el estómago y observando el techo. En el gramófono ya es la segunda vez que los Ink Spots cantan la misma canción. Ella no es una fanática del jazz. De hecho, ¿es acaso una fanática de la música en general? Hace tiempo tenía una radio mágica en su habitación, generalmente haciendo sonar las canciones de las Brujas de Macbeth, en otras ocasiones bandas muggles de rock. No tiene la menor idea de dónde habrá quedado; seguramente fue destruida en algún ataque a su hogar, o quizás ella misma la hizo trizas estando ebria. Le gustaría tener otra radio, para no tener que escuchar las arias que le gustan a Richard o esas canciones viejas de Ellie. «Aunque es pegajosa —dice para sus adentros, cuando se descubre tarareando acerca de no querer prender el mundo en llamas—. Podría disfrutarla más con una copa».

 

Apenas es consciente de que está de pie, caminando hacia la alacena, donde hace rato vio una botella de whisky de fuego. Cuando escucha la puerta abrirse y unos pasos resuenan en el vestíbulo, por poco se le cae el vaso de cristal. Las manos le tiemblan, como si la hubiesen descubierto en la escena de un crimen. Guarda el vaso en la alacena y vuelve a empujar la botella hasta el fondo.

 

—¿Quién lo quiere saber? —replica, sin permitir que el nerviosismo se refleje en su voz.

 

Busca en los bolsillos de su bata. Ya no tiene más chicle, pero todavía tiene una rana de chocolate. Eso le ayudará a tranquilizarse. Mientras mordisquea la golosina, camina hacia el salón para ver quién ha llegado; aunque ella no socializa mucho con sus compañeros de la Orden del Fénix, necesita una distracción. La mujer que ha entrado en la casa le parece vagamente familiar, pero eso es todo.

 

—¿Buscas a alguien, o qué?

 

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

  • 2 semanas más tarde...
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Kaori.

Había tanto silencio en la casa que cuando la voz de una joven hizo eco en el lugar, se sobresaltó. Había entrado al salón y estaba observando unos cuadros cuando la figura de una bruja atravesó el umbral de la puerta. Grande fue la sorpresa de Kaori cuando para su suerte, era precisamente la bruja que había ido a buscar.

—Siento haber entrado así… la puerta estaba abierta —se escusó frotando sus manos de forma involuntario a causa de los nervios.

Tras pensarlo un momento, llegó a la conclusión de que no tenía mucho sentido andar con rodeos o ponerse a conversar de otros temas. Lo que necesitaba era la ayuda de la mujer que tenía en frente y si esta no estaba dispuesta a dársela, tenía dos opciones, tratar de averiguar si quería algo a cambió o buscar a alguien más y dado que muchos desaparecieron sin más, sería complicado.

—He venido a buscarte a ti. —respondió finalmente —Se que apenas nos hemos visto una o dos veces. Pero necesito de tu ayuda — añadió dando un suspiró.

Mientras hablaba se había movido por el salón hasta detenerse junto a un jarrón con flores que al parecer alguien había recolectado de los terrenos aledaños a la casa. Lo tocó y al comienzo no paso nada, pero entonces poco a poco una fina capa de hielo iba esparciéndose lentamente por el jarrón hasta que llegó a las flores.

—Creo que tengo un pequeño problema —dijo apartando la mano y al hacerlo el agua y las flores regresaron a la normalidad. Lo que no sabía era como diablos podía hacer eso o mejor dicho como dejar de hacerlo.


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Lo cierto es que no recuerda a aquella mujer, pero ¿por qué mentiría acerca de eso? Además, si es parte de la Orden del Fénix tiene sentido que se hayan topado en otra ocasión. Realiza un pequeño asentimiento y continúa escuchando lo que tiene que decir. Termina prestandole tanta atención que ha dejado de comerse la rana de chocolate. No es que haya dicho algo particularme llamativo; de hecho, le parece que le está tanto vueltas al tema, como si no quisiera hablar explícitamente de ello o no supiera como. No, lo que la intriga es el hecho de ella asegure que la está buscando a ella. Sus viejos amigos no la buscan, ni siquiera su propia familia, ¿por qué entonces de la nada una prácticamente desconocida lo hace? Por primera vez en mucho tiempo siente deseos de no haber renunciado al aprendizaje de la legeremancia, para poder entender qué sucede con tan sólo una mirada.

 

A una distancia prudente, sus pasos imitan los de Kaori. Está a unos palmos de ella cuando por fin se detiene, lo suficientemente cerca para observar qué es lo que le quiere mostrar.

 

Un jarrón de flores. Madeleine frunce el ceño, contrariada. Abre la boca para protestar, pero por fin observa lo que sucede. Una capa de escarcha apareció en la base y comenzó a ascender, hasta alcanzar las flores del jarrón; por supuesto, el agua del interior era hielo puro. Eso sucedió con la cercanía de la mano de Kaori, se dio cuenta pues cuando la apartó la magia dejó de hacer efecto.

 

Quizás debería exaltarse, emocionarse, pero sólo alcanza a observar a Kaori con cierto recelo. No puede adelantarse a los hechos. Tiene que ir con calma y asegurarse antes de hablar de más. Los oscuros son muy reservados y muy discretos, y ella no será quien traicione la confianza de los suyos.

 

—¿Y por qué creías que yo sería de ayuda? —cruza los brazos y se da la vuelta, se echa a andar hacia el sillón donde estaba echada hasta hace unos momentos— ¿Acaso sabes qué es lo que estás buscando?

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Era la primera vez que acudía a aquel lugar, desde su partida, el mundo mágico había dado giros inesperados, la Orden del Fénix había renacido de las cenizas, mismas que muchos intentaron esparcir sin lograrlo. Ahora tenia ante si un casa de madera de dos plantas, de apariencia rústica, aunque pintada en un color que le encantaba. Como siempre los muggles no eran bienvenidos, aunque no estaban tan lejos, no por discriminación, sino por protección de ellos y de los miembros de la orden que habitaban el lugar.

 

La Lockhart que era una sacerdotisa afín con la naturaleza de inmediato detecto el flujo de los árboles y el ruido del agua en las cercanías, la presencia de criaturas, un bonito hogar en definitiva.

 

Había llegado en su alfombra voladora porque le permitía ir cómoda y al dejar de usarse podía enrollarla y guardarla en cualquier lugar sin ocupar mucho espacio. Y eso fue exactamente lo que hizo al descender ante la verja de hierro, la enrrollo y ato con una cinta dorada que tenia grabado "propiedad de C.L." luego camino el trecho que la separaba de la puerta de entrada.

 

Al encontrar paso franco al interior de la vivienda, supo que no era la única allí y la anterior persona era quien había dejado o mantenido la puerta entre-abierta.

 

--¡Hola! ¿alguien por estos lados?-- medio grito con su voz cantarina y cargada de entusiasmo, pues no todos los días se conocía uno de los lugares seguros al servicio de la Orden. Y camino hasta la sala con la alfombra bajo el brazo y un bolso que parecía pesar mucho, de cuanta cosa había puesto dentro. Allí la escena era tranquila, Madeleine recostada en un sillón como si durmiera plácidamente, aunque en realidad tenia la vista fija en el techo y cercanas a un jarrón de flores dos brujas que parecían conversar, a una la recordaba.

 

--¡Que emoción! De nuevo entre fenixianos-- comento y volviéndose a Madeleine --Hola Made, ¿hay muchos en casa?¿Donde están todos?-- pregunto aunque su percepción de energías ya se había activado, y había una especialmente que no reconocía y que provenía de la parte superior de la casa (la de Mackenzie Malfoy).

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  • 3 meses más tarde...
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<<Aries me dio permiso, Aries me dio permiso>> pensó mientras tocaba el cepillo de dientes que brillaba en su cuarto de la mansión Delacour. Cerró los ojos para sentir el tirón en su ombligo y sus pulmones aplastarse unos minutos para después sentir sus pies tocar el suelo y el aire volvía a circular por su cuerpo.

<<Aries me dio permiso>> seguía pensando <<y Kaori también>> pero nada borraba el nudo en su vientre al ¿que?, ¿decorar una casa para una fiesta de bienvenida a un bebé?, ¿mandarse como si fuera suya?. Agitó la cabeza para despejar cualquier duda, tenia un trabajo que hacer aunque al final seguramente los elfos o patriarcas la echaran a patadas por interrumpir en su hogar.

Gracias al traslador que había pedido a su prima sabia que estaba en el lugar correcto, la casa de campo era bellisima, el espacio en verde estaba bien cuidado y claro no se esperaba toparse con un lago frente suyo pero no se quejaba, quizás un capuzon no dañaría a nadie pero primero lo primero.

Se acercó a la puerta del lugar y tocó la puerta varias veces, al ver que nadie la atendía titubeo unos segundos pero parecía no haber nadie asi que aprovecharía el momento y que la fiesta seria afuera, con su varita de vid se puso a armar lo que tenía planeado para Sammael.

Una vez listo el cartel invoco unas mesas para todos los invitados, bajo el cartel del bebé colo globos y una mesa dulce para adultos y niños, la comida se la servía cada uno y al final una mesa con los regalos para los invitados

Una vez que Alessandra vio que estaba todo en orden apunto con su varita a unas cartas para Kaori y Aries que estaba todo listo. Editado por Alessandra Isabelle

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  • 3 meses más tarde...
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Kaori M.

Antes del día de la ira.

—Sigo sin entender porque quieres que pasemos unos días aquí. —se quejó la pelinegra mientras con ayuda de los elfos terminaba de adecuar la habitación ya que la compartirían con Sammael.

El bebé abrió esos hermosos ojos verdes, tan parecidos a los de Aries, despertando de un largo sueño, al ser tan pequeño no se daría cuenta de que esa no era su casa, a él lo único que le importaba era sentir el amor de sus padres. La pelinegra al sentirlo inquieto entre sus brazos, bajo la mirada y una enorme sonrisa se dibujo en sus labios al ver a su hijo mirándola.

—hola mi amor… tu papi se ha vuelto un poquito loco hoy y nos a raptado un fin de semana —dijo mientras lo acostaba en la cama para revisarle el pañal —insisto en que estas raro, algo te pasa y no me quieres contar —dijo tomando el talco y el pañal limpio que su esposo le estaba pasando.

Llevaba ya varios días con esa sensación de que algo marchaba mal instalada en el pecho, no sabía que era y si esposo cada vez que tocaba el tema lo evitaba. Dio un suspiro pensando en que quizá ella era la que se estaba volviendo loca, quizá era ella quien estaba viendo fantasmas en donde no había nada. Miró a los dos hombres de su vida y decidió que mejor dejaría de interrogarlo y disfrutaría de esas pequeñas vacaciones.

—Sabes que, olvídalo cariño , creo que la que esta un poco loca soy yo — dijo al cabo de un rato, se puso en puntillas para robarle un beso y sonrió —entonces que ¿cual es el plan? —le preguntó.

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  • 4 semanas más tarde...
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Tras una larga semana tratando de no responder preguntas sobre lo que maquilaba en su cabeza, ahí la tenía de nuevo. Toda ella lucía hermosa con aquella mirada y sonrisa que, aunque no iban dirigidas a él, iban dirigidas a alguien a un más especial. Aquella imagen, aquel individuo de apenas 53 centímetros era la razón suficiente para no dar un paso atrás sobre sus planes así que cuando la fémina de cabellera negra volvió a tocar el tema, sonrió unos segundos y empezó a ponerse de pie abandonando la cama en la que segundos antes estaban cambiando al pequeño Sammael.

 

—V.

 

Lo que iba a decir se quedó en un murmullo al verse interrumpido por su esposa, que al parecer había captado las intenciones de su esposo por querer evitar una vez más el tema. Una vez más, Aries suspiró al ver que ella había decidido dejar el tema por un momento, aunque la verdad sabía que tarde o temprano ella volvería a poner el dedo sobre el renglón, ¿qué no era aquella determinación por querer saber lo que él ocultaba lo que le había enamorado de ella? Y después de entender que él tendría que acelerar aquellos planes para que las personas que más amaba estuvieran seguras, le dedicó una sonrisa a la pelinegra.

 

—Pareciera que tratas de poner en mi contra a Sammael. —dijo mirando al pequeño demonio quien comenzaba a sonreír en su dirección como si supiera que hablaba de él. —Creo que necesitamos otro bebé, para estar iguales, en especial una niña de papá. —bromeó.

 

No lo decía enserio, aunque si quería volver a ser padre y ver de nuevo a Kaori con su vientre abultado, que la hacía lucir aún más hermosa que nunca, sus planes eran arriesgados por lo que no podía ser egoísta en esos momentos. Si ella volviera a estar embarazada y las cosas salían mal, no sólo la dejaría sola cuidando de Sammael, sino también de una nueva criatura. Aún con todo aquello en la cabeza, su sonrisa nunca se borró de su rostro, debía aparentar estar en completa calma, aunque fuese la calma que precede a la tempestad.

 

—Supuse que este lugar era el más óptimo para descansar, además tiene un gran espacio para que nuestras criaturas se sientan un poco libres. —miraba por la ventana de la habitación todo el valle verde que rodeaba aquella casa de campo. —Además, nunca está cien por ciento habitada, así que nadie nos molestaría.

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  • 5 meses más tarde...
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Las últimas dos noches habían sido un suplicio para Black, prácticamente sin dormir. Desde el altercado vivido en el castillo familiar, el mago de cabellos negros debió abandonar Londres como medida prudente. Si bien se había acostumbrado a viajar a lo largo del mundo en los últimos años, aquella oportunidad tenía un ligero matiz respecto a las otras: no lo hacía por trabajo o por deseo personal, sino porque no había otra alternativa. Era irse e intentar resguardarse o quedarse y terminar muerto.

Las hebras platas se encendían ante la luz tenue que brindaba la luna en aquellas altas horas de la noche. La figura del hombre, cubierto por una capa de viaje igual de negra que la propia oscuridad, se detuvo. Horas atrás había transitado por los alrededores de Salisbury, al suroeste de Londres. Y apenas un minuto atrás, con exactitud, había practicado la aparición para quedar en los alrededores de Shaftesbury. No había nada ni nadie a su alrededor. Si alguien lo había estado siguiendo, hasta ese momento no había tenido éxito en atraparlo.

—Hoy no será tu momento, Black —susurró por lo bajo para sí mismo—. Al parecer mañana tampoco. —Lo supo, acababa de atravesar la protección del terreno a donde se dirigía. Especialista en detección de magia en general y maldiciones en particular, Black acababa de palpar en aquella neblina densa unos cuantos rastros de magia.

Debió caminar unos cuantos minutos más, y a cada uno de sus pasos, las pesadas botas negras iban retumbando, acallándose a sí mismas con cada nuevo avance. Finalmente contempló, ante su mirada perla, la casa de campo que andaba buscando. Uno de los tantos cuarteles seguros de la Orden del Fénix, asociación a la que pertenecía desde un tiempo a esta parte. Era la primera vez que visitaba aquel lugar. La oscuridad detenida parcialmente por las estrellas no le impidió deleitarse con la madera de las paredes ni los colores utilizados, tampoco con el frondoso bosque que rodeaba de forma moderada la estructura de dos pisos.

Black se percató de que la figura de una mujer, posiblemente muy joven por su contextura, estaba no muy lejos de allí. Caminó algo dubitativo. No la conocía. A decir verdad, conocía a pocas personas de aquel grupo del que ahora formaba parte. Pero aquella era una buena oportunidad, pensaba, para ir entablando mayores vínculos con el sitio y sus personalidades.

—Disculpa, ¿también perteneces a la Orden del Fénix? —seguramente era una pregunta algo obvia, pero al ver la juventud de la desconocida, Black intuyó que podía ser familiar de alguien más…

 

 

@@Sherlyn Stark

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Al pensar en un lugar tranquilo la casa de campo de Scamander vino a su mente. Imaginaba que tenía las características apropiadas para pasar unos días de descanso y no solamente porque era un sitio poco transitado sino porque abundaba la naturaleza: había flores y árboles aún en invierno. De tal manera que tenía la oportunidad de reforzar su conexión con la naturaleza y mejorar las habilidades de la Orden de Avalón, pero ésto último no era la prioridad, sino que descansar y sentirse bien, evitando cualquier preocupación cotidiana.

Sin embargo, su relajación fue más allá de una simple paz mental, terminó quedándose dormida fuera de la casa, bajo un árbol frondoso y sentada sobre el césped característico del lugar. Desconocía cuánto tiempo había pasado desde entonces pero recordaba que aún había sol antes de llegar. Abrió sus ojos lentamente mientras asimilaba lo que había ocurrido, para su suerte, se había dormido delante de la casa, por lo que no fue difícil darse cuenta dónde se encontraba. Llevó sus manos hacía sus párpados para asegurarse de que no quedaran restos de lagañas y de alguna manera creía que esa acción le haría sentirse más despierta.

— ¿Qué hora es? — preguntó, pero al mismo tiempo se dio cuenta que ninguna de sus mascotas la acompañaba. Lo que al final resultó una decisión apropiada ya que al quedarse dormida no iba a tener la oportunidad de cuidar a nadie. Aunque la idea de un Micropuff en ese lugar le hizo sonreír. De alguna manera sentía alivio de no haber perdido a nada. De lo contrario en ese momento estaría los buscando por cada rincón de la casa de campo.

Era tarde y no le quedaba ninguna duda sobre eso. En el cielo comenzaban a aparecer algunas estrellas y al ser una zona alejada de la ciudad era común que se vieran muchas más de los habitual. En el horizonte aún se reflejaban los últimos rayos de sol por lo que podía deducir que era alrededor de las siete de la tarde. Aún así los rayos no eran tan potentes como para hacer visible el color marrón de las hojas que estaban sobre el suelo, las cuales estaban grises sobre un césped del mismo color.

Todo estaba oscuro. Incluso dentro de la casa. Lo que podía significar que no había nadie dentro. Sin embargo, no podía asegurar esto último ya que era posible que hubiera personas dentro que les agradara la oscuridad por la simple razón de tener un hábito extraño o porque realmente no querían ser vistos por nadie. Eso último le preocupaba. Se levantó rápidamente y miró hacía la entrada. Instintivamente tomó su varita y la sostuvo con fuerza entre sus dedos.

Desde esa posición podía sentir el viento frío, así que con más razón debía volver adentro. Sin embargo, una voz detrás de ella hizo que su atención se desviara completamente. No era una voz que causara temor, sino que la de alguien con intriga.

Se giró para ver a uno de sus compañeros de la Orden del Fénix detrás de ella. Bueno, en realidad asumía que lo era ya que de lo contrario no podría estar en ese lugar. Frunció el ceño tratando de no relacionar su llegada con las luces apagadas de la casa, pero le era imposible. Simplemente debía permanecer atenta.

— Así es —respondió, su pregunta le daba a entender que también permanecía al bando, por lo que sabía que no debía preocuparse— . Soy Sherlyn Stark, ¿y tú?

De pronto dejó de mirar a su compañero para ver a través de las ventanas de la casa observando la oscuridad del interior—. Es extraño que las luces estén apagadas.

@@Martin N Roses

 

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