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Enemigos de ayer y hoy


Juliens
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Se había quitado la venda que le protegía los ojos. A plena luz del día, eso significaba que la luz le quemaba la vista hasta tal punto que sus pupilas apenas se distinguían como una finísima línea negra, recortada en unos iris tan blancos como la esclerótica. Las cicatrices que rodeaban sus ojos sin párpados ya no le producían dolor, pero la fotosensibilidad de sus ojos... eso era harina de otro costal. Afortunadamente, la venda que solía llevar durante el día para impedir que la luz del sol incidiera directamente en sus ojos le permitía ver razonablemente bien y no sentir dolor alguno. De alguna manera, la venda le permitía hacer durante el día lo que la luz nocturna hacía por sí sola en los ojos de Vera durante la noche, cuando sus pupilas se dilataban y su visión se agudizaba.

 

—Höōr, me duelen los ojos. ¿No crees que ya he practicado bastante sin venda? —Se quejó Vera al Æsir ciego, Maestro en la Herrería Sagrada y con quien Vera solía entrenarse a menudo en el Templo Paladín.

 

—Yo también soy ciego y no me quejo —respondió el maestro sin inmutarse, mientras continuaba con la kata que estaba tratando de enseñar a la joven. —Sigue —añadió, levantando el pie hasta la cintura y girándose de costado.

 

Vera se resignó y continuó con el entrenamiento. Llevaban ya dos horas así, con la misma serie de ejercicios una y otra vez. Höōr insistía en que Vera entrenara sin venda. Decía que la vista era el más prescindible de los sentidos cuando uno podía dominar y controlar a los otros cuatro. Bueno, Höōr siempre hablaba de los otros cinco, aunque aún no se había molestado en explicarle a la bruja cuál era el sexto sentido que él daba por descontado.

 

El sudor caía copiosamente por la frente de la joven bruja cuando Höōr se permitió hacer un descanso y le lanzó la cantimplora de agua a Vera.

 

—Háblame del Ansuz. Dijiste que pronto podría tener mi propio Ansuz. El otro día te vi montado en un hermoso corcel casi transparente, pero tenía un aire salvaje y sus ojos rojos parecían al borde de un incendio. ¿Era un Ansuz? ¿Son todos así?

 

—Si, era un Ansuz. Y no, claro que no son todos así. Tenía esos ojos porque a Odín se le antojó que los tuviera.

 

Los ojos de Höōr también echaban chispas en aquel momento, como si el recuerdo del dios le produjera una ira interna mal disimulada.

 

—¿Qué era eso de Asgard y el Valhalla que me contaste? ¿De verdad los Ansuz están hechos de pura energía? ¿Cómo crees que será el mío cuando lo conjure? ¿Siempre será el mismo o será distinto cada vez? —Siguió preguntando Vera.

 

—Demasiadas preguntas. Se acabó el descanso.

 

Vera sonrió sin poder evitarlo. A Höōr no le gustaban mucho las preguntas. El Maestro escatimaba siempre las respuestas y si Vera se ponía pesada acababa marchándose, como estaba haciendo en aquel preciso momento. Mientras se alejaba, Vera distinguió el resplandor intermitente que ya había aprendido a reconocer. Varios Duendes de la Tormenta lo estaban siguiendo.

 

Se centró de nuevo en la kata y continuó con la serie de ejercicios. Estaba más que cansada y hubiera preferido ir a la Herrería a ver a Hobb, pero de seguro que había dejado a un par de Duendes de la Tormenta para que la vigilaran en aquel momento. Miró a un lado y a otro, tratando de detectar uno de aquellos breves resplandores tan característicos. Mientras continuaba con sus ejercicios, seguía pensando en Hobb. El mago pasaba mucho tiempo últimamente en la Herrería. ¿Qué estaría haciendo?

 

Le sobresaltó escuchar su voz de repente. El sonido le llegaba desde la Herrería, no muy lejos del patio en el que Vera estaba entrenando. ¿Estaría usando legilimancia con ella? Se colocó la venda de nueva y se encaminó hacia donde estaba el líder de la Orden del Fénix.

 

—¿Qué sucede Hobb? ¿Me has llamado?

 

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firma
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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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«Maldición» piensa, cuando la daga se queda a centímetros del centro. Quita la daga clavada y retrocede la misma cantidad de pasos, una y otra vez hasta que da en el centro, requiriendo de su fuerza una mayor fuerza mental que física. La sala en la que se encuentra está llena de tiros al blanco, algunos móviles y otros estáticos, unos con obstáculos que aparecen de repente para hacer más exigente su entrenamiento. Las paredes tienen claras marcas de cuchillos y las manos de Emily una que otra cortada menor.

 

Había notado que tiene mejor puntería con su fuerza normal. Cuando utilizaba el Phantom, sus movimientos eran más ágiles pero menos precisos e, igualmente, cuando se mantenía en el aire su equilibrio no ayudaba a su puntería. Por ello, había decidido superar esa debilidad y luego de horas de estar allí, al menos, ha podido acertar al centro en algunas ocasiones, prefiriendo atribuir los resultados a la constancia y no a la suerte.

 

Cuando termina de entrenar, se sobresalta al ver la hora. Faltaban minutos para reunirse con los demás miembros de la Orden Oscura, a las afueras de la Fortaleza Errante donde ya los encuentra reunidos. Arruga la nariz ante el olor que desprende el venado en el suelo, pero intenta no mostrar su desagrado en el rostro, entreteniéndose con quitar los restos de nieve de su ropa y cabello.

 

Afortunadamente, llega a tiempo para escuchar gran parte de la conversación y un genuino interés crece ante la propuesta de revisar los souvenirs de las distintas misiones. Emily había formado parte largo tiempo –aunque de forma intermitente– de la Orden del Fénix, pero en lo que respecta a la Orden Oscura se considera más bien una novata y conocer de sus experiencias pasadas, aunque fuera a través de objetos que probablemente tomaron como “recuerdos”, le llama la atención.

 

— Estudiar sí, destruir no — comenta alzando los hombros, creyendo que la mayoría va a concordar con ella —. Seguramente tienen armas antiguas también, nos podrían servir —añade luego en voz más baja.

 

Vuelve la mirada hacia el venado esperando que Jank lo aleje lo más rápido posible. Parecía que todos habían llegado a un acuerdo y pasar el día explorando la bodega de la fortaleza parecía un plan tranquilo y provechoso, especialmente para Emily que se sentía con menos energía de lo usual, luego de pasar algunas horas entrenando.

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Avalon...


La sola idea de volver a pisar aquel sagrado terreno le producía una especie de hormigueo impaciente que no sabía describir de mejor manera, sin embargo, la pelinegra no dejó de asombrarse cuando sus pies descalzos sintieron la arena blanca correr entre sus dedos.


Aquel lugar había sido un hogar hacía muchísimo tiempo y ahora que volvía para el entrenamiento a profundidad con sus compañeros de bando, se sentía completamente en sintonía como si hubiese sido ayer su última visita.


- ¿Pero que demo...? - pero no completó la frase ya que sus manos cubrían su boca para no proferir la blasfemia completa. Sus ojos veían decadencia..


Hojas marchitas cubriendo el bosque próximo, flores que debiesen estar rozagantes se divisaban deslucidas, secas y de repente, un conejo en los huesos que carroñaba los restos de una serpiente.


- ¡Por la diosa! - susurró avanzando y reconociendo de inmediato las auras de su tía y primas, así como la de Luna.


Avanzó con sigilo pues su instinto le advertía un gran peligro, aún y cuando no sabría decir dónde estaba o que forma tenía.


- Hooo de la casa - musitó cual fuereño muggle del siglo 19 andando y removiendo algunos arbustos mustios a su paso con Evenstar descansando en su diestra lista para aturdir lo que fuera, pues por mas peligro que se presentará, el matar nunca sería una opción.


Entre mas densa se volvía la vegetación, pudo divisar 5 figuras femeninas, reconociendo a 4 de ellas.


- ¡Chicas! - llamó alzando la nívea siniestra. Ahora se daba cuenta de que llevar un vestido hasta allá no había sido del todo mala idea.


Arribo justo a tiempo para terminar de escuchar lo mencionado por Scav.


- Me llamó Lily - musitó hacia la nueva, saludándola fugazmente - ¿Sabemos que es?

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—¿Qué esperamos? —pregunta Madeleine, luego de unos momentos de silencioso acuerdo.

 

Con las manos en los bolsillos de su sobretodo negro, se encamina hacia el interior de la Fortaleza.

 

La chimenea mantiene el salón cálido y reconfortante, pero no es momento para descansar. El grupo se dirige a un extenso sendero de escaleras que conduce al subsuelo, donde la única iluminación son las luces que salen de sus varitas mágicas. Madeleine todavía siente frío, mucho frío. Sus manos, que empuñan con fuerza su nueva varita —de madera de tejo y núcleo de cuerno de serpiente cornuda—, tiemblan ligeramente, pero se esfuerza en ignorar aquello y concentrarse en el camino que tiene por delante. Ya se ha cansado de estudiar: quiere poner en práctica lo que cree que ha aprendido, y es mejor hacerlo durante una jornada de entrenamiento en un lugar seguro, que en una misión donde muy probablemente hayan vidas en juego. Mientras descienden varios pisos, en los cuales Madeleine vagamente piensa lo terrible en que será la subida de regreso, el grupo se mantiene bastante silencioso, sólo el eco de sus pasos rompe el tenso ambiente que hay entre ellos. La última misión los dejó física y emocionalmente exhaustos, y no han hablado mucho del tema. Es un alivio que no haya otra emergencia que atender y puedan dedicarse a explorar la Magia de la Oscuridad en la tranquilidad y la seguridad de la Fortaleza Errante.

 

Finalmente, se encuentran en lo que al principio no es más que una gran cámara oscura, donde sus varitas no son capaces de iluminar lo que hay en el interior. Madeleine frunce el ceño, pero se atreve a dar un paso más aunque la oscuridad sea tan densa que parezca que se la va a tragar. Entonces, las incontables lámparas y candelabros que cuelgan del techo se encienden para darles la bienvenida al trastero de la Orden Oscura.

 

—No sé por qué, por un momento, pensé que no estaría —susurra por lo bajo.

 

Luego de echar un vistazo a sus compañeros, vuelve nuevamente la mirada hacia el interior de la cámara. El lugar está repleto de armarios, baúles y estanterías sin ningún orden aparente, que formaban un laberinto confuso y probablemente sin salida; algunos muebles y pilas de cosas de alguna forma eran tan altos como el techo, con la apariencia de que podían derrumbarse en cualquier momento. Recuerda que Saya Dumbledore, la primera comandante de la Orden Oscura que conoció, les explicó que el subsuelo de la Fortaleza Errante eran una enorme bodega donde guardaban y confinaban todos los tesoros del clan, la mayoría obtenidos durante las misiones de éste.

 

—Si no mal recuerdo, hay un espejo mágico que nos podría orientar —dice, luego de unos momentos de, sin éxito, intentar encontrar un lugar por donde abordar aquel desastre—. Dayne, ¿no recuerdas dónde...?

 

Pero su voz se ahoga, cuando un ligero temblor estremece toda la cámara.

 

—¿Sintieron...?

 

Y nuevamente, deja la frase en el aire. Sin embargo, ya no necesita una respuesta, pues tiene la seguridad de que todos se han dado cuenta de que hay algo que no está bien... en un nivel muy superior a lo que es considerado normal en la Fortaleza, por lo menos. Se escucha con claridad un claqueteo metálido desde las tinieblas del interior del laberinto, donde las luces del techo, por algún motivo, no llegan a iluminar. Se escucha con claridad cómo algo se acerca hacia ellos.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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- Chicas que alegría verlas, creo saber qué sucede y pasa aquí, no estoy segura pero es como un algo maligno que está arrasando con todo lo conocido, las plantas y los animales se volvieron en nuestra contra y me temo que tendremos que ver cómo solucionarlo de alguna manera, alguna idea? - pregunté al aire, sintiéndome del todo preocupada y asustada con la situación actual -

 

Avalon siempre nos había reconocido como sus protectores y guardianes y sentía que habíamos fracasado en la empresa que teníamos en nuestro haber, me sentía con rabia y enojada, no entendía como podían lastimar a un lindo conejo y dejarlo así de mal, tuve que hacer un esfuerzo sobre-humano para no vomitar allí mismo, así que parpadeé esperando entender y encontrar que hacer a continuación.

 

- Tenemos alguna manera de salvar todo esto? Podemos volver a re-construirlo todo y buscar la fuente de dónde viene este mal, pero realmente no tengo idea de qué está sucediendo aquí, sea lo que sea, lo averiguaremos todas juntas - Les dije entusiasmada y lista para la acción, aunque no tuviera bien en claro que había que hacer para reconstruir todo -

 

Sentía parte de mi corazón latir fuertemente, o eso hubiera sucedido si mi corazón latiera, en su lugar sentía una aprehensión especial, como si hubiera algo oscuro y maligno que se me escapara y no pudiera saber bien el qué era eso, aunque me dije que en algún momento descubriría porque estaba revelándose todo Avalon contra nosotros.

 

- Quizás ya no nos reconozca como sus guardianes, tal vez piensa que somos intrusas, o al menos, eso es lo que creo que sucede aquí, chicas - Susurre con mi repique de campaña más bajo de lo habitual aferrando bien fuerte mi varita mágica, denotando lo nerviosa y ansiosa que estaba por todo esta fea situación -

 

Avalon me había recibido cuando recién entraba en la Orden, podía recordar como una pequeña niña pelirroja, que apenas era una aprendiz, escuchaba lo que la diosa de Avalon tenía para ella y estaba entusiasmada por servirle y serle siempre leal y fiel, ahora los lugares que ella protegían parecían mustios y muertos, ella sabía que era su turno de proteger a la diosa de Avalon y sus alrededores, tal cual ella lo había hecho cuando recién entraba allí hacía tiempo atrás, era momento de devolverle algo de todo lo lindo que le había dado a conocer y lo haría con ayuda de sus familiares y amigas de Avalon, sabedora de que podrían lograrlo juntas la mar de bien.

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Beatriz Bouligny

 

Sus manos están en el aire y forman una cuadrícula que ajusta cada vez. Al observar a través de ella, su magia le permite observar como si el objeto de su interés estuviera más próximo o más lejano. Es un juego que ha hecho desde niña, magia descontrolada y sencilla que retuvo desde épocas infantiles, sin varita; la aprovecha para espiar insectos que se deslizan por el techo.

 

Está tirada sobre una alfombra deslucida y tiene hambre pero no detiene su exploración todavía. Lleva haciendo eso más o menos una hora, porque es experta en perder el tiempo y esa actividad suele ser una de sus favoritas para malgastarlo. Espiar cosas tiene sus peligros y también sus ventajas. Ahora mismo, son todo beneficios. Por ejemplo, que la maraña de dreads marrones junte un poco más de polvo, para que el mechón lila a un lado de su cara destaque más, o que su sapo parezca contento de banquetearse mientras tanto con los bichos que no había podido darle en otros lugares. Había estado trabajando para viejos acaudalados últimamente y llevarlo consigo había sido un error. Por eso tiene demasiados galeones en la bolsa de lona que descansa en el sofá. El pobre Tobías en cambio, había pasado mala vida. Si podía decirse algo sobre anfibios esmirriados...

 

Es entonces cuando escucha los pasos sin que ellos se detengan a oírla a ella. Se incorpora con prontitud, pega la oreja a la puerta que da al salón. La Fortaleza Errante tiene muchos espacios como esos pero no demasiados y los pasos hablan de una comitiva considerable. Parece interesante, así que decide pisarles los talones. Al fin y al cabo, es una oscura también. Su curiosidad no hace más que incrementarse cuando nota que se dirigen al subsuelo. Ciertamente, no es una excursión que realizaría por su cuenta, Bea no es de ánimo depresivo o suicida pero como estarán allí varios al mismo tiempo pone todo de sí para que sus zapatillas y los pantalones cargo no hagan ruido y los alarmen. Sus dreads van constreñidos en una media coleta con un rodete y el mechón lila suelto. Eso le da la apariencia de una vieja enloquecida a pesar de que en realidad es joven. No es que eso importe tampoco. Lo importante es que nadie la mira, lo que le permite ahorrarse explicaciones y quizá hasta ataques gratuitos, porque a la gente no suele agradarle mucho cómo se ve.

 

Descienden, descienden, y eso parece no tener fin. Hasta que, de la nada, siente como los pasos se detienen y hace lo mismo justo a tiempo. Una varita se ilumina primero, seguida de otra. Bea se concentra en la primera y es ésta efectivamente la que termina avanzando hacia adelante y las luces se esparcen. Luego, la mujer se ha vuelto rápidamente y... ya está, la ha visto, mas no parece querer comentar nada. Ni siquiera frunce el ceño o hace alguna señal de reconocimiento. Bea no sabe si sospecha de ella o quizá es que ya la ha visto deambulando por la fortaleza en alguna ocasión. El punto es que no la ataca ni hace algún comentario desdeñoso y ya está de vuelta al negocio que la llevara allí en primer lugar (en realidad, le agrada esa clase de actitud de la mayoría de los miembros del clan, una característica apreciable).

 

Bea todavía no sabe por qué están allí pero se da cuenta de que es alguna clase de almacén.

 

<<No... almacén no, est****a, bóveda>> piensa poco después.

 

Están allí y nada parece pasar, hasta que... pasa.

 

La muchacha que abriera la comitiva parece estar buscando algo y apenas ha empezado con su inspección cuando Bea escucha lo que no debería. Malditos oídos sensibles. No es una experta en el clan, todo lo contrario, no ha hecho más que realizar misiones pequeñas y ocasionales y muchas veces solo holgazanea por la fortaleza antes de realizar misiones propias que no molesten a nadie pero sabe que eso que suena no es buenas noticias. Varios de los presentes también lo notan y, antes de que pueda detenerse a sí misma, Bea esta en la esquina superior de la habitación. Pegada al techo, con las palmas sujetas a la misma esquina y sin caerse, aprovechando que la luz alcanza ese espacio. Es así que la muchacha observa lo que se desarrolla allí abajo. Esa cosa parece avanzar hacia ellos y, sin embargo, no se revela a la luz. Bea lo observa desde arriba porque su reacción instintiva es un eco de su realidad: que no soportaría observar con ambos pies en tierra, sabiendo que esa cosa deambula al mismo nivel.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Por un momento, en cuanto Vera contesta, se siente aliviado. Hobb no se había percatado el momento en que la bruja llegó al templo. Él, desde antes del amanecer, se enfrascó en la elaboración de los dos proyectos de acero sagrado en que estaba trabajando. Aunque no es solo eso, también tiene mucho que ver el estar pensando en los cambios inminentes que vendrán en su vida cuando la poción deje de servir.

 

En ese preciso momento le duelen los dedos de la mano izquierda y le cuesta un poco cerrar la mano. La tranquilidad desaparece enseguida porque percibe un olor extraño. Se parece al del metal oxidado. Es sangre, pero tampoco es que sea normal. No se parece en nada a la sangre que sale de una herida recién hecha.

 

El olor es rancio, caduco: a muerte.

 

—No te había escuchado cuando llegaste. Entonces cuando te escuchó me sorprendió. Pero hay algo extraño, este sitio tiene a olor a muerte. Bueno, no precisamente este lugar. Es como si la muerte se acercara, como si poco a poco la muerte se acerca y nos rodeara. ¿Sientes lo mismo?

 

Por precaución, y siendo que en ese momento la única arma que tiene es la varita, invoca su pole. La lanza se amolda a su mano aunque no permanece ahí, Hobb la coloca en la espalda como si de una espada se tratara. Está al alcance y le permite, al mismo tiempo, tener la varita mágica al alcance por si la necesita. En ese momento no se siente capacitado para usar la mano izquierda en caso de que una batalla se presente.

 

 

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Terminaba de secarme cuando llegó Xell, gritando como una posesa que le perseguían las mariposas. Enarqué una ceja y dudé entre manifestar mi desconcierto o dudar de su palabra. Nada me decía que ella mintiera, nunca lo hacía; además, mi propia experiencia me había mostrado que los animales no tenían la misma actitud cotidiana, aunque a mí no me hubiera perseguido. Aún así, no pude evitar soltar un comentario.

 

-- ¿Y qué te iban a hacer? ¿Revolotearte en el pelo?

 

Fue una forma de aligerar la tensión que sentíamos todas las sacerdotisas presentes. No me dio tiempo de más antes de sentir la llegada de otra de nosotras. Sonreí a Scavenger; hacía mucho tiempo que no la había visto. Sus comentarios me hicieron mirar por encima de su hombro, hacia la profundidad de la isla, asintiendo mientras ella decía que se expandía.

 

-- Pero nada puede entrar en la isla. Está protegida -- dije, recordando que yo misma fallé al intentar diblar aquellos escudos. Entonces... ¿qué podría ser...? -- Lo que sea, estaba aquí o lo ha dejado entrar alguien.

 

No era una acusación. Lo podíamos haber traído con nosotros sin darnos cuenta, como un virus de viruela de dragón, que no sabes que lo tienes hasta que te cambia el color de la cara. Volví a centrarme en ella, aún con el ceño fruncido.

 

-- ¿A ti te persiguió una pantera? Eso es más grande que las mariposas. --Aunque tal vez igual de fiero. Nadie sabe lo que un montón de animales pequeños puede hacer cuando se concentran en un grupo. Como las avispas.

 

Otro grito, otra sacerdotisa que se acercaba. La llegada de Lillian me produjo cierta satisfacción aunque, a la vez, la preocupación de que le pasara algo a la familia. ¿Por qué siempre me adelantaba a los posibles hechos y me alarmaba?

 

-- ¡Lily!

 

Me encogí de hombros. No, no sabíamos qué era pero ya era hora de adivinarlo. Para mi sorpresa, Luna dijo que sabía qué era (o creía saber qué era). Cuando dijo que era algo maligno, suspiré. Sí, bueno, vale... Algo maligno era la único que podría estropear así las plantas tan de repente y hacer que los animales, normalmente seres apacibles y amigos, nos atacara como si pensaran que éramos el enemigo.

 

Pero qué, cómo y por qué eran preguntas para mí mucho más necesarias de averiguar en aquel momento.

 

-- ¿Qué somos intrusas?

 

¿Pero cómo podían pensar que éramos intrusas, las sacerdotisas?

 

-- Es una teoría interesante pero... ¿Cómo podemos adivinarlo? Si pudiéramos hablar con ellos, comunicarnos para decirles que somos amigos... Que seguimos siendo amigos...

 

Un gruñido. Seguidos de varios más... La sensación de que nos rodeaban... ¿Alguien más se sentiría así?

 

-- Trabajemos juntas... Seguro que entre todas podemos usar nuestros hechizos de clan para comprobar qué sucede y, a su vez, solucionarlo. ¿Se os ocurre algo?

 

Intenté pensar en ello y cerré los ojos, intentando "escuchar" la isla. Me senté en el suelo y "miré" con la mente a mi alrededor. Hacía poco que había notado que podía conectar mejor con mi entorno, como si sintiera empatía con los seres vivos que me rodeaban. Lo cual era un engorro en determinadas situaciones con los humanos pero, ahora mismo, podía sentir que los animales querían acabar con nosotros pero no por ellos mismos. Era como si estuvieran poseídos en conjunto por una sola... ¿persona? Mejor explicado sería la palabra Ente.

 

Abrí los ojos.

 

-- Es como... como... como si... -- Me costaba reunir la información a cuenta gotas que había obtenido en aquel mínimo momento de concentración. Aún no dominaba del todo aquella técnica de conexión natural, pero había podido nota que había algo maligno que los unía. -- Como si lo que sea que se extiende por la isla los domina. Si pudiéramos... ¡¡Cuidado!!

 

Tanta charla y tanta concentración y no nos habíamos dado cuenta que nos atacaban. Un grupo de animales diversos del bosque se nos lanzaban encima, enseñándonos sus colmillos afilados y garras tan aguzados como ellos. Uno de ellos consiguió tumbarme, pues aún no me había levantado. Sentí el aliento mojado sobre mi cara y unos ojos de color... rojo intensos... Casi carmesí...

 

-- ¡Besto pantera! -- Lo dije sin pensar, pues de lo contrario seguro que hubiera invocado un dragón o un basilisco, que son animales potentes y peligrosos. Sin embargo, fue una pantera el animal que acudió en mi ayuda y se lanzó contra aquel otro, de piel atigrada, que me rajaba uno de los brazos que había levantado en una protección nula.

 

Gateé de espalda para alejarme de la pelea.

 

-- ¡Diosa! ¿Pero qué demonios está pasando aquí? -- grité, sin dejar de observar aquella pelea entre los dos felinos.

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A pesar de lo sucedido con las mariposas, pensaba que no era tan malo como las sacerdotisas pensaban.Saqué la lengua a Sagitas por su comentario sobre que lo único mal que podía suceder es que me alborotara el pelo. Claro, como ella no había sufrido aquel ataque masivo de animales tan chiquitos... Asustaban un poco... Aún así, no me había parecido más que una broma, nada serio... Sí, sí, las plantas se estaban secando como si algo absorbiera su humedad y las marchitara por dentro. Pero seguro que había una explicación lógica en todo aquello. Había llegado una chica nueva a quien no conocía, una sacerdotisa que llegaba acompañada de un tigre que desapareció enseguida, como si sólo hubiera estado allá para acompañarla hasta nuestra reunión. Conocía a Sagitas porque utilizó su nombre. Después se presentó.

 

- Hola, Scavenger. Soy Xell, de Meritxell. Yo no traje nada. Cuando llegué a la arena de la playa, la isla ya se veía amarronada.

 

Se me hacía extraño decir mi nombre entero, pocas veces lo decía pero estábamos entre Hermanas del Clan. Podía confiar en ellas.

 

- Es algo increíble todo esto... Pero no se me ocurre cómo pararlo.

 

Había descubierto que estar en la isla me proporcionaba unos conocimientos que no sabía controlar del todo. Si pudiera decidirme por algún hechizo que ayudara... Tambián apareció la tía Lilian y me sentí muy cómoda. Había mucho tiempo que no la veía por casa. Me hubiera gustado preguntarle por su bebito, aunque seguramente estaría muy crecido. Pero ella llegó con una pregunta que me hizo guardar silencio. Sí, todos nos preguntábamos por lo que era, por lo que sucedía pero nadie parecía tener la respuesta. Ni siquiera Sagitas que suele saberlo todo.

 

- ¡Claro, Luna! ¡tienes razón! Algo maligno está estropeando las flores - Para mí, era bueno pensar en eso. Podíamos luchar contra lo maligno pues para algo éramos sacerdotisas, llenas de pureza y bondad con la que contrarrestar cualquier maldad en el mundo. Ese razonamiento fue, al menos para mí, un alivio.

 

Hablar con los animales era algo que aún no había aprendido a hacer, si es que se podía. Aunque, si se pudiera hacerlo, seguro que Sagitas sería la más indicada. Yo no. Yo tenía una magia muy limitada. El ataque llegó por sorpresa. Unos animales saltaron sobre nosotras. Reconocí un tejón y me emocioné pues era hermoso, con una franjas blancas en el pelo oscuro, en la cabeza y en el cuello.

 

Su actitud no era tan bonita; su actitud era amenazador, emitiendo aullidos cortitos y enseñando unas patas cortas pero de garras fuertes y afiladas. Yo había jugado con ellos y eran muy juguetones. ¿A qué venía ahora este cambio?

 

Cuando un felino atacó a la tía y vi sangre en su hombro, dejé de pensar en el qué pasaba me puse en acción. De la misma forma en que solía mover el aire en momentos divertidos, ahora moví las dos manos al unísono para tomar energía y pensé en una Purificación Espiritual.

 

Era un efecto muy potente con el que alcancé al tejón que se tiraba encima de mí. Extendí los brazos y lo agarré al vuelo, esperando alguna dentellada. Al revés, el tejón sacó la lengua rasposa y me frotó la mejilla, tras lo cual empezó a frotar su cabeza contra mi cuello, como si fuera un gatito que buscara mimitos.

 

- ¡Ay, qué lindo! - exclamé, al ver que volvía a comportarse como era normalmente, juguetones y agradecidos. Como si le hubiera liberado de algún control de magia oscura que le hubiera dominado antes. Pero ahora me pesaba. No me refiero al animal sino a la fuerza maligna que le había retenido antes, era como si me hubiera quedado dentro. - ¡Ay, quema...! ¡Quiero quitármela!

 

Busqué apoyo de mis amigas sacerdotisas. Ellas también se estaban resistiendo. Dejé al tejón en el suelo y busqué a quien ayudar con la varita en alto.

Editado por Xell Vladimir Potter Black

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El comentario de la tía Sagitas si que había hecho aflorar una sonrisa en el rostro antes serio de la sacerdotisa, sin embargo, las especulaciones sobre que podría ser aquel ente eran aún un tanto... vagas.

 

- ¿Soy yo o algo nos vigila? - inquirió mientras por el rabillo del ojo observaba a su izquierda. Todo parecía "normal" aunque la sensación no desaparecía.

 

Sin embargo, la idea de la matriarca Potter llegó, dándoles una pauta a seguir, al igual que la sugerencia de Luna momentos antes.

 

Tomando un poco de tiempo se dispuso a tratar de realizar una lectura de aura pero el repentino ataque de una horda de animales enfurecidos la saco de su momentánea concentración, haciéndole caer de senton sobre un arbusto deslúcido, su agresor, el mismo conejo que carroñaba a la serpiente a su llegada a la isla, sus garras aún estaban rojas de la sangre del ofidio.

 

Instintivamente agarró al animalito por una oreja picuda no sin antes sentir las garras del mismo sobre la mejilla y el párpado derecho e incluso, podría jugar haber visto a un bowtruckle atacar las piernas de Scav.

 

- ¡Eso dolió! -se quejó, aventando a la pequeña bestiecilla en un acto reflejo de enojo.

 

Al parecer no había grandes daños, aunque el comentario de Xell le preocupó por lo que acercándose a la rubia le tomó la siniestra suavemente, concentrando su energía para tratar de contrarrestar la oscuridad que la Vladimir había absorbido.

 

Una tenue y cálida luz las envolvió a ambas dejándola al terminar con una sensación profunda de cansancio como si lo corrupto se fortaleciera, no obstante, recordaba que Maia le había explicado que al hacer una purificación dentro de Avalon la energía "gastada" era casi respuesta de inmediato debido a la pureza del lugar, algo que no había sucedido ahora.

 

- ¿Chicas, están bien? - preguntó recargándose sobre un roble marchito - ¿Se dieron cuenta de que los ojos de esos animales eran rojos? ¿Podría ser un indicio? - aunque aquellas preguntas no tuvieran una respuesta ahora, sabía que quedándose allá no resolverían nada - ¿Que tal si buscamos en los registros antiguos? No es como que aparezca como la enfermedad maligna de los ojos rojos, aunque pensándolo bien .... - Odiaba no encontrar las palabras exactas para describir algo, pero seguro sus hermanas entenderían lo que había querido decir.

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