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Sagrados Veintiocho


Aaron Black Yaxley
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Shelle.

 

Con las rodillas hundidas en la piedra, mi pétreo corazón empezó a latir. La figura del anciano mago ante mis ojos, bañados en lágrimas, se volvió difusa. La desesperación había abandonado mi cuerpo y mi alma estaba entregada a lo que iba a acontecer.

 

Un desmaius me había sentenciado a vivir en un infierno terrenal, a caminar bajo la sombra de la muerte de mi padre, a portar su escudo siendo lo que muchos ladrarían: una traidora. ¿Por qué? ¿Lealtad? ¿Amor? ¿Ideales?

 

¿En qué momento permití que los ideales empañaran mis ojos a la realidad? A lo que realmente era importante. Luna me había visto allí, ella sabía de lo que yo era capaz y allí estaba observando cómo yo no hacía nada, cómo me limitaba a llorar de rodillas ante el hombre que me había dado todo.

 

Observé al verdugo quien me enseñó su rostro en un acto de conmiseración... no, ese hombro no hacía nada sin un beneficio a cambio, lo supe el día que me tomó del cuello y me susurró aquellas palabras al oído entre ellas habló sobre “lealtad” y enseñándome su rostro me recompensaba, pero no era ese el premio que yo tanto anhelaba. No deseaba ver los ojos del verdugo que asesinaría a mi padre, no quería estar allí observando cómo se empoderaba asesinando al mejor auror de todos los tiempos:

 

-Elvis Gryffindor- susurré con un hilo de voz y me acerqué lentamente a su oído -te amo.

 

Su nombre sonó frío en mi garganta y aquellas últimas palabras se detuvieron en mi pecho congelando mi corazón. Luego el rayo verde salió de la varita y si hubo un rastro de amor por el verdugo que la empuñaba allí, en ese instante lo estaba asesinando. Sí, alguna vez amé a ese hombre lleno de poder, a aquél que me había dado su confianza y quien me bautizó a través del mismo Gordic Gryffindor como Shiva. Me había enamorado ciegamente y aquel amor allí moría por su propia mano.

 

Aquél instante desperté a una realidad completamente diferente a la que imaginaba, una donde papá no me esperaría en la cocina para beber una taza de café, una donde no tendríamos esas vacaciones que le sugerí, una donde él no descubriría quien es el inquisidor. Una realidad donde mi hermana buscaría venganza de mí y yo de quien en algún momento amé.

 

Las decisiones truncan los caminos de quienes marchan y son estas decisiones las que me tienen allí de rodillas. Y al levantarme del suelo observé con la frente en alto a mi líder y oprimí las lágrimas en mis ojos, empuñé mi varita para elevar el cuerpo de mi padre ante todos y desaparecimos sin dejar más que un rastro de cenizas.

 

“Caminaré sobre brazas mientras te arrastro conmigo al infierno que crearé para ti”.

 

 

 

 

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La caída de uno de los Fenixianos más influyentes llegó a oídos de Hysy, regodeándose ante el acto perpetrado por su líder. Lamentaba no haber podido estar presente en un acto tan especial y rimbombante. Pero las misiones de matanza y tortura que pesaban sobre sus hombros, no podían ser postergadas más tiempo del debido. Quizás se tomaría el tiempo para ir al sepelio, pero no lo daba por sentado anotándolo en una imaginaria agenda que llevaba mentalmente.


— En algún momento iba a caer. Lástima que fue más dolorosa la caída, que ver su ego inquebrantable, destruido y arrojado por los suelos—la sonrisa que se dibujaba en sus labios, se perdió detrás del lienzo que era su máscara. Protección que iba más allá de esconder su faz de los curiosos, para ella eso implicaba aferrarse a la inexistente capacidad de emitir cualquier clase de emoción o sentimiento. Hysy iba mucho era mucho más que un mote para darse a conocer dentro de las filas oscuras. Lo mismo ocurría con el significado que le asigno, faceless sintiendo como el tatuaje plasmado en el lado izquierdo quemaba con fuerza.


Caín el hermano de Abel, el sujeto que le arrancará la vida a su contraparte. La misma tónica era empleada por Hysy, sacarse de encima a los familiares que consideraba inferiores a ella. Larga era la lista de los asesinatos perpetrados por tu persona, amigos o enemigos, pero el más atroz lo sufrió su hermano menor. La sangre que se impregnó en sus manos tras clavarle una daga en el pecho, no hizo más que aumentar el odio que el despertará en ella desde su niñez.


—Algunas cosas deben hacerse si o si—deslizando la punta de su varita por la base de su máscara. Percibía levemente un escozor en su cuello, quizás la marca tenebrosa enviada por su líder aún no perdía su efecto y eran como ondas expansivas al lanzar una roca dentro de un lago. Haciéndose más grandes al desaparecer y perderse nuevamente en el caudal del cuerpo de agua. Sumergirse por un breve instante en ese trance, siempre le ayudaba a recordar el centro de sus objetivos, poder ilimitado dentro y fuera de Londres, aunado a eso el control total de toda nueva Zelanda y terminar de sellar las alianzas con los pauses que habían elegido seguirle en sus planes macabros.


— Haremos que el mundo tiemble desde su centro mismo—revolviéndose en la silla, alargaba la mano para tomar la copa de bourbon. Australia era el primer sitio que iría a visitar, no olvidaba el pacto que tenía con el Primer Ministro de ese lugar, grandes dividendos le dejaría tal sociedad. Aunque le quedaba poco tiempo en el cargo, ya le había delegado su desaparición a un grupo de mercenarios que le fue ampliamente recomendado por un amigo sumamente especial para ella.


Quizás no era el termino adecuado para referirse al caballero, pero la culpa recaía en la gala de Halloween. Aquel evento no le había dejado más remedio que tragarse su confesión, pero ya tendría tiempo de soltarlo todo y no quedarse con la duda de una respuesta negativa o afirmativa por parte del Australiano. Hysy abandonó la comodidad de su recinto en la Torre Negra, debía ir a enterarse de lo que pasaría con el cuerpo del Auror caído y de paso darle una merecida bienvenida a los nuevos magos y brujas que se unieron recientemente a las filas tenebrosas.

Cuando eres tan grandiosa como yo, es difícil ser humilde

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Básicamente ya eres la mitad de una maldición

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En un lugar seguro con Luna.

 

No sabe cómo ha ocurrido, cómo han ido llegando más personas, cómo terminan los llantos cruzándose. Sophie se ha ido con su furia a su hogar, ella ha intentado sacar sana y salva a Luna del lugar de ejecución. Una joven bruja se les une y la palidez que le han provocado las palabras de Luna las debe disimular. No puede utilizar un obliviate para apagar el dolor de la bruja, solo se le ocurre una cosa pero deja el lugar a la otra mujer que cae de rodillas y le dice que lo siente.

 

Darla se gira, se ha quitado la máscara y la ha desaparecido pero sus cabellos aún están cubiertos por la capucha, duda y vuelve a mirar a Luna.

 

—No puedes ir tras él como tu padre —dice casi en tono de súplica —esa obsesión lo ha dejado con la guardia baja y mira lo que ha pasado, se ha olvidado de cuidar sus espaldas de los mortífagos. Olvida lo que causó tanto dolor –casi suplica a Luna.

 

Darla no está muy segura de cómo había ocurrido la desaparición en Suiza, pero lo que ha visto en aquel escenario en cierta forma cierra el círculo. La mujer pelirroja cuyo rostro se había revelado de rodillas junto a Elvis estaba en la reunión de Cooperación Internacional. Llevó su mano a la frente. ¿Cómo haría para enfrentar a la Orden ahora? ¿Con qué cara? Tú no has fracasado, sonó la voz fría de Scarlet en el fondo de su mente . No, no lo había hecho, no del todo. Sus ojos aún veían la máscara de Caelum, el mago que había compartido con ella la clase de Nigromancia y que ahora sabía era el líder de la Marca Tenebrosa. En silencio dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Debía callar.

 

Darla no podía saber que ya Sophie estaba a punto de encarar a Shelle en la Gryffindor y no lograba encontrar el modo que la otra hija de Elvis olvidara lo que había ocurrido en aquella noche. Si fuera por ella utilizaría su capacidad para desmemorisar a ambas, evitando así su dolor, modificando sus recuerdos para que no les hicieran tanto daño. La risa de Scarlet en el fondo de su mente la estremeció, el espíritu de la vampiresa bien sabía el verdadero motivo que ella tenía para modificar los recuerdos de las dos fenixianas, pero no sabía si la oportunidad se daría o no.

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  • 2 semanas más tarde...

Sagrados 28

Capítulo II. Caza de Muggles.


Tras la caída del Auror y el decreto que la ministra Potter Blue había dictado a la comunidad mágica, se comentaba por las calles de Londres, sobre una resistencia en contra las directrices sociopolíticas de la magia que supuestamente escondían uno de los principios más extremos y oscuros de nuestra historia: El legado de Tom Riddle y Gellert Grindelwald. ¿Cómo culparlos? si el principal hecho era que desde el mandato anterior, se venía luchando por la libertad de aquellos que se sentían oprimidos por los muggles, y que el único frente de batalla que parecían tener, era formar parte de los extremistas mágicos; vil y sucia política que se escondía bajo los principios de los dos magos tenebrosos más icónicos de todos los tiempos.

De momento, lo real y concreto era que las caretas se sobreponían una sobre otra, tal cual lo era el resurgimiento del afamado círculo mágico que velaba por la pureza de sangre. Veintiocho familias que según se comentaba, firmaron un directorio presidido por Cantankerus Nott, una asamblea que reunió a los cabecillas de cada familia que honraba su linaje, orgullo del conservadurismo mágico, en la década de 1930. Hoy, casi cien años después, se realzaba bajo los principios extremistas que Aaron Black Yaxley ofrecía a la comunidad. Lo último, era la rebelión que los muggles habían logrado desde Norte América, órdenes de ejecución hacia la población mágica tras los dictámenes de la ONU.

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Londres. 1.37 am.


La música abombaba las calles de un mítico barrio de la bohemia inglesa. Camden Town, era el lugar del trasnoche muggle por excelencia en Londres. Gente entraba y salía de los locales, riendo, abrazados, empujándose con gracia o simplemente al hombro de un buen amigo o amiga. Con ello, la revelación del mundo mágico atrajo algunas excentricidades particularmente llamativas: brujas y magos, en su mayoría mestizos de sangre, buscaban ganarse la vida con algunos trucos básicos. Figuras de fuego, aparecer o desaparecer cosas, transformar objetos o simplemente darle un toque vivo a las cuestiones inertes, entre otras. ¡Era un completo furor para los no mágicos! y vaya que bien pagaban por esas particularidades. Atraía muchos turistas.

Era la primera noche del Edicto que Sagitas había comunicado a la sociedad mágica y hasta ese momento, las cosas parecían mantenerse en una blanca marcha de tolerancia para la seguridad ministerial, sin embargo, habrían algunos que no estarían para esperar el suave castigo de la prisión o las resoluciones con las que deportarían a más de algún extranjero que no respetase lo que dictaba la máxima autoridad mágica de Reino Unido.

Guardias muggles controlaban el perímetro de Camden Town, cargando fusiles de alto calibre y con una munición que sería letal para cualquier mago o bruja que atentase en el lugar- pagados por la ONU y autorizados para utilizar el suero anti magia, cada uno de los soldados estaba allí para resguardar a los suyos y a los no mágicos- controlaban identificaciones, comunicándose por pequeños dispositivos que se mantenían ocultos entre los pliegues de sus ropas.

-¿No te da miedo ver a estos tipos ...¡hip!...no te da mie... ¡hip!... ver a estos tipos con esas armas?- preguntaba un joven inglés a otro de pelo lacio y castaño que le acompañaba; tenían alrededor de treinta años. Bebía una lata de alguna bebida alcohólica.

-¿Después de los atentados?, lo mejor que pudo hacer la alianza de la ONU fue haber obtenido ese neutralizador para los raros esos...

Un mago de edad similar pasaba justo por al lado de los dos muggles que platicaban tras salir de un bar.

-No somos todos iguales...- dictó un tanto molesto, esperando respuesta. La chica que le acompañaba se aferró a su brazo.

-¡Qué te pasa rarito!... -exclamó quien iba más entonado con la bebida- acaso eres de los...hip... de los que se aferra a la varita?... ¡JA!... ¡Hip!...- se burló con un gesto obsceno.

-¡Ordinario!- contestó la muchacha en completo reproche, sin soltarse del joven mago.

-Yo tengo una var...- volvió a repetir el bully sin terminar la frase.

El chico que se había ofendido no aguantó y le mandó un puñetazo en la nariz, cuestión que detonó una pequeña revuelta en medio de la calle. El amigo del tipo que estaba ebrio se lanzó sobre la espalda de quien había golpeado a su compañero, con la intención de separarlo y golpearlo, cuestión que logró con poca dificultad. Aquello provocó que el joven mago sacara su arma mágica del bolsillo del pantalón para apuntarlo, pero antes de que pudiese afinar la puntería, un dardo se había clavado en su muslo ocasionando que el rayo que pretendía conjurar no fuese más que un hilo de humo sin efecto alguno. No hubo más detención al conflicto que ese, concluyendo en risas por parte de los dos muggles que habían comenzado con tal escena, jóvenes que ahora se abalanzaban contra el mago neutralizado que ya no tenía como defenderse. Las patadas en el suelo y un escupitajo fueron lo más suave dentro de los insultos.

De seguro hubieron más brujas y magos que deambulaban por allí, quizás indiferentes, quizás impotentes de no poder defenderlo, pues dentro del perímetro los controles eran bajo ojo de halcón. Lo cierto era, que bajo el criterio de alguno de ellos, los días estaban contados para que la supremacía mágica se impusiera por sobre sus débiles normativas. Leyes frágiles a merced de unos cuántos hechizos que podrían revocar su poderío y control con facilidad.

La chica sollozaba sobre el mago que se quejaba por la golpiza recibida, hasta que un tipo le tendió una mano firme.

-Déjame ayudarlos...- Emiliano Black, el vampiro, escondía la sed con una sínica amabilidad. Después de todo, era un cazador por naturaleza.

Black tomó al muchacho malherido por el hombro y lo cargó hasta la orilla de la calle, donde tomó asiento junto con él mientras observaba a los dos muggles alejarse mientras se mofaban y sacudían sus hombros y brazos; ya les había sentido el olor a sudor, uno ni tan apestoso pero que a pesar de no gustarle, le serviría para luego distinguir su rastro.

-¿Quién eres?- preguntó la mujer algo más compuesta.

El gentío que se había reunido ya volvía a retomar su cauce, el show había acabado allí y las personas iban y venían de un lado a otro, evidentemente, cotilleando lo sucedido. Era pan de cada día desde los atentados y el levantamiento de los sin magia.

-Me gusta eso de los muggles... casi siempre me preguntan quién soy, pero no lo que soy...- un puñado de venitas hizo relieve en el contorno de la esmeraldina mirada de Black, producto de la sangre que brotaba del labio del muchacho.

-¡Es un vamp...!

-Calla hombre...-alcanzó a silenciar Emiliano con la palma de la mano sobre la boca del mago. La chica se había silenciado sola en asombro; Black podía sentir el latir acelerado de su corazón- ... te regalaría mi condición pero no te lo aconsejo. Si no fuera uno de los viejos, habría arrancado unas cuántas cabezas por acá después de secarte junto con tu chica...- se acercó al muchacho y tomó su aroma con cierta intensidad, ¡le era excitante!, en el buen sentido. Luego concluyó- mmm... eres un mestizo...

-¿Cómo lo supo?...

-Son años- respondió de inmediato. Sacó su varita mientras vigilaba que nadie le apuntase y sanó al tipo con un episkey. Luego tomó el dardo que aún se clavaba en el muslo- son dosis pequeñas, recuperarás tu magia en menos de dos días. Lo hacen para controlarnos...- sostuvo mientras guardaba su varita en la caña del rudo calzado (vestía jeans y una ramera blanca bajo una chaqueta de cuero)- ... intenten no venir más, hay magos que pagan por raptar a gente como ustedes, y a mí, para cazar a tipos como ellos- sentenció con un gesto hacia el camino por donde se había alejado el par de idi.otas. Fue directo.

Tanto el muchacho como su chica tragaron saliva de golpe.

-¿Los matarás?- preguntó la joven muggle con un hilo de voz.

-Digamos que jugaré con ellos un rato...- sonrió con un brillo de malicia en su mirada.

-Pero ¿porqué nos cuentas esto?, digo...¿no trabajas para alguna especie de sociedad secreta, verdad?- cuestionó el muchacho.

-Larga historia, chico...- le dijo. Se puso de pie y ayudó al muchacho a pararse- ... mientras nos mantengamos en sigilo es mejor. No enganches con estas escorias- le susurró mientras se erguía.

Lo cierto era que Emiliano, el vampiro de la familia Black, primero lamentaba el haber contaminado su sangre con la maldición que le hacía inmortal, y es por eso que no quiso contagiar al joven mago con ello. Segundo, él se ganaba la vida como barman en uno de los locales muggles, pues de esa manera le era mucho más fácil cazar a sus presas, y tercero, el tipo trabajaba bajo las órdenes del Sagrado veintiocho, cumpliendo con el último dictamen que decía "Cacería de muggles. Cada muggle, cien galeones- tope de diez mensuales. Los demás puedes quedártelos para tu propia supervivencia", cuestión por la cuál no había raptado al mestizo. La chica le había recordado a un viejo amor.

 

OFF: Los galeones son ficticios xD

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dpTJ7hu.jpg Después de todo lo pasado, me costaba mirar por la ventana de la mansión Potter Black y no derramar lágrimas. Sí, era una persona sensible y de lágrima fácil, aunque ese dato no era de conocimiento de mucha gente. En realidad, siempre me había puesto la máscara de payasa feliz, divertida, que disimulaba entre chistes o comentarios jocosos lo que sentía por dentro.

 

Ya no tenía ganas de ser esa payasa. Todo había cambiado de un día para otro. Bueno, tal vez habría que darle un espacio de una semana en el que maquiné el gran cambio, pero allá estaba mi máscara, sobre el tocador de mi habitación, visible en la caja abierta sobre un terciopelo verde oscuro. Y hoy decidí encontrarme con mi grupo y unir mi mansión a "Los Sagrados 28". Tal vez alguien considerara todo aquello una traición, sabiendo sobre todo que allá había muerto mi primo.

 

Apreté la mandíbula con fuerza. Aunque había sido un terrible suceso, parecía extraño que esa muerte me hubiera marcado tanto como para endurecerme de alguna manera y dejar salir la parte implacable de mi carácter que tenía bien escondido en mi cabeza, casi olvidado. O eso pensaba hasta que resurgió, con fuerza, haciéndome temblar al ver que todo por lo que había luchado hasta el momento no era como yo creía, como me obligaba a creer.

 

Me puse un pantalón oscuro y un jersey gris de lana. Tomé la máscara y me la puse para mirarme al espejo. Esa era yo ahora. Ya era hora de recordar algo que había olvidado: los muggles no eran buena compañía y era mejor alejarse de ellos.

 

Rectifico... Que ellos se alejaran de nosotros.

 

Salí de la mansión con la cabeza alta sobre lo que tenía que hacer.

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La brisa nocturna despeinaba un poco mi cabello, incluso más que la cuenta. Estaba sentado en el techo de la estructura, en la parte delantera. Aquel sitio parecía ser mi nuevo lugar favorito: solitario, en lo alto. En compañía de mí mismo. Recordaba cuando era menor y hacía eso mismo en la cima de aquella colina de la isla. La diferencia es que me faltaba el halcón. Los terrenos de la Mansión Gryffindor se habían vuelvo turbios: parecía como si el silencio fuera el protagonista del sitio, como si la mansión estuviera sola, como si todo lo que vivía allí, se consumiera de a poco.

Ya no había ni tantos gritos, ni risas. Nada.

Estaba sentado con mis piernas entrecruzaras entre si, apoyando mis brazos sobre las rodillas. Miraba a la lejanía; a las nubes; a las estrellas y la luna. Me arremangué y pude visualizar la marca tenebrosa tatuada en mi brazo izquierdo, rodeada de muchos otros tatuajes que iban cambiando tanto su forma como de su color. Era extraño, mi madre había tenido razón: Vas a estar seguro con nosotros. Tendremos un hogar, ya lo verás. Puede parecer difícil al principio pero luego lo harás.

Era libre. Tal vez la mejor palabra para describir todo aquello era igual a libertad.

Acaricié mi marca. La primera vez que había ardido había sido pura adrenalina. Ahora parecía como algún tipo de droga que necesitaba que vuelva a llamarme. Las cosas en la Gryffindor se habían calmado, de momento, pero estaba seguro que todo continuaría: el Auror muerto tenía muchas cosas y muchas familias. Solamente me había podido hacer con una parte. Pero íbamos encaminados, la familia ahora se encontraba entre la lista de los Sagrados 28. Solamente era cuestión de tiempo.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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  • 1 mes más tarde...

No habían pasado tantas semanas para que decidiera que iba a hacer acontinuacion, aún seguía pensando en que el diario mágico ya no informaba como antes y que nos faltaban partes importantes de información vital para desentrenar todo lo que pasaría acontinuacion, desde que había formado la resistencia con mis compañeros me sentía optimista sobre la posibilidad de que todo volviera a ser como era antes, el que no pudiera comerciar ni tratar con muggles y que los estuvieran controlando tanto a ellos como a los magos y brujas que tenían algún parentesco me sonaba del todo dictatorial y arbitrario, ¿Dónde quedaba la libertad de expresión? ¿desde cuando los muggles eran peligrosos para nosotros? el pensar que ya no era bien recibida en la oficina de Sagitas me daba repelús, pero ella había tomado su camino y yo el mío, así que era evidente que en algún momento no estaríamos de acuerdo en algo, no siempre los amigos tienen que coincidir en todo y no por eso dejaban de ser amigos ¿no? o al menos, eso era lo que pensaba la auror de todo este lio que se estaba gestando en todos los lugares de su amado mundo, un mundo que ya no parecía del todo cuerdo y centrado como antes.

 

No paso mucho tiempo para que como tantas otras veces entrará al estudio que era de su papá, mascullo un juramento cuando vio varios recortes allí y se dio cuenta que quizas aquella era una pelea perdida, ¿Cómo lucharían con tantas personas que controlaban si nos hablábamos con el muggle o no? ¿Cómo podrían vencer esta vez el edicto? fruncí el ceño pensativa y se dijo que algo haría para mejorar todo, este no podía ser el fin de sus negocios de comerciar con los muggles y además debía de proteger y avisar a su otra familia, era menester que los protegiera porque como alguien descubriera aquello podrían terminar preso solo por ser sus amigos, no podía creer los controles que había en todos lados, ¿alguien se daba cuenta de lo dictatorial que sonaba todo aquello? si claro que se daban cuenta, pero simplemente aplaudían a la ministra como si Sagitas tuviera razón en todo, bufo molesta porque algo tenía que hacer solo que no se le ocurría el que en esos momentos.

 

 

- Debernos de armar un frente unido, tenemos que impedir que se siga prohibiendo la amistad con el muggle y comerciar con ellos, ¿Qué tipo de mal nos hacen? ninguno en absoluto y las ideas de Sagitas tienen que pararse en algún momento, tenemos que encontrar hacerlo solo que no tengo idea de que hacer, quizas una reuníon o algo por el estilo, ¿podría seguir usando la Gryffindor para eso?, si seguro que podré hacerlo ¿o ya no se podía? - Me preguntaba mientras caminaba de acá para allá en mi habitación, sin parar un instante pensativa sobre que haría con tantas revelaciones juntas en tan poco tiempo -

 

 

Se hablaba de que nuestro grupo pretendía ir con armas contra Sagitas, ¿el diario estaba cada vez más loco? solo era una resistencia pacifica en donde nos reuníamos a ver como podíamos solucionar todo el desastre que estaba ocurriendo por todos lados, sin contar que en aquel momento me sentí más segura que nunca antes de lo que iba a hacer acontinuacion, necesitábamos estar unidos y lo que era más importante intentaría regresar a la acción a como diera lugar, no podía quedarme de brazos cruzados, porque comerciar era vital para mí, así que buscaría la forma de poder volver a hacer, me costase lo que me costase aquello en esos momentos.

 

Parecía que todo había pasado a la vez, el deceso de mi papá, Elvis, nos había acarreado un sin numero de sucesos extraños uno tras otro, no estaba consciente en esos momentos de que la familia Gryffindor sería parte de los Sagrados 28, tampoco estaba contenta con ese suceso, extrañaba la calidez de mi hogar y el sentirme parte de algo, sin contar que todo se desmoronaba a mi alrededor, los magos controlaban todo lo que podían y más incluso, cualquier carta o cosa que quisiera mandarle a los muggles estaba vetada y controlada, incluso iban a controlar a los muggles mismos para que los magos no le hicieran algún daño, ¿Qué tipo de bichos raros creían que éramos? no nos harían daño y nosotros tampoco a ellos, pero en esos momentos se dio cuenta que estaban en una guerra, una que no tenía sentido ni pies ni cabeza, los muggles eran amigos y no enemigos, pero explicar eso le costaría demasiado, así que se dijo que tan solo esperaría alguna novedad más para actuar de alguna manera, porque formar parte de La Resistencia le había dado energía para seguir adelante y para pensar que no todo estaba perdido y que aún había algo que pudiera hacer para mejorar su amado mundo mágico, de la decadencia y el horror al que le estaban llevando poco a poco.

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