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La caza de la Aurora


Syrius McGonagall
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Leonid Yaxley




La nieve blanca había sido despejada de los caminos pero en las laterales se apreciaba muy bien que la nevada fue intensa, tranquilamente si uno se desviaba la nieve pasaba por encima de los tobillos y en los bosques de pinos y centinelas siempre verdes la nieve acumulada llegaba por encima de las rodillas. Pero mientras se mantuvieran en el camino no habría problemas.


-Nuestra cabaña es aquella - señaló a la bruja mientras una nube de vaho salía de su boca. La cabaña “N° 3” era una pequeña pero muy acogedora edificación de madera, perfecta para una pareja y con todas las comodidades que pudieran pedir, hasta tenían un sauna (algo típicamente ruso) y en el patio trasero una piscina al aire libre emanaba una cortina de vapor alimentada por aguas termales.


El pelirrojo se sentía muy feliz, no solo por estar en aquel hermoso rincón en el norte de Rusia sino porque también aquellas serían sus primeras vacaciones juntos donde convivirán por unos días mientras iban en búsqueda de las majestuosas auroras boreales.


Las maletas y los bolsos con sus pertenencias flotaban suavemente tras ellos, no había necesidad de ocultar la magia, aquel pequeño poblado de cabañas en el lejano norte siberiano era habitado solamente por magos y brujas, uno de los pocos que aún quedaban desperdigados por todo el país.


-¿Cómo llevaba mi chica parisina estos menos diez grados? - preguntó jocosamente el ruso a la francesa mientras tomaban el pequeño sendero que conducía a la cabaña que les correspondía. La temperatura era baja pero sin dudas tuvieron suerte al haber elegido aquellas fechas para vacacionar, las temperaturas podrían descender de los menos treinta con normalidad en estas latitudes. Pero la semana pronosticaba cielos abiertos y sol abundante acompañando los días que tenían por delante, pese a que el cielo seguía encapotado y blanco para aquel pronto despejaría.


Leonid se detuvo frente a la puerta donde un número 3 de acero resaltaba en el dintel y tras sacar la pequeña llave de su bolsillo abrió la puerta, al ingresar inmediatamente el fuego en la chimenea se encendió. Una sala - comedor fue la habitación que los recibió, se podía ver una mesa baja rodeada por unos mullidos sillones junto a la enorme chimenea de piedra, una mesa de madera con sillas junto a una de las ventanas, hasta había una pequeña biblioteca.


En el fondo una barra de madera separaba la sala de la cocina y se podía ver en un rincón una puerta de madera que seguramente sería el baño. Una escalera que ascendía llevaba a la habitación en la segunda planta. Todo tenía un toque rústico pero muy acogedor, Leonid estaba encantado - ¿Y amor? ¿Qué te parece? - consultó el ruso mientras se quitaba las capas de abrigo que llevaba y colgaba las prendas en el perchero junto a la puerta.


-¿Acogedor no? - preguntó mientras se quitaba los zapatos, era algo normal en Rusia estar descalzo dentro de las casas. -Puedo preparar un té para potenciar la experiencia rusa y ya estrenamos esa cocina - le sonrió a la hermosa bruja, ansioso para comenzar aquella experiencia juntos.






 

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La idea del primer viaje con Yaxley emocionaba a la francesa de sobremanera. No solo era la primera vez que conocería aquel frío y nórdico paraje, sino que estaba tan a gusto con la idea de emprender una nueva aventura con el mago que no había podido contener el entusiasmo que le embargaba. Había empacado con esmero intentando ser práctica, sin embargo, la emoción le había ganado y como era de esperarse, había terminado llenando más maletas de las necesarias.

 

Bellerose tenía una idea muy general sobre el destino al que estaban visitando, en sí no más de lo que le habían contado los conocidos o lo que había leído en libros. Su interés particular se fijaba en aquellas luminiscencias mágicas conocidas como auroras boreales, algo que nunca había tenido ocasión de ver con sus propios ojos y era un deseo que le había transmitido al pelirrojo, quien había tomado aquello como una oportunidad planear aquellas vacaciones y hacerse cargo de cada detalle, algo que la francesa agradecía ya que confiaba en el mago plenamente.

 

El paisaje que les recibía estaba completamente pintado de blanco a causa de la nieve fresca que había caído recientemente. Hélène había esperado frío, pero no se había preparado del todo para aquel clima tan gélido que les recibía. Vestía varias capas de ropa, guantes, orejeras, pero aún así de cuando en cuando no podía dejar de estremecerse cuando una brisa especialmente gélida le tocaba el rostro y descendía por el cuello hasta la espalda. Aún así, el entusiasmo de la bruja era equiparable el de una niña pequeña que veía algo por primera vez. Los ojos claros los tenía bien abiertos para no perderse de ningún detalle.

 

Leonid había advertido que ya estaban cerca y la heredera no pudo evitar regalarle una sonrisa amplia, no podía esperar a llegar y sentarse junto al calorcito del fuego y quizás tomarse un chocolate caliente. Agradeció que las maletas flotaran con suavidad a sus espaldas y al mismo tiempo se premió por haber sido tan previsiva al haber traído tanta ropa, después de todo parecía que iba a necesitar una o dos capas más.

 

Una risita precedió la respuesta a la pregunta del ojiazul. —Tu chica no siente la punta de su propia nariz y tiene el rostro completamente anestesiado. Es probable que precise muchos besos para recuperarse. —El pálido rostro de la castaña se hizo de un puchero divertido que dedicó al mago con fingida teatralidad.

 

Llegaron finalmente y la semiveela aguardó pacientemente a que Leonid abriera la puerta de la cabaña que a simple vista se veía bastante hogareña. Fue sorprendida con una chimenea que invadió a la estancia con un suave y esperado calor. Más rápido de lo que pudo haberlo previsto con el pensamiento, el cuerpo la transportó hacia el tan anhelado calor del fuego y ahí se detuvo unos segundos, sintiendo como poco a poquito su temperatura corporal subía.

 

Sin cambiar alejarse mucho de la chimena, la heredera barrió la estancia con la mirada, contenta al ver que la cabaña estaba lo suficientemente equipada para una cómoda estancia. Todo era perfecto en aquella escala tan chiquita. —Es perfecta. —Respondió con genuina felicidad al mago, que ya empezaba a quitarse el abrigo. —¡No puedo esperar a que empiece a nevar! Amo la nieve. Aunque claro que tú y yo vamos a estar adeeentro cuando eso pase. —Enfatizó aquello último, aún tenía un largo camino que recorrer para adaptarse a la temperatura polar de aquel paraje.

 

Se acercó al mago que aún estaba en el rellano de la puerta y esperó pacientemente a que las maletas ingresaran por completo. —Un té suena estupendo. —Acordó, acortando la distancia que les separaba con un abrazo y hundiendo el rostro en el pecho del ruso, sorprendiéndose por la inesperada calidez del cosaco. —¿Cómo es que tú no te congelas? —Inquirió con una sonrisa, aún acomodada entre los fuertes brazos de aquel hombre que le encantaba tanto.

 

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Leonid Yaxley

 

 

-Un pequeño truco siberiano - contestó el ruso mientras rodeaba con sus brazos a la castaña estrechando aún más el contacto -Además - continuó el mago mientras poco a poco avanzaba hacia la cocina llevando consigo a la Bellerose - Es inevitable, estando tan cerca de una bruja sexy con un encantador acento francés - sonrió acompañando cada palabra con un corto pero dulce beso mientras sus manos descendían hasta detenerse en la espalda baja de la ojiazul.

 

-Ahora iré por esos té, nada como una caliente infusión rusa para despejar el frío del norte - le prometió mientras se desprendía con cuidado de aquel cómodo abrazo y se dirigía a la cocina.

 

La cocina era más pequeña que la sala, pero lo suficientemente amplia como para que Leonid pudiera moverse con soltura, no tuvo que rebuscar mucho entre los gabinetes para encontrar una caldera y unas hierbas para preparar el té lo que sí le preocupó es que no hubiera comida por ningún lado -Amor, vamos a tener que ir a comprar comida en la tienda que vimos de pasada - dio aviso a Heléne mientras llenaba la caldera de agua del grifo de bronce -Porque aquí no hay nada - pusó a hervir el agua junto con las hierbas.

 

Lo que sí logró encontrar fue sal y azúcar además de las hierbas, por lo demás la cocina estaba completa, tenían abundantes platos, recipientes, cubiertos, tablas y demás utensilios para cocinar, además los electrodomésticos al parecer estaban en funcionamiento.

 

Mientras el agua hervía sacó dos tazas y las dejó junto a la pequeña ventana que les regalaba vistas de la piscina de aguas termales y el sauna que tenía en el fondo, aquella noche los aprovecharían, el ruso estaba seguro que sería de sus lugares favoritos en aquella cabaña mientras durara su estancia.

 

El pelirrojo salió de la cocina y fue hasta la sala para recoger el equipaje y llevarlo al dormitorio - Tenemos un sauna y una pequeña piscina de agua caliente- le anunció a la bruja con una sonrisa - Este pueblo es famoso por sus aguas termales, dicen que son sanadoras, esta noche cenaremos en el agua, quizás hasta nieve - le propuso a la francesa a sabiendas que ella amaba la nieve.

Tomó los cuatro bolsos que traían consigo y se volvió hacia la castaña - ¿Vamos a conocer el dormitorio? -

 

 

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La castaña reía alegremente mientras era guiada a la cocina por el alto mago. Rodeó con suavidad el cuello del pelirrojo con los brazos, sintiendo encantada los dulces besos que él le propiciaba. —Puedo acostumbrarme a esto. —Musitó suavemente entre los labios de Yaxley, sintiendo como una sonrisa se le pintaba en el rostro. El abrazo se deshizo con gentileza y ella aprovechó la ocasión para desabrochar el grueso abrigo que llevaba, después de todo ya la calidez del fuego había llegado a cada pequeño rincón de la cabaña y tanta ropa de invierno no era necesaria.

 

Dejó el abrigo junto al de Leonid, y se aseguró también de sacarse los guantes, gorro de lana y orejeras y lo depositó suavemente en la consola de la entrada. Luego de descalzarse, se dirigió hacia la cocinita y se sentó en el mesón, recargándose suavemente en la mesa con los codos. La quijada la puso entre las manos, mientras los ojos claros estaban fijos en el pelirrojo, el que se desenvolvía con gracia y soltura en la pequeña cocinita, como si supiera donde se encontraba cada cosa.

 

Siempre hay un algo irresistible con los hombres que cocinan. Soy una chica afortunada. —Alabó con coquetería, sin despegar la mirada del ruso, que parecía estar inspeccionando a fondo las alacenas. Al parecer tan solo había suficiente provisión para hacer el té, todo lo demás tendrían que conseguirlo en el pueblo si querían alimentarse. La aventura comenzaba entonces.

 

De acuerdo amor. —Accedió, le parecía una idea excelente aprovechar aquella pequeña oportunidad de recorrer el poblado. La cabaña se encontraba cerca, aunque había un buen tramo de camino hasta llegar a la tienda que el mago mencionaba. Supuso que irían luego de acomodarse un poco mejor en la cabaña, aún había que desempacar y tan solo al pensar en tener que acomodar todo lo que traía no fue capaz de contener un suspiro.

 

Leonid colocó las tazas en una ventana que de inmediato llamó la atención de la castaña, quien se estiró un poco para poder observar con más detenimiento el paisaje. Distinguió lo que parecía una piscina con un suave vapor que humeaba por encima y antes de que pudiera formularla, la respuesta a la pregunta llegó casi de inmediato. —¿Aguas termales y nieve? —Su entusiasmo se disparó nuevamente ante la perspectiva, se sentía bastante afortunada al ver que él lo había planeado todo con demasiada minuciosidad.

 

El ruso dejó hirviendo el agua y se dirigió hacia la entrada donde habían dejado las maletas en un inicio. Agradeciendo que él fuera tan ordenado como ella misma, se levantó con agilidad de la silla que ocupaba y siguió al pelirrojo a través de las escaleras de madera hacia la segunda planta, que al igual que la primera planta era sencilla pero bastante acogedora. Una cama bastante amplia los recibía, rodeada por mesitas de noche, una cómoda y un espejo. Una alfombra sencilla pero cálida se encontraba al pie de cama, calentando así un poco mejor el ambiente que debía enfriarse por las noches. Dejó que el pelirrojo se ocupara de depositar las maletas en la pieza y mientras tanto se dedicó a curiosear por la pequeña estancia.

 

La habitación tenía acceso a un pequeño balconcito con vista hacia la piscina exterior, además de un espectacular paisaje compuesto de montañas nevadas cubiertas por árboles de blancas copas. Parecía salida tal cual de una postal y eso maravillaba a la semiveela, que, sin meditarlo mucho, abrió la puerta del balconcito y salió, siendo recibida por una gélida brisa que le caló hasta los huesos. Aún así en lugar de inmutarse, cerró los ojos disfrutando cómo aquel viento le despeinaba los cabellos.

 

Así que esta es Siberia. —Musitó con satisfacción, sin poder dejar de reconocer que el lugar natal de Yaxley era bellísimo. No podía esperar para descubrir qué más tenía aquel paraje por revelar.

 

 

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Leonid Yaxley

 

 

El dormitorio era más de lo que esperaba, hasta parecía más amplio que la primera planta, quizás aquella ilusión era debida a que había menos mobiliario, pero el que estaba presente era lo necesario dándole un toque minimalista, rústico y acogedor. El pelirrojo avanzó hasta la amplia cama que ocupaba un espacio central en el dormitorio, dejando las maletas a un costado se sentó para probarla.

 

El colchón de plumas se hundió con suavidad y las diversas mantas y cobertores resultaron mullidas al taco de su mano, estaba perfecto. El ruso quería que todo en aquel viaje resultara perfecto, fue el que lo organizó y se sentía responsable de que aquella primera experiencia juntos como pareja se diera sin ningún inconveniente y sobretodo que resultará inolvidable.

 

Fue una repentina brisa de aire frío la que interrumpió sus cavilaciones, Leonid levantó la vista hacia la puerta abierta que daba al pequeño balcón y pudo observar como la figura de Héléne salía al exterior. Una sonrisa se dibujó en el rostro del mago mientras se levantaba de la cama e iba tras ella.

 

El balcón era pequeño pero regalaba una vistas enormes y maravillosas de la prístina Siberia rusa que se extendía ante ellos hasta donde alcanzaba la vista. Los pinos, centinelas, abedules y robles de la imponente Taiga crecían recios y cubiertos de nieve a unos metros de ellos y coronando en el horizonte, los majestuosos picos helados de las montañas se alzaban como gigantes guardianes de piedra y hielo.

 

Héléne se encontraba al borde del balcón dejando que el viento del norte meciera su cabello, se veía tan hermosa. Leonid se detuvo justo detrás de ella rodeando su cintura con los brazos, apoyó su mentón sobre el hombro izquierdo de ella y respiró el aroma de su perfume -¿Te gusta? - le preguntó con una sonrisa acompañándola en la apreciación de su tierra.

 

-Vine con mi familia un par de veces, tres kilometros al norte hay un pequeño río de aguas cristalinas, el terreno es irregular y hay un salto de agua que termina en un pequeño lago, íbamos a nadar en verano y durante los inviernos pescabamos en hielo, quizás podríamos ir uno de estos días ¿Qué te parece? - le propuso justo antes de que el sonido de la caldera ascendiera desde la planta baja anunciando que el agua estaba hirviendo.

 

-El té está listo - se despidió con un beso.

 

El fuego crepitaba en la chimenea frente a ellos, Leonid se llevó la taza a la boca y dio un nuevo trago a la infusión caliente de hierbas, se sentía como el té que tomaba los fines de semana en la dacha familiar pero en aquella ocasión en vez de compartirlo con su familia lo hacía con la mujer que lo tenía en un sueño constante y lo hacía feliz como nadie. La rodeaba con su brazo derecho mientras se sentaban juntos en el sofá disfrutando del calor que emanaba la chimenea.

 

-¿Algo en mente para la romántica cena en la piscina bajo la nieve? Además del sexy traje de baño que usarás - se atrevió a bromear con un carcajada mientras se preparaba para el empujón - O podemos ser más tradicionales y hacerlo al viejo estilo ruso….. sin ropa - se volvió a preparar.

 

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El contacto de Yaxley sacó a la muchacha de su pequeña ensoñación, ocasionándole electrificantes sensaciones que nacieron en el cuello y bajaron hasta la espalda. Disfrutó del abrazo en silencio, recargando la cabeza sobre la del pelirrojo en un gesto que denotaba mucho el cariño que sentía por el mago. No era realmente curioso que en esos brazos se sentía segura, protegida, cálida. Abrió los ojos con lentitud y los fijó en el paisaje, queriendo inmortalizar el momento con todos los sentidos.


—No sé si a nadar mi cielo, con el frío que hace… pero me encantará conocer. Quiero conocer todo lo que atesoras, ¿sabes? —Soltó una risita, sorprendiéndose por todo lo que había aprendido a lo largo de aquella relación. Quien conoció a la bruja en París, pudo dar fe de su personalidad cómoda, de lo intranquila que le ponían los cambios, de la frustración que le ocasionaban las cosas cuando no salían como ella quería. Sin embargo, Leonid Yaxley había logrado desbloquear una nueva personalidad, una mujer que estaba tomando riesgos y saliendo de su zona de confort. La nueva Hélène se gustaba a sí misma mucho más antes, eso sin duda.


La tetera emitió un chillido muy difícil de ignorar, marcando así el momento de volver al interior de la cabaña. Con algo de pesar dejó ir al mago, y ella misma decidió que ya había sido suficiente frío por ese rato. Ingresó tiritando a la pieza, deseando más que nunca degustar aquella taza de té caliente que le ofrecían. Bajó con parsimonia los escalones, ya Leonid le esperaba en el mullido sillón con las dos tazas de té.


Tomó asiento junto a él y se acomodó nuevamente en esos brazos que tanto le gustaban, sintiéndose feliz. Se hizo con la taza de té caliente, que en un primer contacto le escoció la palma de la mano. No importó, la sujetó de todas formas esperando que el calor se extendiera poco a poco por las extremidades.


Se mordió el labio, divertida ante la pregunta que el ruso formuló. —Tengo una selección amplia que creo que te gustará. —Rió, depositando la palma de la zurda que estaba completamente fría en el cuello del mago, disfrutando del estremecimiento que el cosaco tuvo ante ese contacto gélido contra la calidez de su piel. —Eso si es que tu novia no ha muerto de hipotermia antes. —Comentó divertida, haciendo que la mano helada descendiera suavemente por los bordes del cuello, hacia la espalda, que era el sitio más cálido del cuerpo del mago. Rió con entretenida malicia al sentirle retorcerse en rechazo al helado contacto, pero no retiró el toque. De hecho, encontró que era más efectivo para entrar en calor que la humeante taza de té.



Dirigió la misma hacia sus labios, sintiendo el sabor herbal de la infusión. Lo saboreó, intentando distinguir entre las notas herbales los componentes que lo conformaban, sin éxito. El té era extrañamente fuerte, pero reconfortante. —Es rico. —Reconoció, dándole un trago más con sorbitos cortos para evitar quemarse la lengua. —Y tú eres muy guapo. —Musitó con una sonrisita coqueta.



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Leonid Yaxley

 

 

 

 

Se retorció de forma inútil al sentir el contacto helado de la mano de su novia descendiendo por su espalda, sabía que no podía escapar por lo que centró sus esfuerzos en que no se le volcara el té entre su fútil intento de escape y las risas que le causaba el momento. Al final la francesa decidió que tenía su mano ya suficientemente tibia y detuvo la tortura del mago para centrar su atención en el té.

 

-Al menos me dejaste el té intacto - pretendió estar ofuscado pero la sonrisa le traicionó, no podía sentirse de otra manera estando junto a ella, se encontraba feliz, estaba enamorado y poco le importaba el resto.

 

-Es un té negro - le replicó a la castaña mientras volvía acomodarse junto a la bruja llevandose a su turno la taza a los labios para darle un gran sorbo a la caliente infusión, el té siempre estuvo presente en su casa, era la típica bebida que se tomaba a diaro sobretodo por las mañanas y las tardes, no había nada mejor para espantar el frío del invierno siberiano que una humeante taza de un intenso té ruso.

 

Recibió el cumplido de la Bellerose con una sonrisa antes de acercarla aún más hacia él con ternura y responderle - Y tu eres hermosa, la mujer más hermosa que conozco - selló sus palabras con un beso que paulatinamente fue incrementando en intensidad hasta que la taza que llevaba cargando en su zurda se volvió una molestia.

 

Se separó de la bruja negando con la cabeza mientras apoyaba su taza sobre la mesa baja que tenían en frente - Ay amor, si seguimos así no voy a querer salir a comprar las cosas para la cena - bromeó con una sombra de sonrisa en sus labios -Pero me lo haces muy dificil - volvió su atención a la bruja - Ya se que vamos a comer esta noche en la piscina, una pasta con pesto y camarones, caliente pero liviana, la podemos acompañar con un vino ¿Que te parece amor? -

 

Por suerte lograron conseguir todo lo que necesitaban para la cena en la tienda del pueblo, Leonid se encargó de las transacciones ya que era el único que sabía ruso pero quedó muy conforme con los precios y lo fresco que estaban los camarones, la dueña de la tienda era una anciana regordeta de lo más simpática que se interesó mucho al enterarse de que Héléne era de Francia, no era muy común para los pobladores de aquel remoto lugar recibir la visita de extranjeros.

 

Después de realizar las compras regresaron directo a su pequeña cabaña para comenzar a preparar la cena que degustarían aquella noche. No era un plato muy complejo ni tampoco llevaba mucho tiempo de preparación pero ambos participaron en la elaboración del mismo, divirtiéndose en la cocina.

 

La noche llegó temprano acompañada de unas nubes que imposibilitaba ver la luna y las estrellas, la temperatura descendió acompañando al sol pero el calor que emanaba de la piscina de aguas termales era suficiente como para espantar el frío de la noche boreal



El ruso aprovechó que Héléne se encontraba en el baño preparándose para ultimar los detalles de la velada. Subió rápidamente al dormitorio que compartían y se cambió con su traje de baño, un shorts azules con algun detalle simple en negro. Bajó rápidamente a la cocina deteniéndose frente a la mesada donde reposaba el par de platos con la pasta y los camarones, las copas y la botella sin abrir de vino que compraron aquella tarde.

 

Agitó la varita una vez y la cena comenzó a levitar con suavidad bajo su atento control, con mucho cuidado el cosaco empujó con el hombro la puerta que comunicaba la cocina con su pequeño patio trasero mientras dirigía la flotante cena como si se tratara de un director de orquesta.

 

Las luces del jardín se encendieron inmediatamente iluminandolo todo al sentir que el mago salía de la casa. Con parsimonia el pelirrojo llevó los platos, cubiertos, copas y la botella de vino hasta el borde de la piscina donde reposaron con suavidad. Una fina capa de vapor ascendía del agua termal despejando el frío de la noche, el ojiazul aceptó que estarían bien, aún así siguió preguntándose si el ambiente estaría perfecto para la Bellerose, no quería que la bruja sintiera frío.

 

Trató de darle un toque más romántico al lugar apareciendo un par de velas junto a los platos, y mientras las pequeñas llamas se reflejaban en el cristal de las copas sirvió el vino portugues que la castaña escogió para acompañar el plato.

 

El ruso se detuvo unos instantes para corroborar de que todo estuviera perfecto, sabía que siempre se podía mejorar algún aspecto pero en ese momento más detalles no se le venían a la mente por lo que optó por dejarlo todo como estaba, simplemente se sentó en el borde la piscina junto a la cena y aguardó que la bruja llegara.

 

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Hélène se sentía en las nubes cada vez que sus ojos se encontraban con los del mago. Luego de las risas que su “desquite” había provocado en ambos, Escucharle hablar con tanta ternura despertaba en ella un sentimiento tan cálido, que no atinó a hacer otra cosa que sonreírle con dulzura.

 

Se entregó al beso que precedió aquel predicamento por completo, dejando que la mano libre que tenía acariciara con suavidad los cabellos del mago. A medida que profundizaba el beso, esa mano que peinaba los cabellos de Leonid lo atraía más y más hacia sí misma, casi sin darse cuenta. Era fácil dejar que los sentidos tomasen el control del momento, pero había que acordarse de respirar…

 

Al separarse con suavidad, Yaxley le recordó que había que salir para conseguir comida y muy a su pesar la heredera asintió, dejando al igual que Leonid la taza de té medio vacía en la mesita auxiliar. —Cinco minutos más... —Pidió, hundiéndose de nuevo en los brazos del pelirrojo. —¡Tú me lo pones difícil a mi! —Protestó con una sonrisa, marcando un rastro de pequeños besos que partieron desde la sien y terminaron en la comisura de los labios del mago. —El menú suena bastante bien, Chef. —Reconoció al escucharlo. El viaje había sido largo y debía admitir que estaba hambrienta. Ese pensamiento fue el que le hizo suspirar y levantarse. Tomó la mano de su compañero y dijo con un puchero teatral: —Vamos mi amor, ¡hacia el frío y hostil exterior!

 

Disfrutó mucho de aquel pequeño paseo, especialmente de escuchar a Leonid hablar en ruso que era una de sus cosas favoritas. El idioma en sí le resultaba novedoso, ya que contrario al francés fonéticamente sonaba mucho más rudo y sobraba decir que él se veía demasiado varonil hablándolo. Esperó pacientemente que él negociara y revisara la calidad de todos los ingredientes, y cuando ya pareció conforme con todo se despidieron y emprendieron su camino de regreso a la cabaña.

 

A la usanza francesa, Hélène se encargó de descorchar una de las botellas de vino que habían llevado, sirviéndola ocasionalmente en un par de copas a lo largo de la preparación de la cena. Debía reconocer que otra de las muchas cosas que le gustaban del mago era su excelente gusto para cocinar y lo fácil que se entendían en esas cosas. Trabajaron en equipo hasta que todo estuvo listo, y fue entonces cuando la francesa decidió que necesitaba ponerse más cómoda. Con un fugaz beso en los labios, dejó al pelirrojo en la cocina y subió hasta la pieza, donde hurgó un poco en la maleta hasta encontrar lo que buscaba.

 

Entró al baño y se refrescó un poco el rostro, aprovechó para peinarse el cabello y cepillarse los dientes. A pesar de haber sido un viaje largo, agradeció no lucir cansada y de tener un buen semblante. Anticipándose a la cena, eligió de los varios trajes de baño que había llevado un bikini strapless completamente negro y se colocó encima una afelpada bata de baño de color gris. Luego de una mirada analítica, aprobó su reflejo en el espejo, y salió, sorprendiéndose al notar lo pronto que había oscurecido. El cielo parecía seguir cubierto de nubes, lo que lamentó al saber que no serían capaces de disfrutar de una noche estrellada, pero supuso que sería lo usual por esas fechas. Bajó los escalones con cuidado y se sorprendió al notar que ya la cena estaba servida en el exterior, Leonid se había encargado de los últimos detalles.

 

El jardín estaba iluminado ya con luz cálida y el vapor de las aguas termales templaba el frio ambiente, lo cual agradeció. Velas iluminaban la cena, y el ruso esperaba sentado en el borde de la piscina. Intentando no hacer ruido, la semiveela se acercó con lentitud y depositó ambas manos en los ojos del mago, cegándole. —¿Me extrañaste? —Preguntó ella, sin poder evitar sonreír ante la escena. Todo lucía exquisito y él había hecho un trabajo estupendo.

 

Se deshizo de la bata con cuidado y tomó asiento junto al mago, sumergiendo las piernas en el agua caliente. —Definitivamente este es mi lugar favorito en Siberia. —Comentó con humor, considerando muy seriamente instalar una piscina de agua caliente en su residencia cuando regresaran.

 

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Leonid Yaxley

 

 

-Demasiado - respondió el pelirrojo al oír la pregunta juguetona de la la bruja que acompañó el cálido contacto de sus manos en el rostro del mago, cuando su visión quedó liberada el ruso se giró a su izquierda para observarla y quedó deslumbrado con lo que vio.

 

La castaña lucía un bikini negro muy sensual que alardeaba del excelente estado físico que la bruja poseía, era una visión que lo dejaba sin aliento - Woow - fue lo primero que fue capaz de articular Leonid - Amor, estas preciosa y muy, muy sexy - sonrió el ojiazul juguetonamente antes de silbar - Woow… hay que cenar todas las noches en la piscina - se divirtió el cosaco mientras saltaba a la piscina para posicionarse erguido frente a la bruja y darle un beso.

 

-¿Te parece si comenzamos con nuestra romántica cena? - le guiño el ojo.

 

La pasta y los camarones con los que trabajaron buena parte de la tarde les habían quedado al punto y el pesto casero le daba un gusto excelente que junto a los tomates que aportaban un toque de frescura se combinaron para regalarles una cena exquisita. Pero lo que volvió aquella cena inolvidable para el ruso fue compartirla con la mujer que amaba.

 

No había nada que disfrutara más que pasar tiempo junto a ella, el mundo se detenía cuando compartía aquellos momentos con la semiveela, se sentía el hombre más feliz del mundo, se sentía completo como hacía mucho tiempo no lo hacía. Agradecía haberla podido conocer y forjar aquella relación que los unía y no dejaba de fortalecerse con el pasar del tiempo.

 

-Por más momentos especiales como estos - propuso un brindis íntimo entre ellos que selló con un profundo beso a la luz de las velas como testigos al finalizar la cena. El pelirrojo se llevó la copa del excelente vino escogido por la francesa a los labios en el preciso instante que una ligera nevada comenzaba a caer del cielo nocturno.

 

-Nieve - susurró el mago dejando la copa a un lado volviéndose hacia la bella bruja, sabía que Héléne amaba aquella precipitación helada y mientras aquellos bonitos y únicos cristales de hielo cubrían como un halo brillante a la bruja resaltando lo hermosa que era el ruso fue incapaz de contenerse.

 

La rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí, pegándola a su cuerpo. Pudo sentir su respiración levemente agitada, incluso el acompasado ritmo del latir de su corazón sincronizando con el suyo, en un gesto de infinita ternura levantó un poco el mentón de la bruja y se hundió en aquellos pozos azules que eran sus ojos - Te amo - le confesó por primera vez desde que se conocieron, fueron dos palabras, cortas pero sinceras y que conlleva en su significado todo lo que aquella mujer representaba para él.

 

Confirmó sus palabras con un beso, largo e intenso mientras sus manos comenzaban a recorrer cada centímetro de piel en la espalda de la bruja, acariciando aquella tibia sensación que emanaba de ella y que contrastaba a la perfección con el frescor del aire nocturno.

 

 

Separó sus labios de los de ella pero no demoró mucho tiempo en sentir nuevamente el contacto de la bruja, comenzó a recorrer su rostro partiendo de la comisura de sus labios hasta llegar a su cuello donde se tomó todo el tiempo del mundo en apreciar cada milímetro expuesto mientras sentía su respiración agitarse. Sin dejar de atender aquella zona deliciosa de la castaña utilizó su brazos con los que facilmente levantó a la bruja y dejó que sus piernas se enroscaran en torno a su cintura.

 

Finalmente separó sus labios del cuello de la castaña y se volvió hacia su rostro mientras sonreía - Vamos arriba - la invitó en un suave susurro antes de volver a centrar su atención en los jugosos labios de la francesa y continuando cargándola comenzó a salir de la piscina.

 

 

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Ambos disfrutaron de una cena deliciosa, que no solamente denotaba la buena sazón que tenía el mago, sino que también sumaba mucho al ambiente lo feliz que se sentía en la grata compañía. Alzó su copa en un brindis muy sentido, cada momento que vivía junto al ruso era único y no podía imaginarse compartiendo tantas aventuras con ninguna otra persona.
—Que sean muchos, miles. —Sonrió ella y fundió aquel deseo con un beso intenso y profundo. La calidez de las aguas termales era mínima en comparación al calor que sentía ahí donde su piel tocaba la del mago. Si hubiese podido prolongar aquel momento para siempre, lo hubiese hecho sin dudarlo ni un solo segundo.
Como si la vida deseara añadirle un detalle más, blancos copos de nieve empezaron a caer sobre ellos, derritiéndose al contacto con la piel. Hélène alzó los ojos claros al cielo y no pudo evitar reír como una niña pequeña, completamente extasiada por lo que estaba pasando. Cerró los ojos tan solo un segundo sintiendo como los fuertes brazos del mago rodeaban su cintura y la atraían hacia sí y aprovechó para rodearle el cuello con los brazos, sintiendo el fuego incrementarse ante el placentero contacto de su piel.
Leonid era un mago muy apuesto, dueño de un cuerpo atlético bastante envidiable. Pero no era tan solo aquello lo que le traía perdidamente idiotizada, había que añadirle también aquella personalidad que le hacía sentirse tan segura y querida. Él era el combo completo y ella lo supo desde el primer momento que le vio.
Mirándole a los ojos, escuchó aquellas dos palabras tan especiales, sintiendo que el tiempo se detenía por completo. —Y yo te amo a ti. —Acotó ella, entregándose por completo a ese largo y apasionado beso, que venía cargado de un nuevo sentido de pertenencia. El fuego acompañó el recorrido de las manos del pelirrojo a través de su espalda, nublándole por completo el pensamiento. Tan solo era consiente del delicioso contacto de sus labios y sus manos recorriéndole la piel, ya la mente no tenía ningún tipo de control, los sentidos eran los que habían tomado el mando.
Cerró los ojos al sentir los labios de Yaxley recorriéndole el cuello, marcando un camino de fuego a lo largo de la mandíbula. Se ladeó levemente para darle un mejor acceso, sintiendo como la respiración se le agitaba a causa de la deliciosa sensación. Con deseos de estrechar el contacto, entrelazó las piernas alrededor de la cintura del fornido mago, sintiendo como los músculos de él se tensaban al sujetarla. La levantó con total naturalidad y salió de la piscina con la castaña en brazos, dirigiéndolos a ambos de nuevo hacia la cabaña.
Hundiendo los dedos en el rojo cabello del mago, la francesa se centró por completo en el delicioso beso que compartían, sintiendo su lengua entrelazarse con la del cosaco en un intercambio que le robaba el aliento. De haber sido más consiente de sus alrededores, habría alabado la facilidad con la que el ruso evitó los obstáculos y subió las escaleras, cosa que no notó hasta que sintió la suavidad del cobertor de la cama contra su espalda.
Sin despegar los labios de los del mago, ni deshacer su agarre, Hélène inició un recorrido con las manos a través de la espalda del ruso, sintiendo la dureza de los músculos tonificados bajo sus dedos. —Mío. —Decretó con una sonrisa que se extendió por los labios que aún se encontraban entre los del pelirrojo. Se sentía afortunada de que pudiera llamarle así: suyo.

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