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La caza de la Aurora


Syrius McGonagall
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Leonid Yaxley

 

 

Pudo sentir la manos de Héléne recorriendo su espalda al momento que la depositó con cuidado sobre la cama, aún sobre ella no separó sus labios de los de la bruja mientras escuchaba como ella susurraba algo con lo que estuvo de acuerdo, él era de ella de la misma forma que la francesa era de él, era una pareja tenían que velar el uno por el otro lado, no había nadie más importante para el ruso que la ojiazul, estaba dedicado completamente a ella.

 

Aquella noche se entregó totalmente a la semiveela, expresando lo que con palabras no bastaba el significado tan especial y profundo que representaba para él. Dejó que los sentimientos y la pasión tomaran las riendas de la situación mientras se desprendían de las pocas prendas que llevaban, dejando atrás cualquier inhibición o barrera que les impidiera amarse por completo.

 

Leonid besó, sintió y acarició cada centímetro del cuerpo de la Bellerose, de la cabeza a los pies deteniéndose particularmente en aquellas zonas donde la bruja parecía disfrutarlo más, aprovechó aquel momento para conocer aún más a la mujer de su vida, que le gustaba, como le gustaba, que la volvía loca, era una nueva experiencia compartida entre ellos y el ruso se empapaba de la misma.

 

Sus respiraciones se aceleraban al igual que sus ritmos cardíacos mientras se fundían en la pasión del momento, uniéndose y complementandose tanto en el plano físico como en el emocional hasta que ambos se dejaron arrastrar por la vorágine del placer.

 

Era muy agradable la sensación del peso de la castaña sobre su pecho, sus brazos aún rodeaban el cuerpo de la bruja en un abrazo íntimo y cercano mientras las suaves sábanas de lino blanca se enredaban entre sus piernas. Sus ojos se encontraron con lo de ella en la oscuridad de la habitación y sonrió - Te amo - le repitió embobado.

Desenlazó una de sus manos del agarre y acarició con ternura el espeso y suave cabello de la francesa que tanto le gustaba -Mañana nos va a costar madrugar - rió entre dientes - Pero no voy a quejarme - no había nada que discutir se sentía en las nubes.

 

 

@@Helene Eloise Bellerose

 

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@@Syrius McGonagall

 

Los roles activos de Honeydukes han sido movidos al subforo El Maletin de Newt para evitar tirarlos.

 

Disculpad las molestias.

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Hélène cerró los ojos, dejándose llevar por aquella abrasadora sensación de fuego que se incrementaba ahí donde su piel se juntaba con la de Yaxley. Sus labios lo llamaban con ansiedad, sus manos recorrían con vida propia aquel perfecto físico, explorando y acariciando con premura. Ella lo deseaba con locura. Lo atrajo hacia sí lo mejor que pudo a través de la maraña de sensaciones, aferrándose a él con ternura y amor.


Pronto la ropa que estorbaba dejó de hacerlo, desapareciendo con sorprendente facilidad, dejándolos a ambos libres de sentirse por completo y expresarse aquel amor con un nuevo lenguaje. Con pasión y devoción, la semiveela se dedicó en sentir y hacer sentir a su compañero aquello que las palabras no podían expresar: lo feliz que le hacía, lo mucho que le adoraba y sobre todo lo mucho que le deseaba.


Se entregó por completo a aquella unión tan íntima sintiendo como poco a poco aquella experiencia sensorial tan absolutamente surreal le hacía desfallecer en una “Petite mort” y le hacía orbitar entre oleadas de placer. Murió y renació entre los brazos de Leonid, sintiéndose más amada que nunca.


Recuperando el aliento y esperando que el corazón acelerado se tranquilizara, Bellerose trazaba suavemente formas indistintas sobre el pecho del mago, en una caricia muy ligera. Su cabeza reposaba en ese mismo pecho, donde claramente podía escuchar el corazón del pelirrojo latir acelerado. Suspiró, bastante feliz, pues en realidad no se imaginaba un momento más perfecto que aquel, junto al hombre que había logrado despertarle esos sentimientos que creía imposibles.


Alzó la vista y fijó los orbes claros en los azules del mago, sintiéndolos un imán que le engullía por completo. Era increíble como cada vez que se perdía en esos ojos, las mariposas se alocaban en el estómago, y aún más al escucharle decirle aquellas dos palabras. —Mi cielo… —Susurró, sin poder evitar fundirse en un beso tierno y sentido. —Te amo. —Decretó, sintiéndose libre de por fin poder expresar con palabras aquel sentir que había llevado consigo por algún tiempo. Aún envuelta en el sopor que le causaba el saberse correspondida, disfrutó de la caricia que él le propiciaba en el cabello, sintiéndose muy relajada y contenta y no pudo evitar reír con él. —Ese es un problema para Hélène y Leonid del futuro, que ellos se encarguen.


La calidez de aquella habitación hacía fácil olvidar que estaban en Siberia, en medio de esas temperaturas tan heladas. Afuera podía estar cayendo una tormenta que en realidad la burbuja en la que los dos estaban viviendo en ese momento no les hubiese permitido enterarse. —Y bueno, ¿cuál es el cronograma que ha preparado mi guía local? —Inquirió, mirando con curiosidad al ruso.



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  • 1 mes más tarde...

Leonid

 

La tímida luz del sol que se colaba por un pequeño resquicio entre las cortinas fue suficiente para que el ruso abriera los ojos. En la penumbra de la habitación poco a poco las sombras comenzaron a tomar formas claras y reconocibles pero lo único que le importaba al pelirrojo en aquel momento era la mujer que tenía entre sus brazos. 

 

Dejó que la calidez que irradiaba su cuerpo lo envolviera mientras una automática pero completamente sincera sonrisa aflorara en su rostro, se sentía plenamente feliz y cómodo. Mientras las imágenes y sensaciones de la noche anterior regresaban nuevamente a su cabeza se inclinó sobre ella y dejó un suave beso en el níveo hombro desnudo de la francesa. 

 

Se podría quedar allí toda la mañana, abrazado junto a la mujer que amaba, era lo que realmente quería hacer pero sabía que no sería posible, aquel día prometía ser duro y helado. Leonid ya podía sentir el frío deslizando sus manos hacia el interior de la cabaña y la confortable atmósfera del interior que los rodeaba no tardaría en desmoronarse. 

 

Deshizo su abrazo con cuidado de no despertar a la castaña y salió de la cama, su piel desnuda se erizó frente el contrastante cambio de temperatura, deberían estar por debajo de los veinte negativo para aquel momento. Se vistió rápidamente y en silencio mientras deseaba que el hacha que esperaba encontrar en el cobertizo junto a la leña tuviera filo, necesitarían varias astillas y un buen par de trafogueros si querían mantener la cabaña caldeada durante todo el día. 

 

En el exterior el frío era infernal, podía sentir como sus pulmones resentían el cuchillo helado que era el aire matutino,  la esperanza radicaba en que aquella mañana ni una sola nube cubría el cielo y el sol que se elevaba por el este prometía sensaciones más agradables con el pasar de la mañana. La nieve que cayó durante la noche cubría todo con un manto prístino y blanco mientras que de la piscina una cortina de vapor cálido se retorcía hacia el cielo, a la luz del alba el paisaje tenía un fiero encanto invernal que el nativo de la Siberia apreciaba. Estaba en casa.

 

Leña seca y una hacha afilada lo esperaba dentro del pequeño cobertizo adosado a la cabaña, eligió los mejores rolos y astilla gruesa que encontró y fue hasta el gran tocón semicubierto por la nieve del jardín que utilizaría como base. Mientras la leña se apilaba a su espalda el pelirrojo despejó con su bota izquierda la fina capa de nieve, cuando sintió las pisadas. 

 

Instintivamente desenfundó su varita mientras que con la zurda sostenía firmemente el hacha, giró sobre sus talones mientras una desagradable sensación comenzaba a expandirse desde su estómago al resto del cuerpo. 

 

-¿Así recibes a un amigo? - la sonrisa socarrona que se perfiló en el duro perfil de Vladimir no se correspondió con su mirada. Leonid bajó el hacha y la varita con la que lo apuntaba mientras la desagradable sensación que crecía en su interior se intensificaba. ¿Qué hacía allí? Fue el primer pensamiento que cruzó su cabeza.

 

-¿Qué quieren? - inquirió el ruso mientras le hacía un gesto con la cabeza al mercenario para que fueran tras el cobertizo, no quería que Helené viera aquel sujeto o mejor dicho que Vladimir viera a la bruja.

 

Soltó el hacha sobre la nieve mientras volvía a dejar su varita en el bolsillo de su pantalón ¿Habrían encontrado a la familia? aquel fugaz pensamiento se manifestó precariamente mientras seguía al mago de cabello negro atras del viejo y desvancijado cobertizo. 

 

-Leonid, mi amigo ¿Hace cuanto tiempo no nos vemos? - tomó enseguida las riendas de la conversación el viejo mercenario mientras sacaba un cigarrillo de un bolsillo de su campera y este se encendía automáticamente al llevárselo a los labios. -¿Timor? - 

 

-¿Qué quieren? - zanjó directamente al grano el pelirrojo sin siquiera molestarse en corregirlo, no deseaba pasar ni un solo segundo más con aquel mago, quería que se fuera pero también sabía que no lo haría hasta que le comunicara lo que tenía para decirle por lo que no le daría vueltas al asunto con una charla trivial. 

 

Vladimir sonrió mientras le daba una pitada a su cigarrillo - ¿Es bonita? - sonrió tratando de ver hacia la cabaña. 

 

-Una última vez, ¿Que quieren? -  Leonid cortó frío como al aire de aquella mañana la conversación mientras fulminaba con la mirada al mago. 

 

-No eres un conversador por las mañanas - rió el contrabandista - Bien, te necesitamos en Myanmar - no le dio tiempo a replicar - Dicen que encontraste algo que nos puede interesar… sangre de paloma, uno grande, en las montañas - Leonid notaba claramente como el viejo mercenario aguardaba atento como un sabueso a cada expresión o movimiento delatador que pudiera hacer, pero el pelirrojo sabía también jugar aquel juego.

 

-Si lo hubiera encontrado ya no estaría en este continente - replicó el ruso - ¿Van hacia Myanmar? ¿Desestabilizar un país desde lejos ya no es suficiente?-

 

-Una región es caos hace florecer los negocios que importan, tu bien los sabes, les damos armas a los rebeldes y ahora le ofrecemos nuestra ayuda al gobierno, lo de siempre - exhalo el humo corrupto del cigarrillo al aire matutino y prístino - Mañana en Naipyidó, quizás estar en el país te refresque la memoria, no faltes… sabemos donde estas - arrojó el resto del cigarro sobre la nieve y sin siquiera despedirse se encaminó hacia el pequeño portón de salida que daba a la calle de tierra ya completamente llena de barro por la nieve que comenzaba a derretirse. 

 

Rabia, preocupación y culpa eran las sensaciones que ahora ocupaban el lugar de la felicidad y confortabilidad con las que el pelirrojo amaneció aquella mañana tras la desagradable visita ¿Qué haría ahora? ¿Qué le diría a Helené? Las preguntas estallaban en la cabeza del mago mientras regresaba sobre sus pasos para recoger el hacha que ya tenía el mango humedecido por la nieve.

 

Sabía muy bien que no podía escapar, estaba al tanto que una vez dentro nadie salía, tenía un contrato, estaba marcado y todo lo que tocaba también lo estaría ¿Como podía haber sido tan egoista y arrastrar a Helené hacia aquel agujero negro que era su vida? El primer golpe del hacha desgarró el frió aire con rabia.

 

 

 

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Un ligero estremecimiento sacó a la castaña del sopor que la envolvía. Todavía bastante atrapada en el limbo del sueño, extendió con torpeza el brazo hacia un costado, buscando la calidez de la humanidad del ruso sin éxito. La temperatura había descendido un par de grados y aunque la híbrida deseaba quedarse durmiendo unos minutos más, el lejano sonido de unas voces terminó de atraerle a la realidad. 

Sin saber realmente si aquello había sido producto de un sueño, suspiró y abrió con suavidad los ojos, pestañeando un par de veces mientras ajustaba la visión a su entorno. Comprobó entonces que efectivamente Leonid ya se había levantado y se encontraba sola en la pequeña habitación. 

Con completa calma se estiró cuanto pudo y se puso en pie, sintiendo un pequeño sobresalto al salir de las tibias mantas al frío exterior. Como autómata, cubrió su desnudez con lo primero que encontró y cuando ya estaba calentita en sus pantalones y un suéter muy grande para ser suyo, se calzó las botas y bajó los escalones, arreglándose un poco el cabello con los dedos en el proceso.

El sonido de un hachazo zanjando el aire en el exterior le dejó saber que el pelirrojo se encontraba cortando leña para avivar el fuego que ya estaba empezando a extinguirse en la  chimenea, lo que explicaba aquel gélido recibimiento matutino. Decidió no interrumpirle y más bien se centró en sorprenderle preparando el desayuno, así que se puso manos a la obra.

 Estaba emocionada por aquel tan agradable comienzo de aquellas vacaciones y no podía esperar por ver qué más tenía Siberia que ofrecerles. Le fascinaba la idea de conocer todo aquello que había formado al hombre que amaba y admiraba tanto. 

Con una floritura de la varita, puso a calentar agua para el café y con otra más empezó a empampar las tostadas con huevo batido y un poco de harina para freírlas. Con cuidado y concentración dirigió utensilios e ingredientes como si de una directora de orquesta se tratase, mientras supervisaba todo con sumo cuidado para que estuviese en su punto. 
Cuando las tostadas francesas estuvieron listas y el olor a café recién hecho invadía la estancia, ultimó detalles colocando algo de fruta fresca y picada, zumo de naranja recién exprimido y algo de mantequilla y jalea para untar. Lo inspeccionó todo con ojo crítico y solo cuando estuvo contenta con el resultado, fue en busca de Yaxley. 

Tan pronto cruzó el umbral, notó una atmósfera extraña en el exterior. Detuvo los orbes celestes en el mago, percibiendo una línea de preocupación en el entrecejo de éste. Lo interpretó quizás como… ¿concentración en su tarea? Atacaba cada uno de los leños con fuerza y parecía desquitarse con ellos, aunque en realidad, que ella supiera no había una razón que pudiera perturbarle. 

Se quedó así, en silencio en el umbral de la puerta mirándolo y luego finalmente le habló con suavidad, no quería sobresaltarle. 

—Me muero de ganas de saber qué te hizo ese pobre leño… —Soltó una risita divertida, aunque en el fondo seguía un poco inquieta por el mago. —El desayuno está listo, amor. —Anunció solemnemente, mientras extendía una pálida mano hacia él, mano que se congeló de inmediato con la gelidez exterior. Lo miró dejar el hacha y cuando él se acercó lo suficiente, entrelazó los dedos con los de él y se estiró un poco para darle un tierno beso en los labios. —Buenos días. —Saludó, regalándole una sonrisa.

Lo guió al interior de la cabaña y tomó asiento frente a él en la mesa, rodeando inmediatamente ambas manos en la taza de humeante café para calentárselas. 
Aunque el desayuno transcurrió sin ningún tipo de inconvenientes, no pudo dejar de notar que Yaxley estaba bastante callado y aunque intentaba disimularlo, había un atisbo de preocupación en el semblante del ojiazul que se entreveía de cuando en cuando. Sin poder evitarlo más, Bellerose se sentó lo más derecha que pudo y preguntó con delicadeza.

—¿De qué me perdí? 

No podía negar que se encontraba un poco desconcertada, pero permaneció tranquila y expectante, fijando su mirada amable en la del mago. 
 

@Syrius McGonagall

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Leonid

 

Fue la voz de Helene la que trajo de vuelta al mago, el pelirrojo alzó la vista del leño que acaba de partir y se topó con la bella imagen de su novia junto a la puerta trasera en medio de la nieve que se acumulo en los escalones durante la noche e inmediatamente el sentimiento de culpa se intensificó dentro de Leonid. ¿Qué le diría a Helene? La pregunta volvió a cruzarle la cabeza mientras le sonreía tibiamente a la bruja. 

 

Agitó su varita una vez y la leña recién cortada se apiló en orden tras su espalda comenzando a levitar un par de centímetros sobre el suelo para después seguirlo silenciosamente mientras se acercaba a la francesa. Entrelazo sus dedos con los de la mano que ella le ofrecía y notó lo fríos que estaban - Amor estás helada - se preocupó el pelirrojo antes de devolverle el beso.

 

-¿Te desperté? - se aventuró a preguntar mientras seguía a la bruja que lo conducía al interior de la cabaña, no parecía que la Bellerose estuviera enterada de la desagradable visita que acababa de recibir pero poco importaba ya, no podía ocultarlo, en cualquier momento tendría que decírselo.

 

Agitó las botas en la entrada para desprenderse de la nieve y el barro acumulado, aprovechando la oportunidad para lanzar una última mirada hacia el portón del jardín trasero que daba a la calle, temeroso de dar con la figura del mercenario aún allí, observándolos. Pero Vladimir había partido ya, aunque el ruso aún resentía la energía que trajo consigo durante su visita. 

 

Cerró la puerta detrás de sí mientras que con la varita conducía la madera para que se apilara en orden junto a la gran chimenea central de la cabaña. El olor a café y tostadas llenaba el aire de la primera planta pero Leonid no tenía hambre, sentía el estómago completamente cerrado y sabía que la charla que tendría más adelante con la francesa no ayudaría en abrirle el apetito. 

 

Mientras Helene se sentaba en la mesa con el desayuno que preparó para los dos, el cosaco se inclinó sobre la chimenea y alimentó el fuego moribundo con leña fresca - Huele delicioso amor - le comentó mientras acomodaba un leño con el atizador. Una vez el fuego comenzó a devorar la madera con avidez el pelirrojo se dirigió a la mesa sintiéndose totalmente desorientado y fuera de sintonía con aquel ambiente tan hogareño y agradable que lo rodeaba. 

 

El desayuno concurrió en un silencio incómodo, pocas veces interrumpido por algún cumplido a los dotes culinarios de la semiveela o comentarios vacíos sobre el gélido clima de aquella mañana, Leonid le rehuía  a los bellos ojos de la francesa, se sentía incapaz de establecer contacto visual con ella debido a la culpa que lo embargaba, tendría que contárselo todo, no soportaba más aquella forzada fachada de tranquilidad que endeblemente había levantado en su entorno.

 

Por suerte fue Helené la que le dio el pie necesitado para desahogarse, no podía ocultarle nada a la bruja, ella podía ver tranquilamente a través del mago si y leer el verdadero mensaje oculto entre líneas, era un libro abierto para la castaña. 


 

Leonid bajó el vaso de zumo de naranja que apenas probó y por una vez en aquella mañana realmente la miró a la ojos - Amor, me tengo que ir, lo siento - reveló dolorosamente mientras desenlazaba el nudo que atenazaba su garganta - No te conté todo sobre mi, fui un completo egoísta contigo - intentó estirar su mano para tomar la de la bruja al otro lado de la mesa pero se arrepintió a mitad de camino, era incapaz de tocarla siquiera, no quería lastimarla. 

 

-Durante mi adolescencia en esos viajes por el país, conocí también a personas equivocadas - decidió comenzar por el principio, deseando en su fuero interno que Helene pudiera comprenderlo - Era joven, quería aventuras y el dinero que le faltaba a mi familia, ellos me ofrecieron todo eso y más…al principio eran encomiendas simples, llevar un mensaje de una ciudad a otra, alquilar algun vehiculo, o un apartamento, montar guardia en reuniones pero después entré en el verdadero juego…. -

 

-Contrabando por toda Asia, misiones para desestabilizar organizaciones y gobiernos, conflictos armados, me volví un mercenario….. hice cosas de las que me arrepentiré toda mi vida ¿Pero acaso no estaba teniendo la emoción y el dinero que buscaba? Ohh claro que sí, hasta que llegó un punto en el que me percaté de que todo no era simplemente el sabor de la adrenalina en la boca y el brillo del oro en los ojos, me estaba convirtiendo en algo que no quería, que me avergonzaba…. pero ya era demasiado tarde, una vez se entra en ese mundo uno no puede salir cuando lo desea- 

 

-Lo intente, claro que lo intente, me uní a las Fuerzas Especiales Rusas, donde todas las habilidades que aprendí podría usarlas para algo “bueno” pero este país es tan corrupto como las organizaciones que promete detener….. pero en este punto no solo yo tenía un trando de sangre con ese mundo oscuro sino que sin saber arrastré a mi familia, ellos estaban en riesgo, cualquier paso en falso que diera y ellos lo pagarían y no sabes cuanto me culpo por eso - 

 

-Y sabiendo todo eso….. te traje aquí conmigo, perdón, dejé que las emociones tomaran el control y eso esta mal, te amo pero eso no lo justifica, no me puedo permitir esos sentimientos, tu eres una bruja maravillosa, encantadora, inteligente, bella, con un futuro espléndido, no voy a permitir mancharte con la suciedad que cargo a mis espaldas, no lo mereces, no quiero que te lastimen, yo estoy atrapado  pero tu no, lo siento - se disculpó sintiendo como el dolor y la culpa lo devoraban como un incendio en su interior.

 

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Aunque esperaba algún tipo de revelación, todo lo que escuchó le tomó completamente por sorpresa. La frase “me tengo que ir” seguida por “no te conté todo sobre mi” cortaron con violencia en lo más hondo de su pecho. Sin saber cómo reaccionar, atinó a depositar con suavidad la taza de café en la mesa y permaneció en silencio unos segundos intentando recomponerse. 

La relación que ambos llevaban era bastante reciente, eso era cierto. Habían conectado muy hondo muy pronto y aunque ella estaba consiente de que era imposible conocer todo de alguien, el tono con el que Leonid se sinceraba le daba a entender que las verdades ocultas venían teñidas de un tinte oscuro para el que no sabía si estaba lista. 

En medio de su propio dolor pudo entrever lo difícil que era para él explicarse. El conflicto que le causaba todo era palpable y aunque una parte de él quería acercarse, algo más fuerte le alejaba haciéndole incapaz siquiera de tocarla. La burbuja de felicidad que le invadía en la mañana se había roto completamente y ahora no solo estaba bastante desconcertada, sino que también se sentía muy herida. 

Los detalles no se detuvieron y empezaron a aflorar a medida que él encontraba su voz y con el corazón en la mano explicaba todo aquello que ella ignoraba. A pesar de no poder identificarse completamente en un escenario de una niñez difícil como esa, escuchó sin juzgar en lo más mínimo todo lo que él le compartía, siendo incapaz de no empatizar con aquel niño pequeño y confundido que él había sido en su momento. A causa de necesidad y con la responsabilidad de proveer en casa para alimentar a su familia había tenido que tomar decisiones duras que no correspondían a un niño de su edad, y lamentablemente para él no había existido muchas alternativas que elegir. 

Hélène se encogió en el asiento, rodeando sus piernas con los brazos, como intentando reconfortarse. No le interrumpió e intentó permanecer lo más apacible posible mientras absorbía como una esponja todo aquello que escuchaba. Aunque podía entender parcialmente porqué él había reservado todos esos detalles para si mismo, una pequeña parte de si misma le hacía sentirse culpable. Quizás… ¿es que él pensaba que ella no podría con tanto? ¿o quizás que era una niña malcriada que no lo iba a querer más al descubrirlo? Decidió acallar toda aquella marañana de cuestionamientos que empezaban a emerger desde su confusión, aunque no fue completamente capaz de disimular su sentir ya que la vista se le había empezado a nublar a causa de las lágrimas que amenazaban por rodar por sus mejillas. Depositó la barbilla en las rodillas y bajó la mirada, fijándola en la taza de café que ya estaba frío y se concentró allí intentando ordenar sus sentimientos y recomponerse. 

La palabra mercenario resonaba en la cabeza mientras su cerebro le traducía despiadadamente los significados como un diccionario no solicitado.  Asesino a sueldo, traficante… su mente seguía y seguía y ella aún era incapaz de mirarle a los ojos, permaneciendo con la mirada clavada en aquella taza sin verla realmente. Una parte de ella se negaba a creerlo, quizás se tratase de un absurdo plan para que ambos separasen sus caminos, ¿no? Pero Yalxey siempre había sido tan franco que aquella estupidez de su imaginación se desvaneció inmediatamente de su cabeza.  Era una verdad pesada, cruda y difícil que debía digerir. Una verdad que tenía que aceptar porque a la final ese era el hombre que amaba, el compañero que había escogido. Cuando él empezó a disculparse por haberle llevado ahí y luego acotó que él no podía permitirse amarla, Hélène ya no quiso escuchar más.

No. —Dijo con sequedad y deshizo su postura. Con un chirrido de la silla al arrastrarse en la madera se puso en pie. Empezó a caminar en un vaivén en la pequeña estancia mientras intentaba aplacar la rabia que estaba empezando a emerger en su interior. Tenía mil sentimientos y cero palabras para transmitirle al ruso. Pensó en si misma, en cuánto le afectaba y se sinceró consigo misma. La persona que él había sido en el pasado había transformado a aquel ser humano que tenía en frente y no le importaba nada más. 

No. —Repitió una vez más, deteniendo al fin el vaivén frenético y fijando sus ojos en aquellos pozos azules que le miraban nerviosos y mortificados. —Escúchame. Tú ya no eres esa persona. Sí, pasaste cosas terribles, cosas que nadie jamás podrá entender y sí, hiciste cosas que te van a perseguir para siempre… te perdiste en el camino, pero… pero luego te encontraste y ahora estás aquí, conmigo. —Lo último lo dijo con la voz quebrada, pero pronto reencontró su fuerza. Todos merecen una oportunidad de redimirse, Leonid. Todos merecen una oportunidad de deshacer el mal que han hecho con bondad, ¡la oportunidad de amar y de ser amados! Y puede que lo que yo diga suene muy utópico, o que parezca que yo no tenga ni la mínima idea de lo que estoy diciendo porque jamás podré experimentar todo lo que te tocó vivir, pero… nada de lo que has dicho cambia la visión que tengo de ti, ni mis sentimientos por ti. —Confesó con honestidad, sin apartarle la mirada. 

Y ahora… ¿te quieres ir? — Respiró hondo intentando calmarse, aunque no era fácil con aquel temperamento heredado. Una, dos veces, aún le costaba trabajo entender cómo la vida podía ser tan injusta y estarles poniendo aquella prueba tan difícil en ese preciso momento. —¿Te quieres ir de esta cabaña? ¿de Siberia? ¿de mi vida? ¿de todo lo anterior? —Demandó una respuesta, preparándose mentalmente para escuchar lo que estuviera por venir. 

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Leonid

 

La intensidad de la reacción espontánea de la semiveela lo tomó por completa sorpresa, hasta el momento su novia se había mantenido en silencio y completamente imperturbable mientras digería el amargo relato que injustamente le compartió, pero algo la hizo despertar del estupor y ese fiero temperamento francés mezclado con su herencia mágica pronto inundó la pequeña cocina. 

 

Leonid dejó que se descargara, que desahogará el agrio plato que le sirvió en aquel desayuno, tenía todo el derecho de estar furiosa, lo que acaba de contarle no era algo fácil de procesar, ni él terminaba de hacerlo después de tanto tiempo. El pelirrojo se preparaba para fortificarse, se mentalizó en esperar el rechazo, sentir las tenues notas de la decepción entre la estridente furia, pero nada de eso sucedió. 

 

La Bellerose se encontraba dolida, lo podía leer en sus gestos, en su voz quebrada, pero no encontró el temido rechazo que esperaba. Al contrario, el nivel de comprensión y apoyo que la ojiazul demostró en sus sentidas palabras fueron superiores a la propia aceptación del oscuro pasado que cargaba sobre sus hombros. En tan solo unos minutos la francesa comprendió a la perfección lo que el mago era incapaz de ver, la redención. 

 

La culpa que lo acompañaba diariamente le impedía ver otra cosa, le negaba el propio reconocimiento de sus intentos de alejarse del camino que le avergonzaba, de percibir el nuevo hombre que era, que se formó a partir de aquel oscuro pozo en el que se vio sumido durante la adolescencia. El no era un mal hombre y tenía que empezar aceptarlo sin olvidarse tampoco de todo el trayecto que recorrió para alcanzarlo. 

 

La idea se le hacía algo novedosa, pero muy en fondo el ruso sabía que aquella verdad ya la conocía. Aún así fue la persona que tenía enfrente, la mujer que amaba, la responsable de rescatar ese reconocimiento de entre la confusión y el dolor que lo asolaban y no podía estar más agradecido de tenerla en su vida.

 

Fue el dolor de sus últimas preguntas lo que lo hicieron levantarse y remover todas las falsas barreras autoimpuestas para mantenerse alejado y por lo tanto no dañarla. Rodeo la pequeña mesa y fue hasta la ojiazul, sujetó con suavidad sus muñecas mientras mantenía sus ojos clavados en los de la castaña, para que pudiera leerlo como solo ella podía. 

 

-Te amo - dijo con una seguridad hasta el momento ausente en aquella mañana - No sabes cuanto, jamás sentí algo semejante a lo que siento por tí y te necesito… eres lo más importante que tengo y no me quiero alejar de tí y de todo lo que hemos construido juntos, no podría… siento estar haciéndote pasar por esto en nuestras primeras vacaciones, tendría que hacertelo hecho saber antes, pero fui un cobarde, tenía miedo al rechazo, a que me miraras con desprecio o temor y por esto último también te pido disculpas, no pude estar más equivocado - terminó de confesar mientras sus manos se deslizaban lentamente hasta tomar las de la bruja entre las suyas. 


 

-Pero una familia en Myanmar necesita mi ayuda, si Van Kraiser y su gente los encuentran, los masacraran, debo ir, tengo que sacarlos del país a ellos y al rubí que tienen, no puedo fallarles - le explicó esperando que ella fuera capaz de comprender - Era mi plan para poder escapar al fin de esta mafia, el rubí, un sangre de paloma como jamás visto, suficiente dinero para poder sacar a mia familia de Rusia y ponerlos seguros al otro lado del mundo y ayudar también a esa familia de mineros a salir de un país inestable y corrupto, Van Kraiser y su organización tienen que caer, necesitamos exponerlos, amor, no me puedo quedar de brazos cruzados - el ruso no podía dejar escapar aquella ocasión, una luz de esperanza al final del túnel, la oportunidad para construir una base firme a partir de la cual poder edificar una nueva vida y la bruja que tenía delante era el motivo para alcanzar aquella meta, se lo debía, era la compañera que escogió para comenzar esa nueva etapa, no podía fallarle.

 

@Helene Eloise Bellerose

 

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El corazón de Bellerose empezó a latir desenfrenado el minuto que Leonid se puso de pie y acortó distancias con ella. La ansiedad de saber qué pasaba por la mente del pelirrojo era grande, pero más grande era el temor que sentía ella de que él mantuviera esa idea tan absurda de apartarla de su vida por protegerla. Entendía completamente que él pensara que era la mejor salida, y estaba segura de que de encontrarse en los zapatos de él hubiese hecho lo mismo, pero… 

Las palabras sinceras de Yaxley le robaron el aliento y alivianaron poco a poco el temor que había invadido su corazón. La furia que le embargaba hace unos segundos se esfumó con la rapidez con la que apareció, no importaba nada más que vivir aquel momento y prolongarlo infinitamente. Al escucharle disculparse negó suavemente con la cabeza, se sentía un poco avergonzada por su exabrupto ya que entendía claramente que estar en la posición del ruso no era cosa fácil. 

Soltó con delicadeza una de sus manos y con suavidad la depositó en la mejilla de su compañero, acunándole el rostro con cariño. —Amor no te disculpes, yo no sé qué hubiese hecho en tu lugar… —suspiró. —Lo importante ahora es que lo sé y no estás solo en esto. Tú puedes confiar en mí, juntos podremos con todo. Tú eres un ser humano maravilloso, un hombre bondadoso, gentil… —La mano viajó del rostro hacia el pecho de él, justo donde estaba su corazón. —Te elegí, te sigo eligiendo y te elegiría una y mil veces si hiciera falta porque te amo. —Reafirmó con el corazón en la mano, sintiendo que nunca lo había dicho tan en serio ni lo había sentido tan real como en ese momento en el que ambos estaban sincerándose.

Leonid explicó a continuación algo sobre una familia en peligro, mencionó a un tal Van Kraiser y algo sobre unos rubíes. La francesa conectó los puntos recordando la historia que él le contó momentos atrás, identificando actores sin reconocer el nombre que él mencionaba. Van Kraiser le resultaba completamente desconocido, pero sentía un odio muy profundo por ese individuo tan solo al pensar que era el responsable de la tortura que sentía el mago.

Parpadeó un par de veces intentando procesarlo, ya que la angustia que emanaba el pelirrojo iba en aumento. —Myanmar… —Repitió, asociando el nombre con un lugar. —¿Birmania? —Preguntó más para si misma que para el mago. Estaba completamente dispuesta a seguir a Leonid donde fuera, pero sentía que debía hacerle un par de preguntas primero. 

—Las voces de la mañana… —Ató cabos, mirando al pelirrojo con suspicacia. —No lo soñé, ¿verdad? Alguien estuvo aquí. ¿Fue él? ¿Nos encontró? —Abrió los ojos con una nota de terror al imaginar lo cerca que estuvo de aquel miserable, pero el miedo fue reemplazado rápidamente con determinación. 

Espero que sepas que voy a ir contigo. —Afirmó mirando al mago a los ojos con seguridad.  De ninguna manera iba a quedarse allí mientras él se arriesgaba. —Prometo empacar ligero. —Una tenue sonrisa se dibujó en su rostro al decirlo. 

@Syrius McGonagall
 

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Leonid

El calor y la humedad de la capital Birmana era un gran contraste con el clima que dejaron atrás en Siberia pero no era algo que el pelirrojo no hubiera experimentado antes, no sería su primera vez en el monzónico Sudeste asiático. Al menos en aquella ocasión no parecía que fuera a llover en el futuro próximo, el sol calentaba con fuerza el pavimento de las calles levantando  una cortina vaporosa de los charcos de agua de lluvia que seguramente se formaron durante la noche.

 

La dulce humedad de Naipyidó era un acompañante constante, Leonid podía sentir su holgada camiseta de manga corta pegotearse sobre su cuerpo mientras el sudor le corría la espalda. La ciudad se encontraba en el medio de un valle, rodeada por altas montañas cubiertas de impenetrables junglas que impedían al viento descender y traer un poco de frescor a la bulliciosa capital. 

 

-¿Cómo está la bebida? - levantó la vista hacia la bruja que se encontraba sentada del otro lado de la pequeña mesa circular que compartían. Decidieron parar en un pequeño restaurante en una de las calles principales de Naipyidó para refrescarse un poco y ultimar los detalles de sus siguientes pasos en Myanmar. 

 

Leonid le dio otro trago al helado jugo de frutas tropicales que pidió para aliviar un poco el calor que sentía, seguía pareciendo una infusión demasiado dulce pero con cada trago que daba su paladar se acostumbraba al azucarado néctar. 

 

-Cariño ¿Podrías comunicarte con la Embajada Francesa? - Era necesario que contaran con algún lugar seguro a donde recurrir si las cosas se complicaban demasiado, el ruso no había querido llevar a la bruja en aquel viaje pero desde un principio supo que aquello sería imposible, la Bellerose se mostró firme en sus intenciones de acompañarlo y cuando la castaña estaba decidida en algo, no existía forma de impedírselo. 


 

-¿Podrían….. - se interrumpió al pasar una ruidosa motocicleta junto a ellos - ¿Ofrecernos una vía libre para salir del país? ¿Para nosotros y para la familia? - Una vez lograran contactar con Aung en el valle de los rubíes tendrían que apresurarse en abandonar aquel país agitado por un golpe de estado. Leonid le prometió al minero y su familia la oportunidad de comenzar una nueva vida lejos del caos y el desorden que reinaba en Myanmar, quizás hasta podrían darles un estatus de refugiados en Francia pero eso dependería de las habilidades diplomáticas de la francesa. 

 

-Van Kraiser y sus hombres llegaran mañana, tenemos que actuar rápido -

 

 

 

@ Helene Eloise Bellerose

 

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