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La caza de la Aurora


Syrius McGonagall
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Había cierto encanto en los eventos que sucedían sin planearlos, lo creía firmemente. Apenas hace unos días había estado en el helado frío de Siberia, completamente despreocupada y decidida a entregarse a la experiencia de un viaje turístico junto al hombre que amaba, pero los planes habían dado un giro de 180º.  No solamente habían tenido que cambiar de destino, sino que aquel encuentro tan íntimo y personal había reforzado por completo aquella relación, fortificándola. Las prioridades habían cambiado, ahora el bienestar de una familia entera dependía de ellos y ese era un pensamiento que no podía sacarse de la cabeza. 

La principal preocupación radicaba en aquel hombre que solo conocía por el nombre. Van Kraisen les había encontrado en Siberia y estaba segura no tardaría en unir los puntos y seguirlos hasta Birmania. Esa teoría había sido confirmada por el pelirrojo, quien no solamente había corroborado sus sospechas, sino que inclusive le había puesto fecha a la llegada mientras le ponía al corriente de todo aquello que ella necesitaba conocer para llevar a cabo esa misión. 

El calor birmano era ciertamente agradable, le recordaba mucho a la calidez de Marseille aunque sin aquella brisa marina tan refrescante. En su lugar, tenían una humedad intensa que resultaba ya hasta cierto punto incómoda. El cabello se le había hecho una pena, tanto que aquella melena que usualmente llevaba suelta y larga hasta la espalda, había tenido que atársela en un moño desarreglado por encima de la nuca. Sentía las gotas de sudor resbalar por el cuello, pero no le dio mucha importancia. Suspiró levemente mientras era traída de vuelta hacia la realidad por Leonid y su pregunta. Lo miró a través de sus gafas de sol, regalándole una sonrisa reconfortante. 

Miró la bebida que apenas había tocado. Los hielos empezaban a derretirse mientras ella jugueteaba con el sorbete suavemente. —Está rico, aunque muy… ¿amargo? —Trató de explicarse, aunque todavía era muy ajena a las bebidas típicas de ese lugar, supuso que era un sabor bastante tradicional. Le dio un sorbo nuevamente al té, antes de responder. —Me tomé el atrevimiento de mandar algunas lechuzas esta mañana e hice una petición en la embajada. Aún no me han respondido, pero pedí refugio para todos. Supuse que lo íbamos a necesitar. —Comentó, aliviada de que aquella acción fuera bien vista por el mago. —Si nos lo aceptan, ellos nos podrían ayudar con todo, desde el traslado hasta nuevas identidades. Solo tenemos que esperar. 

Un vendedor de artesanías se acercó a ellos de repente, causando un gran sobresalto en la castaña. Insistentemente intentó ofrecerles unos tapices y algunas de las otras cosas que vendía y aunque ella sonrió aún con el corazón latiéndole violentamente en la garganta y le digo educadamente que no deseaban nada, el hombre no se fue sin dar una buena pelea. 

Me había olvidado lo apasionados que son los vendedores a veces. —Comentó ella, con una media sonrisa deseando haberse pedido un té de tilo para los nervios. Tenía un pensamiento que le rondaba la cabeza desde la mañana, pero no había encontrado la manera de decírselo a Yaxley. —Yo tengo algo que confesarte, también. —Empezó. —Si esto sale bien o mal mañana, quiero que sepas todo, inclusive eso que no le he contado a nadie. —Se sinceró, fijando la mirada en aquellos profundos ojos azules. —Cuando llegué a Inglaterra y apenas conocía a nadie, empecé… a frecuentar un grupo de personas. Este grupo, que me acogió desde el inicio se maneja con ideales de libertad y justicia… —Hizo una pequeña pausa para analizar la expresión facial del mago, preparándose mentalmente para lo que se avecinaba. —No es un grupo legal precisamente y la lista de miembros es completamente secreta. En estos tiempos tan injustos, ellos, bueno, nosotros somos la resistencia. —Su expresión era seria, pero no dejaba de ser cálida. —¿Has escuchado hablar alguna vez sobre la Orden del Fenix? 

Si su secreto debía salir a la luz en algún momento, no había mejor momento que aquel, en aquel paraje tan remoto, en el que, a pesar de estar lleno de personas, no existía nadie más que ellos dos. 
 

@ Syrius McGonagall

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Leonid

Sonrió al ver como la francesa lidiaba con facilidad al insistente vendedor ambulante, mientras observaba cómo el hombre se alejaba tras otra pareja que disfrutaba su almuerzo bajo la sombra que ofrecía el alero del restaurante, replicó a la bruja con una sonrisa - Pues manejaste la situación con una diplomacia sorprendente, yo no hubiera sido tan educado - se sinceró antes de darle otro trago a la dulce bebida. 

 

-Claro amor, lo que sea - se apresuró a responder cuando la castaña decidió confesarle algo que al parecer llevaba un tiempo rondando en su cabeza. Inmediatamente la atmósfera de relajación que el pelirrojo experimentó momentáneamente tras el encuentro con el vendedor se transformó completamente. Instintivamente tensó todos los músculos de su cuerpo, se irguió derecho como una flecha en su asiento mientras sentía como un nudo de preocupación comenzaba atenazar su garganta al escuchar el relato de la Bellerose. 

 

No le gustaba el rumbo que aquello estaba tomando, Leonid podía casi sentir un paralelismo con la experiencia que él mismo le reveló recientemente a la bruja, quería detenerla, decirle que se alejara de aquellas personas pero algo lo detuvo, algo en su interior sabía que aquella situación poco tenía que ver con la que los había arrastrado hasta el otro extremo del continente. 

 

¿La Orden del Fénix? La sorpresa de la revelación se debió dibujar en el rostro del ruso, jamás hubiera esperado recibir aquella noticia por parte de su novia. Una mezcla de asombro y orgullo se extendió por el interior del mago mientras calibraba aquella nueva información, conocía perfectamente la misión de aquel grupo británico. Fundando por el legendario Albus Dumbledore, la organización fue la resistencia que se opuso al avance del que no debe ser nombrado y su hueste de mortífagos y  que en la actualidad pese a que las principales figuras ya no estaban, la Orden se mantenía activa defendiendo sus principios. 

 

-¿La Orden? - fue lo primero que el cosaco logró articular mientras salía del estupor que la noticia le generó - La conozco si…. pero… wow - por un momento el ojiazul se quedó sin vocabulario en el repertorio - Eso es grandioso amor - fue capaz de sincerarse mientras el habla comenzaba a regresar de a poco al ruso.

 

-Wow, la mujer que amo es una heroína - sonrió mientras estiraba su diestra por sobre la mesa para tomar la de la bruja - Estoy muy orgulloso cariño, un poco preocupado también debo admitir - rió un poco Leonid mientras acariciaba con cariño la mano que le sostenía. -En fin, bueno supongo que no puedes hablar mucho más sobre lo que hacen y lo entiendo perfectamente, pero bien sabes que tienes mi apoyo total para lo que necesites, lo que sea ahí estaré - afirmó a la francesa. 

 

Ella ya había demostrado su compromiso con él, lo había acompañado hasta aquel infierno verde para que no estuviera solo y el pelirrojo estaría eternamente agradecido por ello, ahora era el momento de que el mago dejara en claro que estaba dispuesto hacer lo mismo por la mujer que amaba.  

 

-¿Siempre tuviste ese anhelo o interés de unirte a la causa de la Orden? ¿O fue algo espontáneo al llegar a Inglaterra? -Leonid decidió preguntarle a la bruja, ansioso por conocer un poco más de aquella nueva faceta de su novia que hasta el momento le era ajena.

 

@ Helene Eloise Bellerose

 

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A medida que avanzaba con su relato, los ojos celestes de la francesa se dirigieron hacia Leonid, analizando su reacción con cautela. No se avergonzaba al transparentarse, pero sabía que quizás él no estaría listo para una revelación tan inesperada como aquella. Se mordió el labio inferior con ansiedad, él aún no relajaba su postura lo que interpretó como una señal de estrés. Sabía lo mucho que él había intentado protegerla de su peligrosa verdad, seguramente estaba conflictuado ya que ahora sabía el peligro al que ella se había sometido por cuenta propia.

La sorpresa que se dibujó en sus facciones fue casi cómica. Parecía estar dándole vueltas a todo lo que había escuchado, un atisbo de preocupación se veía a través de sus ojos azules mientras terminaba de procesarlo. Ella no esperaba, sin embargo, que él se mostrase tan dispuesto a apoyarla en aquella descabellada decisión. Rió al escucharle llamarla heroína y negó con la cabeza con una sonrisa divertida. Entrelazó los dedos con los del mago sorprendida y maravillada, no se había esperado aquella reacción tan positiva tan pronto.

—No me considero una heroína amor. Soy solo una chica común que cree en el cambio. —Sonrió con amplitud, mientras pensaba por dónde empezar a explicarle aquella historia que inclusive a ella le resultaba todavía tan nueva. —De hecho, hasta ahora no he sido parte de ninguna misión oficial, llamémosle así. Nada de lo que preocuparse todavía. —Pensó que era importante reafirmar aquello, puesto que lo que menos quería era agregarle una nueva mortificación a la larga lista de preocupaciones que ya atormentaban al pelirrojo.

Él quería saber cómo había empezado todo y ella estaba dispuesta a contarle desde el principio hasta el final. —Bueno… aunque los Bellerose han sido magos de linaje puro desde sus inicios, desde que sé que existen han tenido una estrecha relación con los muggles. Cuando estaba vigente el estatuto del secreto logramos camuflarnos bastante bien entre los dos mundos y siempre hemos tenido en mente que son personas que se merecen igualdad de derecho y de respeto que los seres mágicos. Cuando mi padre conoció a mi madre, no fue muy bien visto en la sociedad francesa, todo fue un escándalo, a decir verdad. —Comentó con una sonrisa, imaginándose perfectamente las habladurías que precedieron aquel acto de amor de un joven Auguste, quien, cegado por los encantos de aquella criatura tan hermosa, había caído rendido a sus pies. —Fuimos la comidilla de París hasta que ella nos abandonó, y aunque le tuve mucho resentimiento por mucho tiempo por haberse ido, sabía que estar junto a nosotros no era parte de su naturaleza, creo que eso me ayudó a entender que merecía comprensión y añadido a la propia discriminación de la que fuimos víctimas mi hermana y yo, me hizo desear un mundo más justo, más humano y menos dividido por las razas. —Hizo una pausa, era la primera vez que ponía todo eso en palabras, la primera vez que se transparentaba tanto frente a alguien.

—Si bien es cierto, crecimos rodeadas de todo y nunca nos faltó nada, siempre hubo algo que me faltaba y era ser parte del cambio, hacer algo para mejorarlo todo. Me especialicé en ciencias políticas, entré a la cancillería y aún así no parecía suficiente… es cuando decidí que podía hacer algo más, ser parte de la primera línea, ser parte de aquella revolución que se estaba llevando a cabo. Cuando cayó el estatuto del secreto, las cosas se pusieron realmente horribles. No hace falta que te explique lo que hace la gente con poder, con instinto de superioridad. Lo que hace la ignorancia, lo que hace el miedo… empezaron las masacres de parte y parte, todo se volvió un mar de sangre y muerte. En Francia no existe la orden del Fénix, pero en su lugar había un pequeño grupo de idealistas que se reunían seguido para buscar la manera de proteger a los no mágicos de aquella locura. Éramos 15, luego fuimos 10, luego 6, finalmente quedamos tres… —Confesó con tristeza, aún le dolían esas bajas. —Fueron pereciendo uno a uno, víctimas de crímenes de odio por los supremacistas. A mi me protegía mi apellido, mi posición… No podía arriesgarme a quedarme ahí, no mientras aquella cacería de brujas estuviera teniendo lugar. Siempre temí por mi familia, no hubiese podido perdonarme que les hubiesen hecho daño por mi culpa, así que hui. —Le avergonzaba admitir aquello en voz alta, aún había días en donde se sentía la mujer más cobarde del mundo. Fue fácil transferirme a cualquier otro país, donde no me conocieran y pudiera retomar mi carrera diplomática y así fue como terminé en Inglaterra.

Con la mano libre se acomodó un mechón de cabello rebelde detrás de la oreja, todavía pensativa y sumida en los recuerdos. —Conocí a una mujer quien me habló de la Orden del Fénix, y decidí que debía unirme. Quizás no todo estaba perdido, quizás las muertes no habían sido en vano… —Una sonrisa triste se pintó en sus facciones. —Supongo que a mi manera también estoy buscando redención.

Miró a Yaxley, sabiendo que a él podía confiarle absolutamente todo, pues él seguía siendo el único en todo su universo, que podía entenderle mejor. No se temía juzgada o criticada, al contrario; se sentía amada y protegida, entendida, escuchada. —Un par de semanas después te conocí a ti y fue lo más bonito que me pasó desde que llegué. —Le confesó con una sonrisa. —Quizás un día no sé, quieras acompañarme a una reunión… —Sugirió con cautela, sabiendo que no era una invitación que debía tomarse a la ligera. Entendía perfectamente que el ruso ya tenía suficientes cosas encima y quizás pertenecer a un grupo subversivo e ilegal no era parte de sus planes. Aún así…

@ Syrius McGonagall

Editado por Helene Eloise Bellerose

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  • 2 semanas más tarde...

Leonid

La francesa no tardó en despejar la curiosidad del ruso confesandole como su vida desde el inicio la condujo aceptar aquel nuevo desafío. Leonid jamás interrumpió mientras la castaña relataba su historia, dejó que desahogara su pasado y le revele aquella nueva faceta que hasta el momento le era desconocida, tal y como ella había hecho en aquel desayuno en la helada Siberia unos días atrás. 

 

Pese que ambas historias se desarrollaban en dos universos completamente ajenos uno del otro, el mago no podía dejar de notar la similitudes que como hilos tenues, casi invisibles ligan en varios aspectos sus pasados. Ambos debidos a sus contextos familiares se vieron empujados a buscar un cambio, una mejora, una solución para los problemas contra los que luchaban diariamente.

 

Y esa oportunidad, ese salvavidas en un mar tormentoso lo encontraron dentro de un grupo ajeno hasta el momento para ellos pero dentro del cual con el tiempo se sintieron tan parte del mismo como si de su familia se tratase. Salvando las distancias de que en el caso de Helene era una organización que buscaba el bien de todo el mundo mientras que los mercenarios que aceptaron al ojiazul solamente velaban por sus propios intereses. 

 

Pero aún así el vínculo que se forja bajo el fuego del riesgo y el martilleo constante del peligro era más fuerte que el acero, y esa fraternidad volvía profundamente dolorosa la pérdida de un compañero en combate. Apretó la mano que sostenía entre la suya en silencio para cuando la bruja llegó aquel punto del relato y notó como esa remembranza hacia mella en su voz, dándole a entender que la entendía perfectamente y que lo sentía. 

 

Y para el final del relato de su novia, aquellas historias tan disímiles pero a la vez similares se entrelazan en Inglaterra dando inicio a una nueva. El cosaco sonrió al escuchar aquello - Fue lo mejor que me paso hasta el momento - le correspondió aquella confidencia. Apartando su trago casi acabado a un lado para ganar un par de segundos más, Leonid procesó la invitación que la francesa dejó sobre la mesa. ¿La Orden del Fénix? ¿El?, no era una decisión sencilla pero algo de lo que había dicho la Bellerose hacía unos instantes le ayudó a escoger, la redención. Era el momento de dar vuelta la página y comenzar de nuevo. 

 

-Me encantaría - 

 

Respondió, feliz de haberla conocido. 

 

Minutos más tarde después de haber pagado por los tragos, el mago y la bruja aguardaron bajo la sombra de un Gandaria junto a la calle la llegada del transporte que los llevaría hasta el Valle de los Rubíes. Un viejo Volvo Titan pintado de celeste con zonas donde claramente la pintura se había descascarillado por el pasar del tiempo se acercó a una velocidad inesperada hasta ellos. Leonid se apresuró a hacerle señas antes de que siguiera de largo y con un fuerte chirrido el camión detuvo a cero su marcha frente al par de magos. 

 

El pelirrojo susurró una maldición en ruso mientras se acercaba junto a la castaña a la parte trasera del remolque del camión cubierta por un toldo blanco que hacía de techo para cubrir del sol y la lluvia a los pasajeros. Ingresó  primero y le tendió una mano a la francesa para ayudarla a subir, dentro al remolque había sido modificado para transportar personas, dos largos bancos de madera cubrían las laterales y un tercero más corto ocupaba la parte delantera - Será mejor que nos sentemos rápido si no queremos salir volando cuando esto arranque - se obligó a sonreír mientras se sentaba cerca de la entrada y sacudía un poco el polvo del banco a su lado para que se sentara la francesa - Al menos llegaremos rapido - le sonrió mientras el resto de los pasajeros, una decena, observaba extrañado a los dos únicos extranjeros en aquel camión.

 

@ Helene Eloise Bellerose

 

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Bellerose aguardaba a una respuesta con bastante ansiedad, pues sabía que lo que estaba pidiendo no era una cosa fácil de aceptar. Decisiones como aquella requerían un análisis profundo y tiempo para procesar, claro estaba que no esperaba una respuesta inmediata, así que decidió que de no obtenerla no presionaría, considerando que ya bastante tenían con lo que estaban lidiando en ese momento. Sin embargo, una vez más Leonid le impresionó con aquella determinación y convicción tan suyas, no solo escuchando la historia sin emitir ningún juicio, sino que aceptando la invitación que tan tímidamente le había hecho. Sin poder ocultar la felicidad que le causaba aquel simple asentimiento, Helene sonrió, completamente feliz y enamorada. 

Y con esa nueva perspectiva de vida, llegó el momento de reanudar el viaje y retomar el curso. Aunque llevaban muy poco tiempo en Birmania desde su arribo, era increíble y algo que no podía dejar de notarse, la diferencia sociocultural de aquel país en el que estaban versus lo que ella conocía. Era imposible no respirar en el ambiente la tensión y preocupación propias de una sociedad que estaba atravesando una guerra civil, y aunque los magos procuraban no inmiscuirse en los asuntos políticos de los muggles, allí a donde fueran el aura era bastante pesada y hostil. 

Caminaron unos metros a través de las pobladas calles de la capital, en medio del ardiente sol y creciente calor, refugiándose con rapidez bajo la sombra en cuanto tuvieron oportunidad.  No podía dejar de notar que la gente los miraba con gran curiosidad, como si les resultara completamente sorprendente que dos extranjeros estuvieran deambulando por allí. La situación no le ponía nerviosa, pero no le permitía bajar la guardia ante el incesante pensamiento de que serían interceptados por Van Kraisen y sus hombres el rato menos pensado. 

El plan era simple, aunque en realidad pese a su simpleza, su eficacia dependía por completo de su agilidad en aprovechar el tiempo y llegar antes que los mercenarios. Por fortuna, el ruso estaba bastante familiarizado con su entorno, por lo que le había sido posible diseñar un plan de ruta que estaban siguiendo, de la manera más discreta posible. 

El frenazo a raya del camión sacó a la castaña de sus pensamientos y la hizo parpadear confundida por un breve segundo. Leonid se encargó de subir primero y luego le tendió una mano que ella tomó para subir también. No esperaba encontrarse con tantas personas y mucho menos que la intensidad y extrañeza de sus miradas le incomodaran tanto. Tomó asiento en donde se le ofrecía, un tanto abrumada, y suspiró mientras repasaba el plan nuevamente en su mente. 

Es la primera vez que me subo a uno de éstos. —Musitó algo distraída, sin evitar barrer el espacio con la mirada. En realidad, era la primera vez que se subía a un auto y punto, situación que le pareció curiosa y hasta cierto punto emocionante. Lo que sí, le pareció de las cosas más inseguras posibles, ya que el conductor además de andar de apuro parecía no poder ni querer evitar los baches del camino, lo que hacía el viaje un tanto incómodo, aunque ninguno de los pasajeros parecía inmutarse ante tanto rebote. —Y definitivamente prefiero la escoba. —Afirmó divertida, aunque inquieta al pasar un bache especialmente alto, que hizo que todos los pasajeros dieran un brinco pronunciado.

Apoyó la cabeza en el hombro de Leonid, y cerró los ojos reconfortándose ante su contacto. No podía evitar pensar que debía atesorar esos pequeños momentos de calma, previos a su arribo al valle de Mogok, comúnmente conocido como el valle de los rubíes. Hasta que tuvo que hacer un poco de investigación sobre el lugar al que iban, Bellerose desconocía completamente que aquel pequeño país tan conflictuado era el principal productor de rubíes del mundo, lo que le hacía precisamente tan vulnerable a la corrupción y violencia a la que estaba sometido.  

Fue fácil relajarse tanto, que inclusive el mecimiento del auto le arrulló hasta sumirle en un profundo sueño. No supo cuanto tiempo estuvo así, en realidad, hasta que fue despertada suavemente por el ojiazul, alertándole de que ya habían llegado finalmente a su destino. La híbrida parpadeó ajustando sus ojos a la luz, descubriendo que ya estaba cayendo la tarde y un intenso color anaranjado alumbraba el cielo sobre sus cabezas. 

La primera impresión que tuvo al inspeccionar su entorno fue el pensar que habían llegado a la luna, pues allí donde dirigiese la vista, había cráteres de excavación en medio de superficies rocosas en lo que alguna vez hace mucho tiempo fueron montañas. Así mismo, la segunda cosa que notó fue la pesada presencia del ejército, quienes armados hasta los dientes se encontraban patrullando la zona. No pasó mucho tiempo de hecho, hasta que el camión se detuvo con un chirrido agudo en frente de un punto de control. El estremecimiento que recorrió a los presentes fue general, y Hélène no supo qué pensar de la situación. ¿Por qué se detenían? Miró a Leonid con la interrogante pintada en el rostro, frustrada de no poder entender los murmullos de la gente al no conocer el idioma. 


@ Syrius McGonagall

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