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Libro de Hermes Trimegisto - Mayo 2021


Badru
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LIBRO DE HERMES TRIMEGISTO

Mayo 2021

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Las altas temperaturas del desierto no eran un problema para el guerrero uzza y sus pies descalzos. Dejando huellas con cada paso, formaba un extenso camino. Un arco enorme colgaba en su espalda. Se trataba de un objeto de valor incalculable, puesto que uno de los ingredientes para su alquímica construcción era la sangre de su progenitor. El tendón de dragón exhibido en el exterior le daba un toque mágico y poderoso al objeto. Infalible, siempre que se lo requería.

—La puntualidad de occidente espero que se cumpla al menos por una vez —resopló Badru. Pero ni sus labios ni ninguna expresión de gran parte de su cara pudieron vislumbrarse, oculta bajo un pañuelo oscuro. Sólo la mirada oscura y tormentosa tenía acceso al mundo.

No muy lejos de él se encontraba un enorme dragón, quien vinculado al amuleto que portaba el guerrero comprendía sus palabras.

De anchos hombros, una trenza de color negro azabache caía por su fornida espalda. Era tan sólo una muestra de los de su tribu que lo caracterizaba como guerrero. El peto que portaba cubría parcialmente su pecho y espalda, dejando el torso descubierto a ambos lados. Las grebas, también con incalculables poderes mágicos, finalizaban su atuendo y se ajustaban a su cuerpo como si fueran parte del mismo.

En aquella oportunidad había regresado al monte Sinaí. Se trataba de un espacioso lugar donde llevaría a cabo muchas de las ideas para avanzar en el curso. Transmitir sus conocimientos a magos y brujas del mundo occidental se estaba transformando en un ritual periódico. Pero no debía engañar a nadie, por más recelosos que fueran los uzzas al respecto, él, Badru, sentía cierto placer en la docencia. Pero el Libro de Hermes Trimegisto, uno de los más poderosos hasta la actualidad que brindaba la escuela Uagadou, era sumamente peligroso. Si sus estudiantes eran digno de acceder a los conocimientos sólo dependería de ellos.

Un leve fuego crepitaba a apenas un par de pasos del guerrero. En la oscuridad de sus ojos podía verse el reflejo de las llamas irregulares que persistían con el paso de los minutos. Las extrañas letras que surgieron entre ellas lo sacaron de su ensimismamiento. No mucho tiempo después llegaría su estudiante. Apoyado en su vara de cristal, tan oscura como su mirada, aguardaba la nueva presencia dándole la espalda a la principal cadena montañosa de la región.

 

@Sagitas Potter Blue

Editado por Niko Uzumaki
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No esperaba reconocer aquella trenza en aquel lugar. Sí, había pasado mucho tiempo, seguramente tres años, desde la última vez que vio aquel guerrero Uzza. Badru ya había sido mi maestro guerrero en una vez, en otras circunstancias algo más amenos. Actualmente, toda la situación era muy diferente. Yo era más madura, más aguerrida, más poderosa y más insaciable en el saber. Todo lo que caía en mis manos era devorado por mis ojos y practicado con mi varita de forma insistente hasta que el cuerpo agotado me pedía descanso. Después de tantos años de teoría autoaprendida y haber acabado varias bibliotecas de lugares inhóspitos, decidí que era el momento de volver a la práctica.

No esperaba encontrarme a Badru y, por un momento, pensé que me había confundido de alguna manera y no estaba en la clase del Libro de Hermes. El lugar cálido, demasiado incluso, me recordó aquella plaza del Árbol en que nos habíamos conocido. ¿Se acordaría de mí? Por supuesto, mi rompa no iba acorde a aquel lugar. ¿Por qué preferían lugares llenos de arena? Transformé mi ropa más o menos elegante en un hábito marrón de sacerdotisa eremita, con un sencillo cinturón de esparto del que colgaba un saco de piel con pocas cosas dentro, al menos a simple vista; su contenido siempre sorprendía después, cuando lo necesitaba. Mi zapatos desaparecieron y se convirtieron en unas humildes alpargatas con las que soportar aquel suelo arenoso. Era de noche y la temperatura no era ni por asomo lo que sería en cuanto amaneciera. El calor de una fogata se agradecía. La noche suele engañar mucho en un lugar como aquel. Me acerqué aunque estaba segura que ya me había oído. No había manera de sorprender a un Uzza.

-- Guerrero Uzza, un placer verle de nuevo.

Sin embargo, sentí algo de respeto. Allá, apoyado sobre su Vara de Cristal y con la pose con la que le recordaba, imponía gravedad a mi decisión de probar aquel libro. ¿Estaría lo suficientemente preparada? Empezaba a dudarlo. Aquel Uzza, entre todos los que había conocido, era el que más nerviosa me ponía.

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El monte Sinaí se mantenía imponente a la espalda del uzza y el dragón demasiado próximo. Sus largos suspiros que amagaban con dejar escapar fuego podían distraer a los presentes pero debían saber soportarlo.

Badru había ido más allá de sus límites pero la espera había acabado. Su oscura mirada observó a su pupila, a quien reconoció vagamente a pesar del tiempo que había transcurrido desde su último encuentro.

—Bienvenida, Sagitas —murmuró Badru. Su boca continuaba cubierta por el pañuelo y a juzgar por los túneles negros de su mirada, ninguna estrella que resplandecía en el firmamento podía imaginar si estaba o no contento por eso—. Hasta el momento ha demostrado poseer lo necesario para acceder a los conocimientos ancestrales de mi tribu —dijo lentamente—. Sin embargo, para continuar avanzando en esta escalera de saberes lo hasta aquí hecho no será suficiente. Debe comprender la nueva dimensión de los conocimientos de este libro, alcanzando lo inalcanzable.

El libro de Hermes Trimegisto tenía el alcance de eliminar ciudades enteras mediante la magia del fuego compacto. Por eso era tan importante para Badru que su pupila comprendiera la responsabilidad de usar de forma correcta el conocimiento. Un mal manejo de aquella magia y la catástrofe sería incalculable. Esperaba que Sagitas estuviese a la altura de una buena utilización de aquellos infinitos saberes.

—Fuego compacto —dijo el moreno e hizo una breve pausa, alejándose momentáneamente de la fogata que tenía a su lado—. La cautela, la sensatez y la responsabilidad deben ser sus aliados. Este hechizo tiene la posibilidad de hacer lo peor que a uno se le ocurra o lo mejor. Pero en ambos casos, el mago que lo use acortará su vida. Puede destruir una ciudad completa o deshacer la destrucción, y el precio por hacerlo no será en absoluto bajo. La pérdida de cordura también es otro de sus efectos en caso de abusar de la magia. —No había lugar para dos lecturas. Badru había sido claro y el fuego compacto tenía lo mismo de peligroso que de impresionante.

»Este colgante —la mano derecha del guerrero se aferró al amuleto que llevaba en su cuello, con forma de dragón— le permitirá controlar dragones y comunicarse con ellos. Es importante llevarlo puesto si se pretende usar sus poderes. —Ese detalle era clave.

 La vara de cristal fue enterrándose poco a poco hasta que Badru reanudó su andar, deshaciendo sus pasos y regresando próximo al fuego. 

—Lo último en términos teóricos será nombrarle tres hechizos importantes que este libro ofrece: Mutis, Ígnea Máxima e Himno de Eleboro. Mutis es un rayo que le permitirá enmudecer a un enemigo. Ígnea Máxima le dará inmunidad sobre fuegos como este —señaló a su lado. En cambio, el Himno de Eleboro protegerá todos sus sentidos y también los agudizará. —Dicho aquello, Badru se aproximó al colacuerno húngaro, un fiel compañero para el guerrero.

»Llámalo —lo dijo con tranquilidad, sin olvidar el importante detalle de tomar con una de sus manos aquel colgante dorado. Lo que ocurrió a continuación fue hermoso de observar: el colacuerno húngaro emitió un potente rugido y detrás de las montañas apareció una enorme criatura semejante a la primera. El dragón sobrevoló parte del monte Sinaí y descendió hasta la ubicación donde estaba Sagitas y Badru—. Ya sabe lo que debe hacer —dijo Badru, como si fuera necesario.

El guerrero uzza realizó un atlético salto y quedó encima de su colacuerno. Con una nueva orden, el dragón desplegó sus alas y empezó a tomar una importante altura. Cuando estaba lo suficientemente alto, comenzó a moverse en línea recta hacia el punto más alto de la montaña. Ese debía ser el punto de destino de su pupila y desmontar el dragón. Pero eso no sería tan fácil, puesto que en mitad del ascenso, en dirección a la bruja iría un sorpresivo Fuego Compacto que amenazaría con su vida. Debería estar atenta y responder acorde a lo visto en la teoría.

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No supe distinguir si el Uzza se alegraba o no al verme de nuevo. Ahora que lo pensaba, nunca había visto sonreír a ningún Uzza, siempre tan serios. Encima, el bocal que llevaba puesto impedía distinguir sus palabras con claridad, aunque entendí lo suficiente... "Lo inalcanzable..."

Era lo que me temía; en mi búsqueda por el conocimiento, iba a acceder a una nueva etapa, mucho más difícil y, aunque no lo hubiera dicho, peligrosa. Hablé demasiado temprano. En cuanto me enseñó el Fuego Compacto, palidecí. Tal vez a él le pudiera parecer que sintiera miedo. No era eso. Por fin acababa de encontrar el hechizo que buscaba desde hacía tanto tiempo. En mis visiones, mi hijo destruiría Ottery con un gran poder de fuego. Los ojos se me nublaron ante tal reconocimiento y miré hacia el Uzza con rabia. ¡Nadie tenía derecho a tener tanto poder! ¡Nadie debería poder causar tanto... daño! El Uzza se iba alejando mientras explicaba sus efectos en uno mismo, como si eso fuera lo único importante. Locura... Acortar la vida...

-- ¿Usted lo ha usado?

Casi no fue pregunta sino reflexión. Tal vez eso era lo que hacía que la tribu de los Uzza fuera tan seria, que no rieran. Habían visto demasiadas cosas a lo largo de su historia... De qué forma lo usaría yo, si llegaba a hacerlo, sería una decisión igual de difícil. No me dio tiempo de seguir pensando en las implicaciones filosóficas y morales del aprendizaje de aquel hechizo. El Uzza, como siempre, cambió de tema y se decidió  por otro hechizo que si pudiera enseñar en la práctica y me habló de cierto collar.

-- ¿Otro? -- Como si no fuera bastante con todos los amuletos, colgantes, amuletos, anillos y quincallería que traían los libros anteriores. -- Yo ya puedo dominar a dragones -- comenté con cierta incomodidad. -- Tengo muchos dragones en la reserva.

Sin embargo, me lo puse, siguiendo al Izza en las rápidas explicaciones que me daba sobre otros hechizos. Me sorprendió el Mutis.

-- Los magos aprendemos el Silencius desde que tenemos 11 años, ¿qué diferencia hay con el Mutis, para que se aprenda en un libro de tan alto nivel?  -- Ahora mismo, no lograba ver la diferencia.  -- ¿Tal vez en su duración?

Pero él hablaba tan rápido de los hechizos que parecía que no le daba dedicación a ellos, pues un Uzza siempre ha sido más de acción que de teoría. Yo, por lo contrario, era más ratoncilla de bibliotecas y me gustaba leer todos los recovecos de una definición. El Uzza hablaba con un dragón y a mí se me hacia la boca agua, con lo que me gustan los animales, pero eso no quitaba que yo tuviera dudas. No me gustan las prisas.

-- ¿Entonces el Ignea Máxima y el Himno de Eleboro sólo son una mejora de los hechizos del Libro del Druidas? ¿Cuánta mejora? ¡Eh, espera!

Sí, lo sabía, no era la forma más correcta de dirigirme a un Uzza, pero ni lo pensé. Sólo vi que, tras sus rápidas palabras, montaba un dragón y me decía que actuara, ante la llegada de otro de igual especie.

-- ¡Maldita sea! -- solté, sin pensar. Sentía cierta envidia. Por mucho que cuidara dragones y éstos, en cierta manera, me toleraran, nunca había podido decir que eran amigos. -- ¿Cómo lo hizo para subirse...? Pregunta boba, es un uzza. Tú me dejarás montar, ¿verdad, muchachito? ¿Cómo te llamas?

Me acerqué poco a poco a él, con cuidado. El animal me miraba e incluso giró la cabeza hacia un lado, como si me estuviera escuchando. Sentí calor en el pecho, allá donde reposaba el amuleto en forma de dragón y entendí de forma práctica el poder de aquel objeto. Aún me vendría bien para mi negocio. Le acaricié en el cuelo, rasposo, mientras seguí hablándole. Debía darme prisa. El Uzza cada vez más parecía una mota en el cielo oscuro de la noche.

-- Me vas a dejar montarte y volaremos juntos en busca de tu compañero. -- Iba montándome mientras hablábamos, o mejor dicho, mientras yo hablaba con él. -- Y ahora nos acercaremos para que pueda seguir escuchando...

El dragón aleteó y pasó de 0 a 100 en medio segundo, mejor que una Nimbus de esas. Lo malo, es que yo me mareaba en las escoba, así que aquel acelerón me pegó tal susto que por poco suelto algo más que palabras por la boca. A punto de decirle que fuera despacio, que ya estábamos acercándonos bastante a Badru, abrí la boca para quedarme estática, como boba, al ver acercarse una bola de fuego.

Reaccioné, claro, qué remedio, pero primero tuve que analizar... Bola de fuego... Fuego desconocido... Estoy aprendiendo con un Uzza que odia la teoría y le gusta matar alumnos en sus prácticas... Libro de Hermes.

-- ¡Ay, demonios! ¡Ignea Máxima! -- me pegué al dragón mientras de la varita salía una lluvia de polen de la ya conocida flor de lirios de fuego, que se pegó sobre sí y sobre parte del animal. El dragón, menos mal, escuchó mis deseos que intentara evitar en lo posible aquella amenaza y cimbreó hasta conseguir llegar a la cima de aquella alta montaña.

Desmonté del dragón y me puse a mirarlo con ansiedad por todas partes, buscando quemaduras. Por supuesto, mi enfado era notable.

-- ¿Está loco? ¿Es qué no ve que por poco lo mata? Es un dragón, leñes. ¿Sabe lo difícil que es tener un dragón?

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El enorme colacuerno húngaro continuó a su lado pero ya no lo necesitaría, tampoco al otro dragón que Sagitas había montado. Badru junto a ella ya había alcanzado la parte más alta de la montaña del Sinaí. Desde allí tenían una vista privilegiada de todo lo que acontecía en el lugar a varios kilómetros en todas direcciones. Pero ese no era el verdadero motivo de su excursión.

—Como le comentaba hace un momento —comenzó de forma repentina a hablar, con aquella tela mágica cubriendo gran parte de su rostro—, el fuego compacto es un hechizo delicado y poderoso. He hablado de sus dos usos más importantes y las consecuencias de quien lo utilice. Ahora quiero dejar a un lado las palabras y poder mostrárselo un poco mejor, para ello volveremos a un pasado poco deseable. Imagino que está acostumbrada al uso de portales, porque traspasaremos uno.

»Pero antes pienso aclararle un par de cosas. En efecto, el hechizo Mutis consta de mayor poder que el Silencius. La duración es mayor y además es suficiente un pensamiento para conjurarlo.

Badru meditó con severidad si responder o no a la utilización del fuego compacto, puesto que lo verían a continuación al traspasar el portal. Prefirió continuar con otro tema antes de detenerse allí.

—Ignea Máxima e Himno de Eleboro son versiones más poderosas que sus antecesores. Puede pensarlo así. Ningún mago o bruja dominará estos hechizos si no es capaz de utilizar correctamente sus versiones básicas.

En su mano derecha el guerrero sostenía su vara de cristal que se clavaba con facilidad en el suelo. Pero no era necesaria para la siguiente magia que pensaba realizar. Bastó un segundo para que con la mano libre creara un extraño portal ante ellos, mediante Fulgura Nox. Badru había nacido con aquel poder, creando portales incluso sin pretenderlo. Con los años había controlado su malgenio.

—Visitaremos unas tierras no tan lejanas de este enorme monte. —Dicho aquello, cruzó el portal y esperó que Sagitas también lo hiciera.

El corazón del continente africano se abrió ante ellos, cuando uno de los brujos más peligrosos de aquellas tierras vivía y encadenaba pueblos enteros bajo su yugo. Bastaron unos breves pasos para comprender lo que los rodeaba. Era un pequeño pueblo, posiblemente de una de las tantas tribus mágicas que rondaban en el lugar. La sensación de que todo había sido arrasado era evidente y desalentador.

—Esta es la capacidad del Fuego Compacto —dijo entonces Badru, cuando la bruja apareció a su lado—. A esto me refería con destruir una ciudad entera. Estamos frente a uno de los más antiguos poblados del centro de África, y la destrucción fue gigantesca. Pero… —Badru volvió a crear un nuevo portal, esta vez, un par de días más tarde.

Volvió a traspasar el nuevo portal y el lugar si bien era el mismo, parecía otro.

—Esto sucede cuando lo usamos a la inversa. —Las casas estaban diferentes, incluso los rudimentarios caminos de la época parecían lucir en un estado aceptable en comparación a lo que la propia magia había hecho un par de días atrás—. El mago que destruyó el lugar fue asesinado pocos minutos después de causar este desastre. La utilización del hechizo lo debilitó y sus enemigos no tuvieron compasión. La anciana mujer que se ofreció a utilizar Fuego Compacto para repararlo, también murió minutos después. El poder de la mujer era elevadísimo pero pocos años le quedaban de vida. El uso del hechizo se los quitó todos. —En lo que parecía ser el centro del pueblo, donde una fuente de dos metros de altura sobresalía de lo demás, podía apreciarse la figura de una mujer apacible y entrada en años. Esa había sido la forma de los pobladores para agradecerles a la bruja y sus familiares.

Badru hizo una pausa y contempló de reojo a su pupila.

—Espero que entienda que Fuego Compacto no es un hechizo más. La dimensión del mal que puede hacerse con él no conoce límite. Asimismo no es gratuito, cuánto más daño quiera hacer o cuánto más daño quiera revertir, el consumo de su integridad mental y su salud crece de forma exponencial. Nunca hay que verlo como la solución, sino como un último recurso, una última alternativa que es preferible no utilizar. —Un nuevo portal se formó próximo a ellos y tanto Sagitas como el guerrero regresaron a la cima de las montañas, a pocos metros de los dragones obedientes que aún los esperaban—. Ha llegado el momento de la prueba —murmuró, clavando su mirada oscura en la bruja y luego dirigiéndola hacia los dragones.

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