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Libro del Equilibrio - Mayo 2021


Asenath
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Recostada sobre una gran roca, miraba las estrellas. Sentía en su espalda el frío de la superficie, pero no le importaba. Su mente iba y venía entre muy antiguos recuerdos y la simple imagen que captaban sus ojos en ese momento. Parecía no moverse más allá del ir y venir de sus ojos y su pecho al hincharse y volver a su sitio durante cada respiración. No había sonidos que invadiesen su espacio, siendo rodeada por una calma absoluta. 

La noche había caído casi sin que la percibiera, y allí la había encontrado, intentando encontrar en sí misma múltiples respuestas. No hablaba de sus asuntos si no era con “los suyos” y por momentos ni siquiera ante ellos revelaba sus inquietudes. Era una mujer de pocas palabras y muchos secretos. Aquella podía ser tranquilamente una forma de describirla. Sabía que su tiempo a solas tendría un límite, pues esa noche recibiría a una nueva alumna, quien debería mostrarse digna de acceder a los conocimientos que podía ofrecerle. 

El Libro del Equilibrio era uno de los primeros que brindaban a los magos, sin embargo, no por ello era menos importante que los demás. Cada paso en su aprendizaje fortalecía su avance hacia el siguiente, y el equilibrio era, sin dudas, una necesidad en su avance. Pero ¿qué era el equilibrio realmente? Lo experimentarían conforme avanzara la clase, o eso intentaría que suceda. 

Se incorporó con lentitud, sin apartar la mirada de ese cielo intenso. Buscó a tientas la gran espada que yacía a su lado y, al pararse, la acomodó en su cintura. Casi rozaba el piso con la punta de la misma, su peso resultaría incómodo a quienes no estuviesen acostumbrados a cargarla allí, pero no era su caso. Dio unos pasos hasta las viviendas en las cuales la mayoría dormía, las brazas de lo que había sido una gran fogata aún emanaban calor. Se acercó y arrodilló junto a ellas, acercando las manos para recobrar la temperatura en sus dedos. 

Sus piernas solo cubiertas por aquella corta falda compuesta de tiras de cuero estaban acostumbradas a los cambios de temperatura tras mucho tiempo viviendo en el desierto. Siempre vestía como una guerrera debía hacerlo, con su pecho recubierto por una mezcla de cuero, escamas de dragón y plata. Su negra y larga cabellera pendía a sus espaldas trenzada prolijamente, peinado solo digno de los guerreros según las creencias de su pueblo. 

Allí esperaría a la joven, la cual esperaba no se demorase demasiado, puesto que tendrían una larga aventura por delante. 

 

@Helene Eloise Bellerose

Editado por Niko Uzumaki
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La figura delgada de la francesa apareció entre los árboles sin emitir sonido alguno. Una brisa gélida despeinó las copas de los árboles, que emitiendo un leve quejido, agitaron sus hojas. Como autómata, la castaña subió hasta arriba la cremallera de la cazadora que vestía, cubriéndose mejor.  Sus ojos claros no parpadearon ya que se encontraban fijos en el pequeña aldea que se encontraba más adelante, lugar donde había quedado en reunirse con aquella mujer. 

El motivo de la reunión era la búsqueda del conocimiento, el anhelo de poseer y dominar los secretos que guardaba el libro del equilibrio, magia que le atraía desde hace tiempo pero había tardado en animarse a dominar. Desde su llegada a aquella nueva nación, la híbrida no había parado, intentando ampliar los límites de su poder mágico y estudiando con eruditos, con la esperanza de alcanzar aquel conocimiento que deseaba tanto. 

El crujido de una rama bajo sus pies cortó aquel silencio que acompañaba su aparición, sus pasos resonando con suavidad a través del tierroso camino. No podía negar que le parecía sumamente curioso que le hubiesen convocado tan entrada la noche, y eso era aún más notorio al ver la ausencia de luces en las cabañas, el silencio absoluto de quien está descansando una buena y pacífica siesta. Se dirigió con calma hacia la humareda, sabiendo que allí era donde encontraría a su mentora. No se equivocaba. 

Con agradable sorpresa recibió la primera impresión que le causó la guerrera, quien lucía una armadura al puro estilo de las amazonas de la mitología griega. Una imponente espada le colgaba del cinto y por la pinta que inspiraba la mujer, no parecía que le molestaran las inclemencias del clima. Hélène la miró con gran admiración, sintiendo de inmediato el respeto que aquella presencia imponía. 

—Buenas noches, espero que no me haya tenido que esperar mucho. —Saludó con humildad y no pudo evitar disculparse.  Estaba ansiosa por empezar aquella aventura.

 

 

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Por fortuna su alumna no demoró demasiado en llegar, asintió tranquilamente al escucharla y se puso de pie con un ágil movimiento. La observó unos instantes a los ojos, intentando divisar si su tono era sincero o intentaba mostrarse de un modo que no era. No encontró en su mirada ningún indicio de que estuviese fingiendo, así que se apartó, volviendo a acomodarse ante los restos de la fogata. 

Buscó a tientas entre su ropa varios objetos y los dispuso entre ella y la fuente de calor, haciendo una seña sutil a su alumna para que se acercase también. Apoyó un anillo, un amuleto, un frasco pequeño y uno un poco más grande. Los contempló unos momentos intentando escoger por dónde comenzar, hasta finalmente decidirse por el anillo. Lo tomó y enseñó a la joven, antes de acomodarlo en su dedo anular, donde ya varios anillos se encontraban. 

Siempre debes llevar puesto este anillo, bueno, como todos los que poseen nuestros poderes… –explicó– si lo llevas puesto al momento en que eres picada por una criatura venenosa, el efecto del veneno no te afectará. Pero no sirve contra el veneno de basilisco, porque es aún más fuerte –desvió su atención nuevamente a los objetos y tomó el frasco más pequeño que contiene aquel grueso polvillo de tonalidad plateada– Parece arena, pero su color ya indica que no lo es… son semillas de hielo. Una pequeña cantidad puede convertir en hielo una superficie de 100 metros a la redonda. Si bien se van agotando, con el tiempo se vuelve a rellenar por sí solo. –sonrió y colgó el frasco de su cuello. 

Notó a lo lejos un crujido y se puso alerta, las criaturas nocturnas podían empezar a aparecer en cualquier momento, y sabía que varias se hacían presentes para intentar robar restos de comida en cuento los guerreros se durmiesen. 

Semillas de Hielo también es un hechizo, si lo lanzas contra una criatura la congelas y te da tiempo a escapar de ella. No dudes en utilizarlo si ves que corres peligro durante cualquier momento de la clase –si bien su atención estaba en la joven, parte de sus sentidos continuaban atentos a los pasos que se acercaban. Era una criatura grande, sin dudas ¿un león? ¿un chacal? Antes de poder verlo, saltó hacia su alumna ¿podría ella defenderse a tiempo?
 

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Asenath lucía impasible bajo la luz de la luna. Seguramente habría visto tantas cosas en su vida que le resultaría sumamente complejo dejarse sorprender. Insegura sobre como proceder, Bellerose tomó asiento en el suelo y aguardó sus instrucciones. 

Le llamaba mucho la atención sobre el por qué la guerrera escogió ese pueblo en particular. Lucía bastante tranquilo, o al menos no había nada que llamase la atención a la vista. La aldea dormía en un silencio que invitaba a la relajación, aunque sabía ciento por ciento que no debía bajar la guardia jamás. No mientras estuviera bajo su tutela. 

La vio revolver su ropa y sacar varios objetos que de inmediato atrajeron la atención de la castaña. Parecían simples, pero estaba segura que tenían un gran poder que debía aprender a utilizar. Asenath colocó los objetos frente a la luz para que fueran claramente visibles y empezó a explicarle su utilidad. Los ojos claros de la híbrida estaban completamente fijos y atentos en cada uno de ellos mientras la guerrera se los mostraba. 

Entendiendo poco a poco para qué servían, tomó de la pequeña bolsita que llevaba en el cuello el anillo y replicó el gesto de su mentora, colocándoselo en el dedo. Así mismo se mostró particularmente emocionada con las semillas de hielo. ¿De hielo dijo? Un frasquito en apariencia inofensivo que se rellenaba solo. Sonrió. El pequeño frasquito resplandecía bajo la luz de la fogata. Replicó el acto de Asenath y se lo colocó como un talismán en el cuello.Anotó mentalmente lo del hechizo, sabiendo que todo hechizo requiere estudiarse antes de dominarse. Lo repitió un par de veces en la cabeza para grabárselo: semillas de hielo, semillas de hielo…

Antes de que pudiera preguntar si debía pensarlo o decirlo, un sonido gutural presidió a un rugido descomunal. Hélène asía la varita con firmeza, pero el susto le causó un respingo pronunciado. 

—Semillas de hielo! —Exclamó apuntando a la enorme leona que le miraba con fiereza, pero nada pasó. Intentó recomponerse, convenciéndose de que debía estar completamente enfocada si quería un resultado. La felina se preparó para atacar nuevamente mientras Hélène se concentraba. Lo pensó, enfocándose en el efecto que deseaba, imaginándola congelada. Un rayo salió de la varita e impactó al felino directamente en el rostro, paralizándola en medio de una mueca fiera. 
Bellerose se detuvo en seco, todavía incrédula de que su prueba hubiese sido tan repentina. Aún con la guardia en alto, esperó nuevas instrucciones. 
 

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La salvaje criatura no esperaba el repentino ataque, así que el rayo lanzado por la joven la paralizó unos instantes y, luego de pasado el efecto, hizo que saliese huyendo espantada. No regresaría, o al menos no por el momento.

La Guerrera asintió, mirando a la joven. Si bien había tomado dos intentos el realizar la acción, lo había hecho a tiempo como para evitar salir herida. Eso ya era un mérito. Le agradaba que la muchacha no fuese como la mayoría de los que llegaban ante su presencia, intentando mostrarse superiores y conocedores de la magia que aún no adquirían.

—Continuemos... quedan dos objetos. El Amuleto de Resurrección, te permitirá recobrar la vida tras una batalla, pero consume mucha energía, así que debes esperar toda una luna hasta poder volver a utilizarlo —dijo, alzando un colgante de color esmeralda que resplandecía un poco ante la oscuridad— debes llevarlo siempre colgando de tu cuello, pues nunca sabrás cuándo podrás requerirlo.  —tomó entonces el objeto restante, un frasco un poco más grande que contenía pétalos, lo agitó suavemente para que la joven pudiese apreciarlos— Son pétalos de pensamientos. Pueden utilizarse en la elaboración de deliciosos perfumes, pero muy venenosos en tanto la concentración de ellos sea alta. Si su aroma es propagado por el fuego de una vela, causarán efectos alucinógenos previos a una muerte segura... pueden también emplearse en pociones para generar mejor concentración o, por el contrario, que la persona pierda todo poder de razonar lógicamente.

Guardó entre sus pertenencias aquel frasco, la chica ya tenía en su poder los distintos objetos y sería su responsabilidad saber cómo usarlos. Dependería de su equilibrio... o la falta del mismo. Asenath, mientras tanto, se puso de pie y alejó unos pasos de ella. Los siguientes aprendizajes serían más bien "prácticos". La noche empezaba a enfriarse y moverse no les haría mal. 

Morphos —dijo la Uzza concentrada en la gran roca que se encontraba unos metros detrás de la joven. La criatura se acercaría de a poco, dando tiempo a que practique los ataques —Las Flechas de Fuego, como su nombre lo dice, son filamentos de fuego que viajarán hacia tu rival y lo quemarán si lo alcanzan. No necesitas pronunciarlo, solo concéntrate y las invocarás sin problemas. En caso de impactar, debe hacerse de urgencia un aguamenti que apagará el fuego y un episkey más adelante para terminar de sanar.


"Luego de herirlo quiero que utilices Arenas del Hechicero... las mismas no son sino huesos cristalizados de un mago que ha muerto por causas del fuego mágico. Tampoco necesitas pronunciar nada, será un efecto que segará a la criatura. Lo ideal es lanzarlo a tus rivales, los cuales no podrán apuntar mientras dure el efecto. Por —Aguardó en silencio mientras la muchacha realizaba esa práctica, solo restaría un último aprendizaje antes de su prueba. 

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Ver a la leona huir asustada de aquella magia que ni siquiera ella misma se esperaba fue reconfortante hasta cierto punto. Si es que jugaba bien sus cartas, si es que prestaba atención y hacía todo lo que se le enseñaba, estaba segura, aprendería y podría dominar aquel conocimiento ancestral que tanto anhelaba. Solo, debía recomponerse y pronto. Sintiéndose mucho más animada por aquella primera victoria, se volcó completamente en aprender lo demás que Asenath tenía por enseñarle.

De todos los objetos que le habían presentado hasta el momento, el amuleto de resurrección fue el que más temor y respeto le provocó. No solamente porque era capaz de restaurarle la vida, sino porque utilizarlo requería demasiada energía vital que pondría a prueba su fortaleza. Lo tomó entre sus dedos con suma delicadeza, y se lo colocó en el cuello de acuerdo con lo instruido, esperando que no llegase pronto la ocasión de ponerlo a prueba. Aquel colgante de color verde le pesaba en el cuello, aunque estaba segura de que todo aquel peso era psicológico.

Por último, el frasco. Los ojos claros de la francesa devoraron los pétalos con la mirada, maravillándose por su peligrosa belleza. Ahí es donde ser buena en pociones finalmente vendría a ser útil, ya que tratándose de un poderoso veneno no solo tenía que ser precisa, sino que también debía ser paciente. Asintió solemnemente y depositó el frasco en la bolsa, sabiendo que sus herramientas estaban dispuestas y que a partir de allí todo dependería ciento por ciento de su capacidad de dominarlas correctamente.

Agradecía profundamente que aquella poderosa guerrera estuviera asegurándose de que la pupila no solo entendiera, sino que tuviera oportunidad de aprender practicando aquella magia de forma correcta. La enorme roca que reposaba a unos cuantos metros a sus espaldas mutó a voluntad de la tutora, una criatura rocosa de gran tamaño empezó a acecharla con lentitud, marcando el inicio de su cacería. La Uzza le explicó cómo usar aquel nuevo ataque, proporcionándole una nueva arma. Intentando conservar la calma y la ansiedad que le causaba enfrentarse a aquella magia por vez primera, respiró un par de veces y mentalizó llamas emergiendo desde su extremo hacia su rocoso contrincante, que, aunque se movía con lentitud a causa de su peso, se veía lo suficientemente macizo como para infligir un daño considerable de no ser detenido a tiempo. Con el rabillo del ojo vio pequeñas chispas materializarse y supo que debía concentrarse más en su objetivo que ya había acortado considerablemente la distancia que los separaba. Lo intentó nuevamente, viendo con absoluta fascinación como flamas emergieron con gran intensidad, saliendo disparadas como saetas hacia la criatura que emitió un quejido ronco y detuvo su avance.

Una vez herido, dirigió aquel poder y se centró en causarle una ceguera momentánea como le habían pedido, para detenerlo. A diferencia de las flamas, el daño no fue visualmente perceptible, más bien supo que lo hizo bien pues con un nuevo quejido, la criatura empezó a sacudir la cabeza con violencia como intentando deshacerse de aquello que le molestaba la visión. Sonrió con amplitud, sintiéndose contenta consigo misma al haber podido con aquella pequeña práctica. Sabía sin embargo, que no debía confiarse ya que la prueba sería mucho más compleja y solo dependería de ella el resultado.

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Observó cómo la joven había captado los usos de cada uno de los hechizos. Confiaba en que los usaría "para bien" aunque eso recaería en ella y solo en ella una vez que la clase hubiese concluido. El oso recibió en primer lugar aquellas flechas que le propinaron graves quemaduras, para luego quedar cegado e imposibilitado de atacar. Claro estaba que ese segundo hechizo era ideal contra personas y no animales, puesto que menguaría su posibilidad de atacar y esa era la verdadera relevancia de poder utilizarlo. 

Solo quedaba un ataque que su alumna debía conocer antes de pasar a la segunda etapa de la clase. Fue entonces cuando Asenath alzó la varita, también apuntando hacia la criatura. Esta vez lo demostraría en lugar de solo explicar.

Cinaede —pronunció, generando que el gaseoso veneno surgiese alrededor de la criatura, entrando en sus vías respiratorias en forma rápida y letal. —Se trata de veneno extraído de los Pétalos de Pensamientos. Una vez que ingresa por las vías respiratorias las cortará y pasará a la sangre del objetivo, paralizará tanto su sistema nervioso como el circulatorio para luego matarlo. Solo puede revertirse con un Anapneo de emergencia y, depende del nivel de quien lo utilice, puede requerir episkey, a veces más de uno. —miró al oso que agonizaba hasta volver a ser una —nada bonito, pero muy útil en batallas. —Concluyó, ahora sí la joven estaba lista para seguir.

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