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Rompiendo la ley


Melrose Moody
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Los Evans no se caracterizaban por encontrarse siempre al pendiente de la ley.

No eran una familia de quebrantadores de reglas. Era solo que andaban a su aire. Siempre intentaban contactarse, así estuvieran en distintas partes del globo. Buscaban en todos los lugares a los que iban esas conexiones que les permitían mantenerse a flote, que era una forma coloquial de decir que muchos de ellos eran sociables y, los que no lo eran, tenían habilidades que solían hacer que se mantuvieran próximos a aprendizajes que no cualquiera hubiera podido seguir. Caminos difíciles resueltos con talento, en sus respectivos ámbitos. Eso se había cumplido para casi la mayoría de sus miembros. 

Los duelos eran el campo de Jank. Siempre se podía contar con que Dayne Evans McGonagall estaría cerca de alguna clase de situación peligrosa, tanto si quería como si no. Aún, en sus momentos de retiro y ocio, siempre terminaba metido hasta el cuello, envuelto en un súbito entrenamiento o salvándole el trasero a alguien. Luego estaba Catherine, por supuesto. Desde que había perdido por completo el control y la cordura a causa de su matrimonio fallido, había abandonado por completo la intención de vivir en el mundo de los mortales, magos y muggles por igual. Vivía casi en un espacio propio, siempre con un ojo puesto en el mundo de los muertos. La nigromancia le consumía la salud, lo mismo que las entrañas, pero no moría. Siempre, estaba metida en alguna situación extraña u oscura, si no es que pasaba el tiempo observando la naturaleza y haciendo viajes en donde buscaba apartarse del todo de la humanidad, a pesar de seguir siendo por completo humana. Oliendo a tierra, hojas, sangre, pociones o brisa.

Bel Evans McGonagall era una squib que, aún con esa absurda limitación, de todos modos se las había arreglado para traer del exilio de cabras y margaritas al nuevo líder de la Orden del Fénix. Lillian Evans McGonagall era una adecuada dama de socialité, con un hálito agradable y el adecuado candor, que se vinculaba estrechamente en ámbitos extranjeros y criaba a la nueva (y más fuerte hasta la fecha) generación de Evans McGonagall. Una muchacha que, a pesar de la viudez y la maternidad, irradiaba la energía de la flor de la juventud. Ania Evans McGonagall viajaba por el mundo cuando no estaba explorando cada pequeño detalle de la naturaleza y los entornos que la rodeaban, compartiendo experiencias y risas con nuevas personas cada vez. Nicole Evans McGonagall era la lidereza nata que había llegado incluso a llevar en sus hombros a la familia por un largo período.

Había un nuevo miembro en el castillo, también, aquel extranjero que Richard había alcanzado a vislumbrar y que poseía dones específicos y claramente de inclinación a las sombras. Richard sonrió, estrechando contra su pecho la botella de vino que había extraído de su cava personal. De Elessar no se había sabido nada en mucho tiempo, pero era poco probable que hubiese dejado de ser ese excéntrico seductor de mujeres que detonaba trampas con una sonrisa. Hannity, la heredera de los Ollivander que ocultaba con habilidad y encanto su verdadero poder, también había mostrado cierta preferencia hacia la familia de los Evans McGonagall, visitando el castillo con frecuencia y estaría ese día allí. Laimi Evans McGonagall continuaba siendo un completo y absoluto enigma a pesar de las averiguaciones de Richard, lo que con su mundo y contactos no era poco mérito. Albus Evans McGonagall brillaba en los ámbitos sociales, Scavenger Weatherwax perfeccionaba cada vez más sus habilidades de investigación, de artículos mágicos e historia, además de una serie de otras habilidades que la convertían en un peligro si se trataba de averiguar los planes de Richard; era una suerte que estuviera demasiado concentrada siempre en su constante búsqueda de respuestas, una incógnita a la vez.

Eileen y Madeleine. Sí, las dos, el poder balanceado de ambas, en pelea y técnica, concentración y práctica, conocimiento y carácter. Madeleine, por supuesto, tenía más experiencia, y dominio.

Finalmente, Kutsy Stroud Lenteric Evans McGonagall. La nostálgica, el alma trágica y sensible, aquella incógnita que no tenía nada que ver con el poder. La única, de todo ese castillo, que le hacía recordar a la vampiresa italiana que había despreciado su mano en matrimonio. Sí, a veces las cosas eran así de imprevisibles. La persona que apenas había vislumbrado y a la que nunca se había aproximado de verdad por un temor que no tenía nada que ver con nervios pero que, adivinaba, tenía una hebra rota quizá ¿tan amplia y desolada como la suya? No, tal vez no. De todos modos, era la persona que sentía más afín, aún si no compartía su desilusión.

Suspiró.

Ese día, mientras transitaba por las calles de Londres, disfrutando de salir a respirar aire puro, esquivando funcionarios que vigilaban que se cumpliera el edicto de inamovilidad con la misma facilidad con la que tiraba de la palanca del inodoro, Richard tenía una sonrisa en los labios. Se deslizaba casi con elegancia, de una sombra a otra, pensando en lo molesto que era no poder confrontarlos. Sí... en realidad, era más complicado que eso. Tal vez, por eso, más interesante y divertido. 

Cuando llegó a la puerta designada, madera negra pulida bajo una terraza georgiana, propiedad de los Evans por generaciones, sus manos delicadas tocaron tres veces sin contenerse por la bulla. Sus ojos, concentrados en la luz de la calle, supieron enseguida que había alguien adentro pero que nadie lo vigilaba allí afuera. El encantamiento fidelio había sido confiado a los invitados, aunque Bel había luchado para que Catherine no viniese acompañada por él. Por supuesto, había perdido. Era Bel después de todo.

-Evans McGonagall ¿Por fin conseguiste salir embarazada o lo que veo es solo una exagerada protuberancia?

Su sonrisa era deslumbrante. La pelirroja que le había abierto la puerta, no parecía ser la única que ya se encontraba allí. Richard entró con rapidez y la puerta se cerró tras él. Catherine vendría más tarde por su cuenta.

@ Kutsy Stroud Lenteric  @ Rory Despard   @ Syrius McGonagall  @ Jank Dayne  @ Lillian Potter Evans  @ Ania Evans Weasley  @ Boss Elessar  @ Hannity Ollivander Evans  @ Ellie Moody  @ Albus Severus Black @ Scavenger Weatherwax  @ Laimi Evans  @ Nicole Evans Crowley

Editado por Melrose Moody
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Bel Evans McGonagall

Si ya estás aquí, entra de una buena vez Richard— sin importar cuáles fueran las circunstancias, las normas de cortesía brillaban por su ausencia en mi trato con el patriarca Moody —  e intenta ser más ingenioso a la próxima. Ese chiste de creerme embarazada ya está gastado y pasado de moda.

Catherine, maldita traidora, había traído a ese sujeto pese a mi insistencia en que no lo hiciera. Por supuesto, pese a sus múltiples defectos, sabía que Richard se manejaba con discreción, pero me hacía ruído que decidiese participar en una fiesta, cuando claramente aborrecía a mi familia solo un poco menos de lo que, por ejemplo, Garry lo hacía. Siendo que nunca daba puntada sin hilo, todo lo que me quedaba era esperar que a lo largo de la velada, terminaran saliendo a flote sus motivaciones.

La ventaja de que aquella casa fuera también propiedad de la familia, ayudaba a evitar los molestos rastreos ministeriales. Cosa distinta, sin embargo, era el tema de la llegada de los Evans provenientes del extranjero. En el Castillo, P-ko se había quedado junto a Mavado para ayudar en todo cuanto hiciese falta, así que me había adelantado hasta allí para terminar con los preparativos.

Aparte de la larga mesa con el mantel acomodado para suministrar automáticamente comida a los presentes, lo que más resaltaba en aquel gran salón eran los arreglos de flores y mucho, pero mucho alcohol: Champagne, cerveza, vodka, vino, y hasta agrolicores de frutas desconocidas, el suministro se había ido alimentando con los envíos que cada Evans había ido haciendo llegar a lo largo del año.

Dejé que Richard husmeara en el lugar y me volví hacia la computadora para terminar con la elaboración del playlist musical. Con la caída del estatuto del secreto, varios de los miembros se habían aficionado a la tecnología muggle, así que era usual que se compartieran recomendaciones musicales. En mala hora me había ofrecido a ser la que consolidase tan variados gustos, pero sentía que era lo menos que le debía a mi familia.

He incluido hasta música de ópera— le comenté con una leve nota de orgullo, mientras probaba con una canción al azar el volumen de los parlantes— pero no se te vaya a ocurrir cantar por favor. Todavía conservo traumas de aquella vez oyéndote desde el baño.

De repente nuevos golpes, me hicieron volver la vista a la puerta ¿quién habría llegado esta vez?

Editado por Rory Despard
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—¡Todo es un desastre!  —Me repetí mientras metía la mano hasta el final de una pila de zapatos. No es que fuera desordenada a propósito, sin embargo, aquel día había escogido que mi genio artístico llegará a rozar la locura y todo el calzado había quedado desparpajo por doquier en un intento de replicar la torre de Pisa. 


Debía admitir que tenía demasiado tiempo de sobra, aunque procuraba ya no dar rienda suelta a mis pensamientos de alguna forma terminaba creando situaciones como lo era mi habitación actualmente. Había bocetos sobre la mesa de noche, un par de pinceles regados en la cama y quizá bajo la cama estaría un par de partituras arrugadas. 


Suspire mientras me sentaba a la orilla de la cama para colocarme los botines negros que estaba buscando, pensaba que harían juego con el pantalón de mezclilla del mismo tono y una blusa con cuello v de color guinda. Después recogí  mi cabello en una coleta con ayuda de una goma de vibrante color azul y me mire al espejo por unos segundos para después guardar mi varita en el pantalón y dar los toques finales a mi maquillaje.


Lista—me dije una vez que salí de mi habitación y me dirigí a las afueras del castillo para hacer mi aparición en lo que sabía sería idílico, después de todo los Evans poseíamos ese sello personal, o al menos eso me gustaba pensar.  


Finalmente llegaba al lugar y la cita concertados, sentía cierta adrenalina al tratar de imaginar como transcurrirá la reunión ya que en una ocasión había terminado dormida a un lado de un armario y aunque la experiencia no fue mala, me divertía pensar en donde acabarían todos. 


Justo antes de dar un par de golpes a la hermosa puerta escuché a Bel que gritaba algo sobre la ópera, una sonrisa se dibujó sobre mis labios al tiempo que finalmente daba un par de golpes a la madera.


Al abrirse la puerta le un fuerte abrazo a Bel —en lo personal creo que sería bueno escuchar una arietta— me reí al ver la cara de la pelirroja. 
 

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Agnes Lynn

— Creo, — empezó después de ver en la esquina una caza azul familiar — que es hora de admitir que estamos perdidas. 

No tuvo que voltear a verla para imaginar la sonrisa de Scavenger a su lado. — Disparates. He caminado por estas calles muchas veces, mi sentido de dirección es excelente. — Se defendió la morena mientras metía la mano en su bolso, claramente buscando algo. Después de un par de minutos, y con una pequeña exclamación de victoria, sacó un papel un poco maltratado por el uso. — Lee esto. 

Con un suspiro aceptó el papel de su amiga, estaba lleno de garabatos, líneas de poesía y números sin sentido. Estaba a punto de preguntar qué era lo que se suponía que tenía que leer cuando un símbolo familiar llamó su atención, junto a él, lo que pudo distinguir como una calle y un número. Fidelio, entendió al fin. Moviendo la cabeza para darle a entender a Scavenger que había leído la información le regresó el papel a la morena, quien con una sonrisa y un movimiento de muñeca encendió el papel en llamas. 

— Lección número uno: los Evans no hacen nada a medias. — Sin esperar a que pudiera decir algo, Scavenger empezó a caminar hacia la casa azul, su cabello siendo empujado por el viento y bloqueando un poco su cara, pero sin inmutarse. 

Cuando se dio cuenta que su amiga no esperaría por ella, Agnes apresuró el paso. — ¿Estas segura que esta es una buena idea? — preguntó sin aliento, tomando el brazo de Scavenger para detenerla. 

La morena tuvo el descaro de hacer una cara de exasperación antes de responderle, poniéndole una mano en el hombro y mirándola a los ojos con una expresión divertida, como si Agnes hubiese contado un chiste divertidísimo. — ¿Te han dicho que te preocupas demasiado, Roja? Le confiaría a los Evans mi vida. Bueno, a un par de ellos, definitivamente. Son buena gente, y más importante, son personas. A veces creo que pasas tanto tiempo encerrada en ese taller tuyo sola que se te olvidará como hablar con la gente, o como vivir en el mundo. Ellos podrán brindarte compañía, — y aquí su expresión se tornó seria, pensativa. — al menos hasta que yo esté de vuelta. 

Ah. Esos ojos contra los que no podía enojarse. Empezó a asentir con la cabeza, pero antes de que pudiera decir algo Scav ya había dado vuelta de nuevo, apuntando hacia una puerta en la calle que tenían enfrente. Con la dirección grabada en la cabeza, Agnes podía verla sin problema, donde antes había habido sólo un muro simple ahora se veía una entrada, nada excepcional acerca de ella, excepto el hecho de que se había materializado ahí hace un par de segundos. 

De reojo observó a Scavenger, quien a pesar de su aparente alegría miraba la puerta con una mezcla entre nerviosismo y algo más que Agnes no podía identificar. Ella sabía lo que era tener una relación complicada con la familia, así que en vez de presionar a la bruja, fingió estar entretenida con su reloj. 

Después de unos momentos pudo ver a una joven acercarse a la puerta, cabello largo recogido en un coleta y atuendo casual, y dar unos toquidos contra la madera que resonaron en el silencio de la calle. Unos segundos después la puerta se abrió y Agnes pudo ver a una mujer pelirroja recibir con un abrazo a la jovencita. 

Ese hecho fue suficiente para sacar a Scavenger de su estupor, quien sacudió la cabeza un poco y avanzó hacia las mujeres. 

— ¡Bel! — le gritó a una de las personas en la puerta, una sonrisa amplia en su cara mientras avanzaba, finalmente, hacia el edificio. Extendiendo una mano en su dirección, añadió en voz baja, — Venga, Agnes. Hora de conocer a la familia. 

something amazing: a boy, falling out of the sky
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Esta era la primera vez que Hannity conocería a toda la familia de su madre, a algunos conocía previamente de las veces en que había ido a buscarla en el castillo de los Evans McGonagall, pero no tenía una certeza de cuantas personas eran, sólo  recordaba a los Moody y a aquel chico ruso que, literalmente cayó del cielo en el castillo, a él lo recordaba de aquella manera, ¿o no había sido así?

Había sido una semana difícil enfrentando todo aquello de los edictos impuestos por la ministra de magia Inglés, le parecían una perdida de tiempo y no tenía nada que ver con las relaciones sociales, en cuanto a cooperación mágica, entre el ministerio francés qué ella debía arreglar. Aquello del edicto referente  al transporte le causaba problemas en sus traslados, pero era hora de tomarse un descanso.

Salió de la habitación que le había dejado la Rambaldi en el Pink Palace, por segunda vez, aquella mujer ayudaba a la pequeña bruja, esta vez, compartiendo su piso en aquella extraña edificación. Aquello era mucho mejor que la habitación que había rentado en el Caldero chorreante, pero no dejaba de atemorizarle por el hecho de que, estaba segura, que de allí la habían llevado a Armenia. 

Con todo aquello del acceso  a la tecnología muggle por la caída del secreto, se había hecho de un ipod, aquel aparato en donde podía escuchar música por horas y horas, lo utilizó hasta llegar a su destino, en donde, con todos esos funcionarios del ministerio por donde quier, sus delirios de persecusión aumentaban, tomó la varita, sólo por precaución y se dirigió a la casa de fachada azul, una hermosa casa, con una arquitectura qué no había visto antes, al menos que recuerde.

Esperaba que el encantamiento Fidelio hiciera el efecto esperado, ella no se podía confiar tan fácilmente en aquello, antes de acercarse a la puerta a tocar, se aseguró qué ninguno de los funcionarios qué estaban a una corta distancia le viera. Tocó en tres ocasiones,  sabía que ya habían llegado algunos miembros ya que el ruido procedente de dentro le hacía saber qué la reunión se estaba gestando.
-,- murmuro para sí misma mientras esperaba -aquí es…
 

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—Mucha gente paga montañas de oro para oírme cantar, Evans —señaló Richard con un gesto desdeñoso de la mano— y tu crees que lo haría gratis por ti.

Richard guardó silencio al ver entrar a la muchacha vampiro y, apenas acababa de trasponer la puerta, la siguió Weatherwax. Sentía una sana curiosidad, así que no deseaba que viese sus est****as discusiones con Evans McGonagall. Además, tenía planes para esa noche. Se quedó un buen rato mirando a la otra muchacha, que no reconoció y que acompañaba a Scavenger, antes de servirse un trago de vino. Nadie estaba bebiendo todavía pero su tolerancia al alcohol era ridícula y, por una vez, no quería tan solo quedarse riendo de los demás ¿hacía cuánto que no bebía en serio? Había pasado demasiado tiempo ya...

Estaba, de hecho, tan cerca de la puerta cuando la cerraron, que escuchó con claridad tres golpes afuera, a pesar de que todos los demás todavía seguían saludándose. Él se había librado de la formalidad repartiendo venias aquí y allá, así que tiró de la puerta con soltura, solo para ver que no le había parecido oír cosas si no que la heredera Ollivander estaba parada afuera, con una mano todavía en alto pues acababa de realizar el gesto.

—Bienvenida, Ollivander —dijo Richard entonces con una sonrisa ladeada—. Su señora madre ya se encuentra dentro. 

Se volvió hacia la mesa y tomó asiento ¿a qué hora era que llegaba Catherine?

 

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Aquella noche estrellada a Lily se le antojaba por demás insulsa y deprimente, sin embargo, la Evans sonrió para sí recordando la perorata de Pallas antes de empujarla fuera de la cabaña escondida en la que había vivido por más de seis meses después de volver de su auto exilio. 

Caminaba con paso apurado entre los callejones menos transitados de aquel barrio, rezando mentalmente por qué Max se presentará a aquella reunión familiar por demás inusual, ya que el chico necesitaba convivir con su familia materna. 

-¿Y ahora que tramaran?- musitó esperando encontrarle una lógica a tan repentino llamado mientras su marfileña diestra se aferraba al relicario de lapislázuli que pendía de su cuello y complementaba su vestido azul medianoche coordinado a su vez con unas sandalias nude de piso, y el cabello azabache ondeando sobre su espalda. 

Estaba por demás resaltar que quien le viera pensaría que era una muggle cualquiera dispuesta a divertirse no obstante el aura de melancolía que le rodeaba, sin embargo, su siniestra aferraba  casi obsesivamente a Evenstar pues desde la caída del estatuto no se podía confiar en nadie…  Ni siquiera en la familia. 

Su paso disminuyó conforme distinguió el lugar que su elfina le había señalado, sorprendiendose una vez más por los recursos tan bastos de que disponían los dispersos Evans. 

Con un sigilo casi gatuno se escurrió segundos antes de que la llegada del último integrante le cerrará la puerta en las narices, alcanzando a escuchar la voz de Richard. 

Sería mejor si escuchamos el Caprice 24 de Paganini interpretado por un tal David Garret -  comentó sonríendo y dirigiendo su andar hacia Bel antes de envolverla en un cálido abrazo. - Te eché de menos, Bel. 

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Bel Evans Ollivander

— Escucharemos lo que te apetezca querida, pasa por favor.

No la había esperado tan pronto, pero ver a Kutsy tan animada resultaba inusitadamente alentador. El cabello recogido le daba un cierto brillo a su rostro que iba a juego con el espíritu entusiasta que había percibido en ella y que prefería a la cuasi fantasmagórica presencia que había llegado a ser en otros tiempos, producto de la crisis en su vida mágica, derivada de su matrimonio fallido.

Como si el lidiar con el infortunio fuese también un legado de los Evans, ella había sido una de las personas que aun teniendo uno de los corazones más nobles y el alma sensible (o acaso por ello) habían sufrido demasiado.

Antes que pudiese cerrar la puerta, un grito hizo que me quedara inmóvil unos segundos, reconociendo aquella voz que siempre producía en mi interior un placentero optimismo. Scavenger estaba radiante, con la piel un poco más tostada de lo que la recordaba, lo que provocaba un gracioso contraste con la joven que pasos más allá parecía un tanto indecisa de venir también. La llegada de la sacerdotiza (y con una invitada adicional) sí que era una verdadera sorpresa, y estaba segura que P-ko se sentiría particularmente orgullosa al verla, como prueba de que su paciente tarea de mandar cartas a todos los Evans desperdigados por el mundo, había dado resultado.

La abracé lo más fuerte que pude, sintiendo el ligero cosquilleo de su lacio cabello en mi nariz. Y luego, tomando una postura un tanto más formal, extendí la mano a la mujer recién llegada.

Bienvenida a nuestra reunión, jovencita. Mi nombre, que ya Scav se ha encargado de divulgar por todo lo alto, es Bel Evans Ollivander. Por cierto, es un bello reloj ese que lleva, aunque ya verá que lo pasará tan divertido aquí que perderá la noción del tiempo.

En esos pocos segundos de conocernos la había visto prestar tanta atención a su reloj que no dudaba que debía ser una pieza importante. Algo entendía de eso, puesto que mi reloj de pulsera, aunque pareciera una baratija, tenía una profunda carga emocional. Cuando finalmente la bruja se animó a ingresar también, todas nos adentramos hasta el salón principal y tendí a cada una copa de champagne, la bebida más suave entre las que se tenía en el convite, e hice oídos sordos a las palabras cizañosas de Richard.

Era mucho mejor viéndolo ayudar con la recepción del resto de invitados, que sus comentarios de autobombo personal que no hacían más que corroborar el ego gigantesco con que se conducía. Tras perderse en dirección a la puerta, al poco rato, lo vi volver junto a Hannity, que lucía levemente desorientada; ¿Sería que habría tenido algún contratiempo o era solo parte de su reacción ante el ambiente en la residencia? Como fuere,  tan solo verla me levantó el ánimo y corrí a abrazarla, acariciando con la palma de la mano sus rubios cabellos.

Richard había soltado otro comentario sarcástico, pero su voz fue ahogada por las palabras de Lils, que acababa de llegar. Separándome de mi hija, saludé a mi sobrina, que de alguna manera se las arreglaba siempre para permanecer bella y primorosamente arreglada.

— Nadie mejor que tú para poner en su lugar a este inflado Moody— le cuchicheé entre risas tomando de la mesa sendas copas para las recién llegadas, y alzando la mía propia, me aclaré la garganta— ¡va el primer brindis del día a las cuidadas artes mágicas y astucia de la familia para evadir el edicto de la Ministra! ¡salud!.

Los tiempos que se vivían eran de un autoritarismo alarmante, pero era agradable, que de la misma forma que en un campo de batalla, la resistencia a las imposiciones pudiera hacerse desde la clandestinidad, las risas y el ánimo festivo de esa celebración familiar, que era al mismo tiempo, una celebración a nuestra preciada e irrenunciable libertad.

@ Scavenger Weatherwax  @ Kutsy Stroud Lenteric  @ Melrose Moody  @ Lillian Potter Evans  @ Hannity Ollivander Evans

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Una Kawasaki Ninja aniquiló el silencio imperante de la ciudad cuando cortó el aire de sus calles debido a su grosera velocidad. Su conductor, un hombre apunto de pisar los treinta, llevaba un casco negro y verde, a juego con los colores de la motocicleta, y de su chaqueta, y de sus guantes... Tan metido en su papel que podía confundirse con una animación viviente. El Salvio Hexia había sido suficiente para convertir su carrera en una inusual ventisca que daría de qué conversar a los comensales de los locales aledaños y los pocos transeúntes. Llegado a cierto punto de su vida, parecía empezar a disfrutar más de las cosas simples, tan simple como preferir una moto a una escoba. No sabría responderse el por qué, pero no le quitaba el sueño la respuesta; había que gozarlo hasta que se acabase, como todo. 

Se detuvo, bruscamente, frente a la entrada. El caucho marcó el pavimento y dejó escapar un molesto chirrido. Inspeccionó el lugar con la mirada, tratando de recordarlo, sin éxito. La magia del Fidelio había ocultado la propiedad de los ojos y oídos ajenos, pero llegó a preguntarse si también había estado oculta de algunos Evans. De joven, se habría molestado y habría demandado respuestas antes de si quiera formular las preguntas. Ahora, sentía una extraña calma. Con los años había descubierto que el saber que su familia se hallaba a salvo por sí misma, sin su protección perenne, le resultaba más satisfactorio que el hecho de compartir diariamente con ellos. Era difícil de explicar y a veces ni él mismo estaba seguro que tuviese sentido o que no se tratase de un apego infantil. Tal vez por eso nunca lo comentaba. De lo que sí estaba seguro era que le importaba su gente, su sangre, y mucho.

Tocó la puerta dos veces, aún con el casco puesto. 

 

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Cuando Madeleine levanta el rostro del lavabo, se da cuenta de que, ni el tiempo ni los sucesos que agobian a la comunidad mágica han pasado en vano. Bajo la luz pálida de la lámpara fluorescente, se da cuenta de que, en efecto, es una adulta; para ella, las arrugas y las líneas de expresión que anuncian su cercanía a la treintena, son más impresionantes que las cicatrices de magia negra. Y se da cuenta de que está asustada. Tiene casi treinta años y... y todo sigue sin tener ningún tipo de significado. Es casi como si las cicatrices, las arrugas y los recuerdos no fueran más que un montón de cosas aleatorias que alguna vez le sucedieron. ¿Todas las veces que estuvo a punto de morir? ¿Todas las veces que jugó a ser una vigilante? ¿Sus años siendo una criminal? Oh, sólo fueron cosas que sucedieron y ya. Y aquello le parece tan, pero tan est****o. ¿No debería todo es significar algo? ¿Qué clase de desarrollo de personaje es aquel? ¿Por qué todo eso pasó y ahora está en una casa que ni siquiera conoce, con personas a las que ni siquiera le importa?

Durante los últimos meses, ha sentido que las cosas suceden a su alrededor y ella es una mera espectadora. O quizás, incluso, ha sido así desde hace varios años. Pandora abandonándola, y ella incapaz de mantenerla junto a ella; el abismo creciendo entre ella y Catherine, y ella incapaz de hacer algo para detenerlo; personas inocentes muriendo frente a ella, y ella incapaz de hacer algo para ayudarlos... Si toda situación donde ella se involucra sale mal, ¿por qué sigue repitiendo sus acciones, como si el resultado fuera a cambiar? ¿Cuándo va a entender que, haga lo que haga, todo se torcerá y todo terminará mal? ¿Acaso no sería mejor dejar de...?

—Oye, Madeleine...

¿... dejar de...?

—Oye, Madeleine, de verdad necesito usar el baño —inquiere Ellie, desde el otro lado de la puerta.

—Ya, ya, no me atosigues, que me desconcentras —replica Madeleine, mientras se seca el rostro con una toalla.

Ellie entra a toda prisa al baño una vez que Madeleine sale de allí; aquellas son las consecuencias de haber estado bebiendo hidromiel con los profesores de la nueva escuela mágica para nacidos de muggles, un proyecto de la Orden del Fénix en el cual han estado trabajando los últimos meses. El líder de la Orden ubicó un antiguo convento abandonado, en las cercanías de Ravenrock, y varios miembros del bando han estado restaurándolo y buscando voluntarios para trabajar en él. Tanto tiempo en Ravenrock y tanto tiempo observando a tantos niños y adolescentes, mantiene frescos los recuerdos de Violeta y de los menores de edad secuestrados por la Tenenbaum Futuristics. «No entiendo por qué lo sigo intentando. ¿Acaso no es mejor dejar de...?».

Baja las escaleras con paso pesado. Sus botas de combate hacen crujir los escalones de madera, pero las conversaciones y los tintineos de las copas acallan su llegada. Ella lo prefiere de esa forma, por supuesto. No quiere que las sonrisas y el buen ambiente mueran por su culpa. Observa las botellas a su disposición, sabiendo que nadie le impediría servirse un trago, pero reúne fuerzas para, en cambio, extraer una lata de refresco de su mochila y destaparla. No está tan fría como le gustaría, pero le ayuda a distraerse del alcohol.

Aunque observa rostros familiares, no puede evitar sentirse cohibida. Aquella reunión es otra de las cosas que no entiende por qué suceden, pero de alguna forma allí está, como una espectadora.

Editado por Ellie Moody

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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