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Aventura VIII: El Altar Sangriento


Xell Vladimir Potter Black
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Sagitas E. Potter Blue
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"Por tu nuevo puesto en La Marca"

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Los tres clanes estaban enfrentados por una magia poderosa, a la vez que muy antigua. Los discípulos de Nosferatu habían escondido "la luz de las sacerdotisas" en un cofre, en la biblioteca en la que se reunían, pero los otros dos clanes habían intentado encontrarlo, sin suerte. Los Senescales de Caronte y los Caballeros de Walpurgis habían fracaso en aquel intento, obligando a Cassian Lasombra, el líder del clan de los Nosferatu, a buscar otro lugar más seguro. Las antiguas leyendas hablaban de un altar de sangre en un claro del bosque, más allá del faro del puerto, más allá de la Torre Oscura, mucho más allá de los terrenos en los que se encontraba la mansión Riddle. El Jorobado, nombre con el que se conocía al bufón errante, había cantado viejísimas canciones sobre ese lugar, que pocos se habían creído hasta aquel momento. Posiblemente, era el único que podía dar algún dato sobre su situación, si es que podían entender algo entre los trabalenguas con los que solía barajar sus palabras.

En aquel lugar, escondido bajo el claro del bosque, se decía que macabros vigilantes de la sangre caída, cuidaban el acceso al recinto del tabernácul0, donde el primer mortífago había usado la magia oscura, allá en los albores de los tiempos. Hoy en día, casi nadie creía en eso y, si había sido verdad, se había perdido excepto en las canciones de El Jorobado. Hacia allá se dirigieron  Cassian y los elegidos de los Nosferatu, para esconder el cofre, un tesoro que creían merecer para ellos, sin compartirlos con nadie.

Pero los otros clanes no estaban dispuestos a que se quedaran con aquella magia tan antigua como poderosa, con la que peligraba la existencia misma de su poder, con la que podrían desaparecer. Así que irían tras ellos para impedirlo (y, si la suerte acompañaba, hacerse con ella antes que el clan contrario.)

Así la situación, el bando mortífago se hallaba dividido por sus propios clanes y, así, rompían con la unidad tradicional que el Bando se había autoimpuesto para subsistir frente a los enemigos. ¿Sería aquella aventura, el final del Bando de La Marca Tenebrosa?

 

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Fase 1: del día 6 al 16:

Cada clan roleará la búsqueda del lugar indicado y la llegada al Claro del Altar de Sangre.

Fase 2: del 16 al 25:

Los tres clanes pelean entre ellos; por conseguir el cofre unos, por defenderlos, otros, hasta que aparezcan los guardianes espectrales.

Éstos exigirán sacrificios de sangre a todo aquel que quiera entrar en el interior de donde se encuentra el altar.

Fase 3: del 25 al 31:

El uso de la magia de los tres clanes será necesaria para vencer a los espectros y alcanzar el cofre.

La unión de las tres magias hará que la joya expanda su luz a los tres jefes de clanes (que estarán presentes)

Sólo podrá usarse si los tres clanes están juntos. ¿Podrán volver a confiar entre ellos?

 

Discipulos de Nosferatu

@ Agatha Andrómeda Abbott   (Conocimiento 1)

Senescales de Caronte

@ Xell Vladimir Potter Black   (Conocimiento 1)

@ Sagitas Potter Blue   (Conocimiento 3)

Caballeros de Walpurgis

@ Crazy Malfoy   (Conocimiento 4)

 

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Estaba completamente furiosa conmigo misma por haber perdido el tiempo de aquella manera tan es...pantosa. Era como si todo lo vivido en la etapa anterior hubiera sido una mera pantomima de algún mago poderoso que se había burlado de mí. No sólo no había encontrado las reliquias que la dirigentes del Clan de los Senescales nos había pedido sino que el cofre que había "escogido" en aquel lugar que creí el lugar donde Cassian había escondido el verdadero, contenía arena. Sí, arena, vulgar desecho de piedrecitas y conchas y rocas desmenuzadas recogidas en alguna playa. 

Así que sí, estaba completamente furiosa conmigo misma y con la trampa en la que había caído. La emoción de conocer al Bibliotecario, como se conocía a Cassian Lasombra, había decrecido muchísimo. Aquella veneración por un amante de los libros y el conocimiento se había convertido en una rabia por sentirme engañada, aunque tenía que reconocerle su mérito. Sabía organizar las defensas de sus objetos más preciados y buscar escondites de lo más recónditos, además de burlarse de sus contrincantes.

¿Y dónde mejor lugar para resarcir mi ego que en la Taberna de la Fortaleza? Allá, un buen trago de whisky de fuego puede que me calmara o puede que me hiciera olvidar. Cualquiera de las dos opciones era buena en aquel momento. Alicaída como iba, no me fijé en la gente que había allá hasta que sentí la música del laúd.

No es que me gustara especialmente, pero ciertas notas parecieron hipnotizarme y, con la boca abierta y la mano enganchada en un vaso de chupito, en una imagen que seguro parecería la de una lerda, escuché su canción, ni triste, ni alegre, ni movida, ni nada... Más bien parecía una reflexión. Reaccioné lentamente y me giré despacio en el taburete al que me había subido para encararme hacia su figura. El Jorobado tocaba y cantaba, como si me hablar a mí (eso esperaba, no quería que aquello que decía pudiera ser entendido por nadie más). Me acerqué un poco a él para invitarle a algo. Pero él sonrió con ese halo de misterio que le rodeaba y siguió ¿tarareando? sobre el claro del bosque y el antiguo altar de sangre, lugar extraordinario para encontrar cosas perdidas o perder cosas que no quisieran ser encontradas.

Una idea cruzó por mi mente (no, aún no había bebido). Seguía alicaída pero un run-rum me hacía ruido en la cabeza. ¿Y sí...? Un estremecimiento alentó mi espíritu y empecé a respirar un poco agitadamente a medida que la idea se iba conformando con más seguridad allá dentro. Sin darme cuenta, mis dedos iban moviéndose como si hicieran una pelotilla de carne, en círculos. Cuando me di cuenta que estaba empezando a formarse un Hielo del Averno en mi mano, reaccioné. No era el lugar ni merecía la pena hacerlo allá dentro. Sonreí.

-- ¡Más whisky de fuego para todos! -- le dije al tabernero. -- ¡Yo invito! Y dele algo al Jorobado. Tengo que brindar a su salud -- repuse, decidida a buscar de nuevo aquel maldito cofre. Asra estaría contenta conmigo.

Editado por Sagitas Potter Blue

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"Cielos oscuros levantando una línea..

Creciendo, cantando, dibujando divinas..

Las notas musicales del antro de perdición..

Le dieron a los otros el oro y la intrusión.."

 

Había escuchado miles y miles de veces esas cantinelas de boca de alguien que poco recordaba. No, si lo recordaba, era alguien conocido como el "Jorobado" pero hasta allí. Su verdadero nombre nadie lo conocía. Excepto que todos sabían que se mantenía cantando en las plazoletas. Hacía bastante tiempo que las escuchó, llegando a repetirlas incluso de niña, pensando, en su propia ingenuidad infantil, que eran canciones de ronda. No obstante, para Andrómeda, la situación actual era bastante desfavorable. 

Todo había sucedido demasiado rápido. Un poder especial, una ventaja divina había llegado a las manos del Santo Bibliotecario. El líder, consciente de lo que esto significaba, llamó con urgencia a reunión solo a los mas cercanos a el. Aquellos discípulos cuyos brazos casi estaban surcados de runas y se encerró con ellos en la sala principal. Poco después, se anunció que aquel poder había sido escondido en un lugar seguro, pero que la noticia de su aparición, alteró a los otros clanes. Era muy posible que hubiese un enfrentamiento si esto continuaba. 

Después de ello, el clan completo se dispersó. 

Andrómeda no había tenido ninguna otra noticia. Asi que se limitó a realizar sus labores, hasta dicha tarde donde, en su propia habitación de la mansión bebía tranquilamente una copa de vino y pudo ver como el rojo claro, se tornaba dentro del cristal de un tono negro. Un mal augurio. Inmediatamente se levantó de la silla y tomó su capa, pero fue detenida por un leve golpecito en el cristal de la ventana. 

- ¿Eh? - Se volteó para buscar con la mirada de donde provenía el ruido y vio una pequeña mariposa de un rojo encendido. Bajo sus patas pequeñas, había un diminuto rollo de pergamino. 

Abrió la ventana del todo y permitió que el animalillo curioso entrara, pero ni siquiera llegó a aletear del todo, pues la mariposa se desintegró en una sola mancha rojiza que olía a metal. Magia de sangre. Tenía que ser muy importante para que algo asi la mandase a llamar. El mensaje era breve: "Ve, busca y detiene. Ellos buscan el cofre."

No tardó en salir de casa. Pero no uso el transporte habitual. Antes de partir, se picó el dedo índice de la mano derecha con un clavo y dejó caer una gota de su sangre sobre aquella mancha. De inmediato la mariposa se rehizo y echó a volar. No necesitaba mas palabras. 

Con la facilidad que caracterizaba a los suyos, se embuyó en la capa de color negro, cubriéndose el rostro con una máscara especial. Una que solo el clan reconocía. Ciertamente aún no era un miembro oficial, pero nadie le había impedido solicitar su entrada y fue admitida bajo estricta vigilancia. Debía ser confiable, tener una gran ambición por el conocimiento y ser constante, entre otros detalles que le pedían. Lo que mas ansiaba era su primera runa. Si recibía el tatuaje oficial, no escatimaría esfuerzos por crecer. Eso lo aseguraba. 

Un salto bastó para que cayese de pie sobre la primer rama del pino que colindaba su casa. Como una sombra escurridiza, se deslizó a saltos por los árboles hasta aterrizar en el suelo, mirando con sigilo a diestra y siniestra. Olfateó con atención, nadie le seguía. 

" Las olas del mar tocaron las piedras

el sol arañó hasta las riveras, 

la luz se escondió entre las rendijas

entonces los hombres se volvieron sabandijas."

Continuó su camino. Recordaba las canciones sin sentido una y otra vez. Por alguna razón sentía que algo de verdad se escondía entre sus frases. 

Y no se equivocaba. Al menos no tanto. Una vez escuchó decir a los mayores del clan, que muchas de las verdades se escondían en viejas canciones y consejos. Para ser sinceros, nunca entendió el método, hasta que uno de los viejos maestros que la supervisaba, por orden directa del Superior, le relató que, antiguamente las personas no hacían caso de las advertencias sobre monstruos, maldiciones y cualquier otro peligro que se avecinara. No lo creían. En otras, era imposible de decirles y debían encontrar una forma de que lo comprendieran. Pero, lo que mas destacaba, era el hecho de que, los mejores tesoros, estaban ocultos para protegerlos de la ambición de los hombres pues ¿Quién sería capaz de poseer un poder mayor, sin dañar est****amente a su especie? 

Por ello es que Atlancte (Atlantis) se extinguió hace tiempo. No hubo beneficio de especie sino solo caída. Por eso es que la Gran Grecia y los Imperios mas altos cayeron. ¿Qué puede hacer el poder innato en manos de un sujeto no digno? Toda canción, toda cantinela, toda letra tenía su propósito y eso no había que ignorarlo, por tonto o raro que se leyese. 

Avanzó. No se podía estancar. El ambiente estaba libre, no habría problemas. Nadie estaba a la redonda por ahora. Asi que emprendió carrera. Seguramente los otros clanes ya estaban avisados y si era asi ¿Qué sucedería con la unidad de aquellos que permanecían en la Marca? Sus pies aterrizaron en un árbol cercano, alli a unos cuantos pasos, había una posada. 

¡Qué locura! Hasta allí llegaban los sonidos de risas, brindis, gritos y competencias. Olía a acre, a suciedad y a licor. Olía a sudor y a noche de desvelos, olía... Muchos olores para su fino olfato. Negó con la cabeza. Prestó atención en silencio a los ruidos, mimetizándose con sigilo entre las sombras. 

"Es el cielo agorero

la felicidad innata

cuenta tus pasos, 

gira de noche

y encontrarás la puerta

con las cabras. "

El cielo agorero... Simplemente alzó la vista, notando el vasto cielo estrellado. El manto azul calzaba precioso con el borde brilloso de las estrellas. La Luna no se veía. Observó con cierta nostalgia, pues le recordaba a ciertos aspectos de su pasado. " Es el cielo agorero, la felicidad innata..." Abrió los párpados de golpe al darse cuenta de una cosa que había pasado por alto. Un detalle tan simple como evidente ante sus ojos. No perdió el tiempo. Abandonó los bordes externos que rodeaban a la posada y se deslizó cual el mismo viento por entre las ramas, sin hacer un solo ruido, desapareciendo pronto del lugar. 
 

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Nada sabía de lo sucedido anteriormente en La Marca, pero había un efluvio a enfado, a malestar generalizada, que me sorprendió volver a la Fortaleza y ver caras sombrías. De hecho, todos los mortífagos parecían mirarse unos a otros, buscando algo, una marca. Al principio, no lo entendía, hasta que hoy había encontrado unas líneas curvas en el hombro. Las reconocí enseguida sin haberlas visto nunca: eran olas, como las de las cartas de adivinación, de un colorcillo grisáceo. Era la marca del clan que había escogido; significaba que me habían aceptado en el Clan de los Senescales.

Conocía poco la historia del clan elegido, tampoco de los otros clanes. Al menos, sabía que la tía Sagitas también era del Clan de los Senescales, como yo, a pesar que había intentado mantenerlo en silencio, el tatuaje que ella tenía era mucho más bonito, como un barco velero, y era reconocible cuadno se ponía trajes elegantes que sólo usaba en el Ministerio.

Llegué a la Taberna. Fuera, todo parecía desierto, como si los compañeros de bando hubieran desaparecido. Sólo podían estar en un sitio, en un lugar donde beber y hubiera fiesta. Me pareció sentir un ruido en el exterior y giré sobre mis pies. Todo parecía muy tranquilo y, sin embargo, me sentía vigilada. Apreté la varita en el interior de la capa, ¿quién estaría allá fuera? Como no vi nada, entré.

Acerté. La Taberna estaba muy llena de gente, el golpe de aire algo viciado fue algo intenso al entrar, aunque enseguida me acostumbré y dejé de olerlo. El ruido era algo uniforme en todo el local: vasos que se movían, sillas arrastradas, botellas que chocaban entre sí en algún brindis particular... Sin embargo, algo se oía por encima de todo aquel barullo, el canto de alguien.

Me acerqué despacio a una silla, sentándome lo más silenciosamente posible para escucharle. No me gustan las canciones de trovadores, pero sí las baladas. Aquel canto era embelesador, me sentía imposible de resistir el escuchar lo que decía... Aquel Jorobado era alguien... inusual. Hubiera continuado cien años escuchándole cuando alguien gritó.

- Sagitas, quién iba a ser, si no...? - murmuré. Me di cuenta entonces que el Jorobado había dejado de tocar. - Oh, no, siga... ¿qué es eso de un lugar en el claro del Bosque...? ¿Eso existe?.

No obtuve respuesta, así que levanté la mano para saludar a la tía Sagitas, quien ofrecía bebida gratis para todos. Le dije que se acercara y volví a preguntar, esta vez a ella.

- ¿Existe ese sitio?

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"Es el cielo agorero

la felicidad innata..."

Para alguien, con un agudo sentido de percepción lectora, descifrar y entender la verdad oculta entre las letras fue fácil. Especialmente porque ninguna letra escrita, ni ninguna canción o conocimiento absurdo que había en el mundo, estaba alli por nada. Todo tenía un significado, un sentimiento, una continuidad. Y cada letra pronunciada tenía una sola verdad. 

Para los seres como ella, el bosque no era mas que un jardín para paseo. Gracias a que podía ocultar su verdadera naturaleza con la sangre de su amado padre, podría moverse sin problema alguno, evitando los nidos mas peligrosos o las zonas mas pobladas de posibles criaturas, que pudiesen atacarle en algún momento. Fuera de eso, el cielo estrellado y la hermosa luz de luna que recibía en su rostro eran todo lo que necesitaba para su misión. Claramente el cántico que escuchó, tenía una doble realidad. Y es que cada frase que lo componía no era una canción, sino una instrucción. 

"No cantes por cantar." - Le había dicho su madre alguna vez cuando era mas pequeña. - " Pon atención a la sonata y lo entenderás mejor." - Pero ¡Mamá! ¿Cómo voy a entender una canción tan absurda? ¡Mas parece que el señor ese fuera a burlarse de mi! - "Y no lo es, pequeña. Los mejores conocimientos de los ancestros, están ocultos en los detalles menos esperados." - 

El cielo estrellado es concretamente un mapa. Durante los meses de Enero a Junio en el mundo mugle aparecen distintas constelaciones. Mismas que también se observaban en el mundo mágico. Pero había una en especial, que solo aparecía tres días al año y que solo podía verse en un mes específico: Julio. Durante esos tres días, el cielo mostraba sus mejores galas, pero la conjunción de estrellas que aparecía en ese momento, formaban claramente un punto, un mapa. Y a la vez las mismas coordenadas mágicas, aplicándolas al mapa, llevaba a muchos lugares. 

"En el bosque una vez existió

un claro terrible de luna

que comió a sus hijas una a una

y lo llenaron de sangre el Altar.

Pasa por allí el crepitar

de los sueños mas terribles e infinitos

porque el cielo es a la vez tripartito

¡Del corazón que alli durmió con sus tesoros! "

Pero en el mes de Julio se veía mas claro. Solo bastaba con observar hacia donde se dirigía la cabeza del dragón y hacia donde apuntaba la cola. La respuesta estaba en una de sus patas.

Cuenta la leyenda o al menos lo que escuchó de sus superiores, que el líder de los Discípulos de Nosferatu escondió un gran tesoro, pero que la respuesta estaría únicamente en el Altar de Sangre. Un lugar que hasta la fecha desconocía si existía, pero que aquellos que la habían interceptado alguna vez, aseguraban que era real. En cuanto a ella, había escuchado del Clan y pasó años buscando ser aceptada, pero nunca obtuvo respuesta. No, hasta esa noche. 

 Para no quedarse estática y ponerse en innecesario peligro, había optado por moverse entre las sombras. Saltando de rama en rama, a veces aterrizando con sus pies y corriendo a lo largo antes del dar el salto, a veces colgándose con las manos, para tomar impulso, girar y caer en otra rama, todo con el mas cuidadoso sigilo, se apartó de aquella posada bulliciosa. Una cosa se grabó a fuego en su mente. Antes de marcharse, notó a una maga en la puerta principal que parecía alterada. Por un momento se quedó viéndola desde su escondite. Era una persona bastante inusual a juzgar por sus ropas, cuyos latidos ligeramente acelerados, le daban una idea aproximada de su estado. Y su olfato le decía que debía tener cuidado. Sus pupilas se movieron silenciosamente desde el rostro de la jovencita hasta su mano. Por el apretón que parecía dar a su ropa, muy probablemente la había sentido. "Curioso." Pensó para si misma, antes de abandonar el paraje en el silencio de la noche. 

Se deslizaba con soltura y agilidad entre los árboles, iluminada parcialmente por la luz de la luna. Sus pasos no se escuchaban, parecía tan solo la sombra de un ave o una visión cualquiera. El silencio nocturno la envolvía codiciosamente. Posaba su vista en el cielo, siguiendo el rastro de la constelación. Pero algo, un extraño picor en el torso del antebrazo, la detuvo. Con la suavidad de una hoja, se detuvo al resguardo de la oscuridad de un ramaje frondoso de acebo notando, que también era seguida por alguien... O algo. 

- ¿Que..? - Apartó la tela de su capa, el picor seguía. Visiblemente incómoda, se subió la manga de la blusa, mas no notó nada en particular. No obstante, esta pequeña distracción bastó para que no se diera cuenta de que una sombra se había abalanzado sobre ella y pronto fue envuelta por las sombras. 



"Cuenta tus pasos

gira de noche..."

Se había sumido en un mundo de tinieblas. Ni siquiera podría decir donde estaba. Flotaba o parecía flotar en medio de una densa niebla. Un dolor agudo le cruzó repentinamente los sentidos, haciéndola espabilar. Pero no podía moverse, excepto intentar decir algo, antes de que todo volviese a quedar en silencio.
 

"Y encontrarás la puerta con las cabras..."

Cuando sus sentidos volvieron, estaba acostada entre unas malezas. De espaldas al cielo y algo desorientada, optó por levantarse lentamente apoyando las manos en el suelo. Sacudió un poco su cabeza ¿Qué diablos? ¿Qué había ocurrido? Se sentía ligera, mas de lo habitual. Un poco mareada, pero algo tolerable. Terminó por ponerse de pie, sacudiéndose la ropa. Notó que tenía la manga arrugada, asi que decidió poner todo en su lugar. Mientras lo hacía, notó en la piel del antebrazo una extraña runa recién tatuada de un rojo apagado similar al terciopelo antiguo. Lo mas extraño, es que podía leer su significado, es decir, la entendía. Tras procesarlo, una pequeña sonrisa pasó por su rostro, pero estaba perdiendo tiempo. Arregló su ropa, volvió su vista al cielo y miró a su izquierda. "Cuenta los pasos." Se dijo mentalmente. 

Posicionándose y midiendo su ubicación respecto a la cuarta estrella de la constelación, empezó silenciosamente a caminar. Uno por uno, como si saltara o midiera el suelo, continuó adentrándose hasta un paraje sumamente mas oscuro que donde estaba. La luz de la luna no llegaba. Casi en el último paso se giró bruscamente y pudo verlo. Pero ahora el camino habia cambiado. Ni siquiera era el sendero que estaba tomando. La constelación del suelo brillaba intensamente de un tono rojo, delante de ella, talladas en la vieja madera de dos troncos secos, se veían dos cabras. 

Y al cruzar el espacio que había entre ellas, apareció ante sus ojos un espacioso y espeluznante claro, en cuyo fondo, algo lejos, se podía ver un altar antiguo de piedra que parecía tallado en la misma roca. Embuyéndose en la capa, decidió caminar hasta ese lugar pero se detuvo. Una fuerte sensación de advertencia y peligro le recorrió las venas, por lo que miró a diestra y siniestra, atenta. Pese al silencio, tenía un mal presentimiento.

 

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-- ¿Por qué no iba a existir? -- contesté a @ Xell Vladimir Potter Black , algo enfadada por la interrupción. Los cánticos del Jorobado habían desaparecido y el ruido de la taberna se había acrecentado hasta hacerme doler la cabeza. Noté frío en los dedos y noté que volvía a sentir un cosquilleo en los dedos. Bajé la vista hacia y vi como algo se arremolinaba en torno a ellos. -- ¿Sabes que hay hielo en el infierno?

Supongo que era una pregunta sin ton ni son en aquel momento y que Xell se sorprendería. Cerré el puño con fuerza hasta que sentí el calor de la sangre apagando aquel Hielo del Averno que pugnaba por salir, sin control. "Aún no", pensé, aún tenía que dominar aquel nuevo poder que sentía crecer dentro de mí. Sabía lo que era, por supuesto, un nuevo hechizo del Clan de los Senescales de Caronte que no llegaba a encajar dentro de mi cuerpo todavía. Aquel control se me escapaba. Cuando supe que ya no iba a salir nada de mis dedos, me levanté y dejé suficientes galeones encima de la barra para cubrir los gastos de las bebidas de mis compañeros, incluyendo la del dueño del laúd, quien sonreía de forma irónica.

-- Vamos, Xell. ¿Para qué tanto esfuerzo en ocultar ese lugar en una simple historia? Nunca subestimes el poder de la información de El Jorobado. Ese hombre es una caja de sorpresas.

Si es que era un hombre... Aún no había podido comprobarlo. Tomé del brazo a mi sobrina y casi le empujé al exterior. Nos sorprendió la noche cerrada. Yo juraría que no lo era cuando entré en la Taberna. ¿Tanto tiempo llevaba allá dentro? Fuera como fuere, el frescor del aire disipó cualquier tipo de bruma soporífera que hubiera sentido allá dentro y respiré con tranquilidad, observando mi alrededor. Noté perfumes singulares y fragancias nuevas que llevaba tiempo sin oler. 

-- Mejor allá, donde nadie pueda vernos. Hemos de seguir una pista...

Era difícil y, aunque hubiera intentado hacerlo en público, mi mente lúcida me decía que aquello sólo se podía hacer en compañía de otro miembro del clan, como lo era Xell. Caminamos hacia una zona alejada de la fortaleza, hasta la entrada del bosque. ¿Cómo saber si aquel era el lugar correcto en el que comenzar nuestra aventura? Pues eso no lo puedo saber, pero hasta allá nos llevaron mis pasos, así que me paré allá y sonreí a Xell.

-- ¿Sabes Infundir el Alma? Mira, te enseño. Es un hechizo poderosísimo en el que has de perder algo tuyo, pero si lo consigues, nos dará un gran poder -- le susurré.

Me acuclillé y puse las manos en un tocón medio podrido que había a la entrada del bosque. Murmuré el hechizo del clan y sentí como un empujó que bajó por el cuello, poniéndolo tenso, hacia la punta de mis dedos. Aquel resto de árbol empezó a temblar y di un paso atrás, con la mala suerte de tropezar con una piedra y caerme de espaldas. Me incorporé un poco para ver que  el tocón de movía y una de sus raíces muertes parecía hablar. ¿Aquello era hablar?

-- ¿Dónde está el Claro del Altar de Sangre? Dinos o llévanos allá. -- Si existía el lugar y él sabía donde estaba, lo haría; no podía hacer más que obedecerme.

Bueno, no sé si era hablar, pero sí, le entendí, creo que le entendimos las dos. Le vimos moverse y caminar entre los árboles. Sonreí, era buena hechicera, otra vez lo demostraba.

-- Para ser un tocón seco, se mueve como un rayo -- le dije a Xell. 

Tuvimos que correr porque aquello que acababa de dar vida de nuevo tenía una capacidad para dejarnos atrás que era asombrosa. Más de una vez pensé que nos habíamos perdido, más de una vez pensé que estábamos repitiendo los mismos lugares pues los árboles todos se parecían y más de una vez, lo perdimos. Hasta que llegó un momento en que dejamos de verlo.

-- ¿Lo ves? ¿Lo encuentras, Xell? ¿Dónde demonios estamos? -- creo que gemí al sentirme perdida, pero no creo. Yo soy valiente.

Empecé a mirar entre maleza, a abrir ramas de árboles tan gruesos y unidos que casi parecían una muralla, a levantarme de puntillas, e incluso levitar un poco, pero nada. No lo encontraba, ni al tocón ni a nuestro objetivo.

-- Brrr... Nos hemos perdido, a ver ahora cómo salimos de ésta.

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¡¡Mi experiencia en La Marca era escasa, aunque llevaba el mismo tiempo que la Tía Sagis. Ella siempre lograba encajar en todas partes, aunque si eres la Ministra de Inglaterra, supongo que es más fácil. Además, ¿quién no conocía a la persona más rica de Ottery, la que más negocios monopolizaba, la que tenía el pelo más violeta? Para ella era fácil conocer gente, algo que a mí no me sucedía. Yo era algo esquiva en el aspecto social, hablaba con poca gente, aunque no me perdía ninguna de las llamadas del bando. Y, sin embargo, allá estaba la tía, invitando a todos a beber. El griterío de aceptación fue generalizado, hasta aquel hombre jorobado de la canción aceptó la bebida.

La respuesta de Sagitas me sorprendió:

- ¿Ese lugar existe, de verdad? - Me dejó intrigada. Supongo que ella, como yo, pensamos lo mismo. La dirigente de nuestro clan nos había informado de la necesidad de encontrar algo escondido en un lugar imposible de encontrar. Si aquel lugar que el Jorobado había cantado, existía, era un lugar probable para encontrar lo perdido. - ¿Cómo...? ¿Hielo en el infierno?

Esa frase no me decía nada, más bien me pareció que la Tía desvariaba. Al menos, coincidíamos en lo mismo, aquel Jorobado era una persona que era una caja de sorpresas.

- ¿A dónde vamos? ¿Vamos a buscar el...? - Sin decir el nombre, dejamos a los que bebían en la taberna, distraídos por la bebida gratis. Si la tía es realmente buena. Cuando abandonamos el lugar, miré por encima del hombro. Juro que vi a aquel trovador con una sonrisa en la boca, como si supiera exactamente lo que íbamos a hacer. - Creo que...

La tía pareció detenerse un momento a mirar alrededor. Hacía algo de frío aquella noche, por lo que saqué una capa roja del bolsito de moke que llevaba siempre encima. Era cálida, tal vez demasiado si caminábamos deprisa, pero ahora la necesitaba, con el contraste de temperatura del exterior con la de la taberna. La seguí, intrigada, pues dijo que íbamos a seguir una pista. Aunque había oído la canción, yo había entendido menos de la mitad y, sin embargo, ella parecía saber bien a dónde nos dirigíamos. Llegamos a la entrada del Bosque y señaló un tocón.

- Infundir el Alma... - repetí, con cautela. Sabía lo que quería decir. Era uno de los hechizos primeros del clan que compartíamos.- Sí, sé como funciona... Más o menos...

Verla actuar me pareció fascinante. Era una buena maestra y su técnica era elegante. Aquel trozo de árbol reseco  se levantó sobre sus raíces y caminó como si estuviera vivo. Creo que pude oler la magia que le movía.

- El claro del altar de la sangre... Eso es lo que decía el Jorobado...

Tuvimos que correr porque era muy rápido. Cuando dejamos de verlo, la tía se preocupó por no saber dónde estábamos. Se enfadó al perdernos.

- Tal vez la magia que mueve el tocón, se ha acabado, ¿no crees, tiíta?

Decidí que era momento de probar mi magia. La noche era oscura, sin luna. Sin embargo, la posición de las estrellas parecían verse mejor hacia un lado, por lo que arrastré a la tía hacia allá. Era como si las estrellas pudieran guiarnos porque, de repente, encontramos el tocón, completamente quieto en el suelo, sin magia, delante de un gran claro donde parecía más haber más luz, sólo por la ausencia de árboles.

- ¡Cuidado, tía! - le grité. Le di un empujón, saqué mi varita y pronuncié un hechizo del clan, para protegernos de aquella mujercita que veía contemplando el mismo espejismo que nosotras: una especie de altar en el centro. Era una ilusión, seguro, pues en cuanto pasó la luz de las estrellas, desapareció. - Asalto Psíquico.

Intenté manipular su alma para provocarle sueño o fatiga, de manera que no pudiera sujetar la varita y atacarnos.

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"Cuerpo de Sombras" - Desde el momento en que vio como un par de mujeres irrumpían en el mismo lugar donde estaba, supo que no tenía delante precisamente a "amigos" por lo que mentalmente invocó esa habilidad. Fue extraño, antes de ser aceptada como un discípulo, no conocía ninguna de las habilidades del clan de los Nosferatu, al menos no de nombre y las pocas que vio fueron simplemente sorprendentes. Fue un instinto, algo que surgió en su mente automáticamente lo que la hizo reaccionar, convirtiéndose instantáneamente su cuerpo en un mar de sombras oscuras. Fue como si las propias tinieblas hubiesen desintegrado en polvo cada centímetro de su carne, diluyéndola con una velocidad extremadamente increíble, por lo que el efecto de aquel ataque pasó a través de estas. Sin un alma tangible y firme a la vista ¿Cómo podrían afectarla? 

Pero a su vez, la molestia de ser atacada la incomodaba. Si esas dos mujeres estaban allí, es porque pretendían robarse aquello que no les pertenecía. Por el sabor de la magia que traspasó las tinieblas, supo que no eran magas ordinarias. "Senescales" Susurró con asco. Aún seguía diluida, pero estaba aburrida, por otro lado, aquel par de magas de cuarta, no serían ningún obstáculo para ella. Aprovechando las ventajas de las corrientes naturales, se materializó en la hojarasca, unos cuantos pasos mas lejos de ellas, pero siempre a la vista. Sus ojos ya no eran del tono azul usual de su familia, poseían un cierto tono rojizo sangre.

La capa negra ondeaba levemente con el viento, dejando ver solo las blancas y delicadas manos. Nada sucedía, excepto el ruido que ellas causaban ¿Acaso los magos querían jugar con las almas? ¡Tonterías! Aberración el nacimiento de su sangre, creyendo que todo es posible en este mundo, cuando la verdadera magia incluye mas allá de los misterios. Las observó sin expresión alguna, la luz de la luna roja, cayendo sobre todos los presentes, iluminando sombras oscuras ante el paso lento y sinuoso de las nubes. Si querían obtener lo prohibido, debían de morir. Asi de simple. 

Las nubes seguían discurriendo silenciosas en medio de la estrellada noche, mudas testigas de la batalla que se vendría por delante. Lentas siluetas negras pintaban el seco pasto, dándole a aquel claro un aspecto aún mas sombrío en el rojo de la noche. Las sombras lamían sus pequeños pies. Como una sombra temible y perseguidora, igual a las pesadillas de ensueño en las mentes retorcidas, la doncella parpadeó un momento, mostrando esos ojos de un rojo ligeramente encendido. - "Paseo de sombras" - Entonces, desapareció. La sombra que pasaba justo bajo sus pies se la tragó, como si nada hubiese estado allí. El río de siluetas discurría lentamente como un rebaño de extrañas ovejas negras, lástima que estas solo estarían como un tinte suave a la próxima desgracia. 

- Magos humanos... Ustedes dan risa. Rescoldo muerto de la existencia errónea... Creyendo que pueden obtener todos los tesoros, que pueden dominar sobre toda la Tierra, cuando tan solo, son la pequeña piedra en la perfecta creación... - De alguna parte se escuchó lo que parecía una risa, pero tanto la voz como esta misma, no podía anotarse exactamente de alguna posición en particular. - Han atacado ingenuamente. Ahora, morirán. - El claro fue envuelto nuevamente en el silencio, un silencio ensordecedor, una calma que inquietaba. Las sombras parecían alejarse. Tan solo las siluetas naturales, formadas por la luz de la Luna, eran claras en el lugar. 

 

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No, nunca lo iba a reconocer. ¿Cómo era posible que la Rubita hubiera sabido encontrar el sitio correcto mientras yo daba vueltas como una peonza? Iba a decir que era imposible, pero no puedo negar las evidencias. Estábamos en el claro del que había hablado antes el Jorobado, mucho tiempo antes, cuando aún estábamos en la taberna. Mi ego quedó herido y todo lo que se había henchido cuando noté que observaba mi gran nivel en el conjuro, mi gran sabiduría, mi perfección en la hechura, la más mejor en el arte de la varita, se perdió como yo.

Y encima, me dio un empujón, como si yo no supiera defenderme. Caí el suelo y metí la cara en una especie de hoyo, ¡maldita bruja, se iba a enterar de lo que me enfadaba que me ensuciaran! Pero algo llamó mi atención. Allá... En algún lugar de allá abajo... Sí, de alguna manera, allá abajo había como un hueco y se veía una especie de... ¿altar?

-- ¡Demonios! -- dije en voz alta. 

Me giré para enseñárselo a Xell, olvidando por un momento a la muchacha que ella había visto. La chica parecía furiosa, como si tuviera algo en contra de nosotros. Por un instante, pareció que se defendía. Sin embargo, el hechizo de Xell fue perfecto, su Asalto Psíquico funcionó y noté que la muchacha parecía tener la sensación de que sus movimientos de muñeca habían sido certeros cuando, en realidad, no habían surgido efecto. No sabía qué era lo que había hecho, y me entraba curiosidad, pues no conocía ningún hechizo de los otros clanes.

-- ¡No abuses, Xellita! -- le dije a mi sobrina. -- ¿No ves que está en ese estado psíquico en el que le parece que ha podido lanzarte algo?

Suspiré. No me gustaba allá su presencia. No era una senescal de Caronte, lo que significaba que era una Nosferatu, el enemigo entre comillas, o un Walpurgis, con quien podríamos unirnos, también entre comillas, para conseguir el cofre que necesitábamos. Como la desconocida parecía ida, me daba tiempo de enseñar a Xell mi descubrimiento.

-- Mira, Xell, aquí. En ese "burejo" se ve que hay algo aquí debajo. ¿Crees que será el Altar de la Sangre que decía el tonadillero de la taberna?

No nos dio tiempo de más. Una especie de sombras, que yo hubiera jurado que era la luna reflejada en las ramas de los árboles, sin contar que allá no había ni árboles pues era un claro, ni luna, pues era una noche cerrada y sólo se asomaba tímidamente, se acercaban a nosotros en un intento de cerrarnos.

-- ¿Y esto qué es? -- Dije en voz alta. -- ¿Estos que son? -- repetí, pues eran varias las sombras que se movían a nuestro alrededor.

Aunque mi primera intención era ayudar a Xell a luchar contra aquella muchacha, algo en mí me recordó que era una compañera, una bandista, una mortífaga. Nos debíamos respeto y no pelearnos, aunque nuestros clanes fueran diferentes. Seguramente, no me hubiera acordado de ello y hubiera sacado mi mala leche si no fueran por aquellos podemos llamarles espectros que habían aparecido de la nada.

-- Esto... ¿Y si nos dejamos de peleas entre nosotras y aunamos la varita? -- murmuré.

Me acerqué más a Xell, casi tocando su espalda con la mía. Esperaba que la chica también se decidiera a unirse a nosotras y, tal vez, entre las tres, podríamos hacer algo contra aquellos espectros.

-- Estate bien atenta, mujer -- le dije a la muchacha. -- Mira que te salgan bien los hechizos esta vez o estaremos como ellos muy pronto.

Sentí el cosquilleo por tercera vez en la punta de los dedos. Esta vez no lo escondí, fue abriendo poco a poco la mano y la coloqué en el suelo. Después, puse la otra. De mis manos, un chorro de Hielo del Averno terriblemente blanco y helado (valga la redundancia) se extendió por el suelo hacia los espectros. Uno de ellos lo rozó y pareció congelarse durante un instante. No duró mucho puesto que, al fin y al cabo, son imágenes de muertos que no están en este mundo.

-- Se han detenido... un momento al menos. ¿Qué hacemos? ¿Tenéis idea de lo que podemos hacer ahora?

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Aunque era una novata en el uso de hechizos del Clan, supe al instante que me había salido bien. El Asalto Psíquico funcionó y la chica pareció estar cansada, de manera que dejó de atacarnos. Es cierto que murmuraba ciertas cosas, pero no hacían efecto. No sé si es que alguien más le había parado o es que el Clan de los Senescales tenía hechizos muy potentes. La tía Sagitas miraba algo en el suelo, ¡a través del suelo!, que parecía muy interesante porque exclamó su palabra más favorita: "demonios".

- Perdón. No quería abusar. - Me disculpé ante aquella chica. Si estaba por allá, en los terrenos de La Marca, era una bandista como nosotras, aunque era la primera vez que la veía. Aunque era normal, no solía estar mucho tiempo en la taberna, así que conocía a pocos si no fuera con la máscara puesta en los ataques, que ahí iba a todas. - ¿Te hice daño? Perdón, sólo quería evitar que nos atacaras.

No quise decir más, puesto que era evidente que ella había intentado defenderse, pero que no le habíamos dado tiempo.

- ¿De qué clan eres?

Ni tiempo le dio para contestar. La Tía Sagitas volvía a acaparar la escena, diciendo que allá abajo había un...

- ¡¡Altar!! Yo vi una ilusión de esas antes, justo donde estás mirando. ¿En serio hay un altar de sangre ahí debajo? - Me podía la curiosidad. Eso era lo que estábamos buscando. Esperaba que no hubiera ningún discípulo de Nosferatu, para evitar que lo consiguiéramos.

Quise mirar en el mismo agujero que ella hasta que preguntó que quienes eran las visitas. Levanté la vista. Unos espectros se acercaban e intentaban rodearnos. Me levanté de un salto y puse la varita por delante, como defensa.

- Tienes razón, tía, entre las tres... podremos...

Mi voz no sonó firme, pues no estaba segura de cómo podríamos luchas contra ellos. La tía fue ágil, utilizó un hechizo con sus manos. ¡Me moría de ganas de saber hacer eso! Había conseguido pararlos un tiempo, también consiguió darme una idea a mí:

- Vínculo del alma - No sé cómo lo hice, pues lo había practicado sin llegar a acabarlo. Era la primera vez que conseguía sentir la comunicación con las almas, aunque también era la primera vez que lo probaba con espectros. Utilicé la variante del Tiritero para realizar un ataque dañino. No duró mucho, pero, durante unos minutos, aquellos seres se dejaron manipular por mí y retrocedieron ante mi orden mental. 

Siguieron retrocediendo hasta pasar por encima del agujero donde Sagis había visto el Altar. Aquello parece que hizo que volvieran a tener fuerza y el hechizo desapareció.

- Esta bien, está bien... Defodio.

El agujero se hizo más y más grande, dejando ver lo que había abajo. Como había dicho la tía Sagis, allá había un altar, mucho tiempo perdido en las historias, relleno de telarañas y bichos que se movían por encima. No me importó. Salté al interior.

- ¡Seguirme! - grité, antes de desaparecer dentro.

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