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Entrenamiento preventivo - Marcellus vs Cillian


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Tefi, mi alumna, estaba cruzada de brazos, evitando mi mirada.

¿En serio te pusiste de mal humor? —pregunté.

Revoleó los ojos y me dio la espalda. Se acomodó en una silla de la oficina de Aurores y fingió leer un libro que no comprendía. Después de unos minutos de silencio, finalmente habló:

Me prometiste que íbamos a entrenar esta semana —dijo.

No puedo —contesté.

Pero sí podés ir a entrenar con ese director de Transportes —protestó.

Sí, porque tengo un compromiso con el Ministerio —respondí.

Yo soy Auror. ¿No soy del Ministerio también? —replicó Tefi.

Me limité a acercarme al escritorio y dejarle el pergamino que había recibido. Era una breve carta del Departamento de Seguridad (el nuestro), detallando una iniciativa para poner a prueba las capacidades "duelísticas" de algunas figuras dentro del Ministerio. Hacía mucho que no se impulsaba una iniciativa de este tipo. Por un lado, me beneficiaba; podía ganar algunos galeones entrenando a los peces gordos del Ministerio. Pero por otro, algunos de estos directivos eran pedantes y difíciles de enseñar. No eran los mejores alumnos en lo que a duelos respecta.

Había enviado una carta a Cillian Haughton. Se me había asignado, de manera aleatoria (o eso creía), a este jefe para evaluar su defensa personal. Por lo general, estos personajes de renombre estaban bien protegidos, pero nunca era suficiente. Las cosas estaban raras últimamente, y podía sentir el peligro acechando en cualquier lugar.

-----------

Me encontraba ya en el lugar de encuentro; nos habían cedido un espacio que llevaba tiempo abandonado, utilizado para reuniones y operaciones más bien clandestinas. Lo que alguna vez había sido el agradable living de un hogar familiar, ahora era solo una habitación más, grande y fría.

Las paredes de piedra gris envejecida estaban cubiertas, en su mayoría, por tapices antiguos con motivos de batallas y criaturas mágicas. El techo alto y abovedado se alzaba sobre el espacio, donde una enorme araña de hierro forjado colgaba majestuosa de una cadena. Sus brazos retorcidos sostenían candelabros que iluminaban la sala con un brillo cálido y parpadeante, pero sin dejar de ser lúgubre.

El suelo de piedra estaba cubierto por alfombras de terciopelo rojo y negro, con patrones intrincados de flora gótica. A lo largo de la habitación, sofás y sillas de cuero gastado se agrupaban en torno a una gran chimenea de mármol negro. La madera de las mesas y estanterías, adornadas con libros encuadernados en cuero y detalles dorados, añadía un toque de academia oscura.

Un reloj de pie, en una esquina, con una campana que resonaba a intervalos, llenaba el aire de un eco solemne. Justo había sonado cuando llegó Cillian.

Buenas tardes, Cillian. Mi nombre es Marcellus. Un placer ser tu compañero de entrenamiento hoy —saludé.

Hice una reverencia y me posicioné a una distancia moderada de Cillian. Con un pie adelante y la varita en alto, me preparé para comenzar.

No te guardes nada. Quiero ver hasta dónde podés defenderte —dije.

De mi varita surgieron doce flechas, resultado de pensar en el conjuro Disparo de Flechas. Todas se dirigieron directamente al pecho de mi rival.

OFF

Duelearemos con hechizos hasta Legionario/Tempestad y Libro de la Sangre.

@ Cillian Haughton

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Cillian entró al lugar con un porte tranquilo, pero su mirada recorrió rápidamente la habitación hasta posarse en Marcellus. Algo en su postura atlética y su aspecto demacrado le resultaba intensamente atractivo, y eso siempre le descolocaba un poco. No era habitual que alguien le hiciera sentir vulnerable, pero Marcellus, con ese aire misterioso y su seriedad casi natural, lo lograba. Cuando Marcellus le hizo una reverencia y se presentó, Cillian apenas pudo ocultar una pequeña sonrisa. "Ah, si supieras...," pensó, mientras se obligaba a concentrarse en la situación en lugar de distraerse con lo que realmente le provocaba estar tan cerca de él.

— Un placer, Marcellus —respondió, inclinando ligeramente la cabeza.

La actitud profesional de su compañero contrastaba con lo que Cillian sentía, pero aquello le ayudaba a mantenerse centrado. Entonces, al escuchar el desafío, el fuego competitivo de Cillian despertó, aunque parte de él quería impresionar a Marcellus de otra forma. Sabía que debía concentrarse, pero no pudo evitar un leve rubor en las mejillas cuando el otro mago adoptó su postura de duelo. Justo en el momento en que Marcellus lanzó las doce flechas mágicas, Cillian reaccionó rápido, pero no sin un cierto nerviosismo interno. No podía fallar. 

Sabía que el Disparo de Flechas podía ser peligroso si no se defendía adecuadamente, pero había algo en este tipo de desafíos que despertaba una chispa de emoción en él.

— Interesante comienzo —comentó, sin dejar que la calma lo abandonara.

Con un movimiento firme de la muñeca, pensó Salvaguarda Mágica, volviéndose intangible solo un par de segundos antes de que las doce flechas lazadas por Marcellus lograsen impactar. ¿Y ahora qué? Se suponía que estaban ahí solo para practicar, pero para ese punto a Cillian lo único que le importaba era impresionar a Marcellus o algo por el estilo. — Desmaius —pronunció apuntando su varita hacia su oponente, lanzando así un hechizo tipo rayo que de impactar haría que este quedase inconsciente perdiendo así dos acciones para estar de nuevo en acción.

@ Marcellus Allan

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Lo primero que analizaba era la reacción de mi rival ante mis movimientos iniciales. Algunos de los directivos del Ministerio de Magia eran inexpertos en duelos, y su lenguaje corporal solía delatar ansiedad o miedo en situaciones como esa. Era comprensible; recibir ataques no es algo que la mayoría de las personas —incluso magos y brujas— experimenten en su día a día.

Sin embargo, las flechas volaron directas hacia Cillian, y, casi sin inmutarse, su cuerpo se desvaneció, volviéndose intangible. Atravesaron su figura como si fuera humo, y terminaron incrustándose en la biblioteca al fondo de la sala, haciendo caer algunos de los libros que estaban apilados en sus estantes.

Vitae —pronuncié.

El reloj de pie que estaba en la esquina, cerca de donde me encontraba, comenzó a transformarse. De su estructura emergieron gruesas extremidades cubiertas de pelo, asemejándose a las de un oso. A la altura de las agujas del reloj, se formaron dos ojos brillantes, y pequeñas orejas aparecieron en lo alto de la esfera. El reloj-oso rugió levemente y cruzó la sala con sorprendente agilidad, colocándose justo frente a mí, protegiéndome de cualquier posible ataque.

No tardó en llegar el primer contraataque de Cillian. Un Desmaius salió de su varita, veloz y preciso, pero impactó contra la resistente superficie de mi creación, sin producir el menor efecto. El reloj-oso apenas se inmutó, gruñendo por lo bajo. La baja vibración del sonido hizo sonar el mecanismo interno del reloj produciendo un particular sonido metálico.

Maldición —murmuré, sintiendo la energía de mi varita.

Apunté nuevamente a Cillian, sabiendo que su siguiente hechizo sería tan coherente como la misma existencia de mi reloj-oso, que en ese instante ya se lanzaba hacia él, sus pesadas garras extendidas, listas para atacarlo con todas sus fuerzas. Mientras mi creación cargaba contra mi rival, pude notar un destello de concentración en los ojos negros de Cillian. 

@ Cillian Haughton

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Dejó escapar un suspiro.

¿Por qué había aceptado inmiscuirse en eso? Bueno, ya era demasiado tarde para dar un paso atrás y volver a la ¿comodidad? de su día a día. Aunque bueno, lo cierto es que era solo una forma de decirlo ya que la su vida era todo menos cómoda y muchos menos tranquila. Sabía que necesitaba de aquel entrenamiento y si el Ministerio de Magia se lo estaba brindando, ¿qué mejor? Aparte, no podía negar que el instructor era bastante atractivo.

Por poco pero logró zafarse de las flechas que el instructor había lanzado contra él, para acto seguido observar como este mismo utilizaba un hechizo para convertir un reloj de pie en un oso. Nunca iba a entender eso; la manía de cientos de magos y brujas que utilizaban la magia para controlar criaturas fuesen falsas o no.

- Fiorticium -murmuró intentando crear una muralla que lo protegiera del ataque del reloj-oso, había intentado pronunciar el hechizo de forma coherente pero le había sido imposible. Si bien con esa acción buscaba el lograr protección, lo único que había conseguido era crear una ridícula cerca de jardín que no lo protegería para nada. 

¡Demonios! El irónico reloj-oso, tenía que deshacerse de él antes de que lograra hacerle un daño verdadero así que murmuró: - Reducto -apuntando hacia el reloj-oso cuando este estaba ya casi sobre  él, lanzando así un rayo que lo desintegraría por completo.

- ¿No te parece que vas un poco rápido?

 

@ Marcellus Allan

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Tras conjurar la Maldición, la criatura mecánica se acercaba veloz a Cillian. Cada paso resonaba con un eco metálico que llenaba la habitación como un tambor en la lejanía. Sus mecanismos internos, crujientes y viejos, emitían un chirrido agudo, como si la maquinaria misma estuviera retorciéndose de rabia. Sus patas pisaban con fuerza, aplastando sin esfuerzo las tablas del suelo, haciendo vibrar las ventanas.

El reloj-oso estaba ya a unos pocos pasos de mi (por el momento) rival. Pude ver cómo Cillian intentaba recomponerse; casi pude notar los nervios reflejados en su mirada. Su varita se levantó cuando trató de conjurar un Fortificum, pero su mente estaba revuelta y comprometida por la Maldición. El hechizo no se manifestó, y Cillian quedó indefenso.

Con la precisión implacable de un autómata, el reloj-oso caminó directamente sobre la débil barrera que Cillian había logrado conjurar. La cerca, una simple ilusión de protección, fue aplastada en un solo paso, desintegrándose en pedazos que volaron por el aire. La criatura no perdió su ritmo, como si aquella resistencia insignificante no hubiera existido. En un movimiento brutal, sus pesadas garras descendieron sobre Cillian, y una de ellas rasgó su brazo derecho. Pude ver cómo la carne se abría, y la sangre comenzó a brotar, manchando el suelo con un rojo oscuro que contrastaba con el gris frío de la habitación.

— Silencius — conjuré, con voz firme.

No podía bajar el ritmo. Sabía que tenía que aprovechar el impulso, continuar con la presión. Esta era una lección que había aprendido en muchas batallas: no se trataba de la perfección técnica, sino de la capacidad de mantener la concentración bajo el fuego enemigo. Prefería mil veces un mago atento y rápido, que uno que pasara años perfeccionando un solo hechizo. Mientras mi conjuro se desplegaba, anulando cualquier intento de Cillian por responder verbalmente, el reloj-oso seguía con sus órdenes claras: atacar.

Lo vi balancear su cuerpo hacia un lado, preparándose para su próximo asalto. Esta vez la bestia inclinó su torso a la izquierda, levantando una de sus pesadas garras y echándola hacia atrás para impulsarse. El aire vibraba con el movimiento de la criatura.

Cillian alzó su varita una vez más, apuntando al reloj-oso. Podía ver sus labios moverse, en un intento desesperado por conjurar algo, cualquier cosa. Pero mi hechizo había silenciado su voz. No salió ningún sonido coherente de su boca. En ese momento, el reloj-oso terminó su brutal movimiento, y su garra se hundió en el brazo izquierdo de Cillian. La sangre fluía ahora de ambos brazos.

— Maldición... — susurré.

Mi rival, una vez más, sufrió los efectos de ese molesto hechizo. Su mente, afectada por el dolor y la confusión, debía estar retorciéndose en espirales de desesperación. Quizás, en ese instante, sintiera que estaba atrapado en una pesadilla febril, un horror mecánico que no podía detener. Y el reloj-oso, implacable, ya se estaba preparando para el siguiente golpe, sus engranajes girando con una precisión siniestra.

Deberías empezar a curar esas heridas... vamos, Cillian, no bajes los brazos — pensé.

Sabía que su voluntad estaba siendo aplastada, que cada segundo que pasaba lo debilitaba más. Pero, aún así, una parte de mí esperaba que reaccionara, que encontrara la fuerza para contraatacar, aunque fuera solo para no caer. La sangre en el suelo y los ecos metálicos del reloj-oso eran solo el preludio de lo que estaba por venir.

@ Cillian Haughton

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No, no, no...

¿En qué momento había aceptado todo aquello? Sabía bien que comparado con una batalla real aquello no era más que un juego pero aún así sentía que el instructor que el Ministerio de Magia había elegido se estaba tomando aquel entrenamiento bastante en serio. Para ese momento no sabía exactamente que hacer, aquel irónico reloj-oso había logrado atacarle, Marcellus había lanzado un hechizo silenciador que le había impedido defenderse. Ahora estaba en desventaja, con un par de heridas en el cuerpo y aquella maldita "criatura" lista para atacar de nuevo.

¿Curarse? ¿A que estaba jugando ese loco? Para ese momento Marcellus ya no le parecía tan atractivo pero quizá solo fuera que estaba algo molesto por la situación general.

Episkey pensó mientras intentaba evitar al reloj-oso, centrándose primero a su brazo derecho curando así la herida que este le había causado. Si bien Marcellus había intentando lanzar una maldición sobre él, no había tenido efecto alguno sobre el hechizo de curación.

Quizá para ese momento ya estaba todo perdido pero no perdía nada más por intentarlo. El reloj-oso seguía al acecho así que antes de curarse el brazo izquierdo Cillian apuntó hacia la enorme araña de hierro forjado que colgaba del techo y murmuró:- Vitae -convirtiéndola así en un extraño tipo de ave enorme de hierro que se abalanzó rápidamente contra Marcelllus.

- ¿Y ahora qué?... ¿Vas a seguir pretendiendo que estamos en una batalla real y vas a terminar completamente conmigo? -todo aquello lo decía mientras aún intentaba evadir los ataques del reloj-oso. Curación pensó, ahora pensando en su brazo izquierdo logrando así que la herida en el se curara por completo.

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  • 3 semanas más tarde...
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Marcellus Allan

Mientras Cillian se curaba la primera herida, en respuesta de mi Maldición, el reloj-oso había arremetido nuevamente contra él y logró lastimarlo. Una tercera herida de ese Vitae; esa creación había resultado más que fructífera. La respuesta de mi rival había sido la correcta, sin embargo no tenía intenciones de mantenerme en ese enfrentamiento mucho más. Pensé lo más rápido que pude en cómo aprovechar el ritmo de esa batalla. En cuestión de instantes, la Daga del Sacrificio se materializó en mi mano izquierda. 

—Immolo oppugnare— dije, para luego pensar en una veloz Curación.

Había hecho un corte en mi brazo derecho, que se había cerrado en un instante gracias a esa Curación. El corte se había proyectado en el brazo de Cillian, haciendo que la sangre salga otra vez. Mi Vitae tenía la orden de seguir atacando, pero Cillian fue astuto al conjurar la araña que estaba en el techo. Un pájaro monstruoso se arremetía contra mi. Además, vi cómo se logró curar la segunda herida de mi Vitae. Aún tenía la tercera y última herida del Vitae y el nuevo corte de la daga, ambos sangrando. Era momento de ceder y realizar algún sacrificio para terminar eso cuanto antes.

—Juramento de Sangre... Yo juro solemnemente no utilizar efectos— pronuncié.

"Si no logras vencerme en pocos segundos, esa última herida de mi Vitae te hará caer inconsciente" pensé.

La magia de sangre nos ligó en una peligrosa promesa. Un lazo rojo semi-invisible unía mi antebrazo (que estaba curado) con el de él que estaba herido. Mi Vitae no llegó a atacar nuevamente, desapareciendo justo luego de que pronuncie el Juramento. Por otro lado, su vitae sí estaba muy cerca de golpearme, por lo que en breve recibiría el impacto sin más.

@ Cillian Haughton

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@ Volthier


La respiración de Cillian era entrecortada, intentaba evaluar la situación con rapidez. Marcellus había logrado su cometido usando la Daga del Sacrificio, le había dejado en una posición vulnerable. La herida abierta en su brazo no dejaba de sangrar, y aunque sus intentos de defensa habían sido sólidos, la presión que Marcellus ejercía con sus ataques comenzaba a pasarle factura.

Con el vínculo del Juramento de Sangre resonando en sus venas, el rubio intentó conjurar un Episkey. La varita en su mano temblaba ligeramente, y al pronunciar el hechizo, no pudo evitar notar cómo la herida se mantenía abierta, la sangre deslizándose sin detenerse. Fue entonces cuando comprendió: el juramento lo había sellado, dejándolo incapaz de curarse con ayuda de algún efecto. No podía evitar esa pérdida de sangre que, con cada segundo, le drenaba la energía.

Frustrado, apretó los dientes, mirando de reojo a Marcellus. A pesar de la intensidad del enfrentamiento, sus pensamientos se desviaron momentáneamente hacia la silueta de su oponente, admirando su belleza. No quería ceder tan pronto, pero el pulso acelerado y el cansancio que se apoderaba de él, su final estaba cerca.

Sintió un mareo, y su visión comenzó a oscurecerse. Sus piernas flaquearon, y antes de que pudiera intentar otro movimiento, cayó de rodillas. El golpe fue suave, pero el agotamiento de la sangre perdida se volvía abrumador. Intentó mantenerse consciente, su mirada fija en oponente, quien aún estaba de pie, mirándolo en silencio.

Finalmente, la vista de Cillian se nubló por completo, y su cuerpo se desplomó en el suelo, incapaz de resistir más.

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