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^ High Flights ^ (MM B: 87651)


Mackenzie Malfoy
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Antes de poderle responder a algunos de los comentarios que me había echo Absinthe, escuche que ella me pedía que me callara con un "shhh". Le hice caso, sin comprender porque. Pensé en el joven que decia, la verdad es que no había tenido oportunidad de verlo, puesto que apenas llegamos estaba al pendiente de los gemelos.

 

Le di la mano al guapo joven, aunque no era tanto de mi gusto, aunque al parecer, mi acompañante había encontrado a su posible pareja de la Gala, si Mack se lo prestaba por unos días.

- A mi también me gustaría ver las habitaciones, si tienen una muy grande mucho mejor, ya que vengo con los niños.- Dije, señalando a los gemelos.- Mis elfos no deberían tardar en venir con nuestras maletas, ya que pensamos pasar aqui al menos el fin de semana, a lo mejor un poco más.

 

Mire con atención al joven y de nuevo a la Malfoy, eso me dio una idea.

- Yo me quedaría en la habitación, tengo ganas de descansar un rato, pero mientras Absinthe podría ver el lugar.- Comente.- Y asi me daría tiempo a la idea de que tengo que volar con Sophie.

Suspire al decir esto, me gustaban las alturas, mientras que el sitio donde estuviera, por lo general en las ramas más altas de los árboles, no se moviera. Si era algo que se moviera era otra cosa distinta.

Editado por Lyra Katara Ryddleturn

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A Alfred no se le escapó el doble sentido de las palabras de Absinthe cuando aludió a la dificultad del granian, tan acostumbrado a la soledad de las Highlands, para aceptar visitantes. Sin embargo, su rostro no mudó el gesto, salvo si cabe, porque sus ojos parecieron chispear con más intensidad, como si, por dentro, se estuviera riendo a carcajadas. Su semblante, sin embargo, seguía circumspecto, ningún asomo de sonrisa se había dibujado en sus labios.

- No puede hacerse una idea -replicó serenamente a las palabras de Absinthe-. Igualmente un placer, señorita Malfoy -le besó la mano, sin apartar los ojos de los celestes de ella-.

No dudo, al llamarla señorita y no señora. Conocía lo suficiente de la naturaleza femenina, como para saber que no se había equivocado. Ningún anillo de desposada, la lentitud de sus suaves maneras, la sensual cadencia en la voz, pocas joyas, un atuendo seductor y la ligereza en el movimiento de los hombros. Las mujeres casadas parecían cargar un peso adicional en la espalda. Probablemente, si alguna vez estuvo casada, no duró mucho tiempo y apostaría a que nunca había tenido hijos propios. Alfred conocía más de las mujeres de lo que le hubiera gustado saber.

Se volvió a una señal de Absinthe para saludar a Katara, su otra visitante, a quien la Malfoy presentaba%

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Le había besado la mano para saludar... Vaya qué galante montañés. Al parecer tenía modales de buena familia. Se mordió el labio inferior mientras enarcaba una ceja. Le era imposible no coquetear, estaba en sus genes, aunque ciertos eventos del último tiempo le estaban quitando las ganas de hacerlo en serio.

 

Caminaron en grupo hasta el hotel mientras Alfred contaba detalles sobre el parque, que Absinthe escuchaba interesada mientras asentía. Incluso ella se sorprendió cuando mencionó los dragones, y sonrió ante el comentario de Derek. El pequeño le caía mejor a medida que pasaba el rato, era evidentemente un Malfoy de tomo y lomo; nunca había conocido un pequeño de esa edad tan despierto.

 

- Me encantaría ver las criaturas, espero tener el tiempo... - sonrió mientras se apoyaba en una silla en el Lobby, sin sentarse.

 

El administrador pidió al jefe de la plantilla élfica que les asignase las habitaciones y la banshee respiró aliviada. Quería ordenar sus pertenencias y luego bajar al bar quizá, a tomar un buen whisky escocés. Quizá Mack estuviese disponible para acompañarla en el bar. Alfred seguramente sabría de buenos whiskies, como buen escocés.

 

- Genial, yo iré a ordenar todo a mi cuarto y luego bajo al bar... - dijo luego de dar un suspiro - Gracias por todo, Alfred, ha sido usted muy amable.

 

Inclinó la cabeza y le sonrió. Luego se volvió a Katara y los niños, estirándose.

 

- Hmmmm... Bueno, nos vemos luego supongo. - le dio un beso en la mejilla a Katara y se agachó bastante para quedar al nivel de los niños - Adios chicos, nos vemos luego para cabalgar.

 

Sophie corrió a esconderse tras Katara mientras la miraba con los ojos abiertos como platos, pero Derek se dejó atuzar los rizos rebeldes de su pequeña cabeza. La bruja volvió a erquirse y contempló al elfo desde allí, poniéndose seria.

 

- ¿Tendrías la amabilidad de mostrarme mi habitación?

 

***

 

El cuarto era magnífico. Una suite espaciosa con un cuarto de baño cuya bañera parecía una piscina, todo de piedra y bellamente decorado. Tenía un pequeño recibidor con muebles antiguos refaccionados, un minibar y luego estaba la recámara, con una cama con dosel que seguramente había venido con el castillo.

 

Ya había acomodado su ropa y demás pertenencias y, pese a que le hubiese gustado echarse en la mullida cama, salió del cuarto para bajar al bar. El día estaba precioso y quería aprovecharlo. Bajó las escaleras de piedra y preguntó a uno de los elfos domésticos donde podía encontrar el bar, y tras un par de indicacones llegó a destino.

 

Se sentó en uno de los altos taburetes frente a la gran barra de aspecto antiguo, bastante medieval, apoyando ambos codos sobre la madera y la barbilla en sus manos.

 

 

-----------

 

 

Me tomé la libertad de describir mi suite x'D Quería rolear, aunque me quedó un poco trucho :c

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- Alfred, ¿también me podrías dar una habitación, por favor? Para los tres. Imaginó que los niños después dormiran con su madre, pero en lo que se desocupan, me gustaría tenerlos conmigo.

- De acuerdo, madam. En cuanto se desocupe el jefe de los elfos el le enseñara su habitación. Tengo que terminar de cepillar al caballo favorito de la señorita Mackenzie.- Dijo el administrador.

- ¿El caballo favorito de mamá? - Preguntó Dereck, quien por un momento se quiso ir con el administrador.- ¿Podremos verlo luego, tía Katara?

- Claro que si, Dereck. Por ahora deja que Alfred haga su trabajo.- Le pedí. Lo que quería mas bien era alejarme de los caballos voladores tanto como pudiera.

 

No paso mucho tiempo, en que el elfo que había atendido a Absinthe, regreso con nosotros. Algunos segundos después, Bastian y Bakuya llegaban con mi equipaje y el de los niños. El elfo jefe los miro con cierto recelo.

- Madam, si gusta seguirme, la llevo a su habitación.- Dijo el elfo.

- Gracias, si no importa, Bastian y Byakuya me ayudaran con el equipaje, se ve bastante pesado.- Comente en lo que empezabamos a caminar, asegurando que los niños nos seguian. - ¿Porqué tardaron tanto?

- Thalasse la demonio no nos quería dejar venir.- Chillo Bastian.

- Quería poner el guardaropa entero de los tres y nada le gustaba, amenazó con ir de compras porque no había nada apropiado para el lugar.- Protestó esta vez Byakuya.

- Afortunadamente el Duque, el demonio Abigor llego y calmo a Thalasse, dejandonos venir. - Suspiro Bastian.-De todas formas hizo que nos trajeramos llenos los baules.

 

Sonrei. Thalasse siempre había sido muy estricta en cuestión de moda y aun asi no lograba hacer buenos cambios en mi.

 

Cuando llegamos a la suite, sin que nadie lo notara y esperando que a Mack no le importaba, hice un pequeño encantamiento para que se viera el número 666 en vez del número original. Ese número me gustaba.

 

La suite parecía un pequeño departamento, con tres habitaciones y un enorme cuarto de baño. Los muebles se veian bastante comodos y le agradeci al elfo.

 

Una vez que desapareció y viendo que los niños jugaban con los elfos, me fui a acostar un rato en el sofa de la sala, esperando a que Mack se desocupara. Quería preguntarle si me dejaría regalarle a los niños alguna mascota, pensaba en un micropuff para Sophie y quizas algún lobo o cachorro de león para Dereck.

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  • 1 mes más tarde...

"High Flights", el nombre de aquel lugar resonó en mi mente al leerlo en aquel pergamino en donde venian anotadas las asignaciones de trabajo que tendría en aquella ocasión, al parecer se trataba de un lugar dedicado al turismo, quizás fuera el nombre curioso, aunque aún más curiosa era su ubicación, curiosa y complicada no sabía como llegar al lugar a tal grado fue aquello que tuve que solicitar un mapa el cual simplemente complicó las cosas, pues aunado a mi sentido de orientación y mi poca capacidad de leer mapas, sobre todo la última, resultó peor que haber ido sin saber nada.

 

Aunque el hecho de perderme había valido la pena al aparecer finalmente en aquella isla, era simplemente magnífica, un lugar lleno de naturaleza e incluso parecía un tanto soñado. Comenzé a caminar por el lugar, era mucho más grande de lo que a simple vista podía parecer pero finalmente di con un Hotel-Castillo, al entrar en el me dirigí a la recepción y me encontré con un elfo el cual al verme habló con su chillona voz:

 

-Buenos días señorita, bienvenida Parque Natural de Criaturas Aladas High Flights, ¿en qué le podemos ayudar?

 

-Buenos días, Addison Evanik, quisiera hablar con uno de los dueños, soy la guardiana que ha sido asignada a este a lugar y me gustaría que estuvieran informados.

 

El elfo asintió y se alejó con una reverencia en busca de sus amos.

 

****

Off: ¡Hola! Bueno Mackenzie te puedo pedir el favor de que pongas una de las insignias del WIB en el primer posteo? te lo agradeceria mucho *-* te dejo el link de las imagenes, coloca la de tu agrado(?)

 

[center][imghttp://i33.photobucket.com/albums/d73/ASpinnet/Mort/2r3ed1s.png[/img]
[img]http://i33.photobucket.com/albums/d73/ASpinnet/Mort/2vs5hmw.png[/center]

 

Gracias y saludos :3

 

 

 

 

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  • 2 semanas más tarde...

Tenía mucho que no había ido al negocio de Mack, así que ese día me arme de valor para ir. Recordaba que los niños se habían quedado con ella desde mi última visita y extrañaba a los tres, además de que quería cumplirle la promesa a Sophie.

 

Había ido al Magic Mall, con intención de encargar un Aethonan, definitivamente prefería eso a una escoba a un carruaje, aunque como todo, no era nada seguro. esperaba poder montar en uno de esos ejemplares que tenía mi sobrina en su local. Buscaba un Aethonan, no importaba el color en si, sino uno con el que pudiera aprender.

 

Si no lo lograba, cuando me llegara la nueva mascota pasaría a ser parte de ^High Flights^, si lo aceptaba.

 

Aparecí en la recepción del hotel-castillo, el cual era precioso.

- ¿Hola? - Pregunté, al parecer no había nadie en ese momento. Pasee mis ojos cafés por el lugar, nerviosa.

 

¡Claro! Mack era Malfoy y sabía que había una fiesta en su mansión. También había recibido una invitación y sería de mal gusto no ir, por mas que no conociera mas que a unos cuantos. Suspire, descansaría unos segundos e iria a la fiesta.

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Montaba a Rigel, el imprevisible y fogoso Abraxan de siete años. Volaban no muy alto, atravesando paisajes encendidos de púrpuras, violetas y dorados del más hermosos atardecer. Mackenzie se deleitaba en aquella belleza como si hubiese pensado que jamás volvería a verla. Se sentía más viva que nunca, más hermosa que nunca, como si ella misma formase parte de aquel paisaje que la casualidad había puesto ante ella. Sentía que el mundo era de ella y ella del mundo. Nunca se había sentido tan plena ni tan completa.

 

De pronto, Rigel dio un giro hacia el este y bajó en picado hacia un valle cortado por abruptas montañas. La oscuridad empezó a caer sobre jinete y criatura y el corazón pareció querer salir del pecho de la bruja tanto por la tristeza de haber perdido, de pronto, aquella sensación de plenitud, belleza y vida, como por la velocidad con la que Rigel se precipitaba hacia un abismo oscuro y escarpado. Tiró de las riendas, tratando de controlar al abraxan, pero Rigel siguió bajando, haciendo caso omiso de la orden de la bruja. Iba a caer, moriría allí mismo, sin nadie en muchas millas que pudiera curarla.

 

La imagen cambió en su mente. Ahora montaba a Sirio, el hermano de Rigel, tan poco parecido a él, a pesar de que compartiesen aquella bella capa de color palomino y la blanca y sedosa crin. No podía comprender porqué se sentía triste. Quizás fuese por esa oscuridad que los rodeaba. ¿Dónde estaba Rigel? ¿Qué había sido de él? Sirio volaba mucho más alto, por lugares donde cualquier señal de vida era una añoranza. Era una noche oscura y sin luna.

 

Quería llorar, aunque no sabía muy bien porqué. Recordaba aquel atardecer como si hubiera sucedido mucho tiempo atrás, aunque sabía que no había pasado tanto. Sin embargo, tenía la sensación de haberse bebido de un trago toda aquella belleza y plenitud, de haber apurado los últimos rayos de luz, hasta agotarlos y perderlos para siempre. Quizás, aquel había sido el último atardecer del mundo y ya no quedaba más luz en él.

 

Empujó las riendas de Sirio hacia abajo, conminándole a obedecer sus órdenes. Y el alado obedeció y comenzó a bajar. ¿Realmente estaban bajando? En aquella oscuridad, resultaba difícil distinguir si bajaban o subían. Sobresaltada, azuzó al abraxan, haciéndolo volar todo lo deprisa de lo que el tranquilo caballo alado era capaz. Tenía que saber dónde estaba, necesitaba saberlo.

 

Le pareció que pasaban los minutos con una lentitud angustiante. Y luego le pareció que habían pasado horas y hasta días, quizás meses, navegando en aquella oscuridad en donde el vacío era el amo.

 

Finalmente, perdió la esperanza de encontrar el día y, reclinándose sobre la suave crin del abraxan, se rindió a la noche eterna que la rodeaba.

 

- Dormir... ¡Tal vez soñar! - Recordó las palabras de Hamlet-. Si al menos la muerte no nos hiciera tan cobardes, si pudiéramos pensar que nada hay detrás de esa lúgubre frontera, que sólo el sueño nos aguarda y dejar de ser, dejar de existir. To be or not to be, he ahí el dilema.

 

Cerró los ojos, tratando de abrazar el sueño.

 

Y despertó.

 

Mackenzie se incorporó en la cama, con el corazón acelerado y la frente empapada en sudor. Había estado soñando, comprendió. Desorientada, caminó hacia un balcón que tenía las puertas abiertas a la fría noche.

 

Estaba tan oscuro como en su sueño, aunque acertó a divisar el lago que rodeaba High Flights. No se había dado cuenta de que estaba en el Parque Natural, hasta aquel momento. Tampoco aquella noche tenía luna y le pareció que no faltaba mucho para el amanecer. Quizás fuese por aquella oscuridad que aún la rodeaba.

 

- El momento más oscuro de la noche es antes del amanecer –sonó una voz a su espalda.

 

La Malfoy se giró en redondo, muda de asombro y con los ojos inundados de lágrimas, al reconocer aquella voz. No podía creer que él estuviera allí, junto ella. ¿Era un sueño? Y, sin embargo, parecía tan real.

 

- Mi amor… -Se abalanzó a sus brazos, casi riendo, con una mezcla indefinible de emociones palpitando en el alma. - ¡Te he echado tanto de menos!

 

Se besaron con la pasión de dos amantes que se han deseado mucho tiempo, se abrazaron con la ansiedad de quien sabe que la felicidad está reservada para un único instante en toda una vida.

 

Lo miró a los ojos y le acarició aquel cabello tan negro y brillante que le llegaba por los hombros. Retiró sus ropas despacio, aprovechando para acariciar aquel cuerpo del que sus manos no se alcanzaban a saciar. Le estorbaba aquel cinturón que ceñía sus pantalones y, al bajar la vista para prestar atención a la hebilla, sonrió y lo retiró de la cintura de su amante, dejándolo con cuidado sobre la mesita de noche. Él la giró de espaldas para besarle el cuello y los hombros, mientras desabrochaba la blanca camisola, que cayó de un golpe a los pies de ella.

 

En el cristal de la balconada sus dos siluetas se recortaban con el clarear del día. Estaba empezando a amanecer.

 

Cuando la tomó en brazos para llevarla a la cama, su cuerpo reclamaba el de él con tanta fuerza que no pudo por menos que gemir desesperada. Luego, olvidado cualquier recato, se dejaron llevar por la danza del deseo hasta quedar exhaustos. Abrazados, el sol despuntó en lo alto. Mientras ellos dormían.

 

*****

 

- Ama Mackenzie, son casi las doce de la mañana. ¿Se encuentra enferma? –Era Turku, el jefe de la plantilla de elfos de High Flights.

 

- ¿Turku? ¿He dormido todo el día? –Mackenzie se sentía desorientada-. ¿Dónde está él?

 

- ¿A quién se refiere Ama? No ha venido nadie, todo el mundo está en la fiesta de la Malfoy. –El elfo vaciló- En realidad, sí vino alguien, su tía Katara estuvo por aquí y preguntó por el Ama Mackenzie, pero se marchó a la fiesta.

 

Mackenzie miró las sábanas de seda que todavía la cubrían. Llevaba puesta la camisola blanca de dormir y la ropa de cama estaba impecable, ella apenas se movía cuando dormía. ¿Había ocurrido de verdad aquel encuentro o tan solo había sido un sueño? Recordó que él pertenecía al mundo de los sueños, que jamás sería suyo, realmente suyo.

 

- Está bien, Turku. Gracias por despertarme. Dile a Alfred que me tiene que poner al día de todo lo que ha pasado en el Parque durante mi ausencia. Me mandó una carta para decirme que, por fin, habían dado señales de vida los del WIB, aunque no parece que hayan instalado todo aquel dispositivo de seguridad que prometieron. ¡Y pensar que aún se atreven a reclamar los luminosos! Más les vale cumplir su parte del contrato, si quieren ver sus cartelitos en la entrada de High Flights.

 

Mackenzie parecía hablar sola, repasando todo lo que tenía que hacer. Llevaba tiempo sin pasar por su negocio y, aunque se fiaba de Alfred, ya era hora de supervisar un poco lo que hacía ese bohemio tarado.

 

Turku abandonó la estancia y la bruja se preparó para tomar una ducha. Por alguna razón, se sentía extrañamente húmeda. Seguramente, había tenido algún mal sueño durante la noche. Sonrió, mirándose en el espejo. No, realmente, no todo habían sido malos sueños.

 

Algo la sobresaltó. Sus ojos no eran verdes, sino castaños, casi negros, y su figura no era tan esbelta como siempre. De hecho, era bastante bajita. Sin poderlo remediar, gritó frente al espejo, tirando el frasco de jabón que llevaba en la mano. ¿Qué le había pasado a su aspecto? Aquella no era ella. Su cabello también era algo más oscuro y sus facciones eran más redondeadas.

 

Pensó que aquel espejo había sido embrujado y salió del baño para mirarse en el pequeño espejo que había junto a la mesita de noche. Y allí, doblado con esmerado cuidado, estaba su cinturón, con aquella hebilla tan peculiar, que relucía con la luz del sol.

 

Murmuró su nombre, aquel nombre que tan bien sonaba en sus oídos y por el que pocos le habrían reconocido. Después de todo, sí había estado allí.

 

Un recuerdo le vino a la mente mientras reconocía a la mujer que se reflejaba en el espejo, aquella que no era ella o que tal vez sí lo era. ¿Estaba desarrollando tardíamente la metamorfomagia?

 

- … cuidarte en la distancia y abrazarte en mis pensamientos –escuchó su voz desde el fondo de su mente.

 

Sonrió mientras se peinaba en el espejo y, de pronto, comprobó que había recuperado su aspecto habitual. Sus ojos volvían a ser verdes y miraban desde un rostro ovalado de facciones serenas.

 

- Siempre estás en mis pensamientos –murmuró, sonriendo.

 

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El elfo doméstico regresó indicandome que su ama no se encontraba disponible para atenderme, así que le indiqué que recorrería el lugar y revisaría que todo estuviera en orden si no le incomodaba, este asintió, aunque aseguro que la zona era bastante amplia y quizás tardaría un poco más. Me quedé dubitativa por un momento y decidí en primer lugar recorrer el hotel-castillo.

 

Comenzé por el piso de abajo, dirigiendome a donde habitualmente se encontraba todo el equipo de seguridad, revisaría que todo se encontraba en orden, pero mayor había sido mi sorpresa al encontrarme con el hecho de que no todo el equipo se encontraba instaldado. Solté un bufido y comenzé con mi labor, no sin antes informandole al elfo doméstico, con unos cuantos movimientos de varita terminé después de un rato de instalar aquello por todo el lugar. Miré las cintas y las imágenes, todo funcionaba perfectamente bien.

 

Salí del hotel-castillo despues de dar una ronda y asegurarme de que todo se encontrara en orden para pasar al campo abierto. Una lechuza apareció volando y se dirigió hacia donde yo estaba, parandose sobre mi brazo, acaricie a la lechuza y saludé a Galileo, agradeciendole haber llegado, pues aquel animal fiel me ayudaría en aquel momento, comfiaba completamente en él.

 

Le indique que recorriera el lugar y lo encontraría más tarde, dandole órdenes explícitas de que lo vería mucho más tarde pues daría una vuelta, la habia llamado pues dudaba terminar de recorrer yo sola aquel lugar así que este me serviría de ayuda. Galileo se alejó volando y yo retomé mi camino cuando la perdí de vista. Más tarde el animal llegó a mi brazo sin darme señal alguna de encontrar algo anormal así que la acaricie y prometí en mi mente darle algún premio en cuando llegara a casa.

 

Me dirigí de nuevo a la edificación para informarle al elfo doméstico que todo se había encontrado en orden y el equipo correspondiente se había terminado de color y funcionaba bien, además de que el lugar se encontraba en orden. Sabía que la criatura le infomaría a su ama y sin esperar más di media vuelta y desapareci del lugar.

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Alfred esperaba a la dueña de High Flights en su oficina leyendo un ejemplar de una revista especializada en dragones. Últimamente, por la noche se oía rugir a los dragones, desde lo alto del Pico de la Muerte, como nunca antes lo habían hecho. Le tenían preocupado. La visita a los dragones era una de las más atractivas del Parque Natural, aunque a él realmente eso le traía sin cuidado. Lo que verdaderamente le importaba era que algo estuviese alterando a los dragones de High Flights. Hasta entonces, el Parque había sido un excelente hábitat para ellos. Tal vez fueran aquellos malditos turistas.

 

Mackenzie se retrasaba. ¿Dónde se habría metido aquella maldita mujer? Aún no acertaba a comprender porqué había aceptado su fastidioso encargo de regentar su negocio.

 

Tomó su pipa y la cargó de tabaco de Gales, uno de sus preferidos. No iba a impacientarse, tenía lectura para rato. Colocó sus botas de montar encima de la mesa escritorio y reclinó la cabeza hacia atrás en el respaldo de la silla, deleitándose en el humo del tabaco. El sol que entraba por la ventana le doraba los cabellos que, como siempre, llevaba recogidos en una coleta. Cerró los ojos y se concentro en el problema de los dragones.

 

De pronto se abrió la puerta y apareció ella. Vestía una túnica violeta y llevaba su largo cabello castaño recogido en una coleta alta. Aquellos ojos verdes lo miraban con una intensidad desacostumbrada.

 

- Esto estaba en mi habitación, Alfred. No sé a quién diablos has dejado entrar a mis aposentos, pero más vale que lo tires. Me hace daño a la vista. - La Malfoy extendió la mano hacia Alfred portando un extraño cinturón que agarraba con la punta de dos dedos, como si no quisiera tener mucho contacto con él.

 

Alfred se sobresaltó. En los brazos de la bruja había sangre.

 

- ¡Estás herida! ¿Qué ha pasado? - Se puso de pie de un salto y avanzó hacia Mackenzie para examinarle las heridas. Tenía unos pequeños pero profundos cortes en el antebrazo izquierdo.

 

- No es nada. - Ella apartó bruscamente el brazo que el otro le examinaba y, al hacerlo, una daga cayó al suelo, procedente del bolsillo de la bruja, que rápidamente se apresuró a recoger y a guardar de nuevo en el interior de su túnica.

 

- Déjame que te cure. - Le instó Alfred, mirando a la daga y, acto seguido, a los ojos de la bruja, que se apartaron de él.

 

- No quiero que me cures -su voz sonó desesperada- lo que quiero es que tires esta cosa -volvió a señalar al cinturón. Los rayos de sol se posaron sobre el grabado de una poderosa criatura que portaba la hebilla.

 

Alfred tomó el cinturón y lo colocó encima de su mesa. Poco después apartó un sillón y le ofreció asiento a Mackenzie mientras él se sentaba en la butaca de al lado. Dudaba si comenzar a hablar. Tenía muchos asuntos de los que poner al día a Mackenzie, pero la bruja parecía alterada. Se preguntó si la preocupación que se reflajaba en su rostro era consecuencia de su nuevo cargo de Viceministra. El poder engendra soledad -pensó el mago-. A su manera, ella siempre había sido una chica solitaria. Quizás era eso lo que los unió cuando apenas eran unos niños. Por un instante, sonrió complacido al recordar aquellos años de la infancia.

 

- ¿Qué te pasa Mack? ¿Estás bien? - Alfred la tomó de la mano, como siempre hacía en otro tiempo, cuando sabía que bastaba ese simple gesto para devolver la sonrisa al rostro de la bruja, por más problemas que la preocuparan.

 

La Malfoy guardó silencio. Por un momento, sus ojos se posaron en el objeto que descansaba en el escritorio del mago. Luego volvieron a Alfred.

 

- ¿Alguna vez te has preguntado porqué existe la magia? - Preguntó de pronto la bruja, haciendo dar un respingo al mago.

 

- Supongo que todos nos lo hemos preguntado alguna vez - sonrió, tratando de restar importancia a la pregunta, para añadir con algo de sorna - pero no todos somos expertos arqueomagos con acceso a tan alto y secreto conocimiento.

 

- No te burles - Mackenzie lo miró duramente-. Dime, ¿te has preguntado como afectaría a nuestras vidas si de repente desapareciera la magia?

 

Alfred enarcó una ceja mirando a la joven. Realmente, Mackenzie estaba muy rara. Observó que la bruja volvía a mirar aquel cinturón, cuya hebilla extrañamente había comenzado a destellar. ¿Qué era aquello? ¿Un encantamiento? ¿Estaba aquel objeto encantado o, peor todavía, maldito? ¿De dónde lo había sacado Mackenzie?

 

- Ya basta, Mack. Tenemos muchas cosas de que hablar. No sé cuál es tu juego, pero déjalo ya.

 

- ¿Cómo podría dejarlo? ¿Cómo podría hacer que todo esto desapareciera de pronto?

 

El mago no comprendió las palabras de la bruja ni tampoco le preocupó no hacerlo. Cuando ella había terminado de pronunciar la tercera pregunta, de la hebilla del cinturón habían partido tres fulgurantes rayos que los dejaron a ciegas. Lo último que vio fue la esfinge grabada en el centro de aquel poderoso haz.

 

- ¿Qué ha pasado? -Preguntó Alfred en cuanto pudo recuperar la visión.

 

- ¿Pasado? ¿A qué te refieres? - La mirada de Mackenzie le pareció diferente. ¿Acaso aquellos hermosos ojos verdes habían perdido su intensidad? En realidad, todo parecía menos brillante. La luz era más apagada. Hasta los cuadros de las paredes habían dejado de moverse. ¡Un momento! No es que hubieran dejado solamente de moverse, es que parecían ¡no tener movimiento alguno!

 

Cerró y abrió los ojos con incredulidad. Mackenzie lo miraba extrañada.

 

- ¿Alfred? ¿Te pasa algo? Me encuentro rara con estas ropas. No sé porqué voy vestida así. Creo que iré al hotel a ponerme unos tejanos.

 

La Malfoy abandonó la oficina y, sin decir una palabra, el mago caminó detrás de ella, saliendo al exterior del Parque. El corazón le dio un vuelco al mirar hacia las cuadras. ¿Dónde estaban los caballos alados?

 

Se apartó de la joven, que seguía en dirección al hotel, y corrió hacia el cercado donde había dejado a Acrux pocos minutos antes. Allí no había ningún alado. Lo llamó, pero el alado no apareció. Llamó a otros alados, pero ninguno parecía estar por allí. De pronto, comprobó con horror que los rugidos de los dragones que tanto le habían preocupado durante semanas, habían cesado.

 

- ¡Turku! ¡Turku, ven! ¡Rápido! - Llamó al jefe de la plantilla de elfos. Pero tampoco éste apareció. ¿Cómo era posible? ¿Cómo era posible que un elfo no acudiese a la llamada de su amo?

 

Tenía que investigar lo que ocurría. Sino había alados, tendría que utilizar la aparición. Giró sobre si mismo, encontrándose en el mismo sitio. ¡Diablos! Lo intentó otra vez. Nada.

 

¿Qué era aquello? ¿Qué estaba sucediendo? Con desesperación sacó su varita del bolsillo. Al tocarla, ya no le quedaron más dudas de lo que había ocurrido. La magia había desaparecido de High Flights.

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En un mundo sin magia...

 

(Rol de la clase de Conocimientos de Estudios Muggles)

 

 

La luz era demasiado intensa, no había tenido la precaución de cerrar las cortinas por la noche y ahora el sol en la cara me molestaba. Abrí los ojos, inquieta. El olor era diferente. ¿Desde cuándo se sentía el bramido del mar desde la "Ojo Loco". Entonces recordé. Estaba en Dover, una ciudad costera, junto a mi prima Eledhwen. Me giré hacia la otra cama y la encontré vacía.

 

-- ¿Eledhwen?

 

Sentí un ruido en el lavabo y sonreí. Mi prima seguro que estaba investigando el mundo muggle y se debía de estar preguntando para qué servían muchas de las cosas que veía.

 

Me levanté de la cama y busqué mi varita para... Prohibido usar varitas. Retiré manualmente las mantas y las doblé de manera que quedaran a los pies de la cama, recogidas en orden, por si acaso el servicio del hotel era quejica y protestaba por lo sucias que eran las turistas de la 205.

 

-- ¿Has visto que día más bonito hace hoy? Tenemos una gran excursión por delante. Mira: ahí fuera hay un mundo sin magia que nos espera.

 

Abrí la mochila y saqué un jersey oscuro de cuello alto y metí dentro la ropa del día anterior. Ya tendría tiempo de lavarla cuando volviera a Ottery.

 

-- Planes del día: bajaremos al pueblo. Allá buscaremos el Ferry que va a los acantilados de... Espera, que no recuerdo el nombre.

 

Busqué en la mochila la guía y encontré enseguida el nombre.

 

-- Sí... White Cliffs o Acantilados Blancos. ¿Crees que podremos ver Francia? Hoy el día es claro. Después comeremos en algún restaurante del paseo marítimo y por la tarde podremos ir al castillo, y a diferentes museos.

 

Sentí un gruñido, aunque sin estar segura si era por nuestra ruta turística o porque no sabía cómo cerrar el grifo de la ducha.

 

-- Bueno, es tu excursión, así que pasaremos la tarde donde quieras -- claudiqué.

 

Y me calcé las zapatillas de deporte. Ya estaba lista para salir a disfrutar del día en aquel pueblecito.

 

-- Eh, prima, ¿puedo entrar a peinarme?

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