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^ High Flights ^ (MM B: 87651)


Mackenzie Malfoy
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Cada vez se sentía más extrañado. ¿La madre de Mackenzie no estaba al tanto de las extravagancias de su yerno? Aquello era imposible. ¡Pero si eran la comidilla de toda Inglaterra! Alfred sabía que Mackenzie quería divorciarse, pero Boss no le daba las suficientes garantías de no acercarse a ella y a sus hijos. Mientras tanto, se dedicaba a coleccionar conquistas femeninas y a poner en ridículo a la primogénita de los Malfoy.

 

Alfred no podía evitar sentir un cierto grado de regocijo. Se lo tenía bien merecido. Sabía que a la larga, Mackenzie saldría de ésta como siempre había salido de todas, sin cicatrices, sin culpas y sin canas. La madurez y los problemas de la vida sólo habían conseguido hacerla más fuerte y hermosa. Suponía que era esa fe ciega en la capacidad de Mackenzie para salvar cualquier problema, por difícil que éste fuera, lo que le permitía regocijarse porque ahora sufriera las consecuencias de aquel nefasto y caprichoso matrimonio, sin sentirse culpable por ello.

 

Le mostró a la Primera Dama la Suite Presidencial y bajó las escaleras para encontrarse con la Señora Potter Blue, cabeceando todavía extrañado por las últimas palabras de Mistify Malfoy. ¿Qué estaba pasando? Por un momento, le había parecido que ni siquiera recordaba a su hija.

 

- Buenas tardes - saludó Alfred al entrar en la sala en la que esperaba Sagitas- Soy Alfred, el encargado del parque. En estos momentos, Mackenzie Malfoy no se encuentra aquí, pero si es tan amable de explicarme lo que la trae por aquí, tal vez yo pueda ayudarla.

 

Se sentó en un sillón orejero y le pidió a un elfo que trajera un servicio de café y bebidas, junto a algunos aperitivos. Instintivamente se llevó la mano a la pipa que guardaba en un bolsillo de su chaqueta de cuero, pero después volvió a guardarla. Quizás a la Señora Potter Blue no le agradara el humo del tabaco.

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Mi vena de payasa asomó a mis ojos en cuanto noté que aquel señor elegante y orgulloso del cuadro me seguía con su mirada. Le había saludado cortésmente, al fin y al cabo si estaba allá colgado sería porque era de la familia, o alguien importante. Pero su tono seco y altivo, con cierta complacencia en su voz, me despertó la picaresca. Seguro que si le ponía un bigote oscuro y una perilla… En mi mente se dibujo la escena y sin pensarlo mucho saqué mi varita.

 

Sin embargo no tuve tiempo de pensar en un Flagrate o en un hechizo que le hiciera la broma. Sentí pasos y detuve el ademán de subirme a los cojines de aquel cómodo sofá para estar más cerca del susodicho, que seguro entrevió la acción ya que gesticuló indignado ante mi actuación. Sonreí. Tal vez yo también tuviera que acudir a un cursillo de buenos modales.

 

La puerta se abrió y me pilló alisándome la falda del traje chaqueta y escondiendo mi sonrisa pícara hacia el personaje del cuadro, que se había dado la vuelta para ignorarme.

 

-- Buenas tardes, Sr. Alfred – le contesté, sin perder la compostura que había conseguido alcanzar.

 

Esperé a sentarnos y a que acabara de pedir un tentempié que, por cierto, me vendría bien. Había venido con el estómago vacío y un café me sentaría de maravilla.

 

-- Es un placer hablar con usted. La señorita Mackenzie Malfoy ya me informó en su día de que tiene puesta toda su confianza en usted para llevar este negocio así que para mí no será ningún problema tratar con Usted del tema de la colaboración que tenemos pactada.

 

Sonreí satisfecha, se me estaba dando bien hablar con propiedad.

 

-- Espero que su ausencia no esté motivada por el problema con su madre, Lady Malfoy. He seguido con atención todo lo que se ha escrito de ella en El Profeta. ¡Pobre mujer! Espero que enseguida se mejore del susto que le dio ese elfo. ¿Es verdad que está enferma? La conocí en su día y me dio la sensación de que era fuerte y decidida. Seguro que enseguida se recupera. ¿Vio la foto semidesnuda que le sacaron? Tiene una espalda muy linda. ¡Y ese abrazo…! Yo creo que tiene suerte en…

 

Carraspeé. El ceño fruncido de mi interlocutor me mostró que ahora ya no estaba siendo decorosa en mis comentarios. Se había detenido con media pipa escondiéndose en su bolsillo. Carraspeé por segunda vez.

 

-- Esto… No me molesta el humo… Si quiere fumar, claro… En el Circo tenemos un enano que se pasa el día con la pipa en la boca. Quiero decir que … si quiere… puede… eso…

 

Me restregué la palma de las manos en la ropa. Ya había perdido la entereza con la que había entrado y estaba dando una pésima imagen de mí misma.

 

-- Sólo quería decir que me hubiera gustado saludar a la Srta. Mackenzie. Y a su madre, Lady Malfoy -- murmuré, mirando hacia abajo como si algo del suelo atrajera mi atención.

 

Y para que no pensara que era boba (que así me sentía) hice aparecer los documentos que traía, sacándolos del bolso que había dejado en el suelo. Así parecería que mi mirada caída no era por vergüenza sino por la búsqueda del papeleo.

 

-- En fin… Le traigo pergaminos. Tengo apalabrada una familia con cuatro hijos y un “Demiguise”. Vienen desde Francia y quieren pasar un mes en el pueblo de Ottery. Me han pedido que al menos una semana puedan estar hospedados en el hotel y que los niños aprendan a montar a caballo… alado…

 

Le dirigí una sonrisa y le pasé los pergaminos para que los ojeara. Mientras, acerqué con la pierna el bolso que había quedado desmadejado al lado de la silla. Me pregunté si las normas sociales indicarían algo de poner el bolso en el suelo, si sería de mal gusto. Yo, por lo contrario, lo encontraba práctico.

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Alfred sonreía pocas veces, pero sus ojos emitieron un brillo especial cuando abrió la puerta y se encontró a Sagitas alisándose la falda y con una sonrisa culpable en el resto. Fingió no darse cuenta.

 

- Buenas tardes, Señora Potter Blue. ¿O es señorita? - Se inclinó para besarle la mano a la bruja. Llevaba un elegante traje de chaqueta y la falda era lo suficientemente segurente como para mostrar unas altas y bien torneadas piernas. Se la había figurado más seria, pero ahora que aún conservaba el aire risueño e inocente de quien acaba de cometer una travesura infantil, le pareció deliciosa. Tenía un aire cómico y bohemio que a Alfred le llamó poderosamente la atención. Con un poco de suerte, no tendría que atender a otra encopetada dama de la alta sociedad de Ottery. Eran insufribles.

 

Las palabras comenzaron a salir como un torrente de la boca de Sagitas, sin dar ninguna muestra de reserva. Aquello le gustó aún más que la sonrisa pícara del principio. Por fin alguien hablaba sin medir sus palabras. La sinceridad era un bien escaso en un universo lleno de hipócritas.

 

El gesto de Alfred se ensombreció, sin embargo, cuando Sagitas comenzó a hablar de Lady Malfoy. Al principio, había recibido sus palabras con socarronería, pensando que hablaba de la otra Lady Malfoy y sus problemas con el impresentable play boy de su marido. Pero cuando comentó lo del elfo, comenzó a dudar. Y al hablar de enfermedades y espaldas semidesnudas, tuvo la certeza de que se estaba refiriendo a la Primera Dama y no a su hija. Aquello le preocupó. ¿Qué le estaba pasando a la madre de Mackenzie? ¿De verdad estaba enferma? Tal vez aquello explicara la actitud tan extraña que acababa de observar en la Primera Dama.

 

Sagitas comentó que no le molestara que fumara y él aprovechó para encender su pipa, mientras ella continuaba hablando. El humo del tabaco le relajaba y le permitía pensar con claridad.

 

- Una familia con cuatro hijos y un demiguisse - anotó Alfred en una pequeña libreta de notas que llevaba siempre en su bolsillo- lo habrá ningún problema. ¿Ha dicho una semana? Perfecto, eso les permitirá hacer un circuito completo por el parque. Le preparé el itinerario y se lo llevaré a la agencia, para que lo pueda comentar con sus clientes. Supongo que querrán ver los dragones y la reserva de Sílfides. Veré si puedo tener a punto también una visita a la colonia de hadas, eso suele gustarle mucho a los niños. ¿Para cuando tienen prevista la llegada?

 

Alfred iba anotando todos los datos en su libreta y los repetía en voz alta, tal vez para fijarlos en su memoria. Cuando hubo terminado, se quedó mirando a la bruja unos instantes. Tenía unos lindos ojos. Si ella no hubiera hablado sin reservas, tal vez no se hubiera atrevido a preguntar, pero estaba seriamente preocupado y ella le ofrecía confianza.

 

- Si no es una indiscrección, quisiera preguntarle acerca de lo que ha comentado de Lady Malfoy. Estoy más pendiente de mis caballos y el parque que de leer El Profeta. Lo cierto es que he visto una actitud extraña en Lady Malfoy, pero no sabía que tuviera problemas. ¿De verdad está enferma? ¿Qué ha sucedido?

 

Bebió un sorbo de una taza de café y aspiró de nuevo el tabaco de su pipa. Sagitas parecía seriamente preocupada.

 

- Por lo que me dice, conoce a Lady Malfoy. Tal vez la Primera Dama quiera disfrutar de un rato de charla. ¿Quiere que le vaya a preguntar? Y respecto a Mackenzie, si se queda un rato, tal vez pueda hablar con ella. La Primera Dama también quiere hablar con ella, así que tengo intención de ir a buscarla. Creo saber donde está. -Hizo una pausa, deleitándose en la atención que Sagitas ponía a sus palabras-. ¿Sabe? Por un momento, me pareció que Lady Malfoy no recordara a su hija. ¿Cree que esté tan enferma que la haya podido olvidar?

 

Esperó las palabras de Sagitas. Tal vez fuese una buena idea que ambas mujeres hablaran. De paso, él podría ir a buscar a Mackenzie. Las cosas se estaban poniendo cada vez más feas. Y, afuera, amenazaba tormenta.

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-- ¿Hay una reserva de Sílfides? -- exclamé, interrumpiendo al hombre. -- Eso sí que ha de ser chulo... Quiero decir que suena una excursión muy interesante e... instructiva el enseñarles las Sílfides.

 

¿O era los Sílfides? Leñe, tenía que procurarse uno de ellos, o una de ellas, por si servían para hacer un numerito en el Circo. Cuando llegara a casa tendría que ir a "requisar" alguno de los libros de su hermano, el director del Dtpo. de Criaturas, para ver qué tipo de "X's" tenía.

 

Aún pensando en esas criaturas y maravillándose de todas las posibilidades que podían ofrecer a la parejita con hijos que había encargado la excursión (inflaría la factura, en un 10 o en un 15% del presupuesto inicial) escuché a medias que Alfred me hablaba y me hacía preguntas.

 

-- ¿Qué..? -- le dije volviendo en mí. -- ¡Ah, sí...! Quieren venir a finales de marzo, del 20 al 20, un mesecito en el pueblo. Pero no me han dado fecha para venir aquí. Podemos darle la segunda o la tercera semana, por si se lo pasan tan bien y quieran prolongarla. Yo me puedo comprometer a cansarlos la primera semana con muchas visitas y compras, de manera que cuando lleguen aquí alaben la tranquilidad de High Flights y prolonguen unos días más de los acordados la visita. Y si podemos ofrecerles tantas maravillas como me ha descrito seguro que podríamos hasta conseguir que decidan estar dos semanas. Eso incrementaría los beneficios en ambos negocios, ¿no cree? -- y se me escapó una risilla que no pude ocultar.

 

Suspiré. No podía evitarlo, no sabía ser discreta ni encontrar las palabras justas ni la oración breve. Iba en contra de mi naturaleza. Y en cuanto habló de Lady Malfoy cualquier tipo de decoro y mesura en mis palabras desaparecieron en el aire.

 

-- ¿Que no sabe nada de lo que ha sucedido? -- Sin darme cuenta me senté cómodamente en la silla y crucé las piernas, no en un acto de picaresca femenina sino como la persona que habla con alguien de secretos, susurros y rumores en torno de otra persona. -- Lady Malfoy, la mujer del Primer Ministro, la Primera Dama, vamos... fue vista desnuda en el Ministerio.

 

Y acentué la bomba de la noticia con varios asentimientos de cabeza. Tomé sonriente un azucarillo de sobre la bandeja de plata que un elfo había dejado en la mesa antes de desaparecerse. Ni recordé el echarlo con cuidado y remover con ligereza la taza de café, ni sostenerla con soltura ni nada de lo que se suponía debía hacer una dama. Yo estaba más preocupada en soltarle todo lo que sabía sobre Misty Malfoy.

 

-- Dicen que sólo llevaba una toalla encima, de calidad, oiga, de esas que sólo los Malfoy utilizan, con el escudo de armas bordado en el centro. Y no crea que me lo invento, no. -- Dejé la taza que había vaciado de un trago encima de la bandeja con un ligero golpe que ni advertí. -- Mi elfo Harpo mantiene digamos relaciones con la Elfina Valentina, quien se encarga de la limpieza de la sala de los Altos Mandatarios en el Wizengamot. bueno, no es que sea una relación oficial ni nada, porque me temo que mi elfo es algo ligón y también sale con Feixac de mi cuñada Cye, del Dpto. de Juegos Mágicos y creo que también ronda a Taga, la elfina de Reena, la secretaria del SAW. Pues como le decía... Lady Misty apareció desnuda allá y se comportó de forma muy rara. Parecía enferma, desconcertada y todo le asustaba. Huyó de quienes se acercaron a buscarla. Dice Valentina que parecía estar muerta de miedo y que llegó, vete a saber cómo, hasta la Oficina de su marido.

 

Me acerqué al borde de la silla, casi rozando la mesa y apoyándome en la punta de mis pies.

 

-- Ayyy... Dicen que hubo un encuentro lindo de una novelita de romances entre Crazy y ella. El Primer Ministro arropó a su esposa entre sus brazos y la besó. Ohhh, lo que hubiera dado por ver eso. Tuvo que ser delicioso. ¿No lo sabía? Pero si es la comidilla de todos en el pueblo. Un periodista consiguió hacerle una foto, la que le dije, y Lady Malfoy es elegante hasta de espaldas y semidesnuda, se lo aseguro.

 

Volví a retroceder y a sentarme bien en la silla.

 

-- Después ya son todo rumores. Al día siguiente apareció la Marca en el cielo de la Mansión Malfoy. Imagínese el desconcierto de todos. Dicen que un elfo loco la atacó, robó la varita de alguien, del Primer Ministro o de alguien alto, y la secuestró. Dicen que apareció en la Mansión Gryffindor donde fue detenido. Después, una de sus hijas la devolvió a la Malfoy. Pero...

 

Miré a los lados y bajé la voz.

 

-- Dicen que ha desaparecido de nuevo.

 

Y di por acabada toda mi disertación, sin importarme si era o no muy adecuado todos los chismes que había soltado. Esperaba que no me tomara por una chismosa. Después me tocó a mí escucharle, apenas dos frases pero que me dejaron patidifusa.

 

-- ¿La Primera Dama se encuentra aquí? Claro que la conozco. Quiero decir... No soy amiga ni nada pero sí, hemos tenido contacto varias veces en circunstancias... desafortunadas...

 

Medité unos breves instantes.

 

-- Y ella me prestó su ayuda desinteresada. No estaría bien que no le devolviera el favor ahora que puedo hacerlo.

 

Miré al exterior. El cielo se había encapotado y ya no se veía la belleza que ocultaba.

 

-- Dicen que algo le hizo volverse amnésica. Tal vez un golpe, o un hechizo malintencionado. La verdad es que en mi opinión, la Señorita Mackenzie debería venir a ver a su madre. Si quiere, yo la entretengo con una charla hasta que venga. Puede confiar en mi, Señor Alfred, tengo un Circo y tengo don del espectác***. Seguro que la tengo divertida un rato mientras llegue.

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- Claro que sí, esta visita será muy provechosa para los dos negocios -contestó Alfred a la Potter Blue, mientras seguía anotando los datos que ella le daba en su pequeña libreta-. Créame, haremos todo lo posible porque se lo pasen bien. El parque ofrece muchas posibilidades a las familias, les llevaremos a montar en alados, a conocer las Highlands y hasta remar entre en el lago. Ya verá, se quedarán con la boca abierta cuando vean a los dragones y a las mantícoras. ¿Vé aquellos dos Picos con forma de alas allá arriba? -Alfred señaló con la mano, hacia las altas montañas que se divisaban a través del amplio ventanal- Pues allí mismo, hay en estos momentos una Quimera criando. No se separa de su cría en todo el día y no suele alterarse si se atraviesa la zona a una altura conveniente. Volar bajo por allí sería muy pelígroso en estos momentos.

 

Alfred se había emocionado ante la perspectiva de enseñar el Parque a los turistas. Bien era cierto que odiaba que Mackenzie hubiera convertido High Flights en una explotación turísitica, pero una familia, que además fuera a permanecer por allí una o dos semanas, no era lo mismo que la horda de turistas que solían llegar habitualmente y que acababan por alterar la quietud y la belleza del Parque, viéndolo deprisa y corriendo en una mañana y marchándose después como quien ha estado contemplando bellas fotografías durante una hora.

 

Cuando Sagitas pasó a hablar de la madre de Mackenzie, Alfred no pudo por menos que sentir lástima de aquella mujer a la que tanto había odiado. No le caían bien los Malfoy y arrastraba con quien ahora eran Ministro de Magia y Primera Dama, una vieja rencilla de carácter personal. Tal vez ellos ni lo recordaran, pero a Alfred le partieron el corazón cuando a los 17 años le prohibieron volver a ver a Mackenzie. Había sido su íntima amiga, incluso mucho más que eso. Ella lo había sido todo para él, hasta que un buen día, sus padres decidieron que él no era lo suficientemente bueno para ella. ¡Orgullosos, prepotentes y altivos, Malfoy! Tanto cuidar a su hija para que al final ella hiciera lo que le diera la gana, como siempre lo había hecho. Se tenían bien merecido tener que aguantar de yerno a ese auror con aires de play boy. Porque por muchos quemazos que tuviera el árbol familiar, lo cierto es que era su yerno y el padre de sus nietos.

 

Tras escuchar toda la historia, Alfred se debatía entre salir corriendo, alarmado, en busca de Mackenzie o quedarse un rato más con Sagitas, disfrutando de la agradable compañía de la bruja. Estaba encantadora, con las piernas cruzadas y ese gesto de complicidad en la mirada. A Alfred le gustaban las personas abiertas y sinceras, las que no escondían sus emociones ni se preocupaban por dejar demasiado al descubierto sus defectos. Le gustaban las chicas de carne y hueso, no las prepotentes señoritas que siempre querían aparentar más de lo que eran y hablar de lo que no sabían. Ya había tenido bastante de esas, necesitaba algo de aire fresco en las relaciones.

 

- Así es, la Primera Dama se encuentra aquí. Llegó un poquito antes que usted. - Alfred apuró la taza de café y decidió que sí sería una buena idea que las dos damas charlaran mientras él iba a buscar a Mackenzie. Además, si Mistify Malfoy estaba enferma o alterada o ambas cosas, tener a Sagitas allí podría ser de ayuda para que la Primera Dama no decidiera volver a marcharse antes de que llegara Mackenzie.

 

La noticia de que Sagitas era dueña de un circo terminó de aclararle muchas cosas a Alfred. Ahora entendía de donde venía el aire cómico y el espíritu bohemio de la bruja. Sí, definitivamente, aquella mujer podría ser de mucha ayuda.

 

- Voy a ir a buscarla y le preguntaré si desea charlar un rato con usted. De todos modos, Sagitas, -dudó un segundo- ¿podemos tutearnos? El caso es que no sé si Lady Malfoy tendrá ganas de visitas o preferirá descansar, pero en cualquier caso, preferiría que se quedara por aquí hasta que yo regrese. Si la Primera Dama ha estado vagabundeando por ahí, es mejor que alguien se mantenga cerca de ella, no vaya a ser que le de por marcharse otra vez y no sepamos dónde ir a buscarla.

 

Alfred se levantó de la silla y salió de la estancia. Al llegar a la suite presidencial, en la que se encontraba Mistify Malfoy, tocó con suavidad a la puerta antes de entrar.

 

- ¿Puedo pasar? -Preguntó Alfred con delicadeza desde el umbral de la puerta. - Hay una señora aquí que dice que la conoce. Se llama Sagitas Ericen Potter Blue. Si quiere charlar con ella un rato o jugar una partida de ajedrez o de cartas, mientras yo voy a buscar a Mackenzie, está en la salita al final del pasillo. Cuídese -añadió mientras salía- No tardaré.

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Mistify cerró la puerta tras ella sin dejar de admirarse por la suntuosidad de la habitación presidencial engalanada en tonos pasteles. Era majestuoso y a la vez confortable, armonioso. Sonrió al ver la gran cama matrimonial cubierta por completo con una colcha violácea y los doseles de formas sinuosas que se alzaban a los costados sosteniendo telas del mismo color. Era de película.

 

Corrió arrojándose sobre el colchón boca arriba, con los brazos estirados y mirando al techo. Tenía que ser un sueño y si no lo era, ¡pues le encantaba ser una Malfoy! Vivir como en un cuento de hadas, rodeada de magia, de su propio príncipe azul y estos lugares de ensueño que poco a poco iba descubriendo. Y si esto era el principio ¿qué mas habría?

 

Se incorporó. Le hubiera gustado traer la varita mágica de Crazy y ver de qué era capaz con ella. Pero se suponía que ella también era un bruja ¿Dónde estaría su propia varita? ¿La habría perdido? ¿Podría comprarse otra igual? Suspiró y deslizó una de sus mangas tocando con el dedo índice el tatuaje verde oliva que tenía en el antebrazo. La serpiente pareció cobrar vida enroscandose a través del brazo, entrando y saliendo del agujero de la calavera. En cualquier otro momento le hubiese parecido tétrico, pero a ella de alguna manera la reconfortaba, como si le perteneciese.

 

¡Le gustaría tantas cosas! Quería saber cómo era su vida, qué significaba para toda esa gente que parecía temerle y reverenciarla como otros la amaban. ¿Cómo se haría lo del viaje? ¿Sería que tan solo con pensar en una persona uno se trasladaba de un lugar a otro? Se concentró pensando en Crazy. La mirada azulada invadió su mente.

 

Sin darse cuenta volvió a recostarse, con los ojos cerrados, recordando una pequeña iglesia, en medio de un bosque y a ella vestida de novia con él a su lado, la mirada llena de amor, como si la adorase. Se difuminó y fue cuando un bebé de ojos verdes y una incipiente pelusa castaña le devolvió la mirada, era Mackenzie, estaba segura de ello. Crazy estaba a su lado y las rodeaba protectoramente. Un destello azulado y se vió envuelta en una pelea demencial, casi épica. Dragones, sombras siniestras y animales de mirada peligrosa se enfrascaban en luchas gigantescas a la vez que un grupo de magos encapuchados devolvía a hechizos a otros que parecían tener el rostro cubierto de una tenue neblina blanca. Un rayo impactó en su estómago lanzándola hacia atrás. La serpiente enorme que había conocido en la Malfoy la envolvió en un abrazo protector y otra vez... Crazy a su lado.

 

Abrió los ojos asustada. ¿Qué había sido esa pelea? Deseo mas que nada en el mundo tener una varita entre sus manos ¿Qué pasaría si se veía envuelta en una de esas? ¡Estaba indefensa! ¡Ella era Líder de ese grupo de magos de túnicas oscuras! ¿Cómo los había llamado su esposo?.... Mortífagos, eso era. Ella era Líder de esos Mortífagos. ¿Cómo llegar hasta ellos?

 

El sonido de la puerta la trajo de nuevo a la realidad. Casi salta de la cama, no supo bien si por temor o debido a la sorpresa. La voz de Alfred la tranquilizó y pensó por unos segundos antes de responderle, aunque quizás el hombre ya no la oyera. Parecía apresurado por salir.

 

Si bajaba a hablar con esa mujer que decía conocerla tal vez se delatara al darse cuenta de que no la recordaba. Además tenía que encontrar a esos mortífagos a como diera lugar. Quizás podría preguntarle a la señorita Potter Blue. Saber lo que pensaban de quienes ella lideraba podría darle una noticia de su paredero. Además tenía que esperar a su hija aunque no supiera bien qué iba a decirle.

 

- Enseguida bajo - le dijo mientras la puerta se cerraba - Quizás podría decirle a su elfo que prepare algo para beber - Alisó la túnica esmeralda y salió al pasillo rumbo al hall.

Editado por Mistify Malfoy

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Y se quedó sola en la habitación, de nuevo. Miró el cuadro que había estado a punto de "repintar" pero ahora no tenía ganas de ello, a pesar de que en su fueron interno estaba segura que una perilla le haría más interesante a aquel caballero de nombre incierto.

 

Suspiró y repasó la conversación con aquel hombre. Le había resultado excitante la conversación. El negocio prometía y seguro que aquella familia sería un éxito garantizado, el primero de muchas colaboraciones que ambas dueñas iban a conseguir; estaba segura de ello.

 

Sin embargo, la última parte, justo antes de despedirse, le había dejado mal cuerpo. No... No era que no quisiera ayudarle con la Primera Dama. Se había comprometido y no tenía prisa. Además que le carcomía una curiosidad tal vez insana por ver de nuevo a Mistify Malfoy. ¿Cómo sería la mujer que había conocido, segura de sí misma, de carácter fuerte, poderosa, ahora que no tenía memoria?

 

-- Lady Malfoy, ¿una florecita...?

 

Se dio un manotazo en la cabeza, denegando la idea. La Primera Dama no era persona de recibir una flor de globos parlanchines. Eso estaba bien en el Circo, pero no para un momento tan delicado como su pérdida de conocimiento del mundo mágico.

 

-- Lady Malfoy... Un placer volver a encontrarla.. ¿Se acuerda de mí? -- pensó de nuevo. Se detuvo a media referencia. No, eso no funcionaría...

 

Su mente recordó por unos instante todo lo acontecido el día que se habían conocido. Frunció el ceño; si ella misma lo recordaba tapado por un velo gris de dolor y miedo..., ¿la reconocería ahora como aquella mujer que desvestida paseaba por el pueblo en busca de su hijo? Aún teniendo memoria, dudaba que pudiera ver en su traje chaqueta y en su pelo bien peinado un atisbo de la mujer que fue aquellos días.

 

Pero precisamente por ello entendía lo mal que debía sentirse, perdida y desorientada.

 

Y esperó allá, tal como le había pedido el Sr. Alfred, por si la necesitaban.

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¡Maldito paraguas! —gruñó Alicia mientras abría la puerta que daba a la recepción, luchando por cerrar el artilugio que parecía atascado.

 

Una campanilla, o algo parecido, anunció su llegada. La mujer estaba levemente mojada, traía el ceño fruncido y las botas con algo de barro. Continuó murmurando cosas inentendibles, visiblemente malhumorada, hasta que finalmente optó por estrellar el paraguas contra la pared, blandir la varita y echarle una llamarada de fuego que lo consumió hasta las cenizas. Así pareció relajarse un poco más.

 

Desde que había tomado ese trabajo, un evento tras otro habían logrado ayudarle a segregar más bilis de la habitual. Ya su perturbación no era de extrañar, y sus modales parecían haberse pedido hace mucho tiempo atrás. Al llegar a High Flights, que era donde se suponía estaba la Primera Dama, según sus rastreador, vaciló en la puerta por algunos momentos antes de entrar.

 

El lugar se veía impecable. De hecho el trayecto hasta allí le había ayudado a poder apreciar la magnitud y lujos que ofrecía el negocio de la Viceministra de Magia, y sin embargo, para una bandida que tenía un hijo granjero, todo aquello estaba muy lejos de su alcance, hablando económicamente, así como también de su agrado. El ambiente fresco en el exterior y el olor a lujos fácilmente detectable para ella, le hicieron recorrer los rincones con una codiciosa mirada, acostumbrada a buscar objetos de valor que, estando de servicio, no podía obtener. Lo mismo ocurrió cuando avanzó en el recibidor (o lo que ella creyó que era un recibidor) y levantó la voz al ver que no había nadie.

 

¡Buenos días! —dijo, y luego de una breve pausa, volvió a llamar—. ¡Busco a Mistify Malfoy!

 

Dirigió un último viztazo a lo que quedaba del paraguas y, al no ver a nadie cerca, avanzó abriendo una puerta que ponía "Sólo personal autorizado".


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Mistify ya bajaba la antigua escalinata de piedra. En el recibidor podía ver a una joven bruja vestida elegantemente que parecía hablar con ella misma, haciendo algunos gestos con su mano. Enarcó una ceja ¿sería la señorita Potter Blue? Bajó unos escalones mas, pisando con suavidad para que no notara su presencia, quería observarla por unos instantes antes de darse a conocer.

 

- La Primera Dama en persona ¿quién iba a creerlo? - un orondo mago de grandes mostachos grises la saludó desde uno de los cuadros con borde dorado. Mistify arrugó el ceño y puso un dedo en sus labios instándolo a cerrar la boca.

 

- ¡Oh! ¡Pero si es tan hermosa como decían! - la voz aflautada de una bruja de nariz aguileña y porte aristocrático llego hasta la mortífaga desde el retrato vecino. - ¿Quien te ha diseñado el vestido, querida? Se nota que tienes estilo -

 

Mistify estaba a punto de responderle que cerrara el pico cuando notó que alguien mas había llegado al lugar. La matriarca la reconoció. Era una de aquellas brujas que quería llevarla al hospital de nombre de santo. Se agachó, ocultándose, haciendo gestos con el rostro a los del retrato. Sus manos se apoyaron en uno de los barrotes de la baranda de piedra mientras la verde mirada se deslizaba ahora hacia todos lados buscando una salida. No iba a atraparla, después de todo ella era Líder Mortífaga, sabía de magia mucho mas que la mayoría de los magos comunes y... no recordaba como usarla...

 

Hundió los hombros apoyando el rostro sobre la superficie de piedra fría. Y no pudo mas que respirar agitadamente cuando la funcionaria ministerial comenzó a hablar prácticamente a los gritos en medio del hall central. ¡Incluso había utilizado magia para quemar un paraguas! Se la veía furiosa ¿Quién sabía lo que haría con ella en semejante estado? No iba a quedarse a averiguarlo. ¿Dónde se habría metido su hija? ¿Cómo iba a salir de este lugar sin que la vieran? Si Alfred veía a la recién llegada le diría que estaba en la habitación presidencial.

 

En cuclillas, como una vulgar ladrona, subió lentamente los escalones que la separaban del rellano del primer piso. Cuanto le gustaría recordar en ese momento cómo es que se hacía eso de desaparecer para aparecerse en el lugar deseado...

Editado por Mistify Malfoy

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El tiempo pasaba y mi mente se estaba entreteniendo en pequeñas historias que nunca iban a suceder, pero que me hacía gracia vivificarlas mientras la espera se hacía cada vez más larga.

 

-- Oh, lady Malfoy, ese vestido le queda estupendo. Yo seguí su consejo y me compré este vestido vaporoso en la tienda que me sugirió.

 

Ahogué una sonrisa y me puse la mano en la boca para no llamar la atención del señor pomposo del cuadro. Estaba segura que ella nunca compraba en tiendas sino que visitaría algún modisto que la vistiera a la ultima. O mejor, que la visitaran en su mansión.

 

-- Hola, Mistify, veo que has vuelto a ir de vacaciones a...

 

Fruncí el ceño. ¿Dónde irían los Malfoy de vacaciones? Yo me iría...

 

-- Pues estuve en Grecia, en un crucero por las islas y me pasé el día... ¡vomitando por la borda! Jajajaja...

 

Volví a cubrirme la boca, sin poder evitar el seguir riéndome, sintiéndome espiada. También me iría a Rusia, adoraba ese país, a pesar del frío que debía de hacer por allá.

 

Empecé a moverme por la sala, ya llevaba mucho tiempo quieta y mi espíritu de payasa me impedía quedarme quieta. Recorrí un poco por la sala y miré hacia atrás. Seguía sin mirarme. Me puse las manos por detrás, en la espalad, y avancé otro poquito. Naa, que no me miraba.

 

Casi corrí hacia la puerta y la abrí, despacio. Ojeé en la distancia. Nadie. Salí al recibidor y ojeé de nuevo todas aquellas pomposidades tan bonitas. Había que reconocer que el hotel era precioso. Sentí pasos suaves y a varias personas que hablaban.

 

-- ¡Que me pillan!

 

Corrí de nuevo a la sala, no quería que Alfred pensara que era una cotilla; bueno, lo era, pero no quería que lo supiera. Sonreí al ver que nadie entraba. No me habían pillado. Respingué.

 

-- ¿Quién grita? -- y me puse de pie de un salto.

 

Me asomé a la puerta, lo justo para avistar por la rendija. Pero no era suficiente. Asomé la cabeza, a riesgo de engancharme la melena, y busqué quién había gritado de esa manera. Lo primero que noté es que los cuadros estaban vacíos excepto el último, en el que había un número demasiado grande de personajes pintados, dándose codazos para ver mejor la escena.

 

Lo segundo era que Lady Misty estaba subiendo a hurtadillas, escondiéndose en su propia casa. Arqueé una ceja y abrí del todo la puerta, sorprendida de verla tan bella y tan asustada.

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