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Botica Macnair (MM B: 97349)


Cissy Macnair
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Mientras Joanna ponía la rata en el laberinto, me di la vuelta para no tener que mirar sus expresiones, que parecían haberse ensombrecido. Recordaba muchas cosas sobre el viaje del Titanic, muchas que prefería no recordar porque era algunos de los escasos recuerdos que llenaban mis ojos de lágrimas. Esos momentos en los que odiaba haber vivido tanto tiempo y presenciado tantos sucesos.

 

Cerré los ojos, pero fue algo que no debí haber hecho teniendo a mi prima tan cerca. Mi mente se inundó de imágenes, como solía ocurrir precisamente cuando me estaba concentrando en algo o alguien. Era una de las cualidades que había detestado de mi herencia griega y vampírica, como el crear ilusiones mentales, algo que nunca utilizaba (a menos que necesitara huír).

 

Jadee. John había perecido en el naufragio, probablemente Gabriel también. Me preguntaba en qué momento Henry había decidido convertir a James para cuidar de él y si había sido un pedido expreso de John.

 

 

Liverpool 1912, 10 de abril

 

Iba tomada del brazo un hombre de mediana altura, cabello rubio prolijamente peinado hacia atrás y traje de la época totalmente negro. Por su aire, cualquier persona diría que era de la más alta categoría social de Inglaterra. Por mi parte, mi peinado y rostro eran simples, sin exageraciones como las que se solían utilizar (y no me gustaba vestir sombreros), con un delicado collar de perlas rodeando el cuello y el vestido que llevaba, de gasa, ajustado al cuerpo y en tonos oscuros, resaltaba la blancura de mi piel.

 

Palmee el brazo de mi acompañante mientras colocaba un pie sobre la escalerilla hacia primera clase del barco.

 

-Está bien, Harold, no necesito que me ayudes a subir- le dije en un tono condescendiente, mientras estiraba una delicada mano enguantada en negro hacia la barandilla para sostenerme, antes de darma la vuelta a contemplar al gentío que se había reunido para ver partir el Titanic.

 

Harold subió detrás de mi, dejando que un hombre uniformado encargado del servicio se hiciera cargo de las valijas que debía subir hasta el camarote. Había aceptado aquel viaje en barco aunque conocía mejores formas de transportarme, pero a Harold le importaba mucho la presencia en primera plana de los diarios, algo que poco me importaba a mi. Él era uno de los diseñadores del Titanic, así que quería lucirse con toda la pompa llevando consigo (quizá como premio) a la joven que se había conseguido para tal caso; bella, adinerada, con presencia y, sobre todo, con el mismo porte señorial que él.

 

A mi no me importaba (y no dejaba de repetírselo), viajar era indistinto si era en ese o en otro barco y tampoco me importaba la pompa que Harold quisiera darle a su figura. Por suerte no tenía ni esposa ni hijos, como otros tantos que habían comprado pasajes para sus amantes y e todos modos él viajaba gratis, la que había tenido que pagar había sido yo.

 

-Vamos, cariño, déjame que te ayude- susurró seductoramente a mi oído, cubriendo en pocos pasos el espacio que nos separaba.

 

Eran esas pocas cosas que podían hacerme quererlo como lo quería. Muchos se preguntaban cómo me había enamorado de él o como siquiera él se había enamorado de una mujer tan seria como yo, pero lo cierto era que había descubierto cómo sacarme una sonrisa, cómo llevarme a hacer cosas que él quería o emperifollarme para salir a la calle a dar un paseo. Harold desconocía mi condición de vampiro y a pesar de que llevábamos juntos casi cuatro años, nunca me había preguntado por qué no envejecía.

 

-Vale, dejaré que me ayudes pero sólo para sentir esas hermosas manos en mi cintura- susurré en el mismo tono que él, haciendo que la piel le hirviera.

 

Los oficiales que nos indicaban cómo abordar nos miraron y sonrieron, divertidos, a lo que les guiñé un ojo. Nos hicieron pasar al interior del barco y de ahí, otro hombre nos indicó el camino a nuestro camarote. No sólo éramos de la más alta sociedad, sino que además teníamos habitaciones especiales por ser Harold uno de los diseñadores del barco.

 

-¿Necesitábamos tanta cosa, Harold? Podría alimentar a toda la tercera clase con los objetos que hay en esta habitación- dije en voz alta, molesta, mirando a uno y otro lado.

 

Alguna de las personas que pasaban por la puerta me dirigieron miradas molestas, mientras que una mujer regordeta se quedó mirándome, sorprendida y me sonrió con amabilidad, algo poco visto en la clase de gente que estaba allí.

 

-Molly Brown- me susurró Harold al oído, saludándola con un movimiento de la mano-. Su marido ha descubierto petróleo- agregó.

 

-Parece una buena mujer- dije, alzando ambas cejas.

 

-Lo sé. Como tú, cariño- me plantó un beso en la mejilla que no dudé en rozar con los dedos de la mano y salió del camarote no sin antes saludarme-. Nos vemos para la cena, El Capitán quiere hablar conmigo. Te amo cariño.

 

Le tiré un beso volado y dejé que se marchara, sentándome en uno de los lujosos sillones.

 

 

Regreso a la realidad...

 

Volví a jadear, esta vez con más fuerza y me tomé la cabeza con ambas manos.

 

-No.. No me pases recuerdos- gruñí, sintiendo que la habitación daba vueltas-. No quiero... saber...

 

Pero quizá ya era demasiado tarde y el haberme adentrado en los pensamientos de Joanna como John habían abierto un cajón de recuerdos cerrado hacía mucho tiempo atrás.

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Artemis/Joanna

Botica Macnair – En la actualidad

 

Joanna reaccionó y se volvió hacia la vampiresa. Inmediatamente reaccionó, haciendo que tomara asiento en uno de los bancos libres del laboratorio. Intentó poner la mente en blanco, pero los recuerdos de su vida pasada estaban desbocados y el contacto físico probablemente ayudó a pasar más a la cainita.

 

Belfast, 1912

 

Sus labios dejaron de acariciar el extremo plateado de la pipa de opio. Los entreabrió y el espeso humo salió al exterior. La chaqueta de su traje negro estaba abierta, dejando ver la camisa blanca con varios colgantes que llevaba. En el bolsillo izquierdo del saco había un pañuelo color burdeos que sobresalía de la misma manera que emerge una rosa. Estaba descalzo, con sus pies acomodados entre los cojines de seda que había en el habitáculo privado.

 

Sus ojos marrones, de mirada un poco ida por la droga, intentaron fijarse en la enorme figura masculina que entró en su campo de visión. Se sintió alzado del suelo y abandonó el agarre con el que tenía sujeta la pipa.

 

-Es la última vez que vienes aquí y fumas opio –le llegó la voz de Henry, dura, severa, grave.

 

Lo siguiente que sintió fue el frío del agua helada golpeando contra su piel. Estaba en una bañera, sin ropa. No sabía cómo había llegado allí, hasta que recordó al vampiro sacándolo del fumadero. Hablando de él… estaba sentado a un par de metros, mirándolo.

 

-Ed, creo que nuestro amigo necesita despejarse más –comentó el Ventrue, haciendo una mueca socarrona.

 

-Sí, padre –respondió otra voz, grave pero un poco más melódica.

 

John no tuvo tiempo de ver a quién correspondía. Otro cubo de agua helada se vertió sobre él. Soltó un sonido de molestia y se pasó la mano por la cara, con los cabellos pegados a la frente, totalmente empapados. Entonces fue cuando pudo mirar al otro chico que estaba en aquella habitación. Tenía unos intensos ojos color cobalto, como Henry. Sus cabellos eran castaños, con reflejos dorados y rojizos. Poseía una barba con los mismos tonos que estaba recortada cuidadosamente. Los labios, sin llegar a ser finos pero tampoco exageradamente carnosos, eran de color rosa fuerte. Su mayor atractivo era un hoyuelo en cada mejilla.

 

-Creo que será suficiente por ahora –volvió a hablar Henry, mirando con dureza al Pilkington.

 

-Necesito cincuenta libras –soltó de pronto el humano.

 

-¿Para qué? –quiso saber el co-fundador de White Star Line.

 

-Para ganar un billete en el Titanic en una partida de póker.

 

Henry rodó los ojos.

 

-¿Para qué quieres ir en el Titanic? –continuó interrogándolo.

 

-Necesito sacar a James de aquí. Se ha metido en problemas políticos –confesó John.

 

Henry se lo quedó mirando durante un largo momento hasta que finalmente se levantó de la silla. Fue hacia un escritorio y sacó un papel por valor de mil libras.

 

-Eso será suficiente para un billete en primera clase –anunció el Ventrue.

 

-No voy a ir en primera clase –replicó John.

 

-No seas i******, no puedes ir en tercera clase.

 

-Mi padre me desheredó, recuérdalo.

 

-Me importa una mi**** ese viejo. Edmund te adecentará y viajarás a Liverpool con el billete de primera clase en la mano.

 

-No quiero. Me parece excesivo el préstamo.

 

-No es un préstamo, es una inversión. Toma las mil libras.

 

-No, sólo quiero cincuenta.

 

-No seas testarudo.

 

-No lo seas tú. No sé por qué te tomas tantas molestias. Aunque mi abuelo y mi padre hayan sido socios tuyos, no tienes el deber de ayudarme.

 

-Quiero hacerlo. Acepta el p*** dinero y deja de discutir lo que hago con mis gananciales.

 

La discusión terminó ahí. Pero en cuanto se hizo de día, John, ya arreglado por Edmund, se fue de la casa de Henry hacia una partida de póker. Allí consiguió un billete de tercera clase para el Titanic y el resto del dinero lo guardó a buen recaudo.

 

Titanic, 10 de Abril de 1912

 

Henry había saludado desde la cubierta B, con una sonrisa abierta mientras soportaba el maldito sol con la disciplina de Fortaleza. Había peinado su cabello, de unos centímetros de largo, hacia atrás. La barba la llevaba pulcramente recortada. Vestía un traje de pantalón, chaqueta, corbata y zapatos italianos negros, con una camisa blanca. En cuanto el barco estuvo preparado para zarpar, fue hacia su camarote y se quedó allí hasta la cena.

 

Salió después de que el sol se pusiese, dirigiéndose hasta la cubierta A donde estaba el comedor de primera clase. Había ordenado que Cissy, el acompañante de ella, los Pilkington, los Brown y algunas otras personas importantes compartiesen mesa con él durante la cena. Llevaba un traje igual al que había llevado durante el embarco. Tenía varios de ellos, siempre a la moda y totalmente hechos a medida.

 

Gabriel Pilkington fue el primero en reunirse con él. Vestía un traje gris con sutiles y finas rayas verticales. Zapatos de cuero negro, camisa blanca y corbata azul oscuro completaban la vestimenta. Su cabello rubio estaba repeinado hacia atrás y se había afeitado, luciendo demasiado serio y estirado. Sin embargo, cuando sonreía lograba que muchas miradas hambrientas se posasen sobre él.

 

-Señor Wilson –saludó el humano con una amplia sonrisa, dándole la mano al vampiro que se había cambiado el apellido.

 

-Señor Pilkington, buenas tardes. ¿Sus hermanos no nos acompañan? –se interesó Henry mientras aceptaba su mano.

 

-Mi hermano James ha decidido disfrutar del camarote. Espero que no haya inconveniente si más tarde pido que le lleven un poco de cena –contestó Gabriel.

 

-Por supuesto que no hay problema. Yo mismo daré la orden –prometió con cordialidad el cainita, logrando el agradecimiento del rubio.

 

Iba a preguntar dónde estaba John, pero ya se estaba acercando con Molly Brown de su brazo. Lo que no sabía era que había estado escuchando la conversación pero hasta entonces no había decidido aproximarse.

 

-Buenas tardes –saludó escuetamente John.

 

Iba vestido con un traje y camisa blancos. No seguía el protocolo de la época en cuanto a moda. El poco negro que llevaba estaba en su pequeña pajarita, el pañuelo del bolsillo izquierdo de su chaqueta y los zapatos de cuero. Su cabello castaño había sido cortado por Edmund y lucía despuntado, desenfadado. Tenía una barba de candado abierta, recortada. Los ojos marrones estaban escondidos tras unas gafas de sol pintadas en color violeta. Los dedos índice, anular y meñique de la mano derecha llevaban un anillo cada uno, de plata y con diferentes piedras a juego con lo demás –una con una piedra violeta, otra con una piedra de azabache y la otra con cuarzo blanco. Su aspecto, aunque elegante, tenía un aire salvaje que atraía irremediablemente.

 

-El señor Pilkington ha sido tan amable de acompañarme a la cena. Mi marido ha tenido que quedarse en la cama, aquejado de un dolor de estómago, el pobrecito –explicó la señora Brown, parlanchina.

 

-Le mandaré al médico del barco, señora Brown. Buenas tardes a los dos –respondió Henry, inclinando la cabeza con cortesía hacia ella.

 

-Es usted muy amable, señor Wilson.

 

-Usted se lo merece, mi bella señora –contestó el vampiro, con una amplia sonrisa.

 

-¿Dónde está James? –preguntó en un susurro John a Gabriel.

 

-En su camarote. Anda refunfuñando por no poder quemar el Parlamento –medio bromeó el rubio de manera confidencial.

 

-Lo sacaré a patadas de ahí… después de cenar.

 

-¿Y tú? ¿Ya estás comprobando la seguridad entre la tercera clase y la primera? ¿Estás preparando una revolución a bordo y conseguir la igualdad? –inquirió el mediano de los hermanos, en broma, por verlo allí cuando tenía un pasaje de tercera clase.

 

-No estaría mal hacerlo –susurró John con una atractiva sonrisa de lado.

 

Tuvieron que callarse porque llegaban más a la mesa y el mayor de los Pilkington optó por prestar atención a su pareja de aquella noche, deslizando la silla para que la señora Brown pudiese sentarse y luego arrimarla de nuevo suavemente hacia la mesa.

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Dentro de la Botica

 

Jo se acercó a mí e intentó hacerme sentar en una silla, pero el contacto sólo incresentó el flujo de recuerdos y los golpeteos dentro de mi mente de los mismos me debilitaban. Odiaba esa parte de mi naturaleza y mi vida.

 

-No- murmuré a duras penas, apartándola para impedir el contacto, pero ya estaba hecho y ahora se había abierto esa pequeña brecha que normalmente estaba cerrada, aquella que permitía que mi ancestral sangre de sibila saliera a relucir de la manera más desagradable.

 

De nuevo imágenes de John llenaron mi mente, pero esta vez lo acompañaba Henry, a quien conocía desde hacía tantos años que era imposible contarlos. Desee decirle que no, que no le diera aquel dinero, pero los esfuerzos eran inútiles, pues yo no estaba realmente allí aunque mi mente me proyectara como alguna especie de fantasma.

 

 

Titanic, 10 de Abril de 1912

 

Habíamos sido invitados a cenar con Henry y los Pilkington. Había oído de ellos, pero no los conocía en persona hasta ese momento. El mayor vestía un traje blanco, desentonando con todos en la mesa y en la sala, lo que me hizo sonreír pero a otros les provocó el efecto contrario. Henry no parecía estar muy de acuerdo, pero tampoco se declaraba en contra de la moda del Pilkington.

 

El segundo, el rubio, parecía más sobrio de lo que aparentaba y cuando hizo algún comentario sobre su hermano mayor el cual no había acudido a la cena, John dijo algo sobre ir por él después de la cena. No tenía idea de por qué los hermanos viajaban al nuevo mundo, pues el rumor de que su padre los había desheredado era bien conocido por muchos, sobre todos por los que conocían a la White Star Line como empresa familiar.

 

-Hola Molly, lamento mucho lo de su esposo- saludé, sonriendo con delicadeza.

 

Harold se levantó de su asiento al momento que la Borwn se sentó, en realidad, todos los hombres se pusieron en pie, era un gesto de respeto muy propio de la época. Fingí no escuchar la conversación entre los dos Pilkington presentes, pero fracasé horrorosamente.

 

-Yo me apuntaría a esa revolución- susurré a John, que era el que tenía más cerca, sin despegar mi vista de Henry que sabía que nos estaba escuchando.

 

Harold, quien se sentó a mi lado sin prestar mínima atención a lo que se estaba hablando por lo bajo, tomó una copa colmada de champagne y la levantó en el aire.

 

-Mis señores, mis señoras- hizo un leve asentimiento con la cabeza-. Quisiera proponer un brindis, si no estamos esperando a nadie más- me descubrí a mi misma mirándolo sorprendida, no sabía que Harold tuviera alguna especie de anuncio para hacer sino hasta que, en aquel momento, se giró hacia mí mientras mantenía a todos espectantes y sonrió con dulzura-. Un brindis por... mi futura esposa, Mary Elizabeth Jenkins, Baronesa de Kent.

 

Casi escupí el champagne ante la noticia, que dejó estupefactos a más de uno y sacó varios suspiros de las mujeres sentadas a la mesa. Por mi parte, aquella declaración y propuesta al mismo tiempo no era algo deseado, pues me había propuesto no volver a contraer matrimonio luego de la muerte de Elias en la década del '50.

 

Mis labios se entreabrieron, pues todos estaban esperando alguna reacción de mi parte y sonreí como tonta, dejando que Harold me besara.

 

-¡Bravo! ¡Bravo!- soltaron vítores.

 

Mis ojos se posaron de soslayo en los de Henry. Tantas veces nos habíamos encontrado y nunca habíamos logrado concretar absolutamente nada. Quizá, alguna vez, pudiera decirle con total sinceridad que le amaba.

Editado por Cissy Amitha Macnair

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Botica Macnair, en la actualidad

 

Joanna fue apartada por la vampiresa, pero aún así los recuerdos ya no tenían freno. No sabía qué hacer. Se mordió el labio con nerviosismo. Comenzó a escribir una nota a Aidan, porque él había pasado más tiempo con su Sire y quizá sabría cómo detener aquella situación. En cuanto terminó, Skirion se la llevó volando.

 

Titanic, 10 de Abril de 1912

 

De no haber llevado las gafas, la vampiresa hubiera podido ver la sorpresa en sus ojos cuando le habló. No esperaba que una noble estuviese de acuerdo con él. Luego sus labios esbozaron una sutil sonrisa que haría suspirar a varias personas. No dijo nada. Sólo con esa atractiva expresión le dio a entender a la cainita que aprobaba su comentario. Se sentó entre su hermano y la señora Brown, frente a Cissy.

 

Henry tomó lugar en el asiento presidencial de la mesa cuando todos estuvieron. Alzó una ceja castaña al escuchar a Harold comenzar a hablar. Levantó su copa, llena de vino tinto gran reserva. Pero no para brindar, sino para beber y esconder la expresión de su rostro. Sintió los ojos de la otra Ventrue sobre él, pero la ignoró deliberadamente. Cuanto se cansaron de felicitarlos, su voz gruesa se escuchó con calma.

 

-Lamentablemente, tu anuncio no tiene validez, Harold –empezó, tratándolo con familiaridad dando a entender que para él sólo era uno de sus muchos trabajadores-. No has seguido el protocolo. Primero se da un par de toques en la base de una copa para llamar la atención, luego se levanta uno de su asiento, captando todas las miradas. Finalmente se habla. Creo que como mínimo le debías eso a tu noble pareja de esta noche –terminó de aleccionarlo en tono suave pero evidentemente lo andaba humillando públicamente con toda la crueldad.

 

Los camareros comenzaron a servir las ostras del Mar del Norte, grandes, pinchudas y muy sabrosas.

 

-Mis felicitaciones a los dos –dijo John con educación-. Cambiando de tema… me he fijado que hay pocos botes salvavidas. He hecho cálculos y estoy seguro de que no hay suficiente espacio para todas las personas que hay en este barco.

 

-A la velocidad a la que vamos, llegaremos antes a Nueva York de tener un problema con el Titanic –apuntó Henry con toda seguridad.

 

-Sugiero agregar más botes salvavidas en nuestra próxima escala –John se quitó las gafas y miró a Henry con sus intensos y atrapantes ojos marrones.

 

-No va a haber ningún problema, no seas paranoico. Además, la carga extra sólo lograría retrasarnos –contestó el vampiro con paciencia. Había pensado un “sugiero que te calles”.

 

-La seguridad es más importante que la velocidad, eso debían de haber planificado los diseñadores del barco y haber sido mejor dirigidos en este aspecto por la junta. ¿O es que sólo hay seguridad garantizada para la primera clase? –inquirió John, alzando una ceja. Su mirada viajó por todos los rostros de aquella mesa.

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En la Botica

 

Ya que tenía una botica, quizá fuera buena idea el comenzar a preparar pociones para intentar retener ese extraño poder que le permitía conectarse con los recuerdos de las personas. La idea pasó fugazmente por su mente antes de que volviera a tomársela por el dolor.

 

El rostro de Henry inundaba todo espacio y las palabras que decía las recordaba como si las hubiera dicho el día anterior. Así también, recordaba perfectamente a John y sus hermanos.

 

 

Titanic, 10 de Abril de 1912

 

Me sorprendí a mí misma mirando a Henry con el reproche pintado en cada una de las líneas de mi rostro. Aquel comentario malintencionado ya lo conocía, pero no sabía que iba a hacerlo justo en el preciso instante en que Harold, con todo su amor, declaraba sus ganas de contraer matrimonio conmigo.

 

-A veces hay que romper las reglas, Henry- comenté en cuanto a lo de romper el protocolo-. Quien sabe si por hacer todo ese circo que tú llamas "protocolo", la adorada mujer que está esperando no se aburre y se marcha. Eres anticuado- sonreí, mientras bebía de mi copa y depositaba un beso en la comisura de los labios de Harold.

 

El simple motivo por el cual me había molestado su comentario era por la falta de tacto. Si estaba molesto, que no se la tomara con Harold, quien había estado más que maravilloso con aquello, aunque él desconociera que yo no deseaba casarme.

 

Esbocé una sonrisa fingida a John por su felicitación y paso soguiente levanté ambas cejas, sorprendida por la discusión que se había armado entre el mayor de los Pilkington y el Ventrue.

 

-Creo que el señor Pilkington ha tocado un buen punto- comenté.

 

Muchos ojos se giraron a mirarme.

 

-Yo también he hecho cálculos y creo que, de haber un siniestro, estaríamos en problemas. Los botes apenas alcanzan para la mitad de las personas abordo- apunté, consciente de que todos estaban escuchando cada palabra que decía.

 

-Pero, cariño, el señor Wilson tiene razón. La velocidad del Titanic hará que todos lleguemos cuanto antes a Nueva York. El Titanic es muy seguro- comentó mi "futuro esposo".

 

Yo estaba en un desacuerdo evidente, pero pronto la conversación se torció a cosas que quizá yo no quisiera escuchar. El aire de la Primera Clase me estaba agobiando. Sonreí a todos y pedí disculpas antes de levantarme de mi asiento y marcharme a la terraza Nº1. Busqué un cómodo lugar que me permitiera ver las tranquilas aguas de la noche y me levanté el vestido sobre la pierna derecha, revelando una cigarrera. Encendí un cigarro y me lo llevé a los carnosos labios pintados de rojos, adelantándolos de forma sensual para consumir el tabaco.

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Botica Macnair, en la actualidad

 

Como si hubiera podido leer la mente de Cissy, Joanna se dirigió rápidamente de nuevo frente a las mesas del laboratorio. Agarró varios libros e investigó. Oclumancia, eso necesitaba la vampiresa. El problema era que la cainita no poseía esa habilidad, no que ella supiese. Existían, sin embargo, varias drogas capaces de abrir la mente, de relajar al sujeto. Empezaría por ahí y revertiría el efecto.

 

Titanic, 10 de Abril de 1912

 

-¿En serio? Y yo que creía que eras una de esas mujeres estrictas en cuanto a cumplir las reglas –replicó Henry con una sonrisa amplia, como si estuviese bromeando con aquel tono tan relajado que llevaba-. Preciosa, cumplir con el protocolo no altera en lo más mínimo el ánimo de la mujer deseada de manera negativa… si se sabe hacer. Te diría que preguntases cómo me declaré a todas las mujeres, las cuales todas se casaron conmigo. Pero por desgracia, están muertas –agregó, antes de tomar los cubiertos y comenzar a cortar poco de una ostra.

 

-Oh, querido señor Wilson, eso suena muy triste. Lo lamento muchísimo –la voz de la señora Brown se había tornado casi deprimida al escuchar al vampiro.

 

Una de sus manos de regordetes dedos se posó sobre una grande de él, logrando que Henry la mirase sorprendido. Sin duda ella había captado la sutil amargura de su voz, apenas perceptible para la gran mayoría de los que estaban en la mesa. El Plantagenet esbozó una sonrisa entre agradecido y tranquilizador.

 

-Es muy dulce y considerado de su parte, mi encantadora señora –contestó él, dejando los cubiertos y posando la mano libre sobre la de ella, con cierta ternura que lo hizo verse adorable.

 

Luego Cissy metió baza en la discusión. Quizá porque Henry tenía debilidad por John al saber que era una de las reencarnaciones de Joanna, quizá porque Cissy apoyó el punto o quizá porque Harold se mostró disconforme a agregar más botes, finalmente se acarició el mentón pensativo.

 

-Está bien. En la próxima escala mandaré agregar dos botes más –claudicó el Ventrue.

 

-No solucionan el problema –apuntó John.

 

-La comida se te está enfriando –señaló Henry al plato del humano, como diciéndole que comiese y cerrase la boca. Gabriel parecía encontrar todo muy divertido, pero permanecía en silencio.

 

Cuando Cissy estaba fumando en la terraza, pudo sentir cómo alguien se acercaba. John, sin gafas de sol y con la chaqueta doblada y dispuesta sobre el antebrazo izquierdo, apoyó sus codos sobre la barandilla y fumó su propio cigarro tranquilamente. El aroma picante lo envolvió.

 

-¿De quién huye, baronesa? ¿Del señor Wilson y sus ácidos comentarios? ¿De su prometido, el cual es obvio que nunca llegó a plantearle el matrimonio en privado? ¿De la primera clase en su totalidad? –preguntó con una voz que fluyó de manera tan suave como la de las olas del mar al acariciar el casco del barco-. ¿Cómo es que una noble es una revolucionaria? –agregó, entre curioso y divertido, ladeándose a mirarla.

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Titanic, 10 de Abril de 1912

 

Hice caso omiso de las palabras molestas de Henry, sólo causaban que cierta parte de mi deseara golpearlo en vez de abrazarlo. Pero claro, yo debía saber que jamás entraría de nuevo en los estándares de mujer deseada, pues seguía añorando, luego de tantos años, a Joanna de Clare, quien fuese un amor eterno tanto para él como para Aidan.

 

La presencia masculina en la terraza no me hizo girar sino hasta que John me habló. Me volví hacia él y tomé la misma posición sobre la barandilla, pero enfrentándolo. Sonreí, divertida por las preguntas.

 

-El señor Wilson y yo tenemos historia, señor Pilkington. Sus ácidos comentarios son música para mis oídos- comenté, dándole una profunda pitada al cigarro y dejando que el humo saliera por entre mis carnosos labios pintados de rojo-. Harold... Bueno, él es una persona muy dulce pero suele tomar decisiones sin consultarme antes- admití, sin saber por qué me sinceraba con él, quizá porque no me daba vergüenza ni me sentía molesta. Volví a sonreír, esta vez echando la cabeza hacia atrás para aspirar el aire de la noche y dejando que mi cuello de marfil se expusiera a la vista de John-. Oh, señor Pilkington... Usted debería ser que no siempre he sido noble... pero sí he sido siempre una revolucionaria- solté la frase casi en un susurro, entrecerrando un poco los ojos perfilados de negro.

 

Me giré, dándole mi perfil y ya no mi delantera, de modo que mientras me encontraba apoyada sobre la barandilla se podía notar la fina cintura y casi adivinar el trasero redondo debajo del vestido color madreperla.

 

-¿Y usted? ¿Por qué es un noble revolucionario?- pregunté, sabiendo casi por completo la respuesta pero decidida a escucharla de los propios labios del humano.

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Titanic, 10 de Abril de 1912

 

John no se atrevió a preguntar qué tipo de historia tenía con Henry, por pura educación. De algún modo ella necesitaba tranquilizarse respecto al vampiro, por eso le dio la profunda calada al cigarro. Asintió cuando le habló de su prometido, como si comprendiese a ambas partes. Sutilmente admiraba el cuerpo de su interlocutora. Muy sutilmente, porque era coto de caza privado.

 

-Mmm… así que es como el señor Wilson. Tenía mis dudas al respecto, pero ya están despejadas –comentó, sobre la naturaleza vampírica de ambos-. Es una lástima no tener al menos una pinta de cerveza para brindar por su naturaleza revolucionaria, baronesa –dijo con una sonrisa ladeada que le quedaba endemoniadamente candente.

 

Se tuvo que recordar así mismo que ella acaba de prometerse cuando se giró y tuvo una buena perspectiva de la zona posterior del cuerpo femenino. Además, era posible que Henry quisiese arrancarle la cabeza si intentaba algo. Así que se forzó así mismo a mirar de manera casi imperceptible únicamente.

 

-Sólo soy el hijo desheredado de un empresario, baronesa. Nunca he sido un noble, a menos que cuente que mi madre era la hija de un jefe de una tribu cherokee –contestó, dando una calada al cigarro. Retuvo el humo sin tragárselo y luego entreabrió los labios para liberarlo de manera suave, agregando más aroma picante-. No me gustan las injusticias, ni que la falta de derechos humanos, ni el machismo, ni usar la fuerza para doblegar a las personas. Si hubiera un accidente en este barco, todos los de tercera clase morirían. La mayoría de los de primera clase ven a los más pobres como prescindibles. Eso revuelve mis tripas. No creo que la vida de un trabajador valga menos que la de un noble. Según mi padre, soy un revolucionario por mi sangre salvaje. Según yo, soy un revolucionario porque no estoy ciego a toda la mi**** que existe en el mundo –explicó, antes de mostrar una sonrisa-. Y no pienso pedirle perdón por algunas de mis palabras mal sonantes ni por las frases gráficas, señora baronesa. Creo que sería una falta de respeto hacia usted disculparse por ello –con lo mucho que no soportaba a la primera clase, era un halago hacia Cissy porque no la veía como al resto de los que estaban en el comedor-. ¿Qué le parece si un par de revolucionarios ocupan mejor su tiempo con la gente que más lo merece? –la invitó a la tercera clase, terminando su cigarro. Alargó una mano abierta hacia ella, con la palma hacia arriba. Si ella no aceptaba, no se iba a molestar.

 

Henry había estado a punto de ir detrás de Cissy, pero le había quedado claro que ella lo detestaba. Miró a Harold, quien parecía tener cero interés en reunirse con su prometida. Evitó poner una expresión de desagrado bebiendo de su copa. Le hubiera gustado decirle al diseñador que su deber era ir con su pareja. Pero decidió no hacerlo, para ver si la Ventrue finalmente viera que realmente ese hombre era un idi***.

 

Titanic, 14 de Abril de 1912. 11:40 p.m.

 

El enorme barco comenzó a virar, pero el flanco de estribor colisionó contra la parte submarina de un enorme iceberg y se rasgó. Quince minutos después, la cubierta G estaba inundándose.

 

Titanic, Lunes 15 de Abril de 1912. Medianoche

 

John había salido de su camarote al sentir el choque para saber qué había pasado. Nadie le decía nada, ni siquiera los oficiales que pasaban rápidamente por su lado y a quienes intentaba detener para que le dijesen algo. Su cabello corto lucía desordenado. Llevaba unos pantalones de color marrón oscuro y una camisa blanca con un par de botones desabrochados, además de unos zapatos negros. Entonces sintió humedad en el suelo y frunció el ceño.

 

-¡Todos a cubierta! –comenzó a recorrer el pasillo de la tercera clase, golpeando las puertas para alertarlos.

 

El agua subía rápidamente y el pánico pronto se instaló en la gente, que corría intentando salvarse. John ayudó a evacuar la tercera clase como podía. Algunos oficiales ya estaban sellando compuertas en esa zona, encerrando a los más pobres en aquella zona.

 

-¡Qué demonios hacéis! ¡Abridlas ahora mismo! –les ordenó furioso y atónito ante esa acción.

 

-Tenemos órdenes de no dejar salir a nadie más –explicó uno de los oficiales, visiblemente nervioso.

 

-Si mantenéis aquí a todos, morirán –John golpeó una de las compuertas y de pronto llamó su atención los gritos de una madre llamando a su hija pequeña, llorando desesperada.

 

Dejó la compuerta sellada y corrió hacia ella. Miró en todas las direcciones y entonces atisbó a una niña de apenas dos años, perdida entre el gentío. Fue rápidamente hacia ella, pero una tromba de agua cruzó el pasillo. John rápidamente se sumergió para evitar el choque contra el elemento líquido y buceó en dirección a la pequeña. Finalmente emergió con ella en brazos, tomando una bocanada de aire.

 

-Reacciona, vamos –susurró, poniéndola en horizontal en sus brazos y haciéndole el boca a boca, insuflándole aire.

 

La niña terminó por respirar, escupiendo aire. Había perdido a su madre, pero no la vida. John hizo que se abrazase a él y se abrió paso por el río de agua que se había formado en el pasillo. Llegó hasta una compuerta y descargó su puño en un oficial que pretendía cerrarla. Pasó por ella junto con la diminuta personita y alcanzó las escaleras.

 

-¿Cómo te llamas, preciosa? –preguntó mientras saltaba por los escalones, ascendiendo y alejándose del agua helada.

 

-Annabeth –respondió la niña con voz infantil, llorosa.

 

-No tengas miedo, Annabeth. No te dejaré –prometió el irlandés.

 

Sintió quemazón dentro de él por el esfuerzo físico, pero no se detuvo. Su cuerpo había bajado de temperatura por culpa del contacto con el agua helada y por los pocos grados ambientales. Al final, después de un esfuerzo titánico, un agónico recorrido, correr tan deprisa como sus piernas le permitían, llegó a la cubierta de botes.

 

La banda musical tocaba alegremente, algo que lo exasperó. Continuó corriendo hasta uno de los botes, comprobando que el número siete ya estaba en el mar y llevaba sólo la tercera parte de pasajeros a bordo.

 

-¡¡Una niña!! ¡Tengo una niña! –gritó-. ¡Lightoller! –llamó al oficial encargado de llenar los botes. A pesar de la barrera humana de primera clase que no lo dejaba pasar, el aludido lo escuchó y obligó a hacerle un hueco para pasar-. Annabeth, se llama Annabeth. Su madre murió abajo –explicó jadeando. Sentía como si sus pulmones fueran a estallarle en cualquier momento.

 

-Está bien, puede subir en este bote –aceptó el oficial Lightoller.

 

-Gracias, oficial, gracias –dijo John, dándole a la niña y apoyando sus manos sobre sus rodillas para tomar bocanadas de aire, agotado. Comprobó que la pequeña estaba ya ubicada en el bote y le dirigió una sonrisa tranquilizadora.

 

-Señor Pilkington, usted puede subir con ella –escuchó decir a Lightoller.

 

-Tengo que buscar a mis hermanos antes. Pero le encomiendo que ponga sesenta y cinco pasajeros en cada bote, oficial. Gracias por todo –contestó John antes de seguir corriendo-. ¡¡Gabriel!! ¡¡James!! –gritaba cada poco, buscándolos entre el desesperado gentío. Pero los cohetes ahogaron sus intentos de localizarlos.

 

Media hora después, vio a lo lejos a sus dos hermanos y gritó de nuevo sus nombres. Ellos lo escucharon y corrieron hasta él. Aún quedaban once botes por bajar al mar y demasiados pasajeros por evacuar. Los Pilkington se abrazaron y juntos fueron hacia uno de los botes.

 

-Sólo dos pasajeros más –dijo uno de los oficiales.

 

-Hay más sitio –replicó John, enojado y temblando por el frío.

 

-Sólo dos –insistió el uniformado. Al mayor de los irlandeses le dieron ganas de golpearlo.

 

-Gabriel, James, subid. Yo buscaré otro –les indicó. El rubio dudó pero finalmente asintió, dándose un último abrazo.

 

John corrió hacia el resto de los botes. Pero en vez de tomar lugar en uno de ellos, ya tranquilo con que sus hermanos estuviesen a salvo, se dedicó a intentar salvar todas las vidas que pudiese. El pánico se había apoderado de la cubierta. Varios niños lloraban, agarrados a sus madres. El moreno logró que muchos ocuparan plazas en los botes, haciendo equilibrio por la pronunciada inclinación del navío. Por el rabillo del ojo, comprobó cómo Ismay montaba en el último bote disponible y quiso matarlo.

 

La suerte ya estaba echada, ya no podía hacer más. Todo se hundiría, no había más botes para los cientos de personas que estaban aún en el Titanic. Sus labios temblaban por el frío. Se agarró a una de la barandilla para sujetarse y esperar el final. Varios se tiraban al agua del Atlántico, intentando llegar hasta uno de los botes. El himno final se escuchó por toda la cubierta y John no supo si llorar o reír. La calma era total en el barco.

 

Fue dirigiéndose con el resto de pasajeros hasta la popa, con la proa hundiéndose detrás de ellos. Sus piernas le pesaban. Sus pulmones no podían más de todo el esfuerzo que había hecho durante dos horas. Sus ropas aún no se habían secado del todo, pegándose a la piel como si de una tortura se tratase.

 

-¡John! –oyó gritar su nombre.

 

-¿Henry? –inquirió incrédulo.

 

Luego recordó que era un vampiro. Probablemente porque sabía que no iba a morir, no había subido a uno de los botes. Vio al cainita dirigiéndose hacia él y entonces hubo un gran estruendo y el barco se partió en dos. Se sintió caer hasta que una mano agarró la suya.

 

-¡John! Aguanta ahí, ahora te subo –dijo Henry, sujetándolo y atrayéndolo hacia sí.

 

Otra sacudida hizo que el agarre fallase y se precipitó hasta el agua. El cuerpo del humano se hundió en el océano. Oyó la lejana voz de Henry llamándolo, pero no podía contestar. Estaba demasiado cansado como para nadar. Sus ojos aún estaban abiertos y vislumbró el enorme cuerpo del Wilson tirándose al agua y buceando hasta él. Sintió unos fuertes brazos que lo rodeaban y luego sólo la oscuridad. No volvió a despertar.

Editado por Artemis Macnair Malfoy

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Titanic, 10 de Abril de 1912

 

"Mis historias con el señor Wilson" pensé, mientras John hablaba sobre eso muy por encima. En realidad, no había tenido mucha historia con Henry... sólo si contaba la enorme cantidad de desencuentros que habíamos experimentado en tantos años. Dejé de divagar en mis pensamientos y escuché atenta al Pilkington, que hablaba de todo lo que le molestaba y con lo que yo concordaba.

 

-No debería pedirme disculpas aunque quisiera, creo que tiene razón en todo lo que ha dicho y si... sería un insulto si lo hiciese. La llamada "primera clase" tiene menos "clase" que muchos de los de tercera, pero lamentablemente en el mundo que se vive hoy en día y en que se ha vivido en antaño eso siempre ha sido así. Espero que nuestro futuro nos depare al mejor, algo más de igualdad- sonreí, divertida y eché el cigarro al mar una vez cnsumido, volviéndome para apoyar las caderas contra el pasamanos del barco que impedía que nos cayéramos al agua helada y echando la cabeza hacia atrás para contemplar las estrellas-. Bueno, no estaría mal- dije, volviendo la vista hacia él y aceptando la mano.

 

Las fiestas que armaban en la tercera clase eran divertidas o eso había visto en otros barcos en los cuales había viajado antes. Esperaba que la gente del Titanic también lo fuera.

 

 

Titanic, 14 de Abril de 1912. 11:40 p.m.

 

Harold dormía plácidamente a mi lado cuando el estruendo y el chirrido del metal me hizo sentarme en la cama.

 

-¿Qué sucede querida?- preguntó.

 

-¿No lo has oído, Harold? Creo... que el barco ha dado contra algo- dije, calzándome los zapatos bajos y colocándome una bata sobre el camisón.

 

-No querida, tan sólo ha sido tu imaginación- el rubio se dio vuelta en la cama y continuó durmiendo.

 

Salí de la habitación y comencé a caminar rumbo al salón principal, ya algunas personas murmuraban asustadas, otras comentaban sobre un supuesto iceberg, di con un joven oficial y lo frené en medio de su corrida.

 

-¿Qué ha sucedido?- pregunté, oliendo el miedo en el aire.

 

-No se preocupe seño...

 

-No me diga que no me preocupe, joven- gruñí, tomándolo de la solapa y mirándolo fijamente a los ojos, me sentí alterada, podía sentir el miedo de las personas que correteaban a mi alrededor y me ponía de los pelos-. ¿Qué ha sucedido?- repetí.

 

-El Titanic ha dado contra un iceberg, mi señora- respondió en tono neutro el oficial, con la mirada perdida por la utilización de la manipulación mental que estaba ejerciendo sobre él-. Se ha mandado el alerta para que vengan a socorrernos. El Titanic se hundirá.

 

Lo solté, pasmada y el chico recuperó la compostura, pestañeando sorprendido.

 

-Vuelva a su camarote, por favor, señorita, todo está bien- dijo con una est****a sonrisa nerviosa, sin darse cuenta siquiera de que ya me había informado lo que estaba sucediendo.

 

 

Titanic, Lunes 15 de Abril de 1912. Medianoche

 

Veinte minutos más tarde, Harold estaba despierto, con su pijama, corriendo a hablar con los diseñadores y carpinteros del barco, llevando consigo algunos planos del barco. Yo había cambiado mi atuendo rápidamente, deshaciéndome del camisón y colcándome un pantalón de hombre, botas de montar y una camisola blanca que se ajustaba a la cintura por un corsé de cuero marrón, dejando ver unas mangas acampanadas. Con aquel aspecto, parecía un joven más que una mujer.

 

Corrí directamente hacia las compuertas que permitían el acceso a la tercera clase, pues conocía el protocolo de evacuación y sabía lo que sucedería.

 

-¿Qué hacen?- gruñí a los oficiales, mientras estos intentaban cerrar las rejas, impidiéndoles el paso a cubierta a los más pobre que viajaban en el barco.

 

-Órdenes, seño...- dijo uno, girándose para verme pero deteniéndose en mi atuendo.

 

Ante su duda, le di un empujón y reabrí la reja, dejando que el batallón de asustados viajeros corriera a ponerse a salvo. Sabía a quién tenía que buscar, pero me sería imposible con tantas personas corriendo.

 

Decidí seguir a la oleada de humanos, noqueando a algunos oficiales en mi viaje y peleándome con otros para que nos permitieran pasar, aunque finalmente hubiera tenido que atacarlos practicamente a todos para poder llegar hasta la primera terraza, lugar en el cual se encontraban los botes. Era un caos. Muchos intentaban colarse ante el dictado de "sólo mujeres y niños", pues a pesar de esa regla muchos hombres ricos ya estaban acomodados en los botes y aún muchos niños se encontraban en cubierta. Distinguí a John no muy lejos de mi posición.

 

-¡John! ¡John!- le grité, intentando llamar su atención, pero no me oyó.

 

Molly Brown alargó su mano, intentando meterme a uno de los botes.

 

-No, Molly, llévate a los niños- le dije, dándole a unos doce para que metieran en los barcos.

 

-Oh, Mary, súbete a uno en cuanto puedas- sollozó.

 

Seguí mi camino, ahora en busca de los tres Pilkington y de Henry, a quien no había visto desde que había empezado todo el lío. Tampoco veía a Harold, que suponía que estaría aún con el capitán y los carpinteros, pero dudaba de poderlo hacer subir a un bote.

 

Una hora y media más tarde, la proa se hundía cada vez más y las luces se apagaron, dejando al Titanic completamente a oscuras. El pánico se desató, algunos oficiales con temor a perder sus posiciones, dispararon contra los pasajeros que intentaban llegar a un bote salvavidas.

 

-¡JOHN! ¡HENRY! ¡HAROLD!- grité, corriendo hacia la popa.

 

La gente se resvalaba, muchos se tiraban al agua mientras el barco se colocaba en punta. La presión del agua era tal que se escuchó un crujido y entonces... el barco se partió al medio. Justo en aquel instante, me pareció haber oído las voces conocidas de dos de los tres hombres que buscaba. Los gritos a mi alrededor me aturdían y la desesperación colmaba mi cuerpo y mis sentidos.

 

La mitad del Titanic flotó por unos instantes y luego el agua volvió a colocar lo que quedaba del barco en punta, sumergiéndolo poco a poco, tragándolo como su de un enorme gigante se tratara, dentro de las oscuras y frías aguas del Atlántico Norte. Un destello, un grito y vi a Henry sumergirse en el agua tras el cuerpo de alguien.

 

-¡John!- grité con todas mis fuerzas.

 

El agua me arrastró y me encontré viendo como miles de vidas se perdían, ahogándose a mi alrededor. Me dejé arrastrar. Sabía que no moriría ahogada, pero sentía una horrible pesadez por todos los que ya habían perecido.

 

 

Titanic, Lunes 15 de Abril de 1912. Amanecer

 

El día me sorprendió con un par de manos tomándome para subirme a un bote.

 

-¡Está viva!- gritó alguien emocionado y me cubrieron con una manta.

 

El Carpathia había llegado tarde para salvar a muchas personas, pero al menos las setecientas que se encontraban en los botes salvavidas iban a sobrevivir. Vi a Molly junto al grupo de chicos que habíamos salvado del Titanic en la cubierta del barco rescatista, pero no me acerqué a ellos ni en aquel momento, ni en otro posterior.

 

Henry había logrado sacar del agua a James y John, pero este último no tenía pulso. No había noticias de Harold, no se encontraba ni entre los rescatados en el agua ni entre los desaparecidos, tampoco en los de los botes. Se me hizo un nudo en la garganta.

 

Cuando el Carpathia por fin llegara a tierra firme, desaparecería.

 

 

Botica- Actualidad

 

Tomé una enorme bocanada de aire, como si saliera de debajo del agua helada del Atlántico nuevamente. Podía sentir la sangre rodando por mis mejillas, pero no hacía nada para detener los surcos que se habían formado en la blanca piel.

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Otros de los negocios a los cuales debía visitar era la Botica Macnair, mis pasos me llevaron hasta la puerta del Local y viendo que la Srta. Macnair se encontraba allí a través de sus vitrinas, entonces entrando al mismo

 

-¡¡Hola Srta. Cissy!!-, la salude educadamente para luego continuar diciéndole

 

-¡Disculpe que le interrumpa pero vengo en carácter Oficial, pero no se preocupe es solo por los preparativos del Evento del DAMyC, si no recuerdo mal aun no ha llenado la Ficha de Adhesión pero no se preocupe creo poder pedir por lechuza que me remitan uno aquí mientras charlamos para luego poderle entregar lo que a su negocio le faltaría para ser uno de los Adherentes al Evento!-

 

Mientras esperaba que ella me respondiera le sonrío mientras me preparaba segun su respuesta a llamar a mi Lechuza o ella se presentaría para poder completar luego mi comisión.

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