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✿.。.:*El refugio Mágico*.:。✿* (MM B: 102601)


Helene Eloise Bellerose
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Acababa de llegar a ottery de un viaje al que había ido y estaba buscando un lugar en donde poder descansar antes de poder llegar a mi casa ya que el cansancio no me dejaba continuar mas , -rayos no encuentro donde poder hospedarme dije un poco molesta >:( hacia un poco de calor pero al momento en el que quise sacar un refreco este se me callo y ensucio un poco la ropa que tenia -no puede ser si se ve que se mantenerme limpia :sad: saque una servilleta para limpiarme un poco y segui caminando por aquella calle cuando a lo lejos vi auna persona que venia hacia donde y o estaba no destingua bien quien era pero segui caminando hasta ya estar mas cerca y vi que era ania -Ania :o hola no pensé encontrarte por aquí oye no sabes de un lugar en donde pueda descansar? Le pregunte y como estas? ,la quede observando pero vi por su expresión de su cara que no lo estaba pasándola muy bien –ania que tienes que te pasa por ue estas asi en algo te puedo ayudar? me sentía un poco mal :( por verla en ese estado y le dije –ven conmigo caminemos y asi me platicas que es lo que te sucedió .Tome mis cosas que había puesto en el piso y caminamos hacia el lago que anterior mente me habían dicho que había por ahí.

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Los fuerte rayos del sol penetraban a fondo cada rincón de las calles de Ottery. Era muy extraño ver al pelinegro andar bajo la luz del día, casi siempre salía de noche, pero este día era diferente. En la mente del licantropo se encontraban varios dilemas sobre lo que estaba aconteciendo; el no pertenecer aun a la marca tenebrosa lo llenaba de ira a y a su vez de decepción, pues si aun no había ingresado, quizá se debía a que no lo merecía. Quería despejar su mente de aquel tema, al igual que el de los constantes ataques a familiares y amigos en los terrenos de su castillo.

 

Si bien hubiese podido tomarse aquel tiempo en el bar de su humilde morada y no tener que preocuparse por si llegase a embriagarse sin tener control, pero quería cambiar el ambiente en ese momento. Una camisa negra, unos jeans y unos zapatos, todos del mismo color, conformaban la vestimenta del licantropo, agregandole como un accesorio necesario unos elegantes lentes de sol de contextura pequeña. Aun no tenía planeado donde pasar el rato, pues no conocía Ottery en sus mañanas o tardes, solo de noche.

 

Entonces paseó la vista y logró ver una pequeña caseta de madera, bastante sencilla. Causó curiosidad en él aquel lugar, pues nunca lo había visto antes, así que sacó un cigarrillo y luego de encenderlo, emprendió el camino hacía aquel establecimiento. Sus manos en los bolsillos y la mirada siempre fija en el frente dándole una visión periférica del lugar por el que pasaba, siempre alerta ante cualquier movimiento que representase una alerta para él.

 

Al llegar al lugar, su cigarrillo estaba a punto de terminarse, por lo que dio una ultima calada larga para luego dejar caer la colilla de este y pisarla al adentrarse al lugar. Sintió como su cuerpo daba vueltas y en un momento estuvo en un lugar mucho mas acogedor y elegante, aunque no era exactamente lo que quería, esperaba poder encontrar un lugar dentro de aquel, que le brindara la humildad que su fachada principal otorgaba a la vista. Esperaba ser atendido pronto, por lo que se acercó a uno de los muebles para observar detenidamente el cambio de lugar.

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  • 3 semanas más tarde...

Cuando su bicicleta la dejó al frente del Refugio Mágico, Madeleine observó la acumulación de hojas en la acera. Esos días veía lo mismo en muchos lugares del Callejón y ella sabía muy bien lo que eso significaba; sin embargo, en esa ocasión su humor no le permitía detenerse a pensar en lo feliz que le ponía la llegada del otoño. Se preguntaba si ese día algo le haría gracia y se reiría como de costumbre.

 

Se bajó de su curioso medio de transporte y se plantó al frente del portón de entrada. Estaba segura de que al empujarla, sólo encontraría los muebles de la recepción y a los elfos limpiando y hablando entre ellos, pero no habría ningún cliente. Nunca tenían clientes. A veces, la joven Rambaldi se preguntaba si uno de esos días llegaría un grupo de turistas a Ottery y necesitarían un lugar en donde hospedarse...

 

Sacudió la cabeza rápidamente. Hasta que ese día llegara, el Refugio Mágico seguiría desierto y con un montón de deudas.

 

Sin embargo, al entrar a su local, vio que había un sujeto esperando ser atendido. Alzó las cejas con sorpresa, como si fuese la primera vez que tenía un cliente. Un cliente que pagaría con galeones. Galeones que le permitirían ser dueña de ese lugar un rato más. Madeleine colgó su bolso de cartero en un perchero junto a la puerta y se puso tras el escritorio de roble que estaba junto al portón, bajo las escaleras.

 

¿En qué podemos ayudarlo, eh?

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Mikael

 

 

Hacía mucho que no pisaba esta área del callejón, no acostumbraba a caminar y alejarme tanto de los lugares que ya conocía simplemente por el gusto de hacerlo. Sin embargo en esta ocasión sentía la necesidad de alejarme de todo lo que tuviese que ver con Ottery. Extrañamente me sentía cansado, invadido de todo aquello relacionado con lo mágico y mis deseos de salir de ahí para siempre aumentaron de forma alarmante. Ese era el motivo por el cual ahora pisaba el terreno de aquél local al que me dirigía con calma.

 

Al igual que a mi hermana, la naturaleza siempre me había agradado gracias a la tranquilidad que me transmitía, por lo que deseaba pasar un largo rato rodeada de ésta. Sin haber avisado a nadie por medio alguno, había tomado una mochila en la cual guardé un par de cambios de ropa, mi varita y salí de la casa sin ser visto. Aquél estuche cuyo contenido fuese un misterio para todos lo llevaba en mi hombro también.

 

El sonido de mis pisadas hacía eco que confundido con el sonido del viento al agitar las ramas de los árboles, se volvía casi inaudible para mí. Continué caminando y, a una distancia aproximada de cinco metros pude notar estacionado cierto medio de transporte bastante conocido para mí y sonreí débilmente al saber a quién encontraría en el interior del local. Hacía mucho tiempo que no veía a aquella joven luego de aquello que viviera un par de semanas atrás y, a pesar de lo vergonzosa de mi actitud, sentía deseos de saludarle.

 

― Buenas.

 

Mencioné una vez que le vi sin retirarme del marco de la puerta.

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Se había propuesto a mojar su pluma en un tintero cuando escuchó aquella familiar voz anunciano su llegada. Se disculpó con aquel sujeto (Andy) y, vacilante, se acercó al portón de entrada.

 

Ahí, bajo el umbral de la puerta, estaba aquel muchacho que conocía —o por lo menos creía conocer— tan bien. Recordó la última vez que lo había visto, hacía un par de semanas; sin embargo, ese asunto no podía saberlo nadie y él lo sabía perfectamente. ¡Seguro que ni siquiera su hermana estaba enterada de lo que había pasado! Eso la tranquilizaba, pero también la altera, pues significaba... ¡eso! que sólo era entre ellos dos. Y eso ponía incómoda a Madeleine.

 

Hey, Mike —murmuró la joven Rambaldi, cruzando los brazos— ¿Qué haces por acá? —preguntó sin poder contenerse. Le resultaba raro que hubiese esperado tantos días para verla... pero tampoco era que le molestara, claro. No tenía por qué molestarse. No sentía la necesidad de verlo... «¿O sí?»

 

«No, claro que no».

 

Hoy no tienes una «sorpresa» para mí, ¿verdad?

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Mikael

 

 

― Vine de paseo, a perderme un rato.

 

Mencioné en respuesta a su pregunta. Ver a la joven otra vez me alegraba más de lo que yo hubiese esperado, y eso me ponía un tanto incómodo. Debido a mi personalidad, obviamente no lo diría jamás, pero eso no significaba que aquello lo tuviese clavado en lo más profundo de mi mente, en mis recuerdos más profundos. Ahora estando frente a ella nuevamente la experiencia volvía a mi memoria como si hubiese sucedido apenas ayer.

 

― ¿Sorpresa yo?

 

Le pregunté con extrañeza ¿A qué se refería? Seguramente a aquellas intromisiones en su mente por medio de la legeremancia las cuales realmente habían sido muy irrespetuosas. Pero no me conformaba con esa respuesta que automáticamente yo mismo me había dado, así que permanecí un momento frente a ella sin decir nada, pensando y preguntándome a qué podría haberse referido y de pronto lo comprendí.

 

― Creo que sí...

 

Y haciendo uso de un poco de magia, hice aparecer un pequeño detalle que le ofrecí extendiendo mi mano hacia ella. No dije nada, simplemente esperé su respuesta.

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Vaya, qué lindo lugar para perderte ―replicó la joven Rambaldi, poniendo los ojos en blanco. El Refugio o era precisamente el primer lugar en el que habría pensado si hubiese querido alejarse de las personas uno de esos días; y no era porque no estuviese vacío, ya que así era, sino que sentía que no podía relajarse en ese lugar―. ¿Gomita no sabes dónde estás, verdad? ―quiso saber Madeleine, esperando que de repente su hermana atara cabos que nunca debían ser atados― ¿O tu no sabes dónde está ella? ―añadió, con la voz bajita. A decir verdad, tenía días sin ver a su compañera, y es sólo podía significar una cosa...

 

En algún momento, Mikael hizo aparecer un pequeño obsequio en el aire. Estaba segura de que ambos sabían muy bien a qué se debía eso. El hecho de que Maddie no quisiera no pensar en eso no significaba que no lo hacía; eran cosas que se vez en cuando aparecían sin previo aviso en su cabeza y que eran imposibles de evitar. Por algún motivo, quizás para zanjar de una vez el tema o sólo porque era un lindo detalle, la joven Rambaldi tomó la rosa.

 

No necesito una flor ―murmuró, recordando lo familiar que era esa francesilla―, pero está muy linda. Gracias.

 

Guardó la rosa en uno de los bolsillos de su abrigo y, de repente, se topó con ese curioso estuche que no parecía querer soltar.

 

¿Qué traes allí, eh Mike? ―quiso saber Madeleine, señalando vagamente a lo que el joven Haughton parecía aferrarse tanto― No me digas que son más flores.

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Mikael


O era mi sensación, o Madeleine se portaba mucho más fría y seca conmigo desde aquella vez... no quise pensar en ello y negué levemente con mi cabeza, como si de eso dependiera el sacar aquellas ideas locas que me invadían en ese momento. Simplemente miré su reacción y sentí una especie de molestia al notarla que decidí que ese recuerdo estaría muerto y enterrado a partir de ese preciso momento. Ahora simplemente me dedicaría a escuchar.

― Pues no... no sabe dónde estoy, y realmente yo tampoco sé dónde está ella, así que estamos en las mismas condiciones.

Aquella pregunta de Madie con respecto a mi hermana gemela me había provocado bastante curiosidad, de pronto algo se me ocurrió pero lo descarté al instante. Era cierto que mi hermana desaparecía constantemente y por largos periodos de tiempo, y que aquello me preocupaba cada vez más también era verdad. Mientras pensaba que ojalá hubiese sabido el motivo de sus largas ausencias para intentar ayudarle, mi amiga volvió a mencionar algo.

― De nada.

Mencioné en ese tono indiferente que sabía utilizar bastante bien. La joven había mencionado algo que me había desconcertado bastante, pero no mostré el menor signo de extrañeza en mi semblante. Inhalé profundamente mientras miraba por encima de su hombro un par de segundos y luego volví a mirarle a ella. Era obvio que aquél estuche que llevara cargando despertara curiosidad.

― Es algo muy importante. Una docena de flores para hacerte un jardín ― mencioné con cierto tono de ironía en mi voz ― y si no necesitas una flor, una docena mucho menos. Lástima ― finalicé con mi acostumbrada débil sonrisa.

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Le hubiese encantado poder decirle a Mikael dónde estaba su hermana, segura de que eso lo haría sentir mejor. Además, la culpa la invadió a oleadas. Sabía que estaba siendo demasiado impasible, por no decir maleducada, y también sabía que él no se lo merecía; a decir verdad, se habría sentido menor incómoda consigo misma si el joven Haughton hubiese decidido comportarse de la misma manera, pero estaba segura de que él no habría sido capaz de eso.

 

No fue capaz de decir nada, así que se limitó a escuchar la explicación que Mikael tenía sobre ese curioso estuche. Madeleine sentía que ya había visto uno de esos antes, pero no fue capaz de recordarlo o de intentarlo siquiera, porque estaba ocupada imaginado que de verdad allí podrían haber más rosas.

 

¿Un jardín? ¿Así como en el Jardín Secreto? ―murmuró Maddie, componiendo una microscópica sonrisa y esperando que Mikael no lo advirtiera.

 

Rápidamente, miró por encima de su hombro y, al ver que no había nadie, tomó al joven de la mano y lo sacó por la puerta del frente para conducirlo al jardín. Se sentía encerrada en ese negocio que, quizás en poco tiempo, iría directamente a la ruina. Quizás fue por eso que no le incomodó el tacto de Mikael... o quizás, de verdad lo extrañaba. Lo mejor era que estaba segura de que él no le preguntaría nada sobre eso; Maddie sentía que no sería capaz de decir nada.

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Saphira, búho hembra de Sunar

 

Todavía no lograba terminar de repartir los dos últimos pergaminos enrollados en su pata, quería sacárselos para volver a casa. Pero no era tan difícil conseguirlo, solo tenía que entrar si ser vista al negocio, así podría salirse de esa tarea impuesta por ese elfo gruñón.

 

Voló hasta llegar al otro lugar antes de que oscureciera, si solo pudiera encontrar a un elfo que le quitara en la puerta la nota para evitar entrar y ver como es que podía dejarla. La última había picoteado un poco el hilo y por eso cayó al suelo del restaurante.

 

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Allí Saphira aprovecho que una persona abrió la puerta de entrada y entró. Un alma caritativa la vio extender la pata y le desamarró el pergamino de la invitación. Ululó y aló vuelo para evitar que quisieran ver que otra cosa tenía.

 

Salió hacia las calles de Diagón, solo le faltaba una más antes de volver.

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