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Beltis ganó por última vez el día 31 Julio 2019
¡Beltis tenía el contenido más querido!
Acerca de Beltis
- Cumpleaños 03/12/1914
Ficha de Personaje
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Nivel Mágico
40
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Rango Social
Orden del Grial
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Galeones
161368
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Rango dentro del Bando
Base
- Ficha de Personaje
- Bóveda
- Bóveda Trastero
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Bando
Marca Tenebrosa
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Libros de Hechizos
Libro de Merlín (N.40)
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Familia
Malfoy
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Trabajo
Alquimista de Elixires
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Escalafón laboral
Sin información
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Graduación
Graduado
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Puntos de Poder en Objetos
3220
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Puntos de Poder en Criaturas
1150
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Rango de Objetos
Más de 3000
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Rango de Criaturas
1110 a 2000
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Conocimientos
Artes Oscuras
Pociones
Runas Antiguas
Transformaciones
Conocimiento de Maldiciones
Defensa Contra las Artes Oscuras
Primeros Auxilios
Historia de la Magia
Aritmancia
Leyes Mágicas
Cuidado de Criaturas Mágicas
Encantamientos
Maestría con Escobas
Astronomía
Adivinación -
Habilidades Mágicas
Nigromancia
Animagia
Metamorfomagia -
Medallas
64050
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Tickets
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Hola, Premio obtenido: Ventaja para la gala: 1 Ticket para Lotería Qué escoges (si te tocó un premio elegible, como criatura X o como Objeto A) Enlace al posteo de rol: enlace Gracias!!
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El zumbido no comenzó de inmediato. Al principio, fue apenas una vibración ligera en el aire, algo que Beltis podría haber confundido con el eco natural de la cueva. Pero no tardó en volverse más nítido, como si una corriente de energía estuviera acumulándose en el entorno. Y luego llegaron los chillidos. Eran risas agudas, cortas y desquiciadas, rebotando en las paredes como un coro desafinado. La luz de su varita capturó un destello azul que cruzó su campo de visión, moviéndose demasiado rápido para seguirlo. Antes de que pudiera enfocarse en él, otro más apareció. Y otro. Beltis se quedó inmóvil, observando. Pequeñas figuras azuladas revoloteaban como un enjambre alrededor de ella, sus alas vibrando frenéticamente mientras llenaban la cueva con un zumbido que parecía perforarle los tímpanos. Sus ojos pálidos los siguieron con calma, analizando sus movimientos antes de permitir que un suspiro escapara de sus labios. Duendecillos de Cornualles. —Mmm, obviamente —murmuró, su tono seco, aceptando ser parte de una mala broma—. Porque esta maldita cueva no tenía suficiente encanto. Uno de los duendecillos se lanzó hacia ella, una diminuta ráfaga de alas y risas que terminó estrellándose contra un escudo de luz que conjuró con un giro de muñeca. El impacto lo hizo tambalearse en el aire, pero no por mucho tiempo. Como si el golpe hubiese sido una señal, el resto de las criaturas se arremolinaron con mayor intensidad, sus movimientos erráticos convirtiéndose en un caos organizado. Beltis alzó una ceja. Las criaturas se sentían atraídas hacia ella de una manera que no podía atribuir solo a la luz de su varita. Mientras ajustaba la capa sobre sus hombros, el resplandor del tejido rojo pareció intensificarse. Sus ondas de cabello plateado reflejaban la luz como si fueran filamentos encantados, y su piel, pálida como mármol pulido, emitía un brillo tenue que incluso las sombras no podían apagar. —Esto es nuevo —murmuró. Su tono llevaba un filo irónico mientras observaba cómo los duendecillos la rodeaban— ¿Es el pelo? ¿La piel? Realmente, podría teñirme de negro y ahorrarme todo este espectáculo. Dos de los duendecillos más atrevidos se acercaron a su cabello, agitando las alas como si evaluaran si arrancarle un mechón. Otro, más pequeño pero igual de descarado, revoloteó frente a su rostro, chillando con una carcajada aguda. Beltis resistió el impulso de conjurar un hechizo para alejarlos. Sabía que enfrentar a los duendecillos de Cornualles con fuerza solo complicaría las cosas, lo había aprendido tiempo atrás en aquellas aburridas clases de Cuidado de Criaturas Mágicas. Estas pequeñas alimañas no entendían el concepto de miedo; para ellas, todo era un juego, y cualquier reacción violenta solo los excitaría más. Cerró los ojos un instante y dejó escapar una respiración lenta, obligándose a pensar. Había enfrentado a estas plagas antes. Sabía que lo que necesitaban no era confrontación, sino distracción. Con un movimiento seco, apagó parcialmente la luz de su varita, dejando que el círculo luminoso se redujera a un halo suave. Los duendecillos que estaban más cerca se detuvieron en el aire, girando sus pequeñas cabezas hacia la nueva fuente de interés, su cinturón. Allí, Beltis deslizó los dedos hasta encontrar un pequeño paquete de caramelos mágicos. No era algo que hubiese traído específicamente para esta ocasión, pero siempre llevaba cosas brillantes y llamativas consigo; una lección aprendida tras años de lidiar con criaturas mágicas menores. Sacó tres caramelos envueltos en papel que chisporroteaba con un brillo encantador. No necesitó más para captar la atención de los duendecillos. Sus alas vibraron con un tono diferente, menos agresivo, y sus movimientos se ralentizaron. —Eso es. Mucho más interesante que yo, ¿verdad? —dijo Beltis en un murmullo, desplegando uno de los dulces en su palma. Los chillidos cesaron momentáneamente. Las pequeñas figuras azuladas se inclinaron hacia el objeto brillante, como si estuvieran midiendo su valor. Con un gesto rápido pero controlado, Beltis lanzó los caramelos hacia un rincón oscuro de la cueva. El chasquido de los envoltorios al caer resonó como una campana en miniatura, y los duendecillos se abalanzaron sobre ellos con una sincronización que casi habría sido graciosa si no fuera tan molesta. La pelea que siguió fue un caos de alas y risas, pero Beltis ya no estaba allí para verlo. Con un movimiento suave, avanzó por el sendero que los duendecillos habían bloqueado antes. Mantuvo la luz de su varita baja, evitando cualquier destello que pudiera llamar la atención de los rezagados. A medida que avanzaba, el zumbido y las risas se desvanecieron detrás de ella, reemplazados por el familiar eco de su propia respiración. —Siempre funciona —murmuró mientras volvía a guardar el paquete en su cinturón. El silencio volvió a llenarla, pesado y opresivo como el aire mismo. Las runas en las paredes se volvían más intrincadas a medida que descendía, sus líneas entrelazadas proyectando sombras que parecían moverse bajo la tenue luz. Pero esta vez, Beltis no se permitió analizarlas. Había algo en el camino adelante, algo más grande que un grupo de duendecillos molestos. Mientras sus botas avanzaban por el terreno inclinado, no pudo evitar una sonrisa cansada, hastiada de las insignificantes barreras de Helga. Nada bueno estaría esperando al final de ese camino.
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Banco Mágico Gringotts
Beltis responde a Ministerio de Magia de discusión en Ministerio de Magia e Instituciones Mágicas
#10 Nigromancia, acompañando a @ Pik Slytherin El aire en la caverna parecía un líquido espeso, llenando cada rincón con un calor sofocante. Beltis caminó hacia el dragón con pasos firmes, cada movimiento midiendo no solo la distancia, sino también el peligro. La luz del Amuleto del Dragón en su cuello pulsaba suavemente, como si respondiera al ritmo del rugido profundo de la criatura. El polvo en el aire brillaba débilmente bajo la tenue iluminación de las cadenas encantadas. Había dos tipos de ataduras sujetando al dragón: las visibles, físicas, enormes eslabones de metal negro incrustados en la roca; y las invisibles, las que Beltis podía sentir con cada fibra de su ser. Aquellas que solo un nigromante era capaz de ver. Beltis sacó un pequeño frasco de cristal de su capa y, con un gesto rápido, esparció sobre sí misma el Polvo de Lirios de Fuego. El efecto fue inmediato: una frescura envolvió su piel, amortiguando el opresivo calor. La sustancia se filtró a través de sus poros, intensificando su percepción del calor, dándole una sensación aguda de dónde fluía la energía más intensa. El dragón rugió de nuevo, un sonido que hizo vibrar el suelo bajo sus pies. Pero ella no se detuvo. —Nigromancia no se trata solo de controlar muertos —dijo, sin girar la cabeza—. Es más... entender lo que los ata. Se inclinó y apoyó las manos en el suelo. El contacto con la roca pareció transformarla. Las venas alrededor de sus ojos se ennegrecieron, dibujando raíces que se extendían por su pálida piel. Su cabello flotó, como si una fuerza invisible desafiara la gravedad, y sus dedos, ahora de un negro profundo, dejaron marcas que absorbían la luz en lugar de reflejarla. Desde sus manos, sombras comenzaron a proyectarse, serpenteando como como rayos bajo tierra, buscando gritas en la magia que las cadenas intentaban reforzar, hundiéndose en los puntos donde las cadenas invisibles conectaban a la criatura con el banco. El amuleto en su cuello brilló intensamente cuando las sombras alcanzaron las ataduras mágicas. Con cada contacto, un eco resonaba por la caverna, como si los hechizos antiguos se resistieran a ceder. Beltis sonrió, una curva pequeña, contenida. El dragón se estremeció cuando la primera cadena invisible se rompió con un sonido similar al cristal al quebrarse. Rugió nuevamente, pero esta vez el sonido no era de ira. Era de algo más... confusión. Exhaló un aliento pesado, casi titubeante, como si probara la libertad que comenzaba a intuir. Una por una, las sombras destruyeron las ataduras invisibles, hasta que solo quedaron las cadenas físicas, pesadas e imponentes. El dragón inclinó la cabeza, sus ojos ardientes fijos en Beltis. El vínculo era claro ahora. El amuleto había reemplazado las cadenas mágicas con algo mucho más fuerte: su voluntad. Beltis se levantó, dejando que su cabello cayera lentamente mientras volvía a la normalidad. Se giró hacia Pik, su mirada fija y directa. —A veces, cortar las cadenas correctas es todo lo que se necesita —dijo con un tono práctico, pero cargado de intención. Señaló al dragón con un movimiento suave—. Se queda. Lo usaremos como escape. Sin esperar respuesta, comenzó a caminar hacia el túnel más allá de la criatura, dejando que las sombras a su alrededor se disiparan lentamente. Mientras avanzaba, su mente volvía una y otra vez al nombre que había cruzado sus pensamientos momentos antes. Reshi. —Tu historia me trae recuerdos…El nombre. Creo haberlo liberado como a este dragón… La conexión era innegable ahora. Había algo profundo en esa dualidad que lo definía, algo que ella reconocía. -
~ Mansión de la Familia Malfoy ~
Beltis responde a Crazy de discusión en Residencias de Familias Mágicas
El comedor estaba tan en silencio que hasta el roce de las botas de Beltis sobre el suelo parecía intrusivo. Frente al árbol genealógico, un tapiz verde con ramas doradas que parecían heridas abiertas, se detuvo en seco. Su figura, envuelta en la capa roja, era un borrón discordante en el cuidado equilibrio del espacio. Las ramas bordadas no contaban historias, no trazaban líneas de sangre. Había huecos donde deberían estar nombres, un vacío meticuloso que hablaba de eliminación y decisión. Beltis lo observó con una calma que bordeaba la indiferencia, pero en el fondo reconocía esa ausencia como algo conocido. La esfera negra flotó hacia su mano, girando despacio, atrapando destellos apagados de las velas. La dejó en el aire mientras tomaba la botella de vino que había traído consigo. Bebió un trago largo, sin ceremonia ni pensamiento, y dejó que el líquido se asentara en su garganta. —Podadísimo —murmuró, como quien observa el resultado lógico de una fría fórmula. Se sentó sobre la mesa con un movimiento fluido, dejando que sus botas colgaran sobre el borde. Desde allí, el árbol le parecía menos un símbolo y más un cadáver decorado. Bebió otro trago y dejó la botella a su lado, sin preocuparse por dónde la ponía. Su capa roja resbaló de sus hombros y la dejó caer sobre el respaldo de una silla, olvidada. La esfera seguía girando, lenta pero constante, proyectando fragmentos de sombra sobre el mármol. Beltis la observó un momento y luego volvió la mirada al árbol. El vacío no era algo que la sorprendiera; lo había diseñado en su propia vida, evitando raíces, conexiones y las inevitables complicaciones que traían consigo. No era tristeza lo que sentía. Solo la aceptación de una verdad que conocía desde siempre. Finalmente, se levantó. La botella permaneció sobre la mesa, la capa donde había caído. Se acomodó el vestido lencero negro mientras una idea aparecía en su mente. Buscó dentro del bolso que llevaba colgando de un hombro, sacó un trozo de pergamino viejo con restos de fórmulas aritmánticas por una cara, limpio por la otra. Extrajo una pluma y escribió. Se acercó al árbol y pegó el pergamino con un movimiento seco de la varita. "Beltis estuvo aquí". El trozo de pergamino de bordes irregulares quedó suspendido donde debería estar su nombre. Al cruzar la puerta, giró la cabeza una última vez hacia el árbol. —Las raíces siempre quedan —dijo, sin molestarse en detenerse. ---------- El exterior respiraba vida, una vida inquieta que se sentía distinta al silencio sepulcral de la casa. La humedad en el aire traía consigo un frescor cargado de aroma a tierra y a la proximidad de la lluvia. Petricor. Las luces encantadas flotaban entre las ramas como pequeños testigos inmóviles. Beltis avanzó despacio, la esfera girando a su lado. No giraba al azar, sino como si leyera el espacio, absorbiendo las sombras y transformándolas en destellos que se apagan sobre su superficie. El invernadero tenía un pulso diferente al resto de la mansión, un tipo de energía que parecía mantenerlo despierto incluso en la quietud de la noche. Tauro estaba allí. Su postura, sin girarse, delataba que sabía quién estaba allí. Al llegar, Beltis oyó de lejos las palabras de Tauro cuando la vio aparecer: si había considerado no presentarse. —¿Por qué no iba a venir? —respondió Beltis al aire, su tono práctico, como si fuera una respuesta innecesaria. Cuando estuvo más cerca, la miró con intensidad. —¿Por qué la Diadema? —preguntó Beltis sin rodeos, su voz autoritaria—. ¿Por qué todos los artefactos? Dejó que el silencio respirara entre ellas antes de añadir: —¿Qué estás haciendo, Tauro? La esfera flotó sobre las distintas hierbas, reflejando la luz tenue que se colaba por las vidrieras. Beltis observó su reflejo distorsionado. La mansión era una grieta en su memoria, un lugar donde los detalles se escapaban como agua entre los dedos. Recordaba lo suficiente para reconocer las formas, pero no para reconstruirlas del todo. El árbol, la casa, incluso las palabras de Tauro: todo le parecía distante, como si lo contemplara a través de un vidrio roto. Sólo Tauro, con su energía que rozaba lo salvaje, mantenía un hilo frágil entre ella y el presente. Pero Beltis sabía que ese vínculo no era suficiente. Había algo apagado en ella, algo que no se encendía ni con las preguntas ni con las sombras danzantes en la fuente. Simplemente observaba. @ Tauro -
El aire dentro de la cueva era pesado, casi líquido. Cada inhalación atravesaba una barrera invisible que parecía resistirse a entrar en sus pulmones. Avanzar no era solo una cuestión de esfuerzo; se sentía como caminar bajo el agua, con un peso creciente que se aferraba a sus extremidades y a su pecho, robándole energía con cada paso. Las botas de Beltis arañaban el suelo, dejando rastros irregulares en la piedra mientras la fatiga crecía de forma inexplicable. Beltis se detuvo, sus piernas temblando con el peso de un cansancio que no era físico. Apoyó una mano en la pared cercana, rozando la superficie rugosa en busca de algo que la estabilizara. Cerró los ojos un instante, permitiéndose un respiro. Esto no era normal. Había algo profundamente erróneo en esta fatiga. Pero, ¿y si no había nada mágico en ello? Siempre había confiado en su mente. Su cuerpo, en cambio, era funcional, ágil si era necesario, pero no mucho más. Un saco de huesos que la había llevado de un lado a otro durante años sin protestar demasiado. Tal vez este era simplemente el momento en que ese cuerpo empezaba a rebelarse. Las piernas que antes la sostenían sin esfuerzo ahora pedían tregua, y cada paso parecía un recordatorio de que no podía seguir confiando en una máquina que nunca había cuidado realmente. -- No puede ser solo eso --murmuró, casi como si quisiera convencerse de lo contrario. Pero mientras se obligaba a inhalar profundamente, sintió que el aire húmedo y pegajoso apenas servía de algo. Tal vez el problema no estaba fuera de ella, sino dentro. Tal vez su cuerpo, después de todo, simplemente había decidido que era suficiente. Un latido fuerte retumbó en sus oídos, un tamborileo que le recordó lo frágil que era esa máquina que llevaba consigo. Cerró los ojos por un momento y dejó escapar un suspiro frustrado. ¿En qué demonios me he metido ahora? Podría estar en casa. En su maltrecha, destartalada y maldita casa, con las paredes hechas añicos y los libros esparcidos esperando ser reordenados. Allí, al menos, conocía el terreno. Allí el cansancio era familiar, el tipo de agotamiento que venía del esfuerzo intelectual, de noches sin dormir desentrañando textos antiguos, no de esta opresión que se pegaba a su cuerpo como un peso invisible. Volver a Inglaterra había sido un error. Siempre lo supo. Inglaterra era una tierra agotada, exprimida hasta la última gota por generaciones de magos que no dejaron nada interesante detrás. ¿Por qué había aceptado esta invitación? Una promesa. Una historia absurda sobre un legado perdido. Algo lo suficientemente vago como para despertar su curiosidad, pero no tanto como para justificar estar aquí, avanzando con el cuerpo entumecido por una cueva que parecía estar jugando con su resistencia. --Venga ya, est****a --murmuró entre dientes, enderezándose con un esfuerzo consciente. El suelo bajo sus pies se inclinaba ligeramente, obligándola a ajustar su postura con cada paso. Las runas en las paredes, que antes parecían caóticas, ahora formaban patrones claros, entrelazándose en un lenguaje que, incluso sin entenderlo, parecía llamarla. El calor era sofocante. Cada gota de sudor que rodaba por su frente era un recordatorio de que este lugar no estaba diseñado para invitarla a quedarse. Sacó un vial de su cinturón, sus dedos sintiendo el cristal frío en contraste con el aire pegajoso que la rodeaba. La luz de su varita iluminó el líquido burbujeante que contenía el frasco. Era una Poción Herbovitalizante, una herramienta que siempre llevaba consigo pero que rara vez necesitaba usar. Beltis lo sostuvo por un momento, evaluando si realmente era necesario. Sus piernas temblorosas y la opresión en su pecho no le dejaban muchas opciones. --Espero que valga la pena -- dijo al aire y desenroscó la tapa. El sabor de la poción Herbovitalizante era amargo, como una bofetada a sus papilas gustativas, pero lo tragó todo de una sola vez. Sentía cómo el líquido bajaba por su garganta como un fuego controlado, extendiéndose por su pecho y desde allí a sus extremidades. La magia de la poción actuó rápido: las piernas, que antes se tambaleaban bajo el peso del cansancio, recuperaron fuerza suficiente para seguir adelante. Su respiración, aunque todavía pesada, se volvió menos forzada. Guardó el frasco vacío en su cinturón, con la precisión de un gesto repetido mil veces. No había descanso en esto, pero al menos ahora podía moverse con algo más que pura voluntad. El camino frente a ella continuaba hacia la penumbra. Las runas en las paredes, ahora más frecuentes, brillaban tenuemente bajo la luz de su varita, formando espirales y líneas que parecían conectarse en un sistema que no era casual. Sus ojos pálidos los siguieron mientras avanzaba, tratando de encontrar un patrón, algo que explicara lo que estaba enfrentando. Esto no era nuevo. En su juventud, cuando todavía corría tras secretos prohibidos, sortear barreras mágicas había sido más que un pasatiempo: era parte de su trabajo. Había cruzado ruinas olvidadas, roto sellos antiguos y explorado criptas que otros consideraban impenetrables. Había enfrentado desafíos diseñados para mantener alejados a los no deseados y siempre había encontrado la manera de atravesarlos. Sabía lo que era una barrera mágica. Pero esta… esta parecía distinta. Más persistente, como si intentara despojarla de su fuerza antes de siquiera permitirle ver qué había al final. “Todo por una promesa,” pensó. Promesas de conocimiento, saberes ocultos que podrían haber sido olvidados, artefactos que esperaban ser desenterrados. Pero ahora, con cada paso que daba en esta cueva asfixiante, se preguntaba si había sido una promesa vacía. Las paredes se abrieron a su alrededor, y el camino se ensanchó en una sala más amplia. En el centro, un círculo de runas brillaba débilmente, apenas perceptible bajo la luz de su varita. El patrón en el suelo no era familiar, pero tampoco del todo desconocido. Era un umbral, un límite. Una invitación que no necesitaba palabras.
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El viento de diciembre descendía desde las montañas inglesas, cortando la maleza seca y doblando las ramas desnudas de los árboles. El bosque, cubierto de nieve como un lienzo irregular, permanecía en una quietud peculiar, no natural, sino forzada, como si la naturaleza misma contuviera el aliento. La luz del amanecer, filtrada por un cielo encapotado, apenas se deslizaba entre los huecos de las nubes, tiñendo el paisaje de tonos grises y rosados. Una figura avanzaba en ese entorno, cortando la escarcha bajo sus botas negras de cuero, cada paso resonando con un crujido rítmico. Beltis no miraba atrás; sus ojos estaban fijos en el camino que ascendía hacia un punto invisible entre los árboles. Su capa roja ondeaba con el movimiento, sujetada por un punzón de plata que brillaba brevemente bajo la luz tenue. Era la única nota vibrante en un paisaje que parecía haber olvidado el color. Su atuendo estaba diseñado para la funcionalidad, aunque inevitablemente revelaba una elegancia sin esfuerzo: pantalones de lana negra, ajustados pero cómodos; una camisa blanca de corte sencillo, impecable, que resaltaba su piel como mármol bajo la penumbra invernal. Su cabello plateado, recogido en una coleta improvisada, caía en ondas sueltas que atrapaban la luz, y sus guantes de cuero rojo destacaban como un recordatorio de que incluso el pragmatismo podía permitirse un toque de distinción. Sin embargo, no era su apariencia lo que capturaba el aire a su alrededor, sino la forma en que avanzaba: con un propósito que no invitaba a preguntas. El terreno se volvía más traicionero conforme ascendía, dejando atrás la nieve uniforme para dar paso a raíces expuestas, piedra quebrada y escarcha acumulada. Aquí, el aire adquiría un peso distinto, cargado de humedad y algo más, algo indefinible. La cueva estaba cerca. Beltis no necesitaba verla para saberlo. Esa energía, tan tenue que pasaría desapercibida para cualquiera menos entrenado, era inconfundible: un vestigio de magia antigua, resistente y, sobre todo, deliberada. Finalmente, la entrada apareció. Oculta tras un grupo de arbustos que apenas lograban disfrazarla, la boca de la cueva era un arco de roca oscurecida por el tiempo y cubierta de musgo. A primera vista, no ofrecía más que la promesa de un frío penetrante y un silencio inquietante, pero Beltis sabía mirar más allá. Las runas talladas en la piedra, apenas perceptibles bajo la luz mortecina, eran un indicio de que este lugar guardaba algo más que oscuridad. Se acercó despacio, sus ojos, de un azul tan claro que parecían blancos, recorrieron las inscripciones con cuidado. Sus dedos, enfundados en guantes rojos, rozaron la piedra, sintiendo la resistencia del tallado. Las runas no eran simples advertencias; eran una barrera, una prueba. Un mensaje. Sus labios se curvaron en una sonrisa breve y sin alegría. "Solo los dignos de mi legado podrán encontrar mis pertenencias. Helga Hufflepuff." Hufflepuff, una fundadora de Hogwarts cuya reputación de bondad y esfuerzo le había asegurado un lugar en la historia, pero no en la lista de figuras que Beltis respetaba. Las grandes historias rara vez eran honestas, y los legados de aquellos que las protagonizaban solían estar teñidos de romanticismo y exageración. ¿Qué podía ofrecerle Hufflepuff? ¿Un caldero encantado para preparar pócimas o un artefacto de lealtad? Beltis no podía evitar pensar en ella con un toque de escepticismo. —¿Dignos? —murmuró—. Sí, claro, Helga. El viento que soplaba desde la entrada no respondió, pero eso no detuvo a Beltis. No esperaba que lo hiciera. Se enderezó, lanzando una última mirada al bosque. El mundo exterior no la retenía; nunca lo había hecho. Pero eso no significaba que este lugar le ofreciera una promesa diferente. Cruzar este umbral no era un acto de fe, sino de curiosidad. Si había algo aquí, algo que pudiera desentrañar o moldear para sus propios propósitos, entonces valdría la pena el tiempo. Y si no… bueno, el esfuerzo siempre era un riesgo asumido. La cueva respiraba un aire frío y denso, diferente al del bosque. No era un refugio del invierno, sino un espacio atrapado fuera del tiempo. Encendió su varita con un movimiento preciso, dejando que su luz suave iluminara los primeros metros. Las paredes, ásperas y naturales en apariencia, estaban marcadas con inscripciones que se torcían y doblaban sobre sí mismas, como si resistieran la comprensión. Beltis se detuvo, dejando que el silencio llenara el espacio a su alrededor. Algo en este lugar, en la forma en que parecía resistirse a ser descifrado, sugería una intención oculta. Inglaterra, una tierra que ya lo había dado todo al mundo mágico, rara vez sorprendía. Pero este lugar… este lugar tenía un peso que no podía ignorar. —¿Me quieres enseñar que queda algo por descubrir, Hufflepuff?— susurró. Su tono era de una curiosidad escéptica. Había recorrido demasiados caminos para ser optimista, pero una pequeña parte de ella esperaba estar equivocada. La luz de su varita se reflejaba en el suelo cubierto de polvo y fragmentos de roca, donde pequeños montículos de estalactitas y estalagmitas se alzaban como guardianes olvidados. No buscaba oro ni artefactos decorativos. Si este lugar no ofrecía un conocimiento que pudiera cambiar algo fundamental, que pudiera añadir una nueva pieza al engranaje universal, entonces no tendría sentido. Pero había algo en la forma en que estas runas serpenteaban, en la obstinación de este lugar por ocultarse, que la empujaba a seguir avanzando. Y el problema era que Beltis siempre respondía al llamado del enigma.
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Banco Mágico Gringotts
Beltis responde a Ministerio de Magia de discusión en Ministerio de Magia e Instituciones Mágicas
#9 Nigromancia — con @ Pik Slytherin Beltis había visto caos antes, pero este tenía un matiz deliciosamente especial: era el suyo. Cada grito, cada extremidad tambaleándose como arma, cada mirada de terror era una sinfonía compuesta con su dirección. El ejército de zombis que Pik había forjado a su mando funcionaba mejor de lo esperado. Aunque el plan no era perfecto, su naturaleza impredecible lo hacía efectivo. Asqueroso, pero efectivo. Cuando los duendes la levantaron y la cargaron como rehén, se dejó llevar, su cuerpo relajado mientras gritaba con precisión estudiada. —¡Por favor! ¡No! —exclamó, su tono una mezcla exacta de histeria y suplica. Mientras agitaba las piernas en una resistencia fingida, sus ojos captaban cada detalle del caos que se desataba en Gringotts. Los hechizos de Pik, pensados más para confundir que para herir, eran funcionales: babosas, uñas imposibles de manejar, un candelabro estrellándose contra el suelo. Todo esto amplificaba el desorden, garantizando que su incursión pasara desapercibida el tiempo suficiente. Cuando la dejaron en el suelo del carro, Beltis se enderezó con un movimiento fluido, sacudiéndose el polvo imaginario que, por supuesto, no estaba allí. A su lado, el duende reanimado aguardaba, su postura rígida y su mirada vacía, pero con la información necesaria para guiarlos a través de las barreras que protegían las bóvedas más profundas de Gringotts. Mientras Pik, con su tono desenfadado, no desperdiciaba la oportunidad de comentar su nueva apariencia de Alana, Beltis giró hacia él, permitiendo que una sonrisa ligera se dibujara en sus labios. —¿No te gusta, querido? —respondió ella, tocando un mechón con teatralidad medida—. Me halaga saber que notas la diferencia. Quizá te estés refinando con los años. A pesar del intercambio ligero, su atención estaba fija en el túnel que se abría ante ellos. Los rieles de Gringotts descendían hacia las profundidades, y con ellos, el peligro que ambos sabían que aguardaba. No había tiempo para relajarse, y Beltis lo sabía. El carro aceleró, el viento cortando entre ellos como una cuchilla. La oscuridad se cerraba alrededor, rota solo por el parpadeo de antorchas dispersas. Y entonces, la vio: la Catarata de los Ladrones. —Oh, por supuesto que está aquí —murmuró, para sí misma. La cascada mágica apareció ante ellos, cristalina e implacable. No había forma de detener el carro a tiempo. El agua los alcanzó, empapándolos en un instante. Beltis sintió cómo su transformación de Alana se desvanecía, y con ella, cualquier pretensión de anonimato. Su cabello blanco resplandeció bajo la luz azulada, y su piel, pálida y etérea, volvió a emitir esa luz suave e inconfundible. El carro avanzaba con una velocidad constante, el eco metálico de los rieles resonando en la vastedad de la caverna. El viento que cruzaba los túneles era pesado, cargado con una humedad que parecía pegarse a la piel. Beltis, acomodada en su asiento, dejó que su mirada se perdiera por un momento en las sombras que los rodeaban. Pero su mente estaba en otra parte, en el hombre sentado a su lado. Pik tenía una energía contenida que siempre la había intrigado y que le resultaba extrañamente familiar. La mayor parte del tiempo era una presencia explosiva, pero no era eso lo que sentía, era algo más crudo lo que se filtraba por sus poros. Era como un remolino constante, escondido bajo capas de humor y ligereza. Para la mayoría, era fácil asumir que Pik era simple. Beltis sabía que eso era una mentira que él había elaborado, tal vez de forma involuntaria, y dejaba que los demás creyeran. Giró la cabeza hacia él, dejando que su tono se volviera un susurro, casi íntimo, aunque cargado de intención. —A lo mejor sería un buen momento para dar salida a esa energía contenida dentro de ti —Hizo una pausa larga—. ¿Es un demonio? Dejó que la pregunta calara en Pik, su mirada azul fija en él, buscando alguna reacción que confirmara lo que ella siempre había sospechado. —Eso me hace pensar... —añadió, recostándose ligeramente contra el respaldo del carro, como si el tono casual fuera suficiente para ocultar el verdadero interés detrás de sus palabras—. Antes de que nos encontráramos en la Fortaleza Oscura, ¿cómo era tu vida? ¿Qué hacías? El túnel se ensanchó, y el aire comenzó a vibrar con una energía que solo podía significar que estaban acercándose al final del trayecto. Pero Beltis mantuvo sus ojos en Pik, esperando algo más que una broma o un desvío. La verdad, o al menos, la versión que él estuviera dispuesto a dar. El carro se detuvo bruscamente, lanzándolos hacia adelante. Beltis dio un salto y cayó sobre un pie tambaleándose apenas. Varita en mano. El ejército de duendes los alcanzó con torpeza. Frente a ellos, un dragón de escamas iridiscentes llenaba la caverna. Sus ojos centellaban con furia y el aire alrededor de ellos se calentó de inmediato. Beltis alzó la cabeza, observando a la criatura como si intentara medir su voluntad. —Bueno —dijo con una media sonrisa que dejaba patente su diversión—, parece que nuestro plan tiene un invitado no deseado. Hora de improvisar ¿Qué técnica de la Nigromancías usaremos ahora?. El dragón gruñó, un sonido que hizo temblar las paredes. Pero Beltis estaba pensando. No había planeado hasta ese extremo. -
*llega catando* Con mi burrito sabanero, voy camino de Belén Con mi burrito sabanero, voy camino de Belén Si me ven, si me ven, voy camino de Belén Si me ven, si me ven, voy camino de Belén Gracias a quien la apruebe!!! Dejo el link de la mazmorra para aprobar: https://www.harrylatino.org/forums/topic/120377-mazmorra-de-beltis-el-legado-de-hufflepuff/
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Beltis empezó a seguir [Mazmorra de Beltis] El legado de Hufflepuff
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La Navidad se acercaba, pero el murmullo de la sociedad estaba lejos de centrarse en los regalos. Nadie sabe cómo, dónde ni quién comenzó el rumor, ni siquiera se habían sentado a pensar si podía ser una broma, pero una cosa era cierta: una jauría de cazadores deseosos de fortuna e incluso académicos curiosos habían aparecido en un desolado bosque montañoso de Inglaterra. Se dice que un viajero no mago se había perdido, pero grande fue su suerte al encontrarse con una cueva extraña en su destino. Su cuerpo y mente le decían que no debía entrar, así que no lo hizo, pero sí pudo notar unas palabras extrañas grabadas en la entrada. Al llegar a la ciudad y preguntar por ahí, descubrió que era un lenguaje mágico casi extinto. Después de indagar más, descubrió que las palabras decían: "Solo los dignos de mi legado podrán encontrar mis pertenencias. Helga Hufflepuff." También se dice que el mago que tradujo quiso asesinar al viajero, y por venganza, el no mago reveló la ubicación a toda la comunidad mágica. No sé cuánto de la historia sea verdad, pero la ubicación de la cueva estaba en boca de todos. También es cierto que la cueva existe y que los distintos caminos creados artificial o naturalmente acabarían con la vida de los incautos que, cegados por la curiosidad o avaricia, no tomarían las precauciones necesarias para protegerse. La entrada de la cueva es solo eso, una entrada. Los que entran deben encontrar otra salida para salir de allí, si no, solo podrán esperar a que el gobierno los rescate después de un tiempo. La cantidad de perdidos y desaparecidos llamaría la atención del gobierno, ¿no? Aunque yo no confiaría en ningún político. Si te atreves a entrar, ¿serás capaz de salir con vida? ¿Podrás encontrar algunos de los objetos que Helga dejó para el futuro? Por mi parte, solo puedo desearte suerte y que el espíritu navideño guíe tu camino. OFF.- Recuerden que los roles deben tener al menos 1300 caracteres sin contar espacios y que las mazmorras se cerrarán el Domingo 7 de Diciembre a las 23.59 hrs. Además, cuando se utilice un producto o conocimiento, deben resaltarlo en rojo y negrita. La edición está prohibida, de hacerlo tendrá que empezar la mazmorra desde cero. Acá podrán encontrar una breve explicación sobre el uso de dados, recuerden que necesitan una cuenta en la web para poder usarlos. La mazmorra puede hacerse sólo una vez por cuenta. Una vez abran la mazmorra deben reportarlo acá, para que un moderador pase a aprobarla. Lo mismo cuando finalicen la mazmorra. Los post quedará de la siguiente forma: Post #2: Post de un moderador validando y dando inicio a la mazmorra. Post #3: Entrada Post #4: Post de RolHL con el dado Post #5: Si el resultado es 1: Llegas a un camino sin salida a menos que... sí, si utilizas una poción Fluido Explosivo podrías hacer un camino donde no lo hay. Si no posees Fluido Explosivo, tendrás que quedarte esperando a ser rescatado. Si el resultado es 2: No sabes si es porque el camino parece largo e interminable o es una magia que desgasta tu resistencia, pero si quieres seguir avanzando necesitarás tomar una Poción Herbovitalizante. Si no la posees, tus piernas sin fuerzas te obligarán a quedarte esperando a ser rescatado. Si el resultado es 3: En un rincón encuentras 500 galeones. No sabes si lo ha dejado Helga o se le ha caído a otro visitante, pero ¿por qué no recogerlo?. Post #6: Post de RolHL con el dado Post #7: Si el resultado es 1: Al parecer has pisado una trampa y el piso sobre el que te encuentras empieza a desprenderse, notas un agujero sobre tu cabeza ¡Habrá que subir! Usa cualquier objeto de transporte aéreo (escobas sin importar marca o modelo, alfombra mágica o moto voladora) para seguir avanzando o prepárate para darles una navidad inolvidable a tu familia. Si el resultado es 2: El sonido de unas aletas y vocecitas agudas te pone en alerta ¿son duendecillos de Cornualles? Utiliza Flauta de Sheena Ktam o tu conocimiento de Cuidado de Criaturas Mágicas para deshacerte de ellos ¡antes de que te atrapen y debas ser rescatado! Si el resultado es 3: ¿Qué es eso? Encuentras una roca sospechosa, al levantarla encuentras una Poción Agudizadora de Ingenio ¿no estará caduca?. Bueno, fue creada por Helga Hufflepuff, al menos tiene valor de colección. Continuas tu camino feliz con tu nueva adquisición. Post #8: Post de RolHL con el dado Post #9: Llegas a la sala donde se encuentran algunos restos del legado de Helga Hufflepuff, pero no todo sería sencillo ¿no? Existe un guardián... un dragón. Superalo si quieres decir que superaste esta cueva. Si el resultado es 1: Debes utilizar 3 pociones y 2 hechizos. Si el resultado es 2: Debes utilizar 2 objetos o pociones y un conocimiento. Si el resultado es 3: Debes utilizar al menos 5 productos que no hayas utilizado previamente. Si superas al dragón encontrarás en el centro de la sala un cofre con una llave dentro ¿qué podrás conseguir con ella? Post #10: Moderador anunciando el cierre de la mazmorra. Premios: Por superar el primer pasillo: 1 a 3 tickets de lotería navideña (igual al número del dado del post #4) Por superar el segundo pasillo: Si lo superaste luego de haber sacado un dado 1 o 2: 1 llave Baby Si lo superaste luego de haber sacado un dado 3: 1500 G. Por terminar la mazmorra: 1 llave de Hufflepuff
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Adquisición de Conocimientos y Habilidades | EXP por Acompañamiento
Beltis responde a Monica Malfoy Haughton de discusión en Comunicación
Hola, Dejo posteos para, al fin, certificar un conocimiento para mí xD Nick: Beltis. Ficha: Ficha Bóveda: Bóveda Nick del personaje que acompaña: Cillian Haughton Ficha del acompañante: Ficha Conocimiento o Habilidad deseada: Adivinación. Nivel: 40. Cantidad de Conocimientos o Habilidades actuales: 14 Enlace al primer y último rol: Primer rol - Último rol. Enlace a los post de acompañado: Rol 1 - Rol 2 - Rol 3 - Rol 4 - Rol 5 - Rol 6 - Rol 7 Enlace a los post de acompañante: Rol 1 - Rol 2 - Rol 3 - Rol 4 - Rol 5 - Rol 6 Gracias, Adri 🥰 -
~ Mansión de la Familia Malfoy ~
Beltis responde a Crazy de discusión en Residencias de Familias Mágicas
El eco de la explosión resonó por toda la Mansión Malfoy, sacudiendo las paredes como si la misma tierra rugiera en protesta. En la cocina, Chávez soltó un grito agudo mientras una jarra caía al suelo y se hacía añicos. —¡Nos atacan! —chilló, trepándose a un banco con la agilidad de un gato viejo— ¡Seguro que esto es obra suya! Una lluvia de polvo calló del techo, cubriendo los utensilios de cocina con una capa gris. Los elfos domésticos se detuvieron en seco, observando el caos con ojos desobitados. Beltis, en cambio, no parecía preocupada. Giró la esfera negra entre los dedos, un movimiento casual que contrastaba con la tensión del ambiente. Sus ojos pálidos destellaron con diversión mientras una leve sonrisa cruzaba sus labios, como si la esfera le susurrara un chiste privado. —Chávez, baja la voz. Si sigues gritando, los intrusos pensarán que ya se han salido con la suya. El elfo se cruzó de brazos, su irritación palpable, pero Beltis ya no estaba aprestándole atención. Se dirigió a la entrada del sótano, el lugar donde comenzaban las escaleras que llevaban a la bodega de vinos. La penumbra los envolció al descender. Chávez murmuraba maldiciones en voz baja, como si las palabras fueran talismanes para protegerlo de la presencia inquietante de Beltis y del deshonor que traía a esa noble familia. —Una “pobre Munter”—masculló, mirando a Beltis con resentimiento. Ella, por su parte, caminaba con calma, la esfera negra girando entre los dedos como si fuera un objeto trivial. —Chávez, ¿alguna vez te han dicho que la negatividad es una pésima estrategia para la longevidad? —comento mientras que rozaba con los dedos las paredes de piedra. El elfo resopló, evidentemente irritado. —Seguro que esto es obra suya, señora. La explosión, la intrusión… Siempre trae caos consigo —espetó Chávez, su tono mezclando reproche y algo parecido al orgullo. —Es bueno saber que siempre piensas en mí, Chávez —Beltis respondió divertida sin dejar de avanzar. La bodega la recibió con su familiar aroma terroso y la disposición meticulosa de las botellas, un refugio en la penumbra. Sus dedos se deslizaron por las etiquetas envejecidas palpando la historia de la familia, mientras Chávez, a su lado, seguía rezongando. Se detuvo frente a una botella cubierta de polvo y la tomó con cuidado, inspeccionando la etiqueta, —“Reserva Familiar, 1898”. Siempre los mejores secretos escondidos, ¿verdad, Malfoy? Chávez soltó una risa seca, el sonido de alguien que se regodea con anticipación. —Deje eso, señora. Ya no pertenece a esta familia. Beltis giró lentamente hacia él, arqueando una ceja con una curiosidad perezosa. —¿Ah, no? ¿Desde cuándo? —Desde que el señor Crazy Malfoy la eliminó del árbol familiar —el elfo parecía disfrutar cada palabra—. La podaron, como a una rama muerta. Como si nunca hubiera existido Beltis sostuvo la botella por un momento más, como si estuviera sopesando algo. Luego, la colocó bajo su brazo con cuidado, como si fuera un trofeo. —Eliminada del árbol… —repitió, dejando que las palabras flotaran en el aire antes de reír suavemente—. Qué dramático. Chávez, animado por su aparente indiferencia, añadió, —Así que, como verá, señora, esta no es su casa. La esfera negra en los dedos de Beltis emitió un destello oscuro, casi vivo. Sus ojos pálidos se posaron en el elfo, y por un instante, el aire de la bodega pareció densificarse. —Oh, Chávez. Los árboles son estructuras frágiles. Una buena tormenta puede arrancar cualquier rama… o incluso derribar las raíces. El elfo tragó saliva, retrocediendo medio paso. Las sombras en la bodega parecieron inclinarse hacia Beltis, como si esperaran su próximo movimiento. —Pero siempre pueden volver a crecer. —La voz de Beltis se suavizó—. Muy bien, llévame a ver el árbol que Crazy tanto se esfuerza en podar. No sabía exactamente qué significaba eso. Probablemente significara que la vida seguía adelante y que, como siempre, no esperaba por ella. Pero no era Crazy Malfoy quien la había dejado atrás. Había sido ella quien se marchó de Londres sin despedirse, llevándose sus secretos y dejando tras de sí las mismas preguntas que nunca tuvo intención de responder. El pensamiento no trajo ni culpa ni arrepentimiento, solo una vaga sensación de inevitabilidad. Beltis siempre había sabido que no se puede permanecer en ningun lugar por mucho tiempo sin pagar un precio. Con un gesto breve, las sombras retrocedieron, y Beltis se relajó. ¿Cuánto tiempo iba a tener que esperar por Tauro? Por ahora, tenía un árbol que inspeccionar. Y con un movimiento breve, ambos desaparecieron. @ Tauro -
~ Mansión de la Familia Malfoy ~
Beltis responde a Crazy de discusión en Residencias de Familias Mágicas
El eco de la aparición reverberó en la biblioteca de la Mansión Malfoy, cortando el silencio de la noche como un cuchillo. Un viento helado entró con ella, agitando las páginas de los libros y haciendo que el polvo danzara en el aire. Las velas titilaron en sus candelabros, y por un instante pareció que las sombras mismas se inclinaban hacia la figura que acababa de materializarse. Beltis. Envuelta en una capa roja de lana gruesa, desgastada en los bordes por años de uso, su presencia llenaba el espacio con una gravedad que era difícil ignorar. La prenda, sencilla pero imponente, parecía absorber la luz de las velas, resaltando aún más su cabello plateado, que caía como una cascada de hilos de plata hasta su cintura. Su piel blanca, casi translúcida, y sus ojos azul pálido se movieron despacio por la estancia, desentrañando cada rincón con la paciencia de quien no necesita apresurarse. —Han restaurado el enlace—murmuró para sí misma, una nota de ironía colándose en su voz. Podía sentir la magia familiar de la casa pulsando bajo sus pies, ese vínculo antiguo que recorría toda la casa. Avanzó lentamente, sus botas resonando contra el suelo. Pasó la mano por los lomos de los libros en las estanterías, hasta detenerse en uno que parecía haber sido movido recientemente. Con un gesto despreocupado, lo retiró, revelando una pequeña caja oculta detrás. —Siempre donde nadie mira —susurró, una sonrisa casi imperceptible curvando sus labios. —¿Quién osa perturbar la biblioteca? —la voz rasposa de Chávez rompió el momento, su tono impregnado de indignación. El elfo apareció con un crujido, sus grandes ojos brillando con irritación. En su delgado cuerpo, cada movimiento parecía cargado de reproche. —Ah, Chávez, siempre tan puntual —dijo Beltis sin molestarse en mirarlo. Abrió la caja con un movimiento fluido, como si estuviera desvelando un secreto que solo ella conocía. Dentro descansaba una esfera negra, pequeña, pero con un peso que parecía hundir el aire a su alrededor. Beltis la tomó con cuidado y la levantó, dejándola flotar frente a ella. La esfera giró lentamente, reflejando un brillo oscuro que parecía tragarse la tenue luz de las velas. —Hechicera del tres al cuatro ¿Nunca se cansa de traer maldiciones a esta casa? —protestó Chávez, señalándola con un dedo huesudo. —¿Y tú nunca te cansas de quejarte? —replicó Beltis, girando la cabeza para mirarlo finalmente. Su tono no era severo, pero la calma de su voz hizo que el elfo retrocediera un paso. —Usted es un problema, un desastre ambulante —siseó Chávez, cruzándose de brazos. Beltis dejó escapar un suspiro, como si las palabras del elfo fueran un inconveniente menor. La esfera emitió un destello más brillante. Beltis desapareció y reapareció en la cocina de la mansión. Las ollas y sartenes colgadas en las paredes tintinearon con su llegada, y el aire frío se extendió como una bofetada. No pasó ni un segundo antes de que Chávez volviera a aparecer, tosiendo ruidosamente para anunciar su presencia. —¡No más de sus juegos! Esta casa tiene reglas. Usted siempre las rompe. ¡Siempre! —El elfo agitó sus largos brazos con exasperación. Beltis se apoyó contra la mesa central, jugueteando con el borde de su capa roja. —Chávez, te voy a contar un secreto —comenzó, inclinándose ligeramente hacia él—. El caos no destruye. El caos crea. Y esta casa, créeme, necesita un poco más de eso. Además, esta noche no soy yo la tejedora del caos… Chávez la miró fijamente, su boca temblando de frustración. -
El Salón de los Pensaderos
Beltis responde a Jocker Black Lestrange de discusión en Comunidad Internacional
El sonido de unos pasos suaves resonó en el Salón de los Pensaderos, y la figura de Beltis emergió como un susurro entre las sombras, envuelta en una capa roja que contrastaba con la aparente oscuridad inherente que siempre parecía seguirla. Sus ojos se posaron en cada rincón antes de detenerse en los dos presentes —Fascinante —murmuró, observando uno de los pensaderos más antiguos, sin dirigirse a nadie en particular—. Memorias de épocas y de magos que nos han precedido, más grandes que todos nosotros. Y aquí estamos nosotros, insignificantes discutiendo sobre propiedad. Qué predecible. Se giró hacia Sagitas, cuya postura aún denotaba una incomprensión absoluta. —Sagitas, ¿sabes lo que más me gusta de los pensaderos? —preguntó Beltis con una leve sonrisa ladeada. Sin esperar respuesta, continuó— Nos muestran no lo que poseemos, sino lo que dejamos atrás. Este lugar es un regalo, no un trofeo. Así que, ¿por qué no lo tratamos como tal? Cada memoria que aquí se vierta debería ser una ofrenda, no un reclamo. Dejó a Jocker su momento de introspección, el instante en que la memoria se desliza desde la abstracta oscuridad para cobrar vida en el pensadero. Ese momento en que las verdades ocultas tras el tiempo toman forma y peso, y las emociones que uno creía enterradas vuelven a latir. Después, sin decir más, avanzó hasta uno de los sencillos pensaderos, su diseño austero bordeado por runas desgastadas que parecían brillar con la luz tenue de la sala. Con movimientos precisos, extrajo un hilo plateado de su sien. Este brilló un instante en su mano antes de caer en la superficie líquida que tenía enfrete. Las ondas se extendieron, revelando un fragmento de su pasado. ——— Una niña de seis años estaba de rodillas en el interior de un círculo de runas que brillaban con una luz carmesí. Su cabello castaño, enmarañado y húmedo de sudor, se pegaba a un rostro pálido y asustado. Sus ojos marrones, enormes, siempre tan llenos de curiosidad, ahora estaban vacíos de todo salvo miedo. Un miedo primitivo, que vibraba en su pecho como un tambor roto, sin ritmo, sin fin. Las pequeñas manos de la niña temblaban. La sangre caliente corría entre sus dedos, pegajosa y ajena, como si no le perteneciera. Su respiración era un grito silencioso, atrapado en un cuerpo demasiado pequeño para tanto miedo. El líquido rojizo alimentaba las runas, que pulsaban bajo sus manos. El suelo palpitaba, no de vida, sino de hambre. Era un latido vacío, algo que esperaba ser llenado con dolor. El aire estaba frío, con una frialdad antinatural que parecía rechazar cualquier forma de vida. Frente a ella, una mujer alta y delgada cerraba el último trazo del ritual. Su cabello rubio recogido con precisión reflejaba la luz carmesí. Su rostro no mostraba crueldad pero tampoco calidez; era la expresión de alquien que había abadonado cualquier conexión emocional en favor de una voluntad implacable y el conocimiento que se escondía detrás del mundo de los vivos. Era una Munter. Era su sangre. El silencio se rompió. Primero fueron murmullos, susurros que parecían reptar desde el suelo. Luego, gritos lejanos, desgarrados, llenos de dolor y furia. Las sombras comenzaron a moverse en las paredes, desprendiéndose de sus formas originales. Se alargaban, se deformaban, y finalmente tomaban vida. La luz de las runas tembló, y el círculo pareció contener a duras penas la fuerza que había desatado. Y entonces sucedió. La niña gimió, apenas un sonido, mientras su frágil cuerpo cedía, arrastrada hacia el núcleo del círculo mientras algo inexplicable la desponjaba de sí misma capa por capa. Las almas llegaron, deslizándose como una marea negra. La atravesaron, se hundieron en su carne y en su esencia. Cada una traía consigo un trozo de agonía, de rabia, de desesperación. Su ser se doblaba bajo el peso de aquello que ahora le pertenecía, pero que al mismo tiempo la poseía a ella. El tiempo se fragmentó. Un segundo duró una eternidad, y la eternidad pasó en un instante. Beltis estaba en todas partes y en ninguna. Sentía las almas deslizándose bajo su piel, enroscándose en su corazón, susurrándole secretos que no entendía, pero que nunca podría olvidar. Cada una traía un pedazo de dolor, de rabia, de desolación, y lo dejaba allí, dentro de ella. Un peso que jamás se iría. La Beltis adulta observaba desde fuera del recuerdo. Su cabello plateado caía sobre su rostro, ocultando parcialmente sus ojos que seguían cada detalle con la precisión de alguien que ya no siente. El temblor de las manos infantiles, el jadeo desesperado, las sombras que reclamaban un hogar en aquella niña demasiado pequeña para soportarlo. Su rostro no mostraba juicio ni consuelo. Sólo había una comprensión fría, como si desenterrara una verdad que ya había aprendido a sostener desde hace tiempo. El recuerdo terminó con la luz de las runas apagándose, dejando a la niña colapsada en el suelo. Su respiración era errática, pero sus ojos abiertos miraban al vacío. Beltis no había llorado, ni entonces ni ahora. La sangre en sus manos y el peso en su alma serían suyos para siempre. El eco de la mujer rubia habló en el recuerdo, con una voz suave pero definitiva, —El poder exige un precio, Beltis. Recuerda esto: no puedes poseerlo sin ofrecer algo a cambio. Desde el borde del pensadero, la Beltis adulta la observó sin responder. Era solo un fantasma más. Cuando el pensadero se aquietó, la sala volvió al silencio. Beltis apartó la mirada, sus ojos claros buscando las estrellas encantadas del techo. —Ese fue el principio —dijo, su voz apenas audible—. No sé si lo elegí, o si simplemente no había otra opción. Luego, se apartó del pensadero con la tranquilidad de quien no teme a sus demonios, aunque sabía que la sombra de aquel día seguía danzando en su interior, un eco persistente que nunca terminaba de apagarse. Y que ella había aprendido a alimentar y domar a medida que crecía. —Este lugar no es para reclamar —dijo, su voz suave y firme—. Es para entendernos, para enfrentar lo que somos. Con un movimiento suave, giró sobre sí misma, apartando la capa con una mano en un gesto que parecía borrar lo ocurrido. Y se desvaneció en las sombras, tal y como había llegado. -
El viento frío de Londres soplaba con insistencia cuando Beltis salió del Ministerio, ajustándose la capa alrededor de los hombros. Habían recuperado uno de los artefactos malditos y faltaban nueve. El plan para recuperar dos ya estaba en marcha, con Tauro y Pik en el centro del plan. Además, ella sabía dónde estaba el cuarto, aunque eso la llevase a enfretar un pasado que prefería olvidar. Departamento de deportes, Gringotts, Mansión Malfoy. ¿A qué otros sitios tendrían que entrar sin ser vistos? El absurdo juego de Tauro se estaba volviendo cansador. Entre sus dedos, la nota de Sean permanecía doblada con precisión. Aquel nombre no le era extraño: lo recordaba de la clase de Legilimancia, un encuentro que había sido más revelador de lo que probablemente él sospechaba. Sean, hermano de Alicia Spinnet, antigua aliada... y ahora él, un jugador nuevo con intenciones inciertas. "Sean," pensó, mientras sus pasos la llevaban hacia una esquina apartada del callejón mágico más cercano. "Un ladrón en busca de adrenalina y propósito. Quizá útil, quizá un riesgo. Quizá ambos." El contenido de la nota era tan ligero como sospechoso: una invitación a "brindar por los viejos tiempos". Pero Beltis sabía leer entre líneas. Si Sean estaba buscando algo, probablemente había captado rastros de lo ocurrido en el Ministerio. Quizá incluso sabía más de lo que debía. Era mejor manejarlo de cerca que dejarlo como una variable descontrolada. Sacó un pergamino de su capa y escribió con movimientos rápidos y decididos. "Sean, Tu memoria es mejor de lo que esperaba. La idea del licor es interesante. Mejor si añadimos conversaciones con más propósito. Nos vemos en El Basilisco Gruñón, esta noche. No tardes. Beltis." La pluma dejó un trazo firme al final, y con un simple gesto, envió el mensaje. No había más que decir. Sean tendría que demostrar si su intromisión podía ser algo más que una molestia. La Taberna del Basilisco Gruñón era un lugar que Beltis administraba, seguro, un rincón oscuro donde la discreción era la regla. Si Sean quería respuestas, también tendría que ofrecer algo. Y si su intención era unirse al juego, tendría que probar que sabía seguir órdenes, al menos por ahora. "Todo el mundo busca algo," pensó mientras desaparecía en un destello hacia su siguiente destino. "Pero no todos entienden el precio." @ Tauro @ Sean -Ojo Loco- Linmer
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#7 Legilimancia con @ Rosália Pereira #10 post con @ Sean -Ojo Loco- Linmer El dolor era constante, agudo, pero ya había aprendido a dejarlo a un lado. Beltis respiró profundamente, no para aliviar el malestar físico, sino para contener la irritación que comenzaba a acumularse. Las palabras de la Arcana resonaban en el aire como flechas disparadas al azar, ricas en advertencias pero pobres en sustancia. Raíces que jamás podrán ser sesgadas, decía. ¿Qué raíces? Sean no había visto nada que ella no hubiera permitido. Y creía que Sean no le había mostrado nada revelador o preocupante. Los recuerdos más peligrosos de Beltis estaban enterrados en un lugar donde ni siquiera ella podía alcanzarlos con facilidad. Lo que había mostrado eran ilusiones, fragmentos de una vida cuidadosamente editada. No había fuego allí, solo el reflejo de unas llamas apagadas hacía mucho. El recuerdo de Licha había llegado como una brisa refrescante. Pero la Arcana parecía decidida a jugar a ser enigmática. Cada palabra suya, una advertencia velada, un puñado de metáforas que no llevaban a ningún avance. ¿Esto era una clase de Legilimancia o de Oclumancia? ¿Debían proteger sus pensamientos o aprender a romper los de los demás? Rosália se entretenía clavando sus espinas, alimentándose del sufrimiento ajeno como si fuera una planta voraz, pero Beltis empezaba a sospechar que, al igual que Sean, tampoco había aprendido mucho de su maestra. —¿Es esto lo que vamos a hacer? —murmuró con un tono más bajo que irónico, casi para sí misma. Si Rosália quería robar sus recuerdos, que lo intentara. Beltis tenía práctica en ocultar secretos en una mente que aparentaba caos, pero era todo estructura. Por eso seguía de pie, incluso después de todos los pactos que había hecho con las sombras. Beltis volvió a centrar su mente. Si la Arcana no iba a enseñarles nada útil, al menos este juego le servía para perfeccionar sus propios métodos. Sean no era su objetivo, pero quizás Rosália sí. La próxima vez que sus mentes se cruzaran, intentaría algo diferente, tomaría el destello de humanidad que había visto y lo descompondría, como descomponía todo lo demás. Si la Arcana quería fuego, que lo tuviera.