Guardianes - Mascarada
Hacía tiempo que se había retirado de cualquier acontecimiento social que tuviera lugar en Ottery. Nunca había disfrutado especialmente de las charlas insustanciales y desde el momento en el que decidió que los vestidos bonitos no solo eran para las ocasiones festivas, estas se hicieron innecesarios.
Y ahí estaba, después de tanto tiempo cruzando el espacio que la separaba de la entrada del castillo Ivashkov. La máscara negra con detalles plateados cubría la parte superior de su cara, dejando solo visibles los dos grandes ojos grises que lejos de estar fijos en un punto, recorrían el entorno. No recordaba si había estado allí antes. ¿Tal vez alguna boda?
Alcanzó la puerta principal en el momento en que un elfo doméstico recibía a otros dos invitados que llegaban en ese momento. A pesar de haber controlado el disgusto que le ocasionaban esos seres, una mueca de asco se dibujó en su semblante y aprovechó el momento para colarse detrás de ellos y saltarse al sirviente. Había prescindido de la capa, así que tampoco tenía nada para entregarle.
El ambiente era elegante mirase hacia donde mirase. Recorrió un par de veces la sala principal, mirando por si reconocía a alguien con quien charlar o por lo menos al lado de quien ponerse, pero sin mucho éxito. Por su cabeza paso un par de veces la idea de dejar aquella fiesta, pero cada vez que lo hacía, sentía un pinchazo en el brazo, allí donde tenía el tatuaje de su bando, oculto bajo un hechizo mágico. Sabía que no era un dolor, real, solo la culpa que sentía por su descuido. No podía marcharse, estaba ahí como parte de su misión de guardiana, la cual había tenido descuidada durante demasiado tiempo. Como todas las demás misiones.
Llevaba cerca de 10 minutos en el salón cuando se percató que un hombre no paraba de mirarla desde una de las equinas del salón. La seguía con la mirada en sus paseos por la habitación y aunque tal vez hubiera debido sentirse halagada, lo único que fue capaz de sentir fue incomodidad. Lamentó haber optado por ese vestido que dejaba sus hombros al aire. Consiguió poner una copa en sus manos y volvió a la búsqueda de alguien con quien hablar.
No tardó en encontrar, e la otra punta del salón a una de sus compañeras de bando, con la cual había compartido más de una guardia. No la conocía lo suficiente para llamarla amiga, pero sin duda resultaría hasta desagradable no acercarse a charlar con ella. Pudo ver que no estaba sola, aunque no pudo reconocer a ninguno de los dos que estaban con ella.
- Buenas tardes – la más perfecta y ensayada sonrisa acompañando sus palabras. - ¿Acabáis de llegar?
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@@Eobard Thawne
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