@@Thomas Clairmont
El día había comenzado muy raro. Para empezar el sol no había empezado el día conmigo, sino que se había decidido a adelantarse una hora o dos y todavía tenía el cinismo de mostrarse vanidoso y refulgente en un cielo despojado de nubes; durante el desayuno mi cereal se había remojado demasiado en la leche, y tuve que rellenar mi plato al menos dos veces. Y por si fuera poco, me había llegado una nota de lo más extraña en la que se me invitaba a visitar un museo para un inusitado encuentro con un extraño.
Observé con detenimiento el reverso de la nota donde aparecía claramente mi nombre. La caligrafía me decía que se trataba de un muchacho, pues parecían mas arañas aplastadas que letras, pero a pesar de eso el contenido de la nota resultaba legible tras darle un par de leídas. El remitente había tenido la decencia de señalar su vestimenta como forma de reconocimiento, pero había redactado la nota como si yo hubiese anhelado aquel momento durante toda mi vida, y fuese corriendo al encuentro apenas llegara el mensaje a mis manos.
Y la verdad es que tenía mejores cosas que hacer.
Dejé la nota a un lado y volví a tomar el tomo grueso de "Leviathán, la historia de un monstruo consagrado" que apenas había empezado, pero tras un momento me hallé leyendo el mismo párrafo una y otra vez, sin poder concentrarme. Aquél desconocido había picado mi curiosidad, y llegué a la conclusión de que, tal vez, si hubiese dado mas información sobre su identidad me habría importado menos, pero lo había hecho correctamente. ¿Me conocía bien o era est****o? Solo había una forma de averiguarlo.
Me fui al museo tal y como estaba vestida, ni siquiera me miré al espejo. Si el tipo quería una cita romántica, se daría de bruces contra un muro de concreto sólido revestido de adamantium; yo no estaba aún para esas tonterías. Traía puestos unos jeans desgastados, cortos a los tobillos, una camiseta blanca y una camisa a cuadros verdes encima, combinados con zapatos deportivos; mi rubio cabello agarrado en un chongo que me había hecho sin mucha dedicación, y del que ya se me habían soltado varios mechones.
La fachada del lugar no daba pie a que se trataba de un museo, pero entré. La nota me indicaba que buscara a mi citador anónimo en el vestíbulo del edificio, por lo que no fue difícil hallar a simple vista a la única persona, parada como estatua, vestido con pantalones de camuflaje. Era joven, y parecía atlético, con el cabello intensamente negro. Definitivamente no me recordaba a nad...
—Thomas —susurré, el nombre me había venido a la mente de golpe. ¿Porqué no? Era un día extraño, y la profecía decía claramente que me habría de reencontrar con él. Solo tenía un recuerdo de él, muy viejo, que era más como una fotografía desgastada por el tiempo. Éramos muy pequeños la última vez que habíamos estado juntos. Me quedé allí parada, estática, observándolo fijamente hasta que atraje su mirada. Entonces me acerqué, y extendí la nota —Tú me enviaste esto?