Leonardo Malfoy G.

— Hoy en un sueño te encontré—repetía como un disco rayado el castaño— Como un loco te bese y estrenamos nuestro amor—escupía esas palabras como si fueran un trago amargo. La hiel impregnada en sus papilas gustativas, el sabor ausente del aliento de la rubia, añoranza que siempre le daba la misma respuesta— Ayer nuestra vida, la dejamos ayer—llevándose las manos a la cara cubría esa mueca de culpa. Cinco años transcurrieron para que decidiera abandonar su celibato, evocando el deseo de volver a perderse en esos ojos inquietos y misteriosos. La sonrisa agotada al verla correr detrás de cada uno de sus anhelos, la sed de poder siempre era la vela que impulsaba el navío que comandaba la mujer que le robará el sueño. — Tal y como sucedió la primera vez, aquella vez que...—cubriendo sus labios con la copa de vino, sepultaba toda posibilidad. ¿Cómo demonios se atrevía a contemplar la idea de volver a verla?. Marcharse como un vil cobarde, no daba cabida a meterse como un ladrón en los oscuros deseos de la ex Directora del Departamento de Misterios. Si tan solo hubiera sido más aguerrido y valiente, osado como solía llamarle ella a la hora de enviarlo a una misión encubierto. Osadía era lo que jamás demostró ante la dama que era todo su mundo, el cable que manejaba cada extremidad de su cuerpo y lo hacía bailar al son que ella tocará. Ritmos que marcaban acordes antiguos, mausoleos que mantenían frías las osamentas de los caídos por la mano de ambos magos. Eran un equipo efectivo y letal, destrucción era todo lo que dejaban a su paso— Tiempo lo que me sobraba era tiempo, pero me faltó eso que siempre supiste reconocer en mi y yo me negaba a ver—lanzando un manotazo sobre la mesita ratona saltaba del sillón como impulsado por un resorte imaginario. Aventando la copa contra las llamas de la chimenea, culminaba de ese modo su purga impuesta por su testarudez. Londres era su destino aquel que destacaba en un mapa al verse envuelto por una cruz de color rojo. El único vinculo real para dar con el paradero de la Malfoy era su mellizo Jeriel, aquel que le ayudará a esconderse de sus perseguidores. El matrimonio con la vampiro, no fue nada más que una estrategia orquestada por el par de magos, pero eso derivo en que sus planes obtuvieran como resultado un insultante tiro por la culata. Lamentándose falsamente arrinconaba todo deseo de pedir perdón, porque era mucho más satisfactorio pedir permiso y no lo opuesto. Rebuscando entre los bolsillos de su saco, extrajo con éxito la gema que le obsequiará al comprometerse con ella. Un lapislázuli enorme que desprendió un destello al sentir la luz artificial sobre su centro, igualándose por un breve instante a la misma tonalidad que tenía el ojo izquierdo de la rubia. — Mi viejo amigo tendrá que ayudarme, si desea que le de información reciente sobre Jenna—asomándose por sus labios una sonrisa cargada de eufórica suficiencia. Arrogante como en los viejos tiempos, acomodaba algunas cuantas cosas dentro de una valija, listo para salir a primera hora e ir en busca del recién nombrado Primer Ministro de Nueva Zelanda. Vaya que la suerte le sonrió tras la abrupta desaparición de su querida hermana, aquella mujer que por mucho que quisiera negarlo seguía casada con él. @ Juv Macnair Hasani