— No puedo irme de Londres, no ahora—respondía tomado entre sus manos el rostro de la rubia, ¿Qué clase de efecto tenía en él su sola presencia?— Tengo asuntos pendientes, no puedo sacarme de la mente el tema de la dichosa purga y como eso puede ayudarme a sacarme algo de estrés—susurraba cerca de los labios de la Vidente. Ella sabía a la perfección lo que era aprovechar sucesos como esos, derramar sangre supuestamente inocente sin tener que recibir ninguna clase de castigo o sanción por ello. El perderse en ese laberinto de demencia y permitir que fluyeran sus peores acciones en contra de la sociedad mágica.
Su objetivo principal era el Ministro Londinense, aquel rubio que desde que se topará con él. No tardó en insinuarse de manera provocativa, aunque nunca se llegará a nada en concreto— Salió sano y salvo de todas las pruebas que le puse, pero no será el mismo cantar en esta ocasión—sonreía alcanzando con ese gesto sus orbes azules. Sintiéndose ansioso por comenzar con esa matanza desmedida. El ver la sangre corre por todas las calles, gritos suplicantes que buscaban obtener una clemencia que nunca sería otorgada por el Holandés.
— ¿Por qué no me dijiste que tuvimos un hijo?—la pregunta se clavaba como la punta de una flecha en el blanco. El tenía derecho a saber de su primogénito y ante todo, defender sus derechos como padre— Entiendo que André fue una sorpresa para todos, algo que me alegró la vida de una manera única y satisfactoria—orgulloso por el pequeño que pasaba largas temporadas dentro de la mansión que el Ángel Caído había acondicionada para su pequeño.
Esperaba una explicación por parte de la Vidente, mostrándose comprensivo al menos en la superficie. Le quería de una forma intensa y profunda, entregándose al placer que le brindaba saber que ella experimentaba el mismo sentir que el castaño.