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Mahia Black

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Mahia Black ganó por última vez el día 24 Enero 2017

¡Mahia Black tenía el contenido más querido!

Acerca de Mahia Black

  • Cumpleaños 05/01/1993

Ficha de Personaje

  • Nivel Mágico
    5
  • Rango Social
    Unicornios de Oro
  • Galeones
    5350
  • Ficha de Personaje
  • Bóveda
  • Bóveda Trastero
  • Bando
    Neutral
  • Libros de Hechizos
    Libro del Aprendiz de Brujo (N.1)
  • Familia
    Black
  • Trabajo
    0
  • Raza
    Vampira
  • Graduación
    Graduado
  • Puntos de Poder en Objetos
    70
  • Puntos de Poder en Criaturas
    20
  • Puntos de Fabricación
    0
  • Rango de Objetos
    10 a 200
  • Rango de Criaturas
    10 a 200
  • Conocimientos
    Leyes mágicas
    Artes oscuras
    Encantamientos
    Runas Antiguas
  • Medallas
    0

Profile Information

  • Casa de Hogwarts
    Ravenclaw
  • Género
    Female
  • Location
    Cordoba capital

Contact Methods

  • Website URL
    http://

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Logros de Mahia Black

Apprentice

Apprentice (3/17)

  • Conversation Starter
  • Reacting Well
  • Very Popular
  • Dedicated
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233

Reputación

  1. Suspiró entre sueños y giró el brazo izquierdo para cubrir el cuerpo de su novia, buscando el calor que su propia piel iba perdiendo poco a poco a medida que pasaban las horas desde su última ingesta de sangre, pero sólo pudo tocar las sábanas. Se quejó y volvió a subir la mano hasta la altura de su cuello, palpando el último lugar en donde tenía un vago recuerdo del contacto de Gabrielle. Amaba cuando se acurrucaba con su pelaje blanco mimándola, tan suave que le provocaban deseos de frotarse contra ella. Le hacía cosquillas, pero el amor que nacía en ella ante ese gesto sobrepasaba los límites de ternura que podría aceptar fuera de su ámbito privado. Sólo quería quedarse allí, siendo amada, amando y admirando. Entreabrió los ojos y volvió a suspirar. Ella no estaba. No podría haber ido lejos, aún su perfume deambulaba por la superficie. Se levantó sin quitar las sábanas de seda de su cuerpo, dejando que se deslizaran lentamente sobre su desnudez, descubriendo poco a poco la piel blanca con delicados tonos rosados en aquellos lugares delicados. Era algo que también le volvía loca. La seda y la falta de ropa eran una combinación perfecta. Sus sentidos se agudizaban a tal punto de generar un éxtasis casi obsceno. Sin dejar de caminar, mientras su bamboleo de caderas digno de admirar la llevaba hacia la puerta del dormitorio, fue haciendo aparecer ropa que por arte de magia se colocaba en ella. Apenas una blusa azul sin sostén, unos joggins deportivos negros. Por último, una sudadera con capucha. Tomó con ambas manos los cordones que colgaban de la sudadera con los que se ajustaba la capucha y jugueteó con ellos mientras bajaba las escaleras. Estaba descalza, algo que su mujer desaprobaría por la suciedad que se pegaría en sus suelas, pero estaban en un mundo mágico ¿verdad? Usó su varita para encantar el piso para que no manchara sus pies y siguió disfrutando del contraste del frío y el poco calor que aún quedaba en su cuerpo. Parecía una niña grande que desobedecía a sus padres. Aunque aquella época en las que tenía padre había quedado tan atrás que ya casi no recordaba su cara. Salió hacia los jardines y de lejos la vio. Dejó salir una pequeña carcajada que nada tenía que ver con alguna situación graciosa, sino más bien con lo sorprendida que la dejaba el paisaje frente a sus celestes ojos. El dejo de rocío aún en el césped de verde con tonos azulados, el cielo despejado y ella, una obra de arte sentada en el pasto, tan tranquila y calma que parecía que resplandecía. Durante muchos años le tocó ver el lado de Gabrielle sanguinario y despiadado, o aquel en el que odiaba al mundo, y a veces hasta ella. Pero a veces podía detenerse dos minutos en la puerta del castillo para admirar su sonrisa y su tranquilidad, que eran tan hermosos como el estallido de adrenalina de cuando la podía ver altiva y poderosa. La amaba tanto. Casi le quitaba el aire la sola idea de poder tenerla. Corrió a toda velocidad hacia el otro lado de los jardines, cortando dos o tres rosas rojas y volviendo a su lugar. Se acomodó el cabello hacia atrás, permitiendo que su rostro pálido y casi aniñado por la felicidad se descubriera por completo. La sonrisa que portaba en sus labios desviaba la atención de la horrible cicatriz que atravesaba su ojo izquierdo. Se acercó a su amada lentamente, procurando no hacer sonido, y desde atrás de ella estiró el mini ramo para colocarlo frente a su rostro. - No hay nada en este mundo que te iguale, pero creo que podría llorar en este momento si al menos no intentaba opacarte. No sería justo para el resto del mundo que algo tan bello esté sólo y sea únicamente mío… - Se acercó a su oído y le susurró despacito. Dejándola que se de vuelta por si misma para mirarla a los ojos. El contacto duró apenas unos segundos que parecieron horas. Sonrió de lado y se arrodilló frente a ella con sus dos rodillas en el césped, acercándose para besarla. Podía sentir la incomodidad de psicosis y la gata que tenía Gabrielle de mascota, pero poco le interesó. El beso sólo duró unos segundos, pero movió su cuerpo entero como si aquella fuera la primera vez que podía tocar sus labios. - ¿Qué hacías acá afuera amor? ¿Tenés ganas de dar un paseo conmigo? @ Gabrielle Delacour
  2. Le fue difícil ocultar la sonrisa cuando vio a la coneja acercarse al borde de la mesa. No sabía ni siquiera por qué había realizado una pregunta con tan obvia respuesta. Tiró la zanahoria hacia un lado y comenzó a quitar el envoltorio del chocolate mientras veía cómo el animal iba transformándose en una hermosa mujer de pelo castaño y ojos de miel. El vestido rasgado dejaba ver partes de su piel, poniendo a su tonto corazón a latir como un caballo desbocado. No importaba la cantidad de veces que sus ojos se posaran en los de Gabrielle, el verla siempre se sentía como si el mundo se pusiera de cabeza y volviese a la normalidad en sólo un segundo. La vio bajar de la mesa y se acercó a ella conforme iba avanzando, estirando la mano para darle el dulce mientras se quitaba la chaqueta de cuero con la otra. La colocó en su espalda, cubriéndola protectoramente por si alguien entraba a la cocina, y la abrazó. Su aroma aún se confundía con el de su forma animaga, y esa mezcla dulce entre su perfume floral y la calidez del conejo volvía loco sus sentidos. La amaba tanto. Estaba loca si creía que podría volver a irse dejándola atrás, aunque estaba de acuerdo en que su miedo tenía razones fundadas de las cuales ella era culpable. - Creo que no me morí de amor porque ya estoy muerta en cierto sentido. Pero si eso es toxicidad, amo que la tengas mon amour - relamió el chocolate de sus labios y le devolvió el beso, guiñándole un ojo justo antes de que ella terminara la pieza, recargando la cabeza contra el hombro de su novia. - No tenía pensado volver a irme. Todo lo que necesito está acá. A menos que el señor tenebroso me llame. En cual caso creo que también irías... pero... creo que me gusta la idea de que me acompañes a cazar de vez en cuando y me veas en mi estado... - Se frenó antes de seguir, moviendo los brazos por la espalda de su prometida para transmitirle calor. Trataba de no pensar sobre su vestido desgarrado y el deseo de terminar de romperlo para volver a la habitación. Pero no todo se trataba siempre de eso. Eligió cuidadosamente las palabras que diría a continuación. Con el cambio de Gabrielle la palabra animal había tomado un nuevo sentido para ella y el utilizarlo para describir su casi despersonalización y el traspaso a ser un depredador carente de humanidad le parecía incorrecto. - La cuestión es que sería un placer llevarte conmigo a donde sea. Además, de que si me vuelvo a desaparecer me vas a volver a matar. Y morir duele. O sea, me gusta matar, pero no morir - Se mordió la lengua y soltó una carcajada al imaginar la expresión que tenía su mujer al escucharla decir eso. Sin dejar de abrazarla caminó un par de pasos hacia la puerta y se detuvo para que ella pudiese seguir el resto del camino hacia los sillones con mucha más comodidad. Dio un toque de lengua juguetón en los labios de la otra Black al recibir el beso y le tomó la mano para guiarla, escuchándole hablar mientras llegaban al living. Era curioso lo mucho que iba cambiando el castillo con los años y sobre todo con las personas que lo habitaban. No había tenido tiempo de prestar atención a los pequeños detalles, puesto que sus estadías básicamente pasaban por su cuarto, el baño y la cocina. No pasaba mucho tiempo con el resto de la familia, sólo le bastaba la presencia de Gabrielle. Cuando Fernando (ya casi ni ganas de decirle padre tenía) era el patriarca, todo era muy oscuro. El ambiente en el castillo se mantenía lúgubre. La iluminación siempre era escasa y se mantenía a base de antorchas y la luz de la chimenea. Era lugar de reuniones emocionantes y planes de guerra contra la Orden. Y siempre había alguien saliendo de las sombras, haciendo su gran aparición como todo buen Black orgulloso, vanidoso e imponente. Ahora en cambio, con la nueva generación la sala de estar se había convertido en una sala común de las que se usaban en las academias de magia y hechicería. Luces mágicas que no dejaban puntos ciegos y evitaban que alguien pudiera pasar inadvertido. Los sillones estaban encantados para que cada quien los viera del color que su mente le impusiera. En el caso de Mahia, por extraño que pareciese, los veía de un tono blanco crema, bastante alejado de aquellos grises oscuros que se usaban en los tiempos de antaño. Bien mullidos y con apoyabrazos y respaldares robustos, rodeaban una mesa más pequeña que le permitía a quien quisiera apoyar las tazas o los platos de los aperitivos que quisieran disfrutar frente a la chimenea. Ni qué hablar de los muebles. Aquellos imponentes y aparatosos estantes de algarrobo habían sido reemplazados por otros más modernos. - No entiendo cómo estos chicos viven en este lugar. Falta... Maldad. Entiendo que las tecnologías mágicas avanzan pero... no me siento cómoda con este estilo. Necesito oscuridad. - Sacó la varita y como novia celosa, reemplazó el vestido que su mujer estaba usando por otro en buen estado. Conocía a Gabrielle, y ese estilo le encantaría. Verde esmeralda, de corte bajo en la espalda, pero cerrado por una gargantilla en el cuello por la parte del torso. Marcaba muy bien su cintura y caía por los muslos con una falda en tablillas que tenía pintado un conejo blanco sobre la pierna izquierda. Soltó una carcajada con por el comentario del collar y la miró pícaramente. Estaba segura que le podrían dar buenos usos. Se lo dijo en voz baja, haciéndola sonrojar. - Me parece una excelente idea. Pero no conozco a nadie en el ministerio amor. - Se sentó en el sillón más largo, frente al fuego, y agarró la mano de la ojimiel haciéndole sentarse en su regazo. -Creo que ese es más bien tu fuerte. Además la última vez que estuve allí creo que me echaron por querer morder a un empleado que había hablado mal de El Profeta. -
  3. Abrió y cerró los labios varias veces, emitiendo apenas leves sonidos que no llegaban a formar una palabra, pero que denotaban su creciente confusión. Tragó saliva y se dedicó a mirar cómo las mascotas de Gabrielle protegían y mimaban a ese conejito blanco, cubierto de sangre. Giró la cabeza hacia su hombro izquierdo. Entre gallos y media noche, después de pasar por peleas y reencuentros, enojos y reconciliaciones, habiendo viajado juntas y entre momentos de placer, lujuria y cansancio, su mujer se las había arreglado para sorprenderla una vez más, y de paso darle un susto de muerte. ¿Es que nunca dejaría de hacerlo? Cambió la expresión en su semblante por una más relajada y sonrió, dejando salir los nervios y el miedo. Negó con la cabeza con algo de vergüenza y miró a su conejita con ternura. Suspiró sentándose a un lado de la cama, estirando la mano para avisarle a Anna que todo estaba bien, que no había peligro. Se arrepintió al instante, puesto que la mirada fulminante que recibió del animal le daba a entender que, si hacía un movimiento de más, allí habría guerra. Bajó la mano y se encogió de hombros haciendo una mueca con los labios, casi diciendo como diciendo “ups”. La situación era algo crítica, pero graciosa a la vez. Era inconfundible que esa coneja era Gabrielle. Incluso hasta juraba que le había visto poner esa misma expresión que ponía su futura esposa cuando ella hacía algo inmaduro o est****o. Como diciéndole: “Niña mensa”, entre bromas. Le pareció extremadamente dulce su estornudo, y la contempló con amor mientras se limpiaba y la miraba directo a los ojos. Su respiración apenas había vuelto a la normalidad. Tremendo susto le había dado. - No es que quiera ser una esposa… ¿tóxica? Creo que así le dicen ahora – Se despeinó el cabello moviendo la mano desde la nuca hacia arriba y a la inversa. Hacía un tiempo ya que lo había empezado a llevar corto, aunque por su condición de vampiro le crecía con una velocidad anormal y debía cortarlo con frecuencia. - Pero creo que voy a tener que prestarle más atención a los cursos que tomas. En cualquier momento vas a hacer alguno de … - Se quedó pensando unos segundos mientras llevaba la mano inconscientemente hacia su hermana y acariciaba el pelaje de su mejilla con el reverso del dedo índice – no sé, de astronomía, y vamos a tener la casa llena de meteoritos y estrellas caídas. A Psicosis no le hacía mucha gracia que estuviese acariciando a su ama, y casi como por seguirle la contra, se acercó más a ella besó la punta de su delicada nariz, notando como ella también trataba de tranquilizarse. El amedrentamiento funcionó a la perfección, puesto que el conejo mágico salió volando y automáticamente sintió las patitas de la ojimiel en su mejilla y un mordisco en los labios que la hizo ir apenas hacia atrás por la sorpresa. - ¡Auch! ¡Tenés esos dientes más afilados que los míos Gabrielle! – Se relamió los labios sintiendo el hierro de la sangre y el fuego en sus ojos volvió. Tragó conteniendo la quemazón y su instinto de vampiro, sabiendo que estaba recién alimentada, en ambos sentidos. La vio alejarse e instintivamente la siguió hacia el centro de la cama. Por alguna extraña razón podía casi saber en qué estaba pensando su mujer. La tomó entre ambas manos y la llevó hasta su pecho, levantándose de la cama. Realmente sólo hacía falta una mano, pero así la sentía más protegida. - Perdiste mucha sangre y tuvimos mucho ejercicio. Sé que estás hambrienta. – Se quedó pensando – Y no debería decirte esto, pero amor, das miedo cuando tenés hambre jajaja – Se mordió el labio esperando alguna mordida de represalia. - Pero primero salgamos de este cuarto. Perdón por haberte traído, pero, no sabía qué hacer y aún no entendía que eras vos. Recién estoy empezando a redimirme de mis “pecados” y vengo a matar a un pobre conejito blanco… O eso había pasado en mi cabeza. ¿Te imaginas lo que me hubieses hecho si hubiese pasado en realidad? – Tembló e hizo una mueca con los labios. La escena era bastante graciosa. Ella iba hablando con su novia mientras descendía las escaleras a la cocina, como si estuviese en una conversación de ida y vuelta con otra persona. Sólo recibía movimientos o miradas de parte de la Delacour, pero las entendía. - Sí, lo sé, soy una bestia que no controla sus impulsos y sed de sangre. Pero siempre fui algo bruta, incluso antes de ser un vampiro, no me juzgues. – Entró en la cocina y la depositó con cuidado en la mesa del centro, moviendo la mano como con desdén hacia la heladera para que esta se abriese. - Creo que nunca voy a madurar. – Se agachó para ver dentro de la nevera y suspiró. Dio la vuelta y observó a la coneja con algo de confusión y desesperación. – No sé cómo alimentarte amor. ¿Comida humana o de conejo? Le mostró ambas manos. En la derecha tenía una zanahoria, aunque era algo cliché en la historia de comida de conejos, la Black pensó que funcionaría muy bien. En la otra mano, en cambio, tenía una barra de chocolate suizo y pan dulce. - ¿Coneja o humana? – Levantó una ceja y sonrió, esperando una respuesta de su futura esposa.
  4. Holi mujer de mi vida... je t'aime!

    1. Mahia Black

      Mahia Black

      Je t'aime aussi mi amor!

  5. Se movió lentamente, buscando con la nariz olisquear los cabellos de su amada. No sabía a ciencia cierta en qué momento se había quedado dormida. Lo último que recordaba era haber sentido una inmensa ternura y un cálido abrazo que le había hecho olvidar sus preocupaciones. Había querido curar las heridas de Gabrielle, pero sabía que ella era una mujer fuerte y si no deseaba las curaciones por algo sería. Apretó los ojos al no poder sentir el olor de la otra mujer, estirando el brazo para buscarla a ciegas. Su corazón empezó a latir con fuerza. ¿Se habría enojado? Pero, ¿Por qué? No recordaba haber hecho nada malo. - “Sólo el hecho de llevarla a otro país en medio de un bosque con un noruego enorme que vendía dragones ilegales. ¡Bravo Mahia Black! – Pensó para si misma, tratando de relajarse antes de abrir los ojos. También estaba el hecho de las heridas que le había causado a la Delacour, pero así era su relación, así eran sus gustos, su manera de sentir el placer en todo su esplendor. Aunque si esa fuera la razón… Tembló, siendo consciente de repente de un pequeño peso en su pecho, acompañado de un calor bastante particular. Se sintió descolocada y llevó la mano hacia el lugar, abriendo los ojos de repente al sentir un suave pelaje entre sus dedos. Lo que vio la dejó helada: Un conejito. El más lindo conejito blanco que había visto en su vida, yacía extendido en su pecho. No obstante, de blanco realmente le quedaba poco. Instintivamente la Black lo tomó entre sus dos manos, saltando de la cama en un suave movimiento. El pequeño animalito estaba cubierto de sangre seca. - ¿Qué ca***o? ¿¡Maté un conejo estando dormida!? – Se llevó una mano a la nuca y se rascó con ansias, tratando de pensar. Caminaba casi en círculos, yendo de una punta de la habitación a otra con un paso acelerado con la respiración acelerada y claramente desesperada - ¿Por eso se fue Gabrielle? ¿Qué iba a hacer ahora? Su esposa amaba los conejos. Hasta su mascota preferida era uno… ¡Y ella lo había matado y llevado a su cama! - ¡La p*** que me parió! – Gritó, pasando la mano de la nuca a su frente para golpearla. Se detuvo en seco a mirar al animalito nuevamente. Su brusquedad había desencadenado otro movimiento en su mano, una clara señal del conejito de que su sueño estaba siendo alterado. Lo vio abrir los ojos lentamente y llevar una de sus pequeñas patitas a sus orejas. No supo en qué segundo pasó, pero sus piernas empezaron a correr antes de que su cerebro diera la orden, y su boca a gritar el nombre de su hermana incansablemente. Salió del cuarto con prisa, sujetando el animal herido de la manera mas suave posible. ¡No lo había matado! Aún tenía tiempo de recuperar a su mujer. - ¡Gabrielle! Gabrielle, ¿Dónde estás? ¡No lo maté! – Su voz resonaba en todo el castillo, sin importarle los demás convivientes. Abrió rápidamente la puerta del antiguo cuarto de la Delacour, decepcionándose rápidamente, ya que ella no estaba allí. Corrió hacia la cama, quitando el polvo del edredón con la mano libre mientras dejaba al conejito suavemente en el acolchado mullido y cálido. - ¿Y ahora qué hago? ¡Soy un vampiro! ¡Un depredador! No estudié veterinaria. ¿Cómo lo salvo? – Lo miró angustiada e hizo aparecer su varita, quedándose perpleja cuando este terminó de abrir los ojos. Conocía de memoria esos orbes de color miel. Los veía cada mañana, en sus sueños y al despertar… podría reconocerlos donde fuera. Giró el cuello hacia su nombro, notablemente confundida. No podía ser…
  6. Una tormenta tropical. Quizás si lo pensaba bien, esa sería la palabra para definir lo que era cuando estaba junto a Gabrielle. Vientos huracanados, rápidos y fuertes, tan pasionales e intensos que en cuestión de segundos lograban llenar todo el ambiente de tensión, aquella misma que reventaba y llevba todo a su pasó cuando sus cuerpos se encontraban, se tocaban y descargaban el amor y el deseo. Un paso enceguecido por la lluvia de placer que su amada le daba hasta llegar al punto mas alto del extasis... Y luego llegaba la calma... abrazadas, dejando que sus corazones se apaciguaran. Apoyó la cara sobre la cabeza de Gabrielle y movió la nariz entre sus cabellos, olfateando aquel aroma único que sólo podia encontrar en ella. - No sólo sos mi responsabilidad. Sos mi todo. El núcleo de mi felicidad, la calma que precede a la tormenta, y, maravillosamente, el sol y la paz luego de que todo pasa - se despegó de ella sin quererlo y la miró a los ojos con cierta ternura, aflojando sus facciones, lo que le daba un ligero aire de juventud, descontando sus eternos 27 años. Le sonrío, mostrando el blanco colmillo izquierdo y suspiró feliz. Aquella mujer podia amanzar a cualquier bestia. Un vampiro despiadado, con cicatrices de guerra y una mirada desafiante y gélida se volvía un cachorro a su lado. Uno que sólo vivía para protegerla. - Creo que ya no deseo tanto ese Dragón. Ademas va a ser divertido escuchar cómo resolvió este problema Bjorn... - Se giró un poco para ver la sala, un poco destrozada en el frenesí, con los cojines de los sillones ensangrentados y rasgados - Definitivamente me va a cargar la shingada si lo dejo entrar. Rió para sus adentros y se agachó para colocar el antebrazo por detras de las rodillas de su hermana y, asegurandose de que ella siguiera abrazada de su cuello, la cargó en sus brazos. Caminó un par de pasos en dirección contraria a la puerta y sintió el tirón de la transportación al tiempo que sujetaba a la ojimiel con todas sus fuerzas. No se dio cuenta en qué momento habia cerrado los ojos, pero al abrirlos ya se encontraban en su habitación en el Castillo Black. Depositó con cuidado a Gabrielle en su lado de la cama y sacó la varita para curar sus heridas, pero la mano de esta la detuvo en seco. Miró a sus ojos sin comprender el motivo pero no le discutió. - No creo que tengas fuerzas para dar muchas explicaciones mon amour, pero estás segura de querer seguir así? Perdiste mucha sangre. - Se acostó a su lado y la dejó recostar la cabeza en su hombro - Está bien ... dormí tranquila pero apenas despiertes, debemos curar eso.
  7. Gruñó ante las palabras de su mujer y acercó un poco más la cadera hacia la de ella, logrando que la punta de la navaja se moviera un poco hacia arriba y abajo, acompañando el movimiento. Quería cortar, ver sangre, pero sería demasiado fácil para su mujer si terminara todo ahí mismo. Soltó sus manos mientras la besaba, separándose lentamente para mirarla a los ojos de color miel mientras bajaba con la mano izquierda recorriendo su torso hasta llegar a reemplazar con sus dedos el filo que hacía estremecer a su mujer, sonriendo cuando esta arqueó la espalda para buscar más contacto. Subió el cuchillo de guerra hacia el pecho de la Delacour sin dejar de mover la mano izquierda, deslizando el filo por el abdomen hasta llegar hacia el borde del brasier, cortándolo también y dejándolo caer hacia un costado. Aprovechó el momento en el que su mano fue más allá, empujando con su cuerpo, y realizó un corte poco profundo bordeando el pecho de Gabrielle, cubriendo la herida con su boca y haciéndola más profunda con sus colmillos para comenzar a beber su sangre. Los movimientos cada vez más acelerados se acompasaban con su succión, perdiéndola en el éxtasis de placer que le provocaba. No fue hasta que sintió el grito de Bjorn que se detuvo abruptamente, levantando el rostro para ver el de la castaña, consternado y casi enojado por la interrupción. - ¿¡Qué ca***o es esto!? No estoy para juegos Black, tengo tu dragón en las manos. ¡Sabés los frágiles que son estos huevos! – La Black no hizo más que sonreír de costado, quitando la mano de donde más deseaba tenerla su mujer y lamiendo su dedo antes de colocarlo sobre sus labios. - Shh … dejémoslo que sufra. ¿Vos la estas pasando bien? – Guardó la navaja en su bolsillo, dejando que se convirtiera nuevamente en una varita mágica pero no sin antes hacer aparecer en su entrepierna un pequeño gran regalo para su futura esposa. Agarró las muñecas de la francesa, pasándolas por su cabeza para que pudiera agarrarse de su cuello y la tomó desde sus muslos, levantándola en el aire. Automáticamente sintió cómo las piernas de la otra mujer rodeaban su cuerpo y sus ojos cambiaron de color a un azul más oscuro, turbio de deseo. Aquello de tener fuerza sobre humana ayudaba bastante en esos momentos. Caminó hacia la puerta y apoyó la espalda de Gabrielle en la misma, buscando su cuello para morder mientras acomodaba sus caderas para casi entrar en ella. Quería hacerle saber al muchacho qué es lo que estaba pasando detrás de la puerta. - ¿Aún querés que le abra? ¿O preferís que continúe donde estaba hace unos momentos? – Mordió con más fuerza, sabiendo que sólo con dejar caer un poco el cuerpo de su mujer, empezaría nuevamente el frenesí.
  8. Sabía que Bjorn era bien parecido. Un tipo rubio, ojos azules, de buena contextura en musculatura, con esas manos que hacían pensar que debajo de los pantalones no tenía sólo una pequeña sorpresa y encima carismático. Era un verdadero combo de sorpresas, a decir verdad. Pero Mahia nunca lo había visto de esa manera. Tenía demasiado tiempo sin fijarse en un hombre. El último había sido su ex marido, pero nunca habían consumado realmente su relación ya que ambos preferían amantes de su mismo sexo. De cualquier manera, entendía que Gabrielle le hubiese puesto un ojo encima, o al menos esperaba de cierta manera aquella carrilla que había recibido por la belleza de su amigo. Lejos de enojarse, sonrió con malicia, aceptando la sonrisa burlona de su mujer mientras trataba de devolverle la broma, aunque aquello podría salirle muy mal. - … Podríamos divertirnos un poco con él mon amour – no podía verle el rostro, puesto que la Delacour tenía la cabeza descansando en su pecho. Pero se jugaba el pellejo a que su mujer estaba desconcertada. Apretó con deseo la mano que ella le sosteía y siguió con su juego – Somos dos las que despiden su soltería, cuando vuelva, si te interesa, podríamos proponerle un thresome… Pero que empiece por mí. – Atenuó la risa con su mano libre y negó con la cabeza. Gabrielle sabía que nunca podría darle su cuerpo a otra persona que no fuera ella, pero así mismo se moría de ganas de verla celosa. Era un escenario que nunca le había permitido ver, y la curiosidad y la ternura que le provocaba el imaginarlo le hicieron soltar un sonoro suspiro. Se desilusionó un poco cuando su hermana cambió el tema, y su sonrisa casi desapareció, concentrándose en la mejor opción que tenían como sacerdote para su boda. Quizás lo mejor era pedírselo a Aaron. Sabía que en ese momento estaba muy ocupado siendo el líder de la marca tenebrosa, pero se trataba de sus madres. - Quisiera que fuese Aaron. Me gustaría decir que le di los valores de familia suficientes para que pudiera dejar todo y acudir al llamado de sus madres, pero… - Torció los labios en un gesto de disgusto y levantó los hombros, moviendo la mano por la espalda de su mujer – no fui el mejor ejemplo de unidad que digamos. De cualquier manera, le voy a enviar una lechuza apenas pueda. – Evitó seguir por el tema que llevaba a Orión. A decir verdad, lo quería mucho, nunca habían sido unidos, y estaba segura de que él apenas la reconocía como hermana, pero eso había cambiado el día que él quiso quitarse el apellido Black por ese insulto que llamaba “Yaxley” o como se escribiere. Ese día un pequeño rencor había nacido en la ojiazul, y no hacía más que crecer en rechazo al hippie de su hermano. En vez de eso, gruñó con deseo cuando sintió el cambio de postura de la francesa sobre su cuerpo, y sus ojos azules cambiaron automáticamente a un celeste muy claro, creciendo sus colmillos a la par del cambio. Dejó escapar un pequeño gemido al sentir la mano de su prometida presionar sobre su punto sensible y la agarró de la muñeca, desprendiendo el botón de su pantalón con la mano libre mientras guiaba la de su hermana por debajo de su ropa interior. Levantó la cadera al sentir el contacto y tiró la cabeza hacia atrás un segundo, volviendo luego a ver a su enamorada con un deseo casi palpable. Cada movimiento hacía que la castaña se levantara un poco acompañando el vaivén de las caderas. - Si estás segura, creo que puedo con esto… de cualquier manera no creo que le generemos un trauma ¿verdad? Ya está bastante grandecito – Elevó la cadera un poco más y antes de terminar de recostarse en el sillón, giró tomando a Gabrielle entre sus brazos y se puso sobre ella, quitando la mano húmeda de su hermana de donde estaba. Sonrió con arrogancia y llevó los dedos de su mujer a su boca, pasando la lengua entre ellos de manera casi lasciva, pero sin dejar de clavar sus ojos en los de ella. Hizo aparecer su varita y con una floritura prácticamente carente de elegancia cerró la puerta por donde el muchacho había salido, bloqueándola y encantándole para que, cuando él quisiera agarrar el pomo de la puerta, un rostro monstruoso se dibujara en la madera y le gritara que se apartara. Agitada, redirigió la punta de su varita hacia la garganta de su novia, deslizándola peligrosamente sobre su vena yugular, moviéndola hacia un lado y hacia el otro como si de una navaja filosa se tratase. Su mirada ya no era la misma. Se podía ver un dejo de aquella Mahia sádica que había sido en su pasado. Bajó para besar los labios de la ojimiel y movió nuevamente la varita, atando las manos de esta con tres cuerdas lo suficientemente gruesas para que no pudiera desatarlas y con la otra mano las colocó sobre su cabeza. - Me preguntaba si querrías jugar… - Le susurró despacito, moviendo la cadera sobre la de la otra mujer con movimientos cortos, pero ejerciendo presión con su centro hacia el de ella. – Te voy a permitir tomar el control… pero sólo mediante la palabra. Vos me decís qué querés que haga… y si me gusta… te daré una respuesta… pero si no… Se relamió los labios y decidió hacer realidad sus pensamientos, convirtiendo su varita en una navaja de guerra con una punta bien afilada. La deslizó por la ropa de su mujer, cortándola desde una punta hacia la otra para luego concentrar la punta de la navaja en donde sus entrepiernas se unían, presionando sobre la ropa interior de Gabrielle. Estaba sobreexaltada. Casi no podía controlar lo que pasaba con su cuerpo. La cabeza le daba vueltas y el deseo golpeaba con fuerza en el centro de su garganta y de su entrepierna. Gruñó, aquella mezcla entre amor y lujuria hacía un coctel explosivo en su cerebro. Quería más de Gabrielle, y la adrenalina de no encontrarse solas y estar en una casa que no era la de ellas le daban un plus a la situación. Respiró profundo, logrando meter el aroma de su mujer en sus pulmones. Ah... era tan dulce. Un afrodisíaco de lo más potente que podía haber en el mundo. La amaba sobre todas las cosas. Gabrielle era su amor. Su vida. Su prometida. Su complemento. Su placer y deseo. Gabrielle lo era todo para ella. - Esperemos que los gritos de Bjorn no me hagan perder el pulso … -
  9. - Let's do it - Sonrió al escuchar la aprobación y envolvió el cuerpo de su prometida con los brazos. Sabía el brillo que tenían sus ojos, y que a la mirada de la Delacour parecía una chiquilla emocionada por obtener un juguete nuevo. Y quizá así era. Ella lograba que Mahia dejara libre esa actitud aniñada que la vida le había robado siglos atrás, y que en La Marca Tenebrosa era imposible de mostrar. Era libre. - ¿Desde cuando a nosotras nos importa la Ley amor? - La miró divertida, girando la cabeza para apoyarla en la palma de la otra mujer. - Somos mortífagas, hemos asesinado a miles de personas, disfrutado con torturas, robado dinero, poder, gloria. Todo aquello que nuestro señor tenebroso quisiera... o aquello que nosotros queríamos y lo hacíamos en nombre de él. Y lo disfrutábamos digamos que de la Ley no sabemos mucho. - Bajó su rostro y rozó con suavidad la nariz de Gabrielle con la suya, suspirando un momento antes de tomar sus labios en un beso suave, que con el pasar de los segundos se fue volviendo cada vez más ávido. La atrajo más a su cuerpo, apenas separando los labios para respirar y volviendo hacia ellos para morderlos, rasgando la piel interior con los colmillos superiores. Un pequeño quejido salió de su boca al sentir el sabor y acercó su cadera a la de ella, bajando las manos por la espalda. Gruñó. La deseaba. Ese era el efecto que tenía la ojimiel sobre ella. Podían estar rodeadas de todo o en medio de la nada, pero para la rubia sólo existía su mujer. Alcanzó a deslizar la mano izquierda por la parte baja de la espalda cuando un carraspeo le hizo volver a la realidad. Se quedó quieta y abrió sólo el ojo derecho para ver con vergüenza cómo un hombre de gran estatura las miraba desde la puerta de la cabaña, riendo ante el espectáculo. Separó la mano derecha de la espalda de su novia pero mantuvo la izquierda en su cintura, acercándola a ella en actitud posesiva, aprovechando la cercanía para poder presentarlos. - Hola Bjorn... ¿Te divertiste lo suficiente ya? - Rodó los ojos cuando él soltó una carcajada. - - No sé si divertirme, pero te aseguro que han alegrado mis... ojos... quizá hasta te pueda hacer un descuento en la mercancía - Bromeó el noruego. Se lo notaba un tipo risueño, pero fornido. Debía de medir aproximadamente 1,82 metros de alto, con una buena musculación. Era rubio, casi tirando al blanco, y de tez casi tan pálida como la de la vampiro pero con el azul de sus ojos un poco mas opacos que los de ella. Llevaba la barba cuidadosamente modelada y el pelo corto por los costados y atado en una colita en la parte superior. Al igual que la Black, vestía con ropa muggle por comodidad. - Bueno, ¿y la señorita es...? La ojiazul casi podía sentir la incomodidad de Gabrielle que sólo se encontraba mirando a los dos. Giró el rostro para mirarla y darle confianza con sus ojos y luego la señaló con la mano derecha. - Bjorn te presento a mi prometida. Ella es Gabrielle Delacour. Amor, él es el comerciante del cual te hablé. Es algo así como una versión menos bonita, menos graciosa, menos fuerte... bueno... menos todo de mi. Sólo nos parecemos en lo rubio y ojiazul. Pero yo soy mucho mejor que él en todo lo demás. - Sonrió mientras el hombre entrecerraba los ojos y se despidió del descuento que les había prometido. Pero su orgullo debía salir a flote sí o sí en esas situaciones. Él las invitó a pasar haciendo una seña con la mano derecha y se movió del umbral de la puerta, mostrando un interior más amplio de lo que parecía por fuera. En el hall había un perchero para poder dejar los abrigos y varios cuadros que en ese momento se encontraban vacíos. Probablemente el frío ahuyentara a sus habitantes. Una escalera de madera llevaba a los pisos superiores. A la derecha la puerta más cercana llevaba hacia una gran cocina que tenía inmensos hornos donde se depositaban los huevos recién obtenidos y que no podían ser puestos en los calderos a la intemperie, y a la izquierda el living con una mesa larga con sillas de algarrobo seguidas por unos sillones que envolvían a una mesa ratona frente a la chimenea. Una alfombra peluda y blanca se ubicaba a los pies de los sillones, dando ganas de quitarse el calzado para disfrutar de lo calentito de su tela. - Tomen asiento, ya traigo lo que me pediste. - La Black asintió con la cabeza y acompañó a Gabrielle hasta el sillón más largo, donde cabían ambas una al lado de la otra. Se sentó a su izquierda, tomando su mano y entrelazando los dedos mientras esperaban. - Perdón por eso. Había olvidado el haber tocado la puerta. Sé que es raro que nos vean besándonos. - No quiso mirarla para evitar el regaño y miró el techo de madera. Un candelabro bastante bonito colgaba de él. - Bjorn es buen muchacho. Está sólo. Por lo que sé de él y que obviamente averigüé antes de venir, perdió a toda su familia. Creo que por eso me acerqué a él en su momento. Me dio... ¿pena? - Volvió la mirada a su mujer, alzando los hombros en señal de no saber qué decir sobre el asunto. Quería saber qué opinaba ella de lo que estaba haciendo, más allá de que sabía que la acompañaba. O si quería preguntar algo más, pero no se atrevía a decirlo. La sentía tensa, pero estaba segura de que nada malo pasaría. Quería tranquilizarla. - Le pedí un dragón hembra, blanco... creo que voy a llamarlo Marshmello, porque contrasta muy bien con brownie. Me gustaría que ambos dragones estén en nuestra boda. Me parece una imponente forma de hacerlo. Ya que no va a haber gente no me preocupa que se coman a nadie.- Soltó una carcajada. - Y hablando de la boda... yo... quería hacerla apenas volvamos a Inglaterra. ¿Te parece bien? - Suspiró mirándola enamorada. El sólo hecho de pensar el momento en que ambas se darían el sí le llenaba el estómago de mariposas. - Pensaba en que quizá podríamos pedirle a Maida que nos case... o a Aaron... ¿Siguen viviendo? Qué mala persona soy... -
  10. La respuesta de Gabrielle la desconcertó un poco y ahogó una carcajada. Soltando el agarre de una de sus manos para taparse la boca y evitar que el sonido fuese estridente. Sacó la lengua unos segundos mordiéndola entre sus dientes y luego sonrió culpable, encogiéndose de hombros como si fuese alguien inocente. Su hermana ya sabía que algo traía entre ceja y ceja y podía sentir que entre sus bromas existía algo de preocupación por las locuras que la vampiro inmortal podía estar pensando. Se movió para tenerla de frente, bajando el rostro hacia sus labios cuando la otra mujer la abrazó con fuerza hacia ella. La besó con dulzura para luego alejarse un poco, guiñándole el ojo mientras negaba con la cabeza. Sin ganas, separó el abrazo para tomar la mano de su futura esposa y se giró para abrir la puerta, tirando de su mano para que ella fuera detrás. Era gracioso en cierto punto. Toda su vida a excepción de sus primeros 27 años de mortal, había sido alguien despiadado que disfrutaba el sufrimiento de sus enemigos. No sólo amaba la sangre pasando por su garganta, sino que consideraba que quedaba muy bien adornando el total de sus ropajes, su varita y su katana. Era el éxtasis de la casería que la llevaba a cometer los asesinatos más crueles con una sonrisa en sus labios y luego volver a La Marca Tenebrosa a relatar sus anécdotas. Porque además de sádica era totalmente ególatra y egocéntrica. Pero cuando estaba con la castaña no había ni rastro de esa mujer. Más bien parecía una niña pequeña. Alguien sin maldad, que sólo quería ser feliz y hacer feliz a quien más amaba. Alguien que hacía travesuras y, por más vampiro que fuera, alguien bruto y despistado, que cometía errores y los aceptaba con una risa, sin darse cuenta de su gravedad. - Es una sorpresa Gabbs… Pero creo que te va a gustar. – Se dio la vuelta, dándole el frente a su novia mientras caminaba hacia atrás y colocó la mano libre en su mentón, levantando la vista un poco hacia el cielo mientras se hacía la pensativa. - O tal vez no. Más bien creo que me vas a gritar… Sólo recordá que te amo. – Evitó mirarla y entrelazó sus dedos, aflojando el andar para poder colocarse al lado de Gabrielle. Estaba segura que gritaría. Aunque no sabría el por qué, ya que ella misma había conseguido un ejemplar de dragón. - Perdón amor, fui desconsiderada. Hace frío - Sacó la varita e hizo aparecer dos tapados cuando la sintió temblar. Ambos eran negros, con la única diferencia que el suyo era un poco más grande y no poseía capucha alguna. Colocó el de Gabrielle en ella y subió la capucha para que cubriera sus cabellos con ternura, besando su labio mientras volvía a caminar. La llevaba hacia los bosques que se encontraban a la izquierda del hotel, siguiendo un pequeño camino de tierra que las hacía adentrarse cada vez más profundo. No era un paisaje que diera miedo, más bien, parecía algo sacado de una película. Las copas de los pinos estaban nevadas pero las ramas más bajas aún conservaban sus verdes, y el suelo estaba cubierto de piñas que estos dejaban caer. Algún que otro tronco caído adornaba la vegetación y se podía sentir el canto de los pájaros pese al frío. Se imaginaba que en verano ese mismo lugar estaría lleno de flores silvestres y animales salvajes. Quizá unos cuantos ciervos, alces o libres y hasta ardillas, si es que las había en esa parte del mundo. Al final del camino se podía comenzar a ver un claro circular, donde una cabaña de tamaño mediano empezaba a asomarse. Tenía una chimenea humeante incrustada en el techo alto a dos aguas, que a simple vista dejaba ver tres separaciones de diferentes alturas que daban a pensar que la misma tenía más de un ambiente. Un pequeño hall cubierto frente a la entrada brindaba a los visitantes un cómodo sillón para descansar, y una mesita de té donde apoyar sus pertenencias si así lo decidían. A un costado, dos estacas gruesas clavadas sobre un círculo lleno de cenizas sostenían un caldero donde posiblemente se mantenían calientes los huevos de dragón que Mahia había ido a buscar. Se paró en seco, sabiendo que no la podía hacer esperar más. Demasiado paciente había sido la Delacour, y conociéndola, ya se había dado cuenta por donde venían los planes de su mujer. - No me mates… - Fue lo único que logró decir, separándose de ella y corriendo hacia la puerta de entrada de la cabaña para golpear con fuerza los nudillos y esperar que le abrieran. - Conocí a un tipo hace un año aproximadamente. Él es comerciante y criador de dragones y… - Bajó la mirada avergonzada, sonrojándose mientras seguía hablando – Quiero uno para que ambas tengamos nuestro dragón. Aunque este es ilegal, porque yo no tengo el nivel para acceder a uno.
  11. Se dejó llevar por las palabras de la castaña y se posicionó con una pierna entre las de ella, separándolas levemente con la rodilla mientras hacía presión con un lento vaivén. Apartó con la mano el tirante del vestido y arrastró sus labios por el cuello de la Delacour, bajando hasta poder seguir la línea de la clavícula. Sabía dónde exactamente su hermana tenía las cicatrices de sus colmillos y fue allí donde volvió a clavarlos. Sintió la sangre en sus labios y sintió un gruñido en la base de su garganta, que más que gruñido parecía ronroneo de gato. Sólo quería probarla. Sólo quería degustar aquél placer líquido que únicamente podía obtener de ella. De su amor. De su prometida. Cada vez que bebía su sangre era como firmar un pacto que le decía que le pertenecía en cuerpo y alma. Sentía lo tensa que se había puesto Gabrielle al escuchar el nombre de su país y se moría por preguntar el motivo. Pero no quería ser indiscreta. Pocas cosas en la vida eran aquellas que la francesa se guardaba para sí misma y no compartía con Mahia. Y sí no lo hacía, era por un motivo importante y ella no le exigiría lo contrario. Amaba a su mujer, sin importar su pasado, ella estaba allí para ser felices. Separó la boca de la piel rasgada y subió a besar sus labios, manchándolos de su propia sangre. Le impresionaba que el ojimiel no hiciera mueca alguna de desagrado, siendo que a los humanos no les gustaba el sabor. Poco recordaba de cómo se sentía la sangre antes de ser convertida, pero la asemejaba mucho al hierro y a lo amargo. Nada que ver con la actualidad, donde era lo más preciado después de su mujer. Arqueó la espalda cuando sintió las caricias en su columna y el dolor en su labio, recibiendo un poco de lo que había dado momentos atrás. - Nada me honraría más como compartir la nacionalidad y la vida con vos mon amour – Soltó una risa al sentir el idioma de su prometida en sus labios, con un acento que dejaba mucho que desear. Ni siquiera estaba segura de haber dicho lo que quería decir, ni mucho menos de que sonara como debía de sonar. Pero le parecía un gesto tierno intentar. Se separó, tomando la mano de la otra mujer para despegarla de la cama, sabiendo que la queja vendría después de separar sus cuerpos. De ser sinceros, moría de ganas por seguir encima de ella y terminar con lo que hacía unas horas habían empezado. Todavía se sentía deseosa, sin haber podido llegar a la cúspide de su placer. Pero entendía los motivos que a Gabrielle le habían llegado a hacerlo, y dejaría pasar más tiempo para saciar sus deseos carnales, siempre a manos de ella. - Hay algo que me gustaría mostrarte. – La llevó hacia la chimenea, agarrando una bolsita de cuero que estaba bien cerrada por un hilo blanco – Podríamos usar un transportador, pero no tengo, y tampoco es una distancia que te gustaría hacer colgada de mí, por lo que te voy a tener que pedir disculpas ma chérie, usaremos polvos flú. Le pidió perdón con la mirada y la abrazó, recordándole mantener los codos pegados al cuerpo para no golpear con ninguna de las estructuras de la red de chimeneas. Lo último que quería era producirle dolor, el cual, si bien podía curarse con magia, era innecesario. Apagó el fuego de la chimenea y se introdujo en ella con la otra Black, echando un puñado de polvos al piso mientras gritaba a viva voz “¡Hovden posada!”. No terminó de decir en su totalidad el nombre antes de que pudiera sentir la succión de la tele transportación. Pegó bien a Gabrielle contra ella y dejó caer su cabeza en el cuello de la otra, cerrando los ojos. No importaba cuantos años pasara, el jalón en sus entrañas y el mareo de sentir todo girar le afectaban aún como la primera vez. Abrió los ojos con el tambalear de sus piernas al tocar el suelo y evitó el vómito, corriendo hacia afuera de la chimenea sin mirar a su hermana, que de seguro miraba altanera hacia su dirección. Se hizo burla a si misma mientras se apoyaba contra el mostrador del hotel, que tenía un inmenso ventanal de frente, con apenas un marco de madera como puerta y esta última también de cristal transparente. Era tan traslúcido que lo único que molestaba a la vista era el nombre del hotel sublimado en dorado. Se incorporó lentamente, evitando sonar la campana que llamaría al botones. En vez de eso, estiró la mano hacia atrás para llamar a su novia y la miró enamorada, haciéndole señas para que se acerque a ver lo que ella estaba viendo. Esperó a que llegara a su lado y entrelazó sus manos, sonriendo como una niña en vacaciones. El resto del hotel quedó ignorado. El vestíbulo era hermoso. La mayoría de los adornos eran dorados, brillando fuertemente con las luces blancas de un candelabro eléctrico inmenso que colgaba desde el techo de madera a dos aguas. El piso era de parqué, y combinaba a la perfección con el mobiliario de algarrobo. Lo único que casi llegaba a desentonar eran los cómodos sillones blancos que se encontraban a un lado, acompañados por una mesita ratona larga de madera maciza. - ¿Sabes donde estamos? – Le dijo en voz baja, mientras la llevaba delante suyo para acomodarla entre sus brazos con ternura. Aprovecho su altura y apoyó el mentón sobre el hombro derecho de su prometida, cerrando sus brazos sobre la boca del estómago de esta, sin soltar sus manos. El perfume de su cuello le embriagaba y sentía que todo era felicidad. No esperó su respuesta. Sabía que la otra estaba embelesada viendo el paisaje. Pero… ¿Quién podría culparla? Los cerros con su base de vegetación verde con jaspeados blancos de nieve y sus puntas azuladas y nevadas contenían entre medio un gigante arrollo de agua cristalina, que iba cambiando su coloración conforme iba poniéndose más profundo. Al principio era bien celeste, pero se iba oscureciendo mediante avanzaba. A los costados, perdiendo de vista las imponentes montañas, se podían apreciar bosques de pinos altos y frondosos, también con sus puntas blancas y frías en esa época del año. - Noruega… ¿Sabes qué hay en noruega? -
  12. Si miraba hacia atrás y hacía un recorrido por sus años de vida desde su nacimiento, pasando por su conversión y regresando al presente, Mahia nunca se había sentido tan completa como cuando estaba con Gabrielle. Si bien la Delacour había nacido muchos años después que ella, era casi como si hubiesen estado hechas la una para la otra. Ni el tiempo, ni las pelas, ni siquiera los malos entendidos habían logrado romper el amor que se tenían la una para la otra, por lo que casarse significaba quizá reconocer el vínculo eterno que las unía. Incluso más que eso. Sonrió cuando su hermana la arrastró hacia la cama, girando un segundo para hacer un accio de emergencia, haciendo que las puertas del placar se abrieran y salieran volando hacia ella un pantalón vaquero gris y una remera negra. Se colocó las prendas sin ropa interior, riendo al ver la reacción de su mujer y se sentó frente a ella como esta le exigió. Paso un brazo por la cintura de la castaña y la atrajo más, apoyando la cabeza en la suya mientras disfrutaba el calor de la frazada en su piel blanca. - Mmm me matas con lo de legalizar el acto. Sabés que no conozco a nadie en el ministerio – Se sonrojó ligeramente. Su novia siempre le había pedido que volviera a trabajar en el ministerio, pero ella simplemente no podía. Demasiada gente, demasiada paz. Ella quería acción. – De cualquier manera, no tengo ningún problema con que sea una ceremonia privada, yo quiero hacer de nuestro matrimonio algo único. Subió la mano por la espalda de la ojimiel hasta los hombros y volvió a bajar, recorriendo toda la columna hasta la base de su cadera, sintiendo la fina tela en la yema de los dedos. Alejó un poco su cabeza para que ella levantara la suya y la volvió a ver a los ojos, haciendo una mueca de desagrado con los labios mientras los entrecerraba. Escuchó acelerarse el corazón de Gabrielle y se apresuró a explicarse. - ¿No tenemos que invitarlo a Orión no? Estoy enojada con el desgraciado. Todavía me debe dinero – Se rió por lo bajo, evitando la mirada de su amante por miedo a encontrar un leve enojo ante ese comentario. Gabrielle era cercana al mayor de los cuatro. Pero Mahia siempre había sido ignorada por él. - Recientemente me enteré que el desgraciado ni siquiera me tiene en su registro familiar. Sí a vos y a Lu, pero yo… parece que en vez de vampiro soy un fantasma… - Gruño mostrando los colmillos ante el recuerdo, pero se encogió con la mirada que la Matagot le dirigió. No le tenía miedo, pero no quería volver a tener problemas con el animal. Levantó la mano derecha en señal de disculpa y sonrió. Anna se acercó a la cama y se sentó con la Delacour, y Mahia alargó la mano para acariciar su cabeza muy lento, sin saber si esta la dejaría. - Creo que no hace falta que invitemos a nadie. Esto es algo nuestro. Yo te prometo que quiero pasar el resto de mis días a tu lado. Yo no sé si vos lo entendes pero… - Miró sus labios y luego a sus ojos, quitando la mano de la cabeza de la matagot para tomar el mentón de su novia – el amor que te tengo traspasa el tiempo, el lugar y lo físico. Yo no soy yo si no estás vos. Mi vida es un tornado que gira sin parar con un montón de sombras y nubes de lluvia que me persiguen a donde quiera que vaya, excepto a donde vos estás. Suspiró y cerró los ojos, apoyando su frente en la de Gabrielle. Devolvió su beso lento y tratando de transmitir todo el amor que le tenía. Humedeció sus labios y los acarició con sus colmillos de vez en cuando. Bajó la mano hasta su cintura y se inclinó un poco hacia ella, recostándola en la cama mientras la matagot se apartaba un poco para dejar que su dueña estire las piernas. Así, recostada levemente sobre ella, se separó lo suficiente para que pudiera ver sus gestos al hablar. - Por supuesto que te deseo… con locura. De hecho… me generas demasiados deseos. Y tengo uno que no fue satisfecho hace unos momentos – Gruñó jugando y volvió a besarla – Te deseo en cuerpo y alma… Estoy bien. Sólo… creo que… estoy algo débil. Y era cierto. El amuleto de curación la había ayudado a recuperar parte de sus fuerzas, aquella parte suya que aún conservaba algo de humanidad. Pero la inmortalidad no era gratuita. Su única fuente de energía era la sangre. Sin ella, su cuerpo se dirigía hacia el estado cadavérico que debería haber tenido cuando toda su sangre fue drenada de su cuerpo en aquellas frías calles de Londres. Sin sangre, sólo era piel y huesos muertos. - Podríamos casarnos en París. Nunca me llevaste a conocer tu país. ¿Te gustaría volver? -
  13. La vista pasaba desde Gabrielle a Anna y viceversa, tratando de apurar a su novia con la mirada, pero sin perder de vista al enorme felino que se moría de ganas por comérsela viva. Respiró profundo. Si bien la castaña había dado un alto al fuego, pero no era definitivo. No hasta que le diera la orden de que se relajara. Se preparó para la lucha nuevamente, poniendo rígidos los hombros al tiempo que asentaba mejor ambas piernas en el suelo, mirando directamente a la Matagot. El cuerpo tenso, los colmillos listos. Sólo faltaba que el bicho saltara sobre ella nuevamente y le arrancaría el cuello de un mordisco. O eso creía. - Anna… Elle es l’amour de ma vie, c’est tout bien. Resté mon amie. – La Black aflojó el cuerpo por primera vez en un buen rato, inclinando su postura hacia adelante para apoyar las manos en las rodillas. El cansancio, hambre y la falta de sangre estaban haciendo estragos en ella. Se incorporó temblando y se giró hacia su prometida, agradeciéndole con la mirada. La vio tambalearse y dio unos pasos hacia ella con sumo cuidado, podía darse cuenta que no todo estaba bien, pero al menos poco a poco Gabrielle volvía en sí. Así era la mujer de la que se había enamorado, un mar de pasiones huracanadas que se levantaban con fuerza de un momento al otro y descargaban toda su pasión en el ojo de la tormenta, para bien o para mal. Y eso le enamoraba de ella. A veces sus enojos duraban más, otros menos, pero el amor siempre lograba que regresara a sus brazos, por más que esto implicara salir con alguna que otra cicatriz nueva. - Merci … - Era de las pocas, sino la única, palabras que sabía en el lenguaje de su amada. Pero le encantaba cuando ella lo hablaba, la entendiera o no. – Perdón por haber sido una mala novia. La verdad es que yo sin vos estoy perdida. No sé qué hacer… - Quería explicarse. Ya habían pasado por esa situación innumerables veces, y siempre la culpa la tenía ella. Sabía, y no tan en el fondo, que la castaña tenía razón en estar enojada. Tenía razón en buscar venganza y en desear su sufrimiento y dolor; su castigo por jugar con ella como sabía que la otra mujer pensaba. Pero no era así. La amaba. Nunca había sentido nada parecido con ninguna otra persona en sus siglos de vida. Y eso estaba cabrón. Tampoco creía poder hacerlo jamás. Se podría decir que ellas estaban unidas más allá de la vida, más allá del parentesco, más allá de todo. Tenían una conexión tan sólida como un pacto inquebrantable. Se acercó cada vez más a ella, sintiendo el cansancio. Lo único que quería era tenerla entre sus brazos. Tenía frío. La falta de sangre en su cuerpo le hacía temblar, y el estar desnuda en medio de la noche no ayudaba para nada a la situación. - Vení… - Gabrielle corrió hacia ella y se metió entre sus brazos. La rubia los cerró en torno a ella y la atrajo mas a su cuerpo, besando su cabeza con mucho amor y cariño mientras sentía cómo las fuerzas volvían a ella por el amuleto de curación de su amada. La miró a los ojos y suplicó perdón nuevamente con la mirada. Escuchó sus palabras y contuvo la respiración, sintiendo cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. Apoyó el rostro en la palma de la mano de ella y también buscó tocar su mejilla, dando pequeños circulitos con el pulgar contorneando su pómulo derecho. - No hay nada que disculpar. Como siempre pensé más en mi que en vos. Perdón por eso. Pero esta vez es diferente. Esta vez… me voy a quedar – Acercó sus labios a los de la francesa, besándola despacio y suave, casi como si hubiese olvidado la lujuria, pasión y deseo de minutos atrás. Se sentía salado por las lágrimas, y eso le hizo sonreír en medio del beso. La pegó más a su pecho, bajando las manos hacia la cintura para sujetar su cuerpo y mordió su labio inferior apenas con la fuerza necesaria para que doliera un poco, mas no realizara ningún tipo de lastimadura. Se separó muy despacio, mirándola nuevamente a los ojos. - Sé que quizá te parezca loco pero… ¿Por qué no arreglamos este cuarto y nos sentamos a realizar los preparativos de la boda? No quiero separarme de vos ni un segundo. – Materializó su varita y realizó unas florituras, logrando que los ropajes que la Delacour antes estaba empacando volvieran a su lugar en el closet. La cama se tendió por arte de magia, reemplazando las sábanas llenas de sangre por unas nuevas y limpias. Lo mismo con el colchón y edredón.
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