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Mahia Black

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Todo lo publicado por Mahia Black

  1. Suspiró entre sueños y giró el brazo izquierdo para cubrir el cuerpo de su novia, buscando el calor que su propia piel iba perdiendo poco a poco a medida que pasaban las horas desde su última ingesta de sangre, pero sólo pudo tocar las sábanas. Se quejó y volvió a subir la mano hasta la altura de su cuello, palpando el último lugar en donde tenía un vago recuerdo del contacto de Gabrielle. Amaba cuando se acurrucaba con su pelaje blanco mimándola, tan suave que le provocaban deseos de frotarse contra ella. Le hacía cosquillas, pero el amor que nacía en ella ante ese gesto sobrepasaba los límites de ternura que podría aceptar fuera de su ámbito privado. Sólo quería quedarse allí, siendo amada, amando y admirando. Entreabrió los ojos y volvió a suspirar. Ella no estaba. No podría haber ido lejos, aún su perfume deambulaba por la superficie. Se levantó sin quitar las sábanas de seda de su cuerpo, dejando que se deslizaran lentamente sobre su desnudez, descubriendo poco a poco la piel blanca con delicados tonos rosados en aquellos lugares delicados. Era algo que también le volvía loca. La seda y la falta de ropa eran una combinación perfecta. Sus sentidos se agudizaban a tal punto de generar un éxtasis casi obsceno. Sin dejar de caminar, mientras su bamboleo de caderas digno de admirar la llevaba hacia la puerta del dormitorio, fue haciendo aparecer ropa que por arte de magia se colocaba en ella. Apenas una blusa azul sin sostén, unos joggins deportivos negros. Por último, una sudadera con capucha. Tomó con ambas manos los cordones que colgaban de la sudadera con los que se ajustaba la capucha y jugueteó con ellos mientras bajaba las escaleras. Estaba descalza, algo que su mujer desaprobaría por la suciedad que se pegaría en sus suelas, pero estaban en un mundo mágico ¿verdad? Usó su varita para encantar el piso para que no manchara sus pies y siguió disfrutando del contraste del frío y el poco calor que aún quedaba en su cuerpo. Parecía una niña grande que desobedecía a sus padres. Aunque aquella época en las que tenía padre había quedado tan atrás que ya casi no recordaba su cara. Salió hacia los jardines y de lejos la vio. Dejó salir una pequeña carcajada que nada tenía que ver con alguna situación graciosa, sino más bien con lo sorprendida que la dejaba el paisaje frente a sus celestes ojos. El dejo de rocío aún en el césped de verde con tonos azulados, el cielo despejado y ella, una obra de arte sentada en el pasto, tan tranquila y calma que parecía que resplandecía. Durante muchos años le tocó ver el lado de Gabrielle sanguinario y despiadado, o aquel en el que odiaba al mundo, y a veces hasta ella. Pero a veces podía detenerse dos minutos en la puerta del castillo para admirar su sonrisa y su tranquilidad, que eran tan hermosos como el estallido de adrenalina de cuando la podía ver altiva y poderosa. La amaba tanto. Casi le quitaba el aire la sola idea de poder tenerla. Corrió a toda velocidad hacia el otro lado de los jardines, cortando dos o tres rosas rojas y volviendo a su lugar. Se acomodó el cabello hacia atrás, permitiendo que su rostro pálido y casi aniñado por la felicidad se descubriera por completo. La sonrisa que portaba en sus labios desviaba la atención de la horrible cicatriz que atravesaba su ojo izquierdo. Se acercó a su amada lentamente, procurando no hacer sonido, y desde atrás de ella estiró el mini ramo para colocarlo frente a su rostro. - No hay nada en este mundo que te iguale, pero creo que podría llorar en este momento si al menos no intentaba opacarte. No sería justo para el resto del mundo que algo tan bello esté sólo y sea únicamente mío… - Se acercó a su oído y le susurró despacito. Dejándola que se de vuelta por si misma para mirarla a los ojos. El contacto duró apenas unos segundos que parecieron horas. Sonrió de lado y se arrodilló frente a ella con sus dos rodillas en el césped, acercándose para besarla. Podía sentir la incomodidad de psicosis y la gata que tenía Gabrielle de mascota, pero poco le interesó. El beso sólo duró unos segundos, pero movió su cuerpo entero como si aquella fuera la primera vez que podía tocar sus labios. - ¿Qué hacías acá afuera amor? ¿Tenés ganas de dar un paseo conmigo? @ Gabrielle Delacour
  2. Le fue difícil ocultar la sonrisa cuando vio a la coneja acercarse al borde de la mesa. No sabía ni siquiera por qué había realizado una pregunta con tan obvia respuesta. Tiró la zanahoria hacia un lado y comenzó a quitar el envoltorio del chocolate mientras veía cómo el animal iba transformándose en una hermosa mujer de pelo castaño y ojos de miel. El vestido rasgado dejaba ver partes de su piel, poniendo a su tonto corazón a latir como un caballo desbocado. No importaba la cantidad de veces que sus ojos se posaran en los de Gabrielle, el verla siempre se sentía como si el mundo se pusiera de cabeza y volviese a la normalidad en sólo un segundo. La vio bajar de la mesa y se acercó a ella conforme iba avanzando, estirando la mano para darle el dulce mientras se quitaba la chaqueta de cuero con la otra. La colocó en su espalda, cubriéndola protectoramente por si alguien entraba a la cocina, y la abrazó. Su aroma aún se confundía con el de su forma animaga, y esa mezcla dulce entre su perfume floral y la calidez del conejo volvía loco sus sentidos. La amaba tanto. Estaba loca si creía que podría volver a irse dejándola atrás, aunque estaba de acuerdo en que su miedo tenía razones fundadas de las cuales ella era culpable. - Creo que no me morí de amor porque ya estoy muerta en cierto sentido. Pero si eso es toxicidad, amo que la tengas mon amour - relamió el chocolate de sus labios y le devolvió el beso, guiñándole un ojo justo antes de que ella terminara la pieza, recargando la cabeza contra el hombro de su novia. - No tenía pensado volver a irme. Todo lo que necesito está acá. A menos que el señor tenebroso me llame. En cual caso creo que también irías... pero... creo que me gusta la idea de que me acompañes a cazar de vez en cuando y me veas en mi estado... - Se frenó antes de seguir, moviendo los brazos por la espalda de su prometida para transmitirle calor. Trataba de no pensar sobre su vestido desgarrado y el deseo de terminar de romperlo para volver a la habitación. Pero no todo se trataba siempre de eso. Eligió cuidadosamente las palabras que diría a continuación. Con el cambio de Gabrielle la palabra animal había tomado un nuevo sentido para ella y el utilizarlo para describir su casi despersonalización y el traspaso a ser un depredador carente de humanidad le parecía incorrecto. - La cuestión es que sería un placer llevarte conmigo a donde sea. Además, de que si me vuelvo a desaparecer me vas a volver a matar. Y morir duele. O sea, me gusta matar, pero no morir - Se mordió la lengua y soltó una carcajada al imaginar la expresión que tenía su mujer al escucharla decir eso. Sin dejar de abrazarla caminó un par de pasos hacia la puerta y se detuvo para que ella pudiese seguir el resto del camino hacia los sillones con mucha más comodidad. Dio un toque de lengua juguetón en los labios de la otra Black al recibir el beso y le tomó la mano para guiarla, escuchándole hablar mientras llegaban al living. Era curioso lo mucho que iba cambiando el castillo con los años y sobre todo con las personas que lo habitaban. No había tenido tiempo de prestar atención a los pequeños detalles, puesto que sus estadías básicamente pasaban por su cuarto, el baño y la cocina. No pasaba mucho tiempo con el resto de la familia, sólo le bastaba la presencia de Gabrielle. Cuando Fernando (ya casi ni ganas de decirle padre tenía) era el patriarca, todo era muy oscuro. El ambiente en el castillo se mantenía lúgubre. La iluminación siempre era escasa y se mantenía a base de antorchas y la luz de la chimenea. Era lugar de reuniones emocionantes y planes de guerra contra la Orden. Y siempre había alguien saliendo de las sombras, haciendo su gran aparición como todo buen Black orgulloso, vanidoso e imponente. Ahora en cambio, con la nueva generación la sala de estar se había convertido en una sala común de las que se usaban en las academias de magia y hechicería. Luces mágicas que no dejaban puntos ciegos y evitaban que alguien pudiera pasar inadvertido. Los sillones estaban encantados para que cada quien los viera del color que su mente le impusiera. En el caso de Mahia, por extraño que pareciese, los veía de un tono blanco crema, bastante alejado de aquellos grises oscuros que se usaban en los tiempos de antaño. Bien mullidos y con apoyabrazos y respaldares robustos, rodeaban una mesa más pequeña que le permitía a quien quisiera apoyar las tazas o los platos de los aperitivos que quisieran disfrutar frente a la chimenea. Ni qué hablar de los muebles. Aquellos imponentes y aparatosos estantes de algarrobo habían sido reemplazados por otros más modernos. - No entiendo cómo estos chicos viven en este lugar. Falta... Maldad. Entiendo que las tecnologías mágicas avanzan pero... no me siento cómoda con este estilo. Necesito oscuridad. - Sacó la varita y como novia celosa, reemplazó el vestido que su mujer estaba usando por otro en buen estado. Conocía a Gabrielle, y ese estilo le encantaría. Verde esmeralda, de corte bajo en la espalda, pero cerrado por una gargantilla en el cuello por la parte del torso. Marcaba muy bien su cintura y caía por los muslos con una falda en tablillas que tenía pintado un conejo blanco sobre la pierna izquierda. Soltó una carcajada con por el comentario del collar y la miró pícaramente. Estaba segura que le podrían dar buenos usos. Se lo dijo en voz baja, haciéndola sonrojar. - Me parece una excelente idea. Pero no conozco a nadie en el ministerio amor. - Se sentó en el sillón más largo, frente al fuego, y agarró la mano de la ojimiel haciéndole sentarse en su regazo. -Creo que ese es más bien tu fuerte. Además la última vez que estuve allí creo que me echaron por querer morder a un empleado que había hablado mal de El Profeta. -
  3. Abrió y cerró los labios varias veces, emitiendo apenas leves sonidos que no llegaban a formar una palabra, pero que denotaban su creciente confusión. Tragó saliva y se dedicó a mirar cómo las mascotas de Gabrielle protegían y mimaban a ese conejito blanco, cubierto de sangre. Giró la cabeza hacia su hombro izquierdo. Entre gallos y media noche, después de pasar por peleas y reencuentros, enojos y reconciliaciones, habiendo viajado juntas y entre momentos de placer, lujuria y cansancio, su mujer se las había arreglado para sorprenderla una vez más, y de paso darle un susto de muerte. ¿Es que nunca dejaría de hacerlo? Cambió la expresión en su semblante por una más relajada y sonrió, dejando salir los nervios y el miedo. Negó con la cabeza con algo de vergüenza y miró a su conejita con ternura. Suspiró sentándose a un lado de la cama, estirando la mano para avisarle a Anna que todo estaba bien, que no había peligro. Se arrepintió al instante, puesto que la mirada fulminante que recibió del animal le daba a entender que, si hacía un movimiento de más, allí habría guerra. Bajó la mano y se encogió de hombros haciendo una mueca con los labios, casi diciendo como diciendo “ups”. La situación era algo crítica, pero graciosa a la vez. Era inconfundible que esa coneja era Gabrielle. Incluso hasta juraba que le había visto poner esa misma expresión que ponía su futura esposa cuando ella hacía algo inmaduro o est****o. Como diciéndole: “Niña mensa”, entre bromas. Le pareció extremadamente dulce su estornudo, y la contempló con amor mientras se limpiaba y la miraba directo a los ojos. Su respiración apenas había vuelto a la normalidad. Tremendo susto le había dado. - No es que quiera ser una esposa… ¿tóxica? Creo que así le dicen ahora – Se despeinó el cabello moviendo la mano desde la nuca hacia arriba y a la inversa. Hacía un tiempo ya que lo había empezado a llevar corto, aunque por su condición de vampiro le crecía con una velocidad anormal y debía cortarlo con frecuencia. - Pero creo que voy a tener que prestarle más atención a los cursos que tomas. En cualquier momento vas a hacer alguno de … - Se quedó pensando unos segundos mientras llevaba la mano inconscientemente hacia su hermana y acariciaba el pelaje de su mejilla con el reverso del dedo índice – no sé, de astronomía, y vamos a tener la casa llena de meteoritos y estrellas caídas. A Psicosis no le hacía mucha gracia que estuviese acariciando a su ama, y casi como por seguirle la contra, se acercó más a ella besó la punta de su delicada nariz, notando como ella también trataba de tranquilizarse. El amedrentamiento funcionó a la perfección, puesto que el conejo mágico salió volando y automáticamente sintió las patitas de la ojimiel en su mejilla y un mordisco en los labios que la hizo ir apenas hacia atrás por la sorpresa. - ¡Auch! ¡Tenés esos dientes más afilados que los míos Gabrielle! – Se relamió los labios sintiendo el hierro de la sangre y el fuego en sus ojos volvió. Tragó conteniendo la quemazón y su instinto de vampiro, sabiendo que estaba recién alimentada, en ambos sentidos. La vio alejarse e instintivamente la siguió hacia el centro de la cama. Por alguna extraña razón podía casi saber en qué estaba pensando su mujer. La tomó entre ambas manos y la llevó hasta su pecho, levantándose de la cama. Realmente sólo hacía falta una mano, pero así la sentía más protegida. - Perdiste mucha sangre y tuvimos mucho ejercicio. Sé que estás hambrienta. – Se quedó pensando – Y no debería decirte esto, pero amor, das miedo cuando tenés hambre jajaja – Se mordió el labio esperando alguna mordida de represalia. - Pero primero salgamos de este cuarto. Perdón por haberte traído, pero, no sabía qué hacer y aún no entendía que eras vos. Recién estoy empezando a redimirme de mis “pecados” y vengo a matar a un pobre conejito blanco… O eso había pasado en mi cabeza. ¿Te imaginas lo que me hubieses hecho si hubiese pasado en realidad? – Tembló e hizo una mueca con los labios. La escena era bastante graciosa. Ella iba hablando con su novia mientras descendía las escaleras a la cocina, como si estuviese en una conversación de ida y vuelta con otra persona. Sólo recibía movimientos o miradas de parte de la Delacour, pero las entendía. - Sí, lo sé, soy una bestia que no controla sus impulsos y sed de sangre. Pero siempre fui algo bruta, incluso antes de ser un vampiro, no me juzgues. – Entró en la cocina y la depositó con cuidado en la mesa del centro, moviendo la mano como con desdén hacia la heladera para que esta se abriese. - Creo que nunca voy a madurar. – Se agachó para ver dentro de la nevera y suspiró. Dio la vuelta y observó a la coneja con algo de confusión y desesperación. – No sé cómo alimentarte amor. ¿Comida humana o de conejo? Le mostró ambas manos. En la derecha tenía una zanahoria, aunque era algo cliché en la historia de comida de conejos, la Black pensó que funcionaría muy bien. En la otra mano, en cambio, tenía una barra de chocolate suizo y pan dulce. - ¿Coneja o humana? – Levantó una ceja y sonrió, esperando una respuesta de su futura esposa.
  4. Se movió lentamente, buscando con la nariz olisquear los cabellos de su amada. No sabía a ciencia cierta en qué momento se había quedado dormida. Lo último que recordaba era haber sentido una inmensa ternura y un cálido abrazo que le había hecho olvidar sus preocupaciones. Había querido curar las heridas de Gabrielle, pero sabía que ella era una mujer fuerte y si no deseaba las curaciones por algo sería. Apretó los ojos al no poder sentir el olor de la otra mujer, estirando el brazo para buscarla a ciegas. Su corazón empezó a latir con fuerza. ¿Se habría enojado? Pero, ¿Por qué? No recordaba haber hecho nada malo. - “Sólo el hecho de llevarla a otro país en medio de un bosque con un noruego enorme que vendía dragones ilegales. ¡Bravo Mahia Black! – Pensó para si misma, tratando de relajarse antes de abrir los ojos. También estaba el hecho de las heridas que le había causado a la Delacour, pero así era su relación, así eran sus gustos, su manera de sentir el placer en todo su esplendor. Aunque si esa fuera la razón… Tembló, siendo consciente de repente de un pequeño peso en su pecho, acompañado de un calor bastante particular. Se sintió descolocada y llevó la mano hacia el lugar, abriendo los ojos de repente al sentir un suave pelaje entre sus dedos. Lo que vio la dejó helada: Un conejito. El más lindo conejito blanco que había visto en su vida, yacía extendido en su pecho. No obstante, de blanco realmente le quedaba poco. Instintivamente la Black lo tomó entre sus dos manos, saltando de la cama en un suave movimiento. El pequeño animalito estaba cubierto de sangre seca. - ¿Qué ca***o? ¿¡Maté un conejo estando dormida!? – Se llevó una mano a la nuca y se rascó con ansias, tratando de pensar. Caminaba casi en círculos, yendo de una punta de la habitación a otra con un paso acelerado con la respiración acelerada y claramente desesperada - ¿Por eso se fue Gabrielle? ¿Qué iba a hacer ahora? Su esposa amaba los conejos. Hasta su mascota preferida era uno… ¡Y ella lo había matado y llevado a su cama! - ¡La p*** que me parió! – Gritó, pasando la mano de la nuca a su frente para golpearla. Se detuvo en seco a mirar al animalito nuevamente. Su brusquedad había desencadenado otro movimiento en su mano, una clara señal del conejito de que su sueño estaba siendo alterado. Lo vio abrir los ojos lentamente y llevar una de sus pequeñas patitas a sus orejas. No supo en qué segundo pasó, pero sus piernas empezaron a correr antes de que su cerebro diera la orden, y su boca a gritar el nombre de su hermana incansablemente. Salió del cuarto con prisa, sujetando el animal herido de la manera mas suave posible. ¡No lo había matado! Aún tenía tiempo de recuperar a su mujer. - ¡Gabrielle! Gabrielle, ¿Dónde estás? ¡No lo maté! – Su voz resonaba en todo el castillo, sin importarle los demás convivientes. Abrió rápidamente la puerta del antiguo cuarto de la Delacour, decepcionándose rápidamente, ya que ella no estaba allí. Corrió hacia la cama, quitando el polvo del edredón con la mano libre mientras dejaba al conejito suavemente en el acolchado mullido y cálido. - ¿Y ahora qué hago? ¡Soy un vampiro! ¡Un depredador! No estudié veterinaria. ¿Cómo lo salvo? – Lo miró angustiada e hizo aparecer su varita, quedándose perpleja cuando este terminó de abrir los ojos. Conocía de memoria esos orbes de color miel. Los veía cada mañana, en sus sueños y al despertar… podría reconocerlos donde fuera. Giró el cuello hacia su nombro, notablemente confundida. No podía ser…
  5. Una tormenta tropical. Quizás si lo pensaba bien, esa sería la palabra para definir lo que era cuando estaba junto a Gabrielle. Vientos huracanados, rápidos y fuertes, tan pasionales e intensos que en cuestión de segundos lograban llenar todo el ambiente de tensión, aquella misma que reventaba y llevba todo a su pasó cuando sus cuerpos se encontraban, se tocaban y descargaban el amor y el deseo. Un paso enceguecido por la lluvia de placer que su amada le daba hasta llegar al punto mas alto del extasis... Y luego llegaba la calma... abrazadas, dejando que sus corazones se apaciguaran. Apoyó la cara sobre la cabeza de Gabrielle y movió la nariz entre sus cabellos, olfateando aquel aroma único que sólo podia encontrar en ella. - No sólo sos mi responsabilidad. Sos mi todo. El núcleo de mi felicidad, la calma que precede a la tormenta, y, maravillosamente, el sol y la paz luego de que todo pasa - se despegó de ella sin quererlo y la miró a los ojos con cierta ternura, aflojando sus facciones, lo que le daba un ligero aire de juventud, descontando sus eternos 27 años. Le sonrío, mostrando el blanco colmillo izquierdo y suspiró feliz. Aquella mujer podia amanzar a cualquier bestia. Un vampiro despiadado, con cicatrices de guerra y una mirada desafiante y gélida se volvía un cachorro a su lado. Uno que sólo vivía para protegerla. - Creo que ya no deseo tanto ese Dragón. Ademas va a ser divertido escuchar cómo resolvió este problema Bjorn... - Se giró un poco para ver la sala, un poco destrozada en el frenesí, con los cojines de los sillones ensangrentados y rasgados - Definitivamente me va a cargar la shingada si lo dejo entrar. Rió para sus adentros y se agachó para colocar el antebrazo por detras de las rodillas de su hermana y, asegurandose de que ella siguiera abrazada de su cuello, la cargó en sus brazos. Caminó un par de pasos en dirección contraria a la puerta y sintió el tirón de la transportación al tiempo que sujetaba a la ojimiel con todas sus fuerzas. No se dio cuenta en qué momento habia cerrado los ojos, pero al abrirlos ya se encontraban en su habitación en el Castillo Black. Depositó con cuidado a Gabrielle en su lado de la cama y sacó la varita para curar sus heridas, pero la mano de esta la detuvo en seco. Miró a sus ojos sin comprender el motivo pero no le discutió. - No creo que tengas fuerzas para dar muchas explicaciones mon amour, pero estás segura de querer seguir así? Perdiste mucha sangre. - Se acostó a su lado y la dejó recostar la cabeza en su hombro - Está bien ... dormí tranquila pero apenas despiertes, debemos curar eso.
  6. Gruñó ante las palabras de su mujer y acercó un poco más la cadera hacia la de ella, logrando que la punta de la navaja se moviera un poco hacia arriba y abajo, acompañando el movimiento. Quería cortar, ver sangre, pero sería demasiado fácil para su mujer si terminara todo ahí mismo. Soltó sus manos mientras la besaba, separándose lentamente para mirarla a los ojos de color miel mientras bajaba con la mano izquierda recorriendo su torso hasta llegar a reemplazar con sus dedos el filo que hacía estremecer a su mujer, sonriendo cuando esta arqueó la espalda para buscar más contacto. Subió el cuchillo de guerra hacia el pecho de la Delacour sin dejar de mover la mano izquierda, deslizando el filo por el abdomen hasta llegar hacia el borde del brasier, cortándolo también y dejándolo caer hacia un costado. Aprovechó el momento en el que su mano fue más allá, empujando con su cuerpo, y realizó un corte poco profundo bordeando el pecho de Gabrielle, cubriendo la herida con su boca y haciéndola más profunda con sus colmillos para comenzar a beber su sangre. Los movimientos cada vez más acelerados se acompasaban con su succión, perdiéndola en el éxtasis de placer que le provocaba. No fue hasta que sintió el grito de Bjorn que se detuvo abruptamente, levantando el rostro para ver el de la castaña, consternado y casi enojado por la interrupción. - ¿¡Qué ca***o es esto!? No estoy para juegos Black, tengo tu dragón en las manos. ¡Sabés los frágiles que son estos huevos! – La Black no hizo más que sonreír de costado, quitando la mano de donde más deseaba tenerla su mujer y lamiendo su dedo antes de colocarlo sobre sus labios. - Shh … dejémoslo que sufra. ¿Vos la estas pasando bien? – Guardó la navaja en su bolsillo, dejando que se convirtiera nuevamente en una varita mágica pero no sin antes hacer aparecer en su entrepierna un pequeño gran regalo para su futura esposa. Agarró las muñecas de la francesa, pasándolas por su cabeza para que pudiera agarrarse de su cuello y la tomó desde sus muslos, levantándola en el aire. Automáticamente sintió cómo las piernas de la otra mujer rodeaban su cuerpo y sus ojos cambiaron de color a un azul más oscuro, turbio de deseo. Aquello de tener fuerza sobre humana ayudaba bastante en esos momentos. Caminó hacia la puerta y apoyó la espalda de Gabrielle en la misma, buscando su cuello para morder mientras acomodaba sus caderas para casi entrar en ella. Quería hacerle saber al muchacho qué es lo que estaba pasando detrás de la puerta. - ¿Aún querés que le abra? ¿O preferís que continúe donde estaba hace unos momentos? – Mordió con más fuerza, sabiendo que sólo con dejar caer un poco el cuerpo de su mujer, empezaría nuevamente el frenesí.
  7. Sabía que Bjorn era bien parecido. Un tipo rubio, ojos azules, de buena contextura en musculatura, con esas manos que hacían pensar que debajo de los pantalones no tenía sólo una pequeña sorpresa y encima carismático. Era un verdadero combo de sorpresas, a decir verdad. Pero Mahia nunca lo había visto de esa manera. Tenía demasiado tiempo sin fijarse en un hombre. El último había sido su ex marido, pero nunca habían consumado realmente su relación ya que ambos preferían amantes de su mismo sexo. De cualquier manera, entendía que Gabrielle le hubiese puesto un ojo encima, o al menos esperaba de cierta manera aquella carrilla que había recibido por la belleza de su amigo. Lejos de enojarse, sonrió con malicia, aceptando la sonrisa burlona de su mujer mientras trataba de devolverle la broma, aunque aquello podría salirle muy mal. - … Podríamos divertirnos un poco con él mon amour – no podía verle el rostro, puesto que la Delacour tenía la cabeza descansando en su pecho. Pero se jugaba el pellejo a que su mujer estaba desconcertada. Apretó con deseo la mano que ella le sosteía y siguió con su juego – Somos dos las que despiden su soltería, cuando vuelva, si te interesa, podríamos proponerle un thresome… Pero que empiece por mí. – Atenuó la risa con su mano libre y negó con la cabeza. Gabrielle sabía que nunca podría darle su cuerpo a otra persona que no fuera ella, pero así mismo se moría de ganas de verla celosa. Era un escenario que nunca le había permitido ver, y la curiosidad y la ternura que le provocaba el imaginarlo le hicieron soltar un sonoro suspiro. Se desilusionó un poco cuando su hermana cambió el tema, y su sonrisa casi desapareció, concentrándose en la mejor opción que tenían como sacerdote para su boda. Quizás lo mejor era pedírselo a Aaron. Sabía que en ese momento estaba muy ocupado siendo el líder de la marca tenebrosa, pero se trataba de sus madres. - Quisiera que fuese Aaron. Me gustaría decir que le di los valores de familia suficientes para que pudiera dejar todo y acudir al llamado de sus madres, pero… - Torció los labios en un gesto de disgusto y levantó los hombros, moviendo la mano por la espalda de su mujer – no fui el mejor ejemplo de unidad que digamos. De cualquier manera, le voy a enviar una lechuza apenas pueda. – Evitó seguir por el tema que llevaba a Orión. A decir verdad, lo quería mucho, nunca habían sido unidos, y estaba segura de que él apenas la reconocía como hermana, pero eso había cambiado el día que él quiso quitarse el apellido Black por ese insulto que llamaba “Yaxley” o como se escribiere. Ese día un pequeño rencor había nacido en la ojiazul, y no hacía más que crecer en rechazo al hippie de su hermano. En vez de eso, gruñó con deseo cuando sintió el cambio de postura de la francesa sobre su cuerpo, y sus ojos azules cambiaron automáticamente a un celeste muy claro, creciendo sus colmillos a la par del cambio. Dejó escapar un pequeño gemido al sentir la mano de su prometida presionar sobre su punto sensible y la agarró de la muñeca, desprendiendo el botón de su pantalón con la mano libre mientras guiaba la de su hermana por debajo de su ropa interior. Levantó la cadera al sentir el contacto y tiró la cabeza hacia atrás un segundo, volviendo luego a ver a su enamorada con un deseo casi palpable. Cada movimiento hacía que la castaña se levantara un poco acompañando el vaivén de las caderas. - Si estás segura, creo que puedo con esto… de cualquier manera no creo que le generemos un trauma ¿verdad? Ya está bastante grandecito – Elevó la cadera un poco más y antes de terminar de recostarse en el sillón, giró tomando a Gabrielle entre sus brazos y se puso sobre ella, quitando la mano húmeda de su hermana de donde estaba. Sonrió con arrogancia y llevó los dedos de su mujer a su boca, pasando la lengua entre ellos de manera casi lasciva, pero sin dejar de clavar sus ojos en los de ella. Hizo aparecer su varita y con una floritura prácticamente carente de elegancia cerró la puerta por donde el muchacho había salido, bloqueándola y encantándole para que, cuando él quisiera agarrar el pomo de la puerta, un rostro monstruoso se dibujara en la madera y le gritara que se apartara. Agitada, redirigió la punta de su varita hacia la garganta de su novia, deslizándola peligrosamente sobre su vena yugular, moviéndola hacia un lado y hacia el otro como si de una navaja filosa se tratase. Su mirada ya no era la misma. Se podía ver un dejo de aquella Mahia sádica que había sido en su pasado. Bajó para besar los labios de la ojimiel y movió nuevamente la varita, atando las manos de esta con tres cuerdas lo suficientemente gruesas para que no pudiera desatarlas y con la otra mano las colocó sobre su cabeza. - Me preguntaba si querrías jugar… - Le susurró despacito, moviendo la cadera sobre la de la otra mujer con movimientos cortos, pero ejerciendo presión con su centro hacia el de ella. – Te voy a permitir tomar el control… pero sólo mediante la palabra. Vos me decís qué querés que haga… y si me gusta… te daré una respuesta… pero si no… Se relamió los labios y decidió hacer realidad sus pensamientos, convirtiendo su varita en una navaja de guerra con una punta bien afilada. La deslizó por la ropa de su mujer, cortándola desde una punta hacia la otra para luego concentrar la punta de la navaja en donde sus entrepiernas se unían, presionando sobre la ropa interior de Gabrielle. Estaba sobreexaltada. Casi no podía controlar lo que pasaba con su cuerpo. La cabeza le daba vueltas y el deseo golpeaba con fuerza en el centro de su garganta y de su entrepierna. Gruñó, aquella mezcla entre amor y lujuria hacía un coctel explosivo en su cerebro. Quería más de Gabrielle, y la adrenalina de no encontrarse solas y estar en una casa que no era la de ellas le daban un plus a la situación. Respiró profundo, logrando meter el aroma de su mujer en sus pulmones. Ah... era tan dulce. Un afrodisíaco de lo más potente que podía haber en el mundo. La amaba sobre todas las cosas. Gabrielle era su amor. Su vida. Su prometida. Su complemento. Su placer y deseo. Gabrielle lo era todo para ella. - Esperemos que los gritos de Bjorn no me hagan perder el pulso … -
  8. - Let's do it - Sonrió al escuchar la aprobación y envolvió el cuerpo de su prometida con los brazos. Sabía el brillo que tenían sus ojos, y que a la mirada de la Delacour parecía una chiquilla emocionada por obtener un juguete nuevo. Y quizá así era. Ella lograba que Mahia dejara libre esa actitud aniñada que la vida le había robado siglos atrás, y que en La Marca Tenebrosa era imposible de mostrar. Era libre. - ¿Desde cuando a nosotras nos importa la Ley amor? - La miró divertida, girando la cabeza para apoyarla en la palma de la otra mujer. - Somos mortífagas, hemos asesinado a miles de personas, disfrutado con torturas, robado dinero, poder, gloria. Todo aquello que nuestro señor tenebroso quisiera... o aquello que nosotros queríamos y lo hacíamos en nombre de él. Y lo disfrutábamos digamos que de la Ley no sabemos mucho. - Bajó su rostro y rozó con suavidad la nariz de Gabrielle con la suya, suspirando un momento antes de tomar sus labios en un beso suave, que con el pasar de los segundos se fue volviendo cada vez más ávido. La atrajo más a su cuerpo, apenas separando los labios para respirar y volviendo hacia ellos para morderlos, rasgando la piel interior con los colmillos superiores. Un pequeño quejido salió de su boca al sentir el sabor y acercó su cadera a la de ella, bajando las manos por la espalda. Gruñó. La deseaba. Ese era el efecto que tenía la ojimiel sobre ella. Podían estar rodeadas de todo o en medio de la nada, pero para la rubia sólo existía su mujer. Alcanzó a deslizar la mano izquierda por la parte baja de la espalda cuando un carraspeo le hizo volver a la realidad. Se quedó quieta y abrió sólo el ojo derecho para ver con vergüenza cómo un hombre de gran estatura las miraba desde la puerta de la cabaña, riendo ante el espectáculo. Separó la mano derecha de la espalda de su novia pero mantuvo la izquierda en su cintura, acercándola a ella en actitud posesiva, aprovechando la cercanía para poder presentarlos. - Hola Bjorn... ¿Te divertiste lo suficiente ya? - Rodó los ojos cuando él soltó una carcajada. - - No sé si divertirme, pero te aseguro que han alegrado mis... ojos... quizá hasta te pueda hacer un descuento en la mercancía - Bromeó el noruego. Se lo notaba un tipo risueño, pero fornido. Debía de medir aproximadamente 1,82 metros de alto, con una buena musculación. Era rubio, casi tirando al blanco, y de tez casi tan pálida como la de la vampiro pero con el azul de sus ojos un poco mas opacos que los de ella. Llevaba la barba cuidadosamente modelada y el pelo corto por los costados y atado en una colita en la parte superior. Al igual que la Black, vestía con ropa muggle por comodidad. - Bueno, ¿y la señorita es...? La ojiazul casi podía sentir la incomodidad de Gabrielle que sólo se encontraba mirando a los dos. Giró el rostro para mirarla y darle confianza con sus ojos y luego la señaló con la mano derecha. - Bjorn te presento a mi prometida. Ella es Gabrielle Delacour. Amor, él es el comerciante del cual te hablé. Es algo así como una versión menos bonita, menos graciosa, menos fuerte... bueno... menos todo de mi. Sólo nos parecemos en lo rubio y ojiazul. Pero yo soy mucho mejor que él en todo lo demás. - Sonrió mientras el hombre entrecerraba los ojos y se despidió del descuento que les había prometido. Pero su orgullo debía salir a flote sí o sí en esas situaciones. Él las invitó a pasar haciendo una seña con la mano derecha y se movió del umbral de la puerta, mostrando un interior más amplio de lo que parecía por fuera. En el hall había un perchero para poder dejar los abrigos y varios cuadros que en ese momento se encontraban vacíos. Probablemente el frío ahuyentara a sus habitantes. Una escalera de madera llevaba a los pisos superiores. A la derecha la puerta más cercana llevaba hacia una gran cocina que tenía inmensos hornos donde se depositaban los huevos recién obtenidos y que no podían ser puestos en los calderos a la intemperie, y a la izquierda el living con una mesa larga con sillas de algarrobo seguidas por unos sillones que envolvían a una mesa ratona frente a la chimenea. Una alfombra peluda y blanca se ubicaba a los pies de los sillones, dando ganas de quitarse el calzado para disfrutar de lo calentito de su tela. - Tomen asiento, ya traigo lo que me pediste. - La Black asintió con la cabeza y acompañó a Gabrielle hasta el sillón más largo, donde cabían ambas una al lado de la otra. Se sentó a su izquierda, tomando su mano y entrelazando los dedos mientras esperaban. - Perdón por eso. Había olvidado el haber tocado la puerta. Sé que es raro que nos vean besándonos. - No quiso mirarla para evitar el regaño y miró el techo de madera. Un candelabro bastante bonito colgaba de él. - Bjorn es buen muchacho. Está sólo. Por lo que sé de él y que obviamente averigüé antes de venir, perdió a toda su familia. Creo que por eso me acerqué a él en su momento. Me dio... ¿pena? - Volvió la mirada a su mujer, alzando los hombros en señal de no saber qué decir sobre el asunto. Quería saber qué opinaba ella de lo que estaba haciendo, más allá de que sabía que la acompañaba. O si quería preguntar algo más, pero no se atrevía a decirlo. La sentía tensa, pero estaba segura de que nada malo pasaría. Quería tranquilizarla. - Le pedí un dragón hembra, blanco... creo que voy a llamarlo Marshmello, porque contrasta muy bien con brownie. Me gustaría que ambos dragones estén en nuestra boda. Me parece una imponente forma de hacerlo. Ya que no va a haber gente no me preocupa que se coman a nadie.- Soltó una carcajada. - Y hablando de la boda... yo... quería hacerla apenas volvamos a Inglaterra. ¿Te parece bien? - Suspiró mirándola enamorada. El sólo hecho de pensar el momento en que ambas se darían el sí le llenaba el estómago de mariposas. - Pensaba en que quizá podríamos pedirle a Maida que nos case... o a Aaron... ¿Siguen viviendo? Qué mala persona soy... -
  9. La respuesta de Gabrielle la desconcertó un poco y ahogó una carcajada. Soltando el agarre de una de sus manos para taparse la boca y evitar que el sonido fuese estridente. Sacó la lengua unos segundos mordiéndola entre sus dientes y luego sonrió culpable, encogiéndose de hombros como si fuese alguien inocente. Su hermana ya sabía que algo traía entre ceja y ceja y podía sentir que entre sus bromas existía algo de preocupación por las locuras que la vampiro inmortal podía estar pensando. Se movió para tenerla de frente, bajando el rostro hacia sus labios cuando la otra mujer la abrazó con fuerza hacia ella. La besó con dulzura para luego alejarse un poco, guiñándole el ojo mientras negaba con la cabeza. Sin ganas, separó el abrazo para tomar la mano de su futura esposa y se giró para abrir la puerta, tirando de su mano para que ella fuera detrás. Era gracioso en cierto punto. Toda su vida a excepción de sus primeros 27 años de mortal, había sido alguien despiadado que disfrutaba el sufrimiento de sus enemigos. No sólo amaba la sangre pasando por su garganta, sino que consideraba que quedaba muy bien adornando el total de sus ropajes, su varita y su katana. Era el éxtasis de la casería que la llevaba a cometer los asesinatos más crueles con una sonrisa en sus labios y luego volver a La Marca Tenebrosa a relatar sus anécdotas. Porque además de sádica era totalmente ególatra y egocéntrica. Pero cuando estaba con la castaña no había ni rastro de esa mujer. Más bien parecía una niña pequeña. Alguien sin maldad, que sólo quería ser feliz y hacer feliz a quien más amaba. Alguien que hacía travesuras y, por más vampiro que fuera, alguien bruto y despistado, que cometía errores y los aceptaba con una risa, sin darse cuenta de su gravedad. - Es una sorpresa Gabbs… Pero creo que te va a gustar. – Se dio la vuelta, dándole el frente a su novia mientras caminaba hacia atrás y colocó la mano libre en su mentón, levantando la vista un poco hacia el cielo mientras se hacía la pensativa. - O tal vez no. Más bien creo que me vas a gritar… Sólo recordá que te amo. – Evitó mirarla y entrelazó sus dedos, aflojando el andar para poder colocarse al lado de Gabrielle. Estaba segura que gritaría. Aunque no sabría el por qué, ya que ella misma había conseguido un ejemplar de dragón. - Perdón amor, fui desconsiderada. Hace frío - Sacó la varita e hizo aparecer dos tapados cuando la sintió temblar. Ambos eran negros, con la única diferencia que el suyo era un poco más grande y no poseía capucha alguna. Colocó el de Gabrielle en ella y subió la capucha para que cubriera sus cabellos con ternura, besando su labio mientras volvía a caminar. La llevaba hacia los bosques que se encontraban a la izquierda del hotel, siguiendo un pequeño camino de tierra que las hacía adentrarse cada vez más profundo. No era un paisaje que diera miedo, más bien, parecía algo sacado de una película. Las copas de los pinos estaban nevadas pero las ramas más bajas aún conservaban sus verdes, y el suelo estaba cubierto de piñas que estos dejaban caer. Algún que otro tronco caído adornaba la vegetación y se podía sentir el canto de los pájaros pese al frío. Se imaginaba que en verano ese mismo lugar estaría lleno de flores silvestres y animales salvajes. Quizá unos cuantos ciervos, alces o libres y hasta ardillas, si es que las había en esa parte del mundo. Al final del camino se podía comenzar a ver un claro circular, donde una cabaña de tamaño mediano empezaba a asomarse. Tenía una chimenea humeante incrustada en el techo alto a dos aguas, que a simple vista dejaba ver tres separaciones de diferentes alturas que daban a pensar que la misma tenía más de un ambiente. Un pequeño hall cubierto frente a la entrada brindaba a los visitantes un cómodo sillón para descansar, y una mesita de té donde apoyar sus pertenencias si así lo decidían. A un costado, dos estacas gruesas clavadas sobre un círculo lleno de cenizas sostenían un caldero donde posiblemente se mantenían calientes los huevos de dragón que Mahia había ido a buscar. Se paró en seco, sabiendo que no la podía hacer esperar más. Demasiado paciente había sido la Delacour, y conociéndola, ya se había dado cuenta por donde venían los planes de su mujer. - No me mates… - Fue lo único que logró decir, separándose de ella y corriendo hacia la puerta de entrada de la cabaña para golpear con fuerza los nudillos y esperar que le abrieran. - Conocí a un tipo hace un año aproximadamente. Él es comerciante y criador de dragones y… - Bajó la mirada avergonzada, sonrojándose mientras seguía hablando – Quiero uno para que ambas tengamos nuestro dragón. Aunque este es ilegal, porque yo no tengo el nivel para acceder a uno.
  10. Se dejó llevar por las palabras de la castaña y se posicionó con una pierna entre las de ella, separándolas levemente con la rodilla mientras hacía presión con un lento vaivén. Apartó con la mano el tirante del vestido y arrastró sus labios por el cuello de la Delacour, bajando hasta poder seguir la línea de la clavícula. Sabía dónde exactamente su hermana tenía las cicatrices de sus colmillos y fue allí donde volvió a clavarlos. Sintió la sangre en sus labios y sintió un gruñido en la base de su garganta, que más que gruñido parecía ronroneo de gato. Sólo quería probarla. Sólo quería degustar aquél placer líquido que únicamente podía obtener de ella. De su amor. De su prometida. Cada vez que bebía su sangre era como firmar un pacto que le decía que le pertenecía en cuerpo y alma. Sentía lo tensa que se había puesto Gabrielle al escuchar el nombre de su país y se moría por preguntar el motivo. Pero no quería ser indiscreta. Pocas cosas en la vida eran aquellas que la francesa se guardaba para sí misma y no compartía con Mahia. Y sí no lo hacía, era por un motivo importante y ella no le exigiría lo contrario. Amaba a su mujer, sin importar su pasado, ella estaba allí para ser felices. Separó la boca de la piel rasgada y subió a besar sus labios, manchándolos de su propia sangre. Le impresionaba que el ojimiel no hiciera mueca alguna de desagrado, siendo que a los humanos no les gustaba el sabor. Poco recordaba de cómo se sentía la sangre antes de ser convertida, pero la asemejaba mucho al hierro y a lo amargo. Nada que ver con la actualidad, donde era lo más preciado después de su mujer. Arqueó la espalda cuando sintió las caricias en su columna y el dolor en su labio, recibiendo un poco de lo que había dado momentos atrás. - Nada me honraría más como compartir la nacionalidad y la vida con vos mon amour – Soltó una risa al sentir el idioma de su prometida en sus labios, con un acento que dejaba mucho que desear. Ni siquiera estaba segura de haber dicho lo que quería decir, ni mucho menos de que sonara como debía de sonar. Pero le parecía un gesto tierno intentar. Se separó, tomando la mano de la otra mujer para despegarla de la cama, sabiendo que la queja vendría después de separar sus cuerpos. De ser sinceros, moría de ganas por seguir encima de ella y terminar con lo que hacía unas horas habían empezado. Todavía se sentía deseosa, sin haber podido llegar a la cúspide de su placer. Pero entendía los motivos que a Gabrielle le habían llegado a hacerlo, y dejaría pasar más tiempo para saciar sus deseos carnales, siempre a manos de ella. - Hay algo que me gustaría mostrarte. – La llevó hacia la chimenea, agarrando una bolsita de cuero que estaba bien cerrada por un hilo blanco – Podríamos usar un transportador, pero no tengo, y tampoco es una distancia que te gustaría hacer colgada de mí, por lo que te voy a tener que pedir disculpas ma chérie, usaremos polvos flú. Le pidió perdón con la mirada y la abrazó, recordándole mantener los codos pegados al cuerpo para no golpear con ninguna de las estructuras de la red de chimeneas. Lo último que quería era producirle dolor, el cual, si bien podía curarse con magia, era innecesario. Apagó el fuego de la chimenea y se introdujo en ella con la otra Black, echando un puñado de polvos al piso mientras gritaba a viva voz “¡Hovden posada!”. No terminó de decir en su totalidad el nombre antes de que pudiera sentir la succión de la tele transportación. Pegó bien a Gabrielle contra ella y dejó caer su cabeza en el cuello de la otra, cerrando los ojos. No importaba cuantos años pasara, el jalón en sus entrañas y el mareo de sentir todo girar le afectaban aún como la primera vez. Abrió los ojos con el tambalear de sus piernas al tocar el suelo y evitó el vómito, corriendo hacia afuera de la chimenea sin mirar a su hermana, que de seguro miraba altanera hacia su dirección. Se hizo burla a si misma mientras se apoyaba contra el mostrador del hotel, que tenía un inmenso ventanal de frente, con apenas un marco de madera como puerta y esta última también de cristal transparente. Era tan traslúcido que lo único que molestaba a la vista era el nombre del hotel sublimado en dorado. Se incorporó lentamente, evitando sonar la campana que llamaría al botones. En vez de eso, estiró la mano hacia atrás para llamar a su novia y la miró enamorada, haciéndole señas para que se acerque a ver lo que ella estaba viendo. Esperó a que llegara a su lado y entrelazó sus manos, sonriendo como una niña en vacaciones. El resto del hotel quedó ignorado. El vestíbulo era hermoso. La mayoría de los adornos eran dorados, brillando fuertemente con las luces blancas de un candelabro eléctrico inmenso que colgaba desde el techo de madera a dos aguas. El piso era de parqué, y combinaba a la perfección con el mobiliario de algarrobo. Lo único que casi llegaba a desentonar eran los cómodos sillones blancos que se encontraban a un lado, acompañados por una mesita ratona larga de madera maciza. - ¿Sabes donde estamos? – Le dijo en voz baja, mientras la llevaba delante suyo para acomodarla entre sus brazos con ternura. Aprovecho su altura y apoyó el mentón sobre el hombro derecho de su prometida, cerrando sus brazos sobre la boca del estómago de esta, sin soltar sus manos. El perfume de su cuello le embriagaba y sentía que todo era felicidad. No esperó su respuesta. Sabía que la otra estaba embelesada viendo el paisaje. Pero… ¿Quién podría culparla? Los cerros con su base de vegetación verde con jaspeados blancos de nieve y sus puntas azuladas y nevadas contenían entre medio un gigante arrollo de agua cristalina, que iba cambiando su coloración conforme iba poniéndose más profundo. Al principio era bien celeste, pero se iba oscureciendo mediante avanzaba. A los costados, perdiendo de vista las imponentes montañas, se podían apreciar bosques de pinos altos y frondosos, también con sus puntas blancas y frías en esa época del año. - Noruega… ¿Sabes qué hay en noruega? -
  11. Si miraba hacia atrás y hacía un recorrido por sus años de vida desde su nacimiento, pasando por su conversión y regresando al presente, Mahia nunca se había sentido tan completa como cuando estaba con Gabrielle. Si bien la Delacour había nacido muchos años después que ella, era casi como si hubiesen estado hechas la una para la otra. Ni el tiempo, ni las pelas, ni siquiera los malos entendidos habían logrado romper el amor que se tenían la una para la otra, por lo que casarse significaba quizá reconocer el vínculo eterno que las unía. Incluso más que eso. Sonrió cuando su hermana la arrastró hacia la cama, girando un segundo para hacer un accio de emergencia, haciendo que las puertas del placar se abrieran y salieran volando hacia ella un pantalón vaquero gris y una remera negra. Se colocó las prendas sin ropa interior, riendo al ver la reacción de su mujer y se sentó frente a ella como esta le exigió. Paso un brazo por la cintura de la castaña y la atrajo más, apoyando la cabeza en la suya mientras disfrutaba el calor de la frazada en su piel blanca. - Mmm me matas con lo de legalizar el acto. Sabés que no conozco a nadie en el ministerio – Se sonrojó ligeramente. Su novia siempre le había pedido que volviera a trabajar en el ministerio, pero ella simplemente no podía. Demasiada gente, demasiada paz. Ella quería acción. – De cualquier manera, no tengo ningún problema con que sea una ceremonia privada, yo quiero hacer de nuestro matrimonio algo único. Subió la mano por la espalda de la ojimiel hasta los hombros y volvió a bajar, recorriendo toda la columna hasta la base de su cadera, sintiendo la fina tela en la yema de los dedos. Alejó un poco su cabeza para que ella levantara la suya y la volvió a ver a los ojos, haciendo una mueca de desagrado con los labios mientras los entrecerraba. Escuchó acelerarse el corazón de Gabrielle y se apresuró a explicarse. - ¿No tenemos que invitarlo a Orión no? Estoy enojada con el desgraciado. Todavía me debe dinero – Se rió por lo bajo, evitando la mirada de su amante por miedo a encontrar un leve enojo ante ese comentario. Gabrielle era cercana al mayor de los cuatro. Pero Mahia siempre había sido ignorada por él. - Recientemente me enteré que el desgraciado ni siquiera me tiene en su registro familiar. Sí a vos y a Lu, pero yo… parece que en vez de vampiro soy un fantasma… - Gruño mostrando los colmillos ante el recuerdo, pero se encogió con la mirada que la Matagot le dirigió. No le tenía miedo, pero no quería volver a tener problemas con el animal. Levantó la mano derecha en señal de disculpa y sonrió. Anna se acercó a la cama y se sentó con la Delacour, y Mahia alargó la mano para acariciar su cabeza muy lento, sin saber si esta la dejaría. - Creo que no hace falta que invitemos a nadie. Esto es algo nuestro. Yo te prometo que quiero pasar el resto de mis días a tu lado. Yo no sé si vos lo entendes pero… - Miró sus labios y luego a sus ojos, quitando la mano de la cabeza de la matagot para tomar el mentón de su novia – el amor que te tengo traspasa el tiempo, el lugar y lo físico. Yo no soy yo si no estás vos. Mi vida es un tornado que gira sin parar con un montón de sombras y nubes de lluvia que me persiguen a donde quiera que vaya, excepto a donde vos estás. Suspiró y cerró los ojos, apoyando su frente en la de Gabrielle. Devolvió su beso lento y tratando de transmitir todo el amor que le tenía. Humedeció sus labios y los acarició con sus colmillos de vez en cuando. Bajó la mano hasta su cintura y se inclinó un poco hacia ella, recostándola en la cama mientras la matagot se apartaba un poco para dejar que su dueña estire las piernas. Así, recostada levemente sobre ella, se separó lo suficiente para que pudiera ver sus gestos al hablar. - Por supuesto que te deseo… con locura. De hecho… me generas demasiados deseos. Y tengo uno que no fue satisfecho hace unos momentos – Gruñó jugando y volvió a besarla – Te deseo en cuerpo y alma… Estoy bien. Sólo… creo que… estoy algo débil. Y era cierto. El amuleto de curación la había ayudado a recuperar parte de sus fuerzas, aquella parte suya que aún conservaba algo de humanidad. Pero la inmortalidad no era gratuita. Su única fuente de energía era la sangre. Sin ella, su cuerpo se dirigía hacia el estado cadavérico que debería haber tenido cuando toda su sangre fue drenada de su cuerpo en aquellas frías calles de Londres. Sin sangre, sólo era piel y huesos muertos. - Podríamos casarnos en París. Nunca me llevaste a conocer tu país. ¿Te gustaría volver? -
  12. La vista pasaba desde Gabrielle a Anna y viceversa, tratando de apurar a su novia con la mirada, pero sin perder de vista al enorme felino que se moría de ganas por comérsela viva. Respiró profundo. Si bien la castaña había dado un alto al fuego, pero no era definitivo. No hasta que le diera la orden de que se relajara. Se preparó para la lucha nuevamente, poniendo rígidos los hombros al tiempo que asentaba mejor ambas piernas en el suelo, mirando directamente a la Matagot. El cuerpo tenso, los colmillos listos. Sólo faltaba que el bicho saltara sobre ella nuevamente y le arrancaría el cuello de un mordisco. O eso creía. - Anna… Elle es l’amour de ma vie, c’est tout bien. Resté mon amie. – La Black aflojó el cuerpo por primera vez en un buen rato, inclinando su postura hacia adelante para apoyar las manos en las rodillas. El cansancio, hambre y la falta de sangre estaban haciendo estragos en ella. Se incorporó temblando y se giró hacia su prometida, agradeciéndole con la mirada. La vio tambalearse y dio unos pasos hacia ella con sumo cuidado, podía darse cuenta que no todo estaba bien, pero al menos poco a poco Gabrielle volvía en sí. Así era la mujer de la que se había enamorado, un mar de pasiones huracanadas que se levantaban con fuerza de un momento al otro y descargaban toda su pasión en el ojo de la tormenta, para bien o para mal. Y eso le enamoraba de ella. A veces sus enojos duraban más, otros menos, pero el amor siempre lograba que regresara a sus brazos, por más que esto implicara salir con alguna que otra cicatriz nueva. - Merci … - Era de las pocas, sino la única, palabras que sabía en el lenguaje de su amada. Pero le encantaba cuando ella lo hablaba, la entendiera o no. – Perdón por haber sido una mala novia. La verdad es que yo sin vos estoy perdida. No sé qué hacer… - Quería explicarse. Ya habían pasado por esa situación innumerables veces, y siempre la culpa la tenía ella. Sabía, y no tan en el fondo, que la castaña tenía razón en estar enojada. Tenía razón en buscar venganza y en desear su sufrimiento y dolor; su castigo por jugar con ella como sabía que la otra mujer pensaba. Pero no era así. La amaba. Nunca había sentido nada parecido con ninguna otra persona en sus siglos de vida. Y eso estaba cabrón. Tampoco creía poder hacerlo jamás. Se podría decir que ellas estaban unidas más allá de la vida, más allá del parentesco, más allá de todo. Tenían una conexión tan sólida como un pacto inquebrantable. Se acercó cada vez más a ella, sintiendo el cansancio. Lo único que quería era tenerla entre sus brazos. Tenía frío. La falta de sangre en su cuerpo le hacía temblar, y el estar desnuda en medio de la noche no ayudaba para nada a la situación. - Vení… - Gabrielle corrió hacia ella y se metió entre sus brazos. La rubia los cerró en torno a ella y la atrajo mas a su cuerpo, besando su cabeza con mucho amor y cariño mientras sentía cómo las fuerzas volvían a ella por el amuleto de curación de su amada. La miró a los ojos y suplicó perdón nuevamente con la mirada. Escuchó sus palabras y contuvo la respiración, sintiendo cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. Apoyó el rostro en la palma de la mano de ella y también buscó tocar su mejilla, dando pequeños circulitos con el pulgar contorneando su pómulo derecho. - No hay nada que disculpar. Como siempre pensé más en mi que en vos. Perdón por eso. Pero esta vez es diferente. Esta vez… me voy a quedar – Acercó sus labios a los de la francesa, besándola despacio y suave, casi como si hubiese olvidado la lujuria, pasión y deseo de minutos atrás. Se sentía salado por las lágrimas, y eso le hizo sonreír en medio del beso. La pegó más a su pecho, bajando las manos hacia la cintura para sujetar su cuerpo y mordió su labio inferior apenas con la fuerza necesaria para que doliera un poco, mas no realizara ningún tipo de lastimadura. Se separó muy despacio, mirándola nuevamente a los ojos. - Sé que quizá te parezca loco pero… ¿Por qué no arreglamos este cuarto y nos sentamos a realizar los preparativos de la boda? No quiero separarme de vos ni un segundo. – Materializó su varita y realizó unas florituras, logrando que los ropajes que la Delacour antes estaba empacando volvieran a su lugar en el closet. La cama se tendió por arte de magia, reemplazando las sábanas llenas de sangre por unas nuevas y limpias. Lo mismo con el colchón y edredón.
  13. El corazón le latía desbocado, generando una opresión en su pecho que le hacía perder el aire y, por consiguiente, esforzarse por respirar. La muñeca le dolía y la soga se incrustaba cada vez más en la herida, desgarrando piel y hundiéndose en la carne. Era una verdadera tortura. No tanto por el dolor, puesto que siendo mortífaga estaba acostumbrada y en ciertos momentos hasta lo disfrutaba, sino por la desesperación. Levantó el torso un poco de la cama y forzó el cuello para poder acercarse a los labios de Gabrielle, sacando la lengua e intentando con enojo de lamer la sangre que ella había puesto en ellos. Sentía que el fuego en su garganta en cualquier momento podría empezar a derretir su cuerpo si no llegaba a beber algo de ese néctar que su hermana le estaba negando. Se sintió despojada de su ropaje y gimió alto al sentir el frío contra su piel en contraste con las caricias que la otra mujer empezaba a aplicar en su cuerpo. - ¡Gabrielle … esto … es … cruel! Por favor … - Quería aguantar, demostrarle que no iba a poder con ella, pero su mente y su cuerpo decían todo lo contrario. Se odió. Con el ego destruido levantó las caderas en busca de más, luchando violentamente con sus ataduras, mordiendo sus labios hasta el punto de romperlos, sintiendo cómo una parte su propia sangre empezaba a llenar el interior de su boca y el resto caía lentamente por fuera de esta. Su cabeza estaba empezando a girar. No podía escuchar nada más que su propio corazón, ni sentir más que el dolor de sus heridas combinado con el deseo tortuoso por la sangre, ese mismo que no podía ignorar, y las ansias por satisfacer el estado de éxtasis al que su hermana la estaba llevando. Estaba a punto de volverse loca. El placer pudo más que su razón y apuró sus movimientos, entregándose completamente mientras dejaba de luchar. Estaba tan cerca… sólo un poco más. - GABRIELLEEEE – Un rugido ensordecedor salió de sus labios cuando la Delacour paró los movimientos. Levantó el rostro de manera brusca y la miró a los ojos suplicando. – Gabrielle me estás matando. ¡Por favor! ¡No, no, no! – Quería sentir enojo por el trato que estaba recibiendo, pero en vez de eso un mar de lujuria se apoderó de su cuerpo cuando la vio a los ojos. Era la personificación de todo aquello que podía ser considerado hermoso. Sentada sobre ella su hermana se movía con la sensualidad de una diosa, y el placer que ella misma se proporcionaba liberaba cientos de puntadas en el propio cuerpo de la rubia. Era demasiado. Sentía que el cuerpo y su cabeza iban a explotar. Giró el rostro hacia un lado, desesperada por dejar de sentir aquella lujuria lasciva, pero se vio obligada a mantener la mirada en los ojos miel de Gabrielle cuando esta le sostuvo la mejilla. Ya no podía soportar el dolor en su entrepierna. Quiso cerrar las piernas, pero las sogas de sus tobillos se lo impidieron y sus ojos se humedecieron. Le costaba respirar. Gabrielle había llevado la mano desde su mejilla hasta su cuello, pero no era eso lo que la asfixiaba, sino las ganas de poner sus propias manos en el cuerpo de la otra mujer. La vio retirarse de encima y cerró los ojos por fin, dando bocanadas para poder dejar pasar el aire a sus pulmones. La escuchó curarse, cerrando así también las propias heridas, pero el dolor no desapareció. Se quedó allí acostada unos segundos, temblando. Las sabanas estaban regadas en sangre, tanto de ella como de Gabrielle y eso hacía que la cabeza le diera vueltas. Las cuerdas desaparecieron y la Black abrió los ojos, pensando en qué hacer. Debido a la pérdida de sangre no tenía la fuerza suficiente para moverse con la rapidez vampírica que la caracterizaba. Necesitaba comer, en todos los sentidos que aquella frase pudiera significar. Se sentó y miró hacia donde se encontraba su hermana, acomodada en el suelo con su fiel mascota encima de ella, mirando retadora a Mahia. - ¿Qué fue eso? ¿Realmente creés que esto va a quedar así? – Se incorporó. Sus ojos siempre azules se encontraban turbulentos, llegando casi a un color índigo oscuro que denotaba su avidez. – Materializó su varita y gruño, levantando sus labios para mostrar los colmillos a la Matagot, avanzando lentamente hacia ella. Sabía que el animal no le tenía miedo, y ella no quería hacerle daño. Se detuvo a unos pasos mientras el gato gigante se le acercaba también, posicionándose frente a su dueña y erizando sus pelos para demostrar su postura defensiva. Se movió rápidamente, buscando evitar al animal con la poca velocidad que le quedaba, pero este la alcanzó en menos de un segundo. Cayó en el suelo con las manos apoyadas a los costados de su cuerpo para evitar golpear su rostro y giró rápidamente para poder ponerse boca arriba. Colocó su brazo delante de su cuello para evitar la mordida y, una vez que las fauces del gato se hubieran clavado en su antebrazo, llevo una pierna hacia adelante para empujarlo, lanzándola contra la cama. Estaba a punto de abalanzarse nuevamente contra Anna, pero antes desvió la mirada unos segundos hacia su novia, entrecerrando los ojos. Nunca había demostrado su lado animal frente a ella. Y, por otro lado, sabía que, si la mascota y ella continuaban la pelea, una de las dos saldría gravemente lastimada y, en el caso que esa fuera la Matagot, Gabrielle nunca se lo perdonaría. Suspiró y levantó las manos en alto, mientras miraba fijamente al animal. Bajó lentamente los brazos e hizo aparecer con su varita el anillo de amistad con las bestias para poder darse a entender con Anna. Desvaneció la varita y alargó una mano hacia ella, haciendo un paso hacia atrás cuando la bestia bufó en su contra. - Tranquila… Solo voy a hablar con ella… no le voy a hacer daño. No hace falta que la protejas. – Giró su cabeza hacia Gabrielle – Decile que no te voy a hacer nada. Sólo … creo que ya pagué por mi error. Dejame charlarlo con vos. Levantó ambas cejas en señal de súplica, haciendo caso omiso de la mirada altanera de su hermana y el resto de enojo que aún quedaba en ella. Suspiró. Ni siquiera estando a punto de morir a mano de los aurores había rogado por su vida. Y allí la tenían, evitando una pelea, con lo mucho que amaba ganar, sólo para no seguir con el efecto dominó de errores que venía trayendo con ella. - ¡Vamos amor! Nunca le había rogado tanto a nadie… y encima desnuda. ¿Cuánto más patética querés que sea? … - Bajó la ceja derecha, dejando la izquierda arriba. Esa frase había sido un error. Podía sentir el enojo en la mirada de su mujer y su pensamiento casi gritando “retame y verás cuánto”. Nunca se había sentido tan desprotegida y vulnerable - No tengo fuerzas para pelear… Decile que no ataque. -
  14. Su voz era la caricia más dulce que podía tener el alma. Miró sus ojos mientras la depositaba tiernamente en el lecho. Su mano derecha se había adentrado más allá de donde era respetuoso tocar si esa mujer no fuese su futura esposa. El deseo se había apoderado de la Black, motivado por el amor y el dulce sabor de su sangre. Quiso besar sus labios, pero Gabrielle gritó su nombre de tal manera que le hizo frenar en seco. Podía ver cuán consternada estaba. Se le hacía tierno. Sonrió de lado, mostrando su colmillo izquierdo a medida que levantaba una ceja, desfigurando la cicatriz sobre su ojo izquierdo en una mueca que, visto en otro momento, podría haberse considerado como graciosa o altanera. Sin embargo, el ego le duró poco. Dio un paso hacia atrás, sorprendida cuando su mujer materializó su varita y cada poro de su cuerpo reaccionó, poniéndole la piel de gallina. Movió la mano para convocar a la suya, pero lo pensó dos veces. Su hermana ya estaba enojada, puesto que nunca antes la había atacado, y no quería que pensara que ella podía ser un riesgo. Abrió los ojos grandes, cambiando la expresión en su semblante. Seria. No había rastro de sonrisa. - ¿Así como así, después de días, meses, años llegas y crees que puedes tomar lo que se te antoje? – Podía ver la indignación de la castaña. Sabía que era su culpa después de todo. Asique volvió a sonreír e intentó acercarse, estirando las manos para poder calmar a su mujer. Comenzó a querer explicarse, pero antes de que pudiera decir algo tres cuerdas se habían encargado de maniatarla, dejándola sobre la cama a merced de su hermana. - Oh dios… esto es serio – Pensó, dejando la vista fija en el techo. Pese a la pequeña cantidad de sangre que había podido absorber de su amor, se sentía helada. Miedo, creo que le llaman. Tembló sintiendo el sudor frío en su espalda y atinó a mover las manos y los pies, queriendo romper las cuerdas sin sentido. Escuchó lo que podría haber sido una risa de su hermana. Sabía que le divertía verle luchar contra la magia, y que esta vez no podría ganar. Perder no era algo que hacía todos los días, sino sólo en presencia de Gabrielle. - Amor… ya estuvo el chiste. Ya entendí… ¿Me soltas? – Trató de apelar a su buena voluntad, pero sin embargo estaba consciente de los movimientos que hacía su hermana a su alrededor, y ninguno de ellos le daba la pauta de que cumpliría sus deseos. Giró el rostro, buscando el de ella. Dios. Era sexy. Ese ego propio de la familia. No… propio de ella que amaba ganar. Recordó a su hermana en duelos. Ese placer sanguinario y la inteligencia necesaria para prologar el sufrimiento y la tortura; provocar súplicas y pedidos de perdón. La Delacour tenía esa facilidad de hacer que el dolor y el sufrimiento del adversario sonaran y se vieran como el aperitivo más antojable. Y lo disfrutaba. - ¡NO! ¡GABBS! – Su corazón se detuvo unos momentos. La sangre de su hermana brotaba por su muñeca, cerrando su garganta. Estaba preocupada por ella. Le daba miedo que se desangrara. Movió con más fuerza sus manos para soltarse, logrando que las cuerdas empezaran a realizar hematomas alrededor de ellas. Gimió, queriendo cerrar las piernas para aplacar el palpitar, pero sus pies estaban atados. Sentia el dolor de la garganta seca, sin necesidad de que un séneca le afectara, y el deseo incontrolable que le llevaba a aspirar más y más rápido en busca del aroma que le llenaba los pulmones. Musitó el nombre de su hermana con la voz ronca, casi rogando. Su orgullo estaba siendo tan destrozado como su garganta y deseo carnal. Sintió el toque cálido de su mano mientras se apoyaba en su gélida piel y quiso acercarse más. Jadeó. Levantando la mirada hacia la otra Black. Normalmente tenía mucho autocontrol. Los años de experiencia y el miedo de dañar a su amada le habían permitido contenerse. Pero en ese estado, indefensa, asustada y provocada, la parte animal o monstruosa comenzaba a aflorar. Abrió y cerró la mandíbula, chasqueando los colmillos mientras levantaba los labios para mostrar las encías, cual perro rabioso. No quería dañarla. No podía hacerlo, pero la sangre corría y se manchaba por las sabanas, por su rostro. Estiró la lengua, hambrienta. Buscaba el alivio de la sangre. Aunque fuera una sóla gota. Se vio obligada a mirar a Gabrielle a los ojos. - ¿Cuánto tiempo soportarás ahora? ¿Otros meses, años? – - Soltame amor – Logró decir, temblando. Su voz de notas embriagantes que sonaban casi como una melodía, ahora era tétrica – Prometo no volver a dejarte así. Sólo… Por favor… Duele… Podía ver el placer en el rostro de su hermana. Era un sentimiento encontrado. Más allá del dolor físico que le estaba provocando, ver su hermosura y lo sexy que se ponía cuando ejecutaba su venganza le excitaba a mas no poder.
  15. Los segundos entre que dijo la preguntas y entre los que escuchó la respuesta se sintieron eternos. Siempre había pensado que el único miedo que ella podía sentir era al carácter de su hermana cuando estaba enojada. Esa explosividad e intensidad que podían aplastarte contra la pared para cortar tu respiración lo suficiente para que te sintieras mareado o atontado. Gabrielle tenía poder. Sólo su forma de mirar podía decir más que los labios de muchas personas. Pero la realidad era que su peor miedo era que ella se cansara, y simplemente se rindiera. Costaba aceptarlo. Mahia sabía qué hacía las cosas mal. Era un ciclo repetitivo. Se perdía, y al volver ella estaba allí. Pero, ¿Qué pasaría el día que encontrara sólo oscuridad y soledad? No había concepto suficiente de la palabra vacío para describir lo que sería su alma, ni crucio en el mundo que equiparara el dolor que sentiría. Sin ella… Los ojos azules apenas llegaron a humedecerse cuando sintió el movimiento de la mano de la Delacour, apoyando la cabeza en su mano mientras disfrutaba de la caricia. Respiró hondo, aunque no lo necesitaba. La costumbre que había incorporado a través de sus años como humana todavía perduraba en ella. La vio asentir y fue suficiente para que todas sus emociones explotaran en su pecho como si de un volcán en erupción se tratara. - No tenés idea de lo mucho que te amo… y de todo lo que me importas. – No pudo terminar de decir sus ideas cuando sintió el peso de Gabrielle volteando su cuerpo contra el piso. No se resistió. Sonrió de lado, dejando entrever sus colmillos con los ojos brillando de deseo. Sólo quería llegar hasta los labios de su hermana para poder besarla como nunca había podido hacerlo. Trató de incorporarse apenas sus oídos recibieron la confirmación por parte de la castaña, despegando los omoplatos del suelo para llegar hasta la boca de la otra mujer. Tenía un hambre voraz. Después de tanto tiempo sin sentirla, sin poder rozar su piel con la yema de sus dedos, lo único que deseaba era que volvieran a ser ellas; volver a ser una sola. - … Sólo queda una pregunta… ¿Luego, quin será tu alimento? … - La Black ladeó la cabeza hacia su hombro derecho, dejando la boca abierta mientras terminaba de incorporar la información. - ¡La p*** madre! – No lo había pensado. Por supuesto que ella podía conseguir sangre de otros humanos, donaciones de hospitales en su mayoría de las veces, y hasta de animales. No obstante, el extraer la sangre de su mujer era un acto de lo más íntimo que podían compartir, sobre todo al hacer el amor. Cuando mordía su cuello o su vena femoral podía sentir su presión… Cada latido que emitía su corazón acelerado por el placer, que aumentaba cada vez más por el dolor de sus mordidas. Y cuando por fin degustaba su sangre, aquel néctar carmesí que fluía por sus venas, era un éxtasis que, conjunto a las caricias de su amada, la llevaban al más puro de los éxtasis. Era algo que sólo ellas compartían. Que sólo Gabrielle lograba. - No lo había pensado… - La miró avergonzada y rió, volviendo a iluminar los ojos de deseo. – Pero… ¿no te da curiosidad? Si tuvieras una idea… - Acercó su rostro al cuello de la otra Black y deslizó la punta de la nariz por su piel, aspirando profundamente para sentir el aroma de ella. Gimió y levantó la cadera, haciendo presión con una de las manos sobre la espalda de la otra al sentir el arqueo. – Si sólo tuvieras una idea de lo bien que se siente tu aroma… ¿No quisieras saber lo que se sentiría el mío de esta manera? – Mordió una vez que estaba segura de que su colmillo sólo rozaría la yugular, abriendo la boca para dejar entrar una pequeña cantidad de sangre a sus labios, soltando un jadeo de súplica. Su entrepierna palpitaba. Gruñó antes de presionar la herida con la lengua para que se detuviera la hemorragia y en un rápido movimiento cambió de posesión, apartando un poco a Gabrielle sólo para poder incorporarse con ella entre sus brazos, llevándola hacia la cama. - ¿De verdad no querés saberlo? … Mi prometida… -
  16. Mahia dejó que su hermana siguiera hablando, descargando su enojo y frustración. Sus palabras le dolían, pero lograba ocultarlo sin reflejarlo en sus blancas facciones. Se pasó casi todo el tiempo con la mirada baja hacia hacia sus zapatos, levantando un poco las cejas en señal de sumisión hacia quien le hablaba, casi como si de un perro regañado se tratara. - Mahia, sé que soy buena con la varita, que tengo más libros y experiencia que tú pero ¡Soy humana pedazo de mujer ciega! - Trató de contener la risa unos segundos, pero no pudo aguantar esbozar una sonrisa al escuchar la risa de su amada. Levantó la cabeza. Entendía las preocupaciones de la Delacour. Y, siendo sincera, nunca se había detenido a pensar en los argumentos que la menor de las dos estaba detallando. Para ella, su hermana siempre había sido sinónimo de fortaleza, de bienestar. Sentirla a su lado le hacía pensar que todo iba a estar bien, que nada podría vencerla. Ella era una guerrera de la que incluso muchas veces había temido, incluyendo la situación en la que se encontraban. Por ese motivo, de todas aquellas veces en las que había deseado que su ex novia compartiera esa parte de su vida que no quería mostrar a nadie más, ni una sola vez la había creído incapaz de seguirle el ritmo, muchísimo menos había pensado en la posibilidad de que corriera peligro, puesto que la Black se habría hecho cargo de todo aquello de lo que Gabrielle no pudiera defenderse. - Por supuesto que no quiero que mueras en el intento... - Dijo en voz baja, bastante segura de que la otra mujer no la había escuchado. La vio sentarse a su lado y contuvo la respiración cuando la cabeza de la castaña se posó en su hombro. Sentía la garganta seca de la sed, y el aroma dulce que su ex prometida desprendía le nublaba los sentidos. Apretó la mandíbula, casi al borde de dañar el interior de sus labios con los colmillos, y respiró profundo, tratando de acostumbrarse nuevamente. Necesitaba tener demasiado autocontrol cuando estaba con ella. Miró la mano de Gabrielle y alargó sus dedos hasta donde el anillo reposaba, extrayéndolo unos segundos. Giró la cabeza y con un sutil movimiento, besó con amor la coronilla de la otra, sonriendo disimuladamente. - Tengo una idea para solucionar este problema, si es que realmente te preocupa. - Tomó la mano izquierda de su mujer y fue colocando lentamente la sortija en el dedo anular de ella, lugar de donde nunca debió haber salido. - Cuando no te tengo cerca siento morir... te he extrañado más de lo que mi mente soportaba. Me sentía desgarrada, destrozada; cortada en pequeños pedacitos que nunca volvían a unirse - Se giró un poco para poder mirarla a los ojos, tratando de que ella entendiera el dolor que estos emitían. Aquel dolor que seguramente ambas habían sentido, pero que eran demasiado orgullosas para aceptar. Entrelazó sus dedos con los de la Delacour y tiró de ellos, acercándola lo suficiente como para que sus labios rozaran el cuello de esta. Deslizó ambos colmillos superiores por la piel tersa y suave, sintiendo latir la vena yugular, la cual recorrió lentamente con la punta de la lengua. Sintió la punzada entre sus piernas y se separó agitada, tragando con dificultad mientras trataba de que la ternura volviera a primar sobre el deseo. - Hagamos honor a estos anillos. Casate conmigo... y... tal vez, si quisieras... podríamos compartir el mismo destino. - Sintió la poca sangre que aún le quedaba agolparse en sus mejillas, y el calor que esta le brindaba quemaba cada vez más. Señaló sus colmillos con la mano libre - Ya sabes... si no te desagrada mucho... ¿querrías pasar la eternidad a mi lado?
  17. Se debatió entre ignorar su instinto o dejarlo salir y preguntar lo que tenía en mente. Era evidente que el nombre de Akliz la había puesto ¿ansiosa?... tal vez algo incómoda. En algún eslabón de la historia la rubia se había perdido y su curiosidad estaba a punto de quebrar cualquier tipo de “momento romántico” que estuviesen teniendo. Levantó la mirada y llevó su mano libre al mentón. ¿De dónde la conocía? No la hubiese llamado amiga, estaba segura. Abrió los ojos en grande y se movió de su lugar, detallando más incomodidad que la que su mujer había tenido. Gruñó sin querer contestar y agradeció tener otro tema del qué hablar. - ¿Qué chica psicópata? Al menos cuando nos cruzamos aún no andaba con nadie. O no la presentó. – Cerró los ojos al sentir el calor de Gabrielle y se relajó, dejándose llevar para besar sus labios. Buscó su otra mano y la acercó un poco más, incorporándose del sillón para recostar a la Delacour con un poco menos de cuidado del que tenía siempre, e inclinándose sobre ella con cuidado de apoyar su peso en la rodilla que estaba sobre el almohadón. Sonrió con altanería, esa que sabía cuánto le molestaba a la francesa, pero que a su vez la volvía loca. A veces se mostraba demasiado segura de sí misma, sobre todo al creer tenerla a su merced. Olisqueó su aroma y mordió el labio inferior con apenas fuerza, cuidando de no rasgar su piel, pero provocando un ligero dolor que luego adormeció con el tibio toque ocasional de su lengua. Se apartó un poco, lo suficiente para ver su rostro y torso con plenitud, y dio un respingo. El cabello de la menor había quedado algo desordenado, con mechones cayendo por el apoyabrazos del sillón y los labios rosados, tan femeninos como los de nadie, aún estaban algo mojados por su beso, entreabiertos. – Y cuando creo que ya te he visto de todas las maneras posibles… me mostrás que cada día podés verte más y más hermosa … - Sintió la punzada de deseo; la sequedad en la garganta, y el dolor en donde más deseaba sentirla, y se apartó con cuidado, volviendo a sentarse a los pies de ella. La deseaba tanto… la extrañaba. – Yo no tengo problema… mi problema no es con la familia sino con… - Calló y se llevó una mano a la nuca, despeinando su cabello mientras bajaba sus ojos azules hacia la alfombra. – Si supieras… a veces me quedo pensando si las cosas el destino las hace por hijo de p*** pero… si te conté que estuve un tiempo en esa familia verdad? – Se levantó aún evitando encontrar su mirada con la de la otra Black. La secuencia de pasos y su sonido eran obvios, más aún conforme pasaban los segundos. Cinco pasos a la derecha, alejándose del sillón, bordeando la mesa. Media vuelta en sus talones y de nuevo hasta el borde del mueble. ¿Por qué se ponía así? Era gracioso saber que podía pasar en segundos de un pobre intento de ser dominante a un cachorrito mojado evitando confesar la culpa. – Ya no estabas… - Sin planearlo, su voz dejó salir una nota de dolor. El recuerdo de aquella noche en la fuente sería eterno para ella. – Llevaba tiempo queriendo ser alguien en “el grupo”, si vos me entendés, pero era una niña… en todo sentido. Levantó la mirada y por fin hizo contacto con los hermosos ojos miel que la miraban atenta. Se acercó a ella y se sentó en el suelo en posición india, tomando la mano donde su prometida tenía la sortija que le había dado. Nunca le había hablado demasiado de sus tiempos antes de ser la Ángel Caído “famosa” que había sido. – Aún no me había hecho esto… - Llevó la mano de Gabrielle a su rostro y cerró los ojos, haciéndole recorrer la cicatriz sobre su ojo izquierdo. – Fer estaba ausente, Dah, como siempre. Pero era líder. Orión fumaba anís, almendras, ardillas… lo que fuese… y estaba demasiado ocupado tratando él de llegar lejos como para ocuparse de mí. Tampoco era su obligación. Trató de relajar su semblante y le dedicó una sonrisa acompañada de las calumnias al peliazul. Acarició la mejilla de su novia con la otra mano y prosiguió, pidiéndole que le avisara si se aburría o quería cambiar de tema. – Y Lú… Era lú. – Se encogió de hombros y rió. – Entonces conocí a Alicia Spinnet. Digamos que ella me apadrinó. Era vieja ya. Seguro la conocías, ¿Verdad? La cosa es que me enseñó mucho a ser más política, dedicada; saber dónde golpear, por así decirlo. Ascendí a MO muy rápido. Me di cuenta que tenía potencial y empecé a ganar experiencia en duelos, a confiar mucho en mí misma. Así que por un tiempo, y hasta que fui capaz de ir creando mi personalidad dentro del bando… me mudé con su familia como una especie de “adopción”. Y … ella estaba con los Rexdemort. – Se detuvo allí. Ya había hablado demasiado y lo siguiente que quedaba era contarle a su futura esposa cuál había sido su propia relación con su ex marido. Sólo pensarlo le volvía a dar nauseas y celos.
  18. Normalmente podía oler cuando alguien no estaba diciendo toda la verdad y con su mujer ese don se multiplicaba por mil. Mordió el labio de la Delacour con cada beso que esta le robaba. - Digamos que aprendió que en cada desaparición se debía comer una o dos nalgadas por traviesa. Alguien logró anclarla a casa - Rió y la abrazó, tirando de ella para que se sentara sobre sus piernas. Le gustaba esa sensación de familia que estaban construyendo, más allá de los lazos de consanguinidad. Iba a acotar algo con respecto a su regalo pero no pudo hacer otra cosa más que gruñir al escuchar el nombre de su, por muy gracioso que sonara, ex-cuñado. Con esa aclaración de la francesa, Mahia comprendió casi al instante por qué ella y el conejo no se llevaban del todo bien. - Es la primera vez que tocamos el tema de él... ¿verdad? - Bajó la mirada y las notas de voz al hablar. Desde lo ocurrido habían actuado totalmente normal, como si nada hubiese pasado. Aunque ambas estuviesen acostumbradas a la muerte, o fuesen ellas mismas las que en muchas ocasiones la causaban, esta vez la habían ignorado por completo. Esa era la manera más fácil de pasar el dolor o de mitigar ese nudo en la garganta que se formaba con el recuerdo. No estaba en su costumbre llorar. Sólo sabía aparentar frialdad y fuerza. Al menos eso era hasta que ella había vuelto. - ¿Tienes a alguien más en mente? - Mmmm no pero... debería ser alguien poco sentimental y discreto. Alguien más como... ¡ Ya sé ! - Sonrió y chasqueó los dedos de la mano izquierda, haciendo denotar su ocurrencia - tu... tu... ¡no sé qué es! - Sabía que le estaba confundiendo pero no podía encontrar las palabras para hacerse entender. Casi no conocía a la persona, pero sabía que era graciosa. Aunque hacía mucho tiempo que no aparecía. ¿Qué era de Gabbs? ¿Cuñada? - p*** madre... esta chica... Akliz? ni sé como se llama! ¿Crees que le interesaría oficiar la Ceremonia? - @@Gabrielle Delacour
  19. Apretó los ojos fuerte y sonrió con la mordida, girando la cabeza para verla sentada en el suelo. Estiró la mano izquierda hacia ella y tomó la suya, atrayéndola hacia sus labios para darle un beso en los nudillos. Estaba relajada y la presencia de ella le daba una paz que no lograba conseguir ni siquiera en sueños. Demoró en contestarle, observando de reojo el movimiento inquieto dentro de la capucha de su sudadera. Siempre había pensado que le caía mal a Psicosis, el conejo de su novia, pero nunca se lo había preguntado, puesto que para ella era más que sólo un amigo. De cualquier manera nunca había hecho nada para ganarse su aceptación, excepto no molestarle. - Tiene frío, ¿no? - Señaló con el mentón sabiéndo que Gabrielle entendería y evitó el dejarla contestar, pasando las piernas hacia un costado mientras se sentaba para mirarla desde arriba. - Te busqué por todo el castillo mon amour, incluso por los jardines ¿donde estabas? ¿Hubo trabajo? - Le sonrió y enseguida corrigió sus palabras, aclarándole que no se trataba de ninguna clase de reproche o averiguación malintencionada. Se dejó caer lentamente hacia el suelo, colocándose con la espalda hacia ella y se recostó nuevamente, esta vez con la cabeza en las piernas de la Delacour, mirándola con mucho amor. Soltó su mano permitiendo que fuese libre de hacer con ella lo que quisiera, y sacó el estuche de su bolsillo, entregándoselo a ella. - El no tener trabajo me está matando, de hecho. Me aburro - Frunció el ceño y bufó. - Y no es que pueda ser la señorita ama de casa limpiando el castillo y cocinando hasta que mi esposa... - El calor subió a sus mejillas cando la sangre se agolpó en ella, sintiéndose un poco avergonzada mientras corregía sus palabras con timidez. - Casi esposa... vuelve de trabajar. Espero pronto volver a nuestro lugar. Me agradaba trabajar juntas. Tiró la mano hacia arriba para acariciar la mejilla de su hermana y le alentó a que lo abriera. Se quedó estupefacta sin nada más que hacer que mirarla; a pesar de conocerla durante casi toda su vida, y aún después de tantos años, el verla tan cerca y en un contexto tan íntimo todavía lograba hacerle abrir la boca de sorpresa. Incrédula y enamorada no podía creer cuán hermosa era la mujer de ojos miel. Suave, tierna, fuerte, de facciones finas y mirada penetrante. Podría observarla para siempre y nunca se cansaría. - Espero que te gusten. Es uno para vos, y uno para mi. Pensé que después de todo, ya sea que tengamos trabajo o no, deberíamos estar comunicadas para saber donde está la otra, y poder acudir a nuestro encuentro ante cualquier inconveniente o necesidad... De cualquier tipo - La miró con picardía y rió. - Si necesitas hablarme sólo agarralo entre tus dedos y yo te escucharé. Lo mismo haré yo. - Desvió la mirada con miedo a encontrar una respuesta negativa y cambió el tema, esperando que ella se tomara su tiempo para pensarlo. - ¿Creés que algún día me aceptará del todo? - @@Gabrielle Delacour
  20. Rodó los ojos. Últimamente la gente estaba obsesionada con los portales. Desde las galas de la Marca tenebrosa o sus entregas de premios, hasta las celebraciones particulares como aquella, todas tenían que complicarle la vida al invitado. Mahia era más simple, más directa. Ella les diría el lugar a donde tienen que ir y que cada invitado llegara como mejor le pareciera. Rugió e hizo una mueca con los labios. Sostuvo a Gabrielle con fuerza mientras hacían el viaje y apenas si soltó el agarre una vez terminado. Extrañaba tenerla cerca. Su presencia lograba hacerle sentir completa y feliz, dándole una comodidad extra que casi nunca sentía en su ausencia. - Yo te extrañaba a vos - La acercó más durante el beso y cuando se separó agitó la varita para hacer aparecer una chaqueta de las suyas. La colocó sobre los hombros encima de la capa de la Delacour y sonrió ante lo holgada que le quedaba. - Amo cuando tenés mi ropa puesta... aunque me gusta más cuando es sin otra cosa debajo - Le guiñó el ojo y se giró para ver a los invitados. Exhaló un poco de aire para hacer notar su aliento y se rió de su travesura. Ella era la mayor, pero a veces se comportaba como la más inmadura y aniñada de las dos. - ¿Por donde comenzamos la nota? Podríamos hablar con alguno de los invitados. A Jess la podemos agarrar en casa - @@Gabrielle Delacour
  21. Apareció en los terrenos de la Black Lestrange apenas recibió la llamada de Gabrielle, o quizás unos minutos mas tarde. No podía creer que ya hubiese pasado un año desde el casamiento de su hija, pero mucho menos podía creer el no haber sido invitada junto a su mujer. Tal vez si hubiesen recibido la propuesta ambas hubiesen dicho que no, pero la falta de esta le sonaba más a un desprecio por parte de Jessie que a otra cosa. Se acercó a la mujer vestida de rosa y prestó atención al movimiento de su pie, sintiendo el escalofrío recorrer lentamente su espalda mientras tragaba saliva. Conocía ese gesto. Su novia era una de las personas con mayor presencia que había conocido jamás, y su orgullo era fuerte y dominante. Si a Mahia le había caído mal la actitud de su hija, Gabrielle debía estar mucho más enojada aún. Besó sus labios y acarició su mejilla, saludándola con la mirada. No era el momento ni el lugar para ser tierna, y tal vez su prometida no estaba de humor para ello, pero era algo que la Black no podía evitar. Instantáneamente luego de conectar sus ojos con los de ella el calor hacía acopio en su cuerpo y todas sus armaduras de mujer dura y prepotente caían al suelo en menos de un segundo. Ella la desarmaba por completo. - Tranquila... No es para tanto - Trató de tranquilizarla y colocó ambas manos en los brazos de la Delacour, acariciándolos suavemente - Posiblemente sabía que te ibas a enterar por El Profeta. Sólo tomó una mala decisión. - Levantó la mirada hacia la entrada de la mansión y frunció los labios. No estaba vestida para la ocasión. Chaqueta de cuero negra, remera blanca con escote en V y pantalones de jeans azul oscuro. Tenía suerte de que sus facciones finas y la enorme cicatriz que cruzaba su ceja y ojo izquierdo le dieran un aire de seriedad y elegancia usara lo que usara, pero definitivamente no había pensado bien antes de salir. - ¿Entramos? - Cuadró su codo, apoyando el dorso de la mano sobre su cintura para ofrecerle el brazo a su mujer. - Disfrutemos de la fiesta y reunamos las noticias para el profeta como en los viejos tiempos... Luego castigamos a nuestra niña... - @@Gabrielle Delacour
  22. Se pasó la mano derecha por la nuca, deteniéndose para pensar. Su rostro era el lienzo perfecto para una pintura dedicada a la confusión y el exaspero. Tomó aire y tiró la espalda hacia atrás, dejando caer los brazos a un costado mientras contemplaba el cielo despejado, tan azul como sus propios ojos. Se había pasado la mañana entera buscando a Gabrielle; recorrió el cuarto de baño, el comedor, la cocina y las torres, optando por último por dar un paseo por los amplios jardines pensando que tal vez a su prometida le había apetecido algo de aire fresco. Pero nada. De por sí le había parecido raro el despertar sin ella, girando en la cama con ganas colocar un brazo rodeando su cintura, para sólo toparse con el frío de las sábanas blancas. ¿Quizá le había tocado trabajar? Ella se lo habría dicho. - Ay amor ¿qué andarás tramando? - Pasó por la perrera, aprovechando para dar de comer a Argos y Burzón, y se detuvo para acariciar un rato a Nella. "Detuvo", curiosa palabra para definir el escenario. Ni bien había abierto la puerta de la casilla individual del animal, este se había ido sobre ella con toda la bestialidad que le caracterizaba, haciéndola caer sobre su trasero entre risas y lamidas en todo su rostro. Luchó por apartarla sin aplicar su fuerza real, pues no quería ni lastimarla ni quitarle ese caracter juguetón de chachorro que tenía. - ¿Vos no tenés idea de donde está tu mamá verdad? - La husky se sentó a su lado, lengua afuera y jadeante por el alboroto anterior. Parecía entender sus palabras. Se recostó y bostezó mientras Mahia acariciaba su cabeza. Tenía un regalo para su mujer, si bien era algo para las dos, pero no podía dárselo hasta encontrarla. Se levantó y también dejó comida en el plato de la Husky, diciéndole que por hoy andaría libre. Partió sin cerrar la puerta de la perrera y volvió al castillo. Sólo le quedaban unos cuántos lugares para recorrer, pero quizás era mejor esperar a que ella apareciera. Se sentó en el sillón más amplio, el de tres cuerpos, y luego decidió recostarse, poniendo sus talones en el apoyabrazo mientras usaba uno de los almohadones como almohada para su cabeza. Sacó del bolsillo de su chaqueta un pequeño estuche y lo abrió, contemplando dos pendientes circulares de oro macizo. Estaban encantados para que sirvieran como comunicadores entre ellos. Si la Black se ponía uno y la Delacour el otro, podrían tener algo así como una leve telepatía. Lo mejor era que eran fijos. Podían hacer un segundo o tercer orificio en una de sus orejas y pasarían totalmente como un adorno discreto. Guardó el estuche nuevamente y cerró los ojos, comenzando a adormecerse. La extrañaba tanto. Desde que había sido despedida de El Profeta pasaban pocas horas juntas. Y ella realmente disfrutaba trabajar a su lado. Volvería a intentar el ingreso al mes siguiente. No por el dinero, sino porque quería ser su compañera una vez más.
  23. Consumibles en Batallas Nombre: Link a la certificación: enlace Nota: No se permiten más de 5 consumibles en inventario.
  24. Poderes de Criaturas Tipo de Poder: Licencia de uso:
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