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Alexander Malfoy

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Todo lo publicado por Alexander Malfoy

  1. Era consciente de que entre aquellos invitados él era más un extraño que un viejo conocido al que saludarían con dos besos, un abrazo o una palmada en la espalda, pero Alexander se había acostumbrado a ser uno de los grandes tapados del mundo mágico: uno de aquellos magos que permanecían continuamente en la sombra, amenazantes como lobos gruñendo desde su guarida, pero que en cualquier momento en el que estuviesen dispuestos movían pieza para desatar todo su talento, dejando sin aliento a todos aquellos que alguna vez se permitieron llegar a dudar de ellos. No esperaba encontrarse con demasiados que pudiesen reconocerlo, pero tampoco le importaba demasiado, pues podía ser que incluso llegase a chocar con algunos, tal vez únicamente. Si se cruzaba con Tauro la felicitaría con sinceridad, y si se le presentaba la oportunidad le diría algo que hacía mucho tiempo que le quería decir. Acudía a la boda como acompañante de una amiga con la que se había encariñado hacía ya mucho tiempo atrás, y es que Evarela Black se trataba de una bruja que también podía hacerse notar si ese era su propósito, y con el apuesto Malfoy lo había conseguido. Realmente, Alexander conocía tan solo a una de las novias en cuestión, tan solo habiendo oído en alguna ocasión el nombre de la otra, pero había sido invitado por la mortífaga y él era un caballero que no faltaba a las grandes citas cuando era convocado para alguna de ellas. –Espero que hayan encargado alcohol suficiente –murmuró, pensando en la cogorza que se iba a pillar con todo tipo de licores que a buen seguro tendrían allí dispuestos para los invitados, muchos de ellos acostumbrados a largas noches de bebida pero también a duras mañanas de resaca. A él poco le importaba la ceremonia, el convite y mantener la compostura ante el resto de los presentes, pues lo primero que acudía a su mente en aquel instante era beber y disfrutar de un rato agradable con quien pudiera ofrecérselo–. No quiero tener que montar un espectáculo con los elfos domésticos. Se dirigió entonces a donde se concentraba el bullicio del tan esperado y laureado evento, y ese lugar no era otro que los jardines del Castillo Ivashkov. Caminó con paso firme a través de los senderos, cuidadoso para conservar su traje totalmente impoluto, elegante y adecuado para una ocasión como la que se presentaba, y negro en contraste con la camisa blanca que escondía bajo él, en contraste también con su larga cabellera rubia, recogida en una coleta como pocas veces había hecho. La barba y la perilla las presentaba recortadas, pero aún se mantenían cubriendo parte de su rostro, marcando especialmente su mandíbula. –Que alguien me diga cuál es mi sitio –dijo mientras buscaba con la mirada a algún elfo doméstico, quizás porque tenía ganas de golpear a alguno de ellos. Realmente no sabía si la ceremonia ya había dado comienzo y llegaba tarde a la misma, pero al menos se presentaba a tiempo y antes de que desalojasen a todos los testigos de la unión.
  2. Bueno chavales, vengo después de un tiempo a quitarle las telarañas a este hilo xDD Me dio por actualizar la ficha, que necesitaba aires nuevos, y realmente estoy muy contento con el resultado final. La dejo por aquí, así que ya sabéis, cualquier cosa que esté mal o que haya que cambiar tan solo me lo decís y punto. Coloco la ficha completo, porque he cambiado cosillas en casi todas las partes. Si solo fuera en una pondría el apartado en concreto, pero no es el caso xD Saludos y gracias! http://i.imgur.com/LBMuB.png http://i.imgur.com/CroGH.png Fotografía de Alexander y Mónica Datos Personales: Nombre del Personaje: Alexander Malfoy. Sexo: Masculino. Edad: Adulta. Nacionalidad: Inglesa. Familia(s): Sanguínea: Malfoy. Adoptiva: Triviani. Padre(s) Sanguíneo: Gatiux. Padre(s) Adoptivos: Aland Black Triviani. Trabajo: Empleado. División de Bestias. Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas. Poderes Mágicos: Rango Social: Unicornios de Bronce. Bando: Neutral. Rango dentro del Bando: -- Puntos de poder en objetos: 80 Hechizos adicionales: -- Puntos de poder en criaturas: 10 Criaturas controlables en asaltos y duelos: -- Habilidades Mágicas: -- Conocimientos Especiales: Artes Oscuras. Aritmancia. Perfil del Personaje: Raza: Licántropo. Aspecto Físico: http://i.imgur.com/wS0Ee.jpg Alexander Malfoy Es un joven alto y delgado, de complexión atlética y piel de tono intermedio, ni muy morena ni muy pálida, en un equilibrio perfecto. Posee unos hipnotizantes ojos azules de intenso brillo, muy expresivos. Suele afeitarse la barba con frecuencia, aunque siempre mantiene en su mentón una pequeña perilla. Tiene el pelo largo hasta los hombros, de cabellos rubios como el oro, liso y sedoso. En su rostro suele brotar una media sonrisa ante determinadas situaciones que le causan gracia, satisfacción o suficiencia.

 Quienes se encuentran con él con frecuencia, todos ellos dirían que se trata de un joven que siempre anda sumido en su propio mundo, con la mirada perdida en alguna parte de la que no quiere volver. Desde fuera se ve como alguien frío, con movimientos lentos y aún así atractivos, pero cuando pierde el control parece una persona totalmente diferente, tal y como ocurre en los días anteriores a su transformación. Cuando es noche de luna llena, su pelaje es totalmente blanco, como si se tratase de un lobo de las nieves. 

Tiene diversas cicatrices distribuidas a lo largo de su cuerpo, tales como el brazo derecho, el vientre o surcando su mejilla izquierda. Varias de las cicatrices situadas en su vientre son fruto de algunos cortes de espada que Alexander recibió por parte de Silverlyn en una de sus noches de luna llena. Al otro lado del vientre, se encuentra una que surgió a raíz de un corte provocado por las zarpas de un colacuerno húngaro. Tiene otra atravesando su ojo izquierdo, producida por un cuchillo en una pelea callejera en la cual casi se queda parcialmente ciego. En su brazo derecho se encuentra la última, cuyo origen no alcanza a recordar pues se la ganó cuando estaba borracho. También tiene varios tatuajes decorando su piel. Cada uno de ellos representa una etapa de la vida de Alexander, y tan sólo él sabe el significado completo que esconden detrás. En la espalda tiene tatuado un ave con las alas abiertas, como si estuviese a punto de echar a volar. Se asemeja a un fénix. Su brazo izquierdo lleva el tatuaje de la Marca Tenebrosa, como recuerdo de todas las veces que fue miembro de los mortífagos. El pectoral izquierdo está decorado con una runa antigua, recuerdo de un amor roto. Su vientre guarda un extraño símbolo indescifrable para cualquiera, pues se trata de una retahíla de números que aparentemente no tienen sentido: “31 21 10 23 21”. En su pierna derecha está dibujada una luna en cuarto creciente. De entre todos los tatuajes, este tiene el significado más obvio. La ropa que más utiliza son unos viejos y desgastados vaqueros combinados con una camiseta blanca, y en ocasiones camisas de tonos rojizos o azulados. En invierno suele llevar también un gorro azabache puesto en la cabeza junto con una chupa de cuero o un abrigo de tintes oscuros que protege su cuerpo de las heladas, así como una braga cubriendo su cuello y mitones en sus manos. Detesta las túnicas y demás prendas de ropa usadas dentro del mundo mágico, y quizás sea por falta de costumbre por la que prefiere la sobriedad de los ropajes muggles. Cualidades Psicológicas: Alexander es frío como su mirada. También astuto y reflexivo, aunque puede llegar a ser muy impulsivo cuando se deja llevar en pos de unos sentimientos profundos que siempre oculta a los ojos de los demás. Dichas emociones sólo brotan y las hace dejar ver ante aquella persona a la que más quiere: la mujer que ama. Le cuesta coger confianza con la gente, pues prefiere vivir aislado antes que verse involucrado en cualquier evento social y rodeado de otros magos y brujas, y aunque se encuentre acompañado por alguien de fiar sigue rehusando a mostrar lo que siente. Prefiere pasar desapercibido a ser el centro de atención.

 Con una gran ambición por llegar a ser un mago de renombre, vive a la sombra de su pasado y dominado por una vieja melancolía con la que ha tenido que aprender a convivir. Una oscuridad intensa crece en su interior desde que fue mordido por un licántropo en su infancia, por lo que siempre lleva encima, a pesar de que lucha por ocultarlo, un gran instinto asesino y una sed de sangre que no termina. Para él, cada muerte bajo sus manos es la gloria, cada zarpazo un gozo y cada maldición procedente de su varita un pequeño orgasmo. Nunca sabe si actúa correctamente o no y por ello vive preguntándoselo, y en más de una ocasión hace algo de lo que más tarde se arrepiente de forma prolongada, castigándose una y otra vez por cada uno de sus errores. En ocasiones duda de si su lealtad a la Marca Tenebrosa es la mejor opción, pues su cuerpo se llena de una intensa ira con tan solo imaginar que otro mortífago le pone la mano encima a su familia muggle. 

Lo entrega todo por aquello que quiere hasta que lo consigue, jamás se da por vencido ante nada. Podría decirse que cuando Alexander pierde la esperanza en lograr uno de sus objetivos, es porque es imposible alcanzarlo para otro cualquiera. Quizás a veces peque incluso de egoísta cuando se centra en obtener aquello que quiere, olvidándose de todo lo que hay su alrededor e incluso utilizándolo a su antojo para salir victorioso en sus propósitos. Historia: Historia de dos ciudades Alexander Malfoy nació en un frío y lluvioso 31 de diciembre entre los Malfoy, pero su madre Gatiux lo entregó a una familia muggle para que lo cuidasen como uno más, lejos de los conflictos mágicos que pudiesen hacer peligrar su vida. Así, creció entre ellos y sin conocimiento alguno de que se trataba de un mago descendiente de un noble linaje hasta muchos años más tarde, pues tan pronto entró en su nueva familia siendo tan solo un bebé perdió su apellido y adoptó el sobrenombre de Gallagher.

 Cuando tenía cinco años, un extraño que se hacía llamar Christopher Vega lo fue a visitar a su casa de Londres, quien al conocerlo le acarició la mejilla, transmitiéndole un poder que no pudo reconocer. En el salón de su propio hogar, este hombre sometió a Alexander a una pequeña prueba, alegando que tanto el pequeño como él eran dos magos, y la cual consistía en que el pequeño brujo debía escoger un objeto entre cinco que se le daban a elegir, eligiendo de entre todos una pluma de fénix. Ante este hecho, Vega se marchó de la casa de los Gallagher, enojado por la “pérdida de tiempo”, y no regresaría allí hasta mucho tiempo después. Alexander no comprendió entonces qué significaba nada de aquello, ni qué había implicado su elección, y nunca llegaría a saberlo con certeza. Más allá de los sueños

 Tras el encuentro con Vega, Alexander comenzó a tener extraños sueños que lo atormentaron cada noche durante muchos años, y en todos ellos aparecían un grupo de personas que no conocía que lo llamaban por otro nombre: Alexander Malfoy. Estos sueños se repetían cada vez que tenían la oportunidad y provocaban un gran sufrimiento e incertidumbre sobre el joven mago, aunque, en una ocasión cuando tenía dieciséis años, un muchacho de cabellos naranja que también era brujo le desveló el significado de las repetidas pesadillas con un acertijo: Encuentra a esas personas, y encontrarás a tu verdadera familia.

 Gracias a la ayuda de aquel misterioso chico, Alexander se pasó semanas buscando a quienes se aparecían en sus sueños nocturnos. Poco después de aquel encuentro fue mordido por una vieja amiga de su infancia, la cual siempre le ocultó su verdadera naturaleza licantrópica. Estuvo a punto de morir desangrado, y sin embargo Vega apareció en el momento justo, salvándolo, aunque al devolverlo a la vida tuvo que hacer un sacrificio; un sacrificio que provocó que en el interior del Malfoy brotase una misteriosa oscuridad que lo acompañaría para siempre desde aquel instante, y que además haría que Alexander olvidase toda su vida pasada. Borrón y cuenta nueva. 

Años más tarde, una bruja pelirroja de gran renombre se puso en contacto con él y lo contrató como asesino, valiéndose de una espada, puesto que aún no era capaz de controlar su magia, y fue en esta época donde comenzó a adentrarse en el mundo del alcohol y de las drogas para poder evadirse. Si Alexander ayudaba a dicha extraña, ella lo ayudaría a encontrar a su familia, y la bruja cumplió su trato, llevándolo finalmente a la Mansión Malfoy, donde conoció a todos sus parientes que lo estaban esperando, para luego comenzar a estudiar en la Academia de Magia y Hechicería y llegar convertirse en un mortífago. Aquella bruja, cuyo nombre fue revelado finalmente como Alyssa Black Triviani, fue uno de los principales apoyos de los que gozó Alexander y una gran mentora en su camino hasta la Marca Tenebrosa. Serpientes, acromántulas y chacales 

Una vez en Ottery, Alexander tuvo una relación amorosa con Mey Potter Black primero y con Silverlyn después, durando la primera poco tiempo y la segunda mucho más. Silverlyn fue un gran capítulo en la vida de Alexander, un amor loco e imposible que lo marcó y a quien incluso convirtió en mujer lobo, pero que, como todo, llegó a su final, y el Malfoy no volvió a ser el mismo desde entonces, tornándose mucho más receloso con el mundo. Después de ese suceso, se alejó de Londres y de la sociedad mágica en busca de la tranquilidad que necesitaba, desapareciendo así del bando de los mortífagos por primera ocasión, pero siempre profesando lealtad hacia él. Durante sus múltiples viajes a lo largo del mundo como ermitaño, se dedicó a hacer un estudio sobre la vida y naturaleza de los dragones así como de otras criaturas mágicas, además de aprender todo lo que pudiera sobre los secretos de la magia. Tras las cortas estancias en exóticos parajes de Finlandia, Mongolia, Tailandia (donde se enfrentó a una poderosa acromántula y se marcó el cuerpo con ciertos tatuajes) o los Andes, Alexander se asentó durante meses en Egipto, más concretamente en un refugio de magos oculto cerca de Luxor. Ascenso y caída de Alexander Gallagher Fue entonces cuando decidió regresar, con la intención de hacerse un hueco en la sociedad mágica. Abrió un negocio en el Callejón Diagón llamado Passio Arcanum, el cual compartía con Mónica Malfoy Haughton, y buscó un lugar en el Ministerio de Magia desde el Departamento de Control y Regulación de Criaturas Mágicas, deseando por encima de todo retornar cuanto antes al bando mortífago. Tras su vuelta, revivió una historia pasada con su socia, con la que mantuvo una cercana amistad durante toda su vida, y encontró junto a ella la serenidad que durante toda su vida había buscado, compartiendo así un futuro con la bruja, pero la relación finalmente se rompió. El nuevo fracaso amoroso hizo mella sobre él, aunque en el fondo seguía amando a la bruja.

 Tras aquella relación, Alexander tuvo encuentros con otras brujas con las que compartió ciertas noches de cama, pero nunca llegó a ir más allá con ellas. Continuó viviendo en la Mansión Malfoy con la intención de pasar totalmente desapercibido entre sus familiares, sin hacer demasiado ruido, trabajando en silencio hasta que los mortífagos estuvieron dispuestos a recibirlo de nuevo en sus filas. Una vez alcanzada dicha meta, Alexander comenzó a crecer rápidamente dentro de la Marca Tenebrosa: alcanzó el rango de Tempestad, y le fueron confiados ciertos cargos como el de Profesor de Generales en representación del bando tenebroso o Líder del Escuadrón de Guardianes en sustitución de Ainé Malfoy. Pasado un tiempo donde su implicación resultaba irreprochable, terminó teniendo un enfrentamiento con la Tríada, más concretamente con Beltis Malfoy, hecho que provocó su renuncia a la Marca de manera indefinida por puro orgullo y dignidad. No hay sitio como el hogar Retomando sus antiguos viajes, Alexander visitó a su familia muggle en Londres y luego marchó hasta Escocia, frecuentando allí ciertas tabernas donde se ganó cicatrices como la del ojo o el brazo en mugrientas disputas contra otros borrachos. En una de estas tascas se encontró con Evarela Black, una vieja conocida de Ottery St. Catchpole, quien se vio enzarzada en una pelea con un mago que terminó con él muerto. Otros se abalanzaron sobre ella después con intención de vengar a su amigo caído, por lo que Alexander intervino desde las sombras para ayudarla a defenderse, dando muerte a todos ellos entre los dos. Este delito público los convirtió en fugitivos a ojos de la Ley Mágica, huyendo juntos de ella hasta que fueron finalmente capturados y encerrados en una prisión que ninguno reconoció como Azkabán ni como Nurmengard. Pasaron allí varios meses hasta que lograron escapar, de nuevo apoyándose el uno en el otro, y el primer lugar al que marcharon al alcanzar la libertad fue la Tetería Karnak, antigua propiedad de Evarela en el Callejón Diagón, y tras una apasionada noche entre sus muebles planearon su regreso al mundo mágico de manera abierta, decididos a recuperar lo que un día perdieron. Pertenencias: Objeto Magico Legendario: -- Objetos Magicos: Objeto 1: Varita mágica de madera de acacia y nervios de corazón de dragón. 31 centímetros, rígida. Clasificación: AA Puntos de poder: 20 pts. Objeto 2: Guitarra mágica. Clasificación: AA Puntos de poder: 20 pts. Objeto 3: Pensadero de plata. Clasificación: AA Puntos de poder: 20 pts. Objeto 4: Daga de plata. Clasificación: AA Puntos de poder: 20 pts. Mascotas y Criaturas: Criatura 1: Halcón. Clasificación: X -no mágica- Puntos de poder: 10 pts. Elfos: -- Licencias, Tasas, Registros: Licencia de Aparición: Aprobada Licencia de Vuelo de Escoba: No Registro de XXX: -- Otros datos: Otros datos: Tiene un especial temor hacia las arañas, surgido a raíz de un encuentro con una acromántula del cual logró salir ileso. Por otro lado, siente un fuerte desprecio hacia los elfos domésticos, a quienes considera animales. Siente especial debilidad y predilección por los dragones. Siempre odió su condición de licántropo aunque con el tiempo aprendió a aceptarla, acostumbrándose a sus transformaciones sin necesidad de emplear remedios mágicos que pudiesen impedirlas. Es un virtuoso de la guitarra y una de sus mayores pasiones es la música country, de la cual aprendió mucho gracias a su madre muggle Penélope, nacida en Tennessee; también ama el deporte, en especial el quidditch del mundo mágico. Prefiere una buena moto a cualquier otro medio de transporte, incluyendo las escobas mágicas Nimbus, Saeta de Fuego o cualquier otra marca. En el pasado tuvo problemas con la bebida y coqueteó con las drogas más duras, muchas veces dejándolo cercano a la muerte. Siempre lleva encima un frasco con su recuerdo más preciado, atado a su cuello para no desprenderse nunca de él. En uno de sus viajes a Egipto para estudiar a las esfinges, recibió como regalo una misteriosa daga cuyo origen todavía desconoce. En aquel mismo viaje, recibió un mote que aún le dura hoy día: los egipcios lo llamaban Chacal debido a su naturaleza licantrópica. Sin saber ni siquiera cómo se lo ganó, hay quienes también lo llaman Cuervo. Cronología de cargos: Departamento de Misterios, Empleado de la Oficina Coordinadora Investigaciones Alternas: ¿? - febrero de 2011. Departamento de Control y Regulación de Criaturas Mágicas, Empleado en la División de Bestias: ¿? - marzo de 2013. Academia de Magia y Hechicería, Profesor de Generales: 2014. Marca Tenebrosa, Líder del Escuadrón de Guardianes: julio de 2014 - septiembre de 2014. Mortífago Base: mayo 2013 - julio 2014. Mortífago Tempestad: julio 2014 - diciembre 2015.
 Premios y reconocimientos: -- Links de Interés Referentes al Personaje: Link al Perfil de Comprador MM: -- Link a Bóveda Personal: Bóveda Nº 81313 Link a Bóveda Trastera: -- Link a Bóveda de Negocio: Bóveda Nº 97727 - Passio Arcanum Link a Bóveda Familiar 1: Bóveda Nº 78526 - Familia Malfoy Link a Bóveda Familiar 2: Bóveda Nº 78361 - Familia Triviani
  3. La mujer que ingresaba a la Mansión Malfoy no podía ser otra que Arya, quien acudía en busca de su hija con el todo el amor que sólo una madre podía darle, pues estaba claro que, entre tantos lloriqueos y súplicas, la pequeña criatura no encontraba ninguna protección entre los brazos de un Malfoy como yo. Al fin y al cabo, ¿quién era yo sino un mago intrínsecamente malvado, incapaz de sentir, ni mucho menos de cuidar a un bebé como aquel? Me sentía hasta patético sosteniéndolo entre mis brazos. La bruja caminaba con prudencia a través del hall, con una mirada lastimera que por un instante rompió cualquier coraza que pudiese llevar encima. Bajo unos nervios que amenazaban con hacerla estallar en un llanto de un momento a otro, totalmente apreciables en el temblor de sus labios y la inseguridad de sus movimientos, se acercó lo suficiente a mí como para poder escuchar con claridad sus palabras, pronunciadas en un hilo de voz que se perdió en el corrompido aire de la Mansión. –No tienes que agradecerme nada –le dije, cortante, sin intención de restarle importancia a aquel asunto en el que yo mismo me había involucrado, sin que nadie me lo impusiese, y aún no sabía bien por qué. O mejor dicho, quizás no quería aceptarlo–. Si he pasado por todo esto, es porque fui yo quien lo ha elegido. Di un paso hacia adelante y le entregué en los brazos a su hija, cuyo rostro se había iluminado nada más sentir mínimamente cerca el calor de su madre, comenzando a soltar ruiditos molestos con los que buscaba algún tipo de cariño. Era demasiado tiempo separada de su madre y muchos peligros que se habían interpuesto entre las dos, así que en cierto modo podía llegar a entender esa necesidad. Contemplé la figura de Arya durante unos instantes mientras ella estaba totalmente obcecada sobre su retoño, cuidándola y apretujándola entre sus brazos como hacía mucho que no podía hacer. Sonreí para mis adentros y añadí a mis palabras, travieso: –En realidad, y ahora que lo mencionas... Sí se me ocurre una forma con la que podrías pagarme lo que he hecho por ti –el tono de mi voz delataba mis intenciones, sin saber dónde terminaba la broma y dónde daba comienzo una verdadera proposición–, pero eso ya lo iremos hablando durante estos días. No creo que debas marchar por esa puerta, al menos por un tiempo. Debéis protegeros tanto tu hija como tú de lo que os espera ahí fuera, y no es conveniente salir ahora. ¿Acaso estaba preocupado de verdad? Más valía que sí, ya que acogerla en la Mansión podría costarme más de una reprimenda por parte de mis familiares. –Ya ha sido imprudente de tu parte venir hasta aquí –la frialdad de mi voz hizo que por un momento se rompiese cualquier ternura que aquella escena familiar pudiese hacer surgir, regresando el helador aliento de los Malfoy.
  4. La cría no dejaba de llorar, no sabía qué le ocurrir para sentirse así y mucho menos qué hacer para acallarla. Intentaba consolarla lo mejor que podía meciéndola entre mis brazos, susurrándole palabras suaves para hacerla sentir protegida, pero las lágrimas no dejaban de resbalar por su mejilla. Suponía que el ambiente sobrecogedor de la Mansión Malfoy era demasiado para una bebé como aquella. –No llores, venga. Venga –comenzaba a perder la paciencia, tal y como indicaba el impositivo tono de mi voz–. Seguro que tu madre llega pronto, sino te llevaré con... Sentí entonces pasos a mi espalda, unos conocidos en las profundidades de mi memoria, los cuales me impidieron terminar la frase. Uno tras otro, sucediéndose elegantemente tal y como únicamente podía hacerlos sonar una mujer. Me giré lentamente procurando hacer el mínimo ruido, aunque podía sentir cómo me aprisionaba la mirada de quien quisiera que fuese aquella bruja. –Felicity –sonreí saludándola con alivio tal y como si hubiera coincidido con una vieja amiga, aunque ambos sabíamos que éramos mucho más que eso, más incluso de lo que deberíamos reconocer. Más que cómplices de unas travesuras que no se podían contar–. Me temo que aún no ha llegado el momento de sorprenderte con un primo más. Aunque quién sabe, quizás sea más pronto de lo que pensamos. Lo que no puedo asegurarte es el nombre de la madre... Ya sabes. La Malfoy se desvaneció tal y como vino, ya que ambos teníamos asuntos a los que atender, aunque me sorprendió la poca curiosidad que había mostrado a la bebé que todavía sollozaba entre mis brazos. No importaba, de todas formas. Tarde o temprano tendríamos que ponernos al día, ya que tras tanto tiempo era lo mínimo que nos debíamos el uno al otro. Entre sorpresa y sorpresa, el portón de la Malfoy se abrió lentamente haciendo chirriar los goznes, con la inseguridad de una mano que no sabe qué se va a encontrar al otro lado de la entrada. Sentí que la niña comenzaba a transformar su llanto en una tímida sonrisa, embelleciendo su rostro infantil hasta hacerle recuperar la inocencia. Caminé hasta la puerta y ayudé al visitante a abrirla, aunque no hacía falta mucho más para deducir de quién se trataba. –Bienvenida a la Mansión Malfoy, Arya –mi voz era firme, aunque no podía evitar sentirme algo más relajado. Y lo que habían sido primero lagrimones, que luego pasó por ser un rostro alegre, se convirtió finalmente en la risita de un bebé.
  5. Seguí a aquella currita hacia el lugar al que me dirigía, el cual suponía que se trataba del despacho de Heliké en el Ladurée. Procuré no mirar demasiado a mi alrededor, buscando no deprimirme con aquel ambiente tan pasteloso y hospitalario que podría hacer vomitar al más duro de todos, propio de una salita de té como aquella. Al menos sabía que encontrarme con la mujer que regía aquel local significaba gozar de una pizca de diversión. Aquella bruja llegó hasta una puerta oscura, la cual golpeó con cuidado repetidas veces hasta que respondió una voz femenina que provenía del interior. Me miró con una sonrisa incómoda, y giró el pomo lentamente como si no estuviese segura de lo que iba a suceder. Una vez dentro, nos encontramos a una Heliké demasiado concentrada en su papeleo, quien alzó con pereza la vista de sus documentos hasta clavarla con sorpresa sobre mí, para luego mirar a su empleada con una ceja enarcada. –A ti te estaba buscando, mi querida Heliké. Me alegro de verte –la saludé irónicamente, mientras la tercera en discordia marchaba de la estancia con el encargo de un té con whisky. Tomé asiento antes incluso de que Heliké me invitase a hacerlo, y me recliné sobre el sillón con suma comodidad–. No tiene mal trasero esa mujer que trabaja para ti. Ojalá pudiese decir lo mismo de su jefa... Supongo que son demasiadas horas aquí encerrada, con el culo pegado a la silla. Observé en silencio cómo la bruja que tenía delante me servía un vaso casi a rebosar de whisky, el cual según ella era el mejor que podía ofrecerme. Tomé el pequeño cristal entre mis dedos con cuidado, y con las altas expectativas aspiré el singular aroma del licor, al cual ya me había acostumbrado a tomar como uno entre mis favoritos. –Solo venía a comprobar cómo te encontrabas y si necesitabas algo de ayuda de un viejo amigo. Hay demasiado papeleo sobre tu mesa, y por tu expresión dudo que tengas algo que celebrar –deslicé la mirada sobre su escritorio hasta detenerla sobre un papel garabateado que reposaba en el extremo opuesto–. Ya sabes que desde hace un tiempo... Podemos confiar el uno en el otro, o al menos es lo que nos exigieron en su momento. Pegué el primer sorbo a mi bebida, saboreándola en mi paladar como si fuera un dulce al que hay que encontrarle el gusto. Eché un ojo a mi alrededor, observando cada detalle de la decoración, la cual se diferenciaba en bastantes puntos respeto a los otros rincones visibles del Ladurée. Me llamó la atención otra puerta situada entre diverso mobiliario, como si Heliké quisiera esconderla de la vista de los que pisasen su despacho. Alcé la mano y la apunté, curioso. –¿Acaso escondes algo tras esa puerta? @Helike Rambaldi Vladimir sos vooooos (no sé si funciona esta shit, me da que no)
  6. Aparecí en los jardines de la Mansión Malfoy totalmente exhausto, sujetando entre mis brazos a una pequeña criatura que continuaba llorando en su continuo lamento. Miré a la bebé para cerciorarme de que se encontraba bien, y suspiré aliviado al comprobar que no había sufrido ningún rasguño, pese a que estuviese montando un pequeño espectáculo de lágrimas en mitad de la noche. –Tranquila, ya hemos llegado –le susurré mientras la acomodaba en mi regazo, sin saber muy bien qué podía hacer para tranquilizarla. Comencé a caminar con paso cansado, mucho más que de costumbre tras aparecerme en alguna parte, sin mirar a la niña a los ojos–. Espero que tu madre esté bien. Comencé a bordear los setos que poblaban los jardines mientras le daba vueltas a Arya y todo lo que había sucedido en el hogar de los Macnair, tal y como si hubiese ocurrido hace más tiempo del que había transcurrido en realidad. Sin comprender del todo la situación, la había ayudado, aún teniéndolo todo en mi contra, y sin nada que me asegurase que estaba haciendo lo correcto. Tapé a la bebé entre mis brazos, consciente de que si me veían con ella podría germinarse un problema más. Doblé una de las múltiples estatuas blancas que decoraban los exteriores de la Mansión Malfoy, y me incorporé al largo camino de gravilla que serpenteaba el terreno hasta la entrada. Aceleré el paso con la sensación de que alguien me estaba siguiendo, a pesar de que tras mirar a mi alrededor era consciente de que me encontraba solo. Llegué a la puerta y con la ayuda de un conjuro la logré abrir sin necesidad de separar mis manos de la pequeña, la cual ya había comenzado a calmarse. Entré, y sin más esperé a que sucediese cualquier cosa, observando a la cría que tenía a mi cargo como si se hubiese quedado huérfana.
  7. Tenía que parar un instante y reconocerlo, y quizás recapacitar por el descontrol de mis últimos actos. En los últimos tiempos, en los que no podía encontrárseme en casi ninguna parte como si fuera un fantasma, estaba frecuentando familias y locales a los que no debía acostumbrarme, de manera que a buen seguro más de un mago que se enterase de estos hechos se encargaría de que no volviesen a hacer algo parecido. Normalmente espantaba de aquella clase de gente como si fueran la peste, pues siempre se me había enseñado que un mago de mi nivel debía mantener relaciones con otros a los que poder llamar iguales, y nunca inclinarse delante de nadie, y menos de otros a los que consideraba inferiores. Nunca lo había hecho, aunque sí había roto la primera regla. Al poco de mi llegada a Ottery, me había juntado con una bruja de apariencia débil y pálida, pero fuerte como una roca. Aunque nunca nadie había aprobado aquella relación, ahora estaba volviendo por los mismos derroteros. –Alexander... Has perdido el norte –murmuré, hablando conmigo mismo como tantas otras veces. Torcí una esquina en dirección a uno de las locales del Callejón, divertido ante las expectativas de aquel día y lo que podía otorgarme, olvidándome de todo lo demás–. Aunque ya hace mucho tiempo que lo estás. Entonces leí en la distancia el cartel del negocio al que me dirigía, y en mi mente se dibujó el rostro de una vieja conocida: Heliké Rambaldi, con quien ya había tenido anteriores encuentros y no precisamente afortunados. Si algo era seguro en aquella noche es que la costumbre se repetiría, y con suerte nos llegaríamos a enzarzar en un duelo del que, como mínimo, saldríamos ambos con un par de huesos rotos. O quizás perdiendo algo más importante. Entré, y nada más poner el pie en la estancia sentí como una arcada recorría mi esófago hasta a punto de hacerme vomitar. Era un ambiente acogedor, lleno de luz, color y ternura al que no estaba acostumbrado, sumado al tintineo de las tazas de té que se escuchaban en cada esquina del Ladurée. El olor a dulce que captaba con mi olfato licantrópico volvió a revolverme las tripas. –Nada como una buena copa de alcohol para desinfectar las entrañas... –gruñí, mirando a mi alrededor con desconfianza, y me acerqué con cara de pocos amigos a la que parecía ser una empleada del lugar–. Llévame hasta Heliké. Sin más demora.
  8. –¿Que dónde está él? –repetí su pregunta mientras contemplaba el crepitar del fuego, apoyando mi brazo sobre la repisa de la chimenea. Durante un instante me quedé absorto en mis propios pensamientos, con la mirada perdida en algún punto de las brasas como si entre ellas hubiese algo que pudiese esclarecer todo aquel misterio–. No está aquí, ni en ningún punto de Ottery. Allá donde querrías encontrarlo, sólo alcanzarás a apreciar su ausencia. Me giré sobre mis tobillos y caminé en dirección hacia Felicity a paso lento, pero aún así escuchando el retumbar de mis botas contra el pulido suelo de la Mansión. Una vez la tuve lo suficientemente cerca sentí cómo mi expresión se ensombrecía todavía más, consciente de que tendría que darle una mala noticia más antes de invitarla a descubrir los rincones de su nuevo hogar. –Adam está muerto. En el árbol genealógico hay un tal Adam Malfoy, el único, y su rostro está borrado. Alguien quemó su cara del tapiz, pero dadas las circunstancias, no es muy difícil descubrir por qué... –dejé caer, señalándola con la cabeza como si fuera ella misma el motivo de su desaparición. Me senté a su lado, lo suficientemente cerca como para sentir su respiración agitada bombear su pecho–. Pero no te sientas culpable por nada de eso. Aquí todos tenemos un pasado del que no queremos hablar. Posé la mano sobre una de sus piernas, cerca de la rodilla, y la acaricié con suavidad, subiendo poco a poco por ella mientras mi mirada se posaba sobre la suya, sin intención de separarse de ella por mucho que me desafiase. Me acerqué todavía más, con nuestros cuerpos cada vez más cercanos el uno del otro, y entonces comencé a susurrar, absorbido por la oscuridad de la sala en aquella noche otoñal: –Te enseñaré todo lo que quieras saber. Pero fue en ese preciso instante cuando un ruido a nuestras espaldas interrumpió la conversación. Giré el cuello, contrariado, y vi a Gyvraine caminar hasta un sillón, sentándose en él para leer un libro. No sabía si se había percatado de nuestra presencia, pero haciendo gala de la buena educación digna de un Malfoy la saludé por encima del silencio que ahora enmudecía la estancia entera. –Buenas noches, Gyv. Es buena hora para sentarse a leer, ¿verdad?
  9. La escuché atentamente con cada palabra que pronunciaba, con la determinación de que acabaría cediendo hasta venirse a la Mansión Malfoy. Siempre era bueno saber que sus largos salones e interminables pasillos salpicados de verde tendrían algo más de vida, una juventud efímera que permitiría mantener el linaje familiar al menos durante una generación más. Había que cuidar el destino de nuestra propia sangre, ya que estaba en nuestras propias manos el saber por dónde terminaría corriendo. –No tienes por qué ir de un lugar al otro. Al fin y al cabo, si vienes, la Mansión terminará siendo tu nuevo hogar, y aunque dejes a personas importantes para ti –giré sobre mis tobillos y eché una fugaz a todo lo que tenía a mi alrededor, finalizando aquel examen visual con una mueca de desprecio que ni intenté disimular. Horrendos recuerdos acudían a mi mente para luego obligarlos a desaparecer–, siempre podrás volver a dedicarles alguna visita. El viento se levantaba por la zona con cada vez mayor intensidad, como si se avecinase tormenta de un instante a otro, o incluso quizás algo de más fiereza, más peligroso. La apuré a decidir con un gesto de mi rostro, pero en ese momento interrumpió de cuajo cualquier tipo de expresión al recordarme la ausencia de una figura paterna que había sufrido. –No podemos volver atrás ni cambiar las cosas que se han hecho, ni puedo devolverte algo que nunca llegaste a tener –quizás sí con un giratiempo. Pero no había cabida ni lugar para magias inexplicables que nada cambiarían–. Lo que sí puedes hacer es aceptar mi invitación, y venir a un lugar donde poder refugiarte bajo lluvia como la de hoy. Le tendí la mano sin mis dilaciones, sintiendo el goteo de unas nubes cargadas sobre mi cabeza. Esperé allí sin poder ofrecerle más motivos por el que venir, confiando en que mi única hija pudiese perdonar a su padre.
  10. Sonreí ante sus palabras. ¿Si la había aprobado ya? Por supuesto que sí, y desde un primer momento, aunque cualquier mago lo habría hecho nada más posar la mirada sobre su esbelta figura. Con un gesto la volví a invitar a pasar a la gigantesca sala de la Mansión, aunque era plenamente consciente de que Felicity conocía los entresijos de nuestro hogar casi mejor que cualquier Malfoy. O mejor dicho, los conocía tan bien como la Malfoy que era, puesto que aunque ella guardaba dudas y recelo hacia mis intenciones, en el fondo sabía que tenía razón. Nos sentamos junto a un cálido fuego que impregnaba de calor a cada rincón de la sala. La sonrisa se desvaneció de mi rostro durante unos instantes al palpar los pliegues de mi ropa y no apreciar la cubierta de Compone fabula, pero al cabo de un par de segundos lo volví a sentir ahí y me sentí extrañamente aliviado, quizás de una manera un tanto exagerada. Me preocupaba muchísimo aquel libro, casi más que cualquier cosa, ¿pero por qué? Se me ocurrían un par de ideas, quizás un tanto alocadas y fuera de lugar, pero que si uno conocía su procedencia y las manos que habían pasado por él... Podrían encajar perfectamente. la magia oscura, cuando entraba en juego la manipulación del alma, podía tornarse mucho más peligrosa de lo que ya era. Suspiré aliviado y volver a posar la mirada sobre Felicity, observándola de nuevo de arriba abajo hasta clavar mi gélida mirada azul sobre la suya, rebosante de electricidad y viveza a un nivel del que pocas brujas podían presumir. –¿Quieres una prueba que haga honor a tu verdadero linaje? –le pregunté, aunque en realidad la respuesta estaba en mis propias manos. O en el cuaderno que reposaba en mis bolsillos–. Tú la tienes en tu interior. Has llorado, has descargado tu rabia ciega contra mí. ¿Qué crees que harías si un "detestable" Malfoy se presenta en tu casa, y te cuenta una sarta de mentiras? ¿Le creerías? No. ¿Accederías a acompañarle hasta aquí, la Mansión Malfoy, sin ningún pero, ningún reparo? Tampoco. Tú misma sabes qué es lo que se oculta tras lo escrito en esas hojas, y no es otra cosa que la verdad. En el fondo, siempre lo supiste. ¿Dónde estaba tu padre para cuidarte, protegerte? Lejos. Ahí tienes tu respuesta. El primer por qué que te ha llevado hasta tan lejos, al lugar que siempre has visitado en actitud hostil, pero que ahora tus ojos inocentes podrán ver como un verdadero hogar. Mis palabras caían sobre su razón como una losa pesada e inquebrantable, una detrás de otra, creando de sus posibles réplicas una tumba de la que difícilmente podría salir una respuesta admitible. No había lugar para el rechazo, ni para hacer borrón y cuenta nueva. Lo único que le esperaba a ella era aceptar algo a lo que debía enfrentarse, y salir airosa de aquel encuentro. No era fácil, pero en su corazón de Weasley se ocultaba la oscuridad propia de un Malfoy, en profundo contraste con los destellos de luz emanados por su mirada. Me levanté y comencé a recorrer la habitación, dando pequeñas vueltas en torno al fuego crepitante. Ahora ya no la miraba, aunque mi oído podía detectar cualquier movimiento, por muy leve que fuera, y sabía que aún permanecía ahí, sentada, escuchando todo lo que pudiese decirle. La había traído hasta aquel asiento, y capaz sería de protegerla de las burlas o maldiciones de los que ahora eran sus primos, tíos o sobrinos. Nunca era fácil encajar en una nueva familia, y no siempre se era bienvenida. No al menos en un principio. Caminé más, a paso lento, y me acerqué hasta ella hasta situarme a su espalda. Acaricié su cuello con la superficie de mi dedo índice, recorriéndolo desde la base hasta un poco por debajo del lóbulo de su oreja izquierda, subiendo y bajando varias veces por su piel. –No intentes resistirte, Felicity. Yo te tiendo la mano, y te invito a ser una más. A protegerte de quienes te quieran *****. Al fin y al cabo, podemos llegar a aprender mucho el uno del otro... –retiré entonces la mano y me separé de ella–. Aunque tampoco puedo obligarte. Sé que hay mucho a lo que tienes que atender fuera de estas paredes, y supongo que te interesa poco todo lo que pueda haber dentro de ellas. ¿No es cierto? Puede que ellas no tengan ojos, ni oídos, pero un Malfoy puede escuchar incluso lo que los labios no dicen. Un Malfoy podía leer los labios que no hablaban, y ver la verdad a través de las mentiras... Pero un Malfoy nunca rogaba. Nunca.
  11. Mansión Potter Black Sonreí para mis adentros cuando Felicity cedió a acompañarme hasta la Mansión Malfoy, con intención de conocer más sobre aquel diario y todos los misterios que ocultaba entre sus páginas. Era extraño, ya que por un momento llegué a olvidarme de todo aquel asunto que me había acercado a buscarla, y lo único que me interesaba era que ella accediese a seguirme. ¿Por qué esa sensación totalmente diferente, totalmente inesperada? Una particular atracción me unía a aquella bruja de brillantes ojos eléctricos. –Qué guapa te has puesto para esta noche. ¿Esto es acaso una cita? –pregunté en tono burlón una vez bajó por las escaleras, enfundida en una túnica azul que estilizaba cada entresijo de su atractiva figura. Le ofrecí el brazo para que lo tomase y ambos comenzamos a caminar juntos hacia la salida de la Mansión. Una mirada suya bastó para hacerlo–. Espero poder descubrir qué es lo que escondes tras esos ojos. Pronuncié esa frase mientras comenzábamos a dejar la puerta de la Mansión a nuestras espaldas, y una vez pronunciada no pude evitar esbozar una sonrisa traviesa que iluminó mi rostro en mitad de la oscuridad nocturna. Mirándola directamente y sin apartarme de ella, la magia de la aparición nos envolvió, haciéndonos desaparecer juntos hacia cualquier otra parte. Mansión Malfoy Aparecimos en mitad de los jardines de la Mansión al cabo de un par de segundos, anunciado nuestra llegada con un fugaz zumbido. Recordaba mis primeros viajes de esa manera, tras los cuales terminaba desorientado y sin saber en dónde me encontraba, pero después de repetirlos tantas veces mis piernas ya habían dejado de flaquear. Miré a Felicity para comprobar que se encontraba entera, pero no me equivocaba al pensar de que se trataba de una chica fuerte, por más que la hubiera visto llorar apenas unos minutos atrás. –Me alegra verte de una pieza... –comenté, invitándola a ingresar primero al que ahora los dos podríamos llamar nuestro hogar. No pude evitar deslizar mi mirada por su cuerpo mientras ella entraba al hall y yo le sujetaba la puerta cortésmente–. Y espero que sigas así por mucho tiempo. El silencio reinaba en torno a la estancia en la que nos encontrábamos ahora. La mayor parte de los Malfoy estaban durmiendo a aquella altas horas de la madrugada, aunque siempre habría alguno declarando su amor a la bebida en algún rincón de la Mansión, o incluso más allá de ella en tabernas de mala muerte donde yo mismo había sobrevivido a más de una borrachera. Felicity me miró como si me preguntase a dónde ir, y sin más le indiqué con un gesto que subiese por las escaleras que teníamos enfrente, en dirección a los pisos superiores. –Allí podremos estar solos y hablar cómodamente –comenté–, o si lo prefieres podemos quedarnos en la sala y hablar. No creo que haya nadie.
  12. ¡Vengo a darle la razón a la de arriba y decir que la acepto como hija en el árbol familiar! Así que todo está en orden. Ya sabéis, entre todos los que estamos en la familia tenemos que tratarla bien, que está nueva y un poco perdida, pero vamos, como todos lo estuvimos ya alguna vez u_u Por cierto hija, recuerda lo de las dos líneas, que te lo advertí y sólo has alcanzado a hacer una ññ xD Pero no pasa nada. No seremos muy duros contigo... Todavía *saca el látigo* ¡Saludos a todos!
  13. Escuché sus palabras con atención, esperando averiguar qué era lo que cruzaba su mente durante aquel momento. Yo tampoco esperaba verme allí nunca, no de nuevo tras tanto tiempo que había transcurrido desde la última vez, pero supongo que siempre acaba habiendo un motivo que te hace regresar a lugares como aquel. Aún así, era más un incordio que algo placentero a lo que pudiese llegar a habituarme. Al sentir el roce de su mano contra la mía noté un escalofrío recorrer mi cuerpo, más intenso que el que había nacido en el abrazo en el que nos fundimos. Quizás lo había sentido porque esperaba de todo por su parte menos aquello, demasiado desacostumbrado ya a muestras de cariño de esa índole, y menos de una hija a la que no veía al menos desde hace un año atrás. – ¿Regresar a la Mansión? – respondí a sus palabras como repitiéndolas, analizando con la mirada su cabellera rubia que tanto se parecía a la mía. Demasiado quizás, pero en una versión femenina del Malfoy que, allí sentado, se sentía como un extraño en tierra extraña –. Todos los Malfoy son bien recibidos en una mansión a la que pueden llamar hogar, y no este cuchitril. Serás bienvenida allí, no lo dudes, al menos por tu padre. Sentía que a la hora de decir aquello me veía obligado, quizás forzando la presencia algún tipo de instinto paternal que seguramente hubiese muerto mucho tiempo antes de verme allí, en mitad de aquellos jardines, acompañado de Billie. Un pensamiento fugaz hizo aparecer una sonrisa siniestra en mi rostro que no disimulé, al darme cuenta de que si ella me seguía hasta la Mansión Malfoy podría ganar mucho más de lo que alcanzaría a perder. – De hecho... Creo que deberías volver. Necesitamos ponernos al día, al menos durante un tiempo. ¿Qué opinas entonces, hija mía? ¿Volverás allí conmigo? Esperaba que no me notase las intenciones, porque en aquella sonrisa que dejaba entrever unos colmillos tan perfilados de licántropo, solo se podía apreciar el instinto cazador propio de los de mi especie. ¿Y de qué se trataba toda aquella artimaña? Nada más que eso, y ahora mi presa era aquella bruja que tenía ante mí, que aparte de los lazos familiares que nos unían, esperaba poder sacar provecho de alguna otra manera, rebuscando en otra parte.
  14. Tantos asuntos a los que atender me habían robado tiempo que dedicar a tantas cosas pendientes que había aparcadas. Podía parecer que no, pero tras aquella cabellera dorada y esos hipnóticos ojos azules, profundos como las más abismales fosas de un océano perdido, Alexander Malfoy tenía una hija cuyo rostro apenas podía recordar ya. ¿Un mago tan joven, desperdiciando su juventud tras haber descubierto su paternidad tan pronto? Como otros tantos, sí, aunque a diferencia de ellos yo no podía permitirme decir que fuese un bien padre. De hecho, ¿cuántas veces había coincidido con ella en los últimos meses? Muy pocas. Pero aquel día era diferente. Me dirigía al Castillo Crowley, donde a buen seguro encontraría a mi hija, ya que no solía verla pulular por la Mansión Malfoy. Otros vástagos de mi sangre habían escapado a lugares mucho más lejanos cuando decidieron alejarse de su familia, por lo que agradecía que ella hubiese decidido quedarse cerca, y no alejarse tanto a la hora de tomar esa decisión. Así no tendría que gastar mis energías en aparecerme ni tomar una escoba entre mis manos para surcar los cielos sobre ella. – Lo que uno tiene que hacer por su sangre... – murmuré para mí mismo, recordando que encuentros como aquel, donde me sentía más obligado de hacerlos que otra cosa, representaban para mí únicamente una carga. Quizás fuese desagradable reconocerlo, pero era una evidencia que se me daba mejor mantenerme en la sombra –. Ojalá todo esto termine cuanto antes. Continué caminando por los jardines hasta que escuché unos pasos frente a mí, allá a unos cuantos metros adelantando el sendero. Alcé lentamente la mirada al escuchar una vocecita proveniente de la misma dirección, y fue en ese instante cuando me di cuenta de que no era necesario comenzar la búsqueda, si es que en algún momento había comenzado. Apenas había puesto mi pie en los dominios Crowley un par de minutos atrás. Enarqué una ceja al entrar en contacto con la bruja que tenía delante. Era, en efecto, la mujer a la que estaba buscando, muy cambiada respecto a la última vez que nos habíamos encontrado. Demasiado incluso. – Vaya... Mira a quién tenemos por aquí – dije, levantando un poco el tono de voz para que alcanzase a escucharme –. No esperaba encontrarte... Mentí, pero era mejor eso a hacerla ver que de verdad me importaba saber cómo estaba, por muy escurridizo que me mostrase a la hora de realizar una visita a lo que ella llamaba hogar. Siempre orgulloso, siempre impenetrable.
  15. Sostenía entre mis manos aquel libro tan extraño que había encontrado en una biblioteca apenas unos días atrás. Había sido motivo de grandes reflexiones, preguntas y de ninguna respuesta desde que lo había leído por primera vez, aunque quizás aquella no era la palabra correcta. Todo lo que se escribía en las hojas de Compone fabula desaparecía sin dejar rastro, desvaneciéndose cada palabra en su propia tinta sin regresar nunca más. ¿De qué clase de engaño se trataba aquello? – Compone fabula... – murmuré, leyendo para mí el titulo que encajaba en la portaba, pasando los dedos con cuidado por cada uno de sus trazos, los cuales en su relieve le daban a aquel volumen un aspecto elegante pero al mismo tiempo antiguo. Demasiado, como si aquel libro hubiese pasado por demasiadas manos antes de llegar a las mías –. No intentes resistirte a mis encantos... Pues caerás ante ellos. Reí para mí tras decir aquello, como si aquel volumen fuese una dama esperando a ser cortejada, y que solo si se hacía bien aquel trabajo llegaría a desvelar todos sus secretos más profundos. Para mí eso no era un problema, ni nada que pudiese echarme atrás, sino que representaba un desafío, y uno al que era muy complicado resistirse. Salí entonces fuera con él en la mano y me dirigí al vestíbulo de la Mansión, con intención de esperar allí sentado a que algún familiar conocido pasase por aquel punto, y poder así intercambiar algunas palabras con él. Llevaba también un bolígrafo, un objeto desconocido a ojos de cualquier mago, pero que para mí era algo a lo que estaba acostumbrado de mi vida muggle. – Veamos... – justo en aquel instante, Chávez apareció en lo alto de la escaleras, bajando de escalón es escalón lentamente. Refunfuñaba, como siempre, guardándole rencor eterno a un mundo que se había cebado demasiado con él. Como para no hacerlo –. Tengo una idea. Escribí entonces en una de las páginas en blanco del libro: Chávez caerá por las escaleras... Pero no, era imposible que aquello se pudiese cumplir. Sería como llevar a cabo una maldición Imperio pero sin echar mano de la varita, y que sobre todo no estaba en absoluto prohibido, o al menos aún no. Para mi sorpresa, todo cambió en un instante. Al cabo de dos segundos tras escribir aquella corta frase, el elfo doméstico tropezó con una de sus propias patas y cayó escaleras abajo, saltando de peldaño en peldaño con absoluta torpeza y soltando un ridículo chillidito cada vez que su cabeza golpeaba contra un escalón. Reí para mí mismo ante la situación, aunque lo que más me dominaba por dentro era aquel sabor a triunfo que degustaba en aquel instante. Por fin lo había descubierto.
  16. Seguía pareciéndome extraño que alguien me llamase "papá". No me consideraba un buen padre, ni tampoco alguien que se mereciese serlo. No era casualidad que todos mis descendientes acabasen lejos de Ottery, demasiado alejados del hogar donde se criaron y sin saberse mucho sobre su paradero. Se podía decir que eso lo habían aprendido de mí, aunque no estaba del todo seguro si era la mejor conducta posible que podían haber heredado. La voz femenina de Lizzie me apartó de mis pensamientos. – Quizás a ti te parezca agradable, hija, pero muchas veces las apariencias engañan – le advertí, dedicándole una mirada fugaz a Anna que estaba recargada de mis sentimientos negativos hacia ella, cada vez más intensos, llenos de recelo –. Seguramente estará intentando camelarte, como siempre intenta con todos los... Que llegan. Me detuve durante un par de segundos antes de decir "todos los nuevos" y me corregí, para que Lizzie no se sintiera como alguien que acababa de llegar a un lugar que no le correspondía. Al fin y al cabo, necesitaría aclimatarse para acostumbrarse lo más rápido posible, y para ello debía sentirse como una más. Esa era mi principal responsabilidad como padre. Una vez encontrado lo que fuese que Anna estaba buscando, no había otro deseo en mí que el de verla lejos de la Mansión, ahora que ya tenía lo que había perdido. Me dio un escalofrío cuando abrazó a Lizzie, y otro cuando le besó a la mejilla, pero por nada del mundo sus comentarios me afectaban ya. No era raro escuchar aquellas ofensas de su parte. – Quédate por aquí todo el tiempo que quieras. Solo espero que sepas cuál es el camino de vuelta – dije, fracasando en mi intento de ser cortés. Me dirigí entonces a mi hija –. Lizzie, ¿quieres que te muestre la Mansión?
  17. – Quizás seas bienvenida cuando yo no me encuentre por aquí, pero este no es el caso... Anna – le indiqué a la Ryddleturn de cabellos rubios, con quien cruzaba una mirada chispeante. Estaba seguro de que quien desviase primero los ojos perdería aquella batalla, cediendo ante el otro. Había pronunciado su nombre como arrastrándolo en mi lengua, despectivamente –. Procura que no te vea por la Mansión cuando vengas... Al fin y al cabo, se te da bien pasar desapercibida. Tenía en mente un recuerdo lejano de un duelo que siempre acudía a mí cuando me cruzaba con Anna. Quizás era lo más llamativo que alcanzaba a encontrar en los desvanes de mi memoria, aunque nuestro último cruce tampoco tenía desperdicio alguno. No había sido demasiado lejos de aquel salón, en un sofá antiguo pero elegante que se encontraba apenas a unos metros de distancia al otro lado de una de las paredes contiguas. Hice una mueca con el rostro cuando escuché una de sus peticiones, pero rápidamente deduje que lo más conveniente era atenderla. Cuanto antes terminase aquel show, aunque aquello del pendiente me sonaba más a una excusa barata que a cualquier otra cosa, antes podríamos estar tranquilos mi hija y yo. – Chávez – llamé, cuando entonces el elfo doméstico se apareció delante de nosotros con cara de pocos amigos y expresión de desagrado. Dediqué una mirada rápida a Lizzie, intentando borrar cualquier signo de frialdad que congelase mi rostro, y continué hablando –. Ayuda a la señorita Ryddleturn a encontrar lo que sea que esté buscando. El elfo asintió con la cabeza con resignación, y pronto se puso a disposición de la invitada.
  18. Me deslicé como una sombra de escalón en escalón a lo largo de las escaleras principales de la Mansión Malfoy. Aquel era uno de esos días donde no había cabida para las palabras, y ni mucho menos para juegos ni sonrisas. Una jornada más en la que pasar desapercibido, aunque todos los ojos de mis parientes no fuesen capaces de ignorar con sus miradas de reojo a aquel sobrino, nieto o primo que tanto ruido podía llegar a hacer desde su silencio. Era como una oscuridad que irónicamente podía brillar con luz propia en mitad de las tinieblas. No sabía qué podía depararme mi destino en las horas que se avecinaban, pero si algo había aprendido a lo largo de todos aquellos meses en los que me había dejado caer por Ottery más que de costumbre, era que todo podía ocurrir. Una sorpresa inesperada, tanto agradable como producto del más sincero rechazo, aguardaba siempre en el rincón más oculto de Londres. Había que mantenerse siempre con la mirada atenta, pero manteniendo mucho más atento los ojos en la nuca. Bajé entonces hasta el salón principal de la mansión. Era un lugar apacible, idóneo para sentarse en un cómodo sillón a leer o meditar junto al fuego, aprovechando el tiempo de una forma diferente que cualquier otro Malfoy. Allí siempre había alguien con quien mantener una conversación, aunque no siempre apeteciese fortalecer los lazos de sangre o ni mucho menos crear unos nuevos. Yo era más de escuchar los debates desde una esquina, e intervenir cuando la situación lo requería. Sólo hablaba cuando de verdad tenía algo que decir. Pero no había tiempo para eso, ya que me tocaba actuar. Lizzie, una bruja a la que estaba esperando como mi nueva hija, se encontraba ya allí para mi agrado... Pero no estaba sola. Una conocida, a la que ya no sabía bien cómo tratar, la acompañaba, como si estuvieran intercambiando palabras la una con la otra. Expresé una mueca de desprecio y me acerqué, dispuesto a intervenir. ¿Qué demonios hacía en un lugar que no le correspondía, involucrándose en asuntos que no eran merecedores de su interés? – Muy buenas, Ryddleturn – le dije sin más, esperando que se hiciese a un lado –. Vuelve por donde viniste, y si has venido a por algo, más vale que salgas con él. Posé la mirada en mi hija y le sonreí notando cómo mi expresión mutaba completamente, viéndola más como algo de mi propiedad que pulir y trabajar que como una familiar a la que cuidar con amor. – Me alegro de verte, Lizzie.
  19. Hola familia, vengo a responder básicamente a Lizzie, y de paso me aparezco para todos aquellos que estaban preocupados por mí, por si seguía vivo y todo eso... xD Así que nada, queda por escrito que la acepto como hija a espera de que acepten su bóveda, aunque la ficha ya la tiene aprobada. Cualquier cosa, avisen. Saludos, y en especial a mi nueva hija *se la lleva de la mano para mostrarle la mansión*
  20. – ¿Me dirás acaso que no quieres? – le respondí entonces alzando las cejas al sentir el cuerpo sobre mi torso desnudo, con la camiseta negra ya a varios metros de nosotros. Le sonreí y me acerqué a sus labios lentamente –. No te creo. Sino, ya te habrías ido de aquí, ¿no crees? Y que yo sepa, aún sigues aquí, sobre mí, sin moverte un centímetro, y despojándome de mi ropa. Eché una mirada a la camiseta con intención que ella también la posase sobre ella, consciente de lo que estaba ocurriendo, aunque la notaba tan nerviosa que comenzaba a dudar de si en el fondo estaba fingiendo o no. Quizás ocultaba algo más, puesto que aquella cara que había adoptado nada más sentir el roce de mi piel contra la suya, de mis labios contra los suyos, la había delatado totalmente, dejando ver mucho más de lo que podía esconder. Sentí cómo sus manos comenzaban a acariciar mi cuerpo desde la nuca, bajando poco a poco por mi cuello y por mi pecho hasta llegar más allá de él, mientras por mi lado continuaba tomándola de las piernas para juntarla todo lo que pudiese a mí. – Me temo que tengo mucho más que hacer que perder el tiempo aquí, contigo, Ryddleturn – le dije con total desdén, incorporándome poco a poco para hacer que se hiciese elegantemente a un lado –. Quizás algún día vaya a visitarte a tu hogar... Si es que sus puertas están abiertas para mí, que no lo dudo. Entonces me levanté de allí y me dirigí hacia las escaleras de la Mansión, no sin antes dedicarle una última mirada a la bruja que se mantenía quieta, sin saber que hacer, y entonces sonreí. No iba a caer tan fácilmente en sus juegos. No era lo suficientemente est****o. – Puedes quedarte con la camiseta. Tengo más – le indiqué –. Además, seguro que te hace falta. Y desaparecí de la escena, con una mezcla de sensaciones que no alcanzaba a entender.
  21. – No te tengo ningún miedo – reconocí diciendo toda la verdad. Aquella bruja no me asustaba, por mucho que se creyese que aquello pudiese ser una mentira. Lo único que podía asustarme de ella era su forma de actuar en aquel momento, y todo por lo que pudiese esconder detrás –. No hagas la misma pregunta dos veces porque no voy a cambiar de idea tan fácilmente. Entonces me junté contra su cuerpo, agarrando sus piernas mientras la sentía encima de mí. Noté en su rostro reflejado algo de desconcierto, como si sus planes comenzasen a torcerse por alguna razón, y fue en ese instante cuando sonreí con malicia. Acerqué mis labios poco a poco a los de ella y los besé durante un par de segundos, y aunque pensé que el rechazo sería su respuesta, me percaté de que no. – ¿Tanto dices que quieres jugar a esto y al final te vas a achantar, Anna? – le pregunté, intentando incitarla con mis palabras. Hacía ya varias frases que la Ryddleturn había olvidado el verdadero motivo por el cual había acudido a la Mansión Malfoy, y lo único que podía tener ahora en mente era al Malfoy que veía delante de sus ojos –. No te voy a quitar encima de mí. Si te atreves, hazlo tú, pero no seré yo quien te obligue a hacerlo. La tomé con más fuerza como si la pretendiese inmovilizar, haciéndola quedarse a mi lado, y volví a acercarme a besarla con más intensidad. Si quería jugar, jugaríamos, o al menos se quedaría con un bello recuerdo al que aferrarse cada vez que mi persona regresase a su memoria. Quizás con cómo se llevase el desenlace de aquella situación, la forma en que me veía pasaría de ser de odio a... Algo diferente.
  22. – Puede que lo haga – le advertí, mirándola, pero sin moverme ni un palmo, sin intenciones de quitármela de encima. Le devolví la sonrisa, aunque en la mía se escondía más pillería que otra cosa. Por la suya poco sabía de lo que ocultaba, aunque todo era sin duda una pequeña treta por su parte –. No será porque no te lo he advertido. Me recoloqué en nuestro asiento, echándome un poco hacia atrás, y a pesar de ello noté que ella no quería dejar de situarse encima de mí. Arqueé una ceja con incredulidad y separé las manos de su cuerpo, consciente de que poco a poco aquella escena se iba fundiendo en caliente. No podía dejar que me viese débil delante de ella, sino que debía ser ella misma la que se sintiese de aquella forma, tal y como siempre lo había sido delante de mí. – ¿No te dan acaso ganas de vomitar al sentirme tan cerca de ti? – le pregunté, mezclando un poco de broma en mis palabras con un punto de seriedad –. Creo que poco más y me dejarás completamente desnudo. Poco te falta para querer verme sin nada de ropa. Quizás con pequeñas provocaciones la hiciese apartarse y hacerse a un lado, aunque no estaba seguro de que quisiese eso. Por un lado, me gustaría verla lejos de la Mansión Malfoy y que fuese a comerle la oreja a otro, pero por otro deseaba todo lo contrario. Me estaba confundiendo, aunque puede que solo fuese cosa del momento y nada más. – ¿Qué me dices, entonces?
  23. Escuchaba con suma atención el relato de Mizuky, en el cual se condensaba demasiada información como para no perderse en aquellos cinco minutos que había durado la narración. Siempre que regresaba al Castillo tenía algo nuevo que contar, una nueva anécdota llena de sangre, pasión y desenfreno, y por eso lado mi hija no me había decepcionado en absoluto. Por un momento dudé sobre la veracidad de sus palabras. Demasiado fantasiosas, como si se hubiera inventado toda aquella historia de la nada con tal de llamar mi atención. La miré extrañado pero en completo silencio, pero fue entonces cuando me mostró la cicatriz de su espalda, la cual era totalmente real y desde la lejanía se podían palpar sus cortes. – ¿Y qué es lo que te ha traído aquí, Mizuky? – le pregunté con frialdad, alargando mi mano para tomar uno de sus cigarros y prenderle fuego, llenando mis pulmones con una primera bocanada de veneno en nicotina –. No creo que encuentres lugar por aquí, hija mía, ni tampoco sangre de la que beber. Deberías volver a los Alpes, y no traer contigo el mal que llevas dentro. Si todo lo que contaba era cierto, exponía a la familia entera a un gran peligro, y eso es algo que no podía permitir. No importaba que compartiéramos unos lazos, pues había más con quien también me sentía unido por ellos. Quizás Mizuky debería volver a su vida llena de independencia y soledad, lejos de los Triviani, y cuidarse como siempre lo había hecho. Si de algo podía presumir, era de haberse criado ella sola sin necesidad de un férreo referente paterno. – Dime qué es lo que sientes ahora, entonces – le cuestioné nada más oír sus referencias a la muerte y al sexo, conceptos que iban fuertemente unidos en su ser –. Dímelo. Pegué una nueva calada y estremecí de gusto. Había olvidado aquel sabor que me inundaba por dentro y me liberaba de la tensión, y estaba seguro de que por mucho que me resistiese no podría escapar a él, al igual que nunca podría huir de mi hija.
  24. No me fiaba de aquella mujer ni de sus intenciones. ¿A qué demonios estaba jugando? Si necesitaba a alguien con quien saciar su apetito sexual, que se buscase a otro; si había perdido a su amante, que lo buscase hasta volver a encontrarlo; pero cualquiera que conociese un mínimo nuestra relación sabría nada más ver su actitud que no era nada más que puro teatro. Entonces comenzó a acercarse más y más a mí, hasta tumbarme sobre el asiento que compartíamos y colocar su cuerpo sobre el mío. Arqueé una ceja totalmente extrañado, y por mucho odio que me transmitía aquella Ryddleturn jamás admitiría que verla así sobre mí no era algo que me desagradase demasiado. – Será mejor que te quites de encima, Anna. No me gustaría tener que tirarte al suelo – mentía. Poco me importaba verla caer sobre la alfombra situada a nuestros pies, golpeándose la nuca contra la esquina de la mesa y desangrándose lentamente hasta que un elfo doméstico se dignase a limpiar el estropicio –. No me obligues a que sea yo quien te quite. Me abalancé sobre ella a pesar de estar bajo su figura, y le mordí el labio inferior con suavidad sin saber muy bien por qué lo hice. La miré aguardando por su reacción, mirando sus ojos esmeralda que también se encontraban en contacto con mi profunda mirada celeste.
  25. Escuché cada palabra de Mizuky con atención, como si de un momento a otro fuera a decirme algo, algo que me diese alguna pista sobre todo por lo que había pasado hasta su regreso al Castillo. Como buena Triviani que era, había desaparecido durante largos meses sin ni siquiera decir adiós, para luego volver y actuar como si no hubiese sucedido nada. Caminaba por la cocina de un lado a otro buscando comida con la que saciar su hambre, y encontrando más de un licor con el que calentar su gaznate. Apenas había cambiado tras tanto tiempo, eso sí era cierto. – Estoy aquí para escucharte – dije al tiempo que miraba un asiento de la cocina y me sentaba segundos después sobre él, clavando mi mirada marina sobre ella, aguardando por todo lo que tenía que decirme. Abrí la boca con intención de decir algo, pero finalmente retrocedí para mencionar otras palabras totalmente distintas –, pues por mucho que te olvides de tu padre tú siempre vas a llevar mi apellido, y eso es algo que siempre debemos proteger. Observé el cigarrillo que Mizuky llevaba a la boca y sentí el impulso de llevar mi mano a mi bolsillo en busca de algunas caladas, cuando en ese preciso instante recordé que aquel viejo vicio lo había dejado atrás, o eso pretendía hacer creer. Por suerte, no se hacía notar tanto como mi alcoholismo, el cual parecía volver y volver cada vez con más fuerza, como si de un día para otro desease ahogarme en un mar de whisky y dormir allí para siempre. – ¿Y bien? – la apresuré, viendo que se tomaba su tiempo –. Yo también tengo mucho que contarte.
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