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Ellie Moody
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—Lo torturarías, entonces —replica Ellie, con la mirada baja y la voz repentinamente sombría. Aquella descripción tan detallada la hace sentir incómoda, de modo que, sin atreverse a mirar al mago por lo menos durante aquel momento, se mantiene tensa en su asiento. Sin embargo, él parece no darse cuenta de ello, ya que continúa hablando. Luego de soltar una risa, le parece que su tono es menos... extraño. Aquello hace que sea más fácil seguir escuchándolo, alejando aquella parte tan oscura de la conversación. Sin embargo, en el fondo, se dice que sólo está fanfarroneando; que él, como cualquier persona normal, sería incapaz de hacer algo tan cruel. Es fácil hablar... Pero hacerlo...

 

Con un poco de ingenuidad, sintiéndose un poco más tranquila, se imagina a mujer alta y corpulenta, con uñas como garras largas y afiladas y una boca llena de colmillos. A pesar de que le resulta gracioso la recreación imaginaria de aquella mujer monstruosa atacando al muchacho, sabe que le está tomando el pelo; no es la primera vez que escucha de parte de alguien aquellas bromas crueles sobre sus novias o esposas, describiéndolas como verdaderas arpías. En el caso contrario, ha oído comparaciones de novios y esposas con trolls, ghouls e incluso gnomos. Para alguien que nunca ha tenido una relación romántica duradera (o una verdadera, a decir verdad), aquello es algo ilógico. ¿Por qué las personas siguen con esos trolls o esas arpías?

 

El muchacho rellena el silencio con divagaciones sobre por qué no pelearía con una bestia o una persona, pero Ellie cree que sólo está pensando en voz alta. Quizás es sólo una forma de evadir responder su pregunta... lo cual logra.

 

Mientras él se sacude las manos, Ellie aprovecha de tomar el libro y revisarlo. Desgraciado. Ha conseguido la mayoría de las páginas, o eso le parece. Aparentemente, sin mucho interés, golpea la cubierta con el extremo de su varita; el color marrón de la cubierta se vuelve más cálido, al polvo asentado por años desprenderse de la superficie. Las hojas se aclaran ligeramente y la tinta parece cobrar vida nuevamente. El cartel de trenes, aunque tiene una apariencia anticuada, no necesita de muchos arreglos. Lo mismo con la envoltura.

 

—Dame diez sickles por el libro viejo, ya que tu te encargaste de arreglar la mayor parte... —lo dice de forma desinteresada, como si no le importase la venta, aunque lo cierto es que no puede negar que había aspirado ganar por lo menos dos monedas de oro ese día, para abastecer la reserva de carnes. Sin embargo, Ellie es una mujer justa y no le cobrará por algo que ella no hizo— Cinco sickles por el afiche de trenes y quince knuts por el envoltorio.

 

Saca de debajo del mostrador una bolsa de papel y la abre, esperando recibir las monedas para empacar la compra del muchacho.

 

—¿Crees que alcances a entender el libro? —suelta de repente, sintiendo un deje de culpa al, quizás, vender algo que no vaya a ser muy útil, ni siquiera para la recreación.

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¿Torturar? Tal vez, la cosa aquí era que a Garry realmente no le da importancia de gravedad la gente curiosa, ellos pueden preguntar todo lo que crean que quieren saber, si dice la verdad o no o sencillamente prefiere no contestar eso es algo que él puede escoger hacer, como todo el mundo. Sin embargo, aunque pocas son las cosas que molestan a este hombre, nunca se ha encontrado en un límite como para torturar a alguien con una maldición de aquellas de las que ha hablado. Se pregunta entonces, cual sería ese límite para lastimar a alguien de manera tan personal y si sería capaz de conseguirlo.


-Cóbratelo todo de aquí- dice dejando un puñado de monedas en el mostrador sin siquiera haberlas contado, eso se lo dejará a ella. Después de dirigirle una sonrisa más de autosatisfaccion a la vendedora decide que es mejor idea permanecer ahí quieto mientras la ve guardar todo -¿Eh? ¿No envolverás el libro? Pensé que después de haberte ayudado a armarlo me ahorrarías el trabajo- el mago se escuchaba dramáticamente dolido.


Envolverlo no es una tarea realmente difícil, bastarían solo un par de movimientos de varita para conseguirlo, sin embargo, no se le apetece hacerlo, aunque crea que es mejor llegar con el libro en vuelto a casa.


No duda en que ella lo haría, envolver el libro por él, quizá solo quiere ser fastidioso, aun así, hace una larga pausa con la vista fija en los objetos para ver la magia hacer su trabajo, o quizá ¿ella lo haría con las manos? Mientras espera se está pasando por la cabeza si es que volvería a aquel lugar en otra ocasión, posiblemente solo lo haría por casualidad, o por aquel tema de herbología, quizá algún día llegue al consultorio un caso de objetos malditos procedentes de este lugar.


-No tiene importancia- se encoge de hombros, ya había pensado en las partes faltantes del libro, de algún modo sería bastante entretenido tener que rellenarlo por su cuenta, aunque seguramente la historia termine infestada de personajes no apropiadamente justificados -Si salen más hojas, después claro, puedes mandármelas por lechuza si quieres- dice aquello mientras rebusca en sus bolsillos -No creo que te sirvan solas si las encuentras después, pero igual pagaría por ellas- a pesar de que se cree bastante capaz de llenar los huecos, sería como picazón no saber la verdadera historia que el autor escribió -Es esta la dirección- dejó en el mostrador un trozo de pergamino doblado a la mitad con la dirección del caserón en los terrenos de sus padres, ahí es donde guardaría el tomo comprado este día una vez que termine con él -Te agradezco por el todo, fue una compra divertida.


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Ellie deja sobre el mostrador el cambio perfectamente contado, para que no se le acuse de persona deshonesta. Luego empaca rápidamente el libro casi-completamente-restaurado, el póster de trenes y el envoltorio para el regaño de cumpleaños de aquel excéntrico muchacho. A decir verdad, si no envuelve el libro no es porque le cueste mucho, sino porque aquel tono de exagerado dramatismo la fastidió pero al mismo tiempo le pareció tan gracioso que es irresistible no meterse todavía más con él.

 

—Te mantendré al tanto —musita, aunque lo cierto es que no tiene muchas esperanzas de encontrar las páginas faltantes.

 

Luego de entregarle el paquete, Ellie toma el trozo de pergamino que el mago deja sobre el mostrador y lo lee. Allí hay una dirección a las afueras de Ottery St. Catchpole, de un heredad "Ollivander", como el fabricante de varitas. En el pergamino también figura el nombre del patriarca. Grelliam M. Ollivander. ¿Será aquel joven mago será un descendiente de Garreck Ollivander y patriarca de aquel linaje? Sin embargo, no alcanza a preguntarlo en voz alta. Supone que lo descubrirá más delante. Se limita a despedirse con gesto de la mano.

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A pesar de las miradas que atraía ligeramente, Apolo trato de no sentir vergüenza. A pesar día de compras y el Callejón estaba repleto de personas, se le había ocurrido ponerse ropa nomag para el día que había decidido pasar comprando. Claro que era muy común que alguno que otro nomag con su hijo o hija mágica pasearan por Diagon, pero eso normalmente era en el inicio de la época escolar, y aun así causaban cierta curiosidad.

 

Sacudiéndose las ganas de sacar su varita mágica y llevarla en su mano, Apolo camino lo más rápidamente de una tienda a otra, y su mochila vacía pronto estuvo llena de todo tipo de objetos básicos que necesitaba, desde una pluma nueva hasta un ejemplar de encantamientos experimentales que había salido hacia muy poco. Su pelo azul, corto como siempre, no le molestaba en lo más mínimo, y la ropa muggle aunque era el principal motivo de las miradas era lo suficientemente cómoda. Más aun gracias al encantamiento de obliteración que llevaba aplicado en el poleron, y que evitaba que sintiese frio a pesar de ser enero.

 

Pronto, con los bolsillos considerablemente vacíos de su nuevo sueldo pero cargando un montón de cosas, se dirigió al último lugar que le faltaba por visitar. Gracias al mapa mágico que había creado el Concilio de Mercaderes no era difícil saber cuándo un nuevo local era creado o en que se especializaba. Y un restaurador era justo lo que necesitaba si de arreglar objetos se trataba. Solo esperaba que el atuendo no diera la impresión errónea.

 

El objeto que llevaba en uno de los bolsillos laterales lo había encontrado revisando la mansión Granger, y aunque no sabía que tan antiguo podía ser si tenía claro que todo lo que había hecho no había servido de nada: Había quedado tan intacto como cuando lo había encontrado en el primer momento. Estaba seguro que su tía Zahil se alegraría si lo arreglaba, así que esperaba que fuera una buena sorpresa. Y es que poco a poco la mansión estaba cayendo en el olvido, así que cualquier intento de algo debía servir.

 

Apenas llego al local que buscaba, se rió mentalmente de por fin resguardarse de las miradas de todos. Se acomodó el cabello en el reflejo de la vidriera y entro como dudando un poco. Su experiencia previa entrando a locales del callejón había sido por decir menos variopinta, así que tocaba ver quien atendía el lugar y si tendría que esperar un poco.

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A través de los cristales desnudos de la ventana frontal (las cortinas negras están remojándose en una mezcla de solución limpiadora y repelente de doxys), puede ver que el cielo, más allá de los techos de los negocios, comienza a empalidecer. Ver el comienzo del atardecer le hace darse cuenta de lo tarde que es. Desde la visita de aquel muchacho Ollivander, ha estado limpiando el lugar, esforzándose en apartar ese sentimiento de inutilidad. Aquel debía ser su primer trabajo y fue su propio cliente quien terminó haciendo la mayor parte de la restauración. ¿Por qué? Se esfuerza en hacer memoria, pero sabe que es vano. No hay una explicación más que, simplemente, ha estado rara aquel día.

 

Bueno, mañana lo haré mejor. Claro, si es que hay otro cliente...

 

Luego de guardar las monedas de plata y cobre en su monedero de piel de moke, piensa ir al frente y cerrar la puerta frontal. Es un poco temprano para cerrar, pero siente que sólo volverá a ser ella tras un baño de agua caliente y una cena reconfortante. Podría invitar a Mel y a Richard a pasar el rato, para relajarse. Quizás incluso les hable de aquel excéntrico muchacho Ollivander, a ver si les suena de algo; después de todo, según lo que ha oído, aquella comunidad mágica es bastante pequeña.

 

Sin embargo, escucha la campanilla de la puerta. Por un segundo, olvida el cansancio acumulado y el hambre que comienza a despertar. La satisfacción de tener otro cliente en su primer día de apertura anula todo lo demás, e incluso le hace olvidar sus preocupaciones. Así que sale de atrás del mostrador y se acerca a uno de los pasillos creados por las estanterías. El local no es de grandes proporciones, de modo que, desde allí, puede ver fácilmente la puerta principal y a quien acaba de entrar.

 

Se trata de otro muchacho. A pesar de que viste de forma muy diferente a ella, que usa una sencilla túnica negra, no le presta mucha atención a ese detalle: está acostumbrada a ver en la comunidad mágica, magos y brujas que optan por las vestimentas muggles, tanto por comodidad como por necesidad. Ella, cuando lo necesita, puede vestir a la usanza muggle de forma bastante convincente, aunque por lo demás está acostumbrada a vestir como lo hace ahora. Lo que sí le llama la atención, sin embargo, es aquel color de cabello: de un azul brillante, resaltante a pesar de que es corto. Bueno, los metamorfomagos son bastante excéntricos...

 

Hiya —saluda Ellie en voz alta, luego de unos momentos, como de costumbre hablando con su tono escocés—. ¿Se te ofrece algo?

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  • 5 semanas más tarde...

Richard Moody

 

No se había molestado especialmente en salir para ninguna parte hasta entonces. De hecho, había pasado sus días refugiado en La Talamasca, el lugar donde siempre terminaban perdonándole los atrevimientos y prestándole una mano amiga. El problema principal era que no recordaba algunas cosas y otras, parecían tan inverosímiles que dudaba que fuesen del todo realidad. Los gemelos lo habían dejado marchar por alguna razón y era eso lo que le preocupaba.

 

Cuando entró al local, no se molestó en prestar atención a su alrededor. Entre sus brazos, llevaba el juego de té con la gran tetera que le había traído un incómodo suceso en el Antiquités. Deseaba investigarla más a fondo y había pensado que quizá otra tienda de antigüedades sería el lugar más adecuado. Después de todo, en su último "viaje" en sus recuerdos, había sucedido algo que le había alarmado.

 

Ellie se encontraba allí, por supuesto. Era una mañana gris y Richard llevaba semanas desaparecido. De hecho, no vestía como era usual en él, despampanante, si no más bien con una túnica azul oscuro, sus viejas botas negras de cadenas plateadas y una capa que le cubría los rizos aureorojizos por completo. Sin embargo, su rostro sería perfectamente reconocible para Ellie, porque aunque de manera fugaz, se habían visto antes y el rostro de Richard no era sencillo de olvidar.

 

(O al menos, eso creía él)

 

—Hey, Moody —llamó entonces, alcanzando el mostrador—, traigo una tetera que me ayuda a viajar a mis recuerdos —sonaba tan extraño decirlo así, que hasta se sentía un tanto ridículo pero no tenía tiempo y tampoco opciones— pero hay algo que no me cuadra con ella ¿le echas una ojeada?

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Quizá habló muy bajito y por eso el muchacho no la escuchó. Quizá el está muy ensimismado en su estudio del lugar. Como sea, lo cierto es que Ellie se encuentra sintiéndose avergonzada y poco tonta. Lo "social" no es lo suyo. Piensa en decirle en voz alta que vea el lugar, adelante, que ella estará tras el mostrador si necesita algo... Pero mejor no. No, lo mejor es escabullirse y pretender que no ha dicho nada. Con todo el sigilo que es capaz de concentrar, vuelve a adentrarse en unos de aquellos estrechos pasillos y camina de regreso a su "hueco". Y, nuevamente, suena la campanilla. ¿Tres visitas en un día? Eso tiene que ser bueno.

 

Ellie, tras sentarse frente al mostrador, alza la mirada para observar a la persona que entra. Reconoce al mago alto y esbelto, con un aire de elegancia que la incomoda ligeramente. Es Richard Moody, quien, a pesar de lucir joven, tiene dos hijos bastantes revoltosos. Un escalofrío recorre su cuerpo cuando recuerda las atrocidades que los "gemelos", como fueron llamados, atacaron el castillo en las Southern Uplands, haciéndole pasar un rato no muy agradable en su primera visita a su familia... Sin embargo, ya todo está bien, o eso cree.

 

Hiya, Moody —replica Ellie, quien tiene los codos clavados en el mostrador y sostiene su mandíbula con sus manos. Se siente cansada, pero no puede cerrar tan temprano el negocio, no cuando parece que aquel es un buen día—. Sí... yo conozco esa cosa... —ella estuvo en aquel otro negocio de antigüedades, cuando aquel artefacto los transportó a ellos y a un par de brujas más un lugar antiguo y desconocido. Sin embargo, extiende las manos para que Richard le permita sostener el "inocente" juego de té.

 

Es consciente de que es peligroso. No tanto porque pueda sucederle algo, sino porque, a pesar de no ser para nada conocida en aquella comunidad mágica, tiene un puesto importante en el Ministerio de Magia. Si se supiera que tiene en sus manos un artefacto potencialmente peligroso y de origen desconocido, vaya que se armaría un escándalo, conociendo a los mojigatos ingleses. Si se supiera, lo cual no sucederá, pues será muy cuidadosa.

 

—¿Por qué no vamos arriba? —generalmente ella es la única que accede al piso superior, mediante las escaleras tras el mostrador, pero la situación amerita que atienda la solicitud de Richard allá— Dime, ¿dónde conseguiste ésto?

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Por un momento, había olvidado que ella había formado parte de la comitiva que había terminado en sus recuerdos. Después de todo, los sucesos allí acaecidos eran cosa

 

—Como gustes —replicó calmado.

 

Había esperado poder hablar a solas con ella del asunto, ya que ambos tenían tiendas de antigüedades y por tanto quizá por ello mismo podían entenderse mejor que cualquier otro del conjunto de comerciantes del callejón. Estrictamente hablando, la tienda era de Melrose pero la realidad era que Richard sabía mucho más que ella de objetos antiguos. Era como repetir el ciclo con Catherine, él llevando los negocios y Melrose sólo como la cara del lugar, todo de nuevo.

 

Así que la sigue tras el mostrador y hacia las escaleras, llevando en cuidadoso equilibrio la tetera sobre la bandeja, junto a los pocillos. No sabe como empezar a explicarse. "Resulta que teníamos esta tetera en la tienda desde hace mucho tiempo y no sabíamos lo que hacía". Como muchos otros artículos, los habían comprado en remate. Eran las pertenencias de una bruja anciana que había muerto hacía no tanto tiempo sin familiares cercanos y cuyas pertenencias habían pasado a ser heredadas por un pariente lejano que no se preocupaba en lo más mínimo por ellos.

 

—Eh... lo compramos —explicó escuetamente—. Le pertenecía a una bruja anciana a quien no prestamos demasiada atención.

 

Era la forma más rápida de decirlo y Richard no se caracterizaba precisamente por su verbosidad.

 

—¿Por qué la pregunta?

 

Richard no lo notaba pero estaba tan acostumbrado a situaciones extrañas irrumpir, permanecer y salir de su vida, que no notaba cómo éstas afectaban las vivencias cotidianas de los demás.

 

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Toma la bandeja que sostiene Richard con tanto cuidado, sin ser consciente de que aquello podría interpretarse como algo brusco. Ellie es del tipo de personas que, cuando está concentrada en algo que le interesa, se ensimisma hasta el punto en que puede parecer completamente hipnotizada, pero ¡cuidado si se le interrumpe!

 

Con un movimiento de su varita mágica, la mesa se despeja y las cortinas se corren, dejando entrar la tenue luz del sol en el segundo piso del pequeño local. A pesar de que se ha esforzado limpiando la habitación, todavía está muy instalada en ella el olor a humedad y encierro; Ellie ya se ha acostumbrado, mas para un visitante aquello podría ser bastante notable. Luego de colocar la bandeja en el centro de la mesa, se sienta. De las gavetas del escritorio comienza a sacar las herramientas, la mayor parte de ellas construidas por ella misma, con ayuda de una navaja mágica que encontró entre las cosas de la vieja residente de su nuevo hogar. Sin embargo, lo primero que usa es un objeto conocido y simple: un par de anteojos alfa.

 

—Conocer la naturaleza de algo o de alguien puede ayudar a entender mejor —repone Ellie.

 

Luego de ajustar los cristales para enfocar bien el juego de té, irónicamente, vuelve a agitar las varitas para cerrar las ventanas. No lo hace tanto por la luz, que no es muy brillante de todas formas, sino para evitar que más ondas de magia, emitidas por las decenas de transeúnte del Callejón Knockturn y sus compras, afecten su estudio. Con su las de ella y las de Richard tiene más que suficiente. Las lámparas de gas también se apagan y la habitación queda a oscuras. Aquello no debería ser un problema, sin embargo... Si sus sospechas son correctas...

 

Toma asiento y fija la mirada sobre la bandeja.

 

—¡Lo sabía! —susurra.

 

A través de los cristales de los anteojos alfa, puede ver aquella aura... Aquella hermosa luz, indescriptible pero familiar; es muy similar a aquella que llena la Cámara del Tiempo, en el Departamento de Misterios. No puede ser exactamente la misma, pues el objeto no permite manipular el tiempo de forma literal. Pero es algo así. Destapa la tetera casi esperando encontrar una sustancia plateada ni líquida ni gaseosa, pero el interior de ésta está vacío, al igual que el resto del juego.

 

—¿Qué es exactamente lo que te inquieta? —musita, pues necesita saber qué buscar. Desentrañar la naturaleza misma del objeto es algo que podría demorar bastante y, quizás, no ayudar a Richard en lo absoluto.

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Richard la sigue y por un momento, cree tener un dejavú. La muchacha, sin saberlo, le ha recordado a Madeleine, su naturaleza ensimismada cuando se detenía a examinar algo. Quizá, después de todo, si haya algo que la sangre de los Moody haya logrado llevar a todos sus miembros: esa curiosidad, esa concentración que también vió en Catherine.

 

Más, tal cual suele ser su naturaleza, no interviene. La sigue y espera mientras Ellie se prepara para examinar el objeto.

 

--Ya veo.

 

Él era del mismo parecer aunque no lo había plasmado en palabras. De hecho, se mantiene observándola, pendiente de sus reacciones a pesar de la oscuridad. Cuando le pregunta qué es lo que le inquieta, Richard sabe que ha llegado el momento explicarse pero también él quiere saber qué es lo que Ellie ha conseguido dilucidar de su tetera.

 

--¿Cuáles eran o son tus sospechas? --pregunta, con una leve emoción similar a la intriga-- El motivo de mi búsqueda aparte del viaje que apreciaste, es esto.

 

Se aproxima hacia Ellie y la bandeja con la tetera y los pocillos. Cuando coloca una mano en el aire sobre los objetos, nada sucede. Sin embargo, en cuanto la mueve de izquierda a derecha un par de veces con movimientos ondulantes, un brillo azulado hace que los objetos se iluminen. En los pocillos es apenas como si fuera un leve barniz, sin embargo, la tetera brilla con una intensidad aplastante, cubierta hasta el tope de runas e intrincados símbolos.

 

--Nunca, en toda mi larga vida, he aprendido a leer runas antiguas --explicó Richard-- y no puedo mostrarles esto a los ladrones del concilio o la gente de la universidad --retiró la mano y la cubrió con la otra como si le doliese-- y eso no es lo peor de todo.

 

Su expresión, mientras hablaba, se había mantenido vacía con los ojos fijos en la tetera. Ahora en cambio, tenía una sonrisa torcida en su rostro, desafiante y cargada de significado, cuando una voz que no era la suya ni la de Ellie, habló:

 

--¿Eres tú, maestra?

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