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El Día de la Ira


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6:35 h...

 

El sol había saludado con sus primeros rayos el Borough Market y los compradores más madrugadores coincidían con los dueños en las aperturas de las tiendas de alimentación. Era usual encontrar personas mayores que buscaban comida a buen precio antes de la llegada de las amas de casa o de las madres que había dejado a sus criaturillas en las escuelas. Estos meses, sin embargo, el Mercado también era muy visitado por vagabundos y mendigos que imploraban los restos caducados que no se podían poner a la venta. Eran tiempo difíciles. Londres acababa de pasar por una guerra inesperada para los habitantes de la ciudad y pocos lugares como aquel quedaban en pie para adquirir comida.

 

La viejecita, pelo gris recogido en un moño, lo único visible bajo su sombrerito anticuado, chaqueta roja de paño que tenía más años que su dueña, zapatos planos de suela gastada y falda oscura que apenas dejaba mostrar los tobillos, avanzaba despacio hacia los puestos de verduras, apoyándose en la barra de un carrito de ruedas, también rojo, al que arrancaba un ruido quejumbroso de una de las ruedas que bailaba en cada centímetro que recorría. Como persona de edad, su ritmo era lento y pasaba su tiempo en cada parada, escogiendo las mejores piezas de fruta o legumbres, de verduras u hortalizas. Los dependientes la conocían y la esperaban, con la rutina acostumbrada de verla pasar día a día comprando la comida justa para el día, sacando las moneditas de un bolso ajado de color ya indefinido, contando una a una con paciencia y guardando la compra en el carro.

 

Era una usual desde hacía tanto tiempo que la apodaba Lady Routine, tan predecible con su paso y su compra que muchos dueños de las tiendas se fiaban más de ella que de sus relojes. A las 7:29 de forma puntual, entraba en el bar norte del Mercado y se sentaba en la mesa de la esquina y leía el periódico de forma pausada hasta las 8'00 en punto. Después, desaparecía hasta el día siguiente.

 

-- ¡Los huevos Benedictinos de Lady Routine! -- exclamó el camarero al ver moverse las agujas del reloj de pared, junto a la televisión.

 

Invariablemente, la mujer entró en ese momento y dirigió sus pasos hacia la mesa de la esquina, desde la que se podía aislar para la lectura (y desde donde se podía escuchar todo lo que se hablaba en el bar sin que nadie se diera cuenta de ello). La viejecita se sentó con modales educados y pasados de moda y abrió The Times. Leyó los titulares y algunas cartas al lector. En esos días, casi todas mencionaban a insatisfechos vecinos de magos que se quejaban de sus actos. Hasta que no le trajeron el plato y lo situó en la esquina derecha para tener desplegado el periódico, no pasó a las páginas que le interesaban. Siempre buscaba la misma información: el amplio número de desaparecidos entre la población civil (ellos no se llamaban muggles), las ruinas del centro de Londres, los problemas de abastecimiento de la ciudad, el toque de queda, el nuevo habitante provisional del 10 Downing Street... Noticias a doble página sobre la reunión de la ONU y la prohibición de la Magia...

 

Apenas acababa de tragar el primero de los huevos cuando notó el cambio de voces en el Bar. En un principio, Lady Routine siguió buscando información en el diario, de esa que queda en segundo plano pero que aporta mucho más que los titulares negritas escritos en Times New Roman hasta que el abrumador silencio le fue imposible de ignorar. Levantó su mirada triste y sus ojos grises intentaron buscar el origen del no-ruido. Lo único que se oía era la Televisión.

 

7:57h... En pantalla, un hombre encapuchado hablaba algo de... sobre... alguna tontería acerca de...

 

Lady Routine soltó un gritito de terror mientras un hilo de huevo goteaba de su tenedor y caía sobre la chaqueta roja, dejando una espesa mancha amarilla en la solapa. Con la boca abierta por la sorpresa y el miedo, la viejecita se puso de pie de forma tan rápida que desconcertó al camarero, el único que separó sus ojos de la televisión para ver como aquella dulce mujer de cara arrugada y manos artríticas gritaba algo que sonó a jogars y desapareció.

 

Sí, desapareció. La Policía londinense, en otro momento, hubiera tachado de candidato al psiquiátrico al joven que atendía la barra cuando explicó que, durante un instante, le pareció que la vieja Routine pasaba a ser una mujer de buen ver de ojos marrones y pelo violáceo, aunque como todo fue tan rápido... El caso de Lady Routine acabó archivándose por falta de pruebas aunque, al acabar el día, el rumor decía que el pobre camarero había tenido que luchar contra una bruja horrible que estuvo a punto de acabar con él y que no la mató porque se esfumó entre volutas de humo, sin pagar la consumición. Al día siguiente, el camarero fue recibido en el Borough Market entre aplausos y saludado como un héroe.

 

De los muertos de la tele... De eso no se habló mucho.

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Frank Cooper
Hace dos año



Bien, Russell sé rápido y dime qué necesitas.

Su tono era visiblemente desafiante. ¿Cómo no serlo? Cada día recuerda, los rostros de cada uno de los bastardos que se aprovecharon de su debilidad para apoderarse de la fortuna de su familia. Aún no entiende cómo puede estar actualmente frente a uno de ellos y no romperle el rostro a puño limpio. Su mandíbula se encuentra visiblemente tensa, sin embargo no parece sentir algún malestar por ello. El odio era más fuerte que el dolor.

¡Vamos! No me mires así, sabes que fui uno de los pocos que te apoyó realmente en el pasado. El resto de zánganos solo querían tu dinero. Estoy aquí para ofrecerte volver a tu puesto, la empresa te necesita ¿somos amigos, o no?.

Los ojos marrones de Cooper observan fijamente a su interlocutor. Russell siente un escalofrío al intercambiar miradas. Puede sentir como si pudiera ver sus mentiras, su pasado y alma. Puede observar la mueca burlesca en su rostro, mofándose de su paranoia como si pudiese leer su mente y saber el terror que le causa aquella mirada tan profunda que le hace sentirse desnudo. Carraspea su garganta en un intento fútil de batallar la vergüenza que siente por aquel sentimiento de transparencia.

¿Y? ¿Me ofreces el puesto y debo aceptarlo sin más? Podría aceptar pero tengo un par de condiciones.

Russell a penas pudo contener el tono de burla al negociar aquellas condiciones. Realmente podía aceptar cualquier condición ahí mismo, poco le importa dejar el cargo y sus acciones a disposición de Frank. Sabía gracias a sus contactos, que se estaba realizando una investigación financiera y delictual sobre los altos mandos de la empresa, en un gran golpe a varios grupos financieros ¿Que le importaba disminuir su fortuna a cambio de dejar a aquel hombre inocente y rabioso al mando? El podría recuperar todo fácilmente mientras su querido amigo pasaría un largo tiempo en la cárcel.

Ambas tazas de café ya se encuentran vacías. Las negociaciones se encuentran finalizadas y ya no quedan muchos detalles por discutir, incluso acuerdan una cita para firmar los papeles de firma de responsabilidad y autoridad para el siguiente día. La sonrisa de Cooper es tan amplia que llama la atención de su mujer, Atenea, quien se acerca curiosa. Su relación había mejorado desde el nacimiento de Nicholas quien ya cursaba su cuarto año en Hogwarts.

Jaja la vida me sonríe. Estos idi***s creen que me engañarán y quieren que sea su chivo expiatorio pero no saben que el cazador terminará siendo cazado.

Un frío recorrió su espalda ante su mirada. Un sentimiento encontrado, por una parte temía que Frank volviese al de antes pero, por otro lado, sentía cierta atracción hacia ese lado de él. Quizás, solo quizás, esta vez encontraría el equilibrio entre saciar su venganza y mantener la cordura para no dañarles a ella o a su hijo. Una sonrisa coqueta aflora de sus labios, encontrando cada vez más sexy a Frank, sobretodo cuando éste le cuenta sobre sus planes futuros. Puede saborear el poder, el éxito, la fortuna y sobretodo ver a su hombre lograr vengarse por su pasado.


Actualidad
El Día de la Ira


Disculpe Sr. Cooper pero al parecer hay más tráfico de lo normal. Favor tenga paciencia.

No se molesta en responder, menos a levantar la vista de su smartphone que lee con atención. Hace más de un año y medio que el mago había conseguido el control total de la empresa e imperio que había heredado de su padre y que había desperdiciado en su juventud. Respecto a la trampa que le habían colocado fue fácil zafarse utilizando un poco de magia, su habilidad de legeremancia le había ayudado en muchas oportunidades. Cada uno de los que se habían aprovechado alguna vez de él ahora se encontraba en la cárcel o muerto. Algunos murieron en sus manos, los más cobardes se suicidaron al ver todo lo que habían construido perdido.

Su interés se concentra en cierta empresa a la que está pronto a comprar. Las acciones de varias empresas habían decaído enormemente mientras que otras se encontraban en pleno auge gracias a la guerra con los magos. Países y empresas que proveían principalmente cobre y otros materiales habían aumentado su valía ante el aumento de confección de armas solo ante la especulación. La recesión de la guerra europea colocaba en aprietos a varios países tercermundistas que comenzaban a entrar en la desesperación sin siquiera recibir un ataque de supremacistas.

La economía de mercado era un ser vivo cruel, aparentaba ser perfecto y equilibrado pero ante el más mínimo incidente podría acabar con la vida de cientos de miles de personas. Frank había hecho su movimiento en el primer minuto que supo que el ministro había anunciado. Jugando bien sus cartas había logrado que su imperio empresarial aumentar su valía, prácticamente ya se encontraba jugando en las grandes ligas. Su tiempo libre casi había desaparecido pero mantener viva la empresa y hacerla crecer parecía llenar el vacío que la muerte de su hermano había causado.

¿Qué le importaba a él la muerte de muggles y sus temores? Él hace años les había dicho que existía la magia pero ¿qué hicieron? lo trataron de haber enloquecido e incluso lo acusaron de sospechoso ante la muerte de Ryan. Se lo merecían. Hasta le causaba cierta gracia como los primeros días, la gente a parte de ir corriendo al supermercado a comprar comida y papel higiénico, también habían aumentado la solicitud de rejas y todo tipo de protección para sus casas ¡rejas de hierro! ¡cómo si eso fuese a detener a un mago!

Si tienes que pasar sobre todos esos autos, hazlo pero no puedo seguirme retrasando.

Ya se está agotando su paciencia. Siendo las 7:56 hrs tenía poco más de media hora para llegar a destino y, a aquel paso, no lo lograrían. El debate ridículo en la radio no hace más que empeorar su desesperación. Cuando está por ordenar que cambiase de estación o apagase el maldito aparato, un anuncio lo estremece. No se preocupa por nada más, abre la puerta de su automóvil y se baja. Puede escuchar algunos gritos de celebración en las calles. «¡Bien! ¡Se lo merecen!», «¡Muéranse bastardos!», «JaJaJa los magos también sangran ¿qué hay que temer?» Corre al primer callejón que encuentra y desaparece. Su preocupación poco espacio le da a la ira contra aquellos muggles pero recordaría cada una de aquellas frases.


En Hogwarts
Después del ataque

«¡Nicholas!»

«Tienes que estar bien»

«¡Nicholas!»

«Por favor, no puedes hacernos esto»

«Sí, sí, estará bien... tiene que estarlo»

Su cara se encuentra completamente cubierta de polvo. Sus zapatos perfectamente lustrados hace tiempo que perdieron cualquier rastro de elegancia. Sus ojos brillan anunciando que en cualquier momento las lágrimas caerán pero aún se mantienen firmes, decididos a no aceptar que sus pensamientos negativos se apoderen de él. Solo es pesimismo. No se hará realidad. ¿Verdad?

Siente sus piernas débiles al ver el estado en que quedó el colegio. Puede observar el equipo de rescate, sacando cuerpo tras cuerpo. La poca fuerza que le queda desaparece junto a su racionalidad. Busca. Se detiene frente a cada camilla improvisada. Sigue buscando. Su hijo tiene que estar ayudando. Sí, eso debe estar haciendo. Está bien. Está colaborando, por eso no lo encuentra.

«¡Nicholas!»

Su voz no sale. Sus lágrimas tampoco. Adolescentes sin brazos. Niños sin vidas. Sus esperanzas se quieren ir pero él no las deja.

¿Papá?

Gira a la fuente de aquel sonido. Ahí estaba, su hijo, cubierto de polvo como él. Ambos saben que las palabras están demás. Se acercan y se dan un abrazo que parece no terminar. Un abrazo que les da a ambos tranquilidad. Las lágrimas al fin pueden salir.

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La guerra había terminado pero a que costo, no solo muggles habían muerto en los últimos golpes de aquel caos ocasionado por el Ministro de Magia, sino muchos inocentes magos cuyo único delito era no ser "puro". Aquella tarde caminaba por las calles de Londres con su disfraz de ser humano normal, años de experiencia como vampiro y bruja la habían llevado a perfeccionar el arte del glamour que no era otra cosa que hacer que los humanos la vieran como un humano normal y no se fijaran en su palidez extrema. Y tenia un sentido de la moda bastante muggle para no llamar la atención o al menos no mas de la que llamaría una chica gótica con toda su parafernalia, ojos pintados con sombras negras, labios rojo quemado y delineador grueso además de sus ropas negras con cruces y demás. Nadie pensaría que era un vampiro brujo si llevaba crucifijos encima.

 

Dados los últimos acontecimientos, no le apetecía andar entre los muggles pero había tenido que salir a buscar algunas cosas en la ciudad muggle ademas de algunos tramites en el Ministerio o lo que quedaba de el. Y para esto ultimo tenia que atravesar el maldito Londres muggle, queria saber si habían sobrevivido los archivos de criaturas mágicas, quería encontrar la manera de desaparecer su nombre y el de sus hijos de los registros, si estos caían en manos equivocadas y fanáticas, sabrian quien y como era. Lo que menos necesitaba era que alguien se las diera de Van Helsing.

 

Pero cosas de la vida, ni siquiera alcanzo a llegar cerca de su destino cuando lo vio por la televisión de un aparador. Si tuviera corazón este hubiese dejado de latir, las imágenes que estaba viendo eran devastadoras. Hogwarts había caído, San Mungo había caído, y un hombre que se autonombraba el inquisidor hablaba estupideces que la gente a su alrededor festejaba como si de las palabras de un héroe se trataran. Por un momento pensó en sacar su varita y matarlos a todos pero eso solo la haría igual a ese fanático, pero si que les pegaria un susto mientras desaparecia de ahi. Después de todo nadie la castigaria por mostrar su magia frente a todos aquellos idi***s.

 

- Reducto - grito, rompiendo en pedazos el vidrio del aparador mientras hacia una inclinación leve y desaparecía ante los ojos incrédulos y asustados de la gente que como ella se había congregado a ver la televisión. Sabia que estaba siendo infantil pero sus ideales y sus convicciones le impedian matarlos, despues de todo lo que había pasado era lógico que odiaran la magia y la temieran, y locos como el Inquisidor se estaba aprovechando de ello.

 

Reapareció frente a la fachada de San Mungo esperando poder entrar y ser de alguna utilidad no sin antes lanzar un patronus a todo aquel que pudiese acudir a ayudar. Una hermosa perrita dalmata salio duplicada en varias direcciones.

 

- San Mungo y Hogwarts han sido atacados, se requiere nuestra ayuda - fue el mensaje que lanzo tras lo cual atravesó las puertas y se preparo para el horror que iba a encontrar tras estas. Las imagenes se habían quedado cortas. Muertos y heridos por todos lados, la bruja se congelo por un momento sin saber que hacer.

 

- oh por lo dioses, no...- susurro mientras se agachaba y le buscaba el pulso a una niña que no podia tener mas de quince años sin exito.

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30 de Marzo de 2020

En alguna mazmorra oscura y sucia

 

 

Las cadenas apretaban mis muñecas y tobillos y, allí donde el metal había rosado la última semana, la piel se había desprendido y la carne viva había comenzado a infectarse. Podía oler el pus y la podredumbre, también podía oler el pis y las heces de las ratas que se peleaban por comer los restos de las pobres viandas que me lanzaban una vez al día.

 

Una semana.

 

Pero no me había quebrado.

 

No habían podido romperme.

 

Mi vientre abultado los había tentado, desde luego, a practicarme un parto prematuro con tal de hacerme hablar, pero algo los había detenido y aunque no sabía de qué se trataba, estaba agradecida por ello. Agradecida por aún poder conservar a mi pequeña hija no nata. Había bajado escandalosamente de peso en aquella semana en cautiverio y sabía que Kore se estaría alimentando de mis reservas de grasa, ya que no poseía proteína alguna en mi cuerpo que pudiera absorber. Y podría haberme roto. Podría haber hablado y terminar con aquello, pero no iba a hacerlo, aunque me costara la vida. Pero no era mi vida lo que me hacía llorar y llorar, hasta el punto de deshidratarme, porque yo ya había vivido una larga vida llena de lujos, de amor, de pena y estaba dispuesta a morir por mi lealtad... Pero no iba a permitir que nada malo le sucediera a mi hija.

 

Los grilletes que me mantenían atada estaban grabados con runas, poderosos hechizos que me impedían hacer uso de algunas facultades, lo que indicaba que mis captores me habían estudiado con detenimiento. No había podido transformarme en hurón, mucho menos usar la metamorfomagia para adelgazar mi cuerpo y escabullirme. Estaba tan segura de que aquellas runas eran infalibles que había estado toda la semana, en cada oportunidad que tenía, raspando las esposas contra la roca a mis espaldas para borrar las marcas y así poder liberarme.

 

Pero me estaba quedando sin fuerzas.

 

 

***

 

24hs antes del Día de la Ira

 

 

-... si movemos el hospital de campaña de Westminster hacia Sutton... ¿Sybilla me estás escuchando?-

 

Parpadee una, dos veces, antes de enfocar la vista en el mapa con los distritos que Sophia me había estado mostrando. Era la coordinadora de evacuación, comandaba una unidad para rescate de civiles magos y brujas que se habían visto afectados por la guerra que se había desatado y muchos que habían perdido su hogar y que ahora se encontraban ubicados cerca de los hospitales de campaña en los subterráneos de Londres. Reubicarlos era nuestra mayor prioridad, porque necesitábamos mantenerlos lejos de los principales centros que podían ser atacados, aún, por los supremacistas. Supremacistas magos, supremacistas muggles. Era difícil distinguirlos ahora, con tantas muertes y tanta sangre corriendo por las calles.

 

-¿Necesitas un minuto?- preguntó.

 

Sophia era la única que me tuteaba, la única bruja que había visto a la mujer debajo del monstruo y no se había espantado. La Justiciar me llamaban los demás, tanto inquisidores, magos golpeadores, como los civiles que habían oído hablar de mí. Aaron me había ofrecido el puesto de Jefa Suprema del Wizengamot el día que habíamos tenido la fiesta de inauguración en la Botica Macnair, hacía casi dos meses atrás. Al principio me había reído de él, quien no sabía lo que una cuota de poder podía hacer con una persona como yo. Pero al final había aceptado, comenzando a ejercer el puesto de inmediato. Conocía las Leyes Mágicas a fondo, las había estudiado y las había aplicado como abogada... aunque hacía tiempo que no ejercía. Pero no era eso por lo que Aaron había querido que ocupara el puesto, sino porque necesitaba gente de su confianza en cada ámbito del Ministerio.

 

La Justiciar. Cruel, malvada... bella. Casi me había reído cuando había escuchado los rumores y mi nuevo apodo. Impartía justicia, aunque podíamos decir que ese término era relativo, claramente supeditado a lo que Aaron deseara que la justicia fuera. Por supuesto, había juicios improvisados para los subversivos, para los asesinos despiadados... Pero la mayor parte era una pantomima para los magos que habían estado dudosos al momento de apoyar a Yaxley, mostrando que podíamos ser sensatos, justos y atenernos a la ley. La realidad era muy diferente y sólo los que se movían en los círculos más íntimos, los pocos allegados a los altos mandos, conocían al monstruo debajo de la piel de cordero. Había encerrado más opositores en las últimas semanas de las que se habían encerrado durante la primera y segunda guerras mágicas juntas. De la misma forma, me había hecho conocida por los castigos inhumanos que impartía a algunos de esos presos.

 

La mano negra, susurraban otros. La Sombra de la Muerte.

 

Rumores. Nada más.

 

-No, estoy bien- salí de mis cavilaciones mirando el mapa de nuevo, prestando atención a las banderitas blancas que ella había colocado sobre el papel, señalando los hospitales en Londres. Sólo en Londres, eran demasiados-. No podemos mover toda esa gente a Sutton. Estaremos apiñando un montón de gente vulnerable en un solo lugar. Además, Sutton está lejos de las principales salidas del Metro. Tendremos que habilitar espacios nuevos debajo del barrio. Nuestras defensas correrían peligro- murmuré, sopesando las posibilidades de hacer aquella movida-. No, dispersaremos el hospital de Westminster y enviaremos a la gente a Barnet y Harrow- señalé dos puntos en el mapa-. Tenemos que mantener a la gente lejos del centro de Londres, Sophia. Se vienen tiempos muy oscuros- y esas últimas palabras ya no tenían cabida en aquel mundo donde hacía meses que vivíamos tiempos oscuros.

 

-Entendido, Comandante- Sophia clavó sus ojos marrones chocolate en mi y amenazó con hacer un saludo, pero fruncí el ceño.

 

-No soy Comandante de nada- la corté, antes de que pudiera llevar su mano derecha a la sien.

 

No, ciertamente no lo era, pero me había dedicado a ocupar ese lugar de forma aleatoria durante el último tiempo. Conocía a Londres como la palma de mi mano porque había habitado esta ciudad desde hacía cientos de años. Ocasionalmente me había mudado a otros lugares del mundo, pero Londres era un imán para mí. Había estado allí durante la fundación de la ciudad, cuando se habían construído algunos de los edificios más emblemáticos y también cuando el paso del tiempo los había derruido. Ahora, todo ese conocimiento servía para nuestra causa: mejorar las defensas de la ciudad que había sufrido la mayor parte de la ira de la guerra al ser sitiada por el ejército italiano y el búlgaro, así como de sus aliados. La experiencia militar de los soldados fieles a Aaron y mi conocimiento del terreno nos habían salvado... en parte. Pero no había sido suficiente.

 

Y ese había sido el motivo de que me secuestraran durante una semana.

 

-Sophia- detuve a la mujer de rizado cabello oscuro y tez morena que ahora estaba recogiendo el mapa y saliendo de la oficina. Ella esperó, observándome mientras yo buscaba las palabras. Abrí la boca un momento y finalmente dije-. No, nada.

 

****

 

El Día de la Ira

8:00 AM

Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería

 

Rohana Macnair

 

El estruendo fue algo ensordecedor e hizo tambalear la torre de Gryffindor, donde la bruja de cabello negro se encontraba. Apenas estaba saliendo de la cama, envuelta en una bata azul que Cissy le había regalado para su cumpleaños número doce. Corrió hacia la ventana junto a sus cuatro compañeras de cuarto y las cinco se taparon la boca, horrorizadas, mientras veían aviones muggles, bombarderos, soltar el horror sobre Hogwarts. Las torres de más allá ya estaban vueltas escombros... la Torre de Ravenclaw.

 

La alarma sonó y la voz del Director de Hogwarts se extendió por cada pasillo, habitación, sala común, baño y aula que había en todo el lugar.

 

-¡A TODOS LOS ESTUDIANTES, NOS ENCONTRAMOS BAJO ATAQUE! ¡CORRAN A RESGUARDARSE EN EL GRAN SALÓN! ¡SIGAN A SUS PREFECTOS Y JEFES DE CASA!-

 

-¡Vamos, corran!- una segunda voz, más cercana, entró en la habitación y las cinco estudiantes se giraron para ver a su prefecta, Hattie, con la cara pálida y la varita apretada en su diestra, los dedos tan blancos por sostenerla que parecían de cera.

 

Las cuatro compañeras de Rohana chillaron con miedo, tomando tan sólo sus varitas y corriendo tras Hattie, mientras Rohana aprovechaba para precipitarse sobre su escoba voladora, su más preciado objeto. Otro estruendo sacudió la torrre y escombros cayeron, así como polvo, pero la torre se mantuvo aún en pie mientras los alumnos corrían de forma ordenada para abandonar la sala común y bajar hasta el Gran Salón, que presumiblemente estaba mejor resguardado del ataque de los aviones muggles. El griterío era ensordecedor, pero la mayor parte de los alumnos de Gryffindor se mantenían serios, asustados sí, pero conscientes de su entorno. Incluso los alumnos de primer año parecían haberse extrapolado de sus cuerpos y avanzar como entes, siguiendo a los Prefectos que iban manteniéndolos unidos, lanzando escudos y hechizos protectores para mitigar el daño estructural del castillo lo más posible. Rohana también hacía lo mismo y algunos otros pocos estudiantes de los años más avanzados la imitaban.

 

Afuera, una débil resistencia de maestros y alumnos de último año hacían hasta lo imposible por evitar mayores daños al castillo, pero Rohana pudo ver los cuerpos esparcidos de algunos alumnos, aplastados por los escombros.

 

-Kalevi- susurró y una de sus compañeras de cuarto, Agatha, la miró-. ¡Mi primo Kalevi! ¡Ámbar!- gritó.

 

A pesar de que luego de las vacaciones de Navidad, su tía Arya y su tía Juliette habían discutido sobre si permitir a los chicos volver a Hogwarts o mantenerlos en la casa, finalmente Sybilla se había impuesto sobre ellas, decretando que era mejor mantener a los Macnair unidos y habían decidido enviarlos de regreso a la escuela. Por supuesto, Rohana se había pasado los últimos meses evitando a sus primos, que parecían dos lapas pegadas todo el tiempo, rodeados de sus amigotes de Slytherin. Ellos no la despreciaban, es más, ellos la amaban mucho. Pero siendo una Macnair que había sido seleccionada en Gryffindor, el camino de Rohana por la escuela no había sido sencillo.

 

Y casi había olvidado a sus primos.

 

-Debo ir por ellos- susurró, intentado alejarse.

 

-¡No! ¡Es peligroso! Ellos están en las mazmorras Hana, deben estar bien- suplicó Agatha, pero Rohana se zafó de un tirón.

 

-¡Lo siento!- se disculpó, antes de correr en la dirección opuesta al resto de los estudiantes.

 

***

-¡REDUCTO!- el hechizo hizo estallar un montón de escombros que impedían el paso a las mazmorras y no podía saber si ese techo había colapsado antes o después de que los alumnos de Slytherin huyeran hacia el Gran Salón. Además, no los había visto en los corredores y tampoco en su camino truncado al Gran Salón.

 

-¡KALEVI! ¡ÁMBAR!- gritó, moviendo rocas con la varita y avanzando a trompicones.

 

Tenía el rostro lleno de polvo, las manos lastimadas y la bata raída. Pero había seguido avanzando a pesar del esfuerzo, a pesar del dolor de sus rodillas por las veces que había tropezado con cada nueva bomba que caía sobre las precarias defensas del castillo. Se había golpeado la cabeza en un lateral y ahora tenía el cabello negro aplastado sobre el rostro, la sangre secándose en una costra. Pero ni la visión borrosa ni el polvo en su nariz, tampoco el dolor en sus manos y piernas iba a detenerla de encontrar a sus primos.

 

Sollozó, pero avanzó. Se llevó una de sus manos al pecho, donde el Medallón para avisar peligro que Sybilla le había dado colgaba caliente contra su pecho. No había dejado de brillar con tonos rojos desde que había comenzado el ataque, hacía largos minutos atrás.

 

-¡KALEVI! ¡ÁMBAR!- repitió, su voz retumbando por los corredores vacíos.

 

Hasta que vio la puerta de la Sala Común de Slytherin frente a sus ojos... destrozada.

 

 

****

 

El día de la Ira

8:30 am

MACUSA

 

 

Quillan Atkins estaba muerto.

 

Todo era oscuro y frío y había gritos de pena extendiéndose y llenando sus oídos. Así que eso no podía ser la vida, no... Eso debía ser la muerte y, por ende, él estaba muerto. Pero si estaba muerto... ¿qué era ese dolor que se extendía por su cabeza y por su pierna? No podía descifrarlo. ¿Quizá se le había amputado algún miembro al morir y por eso sentía ese dolor? ¿Desaparecería? ¿Estaría en el Purgatorio y por eso escuchaba todos esos gritos en pena?

 

-Quillan...

 

La voz era distante, no la reconocía.

 

-¿Está vivo?

 

-Sí, pero tiene una contusión en la cabeza.

 

-Bueno, este bastardo es fuerte.

 

Dos voces se sucedían, hablando de él como si no estuviera allí. Pero no lo estaba. ¿O si?

 

-Quillan... Estarás bien... - decía la primera voz, una voz femenina.

 

-Sólo es un golpe, Marietta, tiene suerte- respondió la segunda voz, una masculina, que luego se quejó mientras tiraban de él hacia algún lado.

 

Sintió rocas debajo de él, clavándose en sus piernas y en su espalda, pero no podía abrir los ojos ni hablar. Tenía la garganta tan seca.

 

Se escuchaban más gritos. Gritos y súplicas. Gritos de auxilio, gritos de socorristas... Gritos de dolor.

 

Alguien le abrió el ojo bueno y le puso una luz. Sintió su pupila achicarse y luego, con un manotazo, quitó la mano de su párpado y se frotó los ojos. Pero estaban llenos de polvo y trocitos de escombros. Aún así, se incorporó y quitó de un manotazo nuevo la presión en su hombro, que le dictaba que se tomara aquello con calma.

 

-Estoy bien. Estoy despierto- se quejó Quillan, llevándose una mano a la cabeza y sintiendo la viscosidad de la sangre coagulada.

 

¿Qué había pasado?

 

Abrió los ojos, enfocó su vista y... el horror lo inundó. El horror y la desesperación.

 

La mitad del MACUSA había desaparecido.

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Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería

La mañana del Día de la Ira



La mañana era luminosa y Hogwarts parecía estar despertando de una agradable noche. El silencio apenas se rompía por los susurros de los cuadros y el ulular de las lechuzas. Los alumnos apenas estaban empezando a ir por el desayuno al Gran Salón. Jeremy habría preferido ir de visita al Castillo Gaunt para acompañar a su prometida en las horas previas de comenzar el largo día. Pero no había podido hacerlo por la cantidad de trabajo atrasado que tenia como tutor. Una irresponsabilidad que seguro le costaría el puesto de un día a otro. Tenia solicitudes de repuestos de calderos que databan de un mes atrás y las amonestaciones que debía firmar para que los alumnos pudieran cumplir sus castigos. Esas notas, fueron las primeras que puso en orden. Los calderos podían esperar, pero los castigos... jamas.


El ruido de la butaca del otro lado del mostrador, lo saco de sus pensamientos. Harriet, alumna segundo año de Hufflepuff había vuelto a romper las reglas de toque de queda para ir ayudar a los elfos de la cocina la noche anterior. Hacia diez minutos que estaba explicándole que las reglas estaban para cumplirlas y que no debía salir de su habitación por las noches. Los elfos no necesitaban ayuda de nadie. Pero la niña estaba reacia a entendele. Parecia que el castigo era lo que menos le importaba.


-Tengamos en cuenta que es tu quinta amonestación en lo que va del mes, Harriet -Repitió con voz cansina Jeremy - Debes dejar de pensar que los Elfos necesitan ayuda, porque no es así.


-Vi a uno con el dedo vendado. No podía sostener el paño de limpieza -Acotó Harriet.


-Voy a darte dos semanas de tareas complementarias luego del horario de clases -Jeremy ignoro la excusa de la niña -También anulare los permisos que tus padres te dieron para ir a Hogsmeade de paseo y deberás presentarme dos trabajaos semanales sobre todas las reglas vigentes en Hogwarts. Quiero un análisis detallado, y tus propias palabras en el pergamino, nada de copiarlo de un libro -La severidad ya empezaba a notarse en su tono de voz.


-No puede -Lo contradijo la niña.


-¿Como que no puedo? -Jeremy ya había agotado su paciencia.


-Usted no es mi tutor -Aclaro Harriet - Es Zoella Triviani.


-Cuando Zoella se ocupa de otros asuntos -El vampiro no tenia idea de lo que la bruja estaba haciendo - Yo soy el tutor responsable de todos los alumnos... y de sus castigos. Cuando analices las reglas de Hogwarts entenderás de lo que hablo. Ahora ve a tus clases -Ordeno poniéndose de pie para dar por concluida la charla.


La pequeña niña de cabellos negros, hizo un puchero antes de levantarse e irse. Iba arrastrando los pies con los hombros bajos como si el peso de la reprimenda fuera material y lo llevara cargando en su espalda. Jeremy la observo hasta que la perdió de vista. Luego se dispuso a volver a su escritorio pero unos sonidos lo alertaron. Parecían motores acercándose al castillo. ¿Muggles? Se acerco a la ventana de su despacho con mucha curiosidad. Pudo ver horrorizado los bombarderos lanzando sus misiles.


Se lanzo hasta la puerta para salir, cuando el primer misil golpeo el castillo volviendo un infierno el día. Gritos asustados llenaron de ruido el castillo. El vampiro utilizo el hechizo sonorus para pedir calma, que no se separaran y que siguieran a sus respectivos jefes de casa en todo momento. Mientras invocaba un Fulgura Nox para que algunos de las personas pasaran con rumbo a Hogsmeade.


-¡Vamos! -Gritó con apremio - ¡Apúrense!


El vampiro no llegaba a ver a su hijos Leopold entre la marea y tampoco a Zoella. ¿Donde estaban? Aquello no era casual. ¿Que es lo que estaba sucediendo? Tenia una vaga idea sin confirmar sobre lo que podía ser todo aquello. La guerra había terminado entre las naciones, pero... parecía ser que se avecinaba algo mucho peor.




Editado por Jeranne Triviani

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Matt Ironwood.

 

Dia de la Ira, 1:30 AM, Honolulu, Oahu.

 

-¿Es muy grave? - el castaño preguntó a su compañero y amigo a su lado, en el asiento del copiloto mientras conducía por las silenciosas calles de Honolulu.


-Incendiaron un par de casas, el departamento de bomberos y la policía nomajs esta en camino también - Alan suspiró - Es el quinto disturbio en lo que va del mes, pensaba que todo esto iba a quedar pronto atrás Matt - la voz del rubio sonaba cansina y el Ironwood no lo podía culpar, el tambien estaba agotado.


Estaba cansado de la enorme sucesión de eventos desafortunados que se habían desatado sobre el mundo desde mediado de Marzo y no parecían tener fin. Matt acaba de regresar hacia unas semanas de una zona de guerra, Londres se había convertido en el centro cruento de la batalla entre ingleses, italianos, búlgaros y grupos radicales y supremacistas de la magia y de los nomajs.


Lo que había visto y vivido en ese tiempo quería no volver a recordarlo pero al parecer todo el mundo una vez regresó a casa parecía empecinado a impedírselo. El MACUSA lo reconoció como héroe a él y a los otros 37 agentes del FBI que desde el 12 de Marzo quedaron aislados en Gran Bretaña e Irlanda del Norte y realizaron grandes y peligrosas campañas de evacuación a todo ciudadano mágico y no mágico de los Estados Unidos en un ambiente de guerra.


Tras una ceremonia a todo lo alto en el Woolworth Building en la que incluso el Presidente O'Brien los saludó y agradeció en persona dándoles una dorada y brillante medalla que reconocía sus servicios, otra ceremonia igual de grande lo aguardaba una vez regresó a su oficina de trabajo en Honolulu, aunque debía admitir que aquella la había disfrutado más, ver a su familia, amigos y compañeros de trabajo era la clase de bienvenida que había estado aguardando desde que partió de Europa, necesitaba ver sus rostros, sentir sus voces, poder abrazarlos y fue en el único momento en el que se permitió flaquear y dejarse llevar por sus emociones, solo el universo sabía como necesitaba aquello.


Erick Jacksonpoint, el jefe de la oficina regional del FBI le ofreció unas largas vacaciones para que pudiere descansar y recuperarse antes de volver a trabajar pero el mago lo rechazó, el mundo era un caos y no podía permitirse el lujo de apartarse de la realidad cuando ésta afectaba a todos.


-El quinto del mes pero el tercero en este vecindario - acotó Matt mientras doblaba por una callejuela apenas iluminada en aquella extrañamente tranquila madrugada en la ciudad.


-El barrio sur junto al aeropuerto nunca fue tranquilo, ¿cuantas redadas y llamados de emergencia hemos atendido en ese vecindario desde que comenzamos a trabajar juntos? - sonrió Alan mientras rebuscaba algo en la guantera del vehículo.


Tenía razón, el barrio del aeropuerto era por lejos el más inseguro en toda Honolulu, no era de extrañar que la mayoría de los problemas que desencadenó la caída del Estatuto del Secreto se dieran en aquel lugar. Al menos ya no estaban solo, que la barrera de la magia y la no magia se hubiera difuminado tuvo sus beneficios, los servicios de emergencia nomajs y la Oficina Regional del FBI:División de Asuntos Mágicos del estado de Hawaii habían tratado de poco a poco ir coordinando su accionar y colaborar en conjunto para mantener el orden público a lo largo del estado, aunque los recelos desde un lado y el otro eran muy palpables.



Al llegar a destino se encontraron con que los bomberos habían logrado apagar el fuego que dañó gravemente tres casas, supuestamente el incendio había sido causado por unos supremacistas nomajs que buscaban dañar el hogar de una supuesta familia de brujos (situación que no era cierta) pero el fuego se había descontrolado y llegó a casas vecinas. Matt y Alan se acercaron a saludar al capitan del escuadron e intercambiaron palabras amistosas, el Ironwood admiraba al cuerpo de bomberos, su padre pese a ser un brujo era capitán de la estación central de bomberos en la Isla Grande, desde pequeño estuvo en contacto con la profesión, su padre y compañeros eran héroes para Matt y muchas veces se planteó la idea de unirse a la profesión, pero al final optó por formar parte de las fuerzas de seguridad mágica.


La policía nomajs también se encontraba en el lugar, habían atrapado a los dos perpetradores, eran unos muchachos de edad similar al castaño. -Drogados - comentó el oficial Jinxping - Decidieron hacer justicia para con el vecindario y atacaron a una familia de inmigrantes bielorrusos de "apariencias sospechosa", por suerte ni la familia, ni los vecinos resultaron heridos -


-¿Se los quieren llevar ustedes ? - continuo el oficial.


-No, todo suyo - contestó Alan.


-¿Eran? - preguntó el oficial mirando al par de magos, Matt entendía perfectamente a qué se refería con esa pregunta, quería saber si aquella familia era realmente de lo que se le acusaba, pero no le gustó para nada el tono y la mirada del nomaj.


-No, no eran magos - contestó secamente el Ironwood ¿la respuesta modificarían su accionar? ¿Liberaría apenas se fueran a aquel par de disturbadores si hubieran atacado a una familia de magos?


El tenso silencio que siguió al cortó intercambio de palabras fue interrumpido por un intenso ardor junto a su pecho, su placa ardía, algo estaba sucediendo. Se llevó una mano a la misma para aplacar la reacción mientras a su lado Alan hacía lo mismo.


-¿Lo sentiste tú también? - su amigo le pregunto preocupado.


-Algo acaba de suceder - contestó Matt frente a la confundida mirada que les lanzaba el oficial Jinxping.


Como si de una respuesta se tratase una brillante luz blanquecina se manifestó en el centro de la calle iluminando cálidamente el lugar, la misma fue creciendo en tamaño hasta que alcanzó un altura similar a la de un humano adulto y de ella emergió una persona.


Jessica Smith, compañera de las fuerzas emergió de ella y con un rostro transformado por el temor anunció con voz alarmada -El MACUSA fue atacado, el Woolworth Building ya no existe -


Y el mundo se puso de cabeza.



 

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Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

La mañana del Día de la Ira.

La Malfoy había logrado escabullirse a pleno amanecer de su habitación, la mujer temprano entrenaba para mantener su físico en optimas condiciones. Había revisado su reloj de muñeca cuando sintió como poco a poco los alumnos comenzaban a pulular por los alrededores del castillo y ella decidió que era hora de regresar al ala de Slytering y pegarse un baño.

 

Habían pasado un par de minutos en los que ella peinaba de su cabello mojado cuando un pitido retumbó en sus oídos, ignoró aquello pero percibió la inquietud de todos a su alrededor. Se levantó y camino a la sala común de Sly, cuando un estruendo llegó a sus oídos junto a una sacudida, algo había explotado sobre ella y los pocos compañeros que habitaban en ese momento el lugar.

 

Observó en cámara lenta todo caer y los cuerpo correr, no supo como actuar y solo intentó huir cuando algo cayó sobre su cuerpo, dejándola inconsciente.

 

No pasó mucho tiempo cuando escuchó una voz llamando a alguien a gritos, quiso moverse pero un peso sobre ella le impidió movimiento alguno - AYUDA - gritó, intentando con todas sus fuerzas empujar el trozo de techo sobre ella - AYÚDENME - gritó, intentando llamar la atención de aquella voz.

 

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Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

La mañana del Día de la Ira.


La bruja se paseaba por los pasillos de las alas de habitaciones de Hufflepuff. Donde descansaban los diferentes alumnos de los cursos. Todo parecía estar en perfecto estado cuando poco a poco los pájaros comenzaron a cantar en aquella silenciosa mañana. Los alumnos poco a poco salieron de sus salas y empezaban a dirigirse a las primeras clases del día.

La caía del estatuto junto a la repentina paz luego de todos los sucesos era algo que a Zoella no le calmaba del todo, la preocupación por su tía era inmensa, no sabía de ella desde el ataque a Buckingham Palace, perpetuado por ella misma. La cabeza de la bruja era un lío de ideas esa mañana, donde un mal presentimiento se alojaba en su pecho.

Le había pedido ayuda al rubio de su hermano se hiciera cargo del papeleo amontonado que ambos habían dejado acumular. El trabajo de oficina no era algo de lo que la bruja gozara, pero desde que postuló para tutorear a los alumnos nuevos del colegio mágico al que en su momento ella asistió, supo que debía cumplir al menos dos veces por semana con ello. Más fue su entusiasmo, cuando supo que a su hermano lo habían aceptado junto con ella, aún cuando últimamente la relación con el estaba irremediable, mantenía cierta emoción por lo que ahí hacía.

Caminó cerca de la puerta de entrada cuando escuchó un llamado de auxilio, viniendo desde afuera. Un fuerte sonido rompió el armonioso silencio que cubría el lugar, ¿motores? La bruja no supo que hacer y se acercó a la puerta, la cuál se encontraba sellada. Una alarma se escuchó en cada recóndito espacio del castillo, estaban atacando Hogwarts.

La bruja sintió la puerta abrirse y junto a alumnos del ultimo curso y profesores lanzaron una protección al cielo, protegiendo y abarcando lo máximo que podían del castillo, pero aquello no fue suficiente, a sus espaldas un estruendo se escuchó, una de las torres había sido objetivo de un misil, haciendo colapsar parte del castillo sobre los alumnos que hacían vida en su interior.

Las alarmas internas de la Triviani se encendieron, agradecía que sus hijos no estuvieran en el interior, pero ahí estaba él, su hermano, esperaba que aquello no le hubiera alcanzado y estuviera ayudando a todo el alumnado a protegerse. Por el aspecto del ataque se trataba de los muggles y por sobre el hombro de alguien logró ver a un mago desconocido con un celular muggle en manos, cuatro pantallas de mostraban y a la par los ataques al MACUSA, Hogwarst y hospitales mágicos eran transmitidos al mundo entero.

El horror llegó a los ojos de la calva cuando observó las atrocidades que se mostraban, unos inútiles muggles atacando a la comunidad mágica, ¿Como habían siquiera podido saber de la existencia de todas esas organizaciones?

Retiró su varita del lugar, sabía que quienes ahí estaban era más que suficiente para proteger lo que ya estaba del escudo. Corrió con todas sus energías por el lugar, invocando uno que otro Haz de la Noche para que el alumnado huyera rumbo a lugares seguros, Ottery y Diagon eran unos pocos de los lugares donde la lugarteniente enviaba a los más jóvenes, sus negocios y lugares donde sospechaba podrían ayudar a todo aquel herido.

Un ruido escuchó, junto al suelo temblar. Gritó para que corrieran mientras ella se abalanzaba al cuerpo de una joven muchacha, empujándola.

- ¿Estás bien? Ayuda a todo el que encuentres consciente, he invocado portales a Diagon y Ottery. Debemos sacar el máximo de alumnos vivos y heridos de aquí - ordenó, a sabiendas de que ya habían cadáveres a su alrededor. Sus piernas flaquearon de miedo, ¿sería ya el rubio una de las tantas victimas de aquel día?

Agitó su cabeza, alejando los pensamientos negativos e intentó con todas sus fuerzas sentir el olor del mago, pero la sangre esparcida la desconcentraba del todo. Tomó sus faldas, y lanzó los tacones que se calzaba para correr con mayor libertad a donde se ubicaban las oficinas de tutores, sentía los escombros clavarse en sus pies, pero la necesidad de ver esos vivos ojos azules era mayor.

@ @@Leopold Gaunt Editado por Zoella Triviani

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~Wilhelm O’Brien López, Presidente del MACUSA

Woolworth Building, Oficina de Presidencia

La réplica del reloj de exposición que tiene en su despacho ya no gira. En una situación normal eso le habría alegrado pues sería un indicio de que la crisis fue resuelta. Pero el mundo es distinto ahora. Fue él quién utilizó un hechizo para detener el reloj, fue él quién hizo que el personal del MACUSA encargado de proteger a personas nomaj importantes dejara de hacerlo. Es muy peligroso y él no va a ser el responsable de exponer a su gente. Aunque los magos y brujas estadounidenses no lo dicen en voz alta, la caza de brujas de Sálem siempre es un tema presente y delicado. Y ahora aquel escenario del pasado e inspiración de la cultura nomaj se está volviendo realidad de nuevo a nivel mundial.

 

Tiene miedo. Desde que asumió la presidencia nunca lo ha tenido. Siempre supo manejar bien la presión y el tema político. Salió bien, gracias a un plan que él mismo ideó, cuando la confederación internacional de magos (que estaba en manos de mortífagos) intentó jugar en su contra para intentar controlar su país. Pero está ante una situación que nadie ha vivido (ni siquiera en tiempos de Voldemort) desde que se implantó el Estatuto para el Secreto de los Magos. La idioteces y la incompetencia de un Ministro fanático de Gellert y de Riddle han llevado al mundo a su casi aniquilación. ¿Cómo pueden los aurores castigar a magos que atacan nomajs para defender a sus familias? ¿Cómo mantener a un país sumido en el Estatuto del Secreto si uno de los gobiernos mágicos más poderosos, influyentes y antiguos lo han roto?

 

Al menos las guerras mágicas han terminado. Pero también tiene miedo por si alguien llega a encontrar una conexión entre él y los magos (muertos) que contrató para matar al Ministro de la magia inglés. Por si eso no fuese suficiente su gobierno, su pueblo, su gente, ocupan el mismo espacio físico que un gobierno nomaj con una persona est****a, intolerante y retrógrada a la cabeza. ¿Cómo se puede salir bien de esa situación?

 

En el escritorio está su renuncia. No puede seguir siendo presidente de un gobierno fracasado, socavado y destruido. Sus aliados en la Orden del Fénix (y en otras tantas organizaciones pro estatuto del secreto) no están de acuerdo con que renuncie. Pero no tiene otra alternativa. Debe renunciar y hacerse responsable de lo que pasó y de lo que puede pasar si un extremista llega a utilizar la vacante que va a dejar.

 

Cuando la pluma está a un par de centímetros del pergamino un destello aparece en la sala. Se sorprende (sus guardias también) hasta que reconoce al patronus que llega a visitarlo. Es un mensaje corto con la inconfundible voz de Hobbamock Graves. No tiene tiempo para percatarse de que es algo extraño. El líder de la Orden del Fénix nunca usa su verdadero patronus ni su verdadera voz. Siempre es alguien más de la Orden quién le da los mensajes.

 

No tiene tiempo de pensar en lo extraño por lo corto y alarmante del mensaje: 911.

 

Cierra los ojos con resignación, y en el tiempo en que tarda en parpadear hace dos cosas. La primera es presionar un botón rojo que está sobre el escritorio. Lanza la señalar de alarma: evacuar, destrucción inminente. Pero es demasiado tarde. En el momento exacto en que la señal de alarma salta y en que él desaparece (porque siendo presidente puede desaparecer) el edificio explota y no queda nada. Al desparecer O'Brien se lleva consigo una pequeña parte de la explosión que lo deja mal herido.

Editado por Hobbamock Graves

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