Nadie supo decir con exactitud cuando empezó todo. Unos dicen que fue el día antes de Fin de Año, en la víspera de Nochevieja, cuando los empleados de aquella industria química celebraban un pica-pica de empresa. En algún diario se sugería que saltaron alarmas que no fueron escuchadas por nadie y que provocó el calentamiento de ciertas turbinas que debían permanecer siempre a temperaturas bajas.
Otras versiones, sin embargo, plantean que el fallo estuvo en la previsión metereológica que desbordó la presa de contención del río Garona. Es cierto que nadie se esperaba una precipitación pluvial a esas alturas del año. Los desbordamientos controlados se sucedían periódicamente en meses posteriores, cuando llegaba la primavera. Pero el año nuevo entró con lluvias de hasta 170 l / m
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que no fueron absorbidas por las montañas nevadas. La presa se llenó demasiado y tuvieron que abrir compuertas para vaciarla e impedir males mayores. Pero un error humano (pues según los expertos, las máquinas no hubieran fallado) provocó el vaciado del embalse que enfriaba la maquinaria pesada de la empresa química de la localidad.
Fuera como fuere, los Reyes Magos pasaron por la ciudad el cinco de enero a las siete de la tarde. La caravana de camellos, llevando a los pajes de Sus Majestades, cabalgaron hasta pasadas las nueve de la noche por las calles atestadas de padres somnolientos y de niños emocionados, quienes vitoreaban a aquellos voluntarios de ropajes vistosos que tocaban música detrás de los fastuosos carruajes, saludaban a los que repartían caramelos e intentaban saltarse los controles municipales para acercarse más a la comitiva.
No era una ciudad populosa, y tal vez eso fue una suerte. A las nueve y media empezaron a llegar las primeras noticias de situaciones anómalas. Las salas de espera de los hospitales se llenaron de personas con problemas de piel, descamaciones, urticarias y dificultades respiratorias. Hacia las doce de la noche llegaron las primeras muertes. Los médicos estaban desconcertados pero había un plan de contingencia elaborado por el Ayuntamiento que contemplaba paso por paso el protocolo a seguir en caso de escapes químicos al pueblo. Pero la Autoridad que podía activar la Alarma había estado en el desfile, respirando aquel aire, recibiendo aquel veneno en su piel. Hacia la una de la madrugada estaban todos muertos. Sólo los que no celebraban la Epifanía o habían preferido quedarse en casa y ver el espectá cu** desde las ventanas, sobrevivieron a aquella hecatombe. Sus lesiones habían hecho desear a muchos de ellos haber muerto aquel día: ceguera, pérdida de movilidad motora, en ciertos extremos amputaciones de miembros, dialisis en algunos casos, fibrosis quísticas en otros... Nadie quedó indemne de aquel horrible suceso.
Seis meses después se abriría el Juzgado de Instrucción Número uno para dictaminar la culpabilidad de lo sucedido. Abogados de la empresa, abogados que defendían a las víctimas, Asociaciones de los Supervivientes, Jurado escogido durante semanas por ambas partes, periodistas... Muchos eran los que acudirían al día siguiente a la Corte. Pero eso era mañana. Hoy todos se preparaban física y emocionalmente para superar la gran prueba que iba a ser el Juicio del Año contra la Multinacional Helios y la muerte de unos 12.000 habitantes de la ciudad en la que se situaba.
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