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Natasha.

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Mensajes publicados por Natasha.

  1. Natasha observaba cómo los miembros de aquella expedición cruzaban el río a través de las piedras, lanzando sus recuerdos al agua. Ella podía tocarlos, percibirlos, conocerlos. Eran grandes recuerdos aquellos, verdaderos tesoros del pasado de los participantes.

     

    Cuando el primer grupo terminó de cruzar el río, una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro. Era el momento de la última prueba. La prueba final.

     

    La fuente de la buena fortuna se encontraba a pocos metros del lugar en donde se habían parado los primeros en llegar. Era realmente hermosa. Lucía imponente en mitad de aquel jardín encantado, repleto de arbustos impecablemente recortados con formas de animales y bellísimas flores diseminadas por todas partes, en el suelo o colgando de fantásticas enredaderas suspendidas en el aire. Las aguas del río eran límpidas y frescas y enormes nenúfares se mecían en ellas siguiendo la corriente. Todo parecía brillar en los colores más perfectos y el cielo, de un azul inmaculado, estaba repleto de aves cantarinas de bellos plumajes.

     

    Pero sin duda alguna, lo más destacado era la fuente que podía admirarse en el centro de jardín. Tenía la forma de antigua fontana de cuenco ancho y, en su centro, labradas en alabastro y mármol, lucían las estatuas de tres hermosas mujeres, acompañadas de tres animales, que vertían tres diáfanos chorros de agua, desde unos cántaros de plata, oro y marfil. Por supuesto, aquellas tres mujeres y aquellos tres animales no eran otros Urehtekau y su cobra, Anukis y su gacela y ella misma con su felino de piel canela. Sólo que el aspecto que reflejaban aquellas estatuas no era el de sus formas humanas, sino el que correspondía a su divinidad, en todo su esplendor. Allí estaban representadas las tres diosas que habían creado aquella fuente extraordinaria. La fuente que colmaría de fortuna a los primeros que la alcanzaran. Porque aunque hasta allí hubieran llegado, la fuente se encontraba protegida por una barrera mágica, invisible, pero impenetrable.

    Nadia y Namat se reunieron junto a ella y las tres sonrieron un momento antes de desaparecer y volver a aparecerse justo al lado de la fuente de la buena fortuna, al lado del grupo que habían sido los primeros en llegar.

     

    - ¿Queréis alcanzar la fuente? – Preguntó Natasha. – Si es así, unas preguntas habréis de contestar. Pero antes de nada, me presento. Mi nombre es Hathor, diosa del amor y la belleza y doté a las aguas de esta fuente de todo el poder que soy capaz de dar.

     

    - Las preguntas os serán plantadas, más no seremos nosotras quienes las hagamos. Mi nombre es Urethekau, diosa de la magia y los sortilegios y os puedo asegurar que la fontana que veis ante vuestros ojos es realmente mágica y maravillosa. Sus aguas os concederán la buena fortuna que deseáis.

     

    - Y yo soy Anukis, diosa del agua. Todo el poder que esperáis en esa fuente encontraréis.

     

    La multitud miraba anonadada y, entre ellos, estaba Mackenzie Malfoy, cuyo gesto parecía ahora el de alguien que, por fin, ha encontrado las respuestas que buscaba. Aún así, Mackenzie tenía una pregunta más.

     

    - ¿Y quien hará las preguntas para que esa barrera mágica desaparezca y podamos llegar a la fuente de la buena fortuna?

     

    - Tu misma – Respondieron las tres al unísono, con una sonrisa en la boca y alzándose mágicamente hasta el lugar, detrás de la impenetrable barrera, en el que se encontraba la fuente.

  2. Natasha observó a la multitud que avanzaba en pequeños grupos desperdigados por las arenas del desierto. Algunos de ellos, aún no habían llegado a salir del Oasis, pues la expedición era numerosa y los preparativos de la salida les estaban llevando más de la cuenta. Natasha empezaba a estar impaciente. Apremió a todos para que se dieran prisa en salir y ella misma comenzó la marcha por el desierto.

     

    La mayoría parecían deseosos de ser los primeros en alcanzar la buena fortuna, pero aún así la marcha estaba avanzando lentamente y hasta el momento no se habían encontrado muchas dificultades, más allá de las derivadas de un clima y un paisaje a los que aquellas gentes no estaban acostumbrados. Habían sido bastante aplicados en la cuestión de no pronunciar la palabra prohibida.

     

    Natasha, la rica comerciante, hubiera podido disfrutar perfectamente de una plácida travesía por el desierto, en una magnífica tienda de campaña, provista con todos los lujos que la magia y una bóveda repleta de tesoros y galeones le proporcionaba, más aún con la agradable compañía de apuestos acompañantes y acaudalados dignatarios. Todo ello era muy placentero para la comerciante por la que se hacía pasar. Pero la diosa Hathor necesitaba un poquito más de diversión.

     

    A lo lejos divisó a Natam, que se encontraba junto al grupo más avanzado de los expedicionarios. No necesitaba varitas ni aparatos mágicos para comunicarse con ella. Su divinidad seguía intacta. Sólo tenía que concentrarse en ella y hablarle de mente a mente.

     

    - Urethekau, esto se vuelve aburrido, ¿qué tal si invocas una esfinge? Un poquito de acción vendría bien para animarnos a todos. Lo haría yo, pero al fin y al cabo las esfinges son tu especialidad.

     

    - ¿Una sóla esfinge, Hathor? Eso no les iba a espabilar mucho. - Le respondió la diosa en su mente.

     

    Urethekau no dijo más. No hacía falta. Hathor sabía que lo que vendría a continuación sería divertido.

     

    El primer grupo de voluntarios expedicionarios se paró de pronto. Algo les impedía seguir adelante. Desde la posición donde se encontraba Natasha, no se veía ningún obstáculo, porque lo que Natam había hecho era crear una barrera invisible. Nada podía atravesarla, ni siquiera la vista. A través de ella se veía el desierto, como si no hubiera obstáculo en el camino, pero si los observadores fueran avezados, se darían cuenta de que lo que se veía era el mismo desierto que tenían atrás, como si un espejo invisible cubriera toda la superficie que tenían delante.

     

    Los expedicionarios se pararon en seco, sin comprender lo que pasaba. Alguno intentó empujar la barrera invisible con la mano, pero la mano se volvía bruma, al intentar atravesar la barrera. No penetraba al otro lado, tampoco llegaba a tocar nada, sólo se convertía en una niebla oscura, que desaparecía en cuanto uno se alejaba de la barrera.

     

    Entonces aparecieron cuatro esfinges colocadas cada una a cien metros de separación de la siguiente. Todas ellas eran tan enormes que cualquier expedicionario podía verlas, a pesar de la distancia que los separaba de la barrera. Y todas ellas eran exactamente iguales, salvo por su color, pues una era negra, la otra blanca, otra roja y la cuarta dorada. Las cuatro hablaron a la vez, con el mismo tono de voz. Y, sin embargo, a pesar de que los sonidos se formaron al mismo tiempo, los participantes pudieron distinguir claramente cuatro acertijos:

    - ¿Qué es lo que será sin poder evitarlo, que aún no ha sido, que dejará de ser cuando lo sea?- Pronunció una de ellas.

    - ¿Qué es aquello que cuanto más crece menos ves, cuanto más pequeño se hace, más ves? - Dijo otra de las esfinges, al unísono con las otras tres.

    - ¿Qué es lo que aumenta si lo giras, mengua si lo giras de nuevo? - Pronunció la tercera.

    - ¿Cómo hacemos para repartir 5 huevos de una cesta entre 5 personas hambrientas y que siga habiendo 1 huevo en la cesta? - Preguntó la cuarta.

    Algunos de los participantes, adivinando que aquello era una prueba, habían comenzado a tomar notas. Sin embargo, las esfinges no habían terminado con ellos. La voz de las cuatro sonó imponente y al unísono.


    - Cuatro esfinges somos y de las cuatro, los cuatro acertijos has de adivinar. Más ten cuidado, hijo de humano, no vayas a entregar respuestas a quien no las ha venido a buscar. Aunque tu ojo a la vez nos vio llegar y tu oído a la vez nos oyó hablar, tus sentidos te engañan.

     

    La multitud se encontraba expectante. Aún no sabían cómo tomarse aquello. Por su parte, Natasha, disimulaba una sonrisa.


    - Yo llegué inmediatamente detrás de mi hermana dorada y mi especialidad es ocultarme. - Habló la esfinge negra.

    - Yo llegué en medio de mis hermanas blanca y negra. - Dijo la esfinge roja.

    - Yo no tengo primos, pero en mi familia, de letras y números entendemos bien. Si quieres saber de la existencia y el tiempo, a la última que llegó debes preguntar- Dijo la esfinge dorada.

    - A cada una de nosotras, su respuesta habrás de dar - Dijeron las cuatro al unísono.

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