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.Aberforth Dumbledore.

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Mensajes publicados por .Aberforth Dumbledore.

  1. ¡Qué problemático! Dos sanadores luchando contra una Mantícora furiosa y hambrienta. Y qué perdida de tiempo, mientras ellos arrancaban destellos luminosos de su varita y proyectaban su poder, muchos heridos esperaban ser sanados. Saya dijo algo muy cierto y Aberforth se limitó a asentir.

     

    -Creo que lo mejor sería eliminar esta cosa… antes de que mate a alguien.

     

    Ambos se observaron y luego se separaron, Saya se enfrentó directamente a la bestia mientras que el Dumbledore la rodeó y se posicionó en la parte trasera. Levantó delicadamente a Tar-Minyatur y luego la guardó en su bolsillo para que descansara por uno leve momento, mientras Saya conjuraba un fuego y lo manipulaba a su antojo afectando el rostro humanoide de la Mantícora él se limitaba a quitarse su capa de viaje blanca y a liberar completamente sus manos. Era tiempo de estrenar la fuerza física descomunal que no demostró nunca, tanto tiempo aprendiendo a controlar aquella mano mágica.

     

    La concentración de la criatura estaba puesta en Saya, y ella se había encargado de castigarla lo suficiente con el tan eficiente látigo para bestias que podían invocar los Templarios. Escuchó sus palabras...

     

    -¡Vamos! Ven a comerme, asquerosa escoria…

     

    No pudo evitar sonreír, le gustaba ver a su hija enfadada porque demostraba su enorme capacidad para moverse a gran escala y era demasiado escurridiza como para salir afectada tan fácilmente. Ella era veloz, Aberforth ya no, pero sí era extremadamente fuerte.

     

    La Mantícora se echó hacia atrás y estiró la cola preparada para clavar su aguijón en el cuerpo de la sanadora. Sus patas de felino se adelantaron para desgarrarla completamente y aprisionarla bajo su peso pero algo le impidió avanzar. El Dumbledore la tenía sujeta de la cola, tan negra como la noche, con cuidado de no tocar el aguijón.

     

    Enfurecida, la bestia giró la cabeza y centró su atención en la nueva presa. Con un trabajoso movimiento de brazo el mago levantó al pesado animal y lo lanzó hacia un costado haciendo que el mismo chocara contra unos escombros y se perdiera en una nube de polvo. Luego, tomó distancia y se lanzó hacia su objetivo con el puño preparado para encestar un golpe mortal.

     

    Todo lo que Saya pudo divisar fue un temblor en la tierra que casi la hace perder el equilibrio, más polvo volando hacia todos lados y un chorro de sangre que dibujó una forma abstracta en el aire y luego manchó el suelo. Recubierto de más polvo y además de sangre, Aberforth salió de entre el nubarrón de suciedad y se aproximó a la sanadora con una sonrisa vaga en su rostro.

     

    -Ahora sí podemos ir a San Mungo -dijo.

     

    Volvió a cubrir sus manos con los guantes blancos que siempre llevaba (ahora eran grises debido a la suciedad) y rescató de entre pequeños segmentos de cemento su capa blanca que lucía, a esas alturas, rasgada y desaseada.

  2. El sanador terminó a tiempo de restaurar el hueso y con la ayuda de una poción de rescate que llevaba en el bolsillo de su túnica cerró la herida y regeneró la piel. Le tendió la mano a la mujer, quien se puso de pie y estiró su cuerpo para volver a tener movilidad absoluta, luego le agradeció el hecho de haberla salvado y se encaminó rumbo a las carpas en busca de sus familiares.

     

    Aberforth no podía renegar de haber hecho un mal trabajo, había sido exitoso en la búsqueda y una vida más era un premio de consolación. Encontró a dos personas más, una estaba con vida y era un joven estudiante, la otra por desgracia había fallecido debido al peso de los escombros. Trató al primero y mejoró su salud lo más que pudo, mientras que al otro lo envolvió en una fina tela negra y lanzó chispas al aire para que los sanadores que merodeaban vinieran a buscarlo. Por cada pérdida que contabilizaba el semblante del mago se volvía más serio y lúgubre.

     

    Le pareció escuchar en la lejanía una pequeña explosión, pero al divisar sólo pudo ver un resplandor que era fuego encendido y nada más que neblina. Pisó con cuidado ya que estaba encima de un enorme bloque hecho pedazos, y pasó la varita libremente por la zona iluminando el tramo de la misma. No había nada, pero a su vez sentía algo que lo observaba y esperaba acechar en cualquier momento, esa horrible sensación de sentirse vigilado por un ente invisible que puede sorprenderte cuando sea, el corazón acelerado por el miedo y el momento cúlmine.

     

    -¿Quién anda ahí? -preguntó Aberforth, le hablaba al aire pues no veía nada.

     

    No respondió nadie, la noche estaba calma y el suceso desagradable había dejado un silencio mortal. Caminó por sobre los escombros y se percató de que seguían observándolo, por alguna extraña razón una sombra se cernía próximo a él y le pareció que avanzaba lenta y sigilosamente.

     

    Se quedó quieto, apuntó con su varita iluminaba hacia el suelo y descubrió, para su sorpresa, que la sombra no se había esclarecido sino que siguió avanzando y tragó sus pies. El sanador perdió el equilibrio y la varita se le cayó de las manos, rodó hasta perderse debajo de unos escombros de mediano tamaño.

     

    -¿Qué es...? -exclamó preguntándose qué era aquello, pero no pudo continuar porque la sorpresa lo invadió.

     

    Le había cubierto el brazo, era como una capa oscura que se cernía sobre su cuerpo y comenzaba a tragarlo lentamente. Ya solamente quedaba su torso y su cabeza fuera de aquella cosa... ¿le quitaría la respiración? ¿moriría de aquella manera tan insignificante? Entonces como cuando un pequeño resplandor renace de la oscuridad él pensó esperanzadoramente todo lo que tenía que hacer, qué era aquello, esa bestia. Nunca antes la había conocido pero sabía, ahora sabía que eso era un Lethifold.

     

    Se dejó tragar completamente, y cuando la oscuridad lo invadió por completo y el oxígeno comenzó a escasear abrió los ojos y unas chispas peligrosas y potentes estallaron a través de ellos y recorrieron todo su cuerpo. Sintió el aire exterior entrar por sus fosas nasales y llegar a sus pulmones, el oxígeno vital... y se puso de rodillas rápidamente aferrando al Lethifold son su mano izquierda. La fuerza sobrehumana de la misma comenzaba a retener la fuerza de la bestia y la energía corporal del mago renacía en su interior transformándose en electricidad. El poder de un Paladín no debía ser tomado a la ligera, y pronto el Lethifold lo lamentaría.

     

    -Esto es por la cantidad de víctimas que deben haber perdido la vida por tu culpa... -dijo, y la furia tomó parte de su ser.

     

    Sus ojos centellearon nuevamente y lo único que se pudo divisar, quizás a metros de distancia, fue un estruendo ensordecedor y un rayo que se desprendía del cielo para caer en la tierra con potencia. Aberforth había destrozado al Lethifold, quizás no de la manera convencional, ¿pero quién dijo que era la única forma? Estiró una mano y su varita volvió a su mano, obedeciendo las órdenes de su amo.

     

    Si había más de aquellas criaturas sueltas entonces debía darse prisa y eliminarlas a todas o bien salvar a las pobres personas que aún seguían con vida y eran presas fáciles de esos horribles monstruos. Comenzó a avanzar más deprisa, siempre iluminado por el rastro que dejaba Tar-Minyatur, y vio algo que lo dejó inmóvil.

     

    A unos pocos metros, una mujer luchaba contra una bestia enorme y peligrosa que buscaba devorarla. Peor aún, pocos magos estaban capacitados para luchar en un uno contra uno con aquella horrenda criatura de enorme poder. Y la mujer era...

     

    -¡Saya! -exclamó Aberforth apuntando a la bestia y mirando a su hija.

     

    La sanadora luchaba fieramente contra el monstruo, pero otro peligro acechaba a sus pies y es que había otro Lethifold en la cercanía que aprovechaba el momento de distracción para alimentarse. Al momento intervino Aberforth y apuntó directamente a la masa oscura y delgada.

     

    -¡Expecto Patronum!

     

    Una masa luminosa salió despedida de su varita y ahuyentó a la criatura alejándola de la subdirectora de San Mungo. Luego, el Patronus dibujó un círculo alrededor de la mujer y salió despedido hacia el rostro de la Mantícora distrayendo su atención y desapareciendo repentinamente. Sólo de esa forma Saya se percató de la llegada del mago.

     

    Con la túnica rasgada, las manos sucias y el rostro pálido y sudoroso, Aberforth miró a la muchacha y le devolvió una sonrisa. La diversión había comenzado, después de todo no se había perdido toda la acción.

  3. Pese a la confusión general y el campo de visión casi nulo, Aberforth pudo reconocer al instante la figura de su hija quien se acercó y sin pronunciar palabra se derrumbó en el suelo. Éste la observó con preocupación y se acercó a su lado para tratar de ser un alivio y no una carga más, miró sus ojos y luego sonrió débilmente.

     

    -Saya, hay mucho trabajo por hacer, pero creo que deberías tomarte unos minutos de descanso -le dijo el mago, e hizo una floritura con su varita desprendiendo un halo de luz verde que le acercó a su mano.- Toma, cuando las fuerzas ya no te acompañen inyecta esto en tu cuerpo. Es magia medicinal.

     

    Saya asintió y le pidió que buscara más heridos, cuerpos o todo aquello que sirviera de algo para identificar a las personas desaparecidas. Se marchó rápidamente, perdiéndose en la neblina y desapareciendo como una sombra inquieta.

     

    El sanador estaba seguro de que llevarían a todos los heridos a San Mungo, habría bastante actividad en el hospital y la asistencia médica en las carpas no era del todo segura y completa. Por otra parte, pensó en aquellos magos y brujas que habían perdido la vida y no habían tenido oportunidad de escapar y seguir disfrutando sus días junto a sus allegados. El remordimiento, la pena, se apoderaron de su persona y dibujaron un rostro melancólico que se armó de valor para seguir caminando por la zona en busca de víctimas.

     

    No quería ir a las carpas, estaba seguro de que eso le sentaría mal, así que prefirió seguir en el escuadrón de búsqueda y encontrar aunque sea un halo de vida. El Dumbledore escuchó un quejido a pocos metros y acercó con paso acelerado, pasó su varita cargada de luz sobre un escombro particularmente grande y la luz que proyectaba Tar-Minyatur iluminó un rostro pálido, cubierto de polvo, que mantenía los ojos semiabiertos.

     

    -Descuide, la sacaré de aquí -le dijo, era una mujer y había quedado atrapada.

     

    No tuvo otra alternativa, si movía todo eso con magia seguramente algún metal o sobrante lastimaría aún más el cuerpo de la víctima. Optó por utilizar la fuerza física, se quitó el guante blanco de su mano izquierda y tomó el escombro por el costado más delgado, luego fue levantando el mismo hasta hacerlo a un lado. Una nube más de polvo se elevó y cuando se despejó la visión apareció el cuerpo completo de la mujer, sólo tenía una pierna herida que era justamente la que le había impedido continuar huyendo.

     

    El sanador se arrodilló y comenzó a trabajar en la restauración de la herida, era profunda ya que había afectado al hueso. Mientras lo hacía, intentaba tranquilizar a la mujer quien preguntaba sobre sus familiares. A varios metros de aquel sitio, la carpa blanca albergaba heridos que iban siendo trasladados a San Mungo.

  4. Los minutos pasaban, se transformaban en horas, y todo el desastre producido aún seguía latiendo con la misma intensidad mortal del inicio. El nacimiento del temor, la desesperación, el dolor, el llanto... todo reducido en ocasiones a la muerte, a la herida mortal, a la desaparición, y en el mejor de los casos a la suerte de haber salido ileso.

     

    La neblina cubría todo el lugar, pero no era una neblina natural si no el polvo que se levantaba de los escombros y los destrozos generales del estadio. No podía divisarse con total magnificencia el caos producido, aunque tenían en cuenta que era bastante grande debido a la cantidad de muertos que había dejado. Cuerpos tirados, algunos sepultados entre los escombros, la sangre que manchaba un césped antes verde, ahora grisáceo.

     

    Sollozos en la oscuridad, gritos de ayuda, gritos de búsqueda, correteos en la penumbra, pequeños halos de luz que se movían como si fuesen luciérnagas, y en el peor de los casos la melodía infinita y mortal del silencio. Una luz verde se mantuvo suspendida en el aire y se fue haciendo cada vez más grande a medida que avanzaba; de entre las sombras y el polvo en el aire una figura masculina apareció repentinamente caminando con parsimonia, tenía en sus manos algo que parecía una pequeña bola mágica que irradiaba aquella luz tan magnífica y atrapante. La varita en su mano derecha, con la otra sostenía la magia que atrapaba y que acumulaba para emergencias. Aberforth había aparecido en escena, su rostro denotaba un profundo disgusto y aquella noche su mirada no mantenía el brillo de esperanza tan típico de su personalidad.

     

    ¿Qué había hecho él después de todo? Había escapado de su trabajo para tomarse un descanso mientras un centenar de personas habían perdido la vida. Clavó una rodilla en el suelo y se acercó a una persona que se encontraba tirada sobre un escombro, tenía la pierna rota y se quejaba de dolor. Al momento acercó el halo de luz, que en realidad era magia curativa, y rozó al otro hombre curando todas sus heridas en el acto. Aprovechó que la mayoría de los daños eran físicos y no producto de la magia negra, y fue buscando víctimas en los escombros, encontró a varios que aún seguían con vida y sanó sus heridas con una rapidez increíble.

     

    El sanador no podía divisar mucho más que ocho metros a su alrededor, el polvo aún seguía suspendido en el aire y además la neblina en aquella zona no ayudaba demasiado. Escuchó pisadas que se acercaban rápidamente, alzó su mirada y con lentitud fue apareciendo la figura de una joven que él ya conocía.

     

    -¡Saya! Soy yo, Aberforth -dijo el hombre, la mujer pareció percatarse de su presencia.

     

    Ya era bastante evidente que el trabajo sería inacabable, había demasiados heridos hasta el momento y aún no podían divisar la destrucción completa del campo.

  5. Wiiiiiiiiii...felicidades al rey y la reina de la gala!!!

    Pero Paracelso, te llegas a ligar a mi hija y te estrangulo con mis propias manos >.<

     

    Y para la mesa 8 también...(maldeetos!! deben morir todos los que se pasaron por esa mesa ¬¬ )...callate conciencia!! no arruines la diversión...(ps fíjate que no me callo porque ganó esa mesa ya que se pusieron a hacer estupideces) ...ya ya, no seas envidioso!! >.<

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