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Achmed

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Mensajes publicados por Achmed

  1. Si tuviera párpados, hubiera pestañeado varias veces antes de abrir la boca como un pez, y responder:

     

    ¿Qué es ese bicharraco que sobrevuela por ahí? — inquirí observando el fénix.

     

    El ave parecía una gallina, pero más elegante. Me miraba con malicia, como regodeándose de mi posición. Y es que yo seguía aún suspendido en el aire, con las cuerdas raspándome la fina piel.

     

    El mago que me había hablado parecía ser otro miembro del Wizengamot, pero su porte era más majestuoso que el de Katara. Quizás la próxima vez lo atacaría a él, y no a la escuálida bruja. Seguramente sacaría más dinero de él que de la minina.

     

    Bueno, creo que podéis llevarme a donde sea que lleven a los hombres-bomba, porque estar flotando en el aire como un saco de patatas no es nada cómodo — comenté en voz alta.

  2. Maldije a la pata de conejo, el trébol falso de cuatro hojas y la herradura. Ninguno de los tres me había dado suerte, pues mis bombas habían desaparecido y mi varita continuaba en el suelo, a demasiada distancia de mí.

     

    Pues entonces estrangularé a Katara con mis propias manos — sentencié.

     

    Pero nada más decir aquello, escuché una nueva voz que pronunció otro hechizo. Tres sogas se dirigieron hacia mí, inhabilitando mis movimientos por completo. Me debatí varios segundos, pero las cuerdas estaban demasiado bien aferradas.

     

    ¿Quién ha sido el desgraciado...? — mis ojos buscaron al culpable, y se toparon con los de una bruja de pelo castaño y largo.

     

    Me observaba con repulsión y su varita aún permanecía en su mano. Mi sexto sentido me dijo que era una auror, y que mis días estaban contados. Recé a Alá por que no me llevaran a Azkabán, pero últimamente no había demostrado tener mucha suerte...

     

    Me dejé arrastrar por otro mago flotando como un bulto mientras la gente del palco me observaba con detenimientos. Algunos, quizá, con rencor. Mis ojos se fijaron en el terreno de juego, y no pude evitar exclamar:

     

    ARRIBA LOS HEIDELBERG HARRIERS!! — aunque realmente no sabía qué equipo era de los dos.

  3. Chico sera mejor que dejes a la señorita Lyra...si no quieres hacer catapum en el cielo...

     

    Me giré instintivamente hacia el que había hablado. Con la mano en el bolsillo, parecía el protagonista de un anuncio televisivo. Pero claro, sólo los magos más marginados como yo sabían lo que era ese artefacto muggle. Que, por cierto, provocaba unas bombas incendiarias impresionantes.

     

    Llevo demasiado tiempo viviendo como para que me llames "chico" — espeté —. Cómprate un perro de peluche para que te haga compañía, y no la piltrafa que tiene como novia — dije, mirando fijamente a la bruja que había besado su mejilla. Las juventudes parecían ser cada vez más impúdicas.

     

    ¿Y bien, señorita Ryddleturn? ¿Me cede su objeto legendario o su vida? — pregunté en un susurro.

     

    Pero la salvaje me mordió y me pisoteó mi huesudo pie, haciéndome gritar de dolor. Mis alaridos parecían cacareos de gallina, mientras daba saltos intentando mantenerme sobre el único pie intacto que me quedaba. Mi varita salió volando, y con ella casi todas mis esperanzas.

     

    Que no tenga varita no significa que pueda matarte — grité, destapando mi pecho y dejando ver dos bombas adosadas a mi piel (la poca que quedaba sobre los huesos).

  4. Fue tan repentino que casi pierdo la varita. Con un movimiento de mi mano, invoqué un Protego que absorbió limpiamente el Expelliarmus de aquel mago. Mis ojos desorbitados se clavaron en él, mientras volvía a coger a Lyra por el cuello mientras apuntaba con la varita a su cuello.

     

    ¡Aléjense! — mi voz chillona atrajo la atención de más personas —. Soy un hombre bomba y no dudaré en saltar por los aires si alguien me ataca!

     

    Un mago hizo amago de coger su varita, pero la mía fue más rápida y en unos segundos, un Sectusempra lo había liquidado.

     

    ¿Quién quiere terminar como carne para hamburguesa? — amenacé —. O se me da el objeto legendario de este miembro del Wiz o pasa a la historia — mis dedos comenzaron a estrangular el cuello de la bruja.

  5. Mis ojos oscuros eran como dos dagas penetrantes, observando en la multitud a mi presa. Como un águila que por fin divisa al conejo que va a atacar, mis pupilas se dilataron al encontrar entre el bullicio de gente la figura esbelta de la bruja.

     

    Apártese, hombre — recibí un codazo en las costillas, y mis dedos viajaron hasta el bolsillo donde seguía resguardada mi varita.

     

    No, mejor no, Achmed — murmuré para mí mismo —. Reserva tus energías para cuando sea necesario — solté una risa histérica que provocó que varias miradas se fijaran en mí.

     

    Bajando la cabeza para no ser reconocido, y resguardando mi identidad bajo mi turbante, avancé paso a paso entre aquella marea de cuerpos que entrechocaban entre sí. Me aproximé hasta la posición de un joven que daba saltos junto a su padre, deseoso de ver el estadio.

     

    ¡Papá, el señor de delante no me deja ver! — chillaba.

     

    No molestes, Kevin. Cuando comience el partido todos se sentarán — lo calmó el hombre.

     

    Mi lengua repasó mis labios despellejados, dejando entrever unos dientes oscuros carcomidos por las caries. Las consecuencias de tener debilidad por el azúcar. Una vez estuve a varios centímetros del cuerpo del niño, mi mano se deslizó suavemente por su chaqueta. Rocé la varita, pero aquello no me interesaba, así que hurgué un poco más.

     

    Al fin, logré rozar la fría y redonda superficie de lo que parecía un galeón. Mis dedos atraparon unas cuantas monedas y después saqué la mano lentamente. El joven parecía no haberse percatado del robo, así que silbando alegremente me dirigí a mi objetivo.

     

    Subiendo las escaleras que se dirigían al palco VIP, escondí aún más la mirada. Pero de reojo pude observar a la bruja del Wizengamot que ese día perdería su objeto legendario. Si yo tenía suerte, obviamente. Pero me había metido una pata de conejo, una herradura y un trébol de cuatro hojas (artificial, aunque al fin y al cabo con cuatro) en el bolsillo. Si aquello no daba suerte, que viniera Harry Potter a comprobarlo.

     

    En ese instante, cuando ya había llegado a los palcos VIP, aquel atajo de objetos parecieron surtir efecto. Mi presa se levantó, claramente con intenciones de salir un momento de allí. Como un rayo, me dispuse rápidamente al lado de la entrada, y cuando ella salió, mi varita apretó contra sus costillas.

     

    Señorita Ryddleturn, miembro del Wizengamot. Creo que deberíamos tener unas palabras, ¿no? — hundí aún más la varita en su espalda —. Y ni se le ocurra usar algún hechizo.

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