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Bóveda


Jank Dayne
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La bóveda las princesas sollozantes, así la solía nombrar su padre.


Hacía siglos, ridículamente distantes a las épocas en las Jank vivía, un rey religioso estaba en el apogeo de su juventud. El joven tenía tres hermanas preciosas, con cuerpos exuberantes y melenas tan largas y amarillas que frente a la luz del sol parecían blancas, ecuánimes, perfectas. Era tradición en el antiguo linaje dragón casarse entre hermanos, para que de tal forma prevaleciera la pureza de la sangre, pero el rey lo consideraba un acto de impureza imperdonable bajo cualquier aspecto. Sus bellezas y atributos, pensaba, no le resultaban motivos lo suficientemente sustanciosos como para privarse él mismo del paraíso.


Fue por eso que, previo acuerdo con el congreso, decidió rodear la Gran Sala de descanso de la nobleza con cuatro muros de oro impenetrables, sellados por el fuego de tres dragones y la magia de un mago sin rostro. Solo cien agujeros en la parte superior les ofrecían la calidez que el sol destilaba a través de rayos, y eran esos orificios los únicos espacios donde las tres princesas podían observar al mundo, castigadas por el mismísimo hecho de nacer con senos.



Los años pasaron y perduraron en libros de historia. Con el tiempo, los más avanzados investigadores dieron con las coordenadas exactas de los restos del reino y descubrieron que en el sur de Polonia se encontraban las reliquias de aquel antiguo reino repleto de creencias y falsos dioses que alguna vez se había alzado como una potencia. En el nuevo milenio, tan solo eran rescatables las pinturas, los pilares y la bóveda de oro, intacta. A su interior solo se podía acceder empleando hechizos de aparición, y cuando se ingresaba, el hechicero sentía la exquisita sensación de viajar en el tiempo.


Los muebles, los adoquines, las bandejas, los muros, las estatuas, los sofás, las vestimentas, los adornos, incluso un candelabro de plata, todo seguía allí, en lo que había sido en sus días una sala de recibimiento y júbilo. Por suerte, Jank sabía la historia de la boca de su padre, por lo que los esqueletos con sogas en el cuello caídos en el suelo (y algunos, todavía colgando), no le causaron demasiada impresión. Se acercó hacia las diademadas de las princesas, y se preguntó cómo le trasladaban los alimentos a través de los huecos sin que se volvieran añicos al chocar contra el suelo. Pues, en ese entonces, las escaleras no podían ser demasiado comunes y, teniendo en cuenta las dimensiones de su cautiverio (noventa y cinco metros x noventa y ocho, y de altura otros veinti tantos metros), habría representado un problema para sus sirvientes, si es que el rey religioso les había permitido conservarlos..


Un chasquido hizo que, por instinto, extrajera su varita del zapato y la alzara hacia el origen. Solo los rayos de la luna le permitían un campo visual estable, pero las sombras llegaban a comportarse más engañosas que los propios sentidos, y no se confió hasta que el sujeto se identificara. Logró descifrar la esencia de una mujer adulta, a unos ocho metros de él y, sin palabras de presentación, Jank optó por la alternativa por la que muchos habrían apostado.


- ¿Quién eres? ¡Floreus!


La varita de su adversario fue la única receptora del impacto, ocasionando que cualquier cantidad de flores salieran dispersadas de su arma mágica durante su próximo encanto. No deseaba herirla; quizá se trataba de una simple turista, como él, o una encargada de expediciones. Pero las sombras jamás le metían, y la misteriosa sombra no sería la excepción...


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Dentro de la bóveda ubicada en el sur de Polonia, sintió su varita vibrar en la mano a causa del hechizo que una persona había realizado en su contra. Bakari sonrió divertido por la osadía del mago, era probable que no supiera con quien se estaba metiendo, ya había empezado algo que no podría detener. Era un invitación a una batalla y él en sus sesenta años nunca había rechazado tal petición.

El uzza se encontraba en la bóveda investigando cuales eran las creencias escondidas allí, tuvo la sospechas que tenían algo que ver con su pueblo que ya tenían tiempo hospedado en la Uniersidad empezando a dar clases. No esperaba que toda su historia anduviese repartida por el mundo ya que eso podía conllevar a más gente interesada en los libros más poderosos del momento y toda esa magia podía caer en las manos equivocadas. Bakari no quería una guerra est****a nuevamente.

Con el torso descubierto mostrando sus peores cicatrices, algunas causadas por magia negra que no pudo curar con ningún contrahechizo, otras por espadas y armas blancas que casi le arranca el alma de su cuerpo más de una vez. Vestia unos pantalones negros arraigados, viejos y rotos, parecían tener los mismos sesenta años que él y nunca los había puesto al sol, la higiene no era su fuerte.

Antes de iniciar algún movimiento en la batalla, apretó con fuerza el amuleto de Caudex y lo paso dos veces por su corazón para luego colocárselo de esa manera tendría la oportunidad de negarle la magia que corría por el cuerpo de su adversario por un corto periodo de tiempo, ese corto tiempecito podría darle la ventaja. Estaba seguro en que su ingenuo rival no tendría el mismo nivel mágico o experiencia que él, acabaría con el duelo muy pronto y seguiría con su investigación.

Ignoró la pregunta, sobre quien era.

- Casco-Burbuja -

Pensó en ese momento para anular los efectos en los cuales estaba sumida su arma mágica, aparecieron varias flores las cuales cayeron al suelo. Ahora su varita se encontraba una vez más disponible para realizar algún tipo de encantamiento, aunque pudo haber realizado algún hechizo sin esta, era mejor salir de eso rápidamente.

- Flechas de Fuego -

Pensó una vez más y esta vez el resultado fue diferente. Unos filamentos de fuego, con formas de flechas, salieron con la dirección al joven, de llegar a tocarlo tendría que realizarse aguamentis y episkey tratar de sobrevivir. Volvió a sonreír divertido, esta vez porque tendría que pensar en la manera apropiada para defenderse de aquel encantamiento.
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  • 2 semanas más tarde...

Se había equivocado.

 

Las sombras, por primera vez en su vida, le habían fallado. No se trataba de una mujer. Su dueño tampoco había sido la de un hombre, o la de un hechicero común. Ni siquiera de un turista perdido o de algún fantasma errante. Jank habría preferido cualquier de esas opciones antes que Bakari, puesto que ninguna de las anteriores pondría en peligro su pellejo. Conocía al guerrero Uzza tanto como cualquier otra persona; prácticamente nada. La última vez que lo había visto había sido en Egipto, cuando él junto a sus demás compañeros le habían conferido la autoridad y poder para impartir la primera clase de los libros de hechizos. Pero incluso desde ese entonces Jank no se fiaba en su semblante arrugado; después de todo, sabía que su decadente pero reacia figura solo hacía referencia a la basta gama de conocimientos universales que almacenaba y distribuía a través de su ser. No se enfrentaría con cualquiera.

 

- Eres la última persona a la que pensé que me enfrentaría - fue lo que se le ocurrió decir al mago, ejerciendo una reverencia natural. Si bien desconocía por completo los motivos reales de la presencia de Bakari precisamente en el mismo día y lugar a donde Jank se le había ocurrido ir, no le dejaría el camino fácil - será un honor derrotarte.

 

Jank sacudió a Libra con energía, esperanzado. Los guerreros controlaban los poderes de todos los libros y, según rumores, también podía manipular todas las magias arcanas sin inconvenientes. Siendo el caso, lo único que podía hacer era aferrarse a la idea de que los hechizos de su bando podrían brindarle el escudo necesario para alcanzar la principal alternativa de victoria posible: desarme. Si Bakari quería enfrentarse a un duelo, debería ceñirse a las normas, por más tonto que sonara en su cabeza.

 

- Ardius Aqueora!

 

Exclamó, justo después de que desde la varita del Uzza saliesen dispersadas una docena de flores marchitas. Jank les clavó la vista, como si su existencia simbolizara algo más que la defensa desesperada del incauto corriente. Mientras tanto, a una velocidad insospechada, un manto de agua protectora lo cubrió de pies a cabeza y en todas direcciones, creando una protección total ante cualquier embrujo hacia su anatomía. O al menos, los que pudiese resistir. Como por ejemplo los filamentos de fuego que había arrojado su adversario segundos después a su hechizo; estos, al contacto con el agua que ofrecía la magia protectora, se extinguieron. El mago dedujo que se trataba de las útiles flechas de fuego.

 

- Corpus Patronus!

 

Se le oyó decir después, creando a partir de cientos de hilos plateados a un peligroso Tebo. Éste, por órdenes mentales de su invocador, se volvió invisible al instante. Jank respiró profundo, manteniendo la esperanza viva. La criatura se movilizó rápidamente, localizándose diagonal a Bakari, apuntando sus cuernos a su costado derecho a unos cuatro metros, sin emanar el menor ruido. Jank le dedicó una mirada neutra al Uzza, tratando de no evocar el sentimiento de angustia que terminaría por delatar sus planes. Quizás, si movía las cartas con astucia, la diferencia de poderes no resultaría tan bárbara.

 

- Strellatus!

 

Resultó ser tercer conjuro. La vista de Bakari fue afectada drásticamente por un potente flash disparado desde Libra, el cual, cargado de un extenso y sutil poder, infectó los ojos del guerrero a tal grado que le dejó sin la capacidad de la vista hasta que hiciera algo al respecto. Fue en ese momento donde su Tebo, aún invisible, se aproximó salvajemente hacia Bakari y a una velocidad propia de un jabalí e insertó sus potentes cuernos en el costado derecho de su cuerpo. En cuanto terminó de realizar la herida, el Tebo se posicionó esta vez a cinco metros de Bakari, a su izquierda.

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Bakari no pudo evitar dejar escapar una carcajada cuando el valiente mago comento sobre vencerlo, fue lo más gracioso que escuchó en mucho tiempo. Creyó que tal vez, el poder que le había dado al chico de poder enseñar un par de libros se le había subido a la pequeña cabeza hueca; desconocía los inimanigables poderes que poseian todos los libros.

Astutamente, logró defenderse de las flechas de fuego con una enorme esfera de agua la cual pudo cubrirlo por completo. Un hechizo ajeno a los libros, pero aún así parecía ser bastante poderoso, eso no sería impedimento para lo que Bakari tenía preparado para él, arrugó el ceño al ver que invocaba un corpus Patronus el cual nunca se materializó en el escenario. Extraño.

En sus experiencia, no creía que no lo hubiese atacado. El uzza no sintió nada, ni cosquilla.

- Cinaede - Dijo el uzza satisfecho.

Le devolvió el favor casi de la misma manera, ya que alrededor de Jank se formó una nube gaseosa invisible que penetro las vías respiratorias provocándole problemas en todo su cuerpo que podían causarle la muerte. La esfera de agua no pudo repeler ese ataque, tampoco lo ayudaría a detener el veneno, ni siquiera un vulgar bezoar podría.

Algo golpeo en sus ojos, como una molesta enfermadad que le provocaba una enorme picazón, era otro de los poderosos hechizos del mago los cuales parecían ser un intento de imitar los que poseía en los libros del mismo Merlin. Podía seguir sin sus ojos en ese momento, no era la primera vez que le ocurría algo similar.

Desconfiaba en ese instante, aún sin ver los resultados de su Corpus Patronus. Pensó en Obsistens y a su alrededor se creo un cerco luminoso que lo protegería de cualquier ataque, no importaba el que fuera. Ese era el hechizo perfecto para esa situación, le daba la inmunidad que necesitaba al no saber que había realizado su joven e ingenuo contrincante.

A su derecha sintió el choque de un animal que de inmediato se hizo visible ante sus ojos, un Tebo. La criatura no pudo evitar ser absorbida por el cerco, gritando confusa, desapareció sin dejar rastro. Un movimiento muy astuto al tratarse de una criatura invisible, otra persona seguramente hubiese resultado lastimada.
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  • 2 semanas más tarde...
- ¡Confundus! - pensó rápidamente, justo después de que Bakari creara una defensa nunca antes vista por los ojos de Evans, haciendo que su rival perdiera la consciencia por unos segundos gloriosos. Sabía lo que los guerreros eran capaces de hacer con o sin su poderosa varita de cristal, él mismo había sido entrenado tras las alas que proyectaban sus artes y, de una manera superficial, instruido para desempeñar un rol de maestro. Pero jamás dejaba de sorprenderse. Algo en él se lo demostró cuando la sensación de vacío e inseguridad invadió su cuerpo al notar cómo su Tebo desaparecía sin siquiera luchar. Su magia se había desvanecido frente a sus ojos, literalmente. Y le devolvería el favor.


>> ¡Maldición! ¡Anapeo! << gritó mentalmente.


El encanto hizo que sus vías respiratorias se destaparan de inmediato, pudiendo absorber de manera desesperada y tirado en el suelo, el aire que los agujeros dejaban entrar a la bóveda. El Cinaede había sido contrarrestado. Jank empezaba a comprender el tono melancólico y asfixiante con el que las princesas habían escrito sus memorias en escasos pergaminos apenas legibles. Su sufrimiento duraría hasta el término del combate o de su propia vida, lo cual no llevaría más de unas horas o incluso minutos, pero no sería nada comparado al calvario al que tenían que haberle hecho frente durante aquellos años. Después de todo, había sido toda su vida. Jank se preguntaba en ocasiones a dónde habían ido a parar los huesos..


Mientras volvía a alzar la varita, pensó en "Curación", que hizo que el amuleto colgado en su cuello brillara y activara la magia que le sanó de la herida causada por el gas venenoso. Jank tenía en cuenta el inmenso poder al que se estaba enfrentando, y del calibre del mago que lo ejecutaba; confiarse no era una opción. Hizo tronar su espalda y volvió a apuntar a Bakari, esta vez totalmente inexpresivo.


- ¡Limitate! - fue de lo que se boca salió, imposibilitando a Bakari, mediante una sutil vibración que se hizo notar en ambas varita, de utilizar invocaciones o rayos durante un alargado lapso de tiempo. Jank suponía que sería, hasta ese momento, el ataque más certero que podía realizar. Las invocaciones de Bakari superarían a las suyas en todas las medidas y aspectos posibles, por lo que al bloquearle la posibilidad, poco a poco estaría emparejando el combate.


- No será tan fácil, Uzza - le dijo, escupiendo al suelo el último rastro del veneno en su organismo - No conmigo.

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