Desde que entré en este foro siempre envidié a los que tenían la posibilidad de publicar un blog. Parecía estético, ahí a la derecha de la página de inicio. Blogs. Creo que lo primero que intenté fue ingeniármelas para escribir... hasta que me advirtieron de que no podía. Ahora también yo puedo alimentar mi narcisismo (siempre hambriento) y ver mi entrada a la derecha de la página. Así que no he podido esperar más para hacer uso de mis derechos como EMINENCIA. Ouh yeah. Seguramente poco interese lo que voy a escribir. Ya desprendo azúcar por diversos tópics del Mundo Mágico a la vez. Pero... pero... bueno, yo lo cuelgo. Me basta. Para hacer un balance... es una pequeña historia basada en insomnios reales. Y con insomnios reales me refiero a un día que era ayer y de verdad.
Día tras día ayer:
"Si dos personas hablan de recuerdos es que no tienen nada que decirse."
Caminamos cogidas del brazo, estrechando el abrazo de la carne blanda que recubre la continuación del codo. Alguna intuición extraña nos dice que precisamente en esa zona, contextualmente erógena, las partículas vibran de un modo distinto.
Te miro a los ojos y veo charcos que un día pisé con ganas, charcos que apuñala el ángulo mortífero del sol de la mañana. Ahora un rayo desperdigado ha ido a incidir sobre tu coronilla, donde se te empieza a rizar el pelo hasta construir todos esos complicados tirabuzones. Tú le devuelves la caricia en forma de destello cegador. Y seguimos agarradas del brazo, más por rutina que por necesitemos nuestras pieles.
Es como todo tan mágico, tan inalterable, tan estático, un recuerdo que se revive eternamente en la ironía del presente, pero que, al fin y al cabo, en otra dimensión más incomprensible pertenece ya a un pasado triste. Dos personas que sólo hablan de recuerdos no tienen nada que decirse. Dos personas que viven en un perpetuo resurgir de sus pretéritos no deberían pasar un minuto más en compañía.
Pero la mañana prosigue, castiga los adoquines de la calle con su luz incandescente y se infiltra en los cristales de la calle para nublar nuestro reflejo, la representación enmascarada del olvido. Y no soy capaz de soltarte aunque toda la tormenta contradictoria que embota mis sentidos me lo exija. Y supongo que tampoco tú te atreves a dar un paso tan violento, tan tremendo y significativo. Sería un auténtico antes y después para ambas, y en el vientre no nos cocinaron para el riesgo.
Es la conclusión más triste a la que he llegado jamás. Para justificarme trato de encontrar un principio de causa, alguna excusa, un malentendido y su posible solución. Pero todos los caminos que comienzo recorren el mismo trayecto tortuoso hacia una meta bien sabida, bien desalentadora.
Es que nos hemos ido olvidando poco a poco, pero sin ser conscientes de que hasta la nostalgia se nos ha pegado a la boca y nos apesta junto al tabaco entre los dientes y en los dedos y nos oprime cada una de las arterias que perforan nuestro cuerpo. Mirando sin ver, besándonos para compartir saliva y nada más, queriéndonos por buena conducta. Y ahora el peso del mechón broncíneo de tu frente me parece pasajero, y la insignificante distancia un molesto intruso, una fuerza cohesiva que nos retiene en el interior de una burbuja infranqueable.
Me das la mano. Es un gesto incómodo. No rechisto. Noto que toco a un fantasma de niebla o agua, y que no puedo atraparlo entre los dedos. Pongo a Love of lesbian en el altavoz de mi móvil, que es siempre una vía de escape para rellenar silencios. Y nuestras canciones suenan menos intrínsecas y más a música ambiental a la que nadie atiende.
Dices que me quieres, imprimiendo notable indiferencia a las palabras aprendidas de manual. Respondo: y yo. Tajante. No reflexionaré sobre las múltiples lecturas del "y yo". Ninguna es buena.
Somos dos extrañas que se desnudan noche tras noche en la seguridad que ofrece la oscuridad del cuarto. No queremos vernos y reconocer la influencia de nuestro paso en un lunar que abandonamos, en una cicatriz envuelta en telarañas de sudor. Somos dos recuerdos... Recuerdos ambulantes, muelles fustigados que han superado el límite de su elasticidad.
Pero seguiremos bebiendo café y fingiendo y destrozándonos, y daremos calor a las brasas de esta farsa, y nos aferraremos a un gusano escurridizo con tal de que se llame "Esperanza", y nos seguiremos disparando con "y yoes" hasta que no quede espacio ni en los huesos de trasnochar derramando nuestros ojos en el techo, y repetiremos fórmulas prostituidas del lenguaje romántico, y contemplaremos el crepúsculo de la ciudad agarradas del brazo.
No hay verdad más amarga que ésta.