Mr Zurin

En las profundidades de la caverna, el frío le cala hasta los huesos y la luz de la antorcha es sumamente débil. Recorre el lugar tratando de iluminar el suelo, pero pronto se da cuenta de que aquello no funcionará. Nunca lo hace, de todas formas. Se ve obligada a agacharse y tantear por el suelo de piedra, hasta que sus manos se tropiezan con los tablones de madera de roble. No hay ninguna cerradura que forzar, ni acertijo que adivinar. Sólo hay un simple y, quizás, bobo sortilegio; es necesario poseer la llave. Al primer intento, la trampilla se abrirá sin más dificultades. Al contrario, ésta no cederá a forcejos, hechizos o maldiciones, y ni siquiera excavar en la roca conducirá a la bóveda.



Cuando levanta la portezuela, aparece ante ella una bajada de piedra, no muy inclinada, donde tablones de madera funcionan como escalones. Con cuidado comienza a bajar, sosteniendo la antorcha frente a ella para iluminar el camino. La trampilla se cierra tras ella, sin que tenga que molestarse.



Al principio, la única luz es la que ella porta, pero las llamas son débiles y es muy poco lo que puede ver. Sus pasos provocan un eco que se repite y se repite. Mientras camina, va tanteando la roca junto a ella con la mano libre, mientras que con la otra ilumina el suelo. Sólo se detiene cuando encuentra uno de los candelabros fijado en la piedra. Cuando enciende la llama, una a una, las demás antorchas cobran vida también. Las llamas iluminan tenuemente el lugar y al mismo tiempo hacen que el frío, aunque muy poco, se disipe.



En el rocoso suelo, hay zonas de tierra y gravilla, y con partes de madera; las tablas en el suelo, instaladas por ella misma, cubren imperfecciones de terreno y hacen la movilidad fácil y segura. El espacio de la cueva que ocupa, sólo el necesario; sin embargo, sabe que sólo está en la "entrada", donde el techo no es muy alto y el frío y la oscuridad son fáciles de disipar. Está segura de que si se adentrara más, tendría espacio para tener criaturas mágicas (sólo hipóteticamente, pues sería incapaz de encerrar nada con vida allí), e incluso instalar una pequeña morada. Quizás en un futuro, aprovecharé ese costoso espacio, se dice.



Las pertenencias de Madeleine están ordenadas en su propio caos. Algunos objetos pequeños, para que no se pierdan, están en repisas improvisadas cerca de los candelabros, por aquí y por allá, sin ningún tipo de patrón. Las otras cosas sobre la pared son "tesoros" que no le costaron ni un galón, con puro valor sentimental; fotografías, recortes de El Profeta, medallas y un sinfín de recuerdos. Estorbando, pero de mucha utilidad, hay un par de vagones abandonados, en diferentes estadios de deterioro. Uno tiene libros de hechizos, pergaminos y cintas de audio; otro tiene artefactos random, cosas que ha comprado en el Magic Mall pero que muy poco ha usado. Las cosas más importantes, las más poderosas, están un poco más apartadas, en un cofre de roble sin candado: Melle, sus grimerías más antiguas y algunos artefactos de batalla.



Y eso es todo, nada más, nada menos.



A aquel nivel de profundidad, casi todas las bóvedas están protegidas por dragones, acertijos o alguna rebuscada "prueba"; Madeleine se imagina el interior de ellas, seguramente algún tipo de palacio o salón. Todo eso sólo llama la atención, atención que no quiere y tampoco le conviene, y por eso prefiere ahorrarse los intentos de proteger más de la cuenta el lugar. Ella es su guardiana, y con eso es suficiente. Por eso la trampilla no está oculta, y por eso la llave de oro cuelga de una cadena del mismo material, sobre su pecho. La mejor forma de ocultar algo, es hacerlo a plena vista.