En algún lugar de los Terrenos de la Orden del Fénix
La tierra se sentía firme bajo sus pies. El aire estaba fresco, olía a lavanda y a eucalipto. Era una mañana común y corriente. Toda la escena representaba una armonía que Saya Dumbledore no sentía. La mujer posaba inmóvil bajo la sombra de algún árbol solitario, sobre el borde de una pequeña ladera que caía irregularmente hasta alcanzar los bordes del arroyo.
Crack.
El sonido de unos pasos se escabullo sobre el tintineo de las aguas más abajo. Y un hombre joven, alto y de cabellos oscuros se asomo con un aplomo poco común en él. El demonio Instinto -ahora más humano que bestia-, se apoyó sobre la corteza del árbol y observó el paisaje.
—Los humanos no tenemos remedio —habló la mujer, sorprendiendo ligeramente al demonio—. He pasado todo el día recordando qué objetos podrían traerlo de vuelta. Hechizos, encantamientos, maldiciones. Incluso repasé la formula alquímica para la trasmutación humana. Y sé perfectamente la clase de objetos que guarda mi antiguo clan.
Instinto asintió lentamente.
—¿Lo harías? —Preguntó entonces—. ¿Lo traerías de vuelta?
Saya exhaló entrecortadamente, dejando salir el aire de los pulmones como si estuviera conteniendo todo el peso del mundo.
—Aún si pudiera... —negó con la cabeza—. Aún si pudiera...
De repente, aquél hermoso paisaje se nubló por completo.
—Te he visto pelear con uñas y dientes grandes batallas. Te vi salvar vidas. Y te vi quitarlas —El demonio se acercó a la mujer y se sentó a su lado—. Me diste un alma. Un cuerpo humano. Y gracias a eso, por primera vez pude observar a los humanos en todo su esplendor. Me disgusta admitirlo, pero he aprendido mucho de ellos.
Saya soltó una amarga risa.
—¿Y qué aprendiste de ellos?
El demonio se volteó y la observó con sus ojos ambarinos.
—He aprendido lo que los humanos, las personas, tienen en común —contestó reflexivamente, casi con una sonrisa plasmada en el rostro—. Todos mueren abrazados a la soledad de sus pensamientos. Sus propios deseos. Su vida en un abrir y cerrar de ojos.
La mujer sonrió también, sutilmente, con un rostro humedecido por las lágrimas.
—Y quién sabe... Tal vez, esto... —Instinto se encogió de hombros, y señalo con la mirada al frente; a nada en particular.
—Tal vez, esto no sea el final—. Concluyó Saya.
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Mansión de la Familia Potter Black
Saya Dumbledore llevaba varios minutos afuera de la mansión. Llegó tarde, como era su tonta costumbre. Y las escalinatas que ascendían frente a ella le parecieron mucho más altas de lo que eran en realidad. No había podido entrar. Soltó un resignado suspiro y apretó la mandíbula con fuerza. Tarde o temprano tendría que hacer frente a la realidad. Y ése simple pensamiento -por primera vez en muchísimo tiempo- le producía pánico.
¿Cuándo años llevaba sin poner un pie en la antigua mansión?
Había sido su refugio cuando la guerra le arrebató su verdadero hogar en el castillo de los Dumbledore. Antara le dio un lugar donde hospedarse, le regaló la calidez de una familia adoptiva; y el resto surgió naturalmente. Que agradable había sido dormitar bajo el ala cálida del dragón. Bajo su protección.
Y ahora, después de todo este tiempo... Tener que volver para algo así.
Le parecía una crueldad.
Metió la mano dentro de los bolsillos de su chaqueta negra, y retrocedió algunos pasos. Escuchaba voces dentro. Percibió varias presencias conocidas. Era cuestión de tiempo para que alguien la descubriera ahí afuera y quisiera entablar dialogo. Saya volvió a soltar un profundo suspiro, y finalmente entró a la mansión.
Daría palabras de consuelo. Llenaría su mente de recuerdos. Batallas, fiestas y aventuras. Pero no diría adiós.
No.
Al fin de cuentas, tal vez, en otra vida...
Hasta que nos volvamos a ver, hermano.