Largo y extenuante tiempo había pasado desde que el Dumbledore había pisado las calles del callejón Diagon, y ahora que retornaba a su cuerpo humano, suponía que nadie lo recordaría cuando observaban y señalaban a aquel extraño ser de blancos cabellos y profundos ojos azules como el mar. Sacó su varita, su mas preciada posesión, y se dirigió a un establecimiento del callejón en el cual no pretendía comprar nada, pero si le era importante visitar a una persona a la que había dejado olvidada en la tierra, y sin importar si lo recibiera con cariño u hostilidad, el joven Hakoda tendría la decencia de presentarse en el lugar y hacerle saber que de nuevo estaba con vida.
Abrió lentamente la puerta del establecimientos, produciendo dos sonidos al mismo tiempo. El primero, netamente insoportable era el chirrido de la antigua y tal vez oxidada puerta, mientras que el segundo correspondía a la campanilla que llamaba a los tenderos del lugar, más sin embargo la persona que se encontraba detrás del mostrador no requería que la llamaran, pues allí se encontraba tal y como la recordaba el Gryffindor, y una sensación de dicha y alegría lo invadió, reflejada en su rostro, al verla de nuevo, luego de tanto tiempo. Tal y como se había prometido ya antes, sin importar si lo acogiera con dicha o furia, él simplemente le dedicaría una sonrisa y le permitiría recobrar su vida en Ottery.
Se acercó lentamente y pensó, por un delicado y fugaz momento, ofrecerle una rosa, o algo para demostrarle su perdón, pero su simple presencia allí sería la causante de un caudal de sentimientos encontrados y no quería, en lo más mínimo, un encuentro exuberante. Carraspeó un poco para hacerse notar, puesto que por lo que vio se encontraba con otro miembro de su familia que reconoció como Kris, y simplemente dejó escapar una palabra que parecía suspiro, pero que mantenía un tono de voz tan fuerte que podían escucharlo a la perfección.
- Hola...