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Prueba de Nigromancia #3


Báleyr
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Con aquella sensación de desesperación, frustración, tristeza y sobre todo de dolor, la oscuridad la volvió a envolver. Pasados varios segundos, cuando los ojos de la bruja se adaptaron nuevamente a la tenue luz, pudo ver que frente a ella, a tan solo un par de pasos, estaba un enorme espejo. Observó a su alrededor extrañada, intentando reconocer el lugar pero para su sorpresa no había absolutamente nada a su al redor, tan solo aquel espejo.

Con temor la ojimiel se acercó, en primera instancia pudo ver su reflejo, pero este, se fue distorsionándose hasta mostrarle fragmentos de lo que había sido su vida hasta ahora y de pronto empezó a mostrarle cosas que no habían pasado ¿él futuro tal vez? , no lo sabía a ciencia cierta. Intrigada empezó a prestar atención a lo que sucedía, intentando comprender lo que estaba sucediendo.

—Ya no te reconozco… esto ha llegado demasiado lejos —decía su esposo mientras salía por la puerta del castillo de la familia Karkarov, la estaba dejando. —Dije que te apoyaría y sabes que lo he hecho pero esto es demasiado. Incluso para mí. No nos busques… lo único que lograras es hacernos más daño— luego de esas palabras el mago desapareció.

La imagen cambió y ahora se veía a si misma intentado una y otra y otra vez traer a la vida a una niña de no más de 12 años, la observó atentamente y quedo horrorizada. Se trataba de su nieta Naunet, que yacía muerta en un lecho y ella por más que intentaba traerla a la vida no lo lograba. Cada vez que lo intentaba la castaña era atormentada por los gritos de su nieta, gritos que le desgarraban el alma. La imagen volvió a cambiar y ahora se veía a si misma con su máscara mortifaga hiriendo de muerte a su nieta. Luego le enseñó la desesperación luego de comprender que no podría traerla de regreso y que Bastian tampoco podía. El odio en la mirada de su familia, discusiones y pronto uno a uno fueron dejándola sola, con su culpa y los remordimientos.

Ni siguiera intento comprender o buscar los motivos que la llevaron a realizar aquel acto tan atroz y en todo caso no importaba. La pirámide le estaba intentando dar un mensaje, habían sido dos escenarios con similares resultados, ella sumida en el dolor y la soledad. Entendiendo que a veces las almas no desean volver al mundo de los vivos o que a veces por más empeño que pusiera, es imposible hacerlo. Comprendiendo que los ideales en los que siempre había creído y apoyado no eran los correctos, que tenía que cambiar si no quería que aquel destino lleno de soledad y tristeza se cumpliera.

Llena de impotencia golpeo el espejo con tal fuerza que este se rompió en mil pedazos, pedazos de los cuales empezaron a emerger almas, incontables almas, que la fueron envolviendo, aprisionándola. La castaña estaba anímicamente tan cansada que no hizo el intento de defenderse, aun sabiendo al lugar a donde sería llevada, aun sabiendo que quizá no tendría las fuerzas para regresar.

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Las imágenes cambiaron de una forma en que no era capaz de entender. Los recuerdos estaban, todas las vivencias producto del Portal residían en su memoria como visiones, como realidades que pudieron ser y que nunca llegaron a ser. La cabeza le comenzó a palpitar mientras que parecía que los ojos le iban a salir de las órbitas. Todo dejó de dar vueltas y pudo ver, a lo lejos, el castillo de su familia. Con asombró vio como él y sus hijos se alejaban con la amargura dibujada en el rostro. Con el dolor, con la tristeza. Pero mientras aquella otra versión se alejaba, él se encontraba de pie observando a su esposa.

 

Se le partió el corazón cuando comprendió que era su nieta quien no quería volver. Incluso dentro del dolor un amago de sonrisa apareció en su rostro. Naunet no era cualquier niña, era su nieta, descendiente de los Sacerdotes de Avalón, la pureza era parte de su esencia. Bastian aprendió algo con esa escena: él jamás permitiría que lo revivieran.

 

Observó su antebrazo izquierdo. Aun la carne estaba al descubierto, más la sangre había dejado de caer. Sacudió el brazo completo causando que una gota de sangre se escapara de su cuerpo y golpeara el suelo, en el momento exacto en que Valkyria rompió el espejo. Tuvo la oportunidad de tomar apariencia física cuando sintió que él necesitaba hacer algo, cuando entendió que jugar con la muerte los había unido mucho más de lo que cualquier cosa lo hubiera hecho. Los destrozó, si, pero los unió. Ambos, lo supo entonces, estaban dispuestos a seguir el mismo camino.

 

El agua del ambiente reaccionó ante su pedido. Su naturaleza se hizo presente. Congeló en el tiempo a algunas almas. Más aquella no era su misión, Valkyria debía recomponerse y ser capaz de salir adelante. El anillo lo había ayudado, y él ayudaría a su esposa.

 

—Naunet es fuerte, es ella quien se niega a volver. Es ella quien se niega a que su alma sea contaminada. No te culpes, déjala seguir.

 

Lanzó la daga con que él mismo había roto simbólicamente su vínculo con la marca tenebrosa. La daga se detuvo a milímetros del cuerpo de la bruja.

 

—Creo que ambos queremos lo mismo. Hazlo y luego sálvanos, esas almas en pena comenzarán a moverse nuevamente

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Las almas que salían de los pedazos de espejo roto la iban rodeando como ella fuera un faro de luz y las almas mariposas. Quería libarse de ellas pero el recuerdo de su pequeña nieta muerta, de sus hijos y esposo muertos, la atormentaban y la debilitaban. De rodillas en el piso comprendió entonces las palabras que el Arcano le había dicho en una de sus clases, sobre el amor. La pirámide la estaba poniendo a prueba usando a las únicas personas en el mundo que de verdad le importaban, la estaba debilitando a tal punto que la hiciera desear quedarse en el mundo de las sombras tan solo para poder estar con ellos, estaba reclamando su alma.

¿Quizá era hora de darle a la muerte lo que quería? Se planteó la castaña, sin embargo ese preciso momento todo se quedaba inmóvil. Las almas se permanecieron suspendidas en el aire, dejando así de acercarse a ella. Observó a su alrededor sin comprender lo que estaba sucediendo hasta que la voz de su esposo la hizo girarse ¿Cómo había llegado hasta ella? El Arcano había dicho que debían afrontar la prueba solos, sin embargo ahí estaba, junto a ella como siempre.

Escuchó lo que el peliblanco le decía sobre su nieta y en primera instancia se negó a creerlo, a dejarla seguir como él había dicho, pero luego se dio cuenta de que su nieta hubiera sido sacerdotisa. Cerró los ojos eliminado así la culpa y el dolor que la había llevado hasta ese punto, cuando los abrió nuevamente una daga estaba a tan solo milímetros de ella. La tomó sabiendo perfectamente lo que tenía que hacer y sin dudar por un segundo se hirió en el brazo, justo en el lugar en donde estaba tatuada la marca tenebrosa, rompiendo así para siempre aquel vinculo, jurándose a sí misma que su vida a partir de ese momento sería diferente.

La sangre comenzó a manar de su brazo y pese a sentir dolor, se sintió libre. Levantó la mirada hacia su esposo que la estaba esperando y pese a todo una leve sonrisa se dibujó en sus labios al verlo, sintió la necesidad de correr hacía él y lanzarse en sus brazos, pedirle que la saque de aquella pesadilla. Pero en lugar de eso con su sangre dibujó el símbolo de Hades y se puso en pie, esquivo las almas que a su alrededor seguían detenidas en el tiempo, ya no les tenía miedo.
Recorrió serena el poco espacio que la separaba de su esposo, entrelazo los dedos a los de él y sonrió.

—Te amo… —Jamás había estado tan segura de sus palabras. Amaba con todo su ser a ese mago que había sido capaz de encontrarla incluso en aquel mundo de sombras, a ese mago al que la vida la había unido de forma inimaginable —Vamos a casa… —dijo y al hacerlo el suelo bajo sus pies se cuarteó y comenzó a temblar, el símbolo de Hades brillo en un destello carmesí y la tierra se volvió suave y empezó a absorberlos.

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Durante todo el tiempo que habían pasado los aprendices dentro del Portal, Báleyr había estado pendiente de cada uno de sus movimientos, pensamientos y actos. Bastian le había parecido quizá uno de los más preparados para la prueba pero al momento de observarlo, se dio cuenta que la fortaleza del mago iba más allá de lo que el Arcano había pensado. No era ni tan serio ni tan frío, mucho menos alguien que disfrutase con todas las cosas que había hecho en su vida. Vlakyria, por otro lado, tenía una esencia más humana de la que mostraba al resto del mundo y eso le dio la pauta al Tuerto de que esa mujer quizás, fuera una de las que mejor podría llegar a interpretar la Nigromancia. Juntos, ambos Karkarov eran uno solo, más poderosos de lo que él se había imaginado. Luego estaba Mei, quien aún se encontraba en el principio de la prueba y a quién esperaría, pues estaba seguro de que ella llegaría al final.

 

Báleyr golpeó el bastón en el suelo tres veces y las imágenes que el Portal mostraba tanto a Valkyria como a Bastian comenzaron a sacudirse, de modo que el piso bajo sus pies se tambaleó ligeramente y comenzó a agrietarse. Ambos magos salieron del portal totalmente sanos, no luciendo ninguna de las heridas que podrían haber sufrido dentro del portal. Quizás estarían cansados mentalmente y también, quizás, preocupados por las cosas que hubieran hecho o las decisiones que fueran a tomar, pero eso ya no era incumbencia del Arcano, quien había cumplido con su parte para con la Universidad: entrenar magos en el arte de la Nigromancia. La forma en que emplearan la habilidad a partir de aquel momento era su decisión y, aunque él iba a estar vinculado con ellos de por vida, no iba a intervenir ya más.

 

—Están listos— dijo, sin gruñir por una vez desde que los había conocido. Hubiera demostrado orgullo por ellos si no fuera porque prefería no hacerlo; dejarles ver eso quizá lo haría sentirse débil.—A partir de ahora quedan totalmente vinculados al Aro de la Nigromancia y deberán portar el anillo y utilizar esta habilidad a conciencia, sabiendo que sus actos pueden tener terribles repercusiones en el mundo que habitan. Toda decisión que tomen a partir de ahora deben pensarla a conciencia. La nigromancia es egoísta, fría, unilateral; úsenla con cuidado. Los estaré observando—y él no estaba acostumbrado a advertir a sus aprendices pero pensaba que no estaría de más ya que había visto el corazón que podían ponerle a sus decisiones.

 

Su propio anillo de Nigromancia emitió un tintineo de luz oscura que envolvió por un momento la habitación y a las tres personas que se encontraban allí. Entonces, los anillos de Bastian y Valkyria comenzaron a adquirir lentamente la misma tonalidad oscura hasta que el símbolo de la habilidad se marcó en ellos para siempre. Ya eran los dos Nigromantes. Asintió una vez a cada uno, mirándolos por un momento con su ojo celeste antes de volver la vista al Portal y esperar a Mei.

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—Yo también te amo. Te amo desde antes de que te conociera y te amaré por el resto de mis días —dijo Bastian ante el sorpresivo anuncio de su esposa.

 

El suelo comenzó a temblar y las imágenes comenzaron a desmoronarse. En primer lugar el suelo los absorbió, los atrajo hasta las profundidades. Luego, aún teniendo la capacidad de ver lo que sucedía, las paredes se derrumbaron levantando una nube de polvo que irritó sus ojos.

 

Cuando finalmente pudo ver algo más que oscuridad se hubo de pie, junto a Valkyria, entre el Tuerto y el Portal. No hizo falta escuchar las palabras del Arcano, sintió -incluso antes de ver los cambios de su aniño- como se creaba un vínculo entre su alma y la Nigromancia. Adquirió un poder que, se prometió, lo utilizaría solamente en casos extremos. Era una magia poderosa pero detestable, una magia que debía tratarse con temor y con respeto.

 

Observó el anillo. No solo el símbolo de la habilidad estaba a la visto, sino que la esencia de su propia alma se había impregnado al aro. Se podía, tal como en su anillo de animagia, una pequeña pata de de tigre.

 

—Ha sido un honor aprender de usted, Maese —dijo el Warlock haciendo una reverencia al Nigromante.

 

El brazo aún dolía, pero era un dolor que no le importaba sentir. Era una decisión que cambiaría su vida para siempre, era finalmente libre de hacer lo que realmente sentía, libre de luchar por lo que de verdad su corazón creía. Fue por elección propia, lo supo, que la herida no desapareció en cuanto volvió a la realidad.

 

Caminaron fuera de la pirámide y se perdieron de vista.

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Caía… o tal vez subía, no estaba realmente segura de lo que sucedía con ella. Estaba en un estado de ingravidez tal que no era consciente de qué era el arriba o el abajo, y mucho menos, del tiempo. Había soltado el alma que se había llevado con ella, aunque en ningún momento se había centrado en verla realmente, pero sabía que se hallaba a una distancia no muy lejana a ella. Aquel sacrificio que había hecho, daba vueltas en su mente, no se arrepentía, lo habría hecho una y otra vez si con ello lograba salvar a su esposo y probablemente a mucha gente más. Ese ser era tan extraño como temible, nunca había conocido a alguien así, y sabía que aquellos sacerdotes del Clan Roble de Fuego que había matado no eran los primeros, ni serían los únicos.

 

Cerró los ojos un momento. Estando así, tan presente y ausente al mismo tiempo, su mente volaba por todos sus recuerdos en vida, dándole una perspectiva totalmente diferente a la que había podido apreciar antes. Entonces, tanto miedo a morir y dejar desamparados a sus hijos, solo a su esposo y desamparada a toda su familia, ¿para que luego se ofreciera ella misma a morir? Un recuerdo en concreto luchaba por colarse en su mente, pero no lograba visualizarlo, aunque sospechaba levemente de qué se trataba. Habría jurado que le había confesado a alguien un deseo macabro al cual no habría temido caer: conseguir que alguien pudiese revivirla, regresarla de entre los muertos si era necesario. El motivo era más sencillo de lo que muchos hubiesen especulado, y es que no deseaba dejar huérfanos a los gemelos, ya habían sufrido suficiente con el hecho de no tener un padre biológico que los amara y el futuro porvenir que les esperaba, lo había sabido al enterarse de que tanto Henry como Luna habían viajado hasta ese tiempo, su tiempo, para cumplir alguna misión. Pero allí estaba, a punto de tocar con sus fantasmales pies la tierra de los muertos, el reino de Hades en todo su esplendor, donde por primera vez, estaría allí sin ser una intrusa.

 

Pero…

 

Una calidez la embargó por completo, como si alguien estuviese abrazándola, y regalándole un bienestar que nunca hubiese imaginado. Abrió los ojos, notando entonces que, a diferencia de antes, iba en dirección contraria, como si se elevara… sí, iba en otra dirección, la ingravidez no era problema a ese momento. ¿Acaso estaba escapando de la muerte? Se giró para observar a quien se había llevado con ella.

 

Lo que vio la perturbó. No era un alma humana, no era nada que pudiese describir en palabras, sólo… él, ¿tal vez se trataría un demonio en estado puro? O tal vez, algo incluso mucho peor…

 

Buen viaje, my lady – oyó que le decía – nos reencontraremos luego, espérame entre los vivos…

 

Pero te maté…

 

El Inframundo sólo es un lugar de paseo para mí, nunca permanezco por demasiado tiempo, tal vez, sólo tal vez con tu muerte habrías realizado un conjuro para sellarme y confinarme aquí. Pero el est****o de tu enamorado acaba de desperdiciar la oportunidad – hizo un breve silencio, para luego agregar en un tono más meloso: –. Disfruta de la paz pasajera de la que gozarás.

 

Abrió la boca, no muy segura de lo que diría, pero entonces, todo se tornó negro. Todo cayó muy repentinamente sobre ella, como si los cinco sentidos hubiesen reaccionado al mismo tiempo. La tierra, bajo ella, la hierba seca, el fuerte olor a hierro y otros metales que delataba la sangre que debía abundar. Los ruidos, en otro tiempo, la habrían aturdido, pero aquel lugar estaba prácticamente en silencio, sólo se oía el compás de una respiración irregular, además de la suya propia.

 

Me reviviste… después de lo que hice.

 

Parpadeaba rápidamente, tratando de abrir los ojos al completo. Luca la abrazaba, respirando entrecortadamente y con un rostro que delataba que de seguro había dejado escapar algunas lágrimas mientras ella había estado inconsciente. La observó, aunque de una forma que no supo interpretarlo.

 

Te salvé. No alcanzaste a morir. Jamás dejaría que lo hicieses – el desasosiego dio paso a la turbación al hallar en Mei un aura oscura –. Hay algo raro en ti y no soy capaz de definir que es, desde esa vez… – la observó detenidamente unos segundos, para después y dejándose llevar por el amor que sentía hacia su esposa, acallar toda duda palpable e ingresar a la mayor fuente de datos conocida; el liquido vital.

 

Mordió con alevosía el cuello de la paladín, acallando con una caricia el dolor que sus dientes le habían producido, a fin de cuentas aún se encontraba débil. Estaba segura de que lograría ver toda la verdad, aunque dudaba de que ella pudiese lograrlo. Algo bloqueaba todos sus recuerdos anteriores a encontrarse frente a la ventana destrozada del castillo.

 

Lo dejó beber de su sangre, como siempre lo había hecho, pues, ni aunque hubiese querido evitarlo lo habría conseguido. Pero repentinamente abrió los ojos cuando el pánico comenzó a extenderse por su cuerpo, el cual le había enviado un mensaje. No sabía cómo, ni cuándo, y mucho menos cómo es que lo sabía, pero casi de inmediato se percató de ello, el hecho de que el Van Halen sintiera su aura y energía cambiada no se debía a algo emocional, sino a los efectos de haber estado con aquel ser… El momento en el que había posado sus labios sobre su cuello, ¿acaso había realizado algún tipo de magia? ¿O había sido antes?

 

El alarido de dolor que emitió rompió el silencio de todos los alrededores, ahuyentando a los cuervos que se habían posado sobre el castillo de un momento a otro. Su sangre envenenada no tardó en hacer efecto sobre el medio vampiro, haciéndolo caer de espaldas al suelo y comenzar a convulsionar entre gritos y gruñidos.

 

Se arrodilló y acercó lo más rápido que pudo, totalmente aterrorizada. Estaba muriendo, lo sabía, aquel… ¡él se lo estaba llevando! Pero, ¿qué podía hacer? ¡¿qué podía hacer?!

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Una turbación en la sala de las puertas de la habilidad hizo que Báleyr cerrara los ojos con fuerza. Sus aspirantes aprobados y, ahora, un par de nigromantes, habían salido ya de allí pero él seguía esperando a que Mei lo hiciera también, convencido de que había hecho bien en llevar a esos tres a realizar la prueba. Mei misma le había pedido antes de meterse dentro del portal que, si ella moría, él la trajera a la vida pero no había nada en El Tuerto, ningún sentimiento, que le dijera que debía hacer eso. ¿Acaso Mei pensaba que iba a morir dentro del portal antes de realizar la prueba con éxito? Eso sólo había ocurrido contadas veces en las que los aspirantes no poseían la fuerza suficiente para sobrepasar sus propios límites, pero sospechaba que eso no iba a ocurrirle a la joven.

 

La vio arrodillada junto al cuerpo convulso de quien sospechaba, era su amor (o marido o amante, daba igual). Podía ver con claridad toda la escena de lo que había sucedido, siendo Mei controlada por una especie de demonio y, luego llevada a cometer actos atroces para su alma pura. Ah... los jóvenes eran tan enamoradizos, tan volubles, que no sabían cuándo decir "listo", cuando darse por vencidos. No que aquello le molestara. De hecho, si alguien que decidía tomar la habilidad que él impartía se daba por vencido, probablemente no volvería a dejarlo pasar a su casa para aprender de él.

 

Puso una mano sobre el hombro de Mei, una mano que ella no vio pero sí sintió, como si una fuerza sobrenatural le diera la pauta de lo que debía hacer a continuación. "Déjale ir", decía la voz, pero no era precisamente que él comandara que ella debía hacerlo, claro estaba. La decisión egoísta de Mei de salvar a su amor era un acto en el que él no podría intervenir por completo, porque el mundo del portal ahora pertenecía completamente a Mei y ella era la única que podía marcar su camino. ¿Acaso ella se daría cuenta que no podía salvar a todos? Su acto de sacrificio no había salido como ella esperaba, ¿estaría dispuesta a dar algo más de sí misma para volver a Luca a la vida de una muerte segura por envenenamiento? No había muchas formas de salvar a un vampiro, puesto que ya de por sí no era un ser que estuviera vivo.

 

Báleyr mantuvo su mano allí, esperando. Mei sabría qué debía hacer.

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El pánico ante la idea de perder a Luca la había paralizado, apenas unos segundos, no había llegado al minuto siquiera, pero a pesar de ello, sólo eso bastó para que un nuevo alarido se escapara de los labios del rumano y, luego de eso, caer totalmente inmóvil al suelo. Reaccionó entonces, al sentir como si una brisa fría hubiese rosado su mejilla, pero eso era imposible, pues el ambiente estaba tan en calma que parecía antinatural.

 

No, por favor… – susurró, recuperando el habla al fin y agarrando fuertemente la camisa del cuerpo inerte del hombre – no, por favor, todo menos esto, ¡no!

 

Lo sacudió, intentando que éste reaccionara, que diera alguna señal de vida, que abriera los ojos y que se burlara de ella en su cara, una burla por creerla tan ingenua de pensar que él podría morir, una broma de muy mal gusto que la haría enojar, pero que terminaría por perdonárselo, a fin de cuentas él estaría bien. Pero por más que lo zarandeara cada vez con más fuerza, nada sucedió.

 

¡NO!

 

Terminó por soltarlo, dejando que volviese a quedar inmóvil. Las lágrimas acudieron inmediatamente ante el dolor que su corazón estaba sintiendo, demostrándolo de forma física, y dejando en claro que era uno muy grande. Incluso podía sentir cómo literalmente le dolía aquel órgano vital, ¿es que era posible acaso sentir tanto padecimiento? Lloró, sin saber qué hacer, sintiéndose más culpable que nunca en su vida, a fin de cuentas, las personas que más amaba siempre terminaban por morir por culpa de ella, su padre, Luca…

 

Sintió un inesperado toque en su hombro, como si de una mano se tratara, un gesto de consuelo y ánimo por aquella situación, pero no vio nada. «Déjale ir.»

 

¿Qué? ¿Dejarle ir? ¿Es que acaso era una posibilidad aquella? Teniendo en cuenta de que nada podía hacer, era tal vez lo más inminente.

 

«Los vampiros no están muertos, pero tampoco están vivos.» No sabía dónde había escuchado aquella frase, pero sabía que era algo contundente, que sólo podía darle un nuevo ímpetu a su llanto desconsolado, pues ¿acaso podía revivirse a alguien que ni siquiera estaba vivo? Aún a pesar de estar dispuesta a darlo todo por el bien de su amado y sus hijos, al parecer nada de ello era útil, pues ¿regresar a alguien de la muerte era posible aún en el caso más idóneo?

 

Ni…

 

Pero ella… había hecho algo, anteriormente, había logrado algo de lo que no era consciente de saber.

 

Nig…

 

Había logrado algo que nunca lo hubiese imaginado. No estaba muy segura de ello, pero si lo había hecho una vez, ¿por qué no dos?

 

«Los vampiros no están muertos, pero tampoco están vivos.»

 

Su llanto se detuvo, aunque dejó la cabeza abajo, mirando al suelo. Los vampiros eran algo realmente muy raros, muy peculiares en un mundo lleno de misterios, pero había aún cosas más curiosas y extrañas de las cuales aún probablemente no se había explorado. «Los vampiros no están muertos, pero tampoco están vivos.»

 

Luca estaba vivo, y ahora está realmente muerto. Luca no era un vampiro al completo… solo una parte de él. Estaba vivo, y poseía un alma.

 

Nigromancia.

 

Sí, eso era lo que había logrado efectuar anteriormente, magia de nigromantes, no sabía cómo, ni por qué sabía usarla, sólo sabía que si había sido capaz de utilizarla para intentar matar a alguien, podría hacerlo para regresar alguien a la vida. Y Luca había estado vivo, él poseía un alma, lo sabía, pues, a fin de cuentas, el Van Halen había tenido un vínculo con la madre tierra. Ella era la confirmación.

 

Aún sentada en el suelo sobre sus propias piernas, apoyó las palmas de sus manos sobre la tierra, tratando de encontrar algo que pudiese proporcionarle energía, absorberla como la paladín que era y volver a recuperar la fuerza y vitalidad de la que haría acopio a la hora de intentar lo que sea que intentara. No me rendiré tan fácil, puedo lograrlo no sabía a quién le hablaba, pero lo hacía en respuesta de aquella voz. Se quitó el calzado que había mantenido hasta el momento, dejando que sus pies tocaran directamente el suelo para hacer contacto directo con el mismo y poder abastecerse constantemente de energía si era necesario. Se puso en pie, y sacó su varita.

 

Finite Incantatem, Episkey, Episkey.

 

Comenzó a realizar magia para intentar curar las heridas de su cuerpo que habían ido apareciendo progresivamente en cuanto el veneno había entrado a su sistema. Los cortes y hematomas sanaban rápidamente, pero aun a pesar de ello había un problema con el que debía lidiar, y no estaba segura del cómo: el veneno. Estaba más que segura que no se trataba de uno cualquiera, tal vez nada conocido.

 

De pronto, sus pensamientos se vieron interrumpidos al ver cómo el agua del lago que se hallaba a unos pocos metros de donde se hallaban cobraba vida, elevándose en el aire y dirigiéndose una columna hacia donde estaba el cuerpo del hombre. Acto seguido, el viento comenzó a correr, envolviéndolos a ambos mientras el agua hacía lo suyo bañando una y otra vez al otro, y ella terminaba sus curaciones.

 

No pudo evitar sentir que la madre tierra estaba haciendo lo que tenía a su alcance para ayudarla, lo sabía porque aquella misma reacción había visto en los elementos ese día en el cual ambos contrajeron matrimonio. Pero aún faltaban dos elementos más, el fuego, el cual parecía estar ausente, y el que ella misma debía aportar.

 

Volvió a mirar al suelo, esta vez con la varita apuntando al mismo y, con mucho esmero, dibujó un casco sobre la tierra, a la vez que su boca comenzaba a pronunciar un suave cántico irreconocible. Sintió su dedo meñique arder, como si algo en él le indicara que estaba haciendo lo correcto, y en cuanto aquella puerta doble reapareció, esta vez cerrada, levantó la varita ahora a ella, dibujando un rayo, su símbolo, algo que la representaba desde lo que era, hasta lo que era capaz de hacer.

 

Zeus, dame tu bendición – susurró –. Y protégeme.

 

Estaba casi segura de haber pronunciado aquellas dos palabras anteriormente, pero no lo pensó demasiado, pues la puerta se abría ante ella y le daba acceso a un mundo totalmente distinto al que su cuerpo permaneció, aún dando un canto en griego antiguo, palabra por palabra, para dar comienzo con su intento de revivir a su ser amado.

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El Portal susurró en su oído y Báleyr soltó el hombro de Mei, aunque ella aún podía sentirlo.

 

—No he intervenido— dijo a nadie en especial, mientras el mismo viento que se había elevado dentro del Portal lo hacía ahora en la sala donde él se encontraba. El Tuerto hizo una mueca, complacido y la cicatriz que surcaba su rostro se arrugó y le confirió un aire de ferocidad demasiado elevado para lo anciano que era.—Ella ya sabía lo que debía hacer. No necesita ayuda— agregó, de nuevo hacia nadie, porque allí estaba él solo. ¿O no lo estaba?

 

Los Arcanos no podían atravesar el Portal una vez hubieran hecho su propia prueba para obtener su Aro de Habilidad, era algo que la Pirámide les impedía hacer aunque no sabían exactamente por qué. Cada vez que algún aspirante tomaba la prueba, el Arcano se quedaba en la sala de los portales y esperaba, ansioso, a que su aprendiz saliera para poder darles el "aprobado" o mandarlos a casa. Sólo podían verlos y escucharlos debido al anillo que les daban antes de entrar pero tenían prohibido intervenir en sus decisiones. Además de eso, Báleyr no era de los que ayudaban a sus alumnos. Si ellos no podían solos con sus pruebas, pues mejor que se fueran.

 

Aún así, todos los Arcanos solían usar sus poderes extrasensoriales para demostrarles a sus aprendices que ellos estaban allí. No sabían que estaban tomando una prueba, su mente no les dejaba reconocer el falso escenario y todo les parecería real y absoluto, pero ellos eran los encargados de velar por su seguridad y Báleyr se aseguraba de que si Mei no pasaba la prueba, al menos saliera con vida y más o menos cuerda de allí.

 

—Adelante, jovencita— murmuró, viendo lo que Mei intentaba hacer con el cuerpo de Luca.

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El Inframundo no era como lo había visto antes. O bueno, mejor dicho, no había alcanzado a verlo, pues la imagen que ahora se le presentaba del mismo, era totalmente distinto a lo que había sentido antes. Anteriormente todo había sido negro, sólo veía a aquel ser que se había llevado con ella, pero ahora, en ese momento, vio algo que era entre lúgubre y misterioso, frío y cálido al mismo tiempo, era como si dos mundos pudiesen convivir tranquilamente en aquel lugar, un remanso de paz y otro donde el dolor y el castigo eran primordial.

 

Tratando de no distraerse, caminó, buscando el alma correspondiente a Luca entre el mar de ánimas que se movían de forma errática por doquier. ¿Cuánto tiempo estuvo dando vueltas por allí? No estaba segura, pero sabía que no le era posible quedarse una eternidad allí, era una intrusa y tarde o temprano saldría, por voluntad propia o no. Pasó de un lugar a otro, mirando de aquí allá sin decir nada, hasta que la ansiedad pudo más con ella y comenzó a llamarlo por su nombre. Hasta que llegó a una nueva parte la cual no se había atrevido a andar, pues algo la había repelido.

 

Se hizo espacio a la fuerza entre las almas, pues parecía actuar casi como una barrera, hasta que lo encontró. No era lo que hubiese esperado, por alguna razón sentía que aquello iba mucho más de lo que alguna vez hubiese intentado. En aquel espacio sólo se encontraba el alma del Van Halen, las demás estaban alejadas de él casi en un círculo perfecto, como si huyeran de él. Se hallaba arrodillado y con la cabeza mirando abajo.

 

–«¡Luca!» – pero no reaccionó a su llamado, lo cual le preocupó.

 

Desde el otro lado, podía sentir cómo su cántico había cambiado a uno nuevo, uno el cual casi sonaba persuasivo. Consciente de ello, dio un paso al frente para dirigirse hasta donde se hallaba, pero entonces fue en ese momento donde notó algo que realmente la descolocó: el fuego, el elemento que había estado ausente hasta el momento y el cual creyó que no intervenía, en realidad sí lo estaba haciendo, aunque de una forma que no esperaba, pues si el alma del rumano se encontraba sentado en el suelo era porque tenía tanto las muñecas como tobillos sujetos por lazos de fuego, como aprisionándolo allí. ¿Acaso eso significaba que habría una oposición de parte de aquel elemento? Eso lo hacía más difícil, pues sabía que no era la madre tierra quien estaba jugando aquel papel. Era otro dios, alguien más.

 

¿Cómo es posible? Todo aquello fue obra de aquel ser, Hades no podría estar interviniendo… ¿verdad?

 

Dio un paso más en dirección a él, y sintió que algo se agitaba a su alrededor. El siguiente paso fue el que confirmó sus peores temores. Inmediatamente, todas las almas que se habían mantenido alejadas, reaccionaron al mismo tiempo y se lanzaron contra ella en una forma de ataque que, aunque no fue físico, sintió que su cuerpo en el mundo de los vivos sufría heridas reales. Retrocedió, tanto su cuerpo como su alma aun a pesar de hallarse separados con magia, pero trató de resistir.

 

–«¿Acaso no quieres venir? ¿Realmente quieres quedarte aquí?» – sabía que el método de persuasión no iba a servir de mucho con tantas trabas que había allí, pero de todas formas deseaba hablarle.

 

–«¿De verdad se te ocurre que quisiera quedarme?»

 

La respuesta llegó, baja, pero segura, aunque no pudo verle, pues ahora el tumulto de almas se había posicionado frente a él para impedirle el paso a la castaña. Hizo una mueca, ¿con que esas habían? Era difícil, como todo lo que habían tenido que atravesar, pero había algo que la empujaba a seguir; no era únicamente el amor desmedido que sentía por él, sino el hecho de saber que estaba retenido allí contra lo que el destino mismo había dictado, y es que aún no era su hora.

 

–«Sé que no, pero si no me respondes…»

 

Miró sin ver realmente a las almas que le hacían de barrera, no parecían particularmente alegres de verla allí, incluso creyó sentir un aura de maldad alrededor de algunas. No había demasiado por hacer, sino intentar alejarlas, mantenerlas a raya, aunque no sería tarea fácil, no eran sus dominios, el lugar era reinado por una deidad la cual tenía control absoluto sobre todo. Sintió que su cuerpo absorbía toda la energía próxima a ella en un intento de poder seguir manteniéndose en aquel trace, y sin saber cómo, aunque dándose una idea, su alma comenzó a hacer el trabajo. Esta vez no se trataba de un canto, sino de una seguidilla de palabras en un griego casi perfecto, su tono era agresivo, dirigiendo el rostro a cada una de las almas. Poco a poco comenzaron a retroceder, aunque poco a poco, y sus energías iban mermando más rápido de lo que esperaba.

 

«Me ti dýnami tou nekromanteío Dáskalos pou mou édose kai káto apó ti mageía ton archaíon grimoires , sas parangelía, psychés pou anachoroún den échoun kanéna dikaíoma na parémvei, meínete makriá apó edó; kathíkon tous sti zoí eínai páno kai oi nekroí den chreiázetai na spásei se gíines ypothéseis. Egó, Mei Black Delacour, boró na apaitísoume kai diétaxe na min mou plisiásei í na paremvaínei me tin epicheírisí mou.»

(Con el poder de la Nigromancia que el Maestro me ha otorgado y bajo la magia de los antiguos grimorios, les ordeno, almas, que se aparten, no tienen derecho a intervenir, alejaos de aquí; su deber en vida ha acabado y muertos no tienen por qué irrumpir en los asuntos terrenales. Yo, Mei Black Delacour, les exijo y ordeno que no se acerquen a mí, ni interfieran en mis asuntos.)

 

Sus palabras, fuertes y clara, alejaron a las almas de un golpe, como si de una onda expansiva se tratara, las cuales se retiraron, seguida de cerca de aquellas que habían permanecido próximas para intervenir.

 

Se agachó, realmente cansada. Un recuerdo llegó inesperadamente, uno en donde se veía a ella misma ojeando las páginas de un viejo grimorio en una mazmorra en compañía de tres personas más, entendiendo que allí había encontrado la magia que acababa de utilizar. Meneó la cabeza y volvió a ponerse en pie para dirigirse hasta Luca al fin y pensar en el siguiente problema: las cuerdas de fuego. Pero antes de que alcanzara a llegar, sintió que algo vibraba bajo sus pies y entonces, una mano de fuego azul surgió por debajo del Van Halen, soltándolo de sus cuerdas, pero a la vez, sujetándolo en el puño, como si el mismo poseyera vida propia.

 

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Se trataba ni más ni menos que del mismísimo dios Hades. Esta vez estaba interviniendo de forma directa, ya cansado de la cantidad de intromisiones que había tenido a lo largo de un tiempo con algunos intrusos. Había tenido suerte en no cruzárselo anteriormente, lo sabía perfectamente, alguien la había ayudado una vez incluso, pero en esta ocasión era totalmente distinto. Debía enfrentarse a él para conseguir su objetivo.

 

De pronto, otra mano salió desde el suelo, justo frente a ella y con una rapidez inimaginable se dirigió a ella. Sólo tuvo tiempo a levantar una mano, pero de nada podía servir. Sintió cómo el fuego la quemaba, lo sintió literal, de haber estado conectada con su cuerpo lo habría comprobado de forma directa, pero y aunque sufrió quemaduras de gravedad y ya sus fuerzas iban mermando al punto de que su recipiente cayó sentada al suelo, algo sucedió. La mano se había apartado luego de tocarla, y de que un brillo emanara de la palma de su propia mano.

 

La luz, permaneció allí, por lo que rápidamente intentó ver de qué se trataba. En su palma, había aparecido un signo que ya conocía, uno en forma de rayo que se hizo cada vez más complejo, y hasta habría jurado que alcanzaba a distinguir el nombre de un dios, aquel que le estaba proporcionando protección. ¿Acaso había sucedido realmente? ¿Al fin había logrado tener la bendición completa de su dios protector para aquello? Sólo había una forma de saberlo.

 

Se levantó, levantando la mano y volviendo a recitar unas palabras, esta vez ninguna que hubiese escuchado o leído, sino, unas que parecían serle susurradas en un oído. Una oración al dios supremo del Olimpo, y al instante siguiente, la luz de su mano se extendió a la otra y desde ambas, aparecieron dos rayos, similares a los cuales el mismo Zeus usaba como arma. Sin dudarlo, lanzó el primero hacia la mano que había intentado atacarla. El golpe produjo al impacto que estuvo a punto de salir despedida hacia atrás y alejó al resto de almas aún más lejos de donde ya se hallaban. Y para cuando volvió a ver, ya nada había allí, ni rayo, ni mano.

 

Esta vez, dirigió su segundo rayo hasta la otra mano que sujetaba a Luca, la cual intentó usar al alma que tenía presa como escudo, pero fue inútil, pues el rayo la atravesó, sin hacerle daño siquiera. Luego de que la onda expansiva del golpe se disipara, corrió rápidamente hasta encontrarlo, tendido en el suelo, pero levantándose poco a poco.

 

–«Debo saberlo, debes decírmelo» – le dijo, extendiéndole una mano – «¿Quieres regresar?»

 

–«Quiero estar donde tu estés, pero recuerda que nos necesitan.»

 

–«Sí, es cierto»

 

Sonrió, por primera vez en mucho tiempo y aún a pesar de sentir las lágrimas bajar por sus mejillas; el Van Halen le dio la mano y, tomándosela fuertemente, lo llevó con ella hasta el mundo de los vivos una vez más.

 

 

 

La vuelta fue mucho más dolorosa de lo que nunca hubiese pensado. Su cuerpo temblaba fuertemente, eso sumado a las sacudidas debido a la tos convulsa que le había dado, al punto de que incluso vio cómo lanzaba un poco de sangre al suelo, pero una vez que se calmó, hizo caso omiso, sabiendo que era culpa suya a fin de cuentas. Había permanecido demasiado tiempo en el inframundo, más de lo normal, e incluso se había tenido que enfrentar al mismísimo Hades, desafiando demasiado al dios y abusando de su suerte. Era consciente de que debería evitar el adentrarse allí por un tiempo, por lo menos hasta que la probable ira del dios mermase un poco.

 

Se acercó a rastras hasta el cuerpo de Luca, el cual se retorcía de dolor aún, pero al cabo de unos pocos minutos, vio cómo se calmaba y respiraba más tranquilamente. Lo había logrado, con mucha suerte y ayuda, era consciente de ello, una ayuda que nunca creyó poseer, lo cual le replanteaba muchas dudas en su mente. ¿Realmente había hecho lo correcto? Cegada por el dolor, se había lanzado en un rescate casi suicida hacia su amado, pero ahora que su mente estaba más despejada daba más vueltas sobre el asunto.

 

No podía hacer aquello cada vez que quisiera, la Nigromancia era compleja y no podía ser llevada sólo por sentimientos del momento. Sí, un día tendría que aceptarlo, con todo el dolor de su alma, que no podía intentar revivir a todas las personas que amaban si morían. El curso de la vida era así, y debía aprender a respetarlo. Tarde o temprano lo haría, en aquella ocasión había sido muy imprudente, pero había aprendido de ello. Aquel día no lo había aceptado, pero cuando el real momento de Luca llegara, lo aceptaría, con todo el dolor de su alma, pero lo dejaría descansar en paz.

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