Nadie que soliera visitar aquel Parque entendería lo sucedido. Era un lugar de lo más tranquilo, tal vez uno de los pocos focos de paz de la zona, un trozo de historia perdida y petrificada en el tiempo. Los parroquianos solían pasar las horas perdidas en su interior, sorprendiéndose cuando la luz se apagaba y las estrellas asomaban tímidamente en el manto oscuro de la noche.

 

Por ello, cuando se descubrió el cadáver de aquel vagabundo escondido entre la hojarasca que se arremolinaba contra el muro norte del palacete en ruinas, los usuales murmuraron que el tiempo debía haber acabado por atraparlo y el frío del duro invierno había hecho el resto. Esperaban que Berto, el guardián de la finca, al que se le veía renquear cuando menos te lo esperabas, arrastrando su pierna torcida por un accidente en una guerra olvidada, apareciera en el estanco al lado del

, pidiera una copa "

" y les contara que conocía al difunto, "

" de los que a menudo hablaba.

 

Sin embargo, fue la dueña de la terrazita del lado norte (aquella que daba al

) la que corrió la voz de lo inusual del suceso. Sentada en una de las blancas sillas y con los pies hinchados por la edad y el duro trabajo que había maltratado su cuerpo, mirando hacia el horizonte de árboles frondosos a la otra orilla del bosque, había susurrado un:

 

--

 

Los contertualianos, habituados a las excentricidades de la vieja dama, a sus palabras mal articuladas por una dentadura mellada y por el exceso de bebida con la que también combatía el frío, no le dieron fidelidad alguna a su versión de los hechos. Siguieron jugando a las cartas entre ellos, al ajedrez otros, bebiendo cerveza los que no encontraban diversión en los juegos de equipos... Pero todos, en algún momento de la tarde, echaron miradas furtivas a los árboles, y más de uno afirmó más tarde a la policía que se movían, como si hablaran, a pesar de que no corría ni una ráfaga de aire.

 

Fue cuando recordaron que aquel parque, recinto de paz y tranquilidad, propiedad inicialmente de los tatarabuelos de Berto, proveniente de una familia acomodada venida a menos, había sido llamado inicialmente

, debido a los cadáveres encontrados a principios del siglo XX.

 

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-- expresaba su malestar el Alcalde del lugar. Aquellos asesinatos habían tenido una terrible consecuencia económica en el pueblo que, cien años después, aún sufría. --

 

Calló, algo avergonzado por usar aquella alegoría bíblica. Aquel día, todos desaparecieron del parque antes que anocheciera.

 

Y como si se tratara de una venganza divina por sus palabras, el cadáver del Alcalde fue encontrado dentro del pequeño almacén de la dueña de la terrazita. Cuando se la llevaron a Comisaria para presentar declaración, la mujer apenas murmuró un "

".

 

Y los parroquianos la creyeron. Ya había dos muertos, quedaban cuatro más antes que la tranquilidad volviera al pueblo de nuevo.