La mujer se sujetó el sombrerito de paja con la mano derecha y puso la otra en la frente, en un burdo intento de hacer parasol sobre sus ojos. Juraría que había visto una sombra en el agua. ¿Habría tiburones en aquel lugar? La Agencia de Viajes le había prometido que no había ningún ejemplar de escualos en aquella hermosa playa.
Entonces... ¿Qué era esa sombra que...? ¡Oh! Ya no la veía. Suspiró y se bajó las gafas de Ralph Lauren, que le habían costado un ojo de la cara (casi literalmente) y caminó de forma altiva hacia la tumbona blanca que el hotel de cinco estrellas tenía dispuestas entre las palmeras. Odiaba aquello. Se suponía que iban a ser una vacaciones maravillosas, bebidas, lujo y, si se terciaba, algo de sexo en su insípida vida. ¿Y qué se había encontrado?
Aburrimiento.
Burdo aburrimiento en aquella playa paradisíaca de una isla perdida en el Pacífico.
Aburrimiento.
Se había convertido en una sucesión de días calurosos, arena, lectura de libros que había comprado en la librería del aeropuerto antes de subir al avion, mucho alcohol que entraba en la tarifa de sus vacaciones pagadas, mucho lujo en un hotel en el que fallaba el aire acondicionado y en el que la piscina carecía de salvavidas, y... ¿hombres? Vamos, allá había menos de eso que en la oficina del supermercado en el que trabajaba seis días a la semana.
Frustración.
Sólo había una pareja de recién casados, un grupo de personas mayores de 70 años que destrozaban la tranquilidad del rincón paradisíaco con sus ejercicios de gimnasia matutita y los grititos de la Animadora que les intentaba despertar esos músculos flácidos. También un matrimonio hastiado con un hijo de tres años que abandonaban en la arena mientras se peleaban en la barra, entre caipirinhas y piña coladas. Las hamacas permanecían vacías a su alrededor y a ella se le pasaba el tiempo sin haber disfrutado de aquellos días cálidos y noches largas con las que había soñado al contratar su viaje.
Volvió a suspirar y se puso el libro, un tocho infumable sobre un ruso y una hindú enamorados en un tren que cruzaba un paisaje helado, sobre las rodillas. Se sumergió brevemente en la lectura hasta que los gritos del niño maleducado interrumpieron los bostezos que intentaba disimular. Señalaba algo en el agua.
Volvió a ponerse la mano sobre los ojos, intentando ver lo que pasaba. Encima hablaban en otro idioma. ¿Por qué hablaban en inglés en una isla de habla española?
--
It's a hand!
-- No, it is a fisherman's glove.
Vaya... Ni un atisbo de aventura. Miró hacia la barra vacía... Necesitaba un "
Elefante Rosa
", con mucho ron, que le animara a entablar conversación con los de la Tercera Edad, con los únicos que se podía hablar a aquellas horas de la mañana.
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