El lugar estaba abarrotado de gente. Era usual en los días que la famosa Video Club Renting House of Dalilah hacía sus ofertas especiales. Los primeros clientes tenían acceso privilegiado a la Sala de Visionado donde siempre había trailers sobre films en rodaje o en espera de montaje, entrevistas a Directores famosos o guionistas célebres que firmaban autógrafos, o cualquier otro atractivo que cualquier amante del Séptimo Arte no podía desaprovechar. Por ello, era habitual que cada final de mes coincidieran en el Video Club críticos de cine de revistas especializadas junto a padres arrastrados por chicos aún púbers que no querían perderse alguna primicia de un film esperado con ansia. Ese día, los dependientes soportaban tal avalancha de gente que, a pesar de las diferentes y abundantes ofertas por secciones en video, en Merchandising, en libros, en todo objeto o idea basado en el Cine, las cajas registradoras se llenaban a rebosar.

Aquel día era especial. Los pocos privilegiados que habían conseguido entrar hoy iban a disfrutar de un visionado especial sobre la Segunda Temporada de American Horror History: Assylum; uno de los protagonistas firmaría libros sobre el Making Off. Pero no eran las únicas sorpresas. Todos los visitantes que no hubieran conseguido aprovechar tan magnífica ocasión, podían conseguir ofertas de películas en versión extendida, siempre con la firma del Director. No eran mucho los ejemplares disponibles y el dinero recaudado en dichas ventas siempre se destinaba al Sindicato de Autores. Este mes, la dueña Dalilah había conseguido películas tan espectaculares como El Padrino, Armaggedon, Jack, el Cazagigantes y La noche de los muertos vivientes, versión del 90, con un libro autobiográfico donado por el mismo George A. Romero. Los carteles de todas las ofertas se sucedían a lo largo de los pasillos del edificio circular, antiguo museo provincial, dirigiendo las miradas hacia la pequeña y exclusiva Sala de Cine, donde varios posters gigantes de AHH invitaban a la envidia por los que estaban dentro.

El día llegaba a su fin y el público iba desapareciendo poco a poco. El silencio iba tomando camino en el lugar y sólo los murmullos que llegaban de la pequeña sala de cine inundaban aún el local. Los dependientes, corteses, animaban a los rezagados a volver a sus casas, deseosos de hacer lo mismo. Ninguno notó que, en el aire, algo vibraba con fuerza. Ninguno notó una Fuerza que entraba por la cúpula de cristal, desde donde se veían ya las primeras estrellas, chocaba contra las paredes, rebotaba contra estanterías, golpeaba los carteles, se perdía entre las baldosas Fuera lo que fuera, sólo fue un instante, un breve momento, y desapareció tan rápido como había llegado. Sólo una de las camareras, preparada para servir el catering a los invitados en cuanto salieran del cinema, sintió que se le erizaba la piel del brazo, aunque lo atribuyó a una corriente de aire.

Nadie notó que había movimiento en los carteles. Los personajes se agitaban y empezaban a abandonar el cartón, poniendo el pie en el suelo. Cuando los dependientes se dieron cuenta de que algo anormal pasaba allá, tampoco se sorprendieron mucho. Era vísperas de Halloween. No era tan increíble, ¿no?