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El primer entrenamiento


Allen Abbadonia
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Pocos días llevaba en Ottery el joven del sombrero de paja y no dudó en seguir los mismo pasos que alguna vez su madrina dio: Unirse a la Orden del Fénix, aunque no sabía que el destino y su misma madrina habían cambiado de planes. Esa no era la preocupación del momento, de hecho no había preocupación, todo lo contrario, él estaba muy entusiasmado porque iba a recibir su primer entrenamiento en el arte del duelo por parte de la mujer que había seleccionado como su mentora.

 

Su memoria era mala, pero no tanto, recordaba que esa misma persona fue su maestra de Duelo Avanzado cuando cursó la Academia, y de hecho no terminaron su duelo, lo cuál suponía una revancha en esta oportunidad. Habían acordado que Allen seleccionaría el escenario de batalla y una vez hecho esto el daría aviso a su mentora.

 

Bien, creo que llegué un poco antes al lugar.— Dijo el pelinegro para si mismo, observando todo el lugar con una expresión de duda. —O he llegado demasiado tarde o temprano, o me he perdido.—Volvió a comentar de forma individual, rascando su nuca con la mano derecha. No la iba a encontrar quieto, así que empezó a caminar por el lugar.

 

Se trataba ni más ni menos que una playa. Su brillante arena se extendía por kilometros a lo largo de toda la costa, donde pasados algunos cientos de metros la playa daba inicio a una selva tropical. Dicha playa estaba realmente limpia, apenas y había piedras por la zona y no había nada de basura. El agua era clara y su ritmo relativamente bajo, al parecer la marea ahí era muy suave. Era medio día, así que el sol estaba en su mejor momento, dando de lleno con todo su calor en el lugar.

 

¡¡Oeeeeee!!, ¡maestraaaaaaaa!— Exclamaba el chico, colocando sus manos a los lados de su boca para hacer un efecto megáfono. El clima no le molestaba en absoluto, al contrario, le agradaba mucho y llevaba la ropa indicada para estar ahí. Una camisa muy ligera de seda de color rojo, de aquellas que cierran con botones, pero por el calor Allen decidió ir con la prenda abierta, mostrando un poco de la parte superior de su cuerpo. Para acompañar, llevaba unas bermudas azules con efecto de mezclilla, sandalias ligeras de color café y su caracteristico sombrero de paja.

 

Hmmmm.— Para este punto se detuvo y cruzó de brazos, sus labios dibujaban una línea completamente horizontal, haciendo una expresión graciosa. —Creo que mejor la espero aquí.— Propuso.

 

Y así fue, Allen se sentó en la arena, mirando al mar por un rato, le estaban dando ganas de entrar al agua, pero afortunadamente su espera no fue mucha, Mei había hecho acto de presencia finalmente.

 

Fiuu... Pensé que me había perdido.— Le dijo. —Bien, no hay tiempo que perder, manos a la obra.— Agregó con una amplia sonrisa. Ambos contrincantes se prepararon, tomaron una prudente distancia de unos ocho metros sin que nada obstaculizara en medio y simplemente esperaban a que uno iniciara el duelo, privilegio que le fue cedido a Allen por parte de Mei.

 

Bien, no voy a dejar que me derrotes tan fácilmente.— Externó, dedicando una mirada y sonrisa desafiantes a la mujer. —¡¡Sectusempra!!— Exclamó y agitó su brazo como un látigo. El ya conocido por todos rayo verde salió disparado de la punta de la varita del mago, que ahora viajaba amenazante en dirección de Mei, que de impactar devengaría en una serie de heridas severas y su consecuente perdida de sangre, dichas heridas si no eran tratadas adecuada y rápidamente causarían la muerte de la hechicera, pero Allen sabía que eso no iba a pasar, era solo el inicio.

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Tenía una costumbre muy mala arraigada, y era el de calcular mal el tiempo de preparación previa a los eventos a los cuales había acordado en ir, y aquel día no era la excepción. Allí estaba, saliendo a la carrera del cuartel general en dirección a los terrenos, arreglándose como podía para estar un poco presentable aunque fuera. No es que dentro no lo estuviera, sino que sencillamente siempre que se internaba allí, pasaba más horas de lo estrictamente necesario y terminaba por quedar con ojeras y una cara de cansancio que asustaba a más de uno.

 

Una vez llegó hasta los terrenos de la Orden, giró sobre sí misma, desapareciendo del lugar y teniendo en mente su destino. Apareció a los pocos segundos en una playa bastante particular; observó de un lado al otro, notando que justo a su derecha se hallaba el calmado mar, y a su izquierda… ¿una selva? Aquello era bastante extraño, nunca había estado en un lugar así.

 

Rayos – maldijo en cuanto comenzó a caminar y notó que sus zapatos se habían enterrado en la arena, por lo que inmediatamente se los sacó y los llevó en una mano, caminando por la playa en busca de Allen, con quien había quedado en aquella ocasión.

 

La verdad era que su vestimenta no era ni por asomo la indicada para el lugar: su negra capa de viaje le cubría el vestido corto que llevaba por debajo, los cuales ambos estaban pensados para un ambiente un poco más fresco. En cambio, allí en pleno mediodía comenzaba a sentir el sofocante calor del astro rey.

 

¡Ah, Allen! – dijo en cuanto lo alcanzó a ver, apresurando el paso para acercarse y quedar a unos siete metros del chico – Perdón la tardanza, fue mi culpa – se excusó inmediatamente, sonriendo de forma avergonzada.

 

Las palabras del chico la animaron, era obvio que estaba emocionado por el encuentro, por lo cual se apresuró rápidamente a sacar su varita, pero en cuanto movió su mano izquierda, notó que aún tenía los zapatos en la mano. Frunció el ceño, no los necesitaba ya, por lo que los lanzó al aire, haciendo que cayeran al suelo, quedando a tan solo dos metros de Allen junto con varias piedras pequeñas que se hallaban a su alrededor, más otras de un tamaño de dos metros como mínimo a su espalda, a unos tres metros de distancia. Y al instante siguiente notó que el muchacho ya se preparaba para lanzar su hechizo.

 

Protego – susurró, apenas moviendo los labios y haciendo una floritura en el aire, creando un escudo invisible que inmediatamente apareció alrededor de ella, absorbiendo el rayo que Allen le había enviado y dejándola totalmente ilesa.

 

Se tomó un instante para pensar en lo próximo que haría, y lo decidió en una fracción de segundo, mientras levantaba su varita en dirección al chico.

 

Morphos – dijo, haciendo que el sombrero de paja que llevaba puesto mutara y se transformara en una araña de rincón que quedó justo en su cabeza, más precisamente en su frente, por lo cual y bajo las órdenes de la muchacha, se movió hasta alcanzar la piel del chico, picándole e inyectándole de esa forma un veneno mortal que podría costarle la vida si no se curaba cuanto antes.

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