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¿Te atreverías?


Arya Macnair
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La bruja corrió la última cuadra hasta refugiarse de la tormenta que la perseguía, en su vida había visto el cielo volverse negro en cuestión de segundos solamente iluminado por los fuertes truenos y los brillantes relámpagos que surcaban el firmamento mostrando las densas nubes que se preparaban para empaparla e inundar todo Ottery. Divisó la enorme casona con tejas caídas y la verja principal medio abierta por lo que no dudó un instante pues se veía lo suficientemente abandonada como para no toparse con sorpresa alguna al cerrar la puerta tras de sí levantando polvo del suelo.

 

—Uff— Resopló dando un paso al frente y buscando el interruptor tanteando la pared.

 

Segundos después al no dar con nada bufó por dos y agitó a Sombra que estaba en su diestra desde que su pie izquierdo había dejado huella en la horrible alfombra que cubría el suelo color mostaza y la punta de ésta se encendió de manera que podía ver por donde iba sin chocarse nada. Lo que parecía ser una mal decorada entrada carecía de cuadros, candelabros o demás, tan solo un perchero en donde se tomó el atrevimiento de colgar su capa de viaje y continuó el auto tour.

 

Hacia la derecha encontró una biblioteca repleta de libros pero no podía leer los tomos ya que una gruesa capa de polvo cubría hasta al más fino de ellos, el candelabro que en algún momento posiblemente permitió que alguien leyera allí se encontraba ahora despedazado en medio de la sala y la alfombra estaba rasgada como si un enorme perro hubiese cometido travesuras sin permiso de su amo. El sofá, el único sofá estaba cubierto por una sábana blanca con manchas rojizas cosa que alarmó a la platinada y sintió deseos de huir de allí.

 

Caminó hacia atrás cuando uno de los libros se deslizó de su sitio y se cayó creando un estruendo con eco, Macnair horrorizada acabó por toparse con un espejo de cuerpo entero partido por la mitad. El reflejo que le devolvía la sonrisa mostraba una alta cola de caballo platinada, un rostro angelical enmarcando con lápiz negro unos enormes ojos verde veneno y su silueta envuelta en ropaje negro de aquel peculiar material indestructible, parecido a la piel de dragón pero falsa. Segundos después otro libro, y otro y otro, luego una sonora carcajada le puso la piel de gallina.

 

—¡Auxilio!— Gritó pero nadie la oiría ¿o allí había alguien?.

 

Nuevamente corrió en dirección a la entrada pero se paralizó cuando oyó unos pasos descendiendo por las escaleras a sus espaldas, el chillido de la madera sufriendo el peso de un cuerpo considerable provocó que un nudo se asentara en su garganta, por primera vez agradeció ser inmortal o le habría dado un infarto instantáneo. De todos modos estaba asustada y reaccionó como cualquiera lo haría.

 

—¡Incárcerus!

 

Tres gruesas cuerdas se dirigieron hacia el desconocido, la primera ataría sus piernas haciéndolo caer de manera violenta si aun estaba sobre las escaleras caso contrario solo lo tumbaría en el suelo con olor a encierro. La segunda ataría sus muñecas para que no le atacara hasta que supiera quien era y la tercera en enredaría en su rostro impidiéndole ver puesto que no sabía de quién se trataba.

 

 

 

 

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No sabía qué era lo que pasaba con el tiempo meteorológico. Parecía cómo si las huestes de Seth estuviesen vagando por Ingaterra hasta toparse en ese lugar infernal... La bruja se paró un segundo antes de que los primeros rayos y truenos empezaran a descargar una lluvia torrencial. A lo lejos, el bosque hacía su particula sonido de las hojas meciéndose ante la intensidad del viento.

 

Había salido a buscar un tipo de negocio aprovechable pero al final, no había encontrado nada de su interés. Llevaba en su diestra la varita a la que, cariñosamente llamaba Maat. Algo que, en un tiempo a ésta parte, había perdido su principal significado. Ahora solamente era un mero nombre que usaba para mencionar a su varita.

 

Llevaba la capucha muy ajustada a su cara, el viento soplaba y soplaba era increíble cómo de un momento a otro esa feroz tormenta parecía amilanar hasta el más soberbio. La castaña entornó los ojos y a lo lejos vio una casa, bueno, si podía llamarse así. Estaba desvencijada, por todas partes.

 

Ajustó el monedero de piel de moke que llevaba al cuello, además, intentaba que la capa que llevaba cubriese sus prendas interiores para que no se mojaran demasiado... Botas de piel de dragón, tejanos, camiseta y cazadora de cuero. Mala elección en un tiempo así, pero tampoco tendría intención de cambiarse por el momento, sólo cuando la tormenta amainase, porque no sabía si había magia que impidiese la desaparición.

 

Llevaba a conjunto con la varita de álamo un anillo en uno de sus dedos, éste brilló intensamente, era el anillo de detector de enemigos. Brillaba en un tono rojizo indicando peligro. Pero debía de intentar guarecerse ante semejante temporal. Quizá ese lugar no fuese el mejor...

 

Mientras divagaba llegó a ese sitio, abrió la puerta, y lo que vio era de todo menos alentador. El sofá cubierto con una sábana blanca cubierta de sangre. ¿Qué pasaría? No quería saberlo, pero era mejor encender un fuego y que calentase el lugar...

 

Escuchó un grito de ayuda, ¿quién sería?

 

- ¡Ya voy! - pero la voz de la accidentosa fue aplacada por un fuerte estruendo de un trueno. La tormenta parecía que estaba encima de la casa. Varias gotas de agua empezaron a colarse por el tejado y mojaron la alfombra que parecía destrozada...

 

Siguió moviéndose y antes de decir nada... gritó:

 

- ¡Evanesco! - no reconoció a la bruja que lanzó el hechizo. Ese hechizo tenía por efecto desaparecer las cuerdas que le había enviado la bruja.

 

- ¡Se puede saber qué te pasa, maldita asquerosa! - gritó la bruja ante la atacante- ¡venía en tu ayuda! ¡Estúp.ida! - insultó y sacó un par de anillos más del monedero de piel de moke uno de ellos lo guardó en el bolsillo, colocó el otro al lado del anillo detector de enemigos.

 

- ¡¡Sectusempra!! - chilló ahora enviándole un rayo a la mujer, que de no curarse ese conjuro le abriría profundas heridas en dónde emanaría sangre y de no curarse se quedaría sin una gota de sangre.

 

Que la ex- mortífaga ¿era temperamental? Sí, por supuesto, pero tampoco le hacía gracia el hecho de que, encima que intentaba ayudar la atacasen sin ton ni son. Cierto que la mujer de pelo plateado no sabía que estaba ahí, así que, en parte ambas mujeres no tenían culpa de nada de la situación.

 

- Espero que la sangre que he visto al llegar, en la sábana encima del sofá, no sea cosa tuya! - dijo en voz alta. El sonido de los truenos y relámpagos que iluminaban el interior de ese lugar hacía que tuviese que elevar la voz para hacerse escuchar. Aún así, la distancia propicia en ese momento no es que fuese muy grande era de unos cinco metros de esquina a esquina.

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—¡Sectusempra!

 

No sabía quien era aquella mujer pero si le atacaba respondería. No solo se había atrevido a semejante cosa sino que desafiaba a la bruja con palabrería ofensiva, había algo extraño en esa casa además de parecer embrujada, su poder estaba siendo aplacado o absorbido por algo allí dentro. Tan pronto como el rayo de Heliké atravesó la distancia se cruzó con el suyo para que ambos impactaran —el suyo en el pecho de la joven, el de ésta a saber uno donde— sin poder ninguna defenderse y acabando malheridas. El cinismo en sus ojos verdes se notaba con simpleza más solo tuvo que pensar en aquella clase mediante la cual obtuvo el libro de la Fortaleza y recordar la palabra mágica curación para que rápidamente la herida del sectusempra comenzase a sanar.

 

—Floreus ¿quién eres?

 

Tenía demasiado tiempo sin batallar y la adrenalina ya se mezclaba con la endorfina en su torrente sanguíneo. Ahora entendía todo respecto al cosquilleo en su pecho y no se debía al anterior ataque sino a que realmente no lograba conjurar hechizos como debería. Así que simplemente se conformó con afectar la varita de la bruja de manera tal que para su próxima acción ésta no pudiese utilizarla o al verse obligada a depender de ella más adelante sucediese lo mismo. —Tú estabas en la casa, dime de quién es esa sangre— preguntó sin ánimos de bajar a Sombra ni siquiera de parpadear, algo le decía que no podía fiarse de aquella mujer aunque le resultase peculiarmente familiar.

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