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Sangrienta Valaquia


Jank Dayne
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VALAQUIA, SIGLO XV

 

JANK 


Estaba seguro que lo había dejado medio ciego. 

Aún así, por precaución, retorcí mis dedos lentamente para invocar una espesa neblina que terminó por tragarse la luz del día que, sin permiso, iluminaba la casa entera a través de los enormes ventanales. También pude haber cerrado todas las ventanas al unísono, pero habría corrido el riesgo de que me escuchara. La carne que colgaba en lo que antes era mi brazo más fuerte justificaba tales precauciones. Se me ocurrió, entonces, moverme levitando. Hice que la neblina se fuese oscureciendo a medida que me desplazaba entre ella, como un blimp cortando la paz de las nubes durante la madrugada. Mis ojos se tiñeron de amarillo, infundiéndoles radiación. Tuve que hacerlo para mirar a través de las paredes y el suelo, no quería llevarme más sorpresas.

La criatura de la noche parecía un calamar espantoso, gigantesco y espectral. Sus tentáculos, de al menos 2 metros de longitud y tan gruesos como el cuello de un gordo, se movían tan ridículamente veloz que podía desplazarse desde un extremo de la casa al otro en cuestión de un parpadeo, y cuando los usaba para atacar, sus ventosas se plegaban al cuerpo y actuaban como un ácido que descomponía e incineraba la madera,  el hierro y, por supuesto, la carne. Yo le había subestimado. Cuando llegué en la madrugada, me acerqué a pie y lo reté. Sus tentáculos me inmovilizaron al unísono, y las ventosas derritieron casi todo mi brazo izquierdo. Por suerte, actué relativamente rápido y logré transmutar mi composición física externa en titanio, así que al momento que su asquerosa boca se abalanzó a devorarme, soltó un chirrido insoportable en lo que sus dientes se partieron al intentar roerme, lo que le atontó el tiempo suficiente para que yo le clavase una improvisada estalactita en su único ojo. El monstruo se retorció de dolor y usó todas sus fuerzas para levantarme por los aires y arrojarme a cuarenta metros de distancia, mínimo. El titanio pudo protegerme de la mayoría del daño antes de que su efecto se esfumara; lamentablemente, no había aprendido a mantener la transfiguración por más de un minuto. 

Guiado por el rastro de sangre humana, detecté a la abominación en la esquina del despacho, alimentándose. Traspasé las paredes lentamente. El hedor se hacía cada vez más insoportable a medida que me acercaba. Bajo mis pies yacían una docena de cadáver cercenados, irreconocibles, comidos a la mitad o con un gran agujero en el pecho, sin el corazón. El bastardo había hecho un festín con los aldeanos que habían acudido a la casa del anciano para aniquilarla. Armados con antorchas y estacas de madera, solos se lanzaron al abismo. Sin embargo, podía sentir el latido de un par todavía, probablemente demasiado aterrados para siquiera pensar moverse y huir. Por suerte, ya no sería necesario. No conmigo presente. 

Hice que un estante repleto de libros se cayesen en la esquina opuesta adonde se hallaba el calamar.  Los tentáculos volaron a su encuentro; como no podía ver, dio violentos latigazos al aire esperando toparse con el responsable. Mientras tanto, yo seguía levitando, diagonal a su posición.  Allí, creé una grande y filosa cuchilla redonda de hielo que salió disparada y cortó seis de sus ocho prolongaciones. El chirrido fue aterrador. Cayó al suelo, sin balance o fuerzas para sostenerse, pero aún así sus extremidades restantes dieron conmigo por más que intenté evadirlas. Una me sujetó por el cuello y la otra por el brazo sano. La cuchilla obedeció al movimiento de los dedos de mi pie, voló por los aires y cortó el tentáculo que me ahorcaba. También la usé para cubrirme de la tinta que expulsó de su boca. El hielo, a pesar de su grueso, se derritió. Sin pesarlo de demasiado, hice que mis colmillos crecieran como los de un vampiro y corté el último tentáculo a mordiscos. Sorprendentemente, su sabor no correspondía a su apariencia. Tal vez si lo cocino un par de horas, podría alimentar al pueblo por tres noches, pensé. Caí. 

Retorciéndose de dolor e impotencia, el resto del alguna vez letal Calamar de la Noche yacía tirado en el suelo, junto a sus víctimas. De todas las criaturas que había exterminado desde mi llegada a Valaquia, esa resultó haber sido la más escurridiza y complicada de abordar. Sirvió, por lo menos, como un aviso de que se estaban haciendo fuertes, astutas, que su modo de ataque ahora estaba dotado de estrategia. Primitiva, sí, pero lo suficiente como para darle problemas a un mago experimentado. Si quería seguir defendiendo al pueblo, tenía que recolectar información más detallada, entrenar, por mi cuenta, y luego instruirles apropiadamente. Sin poderlo evitar, había desarrollado un extraño afecto al lugar y a sus habitantes. Eso me estaba debilitando, sin duda. 

- ¿Pueden levantarse? - pregunté a los tres sobrevivientes. Inteligentemente, se habían embadurnado de sangre y puesto cadáveres encima como tapadera para el calamar. El ardid les había funcionado de maravilla, pero seguían aterrorizados como para responder -. ¿No? Entonces lo haré yo. 

Los tres humanos se levitaron contra su voluntad del suelo. Me miraban con horror. 

- ¿Qué? No me veo tan mal - dije, acercándome a los charcos del hielo derrito para asegurarme. Hasta yo mismo me espanté -. Olvídenlo. 

Maté al resto de la bestia incinerándola con una bola de fuego que salió disparada de mi mano útil. El chillido se fue hundiendo poco a poco, devolviendo su alma al infierno, donde pertenecía. A mí, en el fondo, me parecía un acto bondadoso. Puse la mano sobre su cadáver y la carne se enfrió lo suficiente para poder arrancarla. Corté al menos una docena de pedazos, para asegurarme, y me senté en el suelo. Acto seguido, empecé a recitar un largo y tedioso embrujo noruego que, al pasar los minutos, iba derritiendo los trozos de carne quemada en mi regazo, inundando el espacio de un resplandor azul cegador. Lentamente, la ahora pegajosa sustancia se regó en toda mi extremidad perdida. Ligamentos, huesos, músculos, venas... Todo se regeneraba al compás de mis susurros. 

Tardé un poco en poder cerrar el puño, pero eso no me impidió levantarme. El sitio apestaba a muerte, y yo también. 

- ¿Hace cuánto están recibiendo ataques? - pregunté a los espectadores. Se vieron unos a otros, temerosos. La mujer dio un paso adelante. Estaba tan cubierta de sangre y tinta que le costó despegar los labios para hablar. 

-Desde ha-hace meses, señor. Las últimas semanas han sido las peores - tragó grueso. Su garganta estaba seca. Le ofrecí el agua que quedaba en mi cantimplora. Tomó dos tragos, y el resto lo compartió con los demás. Eran más jóvenes que ella, mucho más. Delgados y débiles, aún temblando -. Nos defendemos como podemos - continuó - pero perdemos cada vez a más gente. Creemos que esta en particular se enfureció después de que prendimos fuego a sus crías. 

Asentí.

- Bien hecho. Lamento que hayan perdido tanta gente, trataremos de evitarlo de ahora en adelante  - puse la mano sobre su hombro, intentando transferirle algo de confianza. No era el mejor para esas cosas -. Tengo entendido que este era el hogar de un hechicero. 

- Sí. Amable señor. No tenía mucho, aparte de esta casa que heredó hace décadas. Siempre dejaba a gente quedarse aquí durante las noches más duras del invierno, porque la casa tiene varias chimeneas. Eso sí, la leña corría por cuenta nuestra - cuando lo dijo pude detectar que sonreía atrás de toda la suciedad. 

- Me extraña que no haya hechizado la casa - apunté, de repente, paneando el sitio. Tenía demasiado potencial  -. No habría costado volverla invisible o llenarla de escudos. ¡Un mísero círculo de sal siquiera! 

La mujer subió los hombros. 

- Por lo que tengo entendido solo practicaba la magia para sanar y preparar brebajes, de eso se mantenía.

Solté un bufido. 

- Qué desperdicio. Reúne a toda tu gente y tráelas para acá, presumo que hay suficiente espacio para todos. Sino, crearé más. Dejaré protegida a la casa por un tiempo, pero de nada servirá sino aprenden a defenderse por sí mismos - alcé la mano para que no me interrumpiera -. Lávense en el río, avísenle a su gente y asegúrense de que estén aquí para el anochecer. Del resto me encargo yo - miré a mi al rededor -. Excepto de limpiar este desastre. -. La mujer asintió y se llevó a sus compañeros. Tenía esperanza de que nos los cazaran de camino a su aldea. Salí de la casa después de ellos, cansado, adolorido y, sobretodo, apestoso. Usé parte del hielo derretido que inundaba el recibidor y lo vertí sobre mi cuerpo. Logró limpiar la tinta pero no hice nada para el olor; la brisa y el sol me parecían suficientes.

Mis pies se mandaron solos hasta el Mercado del pueblo, donde se suponía que me vería con Nym en unas horas. Para mi desgracia se estaba orquestando una misa en la plaza. Alcancé a oír que el cura adjudicaba los ataques a la ausencia de rezos y poca limosna. Estaba dispuesto a contestarle y sacarle de quicio, solo para distraerme hasta que mi hermana llegase, pero antes algo captó mi atención. Al otro extremo del sitio, en la zona de antigüedades, una capa gris se batía contra el viento. Sentí un nudo en el estómago. 

- ¿Será.. ? 

Hice que mis pupilas se tiñeran de amarillo, de nuevo. Podía ver su silueta de espaldas, alejándose. Su andar destilaba un aura perlada que desató escalofríos por mi espalda. Era imposible verle el rostro desde ese ángulo, así que comencé a correr para alcanzarla. Pero estaba tan lejos... Se me perdía entra la multitud.... Me detuve. Tonto. Si era ella, si realmente era ella, me oiría a kilómetros. Mascullé su nombre. 

@ Melrose Moody

 

 

 

Editado por Jank Dayne

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Es difícil abrirse paso entre el calor de la carne y la sangre. Intento presionar mis extremidades con más fuerza y la criatura aprieta el vientre en su esfuerzo por tragarme. Es un neonato y por eso le es difícil entender qué sucede. De entre todas las posibilidades...  no había esperado aparecer allí. Tengo que hacer un enorme esfuerzo para librarme. La oscuridad absoluta del espacio y la falta de aire no me matan pero me hacen sentir aprisionada. Es un ejercicio lento: cortar, desgarrar, ver la regeneración. Hasta que el proceso termina. Soy capaz de asegurar la espada ancestral, fijando la criatura al suelo. Eso lo cambia todo, porque ahora dónde está el suelo. Abrirla desde dentro es entonces un trabajo menos tedioso. Quemarla solo la consecución natural, al arrojar el fluido explosivo a los restos y ver cómo la carne se consume.

Soy inmune a los fluidos de la criatura pero soy solo una de los pocos y no es gracias a mi magia. De todos modos, es bueno saber que esa magia todavía funciona en este plano de la realidad. Observo el nuevo mundo con ojos oscurecidos, las motas doradas en medio del verde apenas notorio. Esas criaturas no pertenecen aquí. De hecho, tampoco pertenecían a su mundo. El mismo agujero que la trajo a ella, es aquel que ha permitido su ingreso y es su trabajo cerrarlo. Por eso, aseguro la espada a mis espaldas y toco la quemadura de mi rostro con gesto ausente. "Eso nunca te volverá a suceder". 

--Pandora.

Es difícil ignorar esa voz. Hacía mucho tiempo, en una época en donde ella no portaba esa quemadura todavía, una mujer de la que su hermano Richard se había enamorado había secuestrado a su primogénita y la había llevado consigo a la abadía en donde residía. Su obsesión con el pensamiento correcto y la lógica, había hecho que generara un odio irracional hacia aquello que disrumpiera con la normalidad. Mi existencia y la de mi hermano eran una contradicción a la ciencia y por tanto, un error. Al realizar el ritual, la muchacha creyó haber asesinado la magia. En lugar de eso, abrió un portal a los devoradores de sueños. Ders para acortar.

Aquel que se encontraba en los confines de los mundos, aquel del que no se hablaba, envió a sus lacayos. Todavía recordaba el asombro, la duda, la negociación. No servían con los devoradores de sueños: las brujas y magos tuvieron que revelar sus identidades, las comunidades se construyeron en espacios defendidos, los cazadores morían uno detrás de otro, hasta que EL mago, halló una cura ante la corrosión.

Todos esos recuerdos se agolpan en la voz de quien me saluda. Como vampiro, aún solo escuchando el llanto de una neonata, soy capaz de realizar la conexión. Me vuelvo esperando ver a una desconocida, alguien totalmente distinta a quien pienso que es.  En su lugar, Aylin me devuelve la mirada. La bruja, al igual que yo, también luce decepcionada, con unos ojos verdes de motas doradas idénticos a los míos. Empiezo a comprender cuando los ojos de la bruja dibujan mi cicatriz.

--Aquí pudiste vivir.

Mi expresión está llena de asombro, puedo escuchar el anhelo en mi tono de voz. Es vergonzoso. La bruja se aproxima y su carne me indica que estoy ante una inmortal. Mi alma se hunde. De alguna forma, había esperado encontrar un mundo apenas distinto del nuestro. Un mundo en donde seguía luchando ante lo inabarcable. Una bruja inmortal, con muchos monstruos por matar y sin familia. Una hija y un hermano, muertos.

--Soy Aylin --se pregunta la bruja--. Tú no eres mi Pandora ¿no es así? 

Niego con la cabeza y tomo la mano de la muchacha. Ella no me aparta. El corrosivo ya se ha secado pero de todos modos, al retirarla , su mano tiene una marca de un calibre que la sangre normal jamás dejaría en un inmortal. 

--Debes limpiarte los restos --masculla antes de esconder la mano. Debe sentir dolor.

Yo tengo que obligarme a moverme. Un pie a la vez. Lavarme en un río sería lo ideal si no fuera porque terminaría envenenando toda la fuente. Limpiarse con pociones es una labor más trabajosa y es difícil sentirse del todo limpia. Aylin me ayuda en la afanosa tarea, hasta que al fin toda la suciedad, la sangre y la muerte se han limpiado. Solo queda la sensación de alivio.

Me calo encima la capa gris y la capucha. Tenemos que correr, tenemos que volar hacia el pueblo más cercano. La criatura, dentro de cuyo vientre tuve la "suerte" de abrir la salida del portal, debió haberse arrastrado por varios kilómetros, emprendiendo la huida. He cerrado ese portal pero debo ponerme en marcha cuanto antes. Es fácil seguir su rastro si se sabe lo que se está buscando. Es difícil ponerlo en palabras para Aylin. Una Aylin crecida, madura e inmortal, que no conoce de los horrores de los ders.  

--Allí, las luces.

Es casi como una feria. Solo puedo asumir que ha sucedido algo. Nos acercamos cada vez más, adentrándonos en una multitud vigilante y a la espera. Nadie parece prestar atención a las inmortales que pasan a una velocidad exagerada entre ellos. Todos parecen estar buscando algo más o temerle a algo más. Yo intento buscar la fuente de ese rastro, cuando escucho mi nombre y tengo que hacerle una señal a Aylin para detenernos en seco. Aylin frena de manera elegante sobre sus tacones número quince. Yo vuelvo el rostro e intento ubicar la fuente del sonido. Entonces, encuentro a un muchacho devolviéndome la mirada. Su expresión, hace que me sienta acorralada y mis preguntas se dirigen a Aylin:

"¿Sabes quién es?" sus pensamientos en retorno son un bajo ronroneo "No". 

 

@ Jank Dayne

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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