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Proyecto Z


Martin N Roses
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~ DÍA 0 ~

Las sombras del muro que rodeaba toda la ciudad se encontraban más oscuras que de costumbre, como si pretendieran anticipar a los habitantes las trágicas noticias que llegarían en el anochecer. Los ciudadanos, ajenos a todo, iban y venían por sus acostumbradas calles, visitando sus lugares cotidianos, yendo a trabajar, estudiar o simplemente vagando por las extensas plazas. Como si fuera un día más. ¡Qué ciegos que estaban!

—¿Entonces ya está listo? —preguntaba con impaciencia un hombre cuyo rostro delataba sus sesenta años.

—Sí, pero para confirmarlo del todo... deberíamos experimentarlo sobre alguien vivo. Un humano. —El tono de voz del bioquímico parecía a punto de quebrarse, como si se imaginara lo que estaba a punto de pasar.

—Alguien vivo... Mmm... —decía el viejo—. Creo que en esta sala sólo hay dos personas y una, lamentablemente, es la dueña de la ciudad. Es decir, yo. Por lo cual...

—Pero... pero... le he ayudado con todo lo que he pedido. He aceptado esto a pesar de ir contra toda norma, lo sabe, he puesto en riesgo mi pellejo, en más de una ocasión. —Sonaba a una súplica que no tendría resultado y él lo sabía.

—Lo sé, lo sé. Pero has ganado buen dinero, podrás mantener a tu familia aunque no sigas... siendo uno de nosotros. Podrás hacerlo. Además, tu familia ni siquiera está en West Point. Nosotros sí. —No esperó la respuesta del bioquímico, Frank Eggs no necesitaba esperar a nadie, todo aquello era suyo—. Así que inyecta el virus en tu brazo o tendré que hacerlo yo. —El viejo sacó una pistola que escondía debajo del saco y le apuntó a la cabeza.

- - -

Unas horas más tarde...

—En honor a la independencia de este bendito país, me alegra que todo el pueblo de West Point haya asistido a esta importante celebración. Creo, y sin miramientos, que esta es la celebración más importante de toda la historia.

Algunos de los presentes sonrieron y abuchearon, como si el viejo Fran Eggs, quien estaba más cerca de la muerte que todos los demás, estuviera exagerando.

—Se los digo en serio —insistió el dueño de West Point, quien había ordenado, años antes, a amurallar toda la ciudad por motivos de seguridad—. Será la más importante de toda la historia... porque será la última.

El silencio fue general.

—¿Qué dijo? —replicó una voz.

—¡Viejo choto! —se quejó otro.

—¡Qué pahó acá! —dijo otro que se había mordido la lengua.

El público, o la gran mayoría, se levantó de sus respectivos asientos, como si pretendieran reclamarle al viejo. Pero ya era demasiado tarde. Fran Eggs había desaparecido, nadie entendía ni por dónde ni cómo. Pero ya no estaba allí. Las miradas atemorizadas de los habitantes se cruzaron de forma sistemática.

—Regresemos a casa —le dijo una mujer a sus dos pequeños hijos.

Entonces hasta los más escépticos lo comprendieron. A medio camino de regreso a sus casas y siento las ocho de la tarde, con el sol cayendo sobre el horizonte de las murallas, el primer grito desgarrador se dejó escuchar. Y a ese grito le siguió otro, y otro, y luego otro más. Pero no eran sólo esos gritos de desesperación, también se oían unos pasos extraños, casi como de personas... pero sonaban vacíos, huecos. Eran personas, pero ya no. O mejor dicho, ya no estaban vivas... Y entonces la peor de las pesadillas se hizo realidad.

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Saoirse Gallagher

A pesar de la impresionante belleza del destino turístico y la oportunidad de explorar un nuevo lugar, Saoirse no se encontraba precisamente emocionada por este viaje en familia. Aunque valoraba la perspectiva de descansar y desconectar de su rutina, su corazón seguía anclado en su hogar. Tal vez no resultaba tan valioso abandonar la rutina. Si todo funciona bien porque le resulta necesario a las personas cambiarlo, aunque sea durante un breve periodo.

El viaje había sido planeado con cariño por sus padres, que buscaban una experiencia diferente y enriquecedora, esas exactamente había sido las palabras de su madre cuando emocionada había anunciado el viaje. Sin embargo, la joven no podía evitar sentirse fuera de lugar lejos de su entorno habitual. Mientras avanzaban en el automóvil hacia el destino turístico, su mente seguía divagando en cada uno de esos proyectos que la esperaban en casa.

Estaban muy lejos de su casa, pero aún no suficientemente cerca de sus destino cuando el automóvil en que viajaban sufrió una inoportuna avería en medio de la nada. Nada a la que su madre había denominado "hermoso paisaje". Su padre se esforzó por arreglar la situación, había estado más de media hora bajo el sol intentando solucionar el desperfecto y negándose a admitir que aquello lo superaba. No tenían otra opción según el gps a unos cuatro kilómetros debía haber una pequeña ciudad. Era mejor opción caminar hasta ese destino que continuar esperanzo sin esperanza alguna.

El paseo al pueblo en busca de ayuda y comida no hacía más que confirmar sus sentimientos de descontento. Aunque su madre intentaba distraerla con la belleza del "pintoresco" lugar y la idea de descubrir algo nuevo, Saoirse simplemente ansiaba volver a casa. Finalmente su madre la había convencido de sentarse a apreciar el lugar con una hamburguesa y unas papas fritas. Mientras su padre había conseguido un mecánico y se habían marchado con él.

La día iba avanzando y los colores de la ciudad se comenzaban a teñir con los colores del atardecer. "Será mejor conseguir alojamiento" comentó emocionada la mamá de Saoirse. Y luego de algunas averiguaciones caminaron, con su madre, hacia la posada recomendada, una parte de Saoirse anhelaba que su padre pronto resolviera el problema del automóvil y pudieran continuar con el viaje, o mejor aún regresar a casa.

Draco&Draco
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Kevin Sawyer

Las ciudades solo estaban llenas de personas que no se bañaban, basura por suelos y aire contamino por las calles repletas de automóviles. ¿Cómo era posible que para hacer diez cuadras se subieran a un auto? ¿Nadie hacia deporte ahí? Kevin estaba consternado. Mas tiempo se quedaba en lugar, mas cara de odio ponía. Empezaba a detestar el cemento que lo rodeaba por todos lados. Lo peor de todo, era que había el doble de cantidad de personas porque algún político estaba haciendo una masiva reunión a unos cien metros de donde estaba él. 

-Son 2 dólares con 47 centavos, señor -Dijo la mujer del correo mientras le entregaba un paquete. 

-Quédese con el cambio -Respondió Kevin dándole tres dólares antes de salir por la puerta con su caja. Por fin había llegado las piezas especiales para el tractor. El día comenzaba a mejorar. 

Al meterse en su camioneta, Kevin instintivamente encendió la radio, pero extrañamente la estática estaba muy fuerte y no le permitía encontrar un dial que estuviera pasando información, o emitiendo música. Luego de unos minutos tocando todos los botones, lo dio por perdido. Debería ir todo el camino de regreso al rancho cantando. Estaba por encender el motor cuando una serie de gritos comenzaron a elevarse por el aire.

- ¿Qué demonios? -Preguntó mientras intentaba mirar desde donde provenían. 

Lo mas curioso es que los gritos venían de todos lados, no tardó en ver a personas corriendo como locas escapando de algo. Una marea de personas gritando, llorando y chocándose entre ellas comenzaron a desfilar frente a sus ojos verdes. ¿Qué estaba ocurriendo? No había escuchado explosiones ni tiros como para pensar en algún ataque terrorista. Hasta que lo vió. Un hombre estaba comiéndose el cuello de otro sobre un charco de sangre muy espesa y oscura. Una locura total.  

 

Editado por Jeremy Triviani

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Rasti (y Mich)

"Aggg, el viejo Frank Egg está senil" pensó Rasti, sentado al pie de una estatua a pocos metros de donde el alcalde, o era mejor decir, el dueño de la ciudad, se dirigía a los westpointers. Probablemente fue el primero en llegar a la plaza, de hecho porque no tenía nada más que hacer. Una anciana le había dado algunos dólares y con eso tenía solucionada la comida por un par de días para él y su perra Mich; eso, para un indigente, es suficiente para dejar de pensar en más necesidades. La acarició detrás de la oreja y cuando levantó la mirada, Eggs ya no estaba.

Lo que pasó a continuación, fue algo que ni por asomo tenían previsto que pudiera pasar. Vivían en una ciudad amurallada, precisamente porque era la manera de estar libres de los de afuera. Nadie estaba preparado y de repente, comenzó una carnicería. Como Rasti estaba tan cerca del escenario desde el que habló Eggs, tuvo tiempo para ver, a lo lejos, el avance de los seres que comenzaron a matar a cuanta persona se atravesara en su camino.

Rasti entornó los ojos y luego los abrió enormes, asustado por lo que se estaba materializando en la ciudad que consideraban la más segura del país. Solo atinó a comenzar a trepar la estatua que tenía a sus espaldas y Mich lo siguió. Se sentó en el hombro del expresidente y tomó entre su manos el palo que solía llevar a la espalda atado a su mochila. El palo que en otras circunstancias le ayudaba a caminar o escarbar, hoy sería su única arma en caso de que alguno osara escalar tras él. Mich no pudo trepar tanto así que la jaló por el cuello y se la puso en los hombros. 

La horda se acercaba. Apretó el palo hasta hacerse daño.

 

 


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Shun Yanagisawa

La experiencia de intercambio era maravillosa. Cada día que pasaba, Shun se sentía más parte de todo el entorno. El idioma se iba facilitando, sus compañeros y compañeras le habían ayudado mucho, debía reconocerlo. Los temores previos al viaje habían sido infundados, al menos, pensaba el japonés, en aquel pueblo. West Point estaba amurallado y la magia que emanaba el corazón del lugar, la bondades de sus habitantes, todo se mezclaba para crear aquella atmósfera...

Pero el universo era un equilibrio, de eso se trataba todo. Las buenas acciones debían combinarse con las malas...

Ese anochecer lo encontraba trepado al techo callejero más cercano a la reunión con rumbo norte. Muchas personas se habían reunido para celebrar la fecha de la independencia y festividad se iba a extender hasta altas horas de la madrugada. Eso creía Shun en base a lo que le habían comentado sus compañeros del centro educativo. Tomaría ese rato para hacer algunas visitas no programadas a las casas vacías, necesitaba un par de cosas y no tenía el dinero para comprarlas.

«A veces no queda otra opción...» se decía a sí mismo en su mente.

Cuando el ambiente comenzó a cambiar, convirtiéndose en gritos y no precisamente alegres, Shun se mostró alerta. Los sonidos provenían de un par de cuadras de distancia, hacia la zona residencial más importante de West Point.

«Se supone que todo el pueblo estaba en la plaza.»

Pero estaba equivocado. Evidentemente el viejo Eggs había hecho algo que trascendía la normalidad de los hechos.

Shun comenzó a correr por los techos, saltando entre distintas alturas y colgándose a unos caños que unían las calles. Cuando llegó a una proximidad considerable, pudo distinguir las figuras de muertos vivientes que estaban encerrando a las personas asustadas. Sus ojos se abrieron de par en par, aquello no tenía ningún sentido. Una cosa sí era clara, el día siguiente, lunes, no tendría clases...

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  • 2 semanas más tarde...

Robert "Rob" Simmons

 

Parecía ser una mañana tranquila y apacible en West Point. No se intuía lo que pasaría después. El sol ascendía en el cielo, pintando tonalidades cálidas sobre las murallas que rodeaban la ciudad. Robert Simmons, comenzaba su día con su habitual rutina: un café negro, un vistazo rápido a las noticias locales y una revisión meticulosa de su equipo. Siempre podría surgir algo, así que había que ser precavidos.

Rob se ajustó la placa de identificación con su nombre grabado y se puso la chaqueta del departamento de policía. Miró su reflejo en el espejo, una expresión de seriedad reflejada en sus ojos cansados. West Point, a pesar de su aparente tranquilidad, no era ajena a incidentes extraños. Rob recordaba casos en los que su astucia y precaución extrema habían sido cruciales. 

—Simmons, ¿puedes acudir a la plaza principal? Frank Eggs tiene algo importante que decir.

—Entendido. Estoy en camino.— Rob frunció el ceño. Frank Eggs, el excéntrico dueño de West Point, no era conocido por hacer declaraciones importantes. Probablemente terminaría la tarde aburriéndose en un trabajo protocolario.

Al llegar a la plaza, encontró que Frank Eggs hablaba a la curiosa multitud que lo rodeaba. Algunos de los presentes sonrieron y abuchearon, si seguían así esto se podría descontrolar. Rob llevó su mano hacía el bolsillo, no donde guardaba el arma sino donde estaba la tonfa extensible, listo para desplegarla si se volvía necesario.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Rob mientras observaba el caos desatarse en West Point. La celebración que inicialmente parecía un evento festivo ahora se había transformado en una pesadilla surrealista. Los gritos desgarradores y los pasos huecos resonaban en las calles, creando una cacofonía de horror.

—Maldición, ¿qué está pasando aquí?— murmuró Rob para sí mismo, sintiendo cómo la cautela que lo caracterizaba se convertía en puro temor. La multitud que minutos antes se regocijaba en la plaza ahora huía desesperada. Rob, instintivamente, agarró su radio y se comunicó con la central.

—¡Central, aquí Simmons! Necesito refuerzos inmediatos en la plaza principal. Algo extraño está sucediendo.— La respuesta fue un chirrido estático seguido de un silencio inquietante. Rob apretó los dientes, sintiendo la tensión en el aire. Decidió avanzar por la plaza, siguiendo el rastro de la turbación que se apoderaba de la ciudad.

Mientras caminaba, las calles se volvían cada vez más desiertas. Puertas cerradas, ventanas tapiadas; la población de West Point se refugiaba en sus hogares. Rob, con su pistola desenfundada, avanzaba con precaución, sus ojos escudriñando cada esquina en busca de lo desconocido.

Editado por Noeline Malfoy McFarlan

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Tina Williams

Se había reusado a asistir a las celebraciones, excusándose en un malestar estomacal realmente inexistente. Sabía que muchos de sus amigos allí estarían, a ella no le interesaba. Sabía que todo estaría cargado de discursos políticos que poco le interesaban y un festejo de algo que, realmente, le era totalmente ajeno. 

Así que se quedó en casa, terminando algunos de sus deberes escolares, disfrutando la tranquilidad y la vista que tenía desde su ventana en el segundo piso de la casa familiar. Desde allí, podría ver los fuegos artificiales, si es que este año había. Una vez finalizadas las tareas, no tenía demasiado, a decir verdad, apagó las luces y se recostó en la cama, con la almohada puesta a los pies, para una mejor vista de lo que sucedía en el exterior.

Estaba adormeciéndose, cuando pudo escuchar los primeros ¿gritos? Sí había gritos. ¿Qué pasaba fuera? Corrió a la ventana, asomándose para ver los extraños movimientos en la calle. Se sobresaltó al ver algo que pasaba de techo en techo, parecía venir desde casas vecinas ¿Era un muchacho?

-¡Oye tú! ¿Qué demonios haces? -gritó al sujeto, sin pensar, por un momento, en el caos que estaba desatándose más abajo.

No se atrevió a hacer mucho más, puesto que no sabía si el griterío tenía que ver con ese sujeto que corría por los tejados o si él realmente estaba intentando captar lo que sucedía desde una mejor perspectiva. ¿Acaso lograría una respuesta desde allí?

 

Editado por Mica Gryffindor

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Shun Yanagisawa

Mientras observaba la escena dramática, Shun pensó en su familia. Afortunadamente estaban a miles de kilómetros de distancia, a salvo en Japón. Pero cuando se enteraran del episodio, de seguro entrarían en pánico por él. Debía ser fuerte y encontrar la manera de seguir con vida.

Cuando decidió cambiar el ángulo de visión, avanzó por un par de techos más de los edificios contiguos. Entonces escuchó una voz a sus espaldas que lo hizo tropezar y trastabillar, perdiendo el equilibrio y casi cayéndose por completo hacia la calle de los gritos y alaridos. Dada su agilidad, se las arregló para permanecer colgado como un mono con la yema de sus dedos y luego, balancéandose poco a poco, volvió a trepar al techo. La voz de la mujer provenía de la casa de atrás, en el segundo piso, por la ventana.

—¿Tina? —preguntó tímidamente y se quitó la gorra negra, revelando el color rojo de sus cabellos.

Shun creía que nadie había permanecido en sus hogares dada la celebración, pero se equivocaba. Con un poco de carrera y un salto bastante largo, llegó a quedar colgado en la ventana del segundo piso de la morena. Aunque ya no fuera necesario porque lo había visto, golpeó la ventana.

—Disculpa, están pasando cosas horribles afuera. No deberías permanecer mucho tiempo aquí... —Habló haciendo un esfuerzo importante; aún colgaba del alféizar de la ventana. Tina Williams asistía a la misma escuela que él pero tenía un año menos, se la había cruzado un par de veces.

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