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Helene Eloise Bellerose

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Mensajes publicados por Helene Eloise Bellerose

  1. Hélène Eloïse Bellerose
    Embajadora de Francia en Gran Bretaña

     

    El día había empezado de una manera bastante ajetreada, pues la francesa había tenido que despertarse muy temprano para llegar a la primera reunión que le habían agendado ese día.  No había recibido muchos detalles por parte del Ministerio Francés con respecto a esa reunión, así que acudió sin ningún tipo de expectativa más allá de la emoción de acudir a su primera reunión formal del gabinete del Ministerio Francés como Embajadora. 

    Al llegar, tomó asiento con el resto de sus colegas y puso atención mientras los puntos de orden eran tratados uno por uno. Se habló de lo básico, la relación política entre los ministerios, europeos, la situación de los migrantes en cada uno de los países y finalmente como un detalle suelto e insignificante, se dio paso a la exposición sobre una aparente crisis sanitaria que estaba empezando a afectar al Gobierno Muggle y a sus habitantes. Al principio al ser un problema muggle Hélène se lo tomó bastante a la ligera, pero luego del reporte de las muertes, supo que era un tema serio.

    Aunque muchos de sus colegas parecieron quitarle completa importancia y varios acotaron que en los países de sus embajadas no estaba sucediendo nada, Bellerose no pudo quitarse aquella espinita de inquietud pues estaba segura de que se estaba siendo muy negligentes con un tema que podía salirse de las manos fácilmente.  Por último, se les pidió que no intervengan en este problema que afectaba muggles y se cerró la sesión. 

    Regresó a la embajada bastante meditabunda y tomó asiento detrás el gran escritorio de roble. Aquella reunión le había dado mucho que pensar, no podía dejar de hacerse cuestionamientos que eran básicos. ¿Cómo estaban tan seguros que aquello que estaba matando tanta gente no mágica no iba a afectar a los magos, brujas y otras criaturas? ¿Por qué si estaba en su poder intervenir con alguna cura no lo hacían? ¿Por qué eran tan indolentes con el sufrimiento?

    Con el ceño un tanto fruncido por la preocupación, empezó a abrir la correspondencia que habían depositado con cuidado en su escritorio. Cartas, notificaciones y... Una nota de Luna resaltó entre todas las demás, el tema al que convocaba era similar al que acababa de discutir, razón de más para acudir de inmediato a su llamado. Apenada porque ya estaba bastante tarde, -seguro ya habían empezado sin ella- se volvió a colocar apresuradamente el abrigo y salió como un torbellino, dejando a la pobre asistente desconcertada con el café en la mano.

    Desde su nombramiento, no había tenido oportunidad de conocer el ministerio de magia de aquella nación por lo que le tomó un poco por sorpresa la inusual manera de llegar hacia él. Atravesó un poco confundida los pasillos, tomó uno o dos elevadores y llegó al piso en el que se encontraba la sala que Luna mencionaba en su nota. Al doblar un par de pasillos, llegó finalmente a la sala 3 en donde supuso se encontraban reunidos los convocados. Esperaba que aquella reunión fuera discreta pues no sabría cómo dar explicaciones si el detalle de su presencia se filtraba al ministerio francés. 

    Tocó la puerta con suavidad anunciando su llegada y giró el pomo con cuidado. Ya había gente dentro, lo que le hizo apenarse bastante por su retraso. 

    —Bonjour, mil disculpas por la tardanza, es que no he recibido el memo a tiempo. 

    Ingresó a la sala y cerrando la puerta tras si, dirigió una sonrisa a manera de saludo a los presentes, especialmente a Luna y Darla a quienes conocía. 

     

     

  2. Aunque esperaba algún tipo de revelación, todo lo que escuchó le tomó completamente por sorpresa. La frase “me tengo que ir” seguida por “no te conté todo sobre mi” cortaron con violencia en lo más hondo de su pecho. Sin saber cómo reaccionar, atinó a depositar con suavidad la taza de café en la mesa y permaneció en silencio unos segundos intentando recomponerse. 

    La relación que ambos llevaban era bastante reciente, eso era cierto. Habían conectado muy hondo muy pronto y aunque ella estaba consiente de que era imposible conocer todo de alguien, el tono con el que Leonid se sinceraba le daba a entender que las verdades ocultas venían teñidas de un tinte oscuro para el que no sabía si estaba lista. 

    En medio de su propio dolor pudo entrever lo difícil que era para él explicarse. El conflicto que le causaba todo era palpable y aunque una parte de él quería acercarse, algo más fuerte le alejaba haciéndole incapaz siquiera de tocarla. La burbuja de felicidad que le invadía en la mañana se había roto completamente y ahora no solo estaba bastante desconcertada, sino que también se sentía muy herida. 

    Los detalles no se detuvieron y empezaron a aflorar a medida que él encontraba su voz y con el corazón en la mano explicaba todo aquello que ella ignoraba. A pesar de no poder identificarse completamente en un escenario de una niñez difícil como esa, escuchó sin juzgar en lo más mínimo todo lo que él le compartía, siendo incapaz de no empatizar con aquel niño pequeño y confundido que él había sido en su momento. A causa de necesidad y con la responsabilidad de proveer en casa para alimentar a su familia había tenido que tomar decisiones duras que no correspondían a un niño de su edad, y lamentablemente para él no había existido muchas alternativas que elegir. 

    Hélène se encogió en el asiento, rodeando sus piernas con los brazos, como intentando reconfortarse. No le interrumpió e intentó permanecer lo más apacible posible mientras absorbía como una esponja todo aquello que escuchaba. Aunque podía entender parcialmente porqué él había reservado todos esos detalles para si mismo, una pequeña parte de si misma le hacía sentirse culpable. Quizás… ¿es que él pensaba que ella no podría con tanto? ¿o quizás que era una niña malcriada que no lo iba a querer más al descubrirlo? Decidió acallar toda aquella marañana de cuestionamientos que empezaban a emerger desde su confusión, aunque no fue completamente capaz de disimular su sentir ya que la vista se le había empezado a nublar a causa de las lágrimas que amenazaban por rodar por sus mejillas. Depositó la barbilla en las rodillas y bajó la mirada, fijándola en la taza de café que ya estaba frío y se concentró allí intentando ordenar sus sentimientos y recomponerse. 

    La palabra mercenario resonaba en la cabeza mientras su cerebro le traducía despiadadamente los significados como un diccionario no solicitado.  Asesino a sueldo, traficante… su mente seguía y seguía y ella aún era incapaz de mirarle a los ojos, permaneciendo con la mirada clavada en aquella taza sin verla realmente. Una parte de ella se negaba a creerlo, quizás se tratase de un absurdo plan para que ambos separasen sus caminos, ¿no? Pero Yalxey siempre había sido tan franco que aquella estupidez de su imaginación se desvaneció inmediatamente de su cabeza.  Era una verdad pesada, cruda y difícil que debía digerir. Una verdad que tenía que aceptar porque a la final ese era el hombre que amaba, el compañero que había escogido. Cuando él empezó a disculparse por haberle llevado ahí y luego acotó que él no podía permitirse amarla, Hélène ya no quiso escuchar más.

    No. —Dijo con sequedad y deshizo su postura. Con un chirrido de la silla al arrastrarse en la madera se puso en pie. Empezó a caminar en un vaivén en la pequeña estancia mientras intentaba aplacar la rabia que estaba empezando a emerger en su interior. Tenía mil sentimientos y cero palabras para transmitirle al ruso. Pensó en si misma, en cuánto le afectaba y se sinceró consigo misma. La persona que él había sido en el pasado había transformado a aquel ser humano que tenía en frente y no le importaba nada más. 

    No. —Repitió una vez más, deteniendo al fin el vaivén frenético y fijando sus ojos en aquellos pozos azules que le miraban nerviosos y mortificados. —Escúchame. Tú ya no eres esa persona. Sí, pasaste cosas terribles, cosas que nadie jamás podrá entender y sí, hiciste cosas que te van a perseguir para siempre… te perdiste en el camino, pero… pero luego te encontraste y ahora estás aquí, conmigo. —Lo último lo dijo con la voz quebrada, pero pronto reencontró su fuerza. Todos merecen una oportunidad de redimirse, Leonid. Todos merecen una oportunidad de deshacer el mal que han hecho con bondad, ¡la oportunidad de amar y de ser amados! Y puede que lo que yo diga suene muy utópico, o que parezca que yo no tenga ni la mínima idea de lo que estoy diciendo porque jamás podré experimentar todo lo que te tocó vivir, pero… nada de lo que has dicho cambia la visión que tengo de ti, ni mis sentimientos por ti. —Confesó con honestidad, sin apartarle la mirada. 

    Y ahora… ¿te quieres ir? — Respiró hondo intentando calmarse, aunque no era fácil con aquel temperamento heredado. Una, dos veces, aún le costaba trabajo entender cómo la vida podía ser tan injusta y estarles poniendo aquella prueba tan difícil en ese preciso momento. —¿Te quieres ir de esta cabaña? ¿de Siberia? ¿de mi vida? ¿de todo lo anterior? —Demandó una respuesta, preparándose mentalmente para escuchar lo que estuviera por venir. 

    • Love 1
  3. Un ligero estremecimiento sacó a la castaña del sopor que la envolvía. Todavía bastante atrapada en el limbo del sueño, extendió con torpeza el brazo hacia un costado, buscando la calidez de la humanidad del ruso sin éxito. La temperatura había descendido un par de grados y aunque la híbrida deseaba quedarse durmiendo unos minutos más, el lejano sonido de unas voces terminó de atraerle a la realidad. 

    Sin saber realmente si aquello había sido producto de un sueño, suspiró y abrió con suavidad los ojos, pestañeando un par de veces mientras ajustaba la visión a su entorno. Comprobó entonces que efectivamente Leonid ya se había levantado y se encontraba sola en la pequeña habitación. 

    Con completa calma se estiró cuanto pudo y se puso en pie, sintiendo un pequeño sobresalto al salir de las tibias mantas al frío exterior. Como autómata, cubrió su desnudez con lo primero que encontró y cuando ya estaba calentita en sus pantalones y un suéter muy grande para ser suyo, se calzó las botas y bajó los escalones, arreglándose un poco el cabello con los dedos en el proceso.

    El sonido de un hachazo zanjando el aire en el exterior le dejó saber que el pelirrojo se encontraba cortando leña para avivar el fuego que ya estaba empezando a extinguirse en la  chimenea, lo que explicaba aquel gélido recibimiento matutino. Decidió no interrumpirle y más bien se centró en sorprenderle preparando el desayuno, así que se puso manos a la obra.

     Estaba emocionada por aquel tan agradable comienzo de aquellas vacaciones y no podía esperar por ver qué más tenía Siberia que ofrecerles. Le fascinaba la idea de conocer todo aquello que había formado al hombre que amaba y admiraba tanto. 

    Con una floritura de la varita, puso a calentar agua para el café y con otra más empezó a empampar las tostadas con huevo batido y un poco de harina para freírlas. Con cuidado y concentración dirigió utensilios e ingredientes como si de una directora de orquesta se tratase, mientras supervisaba todo con sumo cuidado para que estuviese en su punto. 
    Cuando las tostadas francesas estuvieron listas y el olor a café recién hecho invadía la estancia, ultimó detalles colocando algo de fruta fresca y picada, zumo de naranja recién exprimido y algo de mantequilla y jalea para untar. Lo inspeccionó todo con ojo crítico y solo cuando estuvo contenta con el resultado, fue en busca de Yaxley. 

    Tan pronto cruzó el umbral, notó una atmósfera extraña en el exterior. Detuvo los orbes celestes en el mago, percibiendo una línea de preocupación en el entrecejo de éste. Lo interpretó quizás como… ¿concentración en su tarea? Atacaba cada uno de los leños con fuerza y parecía desquitarse con ellos, aunque en realidad, que ella supiera no había una razón que pudiera perturbarle. 

    Se quedó así, en silencio en el umbral de la puerta mirándolo y luego finalmente le habló con suavidad, no quería sobresaltarle. 

    —Me muero de ganas de saber qué te hizo ese pobre leño… —Soltó una risita divertida, aunque en el fondo seguía un poco inquieta por el mago. —El desayuno está listo, amor. —Anunció solemnemente, mientras extendía una pálida mano hacia él, mano que se congeló de inmediato con la gelidez exterior. Lo miró dejar el hacha y cuando él se acercó lo suficiente, entrelazó los dedos con los de él y se estiró un poco para darle un tierno beso en los labios. —Buenos días. —Saludó, regalándole una sonrisa.

    Lo guió al interior de la cabaña y tomó asiento frente a él en la mesa, rodeando inmediatamente ambas manos en la taza de humeante café para calentárselas. 
    Aunque el desayuno transcurrió sin ningún tipo de inconvenientes, no pudo dejar de notar que Yaxley estaba bastante callado y aunque intentaba disimularlo, había un atisbo de preocupación en el semblante del ojiazul que se entreveía de cuando en cuando. Sin poder evitarlo más, Bellerose se sentó lo más derecha que pudo y preguntó con delicadeza.

    —¿De qué me perdí? 

    No podía negar que se encontraba un poco desconcertada, pero permaneció tranquila y expectante, fijando su mirada amable en la del mago. 
     

    @Syrius McGonagall

    • Love 1
  4. Los segundos pasaban luego de aquella repentina presentación y los detalles sobre la misión aún no habían sido revelados lo que le llevó a pensar que estaban aguardando a que llegasen más miembros del bando. Mientras aguardaba por instrucciones, dejó que su mente vagase distraída, pensando en todas las interesantes posibilidades de aquel encuentro, bastante intrigada por saber qué era aquello que los había convocado aquella noche en aquel lugar. 

    Sin darse cuenta de que lo estaba haciendo, la francesa dejó que sus manos juguetearan distraídamente con la varita, girándola entre sus finos dedos. Los impacientes pasos de Melrose resonaban en un suave y rítmico vaivén que le sacó finalmente de su breve ensimismamiento.  Los segundos transcurridos parecían horas y aún ningún miembro adicional se había hecho presente. Con suavidad, Hélène los apremió al igual que su compañera, que se veía muy deseosa de empezar. 

    —Quizás un breve preámbulo nos ayudaría a prepararnos mejor... 

    Apenas conocía a los presentes y aunque no sabía realmente qué era aquello que estaban buscando, sabía que el tiempo era clave. Aún si no partían de inmediato, la francesa quería ponerse al corriente de la situación para entenderla mejor. 

     

     

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  5. Desde que era muy pequeña, la Bellerose se había caracterizado por una personalidad bastante curiosa. Le encantaba aturdir a las institutrices con preguntas cuando niña y se había devorado todos los libros que había podido. Esa hambre de conocimiento le había llevado a estudiar muy duro en la academia y ahora que ya se había graduado, estaba impaciente por continuar expandiéndose.

    Las habilidades eran algo que requerían un nivel de magia sumamente avanzado y aunque era algo que siempre le había atraído, con mucho respeto y prudencia había aguardado el momento de lanzarse a por ello, esperando estar lista, preparándose lo mejor que había podido hasta tomar la decisión.

    Al llegar a Inglaterra, la heredera tuvo la oportunidad de escuchar historias de gente que lo había intentado, aunque no todos lo habían conseguido. Hablaban de una mujer, una gurú mágica que les había enseñado, aunque los retos que aquella habilidad implicaba no eran para cualquiera. La rama de la metamorfomagia siempre le había atraído, no solamente porque pensaba que un mundo lleno de infinitas posibilidades se iba a abrir ante sus pies cuando la dominase, sino que la complejidad de aquella magia tan antigua le parecía un arte muy atractivo de dominar.

    Consideró que aquella era la señal que estaba esperando y con toda la predisposición, Hélène decidió que era el momento de lanzarse a por ello y emprendió el camino en busca de la arcana, una mujer que pocos conocían y todos respetaban.

    Al llegar a la locación que le habían indicado, se detuvo unos segundos en el rellano de la puerta sin atreverse a tocarla todavía. Sintiendo una mezcla de nervios y adrenalina rebullendo en su interior, repasó mentalmente todos los motivos que le habían llevado hasta allí. Nerviosamente deslizó los dedos de la diestra por el cabello, arreglándose la melena para estar lo más presentable posible y armándose de valor y ansias de saber qué le esperaba al otro lado de la puerta, tocó con suavidad dos veces, aguardando que la persona del otro lado abriera y quisiera tomarla de pupila.

  6. Vengo a estrenar el coso del cosito por primera vez desde que empezó toda esta locura *-* debo reconocer que el diseño está cuchi pero me siento más perdida que mandada a hacer jajaja al menos ya no tengo dos identidades que me confundan más confundida de lo que ya estoy :3

    Holi soy Kass (?

    Felicitaciones a los modes y todos los que trabajaron super duro para hacer esto posible. Aun no curioseo a fondo ni roleo todavía (tengo meyo) pero me animo si alguien se anima (?

     

    *se roba a mica*

     

     

  7. Hélène cerró los ojos, dejándose llevar por aquella abrasadora sensación de fuego que se incrementaba ahí donde su piel se juntaba con la de Yaxley. Sus labios lo llamaban con ansiedad, sus manos recorrían con vida propia aquel perfecto físico, explorando y acariciando con premura. Ella lo deseaba con locura. Lo atrajo hacia sí lo mejor que pudo a través de la maraña de sensaciones, aferrándose a él con ternura y amor.


    Pronto la ropa que estorbaba dejó de hacerlo, desapareciendo con sorprendente facilidad, dejándolos a ambos libres de sentirse por completo y expresarse aquel amor con un nuevo lenguaje. Con pasión y devoción, la semiveela se dedicó en sentir y hacer sentir a su compañero aquello que las palabras no podían expresar: lo feliz que le hacía, lo mucho que le adoraba y sobre todo lo mucho que le deseaba.


    Se entregó por completo a aquella unión tan íntima sintiendo como poco a poco aquella experiencia sensorial tan absolutamente surreal le hacía desfallecer en una “Petite mort” y le hacía orbitar entre oleadas de placer. Murió y renació entre los brazos de Leonid, sintiéndose más amada que nunca.


    Recuperando el aliento y esperando que el corazón acelerado se tranquilizara, Bellerose trazaba suavemente formas indistintas sobre el pecho del mago, en una caricia muy ligera. Su cabeza reposaba en ese mismo pecho, donde claramente podía escuchar el corazón del pelirrojo latir acelerado. Suspiró, bastante feliz, pues en realidad no se imaginaba un momento más perfecto que aquel, junto al hombre que había logrado despertarle esos sentimientos que creía imposibles.


    Alzó la vista y fijó los orbes claros en los azules del mago, sintiéndolos un imán que le engullía por completo. Era increíble como cada vez que se perdía en esos ojos, las mariposas se alocaban en el estómago, y aún más al escucharle decirle aquellas dos palabras. —Mi cielo… —Susurró, sin poder evitar fundirse en un beso tierno y sentido. —Te amo. —Decretó, sintiéndose libre de por fin poder expresar con palabras aquel sentir que había llevado consigo por algún tiempo. Aún envuelta en el sopor que le causaba el saberse correspondida, disfrutó de la caricia que él le propiciaba en el cabello, sintiéndose muy relajada y contenta y no pudo evitar reír con él. —Ese es un problema para Hélène y Leonid del futuro, que ellos se encarguen.


    La calidez de aquella habitación hacía fácil olvidar que estaban en Siberia, en medio de esas temperaturas tan heladas. Afuera podía estar cayendo una tormenta que en realidad la burbuja en la que los dos estaban viviendo en ese momento no les hubiese permitido enterarse. —Y bueno, ¿cuál es el cronograma que ha preparado mi guía local? —Inquirió, mirando con curiosidad al ruso.



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  8. Ambos disfrutaron de una cena deliciosa, que no solamente denotaba la buena sazón que tenía el mago, sino que también sumaba mucho al ambiente lo feliz que se sentía en la grata compañía. Alzó su copa en un brindis muy sentido, cada momento que vivía junto al ruso era único y no podía imaginarse compartiendo tantas aventuras con ninguna otra persona.
    —Que sean muchos, miles. —Sonrió ella y fundió aquel deseo con un beso intenso y profundo. La calidez de las aguas termales era mínima en comparación al calor que sentía ahí donde su piel tocaba la del mago. Si hubiese podido prolongar aquel momento para siempre, lo hubiese hecho sin dudarlo ni un solo segundo.
    Como si la vida deseara añadirle un detalle más, blancos copos de nieve empezaron a caer sobre ellos, derritiéndose al contacto con la piel. Hélène alzó los ojos claros al cielo y no pudo evitar reír como una niña pequeña, completamente extasiada por lo que estaba pasando. Cerró los ojos tan solo un segundo sintiendo como los fuertes brazos del mago rodeaban su cintura y la atraían hacia sí y aprovechó para rodearle el cuello con los brazos, sintiendo el fuego incrementarse ante el placentero contacto de su piel.
    Leonid era un mago muy apuesto, dueño de un cuerpo atlético bastante envidiable. Pero no era tan solo aquello lo que le traía perdidamente idiotizada, había que añadirle también aquella personalidad que le hacía sentirse tan segura y querida. Él era el combo completo y ella lo supo desde el primer momento que le vio.
    Mirándole a los ojos, escuchó aquellas dos palabras tan especiales, sintiendo que el tiempo se detenía por completo. —Y yo te amo a ti. —Acotó ella, entregándose por completo a ese largo y apasionado beso, que venía cargado de un nuevo sentido de pertenencia. El fuego acompañó el recorrido de las manos del pelirrojo a través de su espalda, nublándole por completo el pensamiento. Tan solo era consiente del delicioso contacto de sus labios y sus manos recorriéndole la piel, ya la mente no tenía ningún tipo de control, los sentidos eran los que habían tomado el mando.
    Cerró los ojos al sentir los labios de Yaxley recorriéndole el cuello, marcando un camino de fuego a lo largo de la mandíbula. Se ladeó levemente para darle un mejor acceso, sintiendo como la respiración se le agitaba a causa de la deliciosa sensación. Con deseos de estrechar el contacto, entrelazó las piernas alrededor de la cintura del fornido mago, sintiendo como los músculos de él se tensaban al sujetarla. La levantó con total naturalidad y salió de la piscina con la castaña en brazos, dirigiéndolos a ambos de nuevo hacia la cabaña.
    Hundiendo los dedos en el rojo cabello del mago, la francesa se centró por completo en el delicioso beso que compartían, sintiendo su lengua entrelazarse con la del cosaco en un intercambio que le robaba el aliento. De haber sido más consiente de sus alrededores, habría alabado la facilidad con la que el ruso evitó los obstáculos y subió las escaleras, cosa que no notó hasta que sintió la suavidad del cobertor de la cama contra su espalda.
    Sin despegar los labios de los del mago, ni deshacer su agarre, Hélène inició un recorrido con las manos a través de la espalda del ruso, sintiendo la dureza de los músculos tonificados bajo sus dedos. —Mío. —Decretó con una sonrisa que se extendió por los labios que aún se encontraban entre los del pelirrojo. Se sentía afortunada de que pudiera llamarle así: suyo.
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  9. Hélène se sentía en las nubes cada vez que sus ojos se encontraban con los del mago. Luego de las risas que su “desquite” había provocado en ambos, Escucharle hablar con tanta ternura despertaba en ella un sentimiento tan cálido, que no atinó a hacer otra cosa que sonreírle con dulzura.

     

    Se entregó al beso que precedió aquel predicamento por completo, dejando que la mano libre que tenía acariciara con suavidad los cabellos del mago. A medida que profundizaba el beso, esa mano que peinaba los cabellos de Leonid lo atraía más y más hacia sí misma, casi sin darse cuenta. Era fácil dejar que los sentidos tomasen el control del momento, pero había que acordarse de respirar…

     

    Al separarse con suavidad, Yaxley le recordó que había que salir para conseguir comida y muy a su pesar la heredera asintió, dejando al igual que Leonid la taza de té medio vacía en la mesita auxiliar. —Cinco minutos más... —Pidió, hundiéndose de nuevo en los brazos del pelirrojo. —¡Tú me lo pones difícil a mi! —Protestó con una sonrisa, marcando un rastro de pequeños besos que partieron desde la sien y terminaron en la comisura de los labios del mago. —El menú suena bastante bien, Chef. —Reconoció al escucharlo. El viaje había sido largo y debía admitir que estaba hambrienta. Ese pensamiento fue el que le hizo suspirar y levantarse. Tomó la mano de su compañero y dijo con un puchero teatral: —Vamos mi amor, ¡hacia el frío y hostil exterior!

     

    Disfrutó mucho de aquel pequeño paseo, especialmente de escuchar a Leonid hablar en ruso que era una de sus cosas favoritas. El idioma en sí le resultaba novedoso, ya que contrario al francés fonéticamente sonaba mucho más rudo y sobraba decir que él se veía demasiado varonil hablándolo. Esperó pacientemente que él negociara y revisara la calidad de todos los ingredientes, y cuando ya pareció conforme con todo se despidieron y emprendieron su camino de regreso a la cabaña.

     

    A la usanza francesa, Hélène se encargó de descorchar una de las botellas de vino que habían llevado, sirviéndola ocasionalmente en un par de copas a lo largo de la preparación de la cena. Debía reconocer que otra de las muchas cosas que le gustaban del mago era su excelente gusto para cocinar y lo fácil que se entendían en esas cosas. Trabajaron en equipo hasta que todo estuvo listo, y fue entonces cuando la francesa decidió que necesitaba ponerse más cómoda. Con un fugaz beso en los labios, dejó al pelirrojo en la cocina y subió hasta la pieza, donde hurgó un poco en la maleta hasta encontrar lo que buscaba.

     

    Entró al baño y se refrescó un poco el rostro, aprovechó para peinarse el cabello y cepillarse los dientes. A pesar de haber sido un viaje largo, agradeció no lucir cansada y de tener un buen semblante. Anticipándose a la cena, eligió de los varios trajes de baño que había llevado un bikini strapless completamente negro y se colocó encima una afelpada bata de baño de color gris. Luego de una mirada analítica, aprobó su reflejo en el espejo, y salió, sorprendiéndose al notar lo pronto que había oscurecido. El cielo parecía seguir cubierto de nubes, lo que lamentó al saber que no serían capaces de disfrutar de una noche estrellada, pero supuso que sería lo usual por esas fechas. Bajó los escalones con cuidado y se sorprendió al notar que ya la cena estaba servida en el exterior, Leonid se había encargado de los últimos detalles.

     

    El jardín estaba iluminado ya con luz cálida y el vapor de las aguas termales templaba el frio ambiente, lo cual agradeció. Velas iluminaban la cena, y el ruso esperaba sentado en el borde de la piscina. Intentando no hacer ruido, la semiveela se acercó con lentitud y depositó ambas manos en los ojos del mago, cegándole. —¿Me extrañaste? —Preguntó ella, sin poder evitar sonreír ante la escena. Todo lucía exquisito y él había hecho un trabajo estupendo.

     

    Se deshizo de la bata con cuidado y tomó asiento junto al mago, sumergiendo las piernas en el agua caliente. —Definitivamente este es mi lugar favorito en Siberia. —Comentó con humor, considerando muy seriamente instalar una piscina de agua caliente en su residencia cuando regresaran.

     

    @@Syrius McGonagall

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  10. Por un momento, lo único que se escuchaba era el sonido de los pasos avanzar a través del bosque, con el crujido ocasional de una que otra rama ceder bajo su peso. Aunque hablaban todos muy animados, Hélène no podía dejar de mirar al dragón de cuando en cuando, parecía menos amenazador que un momento, como si un peso se le hubiese ido de encima.

     

    No he escuchado nada de llaves de cristal, ni de cuevas susurrantes…—Respondió extrañada y bastante intrigada. La idea de un mago con poderes perdidos le generó un pequeño escalofrío, la sola idea le parecía espeluznante. No quiso presionar con las preguntas, pero se animó a hacerla por considerarla una curiosidad bastante obvia. —Parece un lugar un tanto peligroso para un niño. ¿Hay alguna razón particular por la que necesitas la llave de cristal?

     

    Ya no falta mucho. —Comentó, al tiempo que una figura conocida se acercaba a ellos a paso de trote. Se trataba tan solo del guardabosques, un hombre joven, de no más de 30 años que venía completamente entusiasmado, la promesa de un dragón le había despertado el interés y quería verlo con sus propios ojos.

     

    Perdón… por…la demora. —Dijo él en voz entrecortada a causa de la falta de aire, que le indicó que había en efecto llegado lo más rápido posible. Siendo squib no podía usar magia para transportarse, aún así era fantástico con todas las criaturas que habitaban en la propiedad, como si en efecto tuviera un don natural para dominarlas.

     

    —Aquí estás, respira, no pasa nada. —Divertida, la ojiazul observaba al hombre castaño recuperar poco a poco el aliento, que volvió a perder el minuto que clavó los ojos en el dragón. Completamente extasiado no supo si hablar, si reír, si dar saltitos. Con los ojos completamente abiertos se quedó inmóvil. La emoción bullía por salir, pero él hacía un buen trabajo conteniéndola.

     

    —Este es Riuu y su dragón Frederick. Ambos son nuestros invitados, por el tiempo que deseen.—Explicó la semiveela, al tiempo que extendió con suavidad la mano que sujetaba las riendas del caballo negro hacia el hombre, no sin antes propiciar una cariñosa caricia en el morro del equino. —¿Crees que puedas prepararle a Frederick un espacio de descanso?

     

    No tuvo que repetirlo dos veces, el hombre tomó al caballo y asintió con vehemencia. Hélène sonrió y se dirigió al niño. —Podemos ir directamente al castillo, o podemos pasar por las pesebreras. Si quieres confirmar que Frederick está en buenas manos, este es el momento. —Aguardó con interés por la respuesta del niño.

     

    @@Riuu

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  11. El contacto de Yaxley sacó a la muchacha de su pequeña ensoñación, ocasionándole electrificantes sensaciones que nacieron en el cuello y bajaron hasta la espalda. Disfrutó del abrazo en silencio, recargando la cabeza sobre la del pelirrojo en un gesto que denotaba mucho el cariño que sentía por el mago. No era realmente curioso que en esos brazos se sentía segura, protegida, cálida. Abrió los ojos con lentitud y los fijó en el paisaje, queriendo inmortalizar el momento con todos los sentidos.


    —No sé si a nadar mi cielo, con el frío que hace… pero me encantará conocer. Quiero conocer todo lo que atesoras, ¿sabes? —Soltó una risita, sorprendiéndose por todo lo que había aprendido a lo largo de aquella relación. Quien conoció a la bruja en París, pudo dar fe de su personalidad cómoda, de lo intranquila que le ponían los cambios, de la frustración que le ocasionaban las cosas cuando no salían como ella quería. Sin embargo, Leonid Yaxley había logrado desbloquear una nueva personalidad, una mujer que estaba tomando riesgos y saliendo de su zona de confort. La nueva Hélène se gustaba a sí misma mucho más antes, eso sin duda.


    La tetera emitió un chillido muy difícil de ignorar, marcando así el momento de volver al interior de la cabaña. Con algo de pesar dejó ir al mago, y ella misma decidió que ya había sido suficiente frío por ese rato. Ingresó tiritando a la pieza, deseando más que nunca degustar aquella taza de té caliente que le ofrecían. Bajó con parsimonia los escalones, ya Leonid le esperaba en el mullido sillón con las dos tazas de té.


    Tomó asiento junto a él y se acomodó nuevamente en esos brazos que tanto le gustaban, sintiéndose feliz. Se hizo con la taza de té caliente, que en un primer contacto le escoció la palma de la mano. No importó, la sujetó de todas formas esperando que el calor se extendiera poco a poco por las extremidades.


    Se mordió el labio, divertida ante la pregunta que el ruso formuló. —Tengo una selección amplia que creo que te gustará. —Rió, depositando la palma de la zurda que estaba completamente fría en el cuello del mago, disfrutando del estremecimiento que el cosaco tuvo ante ese contacto gélido contra la calidez de su piel. —Eso si es que tu novia no ha muerto de hipotermia antes. —Comentó divertida, haciendo que la mano helada descendiera suavemente por los bordes del cuello, hacia la espalda, que era el sitio más cálido del cuerpo del mago. Rió con entretenida malicia al sentirle retorcerse en rechazo al helado contacto, pero no retiró el toque. De hecho, encontró que era más efectivo para entrar en calor que la humeante taza de té.



    Dirigió la misma hacia sus labios, sintiendo el sabor herbal de la infusión. Lo saboreó, intentando distinguir entre las notas herbales los componentes que lo conformaban, sin éxito. El té era extrañamente fuerte, pero reconfortante. —Es rico. —Reconoció, dándole un trago más con sorbitos cortos para evitar quemarse la lengua. —Y tú eres muy guapo. —Musitó con una sonrisita coqueta.



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  12. La castaña reía alegremente mientras era guiada a la cocina por el alto mago. Rodeó con suavidad el cuello del pelirrojo con los brazos, sintiendo encantada los dulces besos que él le propiciaba. —Puedo acostumbrarme a esto. —Musitó suavemente entre los labios de Yaxley, sintiendo como una sonrisa se le pintaba en el rostro. El abrazo se deshizo con gentileza y ella aprovechó la ocasión para desabrochar el grueso abrigo que llevaba, después de todo ya la calidez del fuego había llegado a cada pequeño rincón de la cabaña y tanta ropa de invierno no era necesaria.

     

    Dejó el abrigo junto al de Leonid, y se aseguró también de sacarse los guantes, gorro de lana y orejeras y lo depositó suavemente en la consola de la entrada. Luego de descalzarse, se dirigió hacia la cocinita y se sentó en el mesón, recargándose suavemente en la mesa con los codos. La quijada la puso entre las manos, mientras los ojos claros estaban fijos en el pelirrojo, el que se desenvolvía con gracia y soltura en la pequeña cocinita, como si supiera donde se encontraba cada cosa.

     

    Siempre hay un algo irresistible con los hombres que cocinan. Soy una chica afortunada. —Alabó con coquetería, sin despegar la mirada del ruso, que parecía estar inspeccionando a fondo las alacenas. Al parecer tan solo había suficiente provisión para hacer el té, todo lo demás tendrían que conseguirlo en el pueblo si querían alimentarse. La aventura comenzaba entonces.

     

    De acuerdo amor. —Accedió, le parecía una idea excelente aprovechar aquella pequeña oportunidad de recorrer el poblado. La cabaña se encontraba cerca, aunque había un buen tramo de camino hasta llegar a la tienda que el mago mencionaba. Supuso que irían luego de acomodarse un poco mejor en la cabaña, aún había que desempacar y tan solo al pensar en tener que acomodar todo lo que traía no fue capaz de contener un suspiro.

     

    Leonid colocó las tazas en una ventana que de inmediato llamó la atención de la castaña, quien se estiró un poco para poder observar con más detenimiento el paisaje. Distinguió lo que parecía una piscina con un suave vapor que humeaba por encima y antes de que pudiera formularla, la respuesta a la pregunta llegó casi de inmediato. —¿Aguas termales y nieve? —Su entusiasmo se disparó nuevamente ante la perspectiva, se sentía bastante afortunada al ver que él lo había planeado todo con demasiada minuciosidad.

     

    El ruso dejó hirviendo el agua y se dirigió hacia la entrada donde habían dejado las maletas en un inicio. Agradeciendo que él fuera tan ordenado como ella misma, se levantó con agilidad de la silla que ocupaba y siguió al pelirrojo a través de las escaleras de madera hacia la segunda planta, que al igual que la primera planta era sencilla pero bastante acogedora. Una cama bastante amplia los recibía, rodeada por mesitas de noche, una cómoda y un espejo. Una alfombra sencilla pero cálida se encontraba al pie de cama, calentando así un poco mejor el ambiente que debía enfriarse por las noches. Dejó que el pelirrojo se ocupara de depositar las maletas en la pieza y mientras tanto se dedicó a curiosear por la pequeña estancia.

     

    La habitación tenía acceso a un pequeño balconcito con vista hacia la piscina exterior, además de un espectacular paisaje compuesto de montañas nevadas cubiertas por árboles de blancas copas. Parecía salida tal cual de una postal y eso maravillaba a la semiveela, que, sin meditarlo mucho, abrió la puerta del balconcito y salió, siendo recibida por una gélida brisa que le caló hasta los huesos. Aún así en lugar de inmutarse, cerró los ojos disfrutando cómo aquel viento le despeinaba los cabellos.

     

    Así que esta es Siberia. —Musitó con satisfacción, sin poder dejar de reconocer que el lugar natal de Yaxley era bellísimo. No podía esperar para descubrir qué más tenía aquel paraje por revelar.

     

     

    @@Syrius McGonagall

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  13. La conversación había tomado un giro tan triste y nostálgico, que la heredera suspiró un tanto alicaída, refugiándose completamente en las sensaciones que le generaba aquel delicioso y chocolatoso bocadillo. Tenía un sabor bastante amargo, pero el exterior caramelizado compensaba completamente y equilibraba la experiencia gastronómica que estaban disfrutando sus papilas gustativas.
    Continuó inmersa en la conversación sin añadir mucho más, porque de repente se empezó a sentir extraña. Parpadeó varias veces confundida, sentía un peso atípico que le nublaba los pensamientos y le impedía formular ideas con la rapidez habitual. Se vio tan lenta y atolondrada, que se rebulló incómoda en el sillón esperando que nadie notara su molestia, para ella la correcta impresión era tan importante…
    Observó a sus compañeros de bando, aún no se sabía los nombres de ninguno y si alguno se había presentado ya no se acordaba. Sonrió porque no atinó qué más hacer, se sentía un poco fuera de lugar. Como para disimular un poco que se sentía extraña, extendió una mano nuevamente a la bandeja de pastelitos, empezando a devorar otro más.
    Puso atención a su entorno, una chica hablaba de dar besos y otra se reía divertida de lo que estaba pasando. Pero, ¿qué era eso que estaba pasando? Incómoda, Bellerose volvió a revolverse en el sillón, sintiendo que el corazón empezaba a latirle con violencia. Un sudor frío empezaba a recorrerle la espalda. El tiempo empezaba a transcurrir taaaaaan lento…
    Se sentó lo más erguida que pudo en el sillón y decidió que no iba a emitir ninguna palabra porque de repente no sabía qué palabras era correcto decir. Se irguió cuanto pudo en el sillón, sin darse cuenta que estaba sentándose completamente tiesa, como si de un maniquí se tratase. No dejaba de mirar a todos bastante nerviosa sin terminar de comprender qué le estaba pasando.
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  14. La idea del primer viaje con Yaxley emocionaba a la francesa de sobremanera. No solo era la primera vez que conocería aquel frío y nórdico paraje, sino que estaba tan a gusto con la idea de emprender una nueva aventura con el mago que no había podido contener el entusiasmo que le embargaba. Había empacado con esmero intentando ser práctica, sin embargo, la emoción le había ganado y como era de esperarse, había terminado llenando más maletas de las necesarias.

     

    Bellerose tenía una idea muy general sobre el destino al que estaban visitando, en sí no más de lo que le habían contado los conocidos o lo que había leído en libros. Su interés particular se fijaba en aquellas luminiscencias mágicas conocidas como auroras boreales, algo que nunca había tenido ocasión de ver con sus propios ojos y era un deseo que le había transmitido al pelirrojo, quien había tomado aquello como una oportunidad planear aquellas vacaciones y hacerse cargo de cada detalle, algo que la francesa agradecía ya que confiaba en el mago plenamente.

     

    El paisaje que les recibía estaba completamente pintado de blanco a causa de la nieve fresca que había caído recientemente. Hélène había esperado frío, pero no se había preparado del todo para aquel clima tan gélido que les recibía. Vestía varias capas de ropa, guantes, orejeras, pero aún así de cuando en cuando no podía dejar de estremecerse cuando una brisa especialmente gélida le tocaba el rostro y descendía por el cuello hasta la espalda. Aún así, el entusiasmo de la bruja era equiparable el de una niña pequeña que veía algo por primera vez. Los ojos claros los tenía bien abiertos para no perderse de ningún detalle.

     

    Leonid había advertido que ya estaban cerca y la heredera no pudo evitar regalarle una sonrisa amplia, no podía esperar a llegar y sentarse junto al calorcito del fuego y quizás tomarse un chocolate caliente. Agradeció que las maletas flotaran con suavidad a sus espaldas y al mismo tiempo se premió por haber sido tan previsiva al haber traído tanta ropa, después de todo parecía que iba a necesitar una o dos capas más.

     

    Una risita precedió la respuesta a la pregunta del ojiazul. —Tu chica no siente la punta de su propia nariz y tiene el rostro completamente anestesiado. Es probable que precise muchos besos para recuperarse. —El pálido rostro de la castaña se hizo de un puchero divertido que dedicó al mago con fingida teatralidad.

     

    Llegaron finalmente y la semiveela aguardó pacientemente a que Leonid abriera la puerta de la cabaña que a simple vista se veía bastante hogareña. Fue sorprendida con una chimenea que invadió a la estancia con un suave y esperado calor. Más rápido de lo que pudo haberlo previsto con el pensamiento, el cuerpo la transportó hacia el tan anhelado calor del fuego y ahí se detuvo unos segundos, sintiendo como poco a poquito su temperatura corporal subía.

     

    Sin cambiar alejarse mucho de la chimena, la heredera barrió la estancia con la mirada, contenta al ver que la cabaña estaba lo suficientemente equipada para una cómoda estancia. Todo era perfecto en aquella escala tan chiquita. —Es perfecta. —Respondió con genuina felicidad al mago, que ya empezaba a quitarse el abrigo. —¡No puedo esperar a que empiece a nevar! Amo la nieve. Aunque claro que tú y yo vamos a estar adeeentro cuando eso pase. —Enfatizó aquello último, aún tenía un largo camino que recorrer para adaptarse a la temperatura polar de aquel paraje.

     

    Se acercó al mago que aún estaba en el rellano de la puerta y esperó pacientemente a que las maletas ingresaran por completo. —Un té suena estupendo. —Acordó, acortando la distancia que les separaba con un abrazo y hundiendo el rostro en el pecho del ruso, sorprendiéndose por la inesperada calidez del cosaco. —¿Cómo es que tú no te congelas? —Inquirió con una sonrisa, aún acomodada entre los fuertes brazos de aquel hombre que le encantaba tanto.

     

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  15. Hélène Eloïse Bellerose



    La cena estaba transcurriendo en un ambiente ameno, donde risas y conversación interesante no faltaron. El alivio que la francesa sintió al ver que la recomendación culinaria había sido asertiva fue grande. Estaba agradecida con la vida por la noche que estaba viviendo y sobre todo por la compañía del pelirrojo, que en un abrir y cerrar de ojos se había convertido en su persona favorita en aquel nuevo país que le faltaba tanto por conocer.



    Sabía que era muy pronto para hacer planes con el ruso, pero algo en él le hacía sentirse confiada. Aquella conexión que se estaba dando entre los dos había sido inmediata y natural y eso le proporcionaba la suficiente comodidad de disfrutar de aquel momento y atesorarlo, como si Yaxley hubiese estado ahí toda su vida. La mención del viaje a Rusia se había hecho dentro del marco de una broma, pero no pudo negar que la idea le resultaba sumamente atractiva. El aleteo incesante de las mariposas en el estómago así lo confirmaban, deseaba volver a verle y compartir más experiencias nuevas.



    Una sonrisa se le dibujó en el rostro cuando él le pidió que opinara sobre la sopa de mariscos, y ella lo hizo con toda la seriedad del caso. Saboreó con suma concentración y luego de comprobar que era tal y como debía ser, asintió con aprobación. —Es indiscutible que tienen un buen chef, tendremos que volver por otro especial. —Acto siguiente y sin poder evitarlo, la francesa se aseguró de que Leonid pudiese degustar del delicioso pato, bastante contenta con los sabores que estaba degustando.


    Hélène le contó muchas cosas de su vida, completamente cómoda con el mago. Aprovechó para contarle sus planes, historias de su vida, payasadas y travesuras que había hecho en el colegio. Así mismo, Leonid le compartió mucho de sus vivencias y anécdotas que había vivido con sus hermanos y cuando estuvo estudiando magia fuera de casa. La castaña absorbió toda la información con suma fascinación, sin ser capaz de interrumpir al mago en su relato. No se dio ni cuenta y ya la cena había terminado, tan solo una fracción de la botella de vino quedaba en la mesa y ambos se encontraban bastante satisfechos. Los breves silencios que hubo entre los magos no fueron incómodos, la bruja aprovechaba de cuando en cuando para fijar su vista en el lago, quizás esperanzada en divisar alguna criatura inesperada. No podía dejar de reconocer, aquella reserva era un lugar hermoso al que regresaría sin dudar.



    La voz del mago la trajo de nuevo al presente, interrumpiendo sus cavilaciones. Los ojos claros de ella se centraron nuevamente en los zafiros del mago, toda su atención volcada ciento por ciento al ruso. Tan solo al verle, una suave sonrisa se pintó en el rostro, y al escucharle decir todo aquello que le dijo, el corazón empezó a latirle en el pecho completamente acelerado. Acarició la mano que él le extendió él con cariño, sintiendo el suave y cálido contacto del ruso. Bellerose se sonrojó un poco antes de responderle, pero lo que expresó lo dijo sinceramente.



    Esta ha sido la noche más mágica que he vivido en mucho tiempo. —Reconoció, sintiendo una inexplicable ola de timidez que le invadió, pero no le impidió sincerarse. —Y tú la hiciste extremadamente especial. —Lo miró a través de sus pestañas, sintiendo como las mariposas se arremolinaban hacia su pecho. —Me gustas también. —Lo dijo, sintiendo como el calor de sus mejillas se acentuaba ante la revelación en alta voz de aquel sentimiento que era correspondido. —Me encantaría que esto se repita, de hecho, ya tenemos varias cosas en la lista de pendientes. —Soltó una pequeña risita, estaba emocionada por las perspectivas del futuro cercano.


    —Si no vas a hacer nada el fin de semana, podríamos salir… —Se aventuró a invitar, sintiendo que los nervios se intensificaban. Aguardando la respuesta del pelirrojo, se acercó la copa a los labios y bebió, sintiendo como el sabor frutal y ligeramente cítrico del vino le envolviera las papilas gustativas.



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  16. Hélène Eloïse Bellerose

     

     

    La heredera caminaba con paso despreocupado por las calles del callejón Diagon, mientras malabareaba con varios paquetes en sus manos. Lo que había iniciado como un día tranquilo de compras (había salido realmente por algo en concreto) se había tornado en una actividad entretenida que la envolvió por horas en la más absoluta diversión. Hélène ni siquiera se había percatado, pero ya había recorrido la mitad de los negocios y no tenía deseos de parar. Es así como sin darse cuenta, ingresó a un bonito y atractivo local con detalles de mármol y cristal y no supo de lo que se trataba hasta que estuvo dentro y se vio rodeada de una cantidad inimaginable de juguetes.

     

    Sus ojos se abrieron con sorpresa y no pudo evitar sonreír con entusiasmo, al pensar que aquella era una oportunidad excelente para adquirir un detalle especial para su hermana, la pequeña Bellerose a quien no había visto en casi un año. La sonrisa sin embargo se empezó a desvanecer, al darse cuenta que Claudette estaba en una edad un poco difícil, y no era capaz de pensar por sí misma en una opción acorde a su edad.

     

    Haciendo un rápido mapeo mental, decidió que era importante asesorarse para evitar que su gesto se viese opacado por una mala elección. Parpadeó un par de veces y procedió a barrer el entorno con la mirada. Ahí estaba aquello que tanto buscaba, se dirigió hacia la zona de información tan rápido como sus varios paquetes le permitieron.

    —¿Bon jour? Saludó, aunque más bien sonó a que preguntó, y eso mucho tenía que ver con el hecho de que el mostrador estaba en apariencia vacío. Suspiró, y aprovechó para reacomodarse los paquetes en las manos. Esperaba que pronto pudieran acudir en su auxilio.

     

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  17. Hélène Eloïse Bellerose



    No pudo evitar soltar una risita ante los intentos de Leonid de hablar francés. No lo hizo del todo mal, pero la semiveela creyó distinguir un pequeño atisbo de nervios en la por lo general muy segura voz del mago. Estiró la diestra que tenía libre y con suavidad tomó la mano del pelirrojo, propiciándole ligeras caricias en el dorso mientras le aseguraba con dulzura que lo había hecho bien. —Podemos empezar las lecciones privadas cuando desees. —Ofreció, regalándole una sonrisa cómplice.


    La información sobre la educación mágica del mago le tomó por sorpresa, quizás porque dada a su propia educación tradicional no concebía la posibilidad una preparación mágica tan atípica como aquella. Completamente fascinada, dedicó toda su atención a aquel pedazo de información, abriendo mucho los ojos claros cuando los detalles eran especialmente sorprendentes. Realmente no podía dejar de maravillarse por el resultado de aquel encuentro, sobre todo porque había acudido allí sin ninguna expectativa. A pesar de todo, Yaxley había demostrado ser un mago genuinamente especial, Hélène estaba completamente admirada.


    —Realmente suena encantador. Diferente, pero encantador. —Musitó, sin evitar soltar un suspiro de anhelo. Por años había estado encerrada en aquella jaula de oro que Auguste Bellerose había construido para sus dos hijas, siempre sobreprotegiéndolas y controlando todo pequeño aspecto de su formación mágica. No podía quejarse, sabía que el patriarca había hecho lo mejor que había podido y que sin duda era muy afortunada, pero no podía evitar sentirse a veces un tanto triste por lo que hubiese podido ser de haber tenido un padre un poco más presente.


    Un castillo precioso sin duda alguna. ¿Sabías que es el único colegio de Europa que tiene un coro de ninfas que anima los almuerzos? Es bello, aunque en cierto punto llega a volverse un poquito aburrido. —Comentó la bruja con gesto pensativo. —En navidad solían variar un poco el repertorio, eso era bueno. —Bromeó, dirigiendo por un momento la vista hacia el lago que hace un momento habían navegado. Desde allí se veía mucho más oscuro e intimidante que en persona, aún así seguía siendo hermoso.


    Una de las razones por las cuales empecé mi carrera es justamente ese deseo que tengo de viajar y conocer todo lo que aún no conozco, ¿sabes? Rusia está sin duda en mi lista, quizás precise un guía local cuando vaya. —Guiñó un ojo divertida y luego se sonrojó ligeramente. No sabía qué era aquello que tenía Leonid que le inspiraba a decir aquellas cosas, pero no se iba a quejar. Apartó la mirada de la del mago en el momento justo en el que la comida empezaba a materializarse en la mesa, emplatada en fina cubertería. Copas de cristal y una botella de vino blanco se hicieron presentes, y al final el mesero que se acercó apresurado a la mesa y se aseguró que todo fuera lo que pidieron. Sirvió un poco de vino en ambas copas y se retiró, no sin dejar de asegurarles que estaba disponible por si necesitaban algo.


    Bueno, por la cita más divertida que he tenido. —La heredera dibujó una amplia sonrisa en el rostro, mientras alzaba la copa que sostenía con la diestra. Tenía la mirada fija en el profundo azul de los orbes del mago.




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  18. Hélène Eloïse Bellerose

     

     

    Los pálidos dedos de la castaña recorrían con aburrimiento las páginas de un viejo y polvoriento tomo que había tomado con mucho esfuerzo de lo más alto de vieja estantería de la gran biblioteca del castillo de Rune. Hundida como un ovillo en una de las viejas butacas, la joven bruja leyó por largo rato sobre culturas ancestrales, con especial afán en descubrir alguna información que pudiese aportar a la tesis que escribía para la escuela diplomática. Sin embargo luego de unas horas el cansancio estaba empezando a causar estragos en su cuerpo y sumiéndose lentamente en un sueño atrapante cerró los ojos...

     

    No supo cuánto tiempo estuvo dormida, o si realmente llegó a estarlo. Un patronus completamente desconocido irrumpió en la tranquilidad de la pieza y con una voz que no le resultaba familiar, transmitió un mensaje claro e inesperado. Bellerose se sentó en el borde del sillón, frotándose los ojos con desconcierto, dándose unos segundos para procesar la información que le estaban transmitiendo. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, era la primera vez que la Orden del Fenix requería su presencia en una importante misión y desde que había llegado a Londres, era la segunda vez que acudiría a sus nuevos compañeros. Sin deseos de hacerlos esperar por mucho más tiempo, se levantó con apremio y acudió hacia el sitio señalado tras desaparecer de las afueras del castillo, dejando tras de sí una suave voluta de humo perlado.

     

    Llegó pronto aunque no fue la primera en hacerlo. Reconoció con cierto alivio a uno de los dos personajes, Melrose, de la Potter. Le dedicó una suave sonrisa y luego se dirigió en general a ambos magos. —Encantada, Hélène Bellerose. —Consideró importante presentarse, ya que en realidad era la primera vez que iba a participar en una misión de bando y el mago no se le hacía familiar.

     

    —He venido tan pronto como se me ha hecho posible, espero ser útil. — No añadió nada más, más bien aguardó expectante.

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  19. Hélène Eloïse Bellerose

     

     

    La heredera debía reconocer que el pequeño le despertaba una profunda curiosidad y bastante desconcierto, ya que las respuestas que él le daba eran bastante simples en apariencia, pero a ella le generaban muchísimas interrogantes. Decidió que la mejor forma de llevar la situación era confiar en la palabra de Riuu, aunque no terminase de entender cómo funcionaba su relación con el gran dragón.

     

    Vale. Te creo. —Asintió, dándose una oportunidad de confiar en sus invitados. —Déjame entonces... —Con la varita que aún llevaba en la diestra, realizó un movimiento suave y un hilo de plata emergió, tomando la forma de un caballo que galopó unos segundos en el aire antes de detenerse. —Pídele que venga. —Instruyó la heredera al patronus y lo vio desaparecer entre los árboles, iluminándolos con gran intensidad a medida que se transportaba.

     

    —No estamos tan lejos de las pesebreras y ya he alertado al guardabosques para que nos reciba. ¿Vamos? —Era difícil dejar de percibir la inseguridad que rodeaba al reptil, sobre todo considerando que temía por el niño, o al menos, eso era lo que ella creía. Armándose de valor, sus ojos se centraron en el dragón. Con voz suave pero firme, se dirigió a él, aún sin estar del todo segura que su mensaje fuera a comprenderse. —No le voy a hacer daño. Puedes estar tranquilo.

     

    No presionó pidiéndole a Riuu que montara con ella, más bien optó por desmontar con agilidad del equino, dándole una suave caricia entre los ojos una vez en el suelo. Guiándolo con suavidad a través de las riendas, empezó su caminata a través de los árboles, sin dejar de aprovechar el momento para conocer un poco mejor al niño. —Gracias—Respondió con una sonrisa ante los halagos del niño para con el entorno que los rodeaba.

     

    —Si te gusta el bosque ya verás el castillo. —Anunció, entusiasmada. —Has dicho que llevabas ya un tiempo volando... ¿viajas a alguna parte? —Preguntó, curiosa.

     

    @@Riuu

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  20. Hélène Eloïse Bellerose


    La francesa se recargó un poco sobre la mesa, colocando la barbilla en la palma de la mano diestra. Los orbes claros los tenía fijos en Yaxley, a quien miraba con intensidad e interés, intentando descifrar su personalidad. Sus cejas se alzaron en sorpresa al escuchar lo que él le decía, no se esperaba que aquella información incluyera un mellizo. —Anastasia es un nombre precioso. —Reconoció, ladeando levemente la cabeza con gesto soñador. No pudo evitar que a su mente regresaran las historias de zares y zarinas, historias que le contaban antes de dormir y que hasta ahora le resultaban sumamente fascinantes.


    —Me gustan las familias grandes, creo que porque siempre fuimos pocos en casa. —Comentó antes de contestar la pregunta que él le formulaba. —Tengo una hermana, Claudette. Tiene apenas 14 años y aún la veo como una bebé. —Sonrió, no creía tener instinto maternal, aunque cada vez que recordaba a la adolescente algo parecido a eso se le despertaba. Después de todo, la madre había dejado a la familia cuando Claudette era tan solo una bebé. Suspiró.


    Leonid se había encargado de atraer la atención del mesero y de conseguirles la carta a ambos. Luego de recibir su menú, la castaña le regaló una semi sonrisa agradecida al mesero antes de enfocarse en analizar lo que se ofertaba. Le pareció una propuesta interesante que hicieran especiales distintos cada semana, y esa en específico se había enfocado en la comida mediterránea. Una expresión de reconocimiento se le dibujó en el rostro y una sonrisa amplia le siguió. Una nueva ola de entusiasmo le invadía al sentir de nuevo aquella sensación de familiaridad, de casa.


    Debo reconocer que es un menú bastante completo, me sorprende. —Y así era. Repasó varias veces sus opciones, el ruso le había pedido una recomendación y aunque reconoció que la cocina mediterránea no era para todos los paladares, intentó sugerirle algo inofensivo. —La bouillabaisse es muy rica, es una sopa de marisco, nada del otro mundo. O un Ratatouille que es un guiso de verduras bastante sabroso… —Se detuvo un momento para elegirse algo ella misma, aficionándose por un pato a las aceitunas que también creyó necesario recomendar. —Yo voy a tomar el canard aux olives y si tomas alguna otra cosa, podemos compartir… —Le observó con mirada inquisitiva, esperando que el mago decidiera al respecto. Decidió que iba a acompañar su plato con una copa de vino blanco y con un asentimiento para si misma, cerró con suavidad el menú.


    Una vez su guapo acompañante hubo elegido su plato y ella hubo hecho la petición pertinente al camarero, lo vio tomar la orden y alejarse en dirección a las cocinas. Su atención se centró nuevamente en el pelirrojo, al que le dedicó una tierna sonrisa. —Dejaremos el escargot para la siguiente ocasión. El caracol de tierra no es para todo el mundo. —Rió, al recordar que a ella misma le parecían bastante desagradables antes de haber tenido edad suficiente para adquirirle gusto.




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  21. Hélène Eloïse Bellerose

     

    La castaña observaba al imponente dragón con el rabillo del ojo, no queriendo perderle de vista. Debió suponer que no era agresivo ya que hasta el momento no había hecho ningún ademan de atacar, pero pudo pasar porque aún se encontraba algo aturdido luego de aquel estrepitoso aterrizaje. La situación era de por sí tan atípica, que no podía evitar plantearse mil y un preguntas, intentando hacer sentido por sí misma sobre lo que estaba sucediendo.

     

    El joven invitado aceptó quedarse un rato y recuperar fuerzas, no sin antes sentirse un poco mal por el estado de los árboles que yacían en el piso de cualquier manera. Hélène barrió el entorno con los orbes claros y negó con la cabeza, restándole importancia.

     

    —Nada que una pequeña floritura de varita no pueda resolver... —Afirmó con confianza. Desenvainó la varita de caoba, sacándola con cuidado de la bota de montar que calzaba y con un delicado movimiento, empezó a restituirlo todo a su estado original.

     

    —Y aquí no ha pasado nada. —Uno a uno los árboles regresaron de nuevo a sus bases, como rebobinando la escena en cámara lenta.

     

    Vio al niño abrazar a la criatura y pudo percibir que el lazo que los unía era mucho más fuerte de lo que jamás podría llegar a entender. Los dejó tener su momento, por un breve instante inclusive el dragón le pareció menos intimidante, pero se recordó que no podía confiar ciegamente y prefería mantenerse en alerta.

     

    —Hélène Bellerose, y bueno, el bosque es de la familia. —Comentó con una sonrisa orgullosa. El haber reconstruido la propiedad con sus propias manos (y la de sus primos) le hacía valorar completamente cada detalle, hasta del último árbol. —Acabas de caer en la residencia de la familia de Rune.

     

    —Ehmmm... bueno, el castillo es grande pero no sé si lo suficientemente grande como para guarecer un dragón... —Comentó, dudando sinceramente que el gran reptil pudiera caber por la puerta. —No sé qué te parezca, puedo llamar al guardabosques para que adecúe un espacio para Frederick en las pesebreras y lo ponga lo más cómodo posible hasta que se recupere, eso sí, tendrá que prometer no comerse a ninguna de las criaturas...

     

    Se sintió un poco absurda pidiendo aquello, ya que era un poco irracional esperar que un dragón no se dejara guiar por sus instintos, pero al ver lo calmado que era con el niño quiso creer que en efecto la conexión del mítico animal con Riuu lo iba a hacer posible.

     

    @@Riuu

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    La burbuja de felicidad que rodeaba a la pareja había detenido por completo el tiempo. Todo lo que se desarrollaba en ese momento era lo único que existía, aquella sensación de completa dicha acompañaba los pasos de los magos a través del sendero de gravilla, que iluminado por pequeños farolitos parecían estar más iluminados, más brillantes que hace un momento, o eso le parecía a Hélène. Leonid Yaxley era el nombre de aquel mago que hasta hace unas horas le había sido completamente ajeno y ahora la tenía sintiendo un centenar de mariposas en el estómago, que aleteaban alocadas y electrificaban su piel allí donde él se acercara.


    La conversación de ambos fluía con tanta naturalidad, que cualquiera que los hubiese visto en ese momento hubiese creído que ya se conocían de tiempo atrás. Había un aire de complicidad en ambos que hacía que todo fluyera de maravilla. Hélène lo miró a través de sus pestañas, riendo por el tentador ofrecimiento de aprender ruso de la fuente. Sabía que era una broma, pero aun así no pudo evitar imaginar un mejor maestro.


    Conversando y bromeando continuaron su viaje con calma. Ninguno de los dos parecía tener especial interés en apurar el paso, y cuando el mago anunció que quedaban apenas 30 minutos para la función, la castaña se entristeció un poco ante la perspectiva. Si bien era cierto, el plan había sido desde el principio acudir a la función de circo, luego de todo lo acontecido la bruja prefería aprovechar el tiempo charlando con el mago para conocerle mejor. Se mordió el labio, reprimiéndose aquella pequeña decepción. Lo importante era pasar tiempo juntos, y seguro después encontraba el momento de extender aquella plática tan interesante con un café.


    El pelirrojo detuvo el andar de ambos y le enfrentó, mirándole con esos intensos ojos azules que le hacían perder el norte. Ella entrelazó los dedos libres con los del mago, encantada, y le escuchó exteriorizar sus pensamientos. El rostro de la bruja se iluminó ante las palabras del ruso y no pudo evitar regalarle una dulce sonrisa.


    —A mí tampoco. —Coincidió entre risitas, aliviada al fin de que ambos estaban en la misma página. Se sentía como una adolescente y no deseaba por nada del mundo romper aquella burbuja que los envolvía. Cerró los ojos con suavidad, entregándose por completo al beso, disfrutando la sensación de calor que se concentró en la mejilla, justo ahí donde él había puesto la mano.


    —Mhhhmmmm… —Murmuró en asentimiento, sin evitar depositar un suave beso en los labios de Yaxley una vez más, sonriendo con picardía. —Está usted lleno de buenas ideas Monsieur. —Halagó, pero no se separó. En cambio, se hundió en el pecho del mago, en ese nuevo refugio apenas descubierto. Le gustaba esa sensación, se sentía cómoda y protegida y Leonid olía tan bien…


    Disfrutó cuanto pudo de ese abrazo y luego de unos segundos, levantó la mirada para encontrarse nuevamente con aquellos ojos que empezaban a ser los zafiros más bonitos del mundo. Suspiró con pesar y arrugó la nariz, divertida. —Si no nos movemos ahora, probablemente no voy a querer moverme nunca y corremos el riesgo de que alguna criatura del bosque quiera aparecer a cobrar venganza en tu nombre por el salpicón de hace un rato. —Bromeó, y deshizo el abrazo con suavidad, pero asegurándose de tomar el brazo de su alto acompañante para continuar con la caminata.



    Afortunadamente ninguna criatura emergió para asustarlos y la francesa lo agradeció. Al haber tomado aquella decisión de último minuto, ambos tuvieron que girar sobre sus pasos de vuelta al muelle, donde se erguía un imponente barco/restaurante que era bastante difícil de ignorar. Al cruzar el umbral, la semiveela se estremeció al apenas notar lo helado que estaba afuera pues el ambiente interno del barco era cálido y bastante agradable. Esperó a que les eligieran una mesa y una vez allí tomó asiento, apreciando que la pequeña mesita para dos estuviera colocada al lado de un gran ventanal.


    —Y entonces… —Dirigió su vista al mago, dedicándole su completa atención mientras esperaba que alguien les sirviera. —Cuéntame sobre ti, ¿tienes hermanos?


    Ese momento era ideal para conocer al mago y no estaba dispuesta a desperdiciar ni un solo segundo.



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  23. Hélène Eloïse Bellerose

     

    La francesa observó al niño sin dar crédito a lo que los ojos claros veían. El dragón parecía estar en perfectas condiciones y le miraba con recelo. Parecía que quería proteger al niño, que estaba aún bastante confundido. Sin desmontar del caballo y sin atreverse a acercarse más, la castaña decidió que lo mejor sería interrogar a sus visitantes desde lejos, no quería alterar a la bestia y darle un motivo para freírlos vivos.

     

    —Entonces...¿ ha sido un accidente que cayeras en esta propiedad? —Inquirió, aún impresionada de la facilidad con la que habían cedido las salvaguardas mágicas. Claro estaba que no se habían levantado pensando en que un dragón las iba a cruzar, ni mucho menos. Los inspeccionó con ojo crítico una vez más, decidiendo que quizás no eran una amenaza después de todo y que su presencia se trataba en efecto de un accidente.

     

    El niño había llamado Frederick al dragón y había mencionado que lo estaba montando como un jinete. Honestamente impresionada por la hazaña del muchacho, la curiosidad le llevó a preguntarse cómo había logrado domesticar una bestia de semejante tamaño, siendo que éstas estaban clasificadas como altamente peligrosas según el ministerio de magia. Su rostro alterado por la tensión inicial empezó a suavizarse de a poco al entender que el intruso era tan solo un niño perdido y que lo más temible de su intromisión era sin duda el gran dragón que le acompañaba.

     

    Aunque el sentido maternal de Bellerose no estaba para nada desarrollado, sintió una necesidad fraternal de ofrecerle protección. ¿Tendría familia? ¿Dónde estaban sus padres?

     

    Supongo que estarás cansado, y seguro Frederick también... Si gustas un plato de comida caliente, puedes quedarte un rato. —Invitó, sin saber exactamente cómo proceder. Nadie le había preparado para una situación tan peculiar como aquella.

     

    @@Riuu

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