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Aland Black Triviani

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Mensajes publicados por Aland Black Triviani

  1. Hospital Mágico - Servicio de Psiquiatría & Psicología

     

    Por fin de vuelta a la rutina. Diversos asuntos me habían mantenido alejada del Hospital durante varias semanas, más de las que en un principio planeaba ausentarme. Me habían llegado varios mensajes por lechuza, todos exigiendo saber dónde me encontraba. Incluso algunos miembros de mi familia habían llegado a pensar que me había dado un golpe en la cabeza, perdiendo la memoria y deambulando por Londres como una lunática sin hogar.

     

    Estiré el cuello de mi bata blanca, adoptando una apariencia seria y formal mientras atravesaba el principal pasillo de mi servicio. Rose levantó la cabeza y me contempló con gesto asombrado, tardando varios segundos en saludarme. Supuse que la pobre enfermera estaba también desorientada después de tantísimos días sin la única sanadora de la sección de Salud Mental. No me detuve a hablar con ella, sino que le hice un gesto para que me siguiera.

     

    He tenido ciertos problemas, pero ya me he vuelto a incorporar al trabajo — expliqué sucintamente, con Rose tras mis pasos —. ¿Alguna novedad en el Hospital?

     

    Comenzó a enumerarme los pacientes que habían realizado llegado de urgencias y que ya estaban dados de alta, así como los fallecidos o los nuevos ingresos. Me llamó la atención el caso de un joven que había comenzado a tener brotes psicóticos, afirmando que podía ver monstruos azules cada vez que abría los ojos.

     

    ¿Habéis hecho un análisis de sangre y orina para productos mágicos? — me detuve en el pasillo —. Tuvimos una epidemia de "locura" hace varios meses porque habían comenzado a venderse unos chicles mágicos, pero el encantamiento no salió muy bien y tienen diversos efectos secundarios... entre los cuales se encuentran lesiones retinianas y corneales azules — señalé con el dedo un formulario —. Rellénalo y así podremos descartar esa causa.

     

    Continué caminando en dirección a mi despacho. Cogería las historias clínicas y comenzaría a pasar planta inmediatamente, pues tenía mucho trabajo por delante.

     

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  2. Hospital Mágico - Sala de Juntas

     

    Abandoné el Servicio de Psiquiatría y Psicología, dejando en manos de la enfermera Rose la redacción de informes. Una vez que regresara ya me encargaría yo misma de revisarlas y firmarlas para poder terminar la ronda de aquel día. Quería marcharme a casa cuanto antes, pues el fin de jornada se aproximaba, pero el cansancio se había apoderado de mí repentinamente, obligándome a buscar mi droga diaria: el café.

     

    Buenas tardes, Carolina — saludé a la enfermera que se hallaba en recepción. Me respondió con una inclinación de cabeza y una sonrisa.

     

    Atravesé aquel hall de entrada del Hospital Mágico hasta llegar a una zona más tranquila, en la que el olor de antisépticos y enfermedades había desaparecido para ser sustituido por un suave aroma a pino. Era una zona reservada para el personal, más acogedora que los higiénicos pasillos de San Mungo, pero rara vez se podía ver por allí a algún sanador. Todos estaban demasiado ocupados para poder descansar unos minutos. Si en mi sección no tuviésemos tal escasez de pacientes, probablemente tampoco tendría la oportunidad de escaparme de vez en cuando.

     

    La cafetera estaba llena, alguna amable enfermera había tenido la deferencia de prepararla y mantenerla caliente toda la tarde. La cogí por el asa, vertiendo una buena cantidad de café en una de las tazas limpias. Con sólo olerlo, sentí cómo mi cuerpo recobraba cierta vida. Mi sangre italiana me hacía amar el café, pero era mi agotador empleo el que me obligaba a tomarlo de forma tan asidua. Probablemente era la única de todo el Hospital Mágico que utilizaba aquella cafetera.

     

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  3. Hospital Mágico - Servicio de Psiquiatría & Psicología

     

    El invierno parecía no existir en San Mungo. La asfixiante temperatura mantenida en los pasillos del hospital terminaría por deshidratarnos a todos. Saliendo del ascensor, me deshice tan rápido como pude de la bufanda y los guantes, que guardé de inmediato en uno de los bolsillos del abrigo. Luego me desprendí de éste, dejándolo en la percha reservada para el personal. En su lugar me coloqué la bata blanca para comenzar a trabajar cuanto antes, con el fonendo colgando del cuello y el pelo recogido en un improvisado moño.

     

    Rose, ¿alguna novedad con Kate? — pregunté a la enfermera.

     

    No. Ha estado estable toda la noche, y por fin comienza a aceptar la nutrición parenteral — me tendió la historia clínica y yo la cogí.

     

    Perfecto — asentí, leyendo rápidamente el informe sobre la paciente más joven que había en esos momentos en el ala de Salud Mental —. Ya la visitaremos más tarde. ¿Algún ingreso?

     

    Sí, un joven que ingirió una pócima en mal estado...

     

    ¿Lo habéis derivado ya al servicio correspondiente? — Rose asintió —. Bien, estoy harta de que nos traigan intoxicaciones creyendo que son brotes psicóticos.

     

    Ambas cruzamos los pasillos del hospital en dirección a las habitaciones de los pacientes, evitando las preguntas incesantes de algunos familiares de los ingresados. Por mucho que se les dijese que la ronda de evaluación iría por orden de habitación, todos ellos querían ser los primeros en hablar con los sanadores para preguntarles por el estado de sus parientes. A veces era demasiado irritante.

     

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  4. Hospital Mágico - Servicio de Psiquiatría & Psicología

     

    La joven se había resistido a la nutrición parenteral y había tenido varios episodios de ira. Leí el informe que Rose había dejado aquella misma mañana sobre mi escritorio, evaluando a los pocos pacientes que teníamos ingresados. Había conseguido por fin la firma de la madre de la chica para que permaneciera en el Hospital hasta una mejora evidente. En la exploración física se habían encontrado también signos de automutilación, había añadido la enfermera varias líneas más abajo. Firmé el documento y añadí con letra apretada que le aumentaran la dosis de sedantes ligeramente, pero que la redujeran de inmediato si no hacían efecto.

     

    Me levanté para acercarme a la cafetera que había traído de la Sala de Juntas clandestinamente, llena de café caliente recién hecho. Ya la devolvería en un rato, antes de que alguien la echara en falta. De todos modos, pocos miembros del personal tomaban café en las cantidades industriales en las que yo lo consumía. Paladeé el sabor del oscuro líquido y regresé a mi asiento, sintiendo que mi droga diaria revitalizaba mi mente ya adormecida después de tantas horas seguidas trabajando en el hospital.

     

    Una vez que terminara con todo aquel papeleo regresaría de inmediato a la Triviani. Necesitaba una cama y un elfo esclavizado que me masajeara la espalda hasta hacer desaparecer los nudos de tensión que tenía bajo el cuello. Tomé la pluma en mis manos y seguí leyendo los reportes clínicos de Rose, más animada con la idea de volver a casa en apenas una hora. Subí una de las mangas de la bata para que no se manchara de tinta y comencé a escribir el nuevo tratamiento de otro de los pacientes psicóticos.

     

     

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  5. Una vez rodeada de la seguridad que me aportaban las paredes del castillo Triviani, recogí a mi mascota del suelo y la aferré con fuerza contra mi pecho. Junto a Alexander, esperé en el gigantesco vestíbulo a que alguno de los patriarcas hiciera acto de presencia. Muy de vez en cuando, el frío hocico de Apocalipsis me rozaba la mejilla alentadoramente, pues hasta el conejo sentía mi inquietud, pero ni aquellos gestos ni la inquisitiva mirada de mi hijo consiguieron respuesta alguna de mí. Permanecí en absoluto silencio y quietud hasta que un chasquido a mis espaldas me obligó a despertar de mi dilema mental.

     

    Una criatura que desgraciadamente se correspondía con mi hija acababa de aparecerse en el hall de entrada, a escasos metros. La había identificado incluso antes de girarme, ya que la esencia de Candela estaba inevitablemente unida a la mía. Ricé los labios en una sonrisa carente de diversión, más sarcasmo que alegría, e incluso Apocalipsis dio muestras de reconocimiento alzando sus dos orejas y clavando sus verdes ojos en ella. La salamandra que me surcaba parte del rostro suavizó su quemazón cuando la Zíngara adoptó por fin su aspecto más humano.

     

    Encontré un vago... — mi sonrisa se marchitó cuando por fin comprendí a qué venía aquel despliegue demoníaco.

     

    Cubias parecía haber evadido los efectos del tiempo; seguía siendo el mismo de siempre. Mi nombre, pronunciado por él, me hizo recordar tiempos pasados, demasiado pasados. Fue inmediato, mi piel fue adquiriendo el tono de la grana alcanzando niveles de bochorno insospechados y enrojecí hasta la raíz del pelo. Supuse que mi vergüenza sería evidente desde Australia, con aquel aspecto de remolacha tan poco favorecedor. Preferiría haber pospuesto nuestro encuentro hasta haberme mentalizado, pero la (infinitos apelativos negativos) de mi hija había decidido arrastrarlo hasta mis pies. Ojalá pudiera patear su pequeño cuerpo sin sentir culpa alguna hasta convertirla en una alfombra más del castillo. Me limité a acuchillarla con la mirada, antes de dirigir mi atención de nuevo al Malfoy.

     

    Ehm... Cubias — inconscientemente, retrocedí un paso. Si se podía morir de vergüenza, yo estaba a punto de demostrar que era posible —. Has vuelto — acababa de ganar mil puntos en el mundo de la obviedad. Carraspeé. ¿Cuándo se había instalado el desierto del Sahara en mi boca? —. Qué sorpresa — un nudo atenazó mi garganta y mi corazón, y de repente solté lo que realmente deseaba expresar —. ¿Has venido a Ottery por Ludwig? ¿O por tu esposa? Porque entonces te has equivocado de dirección — mi voz no podría haber estado más cargada de celos ni aunque lo hubiera intentado, y así sentencié la escena más bochornosa que recordaba, delante de mi familia y del único hombre por el que había mostrado interés en mi vida. Quería salir corriendo de allí para tirarme a un pozo o, con suerte, a un agujero que pudiera ser tapado para siempre.

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  6. Me ofende que dudes de mí — siseé —. No sé cómo ser madre, pero sí sé cómo ser leal a mi familia. Y tú eres parte de ella — clavé en él unos ojos indignados.

     

    Sostuve el frasco entre mis manos, girándolo entre los dedos para observar mejor el pequeño objeto. Alexander y yo nos encontrábamos detenidos en una planicie de brillante césped verde, enfrentados y separados por apenas un metro de distancia. Había depositado a Apocalipsis en el suelo para poder examinar el diminuto recipiente, pero ignoré sus gruñidos exigentes para regresar a mis brazos.

     

    Alexander, ¿qué es esto? — con la mirada agudizada, elevé el frasco para verlo al trasluz, aún intrigada por su contenido —. No, mejor no me lo digas. Prefiero no saber si se trata de algo ilegal — desapareció en uno de mis bolsillos; cuando llegara al castillo lo pondría en un lugar más seguro —. Cumpliré con mi promesa.

     

    Silbé para llamar la atención de Apocalipsis y acto seguido reanudé mi marcha hacia la Triviani, seguida muy de cerca por mi hijo. El conejo se movía como una amorfa masa rosa junto a mis pies, como si separarse más le impidiera seguir con aquel ritmo tan elevado para sus cortas patas. Me pregunté en silencio cómo lograría cazar las grandes piezas que a veces traía, pues la mayor parte del tiempo parecía un animal obeso minusválido.

     

    ¿Quieres comer en el castillo? — rompí el silencio —. Le diré a Chuck que prepare la cena, hay comida suficiente para otra persona. Y así tal vez tengas la oportunidad de ver a Alyssa, aunque... — mis pasos se detuvieron.

     

    Maldición. Había estado tan absorta pensando en la comida y en la visita de Alexander que no había percibido su llegada. El antaño patriarca de la familia, Lord Cubias, había regresado tras meses (¿años?) de ausencia. De hecho, varias mujeres lo rodeaban, recordándome a sus viejos tiempos de casanova. Probablemente habían tardado apenas unos segundos en aparecer tras él, entreteniéndolo en los terrenos Triviani. Apreté los labios hasta convertirlos en una fina línea, dividida entre las ganas de acercarme a saludar y el terror que me instaba a alejarme. Finalmente, ganó lo segundo. Sin ningún miramiento, tiré del brazo de mi hijo mientras caminaba apresurada hacia el castillo arrastrándolo tras de mí.

     

    J0der — fue la única palabra que pude pronunciar. En mi mente resonaban mil insultos más elaborados —. Rápido, Alex, usa tus piernas, pareces una babosa lenta — apreté mi agarre, agachando la cabeza y acelerando el paso. El Malfoy a duras penas seguía mi ritmo, aún desconcertado por mis bruscas maneras —. Perdón. Es que quería evitar a cierta persona — expliqué cuando estuvimos en la entrada junto a un servicial Chuck que nos abría la puerta —. Soy una cobarde, soy una cobarde — murmuré, frotando las palmas de mis manos en las perneras de mis jeans —. Chuck, avisa a los patriarcas que haya por aquí — ordené con un gesto vago. Candela era un animal enfurecido con todo el mundo, Danyellus un petulante engreído y yo me moriría de la vergüenza hasta asfixiarme; Alyssa era la única que podría darle la bienvenida de un modo civilizado —. Diles que Lord Cubias ha regresado. ¡Date prisa y mueve tu escuálido trasero, maldito elfo!

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  7. Hospital Mágico - Servicio de Psiquiatría & Psicología

     

    Tomé asiento detrás del escritorio y con un gesto de mi mano le indiqué a la mujer que hiciera lo mismo en cualquiera de las sillas libres. Enfrentadas con una mesa de por medio, saqué varios folletos informativos y los dejé sobre la misma, acercándolos a la rubia.

     

    Su hija tiene anorexia nerviosa — comencé a explicar —. Debe entender que su comportamiento hacia la comida no es un capricho o algo transitorio... es una enfermedad mental — era necesario aclarar la importancia y severidad de la situación —. Deberá estar ingresada por bastante tiempo en el Hospital Mágico.

     

    ¿De cuánto estamos hablando? — por fin parecía que la madre comenzaba a darse cuenta de la magnitud del problema.

     

    Meses. Necesitamos sanar su mente, y para controlar sus hábitos dietéticos es mejor tenerla ingresada. No basta con obligarla a comer, también habrá que reeducar su conducta hacia los alimentos — entrelacé los dedos —. Y eso se consigue con el tiempo y la colaboración de la familia. Su presión sobre su aspecto físico le ha provocado a su hija un odio hacia su propio cuerpo — la mujer parecía ofendida por la simple sugerencia de que ella fuera la culpable de aquella desgracia, pero lamentablemente estaba ya habituada a que el origen de los trastornos alimenticios estuviera en los círculos más cercanos al paciente —. Necesitaremos la firma de un tutor legal de la joven para poder mantenerla ingresada hasta que creamos que es capaz de reincorporarse a su rutina habitual.

     

    Con mi mano derecha empujé un formulario hasta el otro extremo de la mesa y esperé a que la madre leyera las condiciones y entresijos legales que suponía mantener a su hija destinada a pasar en una cama varios meses. Era la segunda adolescente que habíamos recibido por anorexia nerviosa en las últimas tres semanas, los trastornos alimentarios eran la causa más frecuente de ingreso en el ala de Salud Mental.

     

     

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  8. Hospital Mágico - Servicio de Psiquiatría & Psicología

     

    El mundo mágico era diferente al no-mágico en muchos aspectos, y San Mungo era un ejemplo perfecto para ilustrarlo. Cualquier médico muggle moriría de la impresión al ver cómo la magia nos solucionaba problemas de salud en un abrir y cerrar de ojos; la cirugía apenas existía en nuestro hospital, pues había pocas cuestiones de salud que no se pudieran solucionar con una poción. Sin embargo, había cosas que la magia no podía evitar, y como psiquiatra yo podía dar buena fe de aquello.

     

    Contemplé a la recién ingresada con cierta compasión e impotencia. La anorexia nerviosa era una plaga y el mundo mágico no conseguiría librarse de ella hasta que los cánones de belleza se modificaran. Sandra era su nombre, una joven de apenas quince años que había comenzado evitando los dulces hasta llegar a la más brutal inanición.

     

    Sólo come almendras — la madre, una mujer rubia esbelta, me explicó inquieta. Yo asentí en silencio, ya que era habitual en las anoréxicas tener dietas excéntricas e ilógicas —. Pero dos o tres al día, nada más. Hay ocasiones en las que incluso evita el agua — se retorció las manos —. Supongo que se tomó demasiado en serio mis consejos para adelgazar. Antes era gorda, ¿sabe? Pero en menos de un año se ha quedado como un esqueleto...

     

    Rose, por favor, que aten sus muñecas para que no se quite la alimentación parenteral. Si es necesario, le daremos sedantes — mis ojos se clavaron, acusadores, en la madre. Ella era probablemente la causa de esa siniestra situación —. Usted puede seguirme para rellenar unos formularios en mi despacho — salí de la habitación. Tenía intención de explicarle a esa mujer varias nociones básicas sobre la maternidad y la presión negativa que había ejercido sobre su hija.

     

     

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  9. Perro insolente. Se atrevía a reírse de mí creyendo que nuestro parentesco me impedirá cometer filicidio. Apreté los labios para no soltar un improperio o una provocación, y así me mantuve incluso cuando preguntó por Alyssa. No podía dejar caer delante de mi hijo que su tía se encontraba fornicando cual conejo en celo con todos los mortífagos que se encontraba. Para ser justos, sólo habían sido Pik y Lacrimosa. De igual modo, tampoco podía comentar lo de su embarazo, pues aún no se había decidido exactamente cuál sería el futuro de aquel vástago non grato.

     

    ... un favor — mi atención, totalmente dispersa, volvió a centrarse con total intensidad en Alexander.

     

    Torné el rictus en un gesto serio y prudente, pues ni yo era dada a ofrecer ayuda ni era habitual que él la pidiera. Distraída, me di cuenta de que los ojos azules de Alexander eran casi idénticos a los de mi gemela, mientras nuestras miradas se enfrentaban con solemnidad. El silencio se prolongó entre nosotros mientras el atardecer transformaba el cielo en un cuadro de luces rojizas y ambarinas. Era tarde, así que debíamos regresar al castillo si no queríamos morir congelados.

     

    Rompiendo aquel lazo invisible que nos mantenía en una cómoda quietud, me incliné para tomar a Apocalipsis entre mis brazos, quien había estado correteando como un adolescente entre mis piernas. Acaricié el pelaje rosa del animal y besé su cabeza, sin decir absolutamente nada. Alexander seguía esperando unarespuesta, pero yo me limité a comenzar el viaje de regreso a la Triviani. Con pasos vigorosos pero no excesivamente apresurados, me dispuse a atravesar las gigantescas extensiones verdes que pertenecían a la familia. Afortunadamente, el Malfoy había comprendido la indirecta y seguía mis pasos a una corta distancia; casi podía escuchar su mente trabajando por dar posibles explicaciones a mi silencio, el cual rompí inmediatamente al tiempo que recolocaba la carga de Apocalipsis entre mis brazos.

     

    ¿Qué es lo que necesitas? — la cautela asomó a mi voz —. Haré lo que esté en mi mano para ayudarte, pero me gustaría saber antes si es algo serio o sólo... — fruncí el ceño, disgustada al pensar en aquella posibilidad, y giré el rostro para enfrentar a Alexander—. O sólo es una de tus bromas pesadas — un brillo de furia salvaje resplandeció en mi mirada.

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  10. Algo entorpeció la fluidez de mi sueño, una especie de quejido. Era como una puerta chirriante. Una puerta chirriante que se removía entre mis piernas, para ser exacta. Resoplé al tiempo que un bostezo convertía mi cara en una mueca, resultando en un sonido animal bastante extraño. Poco a poco fui comprendiendo qué era lo que me rodeaba, y que la puerta chirriante no era otro que Apocalipsis. Sin embargo, mis ojos se alzaron un tanto para clavarse en la figura que cubría el poco sol que quedaba. Un nuevo bufido surgió de mi nariz.

     

    Alexander — la voz arrastrada era más consecuencia del sueño que de la ironía que suponía ver a aquel mago en los terrenos Triviani —. Tendré que tatuarme vuestros nombres en mi brazo para acordarme de felicitaros a todos en Navidad — me puse en pie fatigosamente, ciertas partes de mi cuerpo seguían aún dormidas —. Me alegro de verte.

     

    Bostecé de nuevo, estropeando mi única frase mínimamente maternal. Apocalipsis retozaba a mis pies, frotando su lomo contra la hierba creyendo que era una especie de perro. Lo pateé suavemente para que dejara de ridiculizar a su raza y a continuación me centré en mi hijo adoptivo. Cambié el peso de pierna unas cuantas veces antes de aproximarme a él y darle un abrazo, en el que ambos nos mantuvimos estáticos como si nos diera miedo movernos más de lo exigido. Era tan incómodo y extraño... Candela hacía años que había aprendido a no esperar nada de mí como madre, pero era Navidad y Alexander raramente se dejaba caer por el castillo. Aquel gesto me costaría varias horas de escalofríos espeluznantes, pero al menos demostraría al Malfoy que en ocasiones me preocupaba por él.

     

    Apestas a lobo — arrugué la nariz mientras me apartaba del rubio —. ¿Qué te ha poseído para que vengas a la Triviani? ¿Tanto echabas de menos mi figura maternal? — alcé las cejas en aquel gesto tan típico en mí.

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  11. Hospital Mágico - Sala de Juntas

     

    Me quité los guantes para poder frotar mis manos una contra la otra y entrar un poco en calor. Las temperaturas londinense habían bajado aún más durante el fin de semana y corríamos el riesgo de perder algún apéndice de nuestro cuerpo debido al frío. Tras salir del elevador, me dirigí inmediatamente hacia la sala de juntas.

     

    No había nadie por los pasillos. Estaba todo sumido en un espectral silencio, pero no me sorprendí. Sabía que estarían todos reunidos en la recepción navideña de todos los años. Anna había hecho un llamamiento, pero yo jamás había sido una persona sociable. Me limité pasear por el Hospital Mágico sin cruzarme con un alma.

     

    Llegué a mi destino, donde dejé caer el abrigo y los guantes. Suspiré aliviada por haber logrado deshacerme de tanto peso; dentro del hospital parecía haber un microclima ecuatorial y llegar con tanta ropa me asfixiaba. Sin embargo, mis dedos aún estaban rígidos por el frío, así que tomé una de mis acostumbradas tazas de café para sentir su calor derretir la helada sensación de mis manos. Aspiré el aroma del grano tostado y me dejé caer en uno de los sillones plácidamente.

     

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  12. Se había marchado. Pestañeé varias veces seguidas, reteniendo en mi garganta aquel doloroso nudo. Preguntar a los Chucks no sirvió de nada, puesto que hacía semanas que nadie lo había visto por el castillo. En el silencio que se extendió por toda la torre pude escuchar mis propios latidos cada vez más pausados y enlentecidos, como un reloj al que las pilas le fallan y cuyas manecillas se van deteniendo progresivamente. Un sonido quebró aquel mutismo, por fin había sido capaz de soltar todo el aire que mis pulmones contenían. Me giré hacia las escaleras y descendí por ellas, mi mano resbalando por el pasamanos como un espectro.

     

    ¿Por qué? — una voz agrietada que no reconocí como propia se arrastró por el espeso ambiente, titubeando.

     

    Como era de esperar, nadie pudo responderme mientras avanzaba penosamente por el castillo en dirección a los jardines. Varios elfos se inclinaron ante mi presencia, con el riguroso saludo que a base de torturas les habíamos obligado a aprender, pero a ninguno de ellos les presté más atención que a una minúscula mota de polvo. Cuando regresara tal vez colgara de las orejas o le rompería la pierna a alguno de aquellos infelices. Me encontraba aturdida, la huida de Apocalipsis me había arrebatado la capacidad para reaccionar a cualquier estímulo. El pánico atenazaba mi garganta. Razonándolo apropiadamente, cualquier persona en mi situación se habría sumido en ese estado de shock. Mi mejor amigo, mi querido compañero, mi mascota, había desaparecido sin dejar rastro, ni un miserable mensaje; había escapado de mi vida sin miramientos, y yo sentía como si me hubieran amputado los dos brazos. Visualizarme a mí misma como una croqueta discapacitada me hundió más el ánimo.

     

    Alcé la vista, sorprendida al ver que mis pasos me habían dirigido hasta un apartado rincón de los jardines. Allí los árboles se apartaban, creando una zona despejada a orillas del lago pero aislada del resto del mundo, un lugar al que acudía con frecuencia para pensar o, simplemente, mirar al vacío. En esos instantes ese vacío se encontraba en mi pecho, comprimiéndolo cruelmente. Era Navidad. El asqueroso demonio no había esperado a otras fechas para la atroz separación. Porque no podía tratarse de otra cosa, no era habitual en él desaparecer tanto tiempo, aquella bestia me había abandonado sin mirar atrás. Me hundí en la hierba, sintiendo que la quemazón ascendía hasta desembocar en mis labios, los cuales separé para dejar escapar una exclamación de incredulidad. La furia, sin embargo, consiguió dominarme, como era habitual en mí. La nostalgia y el miedo dejaron paso a una ardiente ira hacia Apocalipsis.

     

    J0dido animal, ¿has decidido desaparecer? ¡No vuelvas nuca! — gruñí, aplastando la hierba que tenía a mi alrededor con ambos puños. Hundí los dedos en la tierra, ensañándome para liberar mi dolor —. Si te vuelvo a ver te arrancaré todo el pelo que tienes para vestir a Chuck con él, desgraciado. No te necesito, eres una mascota inútil que sólo daba problemas. Ahora no tendré que gastarme tanto dinero en tu maldita comida, que lo sepas — frenética, comencé a destrozar una margarita que estaba a mi alcance —. Eres feo, ¿quién quiere un conejo rosa? Engendro...

     

    Callé, agotada, sabiendo que eran palabras vanas las que salían por mi boca. Quería que mi conejo rosa regresara, quería poder acariciarlo de nuevo, quería... ¿Por qué se había marchado? Los pétalos de margarita volaron de mis dedos, arrastrados por el viento. Sintiendo cada parte de mi cuerpo como si pesara una tonelada, me incliné hacia atrás y apoyé la espalda en la hierba cubriendo el rostro con el brazo izquierdo. Pasaron las horas sin que yo fuera consciente, sin que mi cuerpo cambiara de postura. Reflexionaba, histérica. Tal vez no se había marchado. Tal vez había tenido un accidente, por improbable que eso fuera. Tal vez regresaría. Tal vez era sólo una tomadura de pelo. El 28 de Diciembre era el día de los inocentes y Apocalipsis había decidido gastarme una pesada broma, despareciendo durante dos semanas. Mis labios temblaron al pensar en esa esperanzadora posibilidad. Tal vez...

     

    Un cosquilleo en la oreja derecha me estremeció. Retiré el brazo que cubría mis ojos y giré la cabeza. Un conejo rosa de ojos asquerosamente verdes estaba a menos de cinco centímetros de distancia, su tenue respiración pulsando contra mi mejilla. Mantenía una postura regia, o al menos la más elegante que le permitía su rechoncho cuerpo. En la mirada del bicho se podía apreciar un mensaje claro de irritación y reproche dirigido hacia mí, el que me solía reservar mi madre cuando de pequeña me escondía bajo la mesa y ella tardaba varias horas en encontrarme. Como un resorte, me incorporé instantáneamente.

     

    ¿Qué...? ¿Dónde estabas? ¿Por qué te has marchado? ¡Creía que me habías abandonado, rata rosa, y he pasado un día horrible por tu culpa! — me ahogué atropellada por mis propias palabras. Tomé un poco de aire para continuar —. Llevabas semanas desaparecido, la cesta donde duermes ya no estaba en su sitio y no has dejado ningún mensaje. Quiero una explicación. No te estará alimentando otra persona a mis espaldas, ¿verdad? — aquella posibilidad me hizo hervir de celos —. Si pillo al condenado que te está dando comida, le dejaré estéril para el resto de su vida — la amenaza, dicha entre dientes, era mortalmente seria —. Más te vale darme una explicación convincente, porque si no me gusta no vas a poder entrar en mis aposentos por los próximos cuatro milenios. Dormirás en el salón, alimaña desconsiderada — crucé los brazos para enfatizar mi postura.

     

    Apocalipsis me había contemplado durante mi monólogo con expresión ausente, como si realmente no le importaran mis palabras más que la reproducción de las orugas. Aquello consiguió indignarme más, y lo habría abandonado allí si de repente no se hubiera desplazado hasta un rincón de penumbra bajo varios sauces. Con torpes saltos me dirigió hasta la base del tronco de uno de aquellos gigantescos árboles. Los cuerpos de una familia de pollos yacían entre las retorcidas raíces que sobresalían de la tierra. No había signos de violencia, tan sólo la huella de un par de colmillos en sus cuellos. Pude acertar a ver que eran raza Cornish, de mis preferidos, una variante que estaría exquisita con un poco de arroz y especias. Un brillo intenso y hambriento resplandeció en mis ojos.

     

    Oh, ¿son para mí? ¿Un regalo de Navidad? — sorprendida y complacida al mismo tiempo, le dirigí una rápida mirada a mi mascota. El animal agitó la cabeza asintiendo, mostró sus incisivos en lo que yo entendí como una sonrisa —. Gracias — enrojecí hasta la punta del cabello, comprendiendo que mi arranque de histeria había sido completamente infundado. Apocalipsis jamás me abandonaría —. Perdón por... tú sabes... — cohibida, me senté junto a él en silencio. Era vergonzoso haberme comportado como una niña pequeña, desvariando y exagerando la situación —. De verdad creía que me habías abandonado. Quizás he sido un poco dramática. Es culpa de las hormonas, sabes que me afectan demasiado. Necesito una dosis de chocolate para recuperar la cordura — le confié en un susurro.

     

    El conejo rosa simplemente apoyó sus patas delanteras en mi regazo y se impulsó para caer sobre mis piernas, una gigantesca bola de pelo colorido que se retorció hasta encontrar la posición más cómoda en la que dormir. Mis dedos acariciaron su lomo, perdiéndose entre la algodonosa piel. Puesto que llevaba semanas sin poder tocarlo, disfruté de la sensación mientras el conejo se hacía un ovillo hasta caer en un profundo sueño. Era relajante realizar aquel movimiento rítmico con las manos, y nos mantuvimos en silencio durante varios minutos.

     

    Feliz Navidad, Apocalipsis. Perdón por no regalarte nada — me disculpé —. Supongo que con todo lo que ha sucedido en estas fechas estaba un poco distraída. Siento haberte gritado así — otra caricia, ésta vez más pausada —. Te lo compensaré debidamente. Puedo comprarte un pony para la cena. O llevarte a patinar sobre el hielo del lago como el año pasado, aunque no sé si esta vez podremos estar desnudos — fruncí el ceño —, hace mucho más frío y no quiero perder la sensibilidad en ciertas partes de mi cuerpo. También podríamos buscar a Sinh — una malvada carcajada se escapó —, esa petulante gata probablemente no aguantaría un baño en las aguas heladas del lago. Haremos un agujero, la meteremos ahí y luego lo taparemos para que no pueda respirar hasta que el hielo de la superficie de derrita en primavera — una de las orejas de mi mascota se agitó mostrando su conformidad con aquella idea —. Solo tendríamos que vigilar a Danyellus para que no nos vea. Aunque seguramente algún asqueroso Chuck se lo contará — bufé —. Bueno, tal vez deberíamos ir al castillo para que los elfos nos cocinen esos maravillosos pollos.

     

    Sin embargo, ninguno de los dos nos movimos. Los minutos se sucedieron uno detrás de otro y tanto Apocalipsis como yo continuamos en la misma posición hasta que nuestras cabezas se inclinaron suavemente hacia delante, ambos completamente dormidos. Mi mano permaneció curvada sobre el conejo, como si no quisiera que se escapara de nuevo.

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  13. Hospital Mágico - Servicio de Psiquiatría & Psicología

     

    Limpié los sudores de su frente mientras murmuraba palabras de consuelo. Poco a poco, la medicación fue haciendo efecto y el paciente se relajó hasta sumirse en un profundo sueño. Le indiqué a Rose con un simple cabeceo que mantuviera constantes los niveles de sedante en sangre mientras terminaba de secar la piel del joven mago ahora inconsciente. Al terminar pasé el trapo a la enfermera y me quité los guantes de látex, dirigiéndome a continuación hacia la historia clínica.

     

    Apunté con diligencia el nuevo tratamiento farmacológico del recién ingresado y luego salí apresurada de la habitación, despidiéndome con una gruñido apenas inteligible de Rose. Los pasillos estaban desiertos; el personal había acudido a la reunión navideña del Hospital, pero yo había preferido mantenerme en mi planta adelantando trabajo acumulado. El fin de año se aproximaba y era una de esas fechas en las que la gente se volvía loca con los hechizos, provocando accidentes desagradables. Era normal que nuestras camas se llenases de dementes de forma transitoria, hasta que los efectos de los conjuros mal hechos se disipaban.

     

    Entré en mi despacho únicamente para soltar mi fonendo y mi bata blanca. Del perchero tomé el abrigo oscuro y largo que había traído para protegerme del helador viento londinense, que até con fuerza a mi cintura. Aseguré la varita en uno de sus bolsillos y puse rumbo a los ascensores. No tenía intención de reunirme con mis compañeros de San Mungo, pues Apocalipsis me esperaba en la Triviani pacientemente para que juntos celebrásemos la Nochevieja.

     

     

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  14. Hospital Mágico - Servicio de Psiquiatría & Psicología

     

    Froté desesperadamente mi rostro con ambas manos, deshaciéndome de la terrible somnolencia que me cerraba los párpados. Había ido directamente desde la quinta planta al Hospital Mágico, con la necesidad de ver cuanto antes todo el trabajo atrasado que me esperaba allí. Arrastré los pies por el pasillo con desgana, un intenso dolor de cabeza taladrando mis sienes. No se calmó hasta que llegué a la sala de juntas y tomé una de las tazas de café frías que alguien debía haber preparado horas atrás.

     

    Con mi preciada bebida entre manos, avancé por el hospital hasta dar con una de las alas más apartadas, aquella en la que gobernaba el más absoluto silencio. El servicio de Salud Mental era inquietantemente tranquilo. Excepto unos contados episodios de locura maniática, aquel sector vivía en un inquebrantable mutismo. Contemplé los pasillos desiertos, sólo había una percha ocupada; las enfermeras habrían tardado menos de un segundo en salir disparadas hacia la cena de navidad que se realizaba todos los años con el personal.

     

    Abrí la puerta de mi despacho y me dejé caer sobre un sillón, mis ojos posándose apesadumbrados sobre la ingente cantidad de papeles que cubrían la mesa. Serían unos días muy duros. Me puse en pie y dejé la taza de café en un lugar apartado para evitar accidentes indeseados; a continuación comencé a clasificar aquella montaña de documentos para que al día siguiente no me resultara tan terrible tener que ponerme al día con el trabajo atrasado.

     

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  15. Quinta Planta - 3er Rol

     

    Puse los ojos en blanco, exasperada. La burocracia de San Mungo me irritaba, pese a que mi trabajo en el Hospital Mágico debería haberme creado cierta tolerancia hacia los formularios como aquel. Pero jamás me acostumbraría a estar todo el día rellenando papeles que luego nadie leería. Mis dedos se cerraron como una presa sobre la pluma y rasgué con ella el papel que la sanadora me ofrecía, dejando caer varias gotas de tinta en una esquina. Mi firma era un garabato de letras afiladas e incomprensibles en la que apenas se diferenciaba el apellido de mi familia.

     

    ¿Eso es todo? — me puse en pie, contenta de poder ser libre de nuevo.

     

    Como un gato, me estiré para ejercitar mis dormidos músculos. Todavía me ardía el tatuaje que deformaba los rasgos de mi cara, pero por el resto me sentía como si no hubiera muerto horas antes. Sin perder un segundo, busqué con la mirada una superficie en la cual verme reflejada; las puertas de cristal de un mueble que almacenaba medicamentos resultaron ser mi única opción. Recoloqué cuidadosamente varios mechones de melena borgoña y, en cuanto mi varita apareció en mi puño, la enarbolé para cambiar mi vestuario: una blusa blanca con falda de tubo negra cubiertos por mi impoluta bata blanca, el uniforme que habitualmente mostraba por el Hospital Mágico. Asentí satisfecha con aquel decente aspecto, y luego recordé que no estaba sola.

     

    Muchas gracias por todo — incliné el cuerpo para hacerme oír, pues nuestra diferencia de alturas nos distanciaba enormemente —. La próxima vez que decida suicidarme intentaré hacerlo cuando estés disponible en San Mungo para que me vuelvas a dejar como nueva — me despedí con una sonrisa feroz y un brillo plateado en los ojos, las manos en los bolsillos de mi bata.

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  16. Quinta planta - 2º Rol

     

    Lo primero que sentí fueron mis pulmones nuevamente llenos de oxígeno, y durante varios segundos permanecí prácticamente inmóvil, acostumbrándome al acompasado susurro de mi respiración. Con el pecho subiendo y descendiendo de forma rítmica, comprobé que mis dedos podía flexionarse. Continué con los brazos y las piernas, probando todas y cada una de las articulaciones de mi cuerpo. Por fin, abrí los ojos. Varias imágenes difusas bailaron en mis retinas antes de aclararse y volverse nítidas.

     

    Una sanadora me contemplaba impasible mientras tendía en mi dirección un frasco de cristal con un líquido sin identificar. Me incorporé en la camilla lentamente, para no hacer movimientos bruscos que me perjudicaran, y tomé el tubo sin una palabra para olisquearlo, tratando de averiguar qué demonios pretendían hacerme tragar. El cuerpo de un demonio no necesitaba pócimas ni brebajes para recuperarse, pero sabiendo que rechazarlo podría ofender a la joven, me lo bebí de golpe sin paladearlo. Frunciendo los labios en una mueca, se lo devolví.

     

    Sí, supongo que toda la sangre que perdí terminó en mi pelo — mis dedos acariciaron un mechón de la melena pelirroja, agradeciendo que por fin estuviera limpia y con su color original, sin rastro de... bueno, aquel amasijo de porquería —. Veo que tengo el cráneo intacto — confirmé, palmeando con suavidad la parte superior de mi cabeza como si temiera encontrarla aplastada por el golpe que me había causado la muerte.

     

    Era difícil definir aquel sentimiento de extrañeza al estar disfrutando de nuevo de mi cuerpo, pero tenía que volver al trabajo en el Hospital Mágico antes de que Anna o Bodrik me pidieran explicaciones por la larga ausencia. Sujetando con las manos el borde de la camilla, me giré para dejar mis piernas colgando por un lateral y descansar todo el peso de mi cuerpo sobre los brazos. Quizás era demasiado repentino marcharme ya, pero la impaciencia me corroía.

  17. Quinta planta - 1er Rol

     

    Era la primera vez que llegaba a San Mungo para algo que no estuviera relacionado con mi trabajo como sanadora. Ahora era un espíritu encadenado a un cuerpo sin vida, que en esos instantes se encontraba tendido en una de las camillas del hospital. Contemplé desaprobadoramente el aspecto que ofrecía mi cadáver, tan desaliñado como si lo hubieran atropellado en una carretera rural.

     

    La idea del suicidio había sido lamentable. Quizás, si Danyellus y yo hubiésemos utilizado nuestras pocas neuronas disponibles, no tendría que estar allí esperando que alguien se dignara a devolverme la vida. Pero los Triviani no éramos conocidos por nuestra planificación y organización, más bien éramos un peligroso enjambre de dementes. Crucé mis fantasmales brazos y esperé pacientemente a la llegada de cualquier sanador.

     

    Sí que tardan aquí — mascullé en voz alta, pese a que nadie podría escucharme o percibir mi presencia. Era un maldito espíritu, inservible y aburrido. Sólo esperaba que Bodrik no tuviera muy en cuenta mi prolongada ausencia, llevaba varios días sin presentarme al trabajo.

  18. No pude disfrutar mucho como fantasma, pues mi espíritu fue arrastrado de vuelta al cuerpo al que pertenecía de forma inesperada. Abrí los ojos, dos esquirlas plateadas que necesitaron unos segundos para adaptarse a la penumbra. No fingí desorientación ni me molesté en elucubraciones innecesarias, sabía que estaba en Abaddon como resultado de aquel glorioso suicidio en el casino. Aún podía saborear la satisfacción de un trabajo bien hecho, teñida por la preocupación de haber abandonado a Apocalipsis con la única compañía de aquella escoba con nombre que pretendía ser gata.

     

    Me relamí los labios y chasqueé la lengua, para deshacerme de la desagradable sensación que aún me quedaba en la boca después de haber muerto. Ni los peores guisos de Chuck conseguían ese sabor a suela de zapato. Notando una picazón en mi cuello, me froté con el hombro en un complicado movimiento limitado por mis ataduras, limpiando las gotas de sudor que recorrían mi piel. Acto seguido, clavé la mirada en nuestra captora, de la que sólo pude distinguir una melena castaña. Curvé una de mis cejas, altiva.

     

    ¿Cuánto hay que pagar aquí por un buen vaso de whisky? — grazné, con la voz de una persona que acababa de despertarse —. ¿Hay elfos? Quiero que traigan a uno para que me abanique, en este maldito lugar no hay ni una corriente de aire. Por todos los africanos del mundo, ¿cómo soportáis estas temperaturas? — mis ropas estaban pensadas para el clima británico por excelencia, lluvia y frío, y no para un ambiente como aquel —. No tendréis que preocuparos mucho por mí, mañana no me encontraréis porque me habré evaporado. Me convertiré en una puñetera nube. También podéis dejarme desnuda, aunque la última vez que me paseé así por Ottery conseguí enfurecer a mucha gente — medité.

     

    Un movimiento lateral me hizo detener aquel atropellado discurso, y giré la cabeza con brusquedad hacia la izquierda. Maldita fuera mi estampa. ¿Qué hacía Dany allí? El Triviani parecía estar recuperando poco a poco la movilidad de su cuerpo, adoptando una postura más cómoda. Mis ojos buscaron un espejo en aquella celda, pero no parecía haber ninguno. Era una lástima, pues habría pagado una fortuna por mostrarle a aquel reptil que tenía por sobrino su tan preciada melena, puesto que en esos instantes parecía la madriguera de un hurón. Solté una carcajada seca, con la que casi perdí mi precario equilibrio.

     

    En la Orden del Fénix probablemente no sabían que ofrecería cualquier apéndice de mi cuerpo con tal de hacer sufrir a mi sobrino. El sentimiento era recíproco, con lo cual abandonarnos sin un muro entre ambos podía terminar en catástrofe. Un dramático suspiro abandonó mis labios. Nuestras mascotas se habían contagiado de aquella terca enemistas, cada vez que Apocalipsis y Sinh se cruzaban parecía que el mundo se iba a quebrar en dos. Silbé varias veces, captando la atención de la fenixiana que nos había recluido juntos.

     

    Os doy una montaña de galeones si me cambiáis de celda. No, mejor aún, os permito que me queméis las cejas si me separáis de este indeseable gusano — mi voz no mostraba súplica alguna, pues aunque Danyellus y yo jamás permaneceríamos más de diez segundos juntos sin atacarnos, apreciaba bastante a mis cejas pelirrojas. Me había acostumbrado a verlas sobre mis ojos y no estaba muy dispuesta a prescindir de ellas —. Despierta ya, excremento de paloma — golpeé con uno de mis pies el vientre del Triviani —, necesito que alguien me dé conversación.

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  19. Si preguntara por cualquier familia mortífaga de Ottery, lo primero que me dirían sería "orgullosos, muy orgullosos". Los Triviani, cómo no, encajábamos en aquella descripción gracias a la magnífica herencia italiana que recorría nuestras venas. Y, si había que añadir algún otro apelativo para definirnos, no era otro que "desquiciados". Podíamos convertir cualquier reunión familiar en un espectáculo, pues a diferencia del resto de Ottery no nos importaba perder los papeles por unos instantes.

     

    Había contemplado como un espectador mudo cómo Alyssa y Dany se comportaban como cabras entrechocando sus cuernos. No apostaría por ninguno de los dos, ya que era imposible saber con certeza si alguno daría su brazo a torcer, aunque silenciosamente deseé que mi gemela le pateara el trasero al insolente de su hijo. Una presuntuosa voz interrumpió la escena, con un tono meloso y desagradablemente prepotente que sólo consiguió erizar el velllo de mi nuca. Mis ojos, relucientes como dos astillas de plata, se clavaron enfurecidos en el grupo de aurores que había hecho acto de presencia.

     

    Desgraciado iluso — el murmullo no llegó a oídos de Spectum, pero las claras amenazas de los otros dos Triviani se hicieron oír por todo el pasillo —. Marchaos — esta vez me dirigí a su acompañante. Si hubieran tenido dos dedos de frente en lugar de provocar a Alyssa y Danyelllus habrían esperado a que todo se calmara para lanzarse sobre ellos. ¿Cómo pretendían detener a dos demonios? ¿Con un Incarcerous? Resoplé riendo entre dientes.

     

    Sin embargo, me aproximé unos pasos a mi gemela con intención de servirles de apoyo si aquel desmadre tomaba un cariz más peligroso. Por el momento no tenían motivos suficientes para intentar apresarme, pero me faltaba sólo un leve estímulo para que se los diera. Abrí y cerré los puños en una rígida postura, fijando la mirada en un punto lejano intentando suprimir el instinto animal de dar caza a todos aquellos infelices.

     

    Entonces el infierno se desató. Mi incredulidad se incrementó al ver que Afrodita se unía a aquel salvaje enfrentamiento. El caos cubrió San Mungo en apenas unos segundos, en los que sólo pude sentir cómo una corriente de fuego ardiente me envolvía y a continuación se precipitaba en todas las direcciones del espacio. Alargué la mano, capturando una pequeña llama que danzó en mi palma con alegría, como si no fuese la creación de un par de demonios dispuestos a arrasar con todo el edificio. Ajena a lo que me rodeaba, jugué con la rojiza voluta otorgándole la forma de una pequeña avestruz de apenas unos centímetros. Me agaché y estiré los brazos para dejar escapar a la amorfa criatura de fuego y contemplé cómo correteaba a mis pies mientras se consumía. Apenada, chasqueé la lengua cuando sólo dejó tras de sí un rastro de humo oscuro.

     

    Casi esperaba que Alyssa me propinara un buen golpe por estar perdiendo el tiempo con tonterías, o al menos sentir en mi nuca su habitual mirada de reproche por no mantener las formas. Pero por lo visto parecían más interesados en el objeto de su furia, que respondía al nombre de Spectum. Fruncí el ceño. ¿Todavía no se había marchado? No pude evitar poner los ojos en blanco cuando el susodicho comenzó con una escena teatral digna del Drury Lane. El Señor del Inframundo, ¿verdad? ¿A qué creía estar jugando? ¿No sabía que la sangre de Artemisa y Afrodita era un oponente a tener en cuenta?

     

    Fue realmente inesperado. Varios ojos se posaron en mí, mientras aún seguía de cuclillas. Pero la única forma de reaccionar ante tan ridícula escena fue echar la cabeza hacia atrás y comenzar a reír como una poseída. Las estridentes carcajadas tardaron bastante en apaciguarse, tras inspiré profundamente y atravesé a mi compañero de La Marca con un desquiciado brillo en mis mercúreos ojos.

     

    ¿Qué clase de fanfarrón llevas como si fuera tu cola, Spectum? Es como si sus padres no hubieran sabido elegir de qué nacionalidad sería su nombre — ahogué una nueva carcajada, perdiendo el equilibrio y cayendo en el suelo, aún abrasador, del hospital cual cucaracha paralítica —. ¿Señor del Inframundo? ¡Dios mío, si Hades se enterara! Danyellus, tu hijo tiene una mascota muy graciosa — solté un suspiro agudo, tratando de recobrar el aire que había perdido de reírme tanto.

     

     

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  20. La entrada de Danyellus pareciendo una fiera no era lo que yo hubiese elegido como continuación de los acontecimientos, puesto que sólo consiguió que mi gemela se tensara como la cuerda de un arco. Una enfermera que había acudido por el incesante ruido reculó espantada al ver la escena tan ridícula que estaba teniendo lugar entre las paredes de San Mungo. Mi mano, aún sobre el hombro de Alyssa, le dio un firme apretón antes de que ésta se pusiera en pie para enfrentar a su hijo.

     

    Todavía estaba digiriendo, muy lentamente, la idea de que la Triviani estuviera esperando un hijo. Desde que me había percatado de ello, un nudo se había alojado en mi garganta y no parecía tener la intención de desaparecer. Fijando la vista en las blancas baldosas del suelo, comencé a identificar ese venenoso sentimiento que, a medida que le daba vueltas al asunto, crecía más y más. Eran odio e ira, simple y llanamente. Hacia aquel ser... y también hacia Alyssa. No tenía que ser muy lista para concluir que el padre era aquel maldito Malfoy. Escupió mentalmente sobre aquel apellido.

     

    ¿Crees que Pik sobrevivirá? — las palabras de Afrodita, pronunciadas en voz suave, me hicieron levantar la vista de nuevo. Por un instante creí haber insultado a los Malfoy en voz alta, pero su preocupación era por la desastrosa conversación que estaban teniendo madre e hijo.

     

    Contemplé el rostro de la veterana mortífaga y mi semblante, ahora pétreo por la indignación, le dio la respuesta que buscaba. Sólo un milagro salvaría el pellejo de aquel descerebrado. Porque en esos instantes había dos Triviani que querían ensartar su cabeza en una pica y jugar con ella. Chasqueé la lengua, disgustada, cuando vi que Alyssa comenzaba a llorar. No sabía cómo tratar las lágrimas, me ponían completamente nerviosa, así que agradecí que Afrodita estuviera allí para ahorrarse una incómoda situación con mi hermana; Danyellus, por el contrario, pareció enfurecerse más aún , hasta el punto de asemejarse a un basilisco. Mi boca se abrió para salir en defensa de Alyssa, pero no tuve oportunidad.

     

    Abandonó la estancia inmediatamente, dejando tras de sí unas palabras demasiado inquietantes. Me incorporé al instante en respuesta a aquel ataque a su propia madre, desplazando a un lado el odio hacia el Malfoy y enfocándolo en el demonio que acababa de salir. Siseé, aún más irritada, cuando pude ver la expresión destrozada de Alyssa. En la familia éramos propensos al drama, así que contribuí al actual desapareciendo de aquella sala y materializándome a unos escasos metros de Danyellus. Más tarde recibiría una amonestación por parte de la dirección, pero poco importaba.

     

    Lo embestí con fuerza, sin darle la oportunidad a esquivarme o alejarme de él. Mis manos aferraron el cuello de su camisa para colocarlo contra una pared, obligándolo de ese modo a que escuchara atentamente todas y cada una de mis palabras sin apartar la vista. Había olvidado ocultar el tatuaje que deformaba mis facciones como una horrorosa mancha oscura que acentuaba aún más mi agria expresión, y la gente a nuestro alrededor había comenzado a murmurar escandalizada por la presencia de ambos debido a nuestro aspecto. Disponíamos de un par de minutos antes de que alguien avisara a las autoridades.

     

    Eres un maldito i****** — rugí, nada amedrentada por un enfrentamiento con él en ese estado —. ***idamente i******. ¿Qué crees que haces hablándole así a tu madre? — el vínculo que compartíamos Alyssa y yo era una cruz que tenía que soportar, y en la situación actual era uno de los momentos en que tenía que dejar a un lado mi irracionalidad para poder ayudarla —. Deja de pensar en tu persona y madura. Nada me complacería más en este mundo que utilizar el cuerpo de ese Malfoy como trapo para vestir a los Chuck de la Triviani, pero... — presioné un poco más el cuerpo de mi sobrino, enfurecida —. ¡Ahora debes apoyarla, pedazo de escombro! ¿Tan poco significa ella para ti? Tus palabras la van a destrozar, además de despertar en ella el deseo de retorcer tu pescuezo — mis ojos brillaron, el dolor por mi hermana aflorando al fin entre aquellos remolinos oscuros —. Jamás me hubiera esperado esto de ti, Danyellus. Te hubiera ayudado a cometer una carnicería con Pik, pero nunca pensé que le darías la espalda — mis dedos se relajaron, soltándolo al fin no sin extrema cautela —. Esto es ridículo, en este estado vas a ignorar completamente mis palabras — bufé, apretando la mandíbula. Retrocedí unos pasos para poner distancia entre aquel voluble demonio y mi persona; el nudo de ira infinita seguía alojado en mi garganta.

     

     

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  21. Hospital Mágico - Con Mei, Lisa y Bodrik

     

    El parto iba llegando a su fin, pero no era eso lo que había conseguido que Mei comenzara a relajarse. La experimentada actitud de Bodrik y la compañía de Lisa parecían haber aquietado el nerviosismo de la joven. Además, después de tan prolongado esfuerzo probablemente no tendría fuerzas ni para preocuparse por otra cosa que no fuera terminar con aquel episodio. Enjuagué de nuevo su frente y me dispuse a preparar los utensilios para la higiene de la criatura que iba a nacer.

     

    La cabeza del bebé no tardó mucho en aparecer, seguida por el resto de su cuerpo. A mi ver, era un ser amorfo, morado, cubierto de sangre, ruidoso, inútil. Aún me preguntaba, inquieta, cómo demonios había conseguido dar a luz a Candela, pero apenas quedaban recuerdos de ese momento en mi mente. Sin embargo, no expresé mis pensamientos en voz alta, pues la madre parecía henchida de orgullo por poder ver a su vástago y los ojos le brillaban de un entusiasmo que yo no llegaba a comprender. Quería a mi hija pero, cielos, verlo en una extraña me provocaba escalofríos en la espina.

     

    Felicidades — murmuré. Para Mei seguramente era un momento digno de celebración. Excusándome en voz baja ante Bodrik, salí de la sala para permitir que ellos disfrutaran del nacimiento del bebé.

     

    Con una mueca de disgusto que ya no molesté en borrar del rostro, me saqué los guantes de látex y los lancé a una papelera. Gotas de sudor resbalaban por mi cuello, y con un dedo tiré del borde superior de la camisa mientras me dirigía a la sala de juntas, buscando unos segundo de tranquilidad para refrescarme. En aquel hospital hacía un calor infernal, sólo faltaba que nos obligaran a llevar bufandas de lana para que terminásemos todos deshidratados.

     

    San Mungo - En busca de Aly y Afro

     

    En mi camino a la sala de juntas, sin embargo, tuve que detenerme. Con la mirada oscurecida, giré hacia el ascensor abandonando toda idea de descanso que rondara mi cabeza. Pulsé uno de los botones con demasiada fuerza, ignorando las miradas de los demás presentes en el elevador y cruzando mis brazos en una postura que, sin ser rígida, parecía más propia de un sargento. Cuando las puertas se volvieron a abrir, avancé a pasos agigantados hasta llegar a una pequeña puerta que abrí casi desencajándola de los goznes.

     

    Qué te pasa — exigí. Mi voz parecía el ladrido de un perro afónico.

     

    Alyssa no parecía sorprendida por mi aparición. Del mismo modo que yo había intuido el momento de su llegada, ella debería haber notado mi presencia acercándose como un vendaval. Pude relajarme al ver que no tenía ningún tipo de lesión evidente, pero el hecho de que estuviera acompañada por Afrodita levantada todas y cada una de mis sospechas. Progresivamente, mi mente fue aclarándose y pude sumar todas las evidencias en mi cabeza. Inspiré con fuerza, la incredulidad abriéndose paso.

     

    No hace falta que te traigan los resultados del análisis — mis ojos se clavaron como acero pulido en su vientre. Sonreí a medias —. Voy a divertirme mucho cuando tengas que darle la noticia a ese repelente monstruo que tienes por hijo.

     

    Me adelanté hasta colocarme en el lado opuesto al de la rubia Malfoy y coloqué una mano en el hombro de mi gemela. Nunca había sido buena con las palabras, jamás lo sería. Pero Alyssa comprendería. Pese a lo escandalosamente gracioso que me resultaba aquel embrollo, supuse que a la Triviani le tomaría un rato recomponerse por aquella noticia.

     

     

     

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  22. Hospital Mágico - Con Bodrik, Mei, Lisa

     

     

    Siguiendo las indicaciones de Bodrik, me había apartado unos segundos para conseguir el material necesario. Los instrumentos fueron colocados ordenadamente en una mesa móvil, que desplacé hasta que quedara al alcance de Bodrik. Habían sido debidamente esterilizados mediante una poción de antisepsia, y por tanto había un extraño olor a desinfectante por toda la sala de partos.

     

    Aquí tienes — avisé a Bodrik cuando todo estuvo en su sitio.

     

    Me deshice de los guantes de látex que llevaba en ese momento mientras manipulaba uno de los monitores que mostraba las constantes vitales de la embarazada. Puse una mano en el hombro de Mei para transmitirle un poco de tranquilidad cuando vi el pulso acelerado. No creía que corriera riesgo ninguno, pero cuanto más nerviosa estuviera, más se complicaría el parto.

     

    Mi jefa me dio una nueva orden y yo asentí silenciosamente, tomando un paño que humedecí en agua fresca. Comencé a pasarlo suavemente por la frente de la joven para que no se acalorara; en el hospital la temperatura era por lo normal más alta que en el exterior y a veces parecía que estuviéramos en pleno verano. Con el esfuerzo que estaba realizando, habría que hidratarla de forma continua por la forma en que estaba empezando a sudar. Seguí limpiando con cuidado el resto del cuerpo expuesto de Mei, evaluando cada pocos minutos si el suero intravenoso estaba fluyendo adecuadamente para evitar la deshidratación.

     

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  23. Hospital Mágico - Recibiendo a Vrael Myrddin

    CAROLINA

     

    Mientras la paciente era llevada a la sala de partos por Bodrik y Aland, Carolina se dedicó a redactar el informe de urgencias para archivarlo en la Historia Clínica de la paciente. Había poco movimientos por la recepción, así que pudo terminarlo sin el menor contratiempo. Sólo se escuchaba una suave música de fondo; una de las enfermeras había realizado un hechizo para que el silencio del Hospital Mágico se viera sustituido por canciones de Navidad que alegraran el ambiente.

     

    Mientras ordenaba varios documentos que más tarde entregaría a Bodrik, un joven entró en el área de recepción, con aspecto de estar completamente perdido. Dedicó unos segundos a completar su tarea en el escritorio que tenía asignado y a continuación se puso en pie, aproximándose al mago recién llegado que en esos instantes parecía estar invocando varios regalos.

     

    Buenas, soy Carolina, la enfermera encargada de atender la sala de espera — dibujó en sus labios una suave sonrisa —. ¿En qué puedo ayudarle?

     

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  24. Hospital Mágico - Con Lisa, Bodrik, Mei

     

    Asentí con un movimiento seco ante la orden de Bodrik. Dejé a un lado la humeante taza de café, en un lugar alejado de la paciente, y metí mis manos en los bolsillo de mi impoluta bata blanca. Encontré un par de guantes y me los coloqué tras realizar silenciosamente un hechizo de antisepsia para esterilizar mis manos. Flexioné los dedos, acomodándolos al látex, y fijándome en el reloj de la pared comencé a contar los segundos que había entre contracción y contracción.

     

    Mientras la Delacour se removía nerviosa en la camilla, atendida por Bodrik, fui anotando mentalmente las ocasiones en las que su rostro se replegaba por el dolor y gemía entre jadeos. No me gustaban los partos. Supuse que a estas alturas hasta la futura madre se había dado cuenta, pues no estaba haciendo nada para ocultar mi desagrado. Por Merlín, era una criatura entrenada para destruir almas, no ayudar a que vinieran al mundo. Y toda la ilusión y alegría de las que daban a luz a sus hijos... un escalofrío me hizo temblar de arriba a abajo.

     

    Ya han empezado a estar separadas por cinco minutos — mi boca estaba seca, noté que la voz salía de mis labios como si fuera arena —. Son muy regulares, todas están durando unos 36 segundos. Ya está de parto, ¿no?

     

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  25. Mía, qué valor venir por aquí xDDDD

    Antes que nada debe pasarse Aly a decir si tiene hueco para ti o prefiere seguir teniendo a Dan como único hijo verdadero xD (todavía me sorprende que Bagy desee seguir siendo mi hija en esta familia, soy la peor madre existente u_u).

     

    Ah, y... la causa Triviani se resume en:

    1) Odiar a los Malfoy. Dany es Malfoy y por eso es una vergüenza para esta familia

    2) Ser leal a la Mafia Triviani y por tanto estar dispuesta a obrar fuera de la ley proxenetismo y esas cosas

    3) Odiar a los Malfoy.

    4) Odiar a los Malfoy.

    5) Amar a Apocalipsis.

     

     

    PD: estáis a tiempo de uniros a nuestro maquiavélico rol en la triviani (?) xD

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